parte i - Cadena SER

Anuncio
PARTE I
El mejor disco de rock & roll de todos los tiempos. Punto. No me escribáis cartas, no me llaméis por teléfono. De
hecho puedo veros interrumpiéndome, ondeando vuestros
discos de los Beatles, vuestro Pet Sounds; polvorientos vinilos
de portadas desgastadas, valiosos competidores todos, estoy
seguro. Brillantes discos de pop, incluso obras maestras. Pero
no, el mayor y más conmovedor disco de rock & roll jamás
grabado, ese es Exile On Main St. De algún modo incluso
más glorioso 30 años después, en su difuminada y amarillenta portada, gastado como un guante de baseball o rasgado y
deshilachado como tus pantalones tejanos favoritos. Es una
compacta destilación que posiblemente reúne todos los elementos esenciales del rock & roll hecho hasta 1971, incluso
hasta más allá. No es ningún pastiche, te recuerdo, sino un
poderoso cóctel al que te mantienes fiel.
BILL JANOVITZ
¿Qué se echa de menos? ¿Algún zumbido electrónico?
¿Arcanos sonidos de Moog? ¿Algún chirrido metálico disonante, voces pretenciosamente monótonas, “poesía” apenas
audible? Vale, ya sé, hay toda una plétora de nuevas ideas que
han hecho progresar al rock & roll. ¿O está ahí? Cuando mi
iPod transita al azar del «Ventilator Blues» de los Stones a
«The Gloaming (Softly open Our Mouths In The Cold)» de
Radiohead, y de ahí a «Yazoo Street Scandal» de The Band (un
sobrante de Music From Big Pink) y «Dorothy Mae» de Howlin’
Wolf, todo cobra sentido. Todas esas canciones, abarcando
seis diferentes épocas de música pop en tres países distintos,
son básicamente números de blues escritos e interpretados
por maestros. En manos menores, la percusión electrónica
posmoderna y ruidos usados por Radiohead habrían sonado
simplemente gratuitos. En «The Gloaming», las técnicas son
simplemente herramientas para añadir una perspectiva fresca, del mismo modo que The Band usaban el ultramundano
órgano de Garth Hudson como fantasmal efecto en «Yazzo
Street Scandal» o el polvoriento aullido de Wolf nos da un
susto de muerte con su implícita desesperación. Todas son
piezas paranoides, urgentes e insistentes. Como dijo Mick
Jagger en 1972 respecto a la “música electrónica”, “El auténtico experimento es lo que quieres decir. Puedes expresar
una idea muy pasada de rosca o experimental con una organización estricta, o puedes expresar una idea muy trillada,
aburrida y repetitiva organizándola experimentalmente”.
El crecimiento más importante rezumado por el rock
& roll se ha dado ampliamente en forma, estilo y presentación, cambiando dinámicas, instrumentación, embalaje y
por supuesto, ropas y peinado. La prensa musical inglesa en
particular (los semanarios, en cualquier caso) siempre ha in· · ·
EXILE ON MAIN ST.
terpretado nuevos peinados como indicativos de nuevas y
excitantes formas musicales, y las nuevas bandas continúan
practicándolo a granel. La grandeza de Keith Richards nunca
ha residido, como la de Sansón, en su peinado de confección
propia, aunque ciertamente ha contribuido a su atractivo. Y
el embalaje de Exile On Main St. fue diseñado tan brillantemente como muchos de los proyectos Stones. Pero es la
música que contiene lo que perdura décadas después.
No me malinterpretes, soy un chaval de la era punk rock y
muchas de esas bandas son mis héroes. También me gustan
los elementos del punk rock y disco de finales de los 70 que
tuvo en cuenta el LP de los Stones de 1978 Some Girls y que
parecieron recargar la energía de la banda. Y apruebo totalmente los elementos de Philly-soul y hasta el falso reggae que
Jagger adoptó para Black And Blue. Así y todo, aunque los
Stones han atravesado varias fases experimentales, siempre
han tenido canciones —incluso si éstas eran versiones— que
enjaezaban la emoción pura, la furia cruda del blues y el primigenio rock & roll. Los Beatles eran extraordinariamente
pulidos y sonaban como profesionales perfectamente tallados cuando fueron presentados al público americano. Comparativamente, los primeros Stones eran amateurs; frescos,
sexy, fanfarrones amateurs para ser exactos, pero de todas
formas amateurs. Andrew Loog Oldham, su mánager de entonces, tuvo que encerrar a Jagger y Richards juntos en una
habitación para que en 1964 escribieran su primera canción
original, «Tell Me». O eso dice la leyenda.
Pero lo que los Stones tenían, incluso entonces, era una
actitud innegable y una comprensión intrínseca de los idiomas del blues, soul, country y rock & roll americanos. Junto a
muchos de sus colegas de la British Invasion, explotaron en
· · ·
BILL JANOVITZ
los clubs de los 60s con el entusiasmo de los conversos. Los
Stones no sólo habían estudiado esos discos americanos, los
poseían. Y los regurgitaron con autoridad y honradez, añadiendo su propio sabor; los redifundieron entre la mayoría
de la juventud americana que no había oído realmente esas
formas musicales en sus estadios originales y primitivos. Se
convirtieron en cantantes de blues, soul y R&B, no en simples
copistas o ladrones (al contrario de, digamos, Led Zeppelin). Los Stones pagaron tributo a sus influencias musical
y literariamente, arrastrando consigo a Howlin’ Wolf a los
escenarios de los programas televisivos de música pop, por
ejemplo. Pero tampoco fueron ni ellos ni sus colegas simples
embajadores; posteriormente se apropiaron de esa música,
casi de inmediato, como es el caso con los Beatles. Parece haber sido la actitud, el pavoneo y la arrogancia del blues tanto
como las mismas canciones lo que atrajo a aquellos jóvenes.
Pero fue la composición de canciones lo que hizo de los Rolling Stones leyendas y les procuró longevidad, sosteniéndolos generación tras generación más allá de su fase de ídolos
juveniles.
A finales de los 60, los Velvet Underground habían estado
practicando disidentes saltos estilísticos musicales y ofreciendo desafiantes ínfulas líricas, e Iggy y los Stooges se encontraban al límite del volumen y la espectacularidad, desgarrando todo aquello que estuviera en la periferia de la música.
