Manifestaciones endocrinológicas del VIH Javier Colomina Rodríguez, María Jesús Moll Navarro, Antonio Guerrero Espejo Servicio de Microbiología y Unidad de Investigación en Patología Infecciosa, Hospital de La Ribera, Alzira, Valencia Introducción Insuficiencia suprarrenal Hipogonadismo Disfunción hipofisaria Afectación y disfunción pancreática Trastornos del metabolismo del calcio Alteraciones del metabolismo óseo Alteraciones tiroideas Bibliografía Introducción Dentro de la alteración multisistémica que ocasiona la infección por el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH), el sistema endocrino no constituye una excepción y su alteración puede afectar a diversos órganos (Tabla 1). Muchos de estos procesos, probablemente, sean una respuesta inespecífica a la infección, al estrés o a la malnutrición. Otras suelen producirse como consecuencia de la destrucción de las glándulas endocrinas por infecciones oportunistas o neoplasias, pero también pueden tener una etiología autoinmune, o estar mediados por diversas citocinas. Finalmente, los efectos secundarios de determinados fármacos también pueden ser responsables de algunos de estos trastornos. En este capítulo se revisan las diversas alteraciones suprarrenales, gonadales, hipofisarias, pancreáticas, cálcicas y tiroideas en relación con la infección por el VIH. No se contemplan otras alteraciones como la lipodistrofia, que se comentarán en otros capítulos de este tratado. Tabla 1. Alteraciones endocrinológicas más frecuentes en los pacientes con infección por el VIH. Órgano o metabolismo afectado Cápsulas suprarrenales Trastorno Insuficiencia suprarrenal primaria Hipoaldosteronismo hiporreninémico Gónadas Hipogonadismo hipogonadotropo Hipogonadismo primario Hipófisis Panhipopituitarismo Síndrome de secreción inapropiada de ADH Páncreas Hipoglucemia e hiperglucemia iatrogénicas Metabolismo del calcio Hipocalcemia Hipercalcemia Huesos Osteopenia Osteoporosis Necrosis ósea avascular Tiroides Hipotiroidismo primario Insuficiencia suprarrenal La insuficiencia suprarrenal primaria o enfermedad de Addison es un déficit parcial o total de corticoides (glucocorticoides o mineralocorticoides), necesarios para una homeostasis normal. Entre las manifestaciones clínicas figuran astenia, anorexia, hipotensión, hiperpigmentación, hiponatremia e hiperpotasemia, que sin un tratamiento adecuado puede llegar a provocar la muerte. Es importante reconocer que aunque la hiponatremia, hiperpotasemia e hipotensión son extremadamente frecuentes en pacientes con infección avanzada por el VIH, estos hallazgos no indican que la insuficiencia suprarrenal sea común (1). De todas las alteraciones endocrinas en pacientes VIH, la insuficiencia suprarrenal fue una de las más estudiadas al comienzo de la epidemia, debido a su alta incidencia en pacientes críticos infectados por el VIH (2). De hecho, las cápsulas suprarrenales se afectan con frecuencia por diversas enfermedades oportunistas o por neoplasias en estos pacientes. Entre ellas destaca la infección por citomegalovirus (CMV), que ocasiona un proceso inflamatorio y destructivo conocido con el nombre de adrenalitis (3). Ha sido confirmada la elevadísima incidencia de afectación suprarrenal por CMV, detectándolo en casi el 50% (81/164) de los pacientes con infección por el VIH y afectación suprarrenal; además, en un 75% de los pacientes con infección por CMV existía afectación de las glándulas suprarrenales (4). En otros estudios, estas glándulas son el tercer órgano más afectado por el CMV, después de los pulmones y el tracto intestinal (5). La tuberculosis, toxoplasmosis, criptococosis, linfomas o sarcoma de Kaposi también pueden provocar un cuadro similar a la adrenalitis. A pesar de ello, los investigadores se cuestionan acerca del verdadero significado clínico de estas lesiones en pacientes VIH, ya que la mayoría de las veces estos procesos no tienen expresión clínica, e incluso la respuesta