ACTA - Biblioteca SAAVEDRA FAJARDO de Pensamiento Político

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Biblioteca SAAVEDRA FAJARDO
de Pensamiento Político Hispano
Acta del Seminario sobre la
Ciudad Medieval.
SEMINARIOS DE LA BIBLIOTECA DIGITAL DE
PENSAMIENTO POLÍTICO HISPÁNICO SAAVEDRA
FAJARDO.
Universidad de Murcia, 3 de julio de 2004.
Como se acordó en la reunión anterior, el tema de este
nuevo seminario organizado por los miembros del grupo de
trabajo de la Biblioteca Virtual Saavedra Fajardo ha sido el de la
ciudad medieval. Se trata de un aspecto central para el análisis del
pensamiento político en el período que ocupa esta primera parte
del proyecto. Las comunicaciones y el debate posterior
expusieron algunas concepciones clásicas sobre el tema (Weber y
Pirenne) y otros estudios mucho más recientes, aunque ya
imprescindibles (Ochippinti). Asimismo, se analizó el modelo de
la ciudad medieval islámica, en oposición a la ciudad occidental y
se abordó la discusión sobre la supuesta modernidad de las
instituciones jurídicas medievales, esenciales en el desarrollo de
la ciudad.
En primer lugar, Esteban Ruiz –a quien se agradeció
vivamente su asistencia, a pesar de las dificultades para llegar
puntualmente desde Santander hasta la Universidad de Murciaexpuso con precisión las tesis fundamentales que Henri Pirenne
desarrolla en Las ciudades de la Edad Media (1937). Dentro de su
concepción del occidente medieval como producto del
enfrentamiento con el Islam, Pirenne reconstruye la génesis de la
ciudad moderna desde la inicial división entre cité y ville. Una
vez más en Pirenne, la herencia de Carlomagno y las victorias
sobre los árabes son decisivas en la historia europea, en este caso,
en la configuración de las ciudades: de un lado en la aparición del
burgo, y, de otro, en el crecimiento urbano consecuencia de la
prosperidad económica posibilitada por la recuperación genovesa
de parte de los centros comerciales mediterráneos en poder de los
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musulmanes. El historiador se ocupa en su estudio, sobre todo, de
los aspectos demográficos y económicos de la ciudad medieval, y
no tanto de los políticos.
Quien sí hace de las relaciones políticas un objeto esencial
del estudio de la ciudad es Max Weber, a quien Antonio de
Murcia dedicó la segunda comunicación. Es cierto que para
Weber la distinción básica de las ciudades medievales estriba en
sus formas de producción (la ciudad moderna se define como
“ciudad de productores”, frente a la de “consumidores”), pero lo
que define económicamente la ciudad es la regulación política de
su organización económica. En su ensayo La ciudad, incluido en
Economía y sociedad, Weber marca la evolución de la vida
urbana de acuerdo con las relaciones entre castillo y mercado,
población política (guarnición) y económica (burgueses). Ahí es
donde a su juicio puede apreciarse mejor la evolución de la ciudad
moderna, a partir de dos distinciones básicas entre, por un lado, la
ciudad antigua y la ciudad medieval y, por otro, la ciudad
mediterránea y la ciudad septentrional europea. El ideal tipo
weberiano de ciudad medieval, origen de la ciudad moderna, es el
de una comunidad urbana dotada de fortificaciones, mercado,
tribunal y derecho propios, formas específicas de asociación y
cotas suficientes de autonomía y autocefalia, de forma que la
administración de los poderes públicos se constituya con la
participación de los ciudadanos. Todo esto se logra, según Weber,
sólo en algunas ciudades de la Europa continental, en las que no
es el origen familiar, sino su calidad de miembro de la asociación
local de la ciudad lo que da el estatuto de burgués. La
argumentación weberiana examina los modelos oriental y, sobre
todo, el italiano medieval –en particular Venecia- con sus
distintas instituciones, desde el podestás a la signoria, sin olvidar
el papel del popolo y su capitanus. La coniuratio ilustra, en buena
medida, la naturaleza racional-jurídica y no tribal o de linaje de
los vínculos de las corporaciones burguesas, subrayada
reiteradamente por Weber.
Una naturaleza bien diferente parece presentar la ciudad
islámica medieval, cuyos rasgos esenciales fueron situados en su
contexto histórico y religioso por Florencia Fernández Llamas. En
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esta comunicación se expusieron los principales argumentos que
hacen insostenible la tesis de una ciudad islámica semejante en su
estructura política y su autonomía a la ciudad medieval europea,
meridional o continental. En efecto, la configuración de la ciudad
islámica resulta de la convergencia entre religión y política,
manifiesta en la exigencia de sedentarización –frente al
nomadismo beduino- como expresión máxima de islamización.