Pero esto eran tan solo variantes de lo que los Stones habían
transformado en éxitos durante casi una década. Puede que
esos grupos recordaran a los Stones que eran mejores en lo
primordial que en lo pretencioso, y que el ambicioso, Kinksiano y satírico aparte de Between The Buttons y el alucinado “tam· · ·
EXILE ON MAIN ST.
bién nosotros podemos hacerlo” de Their Satanic Majesty’s
Request eran en su mayor parte experimentos que mejor habrían hecho dejando en manos de otros. Los Stones nunca
fueron convincentes en su faceta psicodélica. Incluso la era
psicodélica de «Jumpin’Jack Flash» es la clase de riff blues rock
que definió a los Stones. En 1972, la energía pre-punk de
los Stones estaba todavía presente en el estrangulador ímpetu anfetaminoso de «Rip This Joint», casi tan desnucador
y primario como cualquier versión de «White Light/White
Heat» o «Raw Power». Era un toma y daca. “Quiero decir
que incluso nosotros hemos sido influidos por Velvet Underground”, contó Jagger a un entrevistador en 1977. “Te
diré exactamente lo que pellizcamos (de Lou Reed) también.
¿Conoces «Stray Cat Blues»? Todo el sonido y el modo en
que está dispuesto, lo tomamos del primer álbum de Velvet
Underground. Ya sabes, el sonido de «Heroin». ¡Por Dios
que lo hicimos!”.
Reed, Cale y compañía estaban creando artesanalmente
épicos drones de guitarra de 15 minutos y cantando documentalmente sobre drogas, sadomasoquismo y demás tan pronto como 1966 y 1967. Eran todas canciones de hoja afilada.
Este oscurantista, crudo, repetitivo y enorme riff de guitarra con forma de drone de Bo Diddley, y la maligna borrasca
vocal, esta influencia blues, siempre ha estado en los Stones,
incluso si parece que en ocasiones se hayan dejado llevar.
Pudo costarles a los Stones hasta 1969 dejarse ir con el extenso sturm-und-drang de «Midnight Rambler», pero el peligro
siempre ha estado presente en el blues. La fría decadencia no
ya solo del blues afroamericano, sino también de la variante
europea explorada por Bretch y Weil, Andre Gide, Thomas
Mann y otros, se halla muy presente en Exile.
· · ·
BILL JANOVITZ
De modo que aunque Joe Strummer declarara en 1977
“no Beatles, no Stones y no Elvis en el 77”, se trataba probablemente del resultado de la frustración de un cansado fan
ante el rostro de la grotesca autoparodia de sus antiguos héroes y su progresiva irrelevancia musical, del mismo modo
que se servía de ello como un eslogan publicitario, a la manera de los angry young men distanciándose de la generación previa. De hecho, un Strummer más viejo y mas sabio declaró a
la revista Uncut en 2002, “La verdad es que me gustan todos
los periodos de los Stones...”.
A finales de 1970, los abusos colectivos de los Stones,
sus ínfulas jet set, sus líos de cama, sus jeringas clavadas y sus
esnifadas de polvos ya no eran lo bastante conmocionantes para muchos de sus fans como elementos ajenos con los
que mantener a flote sus discos por mucho tiempo. La decadencia de la aristocracia rock estaba sangrando desidia, en lo
que muchos fans percibían como esfuerzos medio sentidos.
No permitamos que en su decadencia se hunda también su
música, ¿de acuerdo? El propagandismo de Strummer, o al
menos el sentimiento que tras él se hallaba, pareció tener
cierto efecto: los Stones respondieron disparando uno de sus
discos más perversos y esquemáticos en años, Some Girls.
Y las letras volvían sobre la pista del demoníaco modo de
vida lacerado, desgarrado y andrajoso que de hecho parecía
inspirado y, si, urgente. Le recordaba a la gente Sticky Fingers
y Exile On Main St., discos de los primeros 70s en los que
los Stones estaban sosteniendo el testigo de la promesa de
una generación que se deslizaba hacia la irrelevancia, bajas en
combate, “la vida diabólica” llevándoselos en sus coletazos.
Y entonces, incluso mientras observaban y avisaban, desde el
punto de vista de muchos de sus fans, sucumbieron, tan in· · ·
EXILE ON MAIN ST.
defensos como el Mick Jagger protagonista de «Rocks Off»:
“Quiero gritar pero apenas puedo hablar”.
Exile no es la grabación mas nítida, pero esa es una crítica
muy fácil. Si vas a comentarlo con productores musicales o
ingenieros de sonido (lo cual no es algo que yo recomiende),
deberías prepararte a encontrar muchos que incluso dirían
que suena decente. “Caldoso” y “pantanoso” son dos adjetivos
bien empleados con los que uno tropieza leyendo sobre este
álbum. Esto es más que una exageración, no obstante, y aún
así persisten tales impresiones sobre el disco. No es una colección de interpretaciones virtuosas. Aunque algunos temas
muestran continuidad, en lo que a mí respecta no es un disco
conceptual. A no ser por, o a pesar de, su duración, Exile no
parece reflejar ninguna extraordinaria o grandiosa ambición
de trascender el rock y elevarlo a otro nivel, tío. Por el contrario,
parece mostrar sus autoimpuestas limitaciones. De hecho, en
ocasiones suena antiguo. Otras veces suena completamente
actual y moderno. Suena, en varios momentos, underground y
un poco experimental, y en otros clásico y hasta nostálgico.
Exile suena exactamente como debería hacerlo el rock
& roll: un puñado de músicos tocando juntos en la misma
sala un puñado de grandes canciones, tocando los unos para
los otros; comunión musical, sonidos sangrando sobre sonidos, baterías vibrando incluso cuando nadie las aporrea,
amplificadores chisporroteando, botellas cayendo, pies arrastrándose, voces fantasmales murmurando a micro abierto o
cerrado, exclamaciones de excitación, gritos de ánimo, interpretaciones sin red, sin máscaras, urgencia. Es la clase de
disco que va mas allá de las mismas canciones para crear un
monolítico sentido de la atmósfera. Transporta un sentido de
· · ·
BILL JANOVITZ
espacio, tiempo y espíritu, y aún así es atemporal. Su influencia todavía puede ser sentida hoy. Keith Richards ha dicho
irónicamente que fue “el primer disco grunge”.