de las glándulas suprarrenales al estímulo con la hormona adrenocorticotrópica (ACTH) suele ser normal. Ello se debe a que es necesario que se destruya al menos el 80%-90% del tejido glandular para que se produzca un déficit hormonal clínicamente significativo, lo cual ocurre pocas veces. No obstante, en algunos casos, los procesos reseñados sí que acaban produciendo insuficiencia suprarrenal (6). Por otro lado, ciertos fármacos que se emplean en pacientes en fase avanzada de la infección por el VIH pueden afectar a la función suprarrenal. El antifúngico ketoconazol inhibe la síntesis suprarrenal de corticosteroides y disminuye la respuesta del cortisol a ACTH; también se ha confirmado la contribución de otro antifúngico del grupo de los azoles, fluconazol, al desarrollo de la insuficiencia suprarrenal en pacientes VIH (7). Rifampicina, fenitoína, fenobarbital y los opiáceos por su parte aceleran el metabolismo de los glucocorticoides e incrementan, por lo tanto, las necesidades de los mismos. En estudios recientes se ha confirmado que pacientes con lipodistrofia han desarrollado síndrome de Cushing al administrarles, de forma concomitante, fluticasona (antiasmático); al abandonar el tratamiento, 4 de los 6 pacientes presentaron hipocortisolismo y 3 requirieron administración de corticosteroides durante varios meses (8). El diagnóstico diferencial de la insuficiencia suprarrenal debe realizarse con procesos como el hipoaldosteronismo hiporreninémico o el síndrome de secreción inapropiada de ADH. El primero de ellos puede observarse en pacientes con infección avanzada por el VIH y, típicamente, se presenta con hiperpotasemia, generalmente acompañada de hiponatremia y ligera acidosis metabólica (9). Las concentraciones de ACTH y la respuesta del cortisol al estímulo con ACTH son normales, mientras que la renina y la aldosterona basales están disminuidas, y la respuesta de la aldosterona a la furosemida es inferior a la normal. La pentamidina, utilizada en el tratamiento de diversas infecciones oportunistas, puede ocasionar una variante de este trastorno hormonal. Sin embargo, en la mayor parte de los casos, la etiología del hipoaldosteronismo hiporreninémico es desconocida. La concentración sérica de potasio en estos pacientes se normaliza con monoterapia con mineralocorticoides (fludrocortisona 0,1 mg-0,2 mg al día). Además, es importante diagnosticarlo y, de esa manera, evitar el tratamiento innecesario con glucocorticoides, por su posible acción inmunosupresora. Por otro lado, diversos estudios han puesto de manifiesto que en los pacientes con infección avanzada por el VIH, las concentraciones de cortisol suelen hallarse más elevadas que en la población general, presumiblemente como consecuencia del estrés (1). Sin embargo, la respuesta del cortisol al ACTH muestra valores inferiores a los normales con mayor frecuencia en los sujetos seropositivos que en el resto. La síntesis de aldosterona y de andrógenos suprarrenales también puede estar alterada en los pacientes con infección por el VIH. El síndrome de Cushing y otras enfermedades de las cápsulas suprarrenales no parecen más frecuentes en los pacientes con infección por el VIH que en el resto de la población (10). La evaluación clínica y seguimiento de la insuficiencia suprarrenal en pacientes con enfermedad avanzada por el VIH puede resultar difícil cuando no se cumplen los criterios bioquímicos clásicos (cortisol inicial menor de 5 mg/dl y aumentos tras estimulación con ACTH menores de 7 mg/dl) y la sintomatología es inespecífica. La mayoría de los autores considera que puede realizarse el diagnóstico de insuficiencia suprarrenal únicamente cuando las concentraciones de cortisol en sangre son inferiores a 20 μg/dl tras la estimulación con ACTH (2). El tratamiento de la insuficiencia suprarrenal confirmada en pacientes VIH es básicamente el mismo que en otro tipo de pacientes. Puede emplearse como glucocorticoide la