La peregrinación de la Meca a Medina por parte del Profeta
constituye en este contexto un acto de estabilización y Medina
será el modelo perpetuo para la comunidad urbana. Esa
comunidad es, a su vez, el prototipo de la nación musulmana, en
cuyo líder, el califa, se unen las atribuciones de la autoridad
espiritual y temporal. Los oficiales designados en las ciudades no
tienen más función que hacer cumplir una ley coránica que los
legisladores no tienen sino que aceptar. No hay noción de
ciudadanía en el Islam medieval, pues es la pertenencia a la
nación musulmana lo que otorga derechos en tierra musulmana: la
ciudad coincide, así, con la nación única de la que todos son
ciudadanos. Las instituciones jurídicas son, así, instituciones
religiosas y, salvo en épocas de quiebra de la autoridad del
Estado, las ciudades no desarrollan forma alguna de autonomía
municipal y autogobierno local.
Nada más lejano a esta situación que la evolución de la
ciudad medieval italiana reconstruida por Elisa Occhipinti en
L’Italia dei Comuni. Secoli XI-XIII (Roma, 2000) a cuyo
exhaustivo comentario dedicó José Luis Villacañas su
comunicación. De acuerdo con las tesis de Occhipinti el sistema
de las ciudades italianas hay que entenderlo determinado por la
red ciudadana de origen romano y la formación de la ciudad
episcopal. La crisis de ésta última, como consecuencia de la
guerra entre Papado e Imperio, generó la usurpación de los
derechos de dirección política por parte de las comunidades
civiles. Distintos experimentos de asociación fueron consolidando
estructuras de representación como los cónsules. Occhipinti,
señala cómo, a pesar de las distintas formas que adoptaron los
procesos en las distintas ciudades, en todas ellas hubo conciencia
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del novum, es decir, se impuso el comune a la civitas. En el libro
se recorre la evolución de las distintas estructuras de poder que
siguen a los cónsules, cuya fase decisiva fueron las luchas entre
Imperio y Papado en la época de Federico I. La definición de los
iure regalia, la complejidad de conflictos involucrados en el
enfrentamiento entre güelfos y gibelinos, la actuación de los
juristas reformatores o colectores, el ascenso de la figura del
podestá como poder ejecutivo de los acuerdos que indicaban los
consejos,...Todas estas son fases cuya evolución, unida al
crecimiento de las fuerzas productivas y profesionales de las
ciudades italianas dio lugar a la comuna popular con las distintas
asociaciones que adquirieron una dimensión pública y
contribuyeron al funcionamiento regular de las instituciones y la
eficacia de los oficios administrativos. El desarrollo de la comuna
señorial y el gobierno de la señoría marcará el fin de la res publica
en la ciudad y sus sustitución por el estado autoritario y
jerárquico.
Por último, la intervención más polémica estuvo a cargo de
Antonio Rivera, quien trató las relaciones entre ciudad y derecho
urbano a partir de la crítica a algunas de las tesis que Berman
expone en La formación de la tradición jurídica de Occidente,
obra comentada ampliamente en el seminario anterior. Tras una
presentación de la importancia de la Begriffgeschichte y, en
particular, de Otto Brunner para el estudio social de la Edad
Media y sus instituciones, Rivera formuló sus críticas a Berman
apelando a las tesis de un buen conocedor de Brunner como es
Paolo Grossi, así como de su discípulo Pietro Costa. En primer
lugar se reprocha a Berman su afirmación del carácter contractual
moderno de las cédulas de libertades básicas de los ciudadanos en
la Edad Media. El reproche se fundamenta en la inexistencia del
individuo como figura legal, derivada de la imperfección de
aquél, en contraste con la perfección de la comunidad. La
afirmación de que el constitucionalismo moderno tiene su
antecedente directo en el derecho urbano medieval de los siglos
XI y XII es igualmente insostenible según Rivera, toda vez que, a
su juicio, no puede hablarse en este período ni de Estado ni de
soberanía; muy al contrario, sólo con la crisis de la civilización
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jurídica medieval en el siglo XIV puede hablarse de una conexión
entre actividad legislativa y política. Con argumentos muy sólidos
Rivera desmonta las tesis acerca de la modernidad del derecho
urbano medieval que Berman en algún momento parece
compartir, insistiendo, con Grossi en el carácter inequívocamente
relativo de la vida jurídica medieval, donde hasta el derecho
universal puede ceder ante la pequeña costumbre local. Como
ejemplo de esta circunstancia se recordó la condición antimoderna
de las decretales posgracianas, incompatibles con una mímina
separación de poderes. Finalmente Rivera comentó algunos
aspectos del Ensayo histórico-crítico de Martínez Marina y su
valor ilustrativo de los usos historiográficos del liberalismo para
su autolegitimación.
Como es habitual en estos seminarios, tras las distintas
intervenciones tuvo lugar un largo e interesante debate sobre las
tesis defendidas en las comunicaciones, destacando el intento de
Alfonso Galindo por matizar las afirmaciones de Berman relativas
a derecho medieval y modernidad. Tras informar sobre el estado
del proyecto de investigación, las obras digitalizadas y las
mejoras introducidas en la página web de la Biblioteca se dio por
concluido el seminario y se acordó convocar el siguiente al
comienzo del próximo curso académico.
Antonio de Murcia Conesa
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