Aquí está el sonido no sólo de los Stones, sino del rock
& roll como un todo ocupando los 70s, a medida que la música crecía. Es el sonido de la madurez, no en el sentido de
hippies crecidos rasgando guitarras acústicas y mirándose
introspectivamente en busca del alma y todo eso, sino en
el sentido de un antiguo adolescente contestatario y rebelde
sintiéndose cómodo consigo mismo. Oh, sí, esto es lo que soy, lo
que siempre debería haber sido, lo que siempre debería ser.
Mientras Exile contiene algunas composiciones indiscutiblemente clásicas y uno o dos éxitos genuinos, la mayor parte
del disco parece ocupada por felices accidentes e inspirada
espontaneidad. El productor Paul Q. Kolderie (Belly; Radiohead; Pixies), con el que he trabajado con Buffalo Tom, tenía
catorce años cuando Exile fue publicado. “Me dio de lleno:
su aspecto, su extensión, parecía demasiado, tanto que podías perderte en él”, me dijo (Sí, he ignorado mi consejo de
no hablar con productores).
Parecía tan vibrante y enrollante y extraño, y ningún álbum
de rock, en mi opinión, ha sonado como ese...Me impactó a
tope, como, “qué cojones, esto no son los Beatles”. Aquel
verano «Tumbling Dice» salía por todas las ventanas y todos los coches. Era tan impresionante que hubieran hecho
un disco tan desvencijado y chapucero y que viniera con
una canción como aquella, que lo clavaba —ignoro si fue
número uno pero resultó un éxito enorme—, un single tan
bueno, un clásico que todavía tocan en la actualidad.
· 10· ·
EXILE ON MAIN ST.
Aunque Exile On Main St. acabara siendo la llave que me
abrió todo un mundo, no fue mi primer disco de los Stones. Había heredado de mis vecinos algunos viejos singles: un paquete
de singles anudado por un cordel que mayormente pertenecían
a la British Invasion de los 60, e incluían algunos de los Stones con el logo azul del sello London, la cuerda pasando por
los agujeros centrales de los discos, apilados y anudados y listos
para ser surcados por mi cutre aguja. Yo carecía de la ventaja
de contar con parientes mayores de los que heredar su música.
Pero aquello me proporcionaba la sensación de un descubrimiento personal que me colmaba mucho más. También heredé
de otros vecinos algunos LPs mono de los Stones como Out Of
Our Heads. Hasta que acabé por comprármelos yo y construir mi
propia colección Stone. Creo que tenía Sticky Fingers, Let It Bleed,
desde luego Hot Rocks, y algún otro con anterioridad a mi llegada
al santo grial de Exile. Necesitaba aquellos LPs sencillos, más
fácilmente digeribles, así como los de grandes éxitos —cada uno
enriquecido por éxitos oficiales o potenciales— antes de poder
acceder al imponente, extenso e impenetrable Exile.
Para cuando tenía trece años, los Stones eran visiblemente
ubicuos en mi vida: pósteres en mi pared, apareciendo intermitentemente en mi programa de TV favorito Saturday Night
Live, en la revista People mientras me cortaban el pelo (lo que
hacía con mas frecuencia de lo que habría deseado). Una pieza
esencial que me faltaba era Exile On Main St., aquel álbum enigmático enfundado en un collage en blanco y negro, con el título
y el nombre de la banda apenas legible, garabateado descuidadamente a mano, como los de Neil Young, otro héroe de mi
adolescencia. Por entonces el álbum solo tenía unos años, pero
parecía antiguo. Seis años es mucho tiempo cuando transcurren
entre el parvulario y sexto grado.
· 11· ·
BILL JANOVITZ
De algún modo, el día de Navidad de 1978, en lugar de ser
yo el que desenvolvía el papel de regalo para encontrarse con
una copia de Exile, el afortunado fue mi hermano pequeño,
Paul. Yo estaba convencido de que aquello era un error, incluso
aunque él intentara imitar cada uno de mis movimientos por
entonces, y muy bien hubiera podido pedirlo él. No recuerdo la
discusión que siguió ni las súplicas que hice a mis padres. Estoy
seguro de que fueron tan dramáticas y lógicas como cualquier
cosa dicha por Oliver Wendell Colmes (“Damas y caballeros
del jurado, les supliiico...”). A pesar de todo, mi hermano estuvo encantado con el regalo. También se estaba convirtiendo
rápidamente en un erudito del rock & roll. No me quedó otra
que manejarme y tratar directamente con él. Casi de inmediato,
maniobré planeando y ejecutando un golpe, al estilo del trueque
de tierras de los nativos con Manhattan, que me hizo parecer el
Donald Trump del coleccionismo discográfico.
Impávidamente, cambié a mi hermano siete u ocho de mis
discos de Led Zeppelin por ese disco de los Stones. No me lo
pensé dos veces. En aquellos momentos, era como apostar al
caballo ganador. Hasta la fecha, ambos pensamos que fue como
un buen cambio de cromos de baseball en el que ambas partes
obtuvimos lo que queríamos y resultamos satisfechas. Por supuesto, posteriormente recuperé esos discos de Led Zeppelin
en versión CD (escucho la voz de Plant e intento ignorar estrofas como “si hay un bullicio en tu seto no te alarmes/solo es una
rociada para la Reina de Mayo”); pero todos ellos juntos no le
llegan a la suela de los zapatos al mejor disco de rock & roll de
todos los tiempos.
Sostuve la recompensa en mis manos, observé la portada,
hipnotizado por el extraño mundo que prometía contener.
· 12· ·
EXILE ON MAIN ST.