prednisona (5 mg por las mañanas y 2,5 mg por las tardes), y como mineralocorticoide, la fludrocortisona (0,1 mg/día). Se debería evitar la terapia crónica con dosis suprafisiológicas (por ejemplo, mayores de 30 mg de hidrocortisona diarios) para evitar el empeoramiento en casos en que ya exista inmunosupresión. Sin embargo, la infección por el VIH no es una contraindicación para el tratamiento farmacológico con glucocorticoides (por ejemplo en la toxoplasmosis cerebral). Se deben utilizar los azoles con cautela y también se debería prestar atención a los efectos de la rifampicina en el metabolismo de los esteroides. Hipogonadismo Consiste en el déficit de hormonas sexuales por parte de las gónadas, es decir, testosterona en los varones y estrógenos y progestágenos en las mujeres. Estas hormonas son necesarias para el mantenimiento normal de las funciones reproductivas, los caracteres sexuales secundarios y el desarrollo corporal, y además influyen en determinados rasgos de la personalidad y la conducta. El hipogonadismo está adquiriendo especial relevancia clínica en los varones VIH positivos, ya que alrededor de la mitad de los pacientes con infección avanzada presentan concentraciones de testosterona inferiores a las normales y manifestaciones clínicas, como disminución de la libido (67% de los casos) o impotencia (33% de los casos) (11). Otras manifestaciones son pérdida del vello axilar y púbico, disminución del crecimiento de la barba, atrofia testicular, disminución de la calidad del semen y ginecomastia (12). En la mayoría (75%) de los casos se trata de un hipogonadismo hipogonadotropo, es decir, con concentraciones disminuidas de FSH y LH, y además con respuesta hipofisaria normal a la hormona liberadora de gonadotropinas; la prolactina suele estar aumentada. Todo ello sugiere que se trata de un hipogonadismo que se origina en el sistema nervioso central y que tiene una patogenia similar a la del hipogonadismo que se observa en otros procesos que cursan con pérdida de peso, como la anorexia nerviosa o las neoplasias. En algunos casos, este trastorno está provocado por la destrucción del hipotálamo o la hipófisis por neoplasias o infecciones oportunistas, por lo que la tomografía computarizada o la resonancia magnética pueden ser de gran utilidad en el diagnóstico. Sin embargo, con menor frecuencia, el fallo testicular primario puede presentarse también, junto con hipogonadismo hipotalámico, en la infección por el VIH avanzada y correlacionarse con el grado de enfermedad. En estos casos, la FSH y la LH se hallan elevadas, y en los testículos puede observarse un proceso inflamatorio que acaba produciendo fibrosis intersticial y consecuentemente recuentos alterados en la espermatogénesis. Entre los agentes responsables pueden figurar CMV, Toxoplasma gondii y el complejo Mycobacterium avium. El ketoconazol, al inhibir la síntesis de testosterona en los testículos, también puede ocasionar hipogonadismo primario. El ganciclovir puede producir igualmente disfunción testicular. La principal cuestión del diagnóstico diferencial en estos pacientes, más que la necesidad de atención terapéutica, es si la disminución de testosterona, a menudo en el contexto de un cuadro constitucional general, es funcionalmente importante. Muchos de los síntomas del hipogonadismo, tanto en hombres como en mujeres, son inespecíficos y se superponen con los de una enfermedad crónica, como por ejemplo fatiga, pérdida de energía, pérdida de la libido, depresión o baja autoestima. La aparición de estos síntomas, junto con concentraciones séricas de testosterona disminuidas en hombres que además tienen sida, no significa necesariamente que se deban al hipogonadismo. Habitualmente no se presentan síntomas más específicos del hipogonadismo, como cambios en la pauta de crecimiento del pelo (pérdida de pelo púbico o de vello), menor crecimiento de la barba, atrofia testicular, disfunción sexual o ginecomastia. El