10 LATERCERA Jueves 3 de abril de 2014 País Terremoto en el norte FOTO: AGENCIAUNO [ARICA] Patricio Palma (60) relata la angustiosa búsqueda de su hija de tres años, quien evacuó con su nana al cerro al momento del terremoto y se perdieron en medio de la multitud. Fueron largas horas de desesperación y caos, pero donde primó la perseverancia. Por Ana María Morales. Una noche en vela E staba en Sodimac trabajando, vendo pinturas, cuando empezó a temblar muy fuerte. Todo quedó a oscuras. La gente se agolpó en los pasillos y comenzó a gritar. Se movían las lámparas, se cayeron las cosas de las estanterías. Parecía que se iba a derrumbar el edificio. El ruido era infernal. Cuando amainó el movimiento todos salimos hacia la calle, saltando sobre las cosas que estaban botadas, empujándonos unos a otros. Era como una estampida. Al llegar a la calle, la cosa estaba peor. Todo era un caos. Había mucha bulla, sonaban las sirenas de los radiopatrullas y las ambulancias, las bocinas de los autos, personas corriendo... Mientras toda la gente iba esca- pando hacia los cerros, yo iba hacia mi casa, que queda a dos cuadras de la playa, a buscar a mi hija Matilda, de tres años, que estaba con su nana, Elizabeth. Al llegar no las encontré y me desesperé. La casa estaba con las puertas y ventanas abiertas, todo en el suelo. No había nadie en el lugar, todos los vecinos habían arrancado. Sólo se escuchaba el rugido del mar. En medio de la oscuridad saqué una parka, agua, frazadas, tomé mi auto y como pude me fui al cerro. Nosotros, como familia, habíamos definido un lugar de encuentro en caso de tener que evacuar, pero no nos encontramos. En el cerro había una multitud. Era imposible hallarse. No se podía reconocer a nadie y menos de noche. Muchos andaban como yo, buscando a sus papás, herma- nos, hijos. Se escuchaban gritos por aquí y por allá. La gente permanecía en grupo. Algunas familias estaban en carpas. Otros dormían a la orilla del cerro a la intemperie, tapados con frazadas, otros adentro de los autos. Había coches con guaguas, personas tratando de abrirse camino para subir. Para capear el frío se encendieron fogatas. Estaba desesperado. Mientras buscaba a Matilda me llamaban familiares del sur y de otras partes para saber cómo estábamos y yo les decía ‘ando buscando a mi hija, por favor déjenme, después los llamo’. En uno de esos contactos -desde Punta Arenas- me dijeron que por televisión se informó que había una niña perdida y la tenía Carabineros. Me bajó la angustia. Tenía un nudo en la garganta. Sentía miedo e impo- tencia al no poder encontrarla. Pensé que la había perdido. Como a la una de la madrugada comenzó a bajar gente del cerro. Yo también lo hice. Por un momento pensé que ellas habían vuelto a casa. Pero no fue así. A esa hora ya había militares en las calles, venían saliendo del cuartel. El centro estaba vacío. En eso me pude comunicar con mi esposa, quien me avisó que la nana la había llamado y que estaba con la niña arriba, en el cerro. Ambas estaban bien. Con mi pareja nos juntamos en un servicentro para irlas a buscar. En eso nos encontramos con un jeep que venía bajando, de donde descendieron la nana con Matilda. Allí nos abrazamos y lloramos juntos. Ya eran cerca de las cuatro de la madrugada. De ahí nos fuimos todos a bus- car más cosas a la casa, las subimos al auto y nos dirigimos adonde unos amigos que viven cerca del estadio, considerada una de las zonas seguras. Yo no dormí nada. Hoy (ayer), la ciudad amaneció más tranquila. La gente desde muy temprano estaba buscando agua, mercadería y combustible. Pese a ello, el comercio estaba mayoritariamente cerrado. A las 7 horas las personas estaban agolpadas en las dos principales bencineras del centro de Arica cargando los vehículos. Las colas eran largas. Pese a que nos habíamos organizado y conversado como familia qué hacer en caso de una situación como ésta, la verdad es que uno nunca está ciento por ciento preparado. Una cosa es pensarla y otra es vivirla.b