Lo que parecía ser un collage recorta y pega de fenómenos
de feria estaba en una cara, en la otra había rollos de película fotográfica con las caras de los mismos Rolling Stones,
una no muy sutil yuxtaposición de imágenes espejo. Después
de todo, los Stones eran bizarros forajidos; jóvenes anglos
interpretando los idiomas musicales de América; melenudas
amenazas a la decencia en su periodo primigenio; luego evadidos a Francia para exiliarse de los impuestos, cansados de
las presiones de las autoridades inglesas. En el interior, en la
portada abierta y las fundas individuales, el collage continuaba: instantáneas conteniendo escenas de extraña Americana
de los años 50, máquinas de discos, veteranos saludando,
más diapositivas de la banda comiendo, bostezando, sosteniendo violentos titulares de prensa; todo yuxtapuesto con
fragmentos de crípticos pedazos de letras, frases como “te
di los diamantes/y tu a mí la enfermedad”, “debo raspar la
mierda de las suelas de tus zapatos”, y “no quiero hablar de
Jesús/sólo quiero ver su rostro”.
Si Exile On Main St. establece el baremo de cómo debería
sonar el rock & roll, la presentación del disco dictó el estándar
de como debería lucir: crudo, enigmático, fantasmal, imágenes en blanco y negro de la banda en varias localizaciones.
He aquí un ejemplo básico de la trágica reducción del arte
grafico que se hizo inevitable cuando los CDs arrinconaron
los álbumes de doce pulgadas. Gran parte del concepto fotográfico es obra de Robert Frank, un suizo emigrado a Estados Unidos cuya pionera colección The Americans dio de
pleno en el corazón roto de América y su gente, tanto en
localizaciones urbanas como rurales.
Mira un poco más de cerca: El collage de la portada de Exile
es de hecho una única fotografía, aparentemente tomada de la
· 13· ·
BILL JANOVITZ
pared de un salón de tatuajes neoyorquino, una foto obra de
Frank. Las fotos —algunas de las cuales aparecen en el diseño de Exile— fueron tomadas durante un viaje en coche de
segunda mano a través del país entre 1955-56, financiado en
parte por una beca del Guggenheim. El libro resultante fue
muy influyente tanto en forma como en contenido. Si no el
primero, The Americans fue uno de los primeros ejemplos de
un libro fotográfico que dedicaba una página entera a cada
fotografía, con páginas en blanco alternándose al lado opuesto. Las fotografías están ostensiblemente tomadas en un estilo verité, pero los resultados son tan subjetivos como muchas
influyentes obras de arte, particularmente poesías. Frank ha
dicho, “Cuando la gente observa mis fotografías, quiero que se
sientan como cuando releen un verso de una poesía”. Como
Jack Kerouac escribió en la introducción del libro, “Robert
Frank, suizo, nada entrometido, agradable, con esa pequeña
cámara que empuña y dispara con una sola mano extrae un
triste poema directamente de América para plasmarlo en película, obteniendo rango entre los poetas trágicos del mundo”.
También escribe Kerouac en su introducción, que las fotos le recuerdan “ese loco sentimiento en América cuando el
sol calienta las calles y la música surge de una jukebox o de un
funeral”, lo cual se ajusta perfectamente a Exile On Main St.
Frank coincidió con Kerouac en una fiesta en Nueva York
al poco de la publicación francesa de The Americans (no pudo
conseguirse una editorial americana hasta al cabo de un año de
la publicación francesa). En fotografías tales como “Rooming
House - Bunker Hill, Los Angeles”, Frank proveía un paralelismo fotográfico con las obras no solo de los beats, sino que
amplificaba a los predecesores beat como el autor John Fante
(Espera la primavera, Bandini).
· 14· ·
EXILE ON MAIN ST.
Resulta idóneo que el altamente impresionista escritor
Jack Kerouac fuera elegido para escribir la introducción al
pionero trabajo de Frank, del mismo modo que parece acertado que los Stones escogieran a Frank para proveer el arte
gráfico del álbum. El de Frank es un viaje visual —y el de los
Stones aural y musical— a través de América y otro “pequeño y triste poema surgido de América”. Las fotos de Frank
son profundamente conmovedoras, cauterizando su imagen
en la retina mental del observador, particularmente si éste es
un introspectivo adolescente de zona residencial que las ve
por primera vez; expuesto en toda su frescura a esa “otra”
América que a veces precisa del ojo de un extraño para ser
vista. Más tarde, libros de Diane Arbus y trabajos del mentor
de Frank, Walker Evans, llegarían a mis manos, pero yo era
un bisoño adolescente de Long Island, hambriento de descubrir lo que Greil Marcus llamaría “esa antigua y extraña América” en su libro Invisible Republic: Bob Dylan’s Basement Tapes.
Frank, otro obvio exiliado, se dio a conocer por su habilidad para desaparecer literalmente, para fundirse con sus
entornos, capturando con su pequeña cámara las caras, los
pequeños dramas, la superficie americana que observaba.
Pequeñas cosas dadas por hechas en América le fascinaban:
señales, coches, ropas, actitudes. De un incidente con un sheriff que le echó de la ciudad, dijo, “Pensamos que esto sólo
ocurre en las películas”.
Las fotos en The Americans tienden a concentrarse en
pequeños espacios. Una instantánea de un bar vacío en Las
Vegas donde un chaval con una llamativa camiseta mira el
brillo de una gramola —utilizada por los Stones en la portada de Exile— parece claustrofóbica, mientras la luz diurna
intenta penetrar por los ventanucos de las puertas. Se diría
· 15· ·
BILL JANOVITZ
que el bar siempre se aprecia nocturno por naturaleza, luchando contra el mundo exterior. Casi todo está débilmente
iluminado, y el blanco y negro lo cubre todo. Hasta las fotos
de exteriores, las fachadas de los edificios de ladrillos, poseen
esa luz melancólica a lo Edward Hopper. Hay un sentimiento
insular en el libro como un todo, una cualidad circundante
que vuela ante la cara de la romántica visión de una América
“de mar a mar brillante”, con planicies barridas por el viento
de “olas ambarinas de grano” En su lugar encontramos esos
pequeños lugares, una América gótica de funerales, cruces,
tormentosas colinas peladas; con personajes reminiscentes
de «Eleanor Rigby» agarrándose a fugaces momentos de
simple felicidad e interacción humana, mientras el reloj de
la condición humana marca su tiempo; “vidas de resignada
desesperación”, con sólo fotografías ofreciendo alguna medida de inmortalidad a esas almas anónimas. Como Kerouac
precisa en la introducción “finalmente acabas sin saber si una
máquina de discos es más triste que un ataúd”.