diagnóstico de sospecha de hipogonadismo en varones VIH positivos debería considerarse en aquellos casos con pérdida de peso o de masa muscular, síntomas específicos de hipogonadismo (crecimiento del pelo de la barba alterados, atrofia testicular, disfunción sexual) o síntomas inespecíficos (fatiga, pérdida de la libido, pérdida de energía, etc.). Para confirmar el diagnóstico es de gran utilidad la determinación de las concentraciones séricas de testosterona total, cuyos valores normales se sitúan aproximadamente entre 300-1000 ng/dl. En pacientes con clínica sugestiva y valores de testosterona total por debajo de 300-500 ng/dl debería, además, determinarse la testosterona libre, que si se halla disminuida, permite también establecer el diagnóstico (13). Las concentraciones séricas de FSH y LH son típicamente bajas o normales incluso en presencia de concentraciones séricas de testosterona reducidas. El hallazgo de gonadotropinas elevadas indicaría fallo gonadal primario. Una estrategia útil podría ser medir las concentraciones séricas de testosterona iniciales, previo desarrollo de los síntomas, de forma que un descenso importante en las concentraciones confirmaría la necesidad de terapia sustitutiva. En los varones con hipogonadismo, tanto primario como secundario, está indicado el tratamiento con testosterona u otros andrógenos con el fin de mejorar la masa corporal, el estado mental y la anemia, aumentando de esta forma la calidad de vida, así como la función sexual (11); también logra prevenir la pérdida de masa ósea y mejora la resolución de las fracturas (14). Una posibilidad es usar cipronato o enantato de testosterona por vía intramuscular a la dosis de 100 mg por semana, aunque con esta modalidad de tratamiento es difícil lograr concentraciones sanguíneas estables de testosterona, lo cual reduce notablemente su eficacia. Otra alternativa son los parches transdérmicos de testosterona, con los que se logran concentraciones más sostenidas, pero la necesidad de tomar coadyuvantes que faciliten la permeabilidad para aumentar la absorción de la hormona a través de la piel puede dar lugar a problemas dermatológicos (irritación) en los usuarios. Finalmente, existen también andrógenos que pueden usarse por vía oral, como la oxandrolona a dosis de 20 mg/día. En pacientes con insuficiencia hepática o neoplasia de próstata está contraindicado el tratamiento con andrógenos. Los clínicos deberían valorar que todos los agentes androgénicos exógenos suprimen la producción hormonal endógena (eje hipotálamo hipofisario). Las concentraciones séricas de testosterona, LH y FSH disminuirán dependiendo de la dosis y la vía de administración. Los pacientes tratados con oxandrolona o nandrolona presentarán un descenso en las concentraciones de testosterona totales y los pacientes que reciben inyecciones intramusculares de testosterona cada 2-3 semanas presentarán concentraciones bajas en el período previo a cada inyección. La mayoría de los pacientes recuperan la producción hormonal endógena tras la interrupción del tratamiento, pero puede llevarles semanas o incluso meses conseguirlo; durante ese período se pueden presentar signos de hipogonadismo. Es importante la educación del paciente durante este período, así como tranquilizarlos. El hipogonadismo es, también, probablemente común en mujeres infectadas por el VIH, especialmente aquéllas con pérdida de peso, aunque se dispone de menos datos que en los varones. Entre las manifestaciones clínicas destacan la infertilidad, la amenorrea y la disminución de la libido. Las concentraciones séricas de testosterona son difíciles de emplear como prueba diagnóstica debido a los bajos valores y a la variabilidad interindividual. El estradiol sérico es, por lo tanto, un indicador alternativo útil de la función gonadal en mujeres, en las que las concentraciones séricas suelen estar disminuidas. Las opciones de tratamiento en mujeres con hipogonadismo