En el indispensable libro de Dominique Tarlé, Exile —
otra colección de asombrosas fotografías tomadas por Tarlé
durante las sesiones de Exile On Main St.— el mandamás de
Rolling Stones Records, Marshall Chess, hijo del fundador de
Chess Records Leonard Chess, recuerda: “Con el paso de los
años, en los Stones permitimos escritores y fotógrafos, los
idóneos, aquellos que pudieran encajar en nuestro mundo.
Gente como Robert Frank, al que me convirtió Mick tras ver
su libro The Americans. Robert se dio a conocer como padre
del realismo porque se hacía tan invisible que la gente podía
hacer cualquier cosa ante él. Lo escogimos para hacer la portada de Exile, para la cual usó filmaciones en Super 8”.
John Van Hamersveld fue tan generoso como para com· 16· ·
EXILE ON MAIN ST.
partir conmigo algunos de los aspectos logísticos de la elaboración de la portada de Exile. John ha sido un artista gráfico
de la contracultura que floreció en Los Ángeles a mediados
de los 60. Tras diseñar carteles de conciertos para Pinnacle
Promoters y pósteres de películas como el del clásico film
surf Endless Summer, se pasó a las portadas de discos, diseñando la del LP Magical Mystery Tour de los Beatles. En 1970
creó el póster Johnny Decco (alias Johnny Face), un tipo sonriente con trazos de cómic y labios prominentes, que según
él influyó en el famoso logo de los Stones “Lengua-y-labio”,
diseñado por John Pasche y Jagger, que debutó en la portada
de Sticky Finges (Jagger ya había sido fotografiado con anterioridad vistiendo una camiseta Johnny Face).
En 1971, empezando a concentrarse más en amortizar
su éxito como diseñador de portadas de álbumes, Van Hamersveld conoció al fotógrafo y director artístico de United
Artists Records, Norman Seeff, “un artista tipo beatnik de
Johannesburgo, Sudáfrica”. Seeff tenía un trato con los Stones para diseñar un libro de canciones. Ambos recibieron la
llamada para encontrarse con Jagger y Richards en la villa
de Bel Air donde residían los Stones en Los Ángeles mientras daban los toques finales a Exile en los estudios Sunset
Sound. Como Van Hamersveld escribió en «Imagining the
Stones», su post scríptum al libro de Tarlé:
Mientras me encontraba allí, sentado al lado de Jagger, Robert Frank entró en la sala con una pequeña cámara Canon
de Super 8. Sabía de él por un encuentro que mantuvimos
en Nueva York en 1968. Al irme, se llevó a Jagger a la parte
baja de Los Ángeles para filmarlo en las zonas más asquerosas de Main Street.
· 17· ·
BILL JANOVITZ
Muchos aficionados saben que los Rolling Stones romantificaron la América de la década de 1950, de la misma manera
que gente como yo responde a los cénits de los Stones en los
60s y 70s, y Exile en particular. Van Hamersveld me contó
que la banda se veía a sí misma llevando la antorcha no sólo
de los artistas de blues que emulaban, sino de todo tipo de
artistas, incluyendo aquellos asociados con los Beats:
Debes tener en cuenta que entonces, en 1972, Robert
Frank tenía 50 años, y estaba allí de pie en una habitación
de Bel Air, una villa mediterránea, un mundo antiguo que
ellos, los Stones, imaginaban, un mundo de salud y éxito,
post dandies de la cultura pop, post hippies, reconvertidos en
bluesmen mirando atrás hacia los 50, (Marshall) Chess y sus
contactos. Frank el fotógrafo, sosteniendo la cámara de 8
mm bajo su brazo, es allí un viejo hipster de los 50, como un
artista de Nueva York, mientras ellos exteriormente, adoraban a Frank por sus contactos con la actitud beat, y fumaban
yerba con Gingsberg. ¡Ellos eran los Beat! Nos sentamos allí
en los sofás, nosotros estábamos en la treintena, los nuevos
enrollados, él como figura paterna...
Jagger supo cómo vender todo aquello. Siempre había sido
un estudiante de la cultura pop americana en general, con
una clara tendencia hacia los artistas sobresalientes. Como
con Elvis Presley antes que ellos, los Stones ya habían mostrado una bien desarrollada habilidad para asimilar y negociar con el underground y la cruda cultura callejera. Al contrario que Elvis, de todas maneras, que estaba hundido en las
trincheras, nacido pobre en el sur, Jagger era un decadente
chaval de clase media alta de los suburbios de Londres, que
había pasado su adolescencia escuchando blues, soul, country y
· 18· ·
EXILE ON MAIN ST.
rock & roll. De alguna manera, con su desbaratada guitarra,
Richards, como catalizador, había sido capaz de capturar la
esencia de las formas musicales de las raíces americanas, de
tal modo que evolucionó deprisa de aficionado imitando a
sus ídolos a un diestro e influyente, magistral cantante de
soul. Olvida el calificativo “ojos azules”; Jagger es por derecho propio un gran cantante de soul y blues. Por ejemplo, sus
interpretaciones de «Let it loose» como una balada soul de
esencia gospel, o «All down the line» como cara B, una aceleración donde la sobreinterpretación de Jagger podría competir
con similares temas rápidos de Otis Redding, Don Covay, o
cualquiera de sus influencias southern soul.
Presley, un héroe primerizo de Jagger, fue capaz de cultivar similares habilidades una década o más antes, integrando
y poseyendo sus influencias, produciendo así algo nuevo. Sin
embargo, mientras Presley creció rodeado de cultura afroamericana, Jagger tuvo que hacérselo con fuentes de segunda mano y difíciles de encontrar. Pero como Presley, James
Brown y otros, Jagger conectó convincentemente una engañosa mezcla de sexualidad blues explosivamente machista
cortada con una dosis de androginia, mayor en el caso de Jagger que en el de Elvis, pero quizá no tanto como, digamos,
Little Richard, otra influencia clave en los Rolling Stones.
¿No es una maravilla, entonces, que Jagger no sólo comprendiera cómo vender a la banda musicalmente, sino visualmente también? Había tomado la batuta del ex-manager
Andrew Loog Oldham, que había contribuido a construir la
imagen primeriza de los Stones como primos oscuros de los
Beatles. Keith recuerda sentirse atraído por Oldham en parte
porque, trabajando a las órdenes de Brian Epstein, “reunió
todas esas fotos tan atmosféricas (de los Beatles) que ayuda· 19· ·
BILL JANOVITZ
ron a venderlos en primera instancia”. Tomando el mandato
de Oldham, Jagger fue capaz de refinar el truco de esa imagen de malos chicos en una imagen de “chicos malos de la jet
set” más madura y matizada, aristócratas de un decadente rock
& roll. Ya sabes, ese tipo de cosas de las que luego cantó en
sus tardíos regresos a las raíces como «Some Girls».
Vale, ahora somos socialmente respetados
No nos preocupan las cosas que solíamos ser
Hablamos de heroína con el presidente
Sí, señor, hay un problema, pero no puede ser resuelto.
“La realeza teniendo un crío”, era un dicho que citaba a menudo un burlón Keith Richards en Nellcôte, mientras Mick
estaba por ahí con Bianca durante su embarazo, coincidiendo con la grabación de Exile On Main St.
Los Stones todavía podían transmitir la sucia sensación
del marginado underground, incluso a pesar de estar convirtiéndose en la banda más grande del mundo. No eran Iggy y
los Stooges ni Lou y la Velvet; habían sobrevivido a los Beatles y tenían que demostrar que no se dormían en los laureles.
Pero los seguidores suspiraban por alguien sobre el que depositar todo el peso, capaz de otorgar incluso una brizna de
significado a toda la muerte y oscuridad que acompañaban al
fin de los 60s y el cínico vacío que estaba mirándoles por encima del hombro desde el tonel de los 70s. Van Hamersveld
recuerda la reacción de Jagger a su diseño para la portada
del disco cuando lo llevó a los estudios Sunset Sound para
enseñárselo a la banda:
· 20· ·
EXILE ON MAIN ST.
“¡Les encantará!” Comprendí con claridad a lo que se refería. “Les” es una muestra evidente de lo que el artista sabe
sobre su público. Esto es lenguaje visual pop, la presunción,
y el reflejo del espectáculo paralelo que se da en el entorno y las interioridades del negocio. ¡La Locura del Negocio
abierta de par en par!
Frank filmó la película Super 8 de la banda merodeando por
Main Street en la degradada parte baja de Los Ángeles, la
versión local del Bowery de Manhattan. Estando todavía en
LA, Jagger le contó a Robert Greenfield de Rolling Stone que
Main Street era “el auténtico estómago de la ciudad”, donde
“puedes ver chulos, los destellos de las navajas”. Como Frank
pudo haber hecho décadas antes, Jagger cogió a Frank y su
cámara cinematográfica y salieron a buscar cierto aspecto de
América: la calle auténtica y peligrosa, Main St. Recuerda:
Jagger le dijo a Marshall Chess que Frank era “el padre del
realismo”. Los Stones andaban detrás de algo: un cénit/zeitgeist de los primeros 70s.
De modo que allí, en la contraportada y las fundas interiores, se encuentra a la banda en distintos encuadres: caminando por la calle, bajo las marquesinas de salas porno,
riendo. Acompañando estas fotos hay fragmentos de letras
garrapateados, frases que ni siquiera coinciden necesariamente con las versiones grabadas, y más fotos de la banda,
a modo de fotogramas de Super 8 repetidos, añadiendo un
tinte si cabe más surreal, un rastro drogadicto. En el centro
de la contraportada se encuentra una foto de Jagger, bostezando. ¿Es cansancio?, ¿Desidia? Complementa la languidez adormecida y resacosa del disco. Pero también vemos a
los “colegas” Jagger y Richards prácticamente hombro con
· 21· ·
BILL JANOVITZ
hombro ante el micrófono en el estudio, una cálida luz brillando detrás, una botella de whiskey Old Grand Dad en las
garras de Jagger, una lata de cerveza en las de Keith.
Si hay una fotografía singularmente responsable de mis
fantasías rockeras, que me hiciera descubrir a temprana edad
lo que quería hacer y ser, finalmente conduciendo a mi estancia en una banda, era esta. Como en todas las fotos en
directo de ambos en la clásica pose, los dos compartiendo
micrófono, aquí parece darse una relajada camaradería entre
los dos músicos. Parecen estar pasándolo en grande cantando juntos. Yo no quería nada más que ese placer tan simple.
Parece que muchos rockeros sienten lo mismo. A veces parece
que Aerosmith hayan modelado su imagen entera a partir de
este tipo de fotos de Jagger y Richards. Y en mi conversación
con el productor Paul Q. Kolderie, él también señaló esas fotos, remarcando que su imagen distinguía a los Stones de sus
colegas de profesión, especialmente de las bandas americanas. “Los Stones parecían estar cocinando su propio brebaje
inglés con todo, y tenía mucho más que ver con su aspecto:
el pelo encrespado”, explicaba Kolderie, recordando su perspectiva como impresionable quinceañero. “Esa foto en Exile
con Mick y Keith haciendo coros —que es una foto tomada
en L.A., ¿verdad?—, con el Old Grand Dad, te hace pensar,
vale, eso es lo que es la vida para mí, colega. Eso y Miedo
Y Asco En Las Vegas arruinaron mi vida porque daban a
entender que lo más enrollado que podías hacer era pasarte
tanto como fuera posible”.
Mientras los Stones suscribían cierta tradición, una variación de lo explorado por Frank y Kerouac, la banda también
promocionaba su propio mito del rock & roll: Una banda
de jóvenes amigos en su mejor momento, viviendo en una
· 22· ·
EXILE ON MAIN ST.
gran mansión en la playa en Francia, grabando durante toda
la noche en el sótano, chavalas, drogas, y priva a espuertas,
corriéndose una juerga cada noche. Bien, quizás lo único mitológico sea la última parte. Todos sabemos de la relación
amor/odio entre los Glimmer Twins. Cuando eres un adolescente —como lo era yo cuando tenía esos sueños del grandeur
rock de Exile— todo lo que quieres hacer es pasar el tiempo
con los amigos. ¿Qué otra cosa sino una juerga podría ser
pasarte cada noche improvisando música con ellos?