asociado al VIH han sido también menos estudiadas. La sustitución hormonal estándar supone el empleo de estrógenos y progestágenos orales del tipo de los habitualmente empleados como anticonceptivos orales (15). Disfunción hipofisaria Los trastornos de la función hipofisaria no son muy frecuentes en los pacientes con infección por el VIH (16). En algunos pacientes con linfomas o determinadas infecciones oportunistas, fundamentalmente la producida por Toxoplasma gondii, ocasionalmente se produce afectación de la hipófisis anterior o adenohipófisis, y se da un déficit parcial (hipopituarismo) o completo (panhipopituarismo) de las hormonas que se segregan en la misma, es decir, ACTH, FSH, LH, TSH y GH, que a su vez ocasionan insuficiencia suprarrenal, hipogonadismo e hipotiroidismo secundarios. El déficit de GH únicamente tiene repercusiones importantes en los niños, en los que ocasiona retraso del crecimiento. El tratamiento de estos procesos consiste en la sustitución hormonal. Algunos estudios han puesto de manifiesto una incidencia de hiperprolactinemia más alta en los pacientes seropositivos para el VIH que en el resto de la población. Sin embargo, los adenomas hipofisarios no son más comunes en los sujetos con infección por el VIH que en el resto. En lo que se refiere a los trastornos de la hipófisis posterior o neurohipófisis, el síndrome de secreción inapropiada de ADH es más frecuente en estos pacientes. Se manifiesta con hiponatremia y aumento relativo de la osmolaridad urinaria. La hiponatremia se asocia con un elevado porcentaje de mortalidad hospitalaria (30%). El exceso de liberación de ADH puede estar causado por enfermedades pulmonares o del sistema nervioso central, o por fármacos, como los barbitúricos. La secreción de ADH puede estimularse también por depleción del volumen, ya que en algunos pacientes se evidencia hipovolemia. El tratamiento de este proceso consiste básicamente en la restricción hídrica. Otra causa frecuente de hiponatremia en estos pacientes es la insuficiencia suprarrenal (17). Afectación y disfunción pancreática La pancreatitis es una inflamación del páncreas cuyos síntomas pueden incluir dolor abdominal intenso, náusea, vómito, estreñimiento e incluso ictericia. Los pacientes infectados por el virus humano de la inmunodeficiencia (VIH) tienen a menudo anormalidades histológicas del páncreas, y la pancreatitis aguda es más frecuente entre los pacientes infectados por el VIH que en la población general (18). La lesión pancreática en el paciente con sida es generalmente asintomática, se diagnostica durante la autopsia y está causada habitualmente por agentes oportunistas como CMV (más rara vez Mycobacterium, Toxoplasma o Cryptosporidium) (19), o ser un efecto secundario de algunos medicamentos típicamente empleados en estos pacientes. La disfunción pancreática puede provocar hipoglucemia (debido a hiperinsulinemia) o diabetes (debido a hipoinsulinemia). La alteración endocrina pancreática de mayor importancia en la infección por el VIH se produce en pacientes que reciben tratamiento con pentamidina por neumonía por Pneumocystis jirovecii (antiguamente P. carinii). Su incidencia es mucho mayor en pacientes infectados por el VIH (alrededor del 20%) que en pacientes VIH negativos (alrededor del 7%) (18); la razón de este aumento de la sensibilidad es desconocida, aunque parecen ser factores de riesgo la presencia de ADN de CMV en el páncreas o la mayor concentración sérica de interleucina 1 (IL-1), tóxica para las células beta, habitual en los pacientes con infección avanzada por el VIH y con fiebre e infecciones crónicas. La base de la hipoglucemia provocada por la pentamidina es consecuencia de la destrucción de las células beta del páncreas por el medicamento, provocando una liberación no fisiológica de insulina que da como resultado la hipoglucemia. Los pacientes afectados pueden, además, desarrollar posteriormente una diabetes mellitus, con o