Bueno, todo lo que a mí me costó, cuando por fin pude
saborear un pedazo de la fantasía del rock & roll, fue quizá un año grabando y actuando antes de que esa romántica
noción del “un buen rato, todo el rato”, como el personaje
Viv Savage tan elocuentemente exponía en This Is Spinal Tap,
fuera completamente desenmascarada. Seis o doce semanas
juntos, y tus colegas y compinches musicales se transforman
en tus molestos hermanos, o tu compañero de dormitorio
en la residencia universitaria con su novia allí durante el fin
de semana: parece que no puedas escaparte de ellos. Y de
acuerdo con todas las crónicas sobre la grabación de Exile
On Main St., aquella enorme villa empezó a sentirse terriblemente claustrofóbica y disfuncional a veces, especialmente
cuando se acercaba el fin de las sesiones.
Y nadie, nadie, puede parecer tan “elegantemente pasado” como Keith Richards, capturado por el fotógrafo adecuado. Las cutres instantáneas que existen de mi época en la
carretera muestran mayormente a tipos abotargados con los
ojos rojos, no sólo a causa de la priva sino por los flashes de
cámaras baratas, sentados frente a viscosas bandejas de delicatessens y grafitis fálicos alemanes en armarios haciendo las
veces de camerino; no como yo lo había imaginado.
· 23· ·
BILL JANOVITZ
Después de que Frank extrajera fotogramas de sus películas de Super 8, Van Hamersveld fue el encargado de juntar
todas las piezas. Tal como me dijo, “Parecía que yo me había
convertido en el arreglista artesano, un místico del diseño
que me había dejado caer para dar mi bendición. Este fue
el proceso, en un clásico estilo de impresión de una imagen
artística para la historia gráfica, como mito. Todas las piezas
y partes tenían sentido”. Las postales que acompañaban al álbum original y subsiguientes reediciones en CD procedían de
una frustrada sesión fotográfica con Seeff (Keith llegó tarde y tropezó mientras era fotografiado) que fue considerada
como posible fuente de la portada del álbum. “Haz postales”,
fue lo que un poco predispuesto a disculparse Richards les
dijo a Van Hamersveld y Seeff, haciendo un movimiento de
acordeón con sus manos. Se consiguieron algunos bolígrafos
en la tienda de arte Flax y Jagger garabateó los incompletos
créditos, incluyendo errores, omisiones y demás.
El disco cambió su título inicial de Tropical Disease por
su actualmente famoso nombre. “Éramos exiliados y había
cierto espíritu en el álbum...puedes despreciarnos pero no
puedes librarte de nosotros”, contó Keith Richards en una
entrevista en 2002 para Mojo. “¡Quién iba a entenderlo si lo
titulábamos Exile on the Rue Des Bosches! Y desde 1964 o 65
habíamos estado pasando seis meses de cada año en América, y muchas de las canciones, de las cosas que surgían, son
cosas en las que has estado pensando en la carretera. Básicamente es todo música americana, o si quieres ir más lejos,
todo es africano”. Quizá sea obvio señalarlo, pero el mismo
Frank era un exiliado en Main St. USA, durante su viaje cruzando el país. Los Stones se identificaban claramente con
esto, aunque nunca podrían pasar inadvertidos, no con toda
· 24· ·
EXILE ON MAIN ST.
su fama. Podemos ver esto expuesto en la película que Frank
rodó en la subsiguiente gira americana para promocionar
Exile. Los músicos parecen exóticos gitanos o extraterrestres
en vestíbulos de hoteles, garitos sureños y sitios así.
Viendo Exile, se supone que debemos creer que estos
refugiados fiscales en la Riviera, más que en las playas mediterráneas, pasan su tiempo libre en asquerosas calles departiendo con proxenetas frente a cines porno. Y, de hecho, nos
lo tragamos. Queremos suspender nuestra incredulidad. Y lo
podemos hacer tan fácilmente porque la música por sí sola
es muy convincente. Pero es una combinación de memoria,
fantasía, imaginación y la realidad de la banda en aquellos
momentos lo que conforma el disco. Como Bill Wyman detalla en su libro Stone Alone, los Stones en su primera época
vivieron y tocaron en la miseria. Y Keith tenía que frecuentar
de vez en cuando sombríos lugares con objeto de alimentar
su hábito. En un artículo de Rolling Stone documentando la
“gira de despedida” de Inglaterra en 1971, Robert Greenfield
describe la misma clase de camerinos roñosos “llenos de parásitos” sobre los que Jagger canta en «Torn and Frayed».
Más de una década después, cuando Van Hamersveld se
encontró con John (Johnny Rotten) Lydon para comentar
el encargo de diseñar el disco de Public Image Limited This
Is What You Want, 1984, Lydon reconoció que el diseño de
Exile fue una influencia en el aspecto gráfico crudo, de recorta y pega y el blanco y negro, del punk de los 70s. Parece
que esta influencia fue mas profunda que el mero aspecto de
la superficie (créditos garrapateados, titulares de periódicos,
etc.). Como recordaba Van Hamersveld, Lydon también señaló que el arte gráfico de Exile enseñó a los nacientes punk
rockers que el aspecto de la portada informaba de la imagen
· 25· ·
BILL JANOVITZ
general de la banda y preparaba al oyente para lo que él o
ella estaban a punto de escuchar. Así que mientras la música
influía ciertamente sobre la decisión de la imagen que debía
tener el disco, también funciona a la inversa; el diseño gráfico
informa al oyente de como debe sentir respecto a la música
que contiene.
“Aparentemente Exile no intenta nada nuevo, pero la
sustancia es nueva”, señala Van Hamersveld. Y el punk rock,
especialmente en sus albores, no era nada nuevo en su base;
eran los mismos tres acordes y voces del rock & roll, aunque
exagerados en su dispensación y quizá algo más crudos en su
forma que gran parte del rock mainstream de esa era. Lydon, y
especialmente el mánager de los Sex Pistols, Malcolm McLaren, habían aprendido que todo se basaba en presentación
y marketing. John Hamersveld había aprendido esa lección
años antes como artista comercial y a través de su trabajo
con artistas como los Rolling Stones. Éstos últimos estaban
vendiendo, o al menos definiendo, un estilo de vida para él y
sus contemporáneos. Recuerda haber acumulado un “paisaje
cultural” a medida que pasaba 1970:
Sexo, drogas y rock & roll se han abierto paso en el lenguaje
pop. El aspecto del Pop Art de consciente inocencia en los
primeros sesenta ha cambiado a finales de década a una
imagen artesanal y refinada, herramienta de marketing para
las compañías discográficas. (En cuanto a) Keith: Mucho
de lo que aprendí en la escuela de arte me lo llevé conmigo.