sin cetoacidosis. Es importante destacar que la larga vida media tisular de la pentamidina puede provocar hipoglucemia durante días o semanas incluso después de retirar el tratamiento (20). El tratamiento prolongado o la utilización previa de la pentamidina y la insuficiencia renal predisponen a la aparición de estos efectos secundarios. En dichos pacientes se debe extremar la vigilancia para prevenir esta complicación, que puede poner en peligro la vida. También pueden producir alteraciones pancreáticas son el acetato de megestrol, los glucocorticoides y diversos antirretrovirales, entre los que destacan los análogos de nucleósido inhibidores de la transcriptasa inversa como didanosina, ddC y estavudina (en el contexto del cuadro de acidosis láctica y toxicidad mitocondrial), y también como consecuencia de hipertrigliceridemia grave (>1000 mg/dl) secundaria a inhibidores de la proteasa como ritonavir, indinavir y nelfinavir (21). Desde el punto de vista diagnóstico, la elevación de las enzimas pancreáticas, principalmente amilasa y lipasa, y los estudios de imagen tales como ecografía y tomografía abdominal son de utilidad para descartar patología del páncreas. En el tratamiento de estos procesos es fundamental retirar cuando antes el fármaco causante, sobre todo en el caso de la pentamidina. Por lo demás, el tratamiento de la hipoglucemia y de la diabetes en el paciente con infección por el VIH no difiere del que se utiliza habitualmente en otros pacientes. Trastornos del metabolismo del calcio El metabolismo del calcio es generalmente normal en pacientes VIH avanzados, pero hay algunas excepciones. En pacientes con infección avanzada por el VIH que presentan linfomas, ocasionalmente aparece hipercalcemia, que puede deberse a la liberación de diversas citocinas o a la síntesis extrarrenal de 1,25-dihidroxi-vitamina D por parte del tumor. En infecciones diseminadas por CMV también se han descrito casos aislados de hipercalcemia, debida al parecer a un aumento de la actividad osteoclástica. La hipocalcemia en estos pacientes está generalmente relacionada con la hipoalbuminemia, en cuyo caso las concentraciones de calcio libre o ionizado suelen ser normales y, por lo tanto, no provoca manifestación clínica alguna. El foscarnet, utilizado en el tratamiento de las infecciones por CMV, puede provocar hipocalcemia con disminución de la fracción ionizada y, por lo tanto, síntomas como tetania, parestesias y espasmo carpopedal. El ketoconazol interfiere en la síntesis de 1,25-dihidroxi-vitamina D en los riñones, lo cual puede provocar disminución de la absorción de calcio e hipocalcemia. Excepcionalmente, las infecciones oportunistas pueden destruir las glándulas paratiroideas y causar también hipocalcemia (22). Alteraciones del metabolismo óseo En los últimos años, la descripción trastornos óseos en pacientes con infección por el VIH ha llevado a considerarlos un problema emergente en estos pacientes y ha dirigido la atención de diversos grupos de investigadores hacia este campo (23). Las alteraciones óseas en los pacientes con infección por el VIH parecen tener una frecuencia más elevada que en la población general, pero su patogenia no se conoce bien, no existiendo actualmente bases sólidas que permitan adelantar una relación entre ambos procesos. La osteopenia puede ser un efecto adverso de los tratamientos antirretrovirales, a través de toxicidad mitocondrial u otros mecanismos, pero también podría deberse a la propia infección por el VIH o a las citocinas producidas por las células T activadas. La información disponible actualmente lleva a pensar que la infección por el VIH per se puede acompañarse de una desmineralización ósea que podría intensificarse con el tratamiento antirretroviral, sobre todo en las fases iniciales (24). Los resultados de los estudios realizados no permiten determinar si existen diferencias en la frecuencia e intensidad de la desmineralización ósea entre las distintas pautas de tratamiento antirretroviral de gran actividad (TARGA). Sería deseable que en el futuro la densidad ósea mineral fuera evaluada en los ensayos clínicos con fármacos antirretrovirales. Hasta ahora, la prevalencia de osteoporosis encontrada en la mayoría de los estudios ha sido baja, y el riesgo de fracturas a corto plazo no parece mayor que el de la población general (25). Con la información actual no parecen justificados el tratamiento farmacológico ni la realización de densitometrías óseas sistemáticas en la evaluación clínica de los pacientes asintomáticos, salvo en casos especiales. No hay evidencia de que la modificación del tratamiento antirretroviral tenga un efecto beneficioso a corto plazo sobre la evolución de la osteopenia. La información disponible sobre la incidencia, los factores asociados y la historia natural de la osteonecrosis o necrosis ósea avascular (NAV) en pacientes con infección por el VIH es todavía limitada. Aunque su frecuencia puede estar aumentando, la incidencia de NAV sintomática es muy baja. Puede aparecer en pacientes con o sin tratamiento antirretroviral, y en la mayoría de los casos se ha asociado con otros factores de riesgo de NAV, en particular con el uso previo de corticoides, testosterona y acetato de megestrol, y con un consumo excesivo de alcohol (26). La localización más frecuente es la cadera, pero puede presentarse en otros huesos y en muchos casos puede haber localizaciones múltiples. El único tratamiento disponible es el quirúrgico, que parece seguro y eficaz cuando la evolución clínica lo requiera. Alteraciones tiroideas Cualquier enfermedad crónica asociada con malnutrición o inflamación puede producir alteraciones en los análisis de función tiroidea. Por ello, en los pacientes con infección por el VIH, las alteraciones únicamente bioquímicas son frecuentes, aunque no suelen reflejar una auténtica enfermedad de la glándula (27). En sujetos con infección asintomática por el VIH es común el aumento de las concentraciones de la globulina fijadora de tiroxina (TBG) (28) y, por lo tanto, de tiroxina y triyodotironina totales. Sin embargo, las concentraciones de tiroxina libre y tirotropina (TSH) son normales. En las fases más avanzadas de la infección por el VIH, como en otras enfermedades graves, suelen estar disminuidas tanto la tiroxina y la triyodotironina totales como la tiroxina libre. Sin embargo, la TSH suele ser normal. Las principales manifestaciones de la afectación del tiroides se asocian con infecciones oportunistas (Rhodococcus, Pneumocystis, Cryptococcus, Mycobacterium o CMV) o por neoplasias, como el sarcoma de Kaposi, que pueden dar lugar a la presencia de nódulos tiroideos y alteración funcional de la glándula, o incluso destruir el tiroides y provocar un auténtico hipotiroidismo primario, con disminución de las concentraciones de tiroxina y aumento de las de TSH. El hipotiroidismo secundario es más infrecuente. Por otra parte, el hipertiroidismo no es más frecuente en estos pacientes que en la población general. Algunos medicamentos que se utilizan para el tratamiento de diferentes patologías asociadas a la infección por el VIH/sida pueden ocasionar alteraciones en las concentraciones de las hormonas tiroideas. Así, la rifampicina aumenta el aclaramiento hepático de la T4 y el interferón puede ocasionar alteraciones autoinmunes en pacientes con alteraciones previas de este tipo en su tiroides. En los pocos casos en que existe hipotiroidismo está indicado el tratamiento hormonal sustitutivo con tiroxina, generalmente a la dosis de 125 μg/día. El resto de alteraciones hormonales que suelen presentar los pacientes con infección por el VIH generalmente no requieren tratamiento. Bibliografía 1. Mayo, J., Collazos, J., Martínez, E. y cols. Adrenal function in the human immunodeficiency virus-infected patient. Arch Intern Med 2002; 162: 1095-1098. 2. 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