Lo concerniente a vender un aspecto, una actitud, una imagen, como la clase de peinado que deseas. En los setenta el
diseño de los labios y la lengua de los Rolling Stones es la
imagen más sexual en la cultura de los medios. La boca y
· 26· ·
EXILE ON MAIN ST.
las palabras de Jagger se han convertido en un símbolo y en
una marca registrada para ser comercializada en 1971.
Cualquiera familiarizado con las entrevistas con Keith Richards a lo largo de los años, pero particularmente aquellas
aparecidas al mismo tiempo que el primer disco en solitario
de Jagger, habrán advertido lo importante que es el concepto
de la banda para Keith. En Exile On Main St., el ego musical
individual es sublimado por el bien del conjunto. La suma de
las partes es mejor. Siempre que le asaltaba la idea de un disco en solitario, Andy Johns decía que Keith se la quitaría de
la cabeza. En Keith Richards. Life as a Rolling Stone, de Barbra
Cherone, Johns recuerda que seguía presionando a Keith con
esa idea después de todos los coros en Villa Nellcôte, y con
más insistencia tras grabarse «Happy»:
Keith empezó a cantar esas canciones de vaqueros y su
voz era increíble. De modo que le dije “Maldita sea, Keith,
¿cuándo vas a grabar un álbum con tus propias canciones?,
eres muy bueno”. Y Keith replicaba, “no, tío”. Pero seguí
insistiendo, y por lo general me salgo con la mía.
Durante un mes no le presioné demasiado, y al final
dijo, “Escucha, si hago un puto álbum propio, de todas maneras querré que todos los chicos toquen en él. De modo
que será un puto álbum de los Rolling Stones, ¿no? ¿Por
qué no seguimos con el álbum de los Rolling Stones que
estamos grabando ahora?”. Aquello me descolocó.
Si ya había una mentalidad de pandilla, una actitud de “estamos todos juntos en esto” antes de su autoimpuesto exilio en
Francia, la relación como grupo se cimentó aparentemente
durante la grabación de Exile On Main St. Lo que no signifi· 27· ·
BILL JANOVITZ
ca que se convirtieran en una familia feliz, aunque eran una
familia, eso sí, ligeramente disfuncional. Tras el calentón de
todas las redadas por drogas, la muerte de Brian Jones, y luego las vueltas de tuerca financieras a raíz de los impuestos,
la banda se sintió forzada a salir de su propio país, perseguida por las autoridades. Habían estado apurando sin respiro
malas decisiones empresariales y contratos explotadores; el
más reciente, con Allen Klein, era el mal negocio que superaba todos los malos negocios. Necesitaban la ayuda de uno
de los amigos sociales de Jagger, Prince Rupert Lowenstein,
para esclarecer los pros y contras de convertirse en exiliados
fiscales. Les recomendó dos años en Francia.
“En cierto modo era algo grande para la banda”, declaró
Richards a la revista Mojo. “Todos teníamos que mirarnos
unos a otros a los ojos y decir, ‘De acuerdo, lo haremos en
el exilio, en Francia’...en cierta forma creo que fue entonces
cuando los Stones decidieron, estaremos en esto por más
tiempo de lo que nadie pensaba, ni siquiera nosotros”.
Los miembros de la banda acabaron de hecho bastante
dispersos, con Charlie Watts cerca de Avignon y los recién
casados Mick y Bianca Jagger en St. Tropez; lo que aparentemente agradaba a Bianca, que deseaba permanecer distanciada del proyecto. La compañera de Bill Wyman durante
muchos años, Astrid Lundström, ha dicho que hasta la grabación de Exile, los Stones y sus familias raramente socializaban fuera de la banda y de las actividades a ésta asociadas.
“Los Stones sólo se reunían para trabajar”, declaró. “Pero
aquí, de pronto todos fuimos arrojados juntos en un país
extranjero, teniendo que vernos más a menudo”. El propio
Wyman apunta que cuando fueron allí inicialmente, la banda
socializó a menudo y por voluntad propia. “El sábado Keith
· 28· ·
EXILE ON MAIN ST.
llegaba (a la residencia de Wyman) con Anita y los críos, y
había algunos visitantes como Ahmet Ertegun que venían
desde América. Luego llegaba Mick con su motocicleta, y
todo era muy social, gente saltando a la piscina con la ropa
puesta, cosas así”.
Keith, su esposa Anita Pallenger, y su hijo Marlon acabaron en la gran mansión de la Belle Époque de 1899, Villa
Nellcôte, en Villefranche-Sur-Mer, cerca de Niza y Cannes.
Era una vieja y antigua mansión, con su encanto difuminado
ya tiempo atrás, pero había una maravillosa vista del puerto
de Villefranche desde su ajada terraza. Propiedad durante
mucho tiempo de la familia naviera de los Bordes, durante la
segunda guerra mundial había sido ocupada por las fuerzas
alemanas. Restos de esa época eran todavía evidentes: esvásticas sobre las rejas en los respiraderos y cápsulas de morfina
para suicidarse en el sótano (que fueron destruidas antes de
que Keith pudiera encontrarlas). La carretera conducía a la
casa a través de una copiosa y prolífica “jungla”, que era idónea para la necesaria privacidad. Había espacio de sobra para
moverse; dieciséis habitaciones y una playa privada. “Era uno
de esos sitios de los que puedes decir, ‘Sí, podría vivir aquí’”,
dijo Keith. Pero lo importante para nuestra historia son los
tres niveles del sótano que serían eventualmente reconvertidos en estudio de grabación.
Keith, el desde siempre “sexto stone” Ian Stewart, Bill
Wyman, y otros realizaron varias excursiones para localizar
posibles sitios en los que poder grabar, con el camión del
estudio móvil de los Rolling Stones aparcado en el exterior.
. Cofundador y presidente por aquel entonces de Atlantic Records. (N.E.)
· 29· ·
Descargar