Índice cuaderno humanitas n o 24 Prólogo El evangelio de la vida: la buena noticia Ignacio Sánchez Díaz, Rector Pontificia Universidad Católica de Chile 3 Estudios A 15 años de la encíclica Evangelium vitae de Juan Pablo II Mons. Fernando Chomali 6 El bien y la inviolabilidad de la vida en la Encíclica Evangelium vitae Card. Angelo Scola 19 Reconocer la vida La cuestión epistemológica: Evangelio, ciencia y crítica Livio Melina 27 La Evangelium vitae, inocencia y derecho Francesco D’Agostino 51 El Sentido Social en la encíclica Evangelium vitae Juan de Dios Vial Correa 60 La Familia en el Tercer Milenio Angelo Serra S.J. 78 Las ondas de choque de la encíclica Evangelium vitae Mons. Jean-Louis Bruguès O.P. 92 Apéndice La vocación humana está en peligro Jaime Antúnez entrevista al Dr. Juan de Dios Vial Correa El aborto “terapéutico” a la luz de la Encíclica Evangelium vitae. Josef Seifert 104 112 HUMANITAS quince años sirviendo al encuentro de la fe y la cultura HUMANITAS (ISSN 07172168) recoge los trabajos de sus colaboradores regulares, nacionales y extranjeros. Asimismo, de otros autores cuya temática resulta afín con los objetivos de esta publicación. Toda reproducción total o parcial de los artículos publicados por HUMANITAS requiere de la correspondiente autorización, a excepción de comentarios o citas que se hagan de los mismos. Suscripciones y correspondencia: HUMANITAS, Centro de Extensión de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Av. Libertador Bernardo O’Higgins 390, 3er piso, Santiago, Chile. Teléfono (562) 354 6519, Fax (562) 354 3755, E-mail: [email protected] Suscripción anual, $26.000; estudiantes, $16.000. Valor por ejemplar, $7.000. Prólogo El evangelio de la vida: la buena noticia La carta encíclica del Sumo Pontífice Juan Pablo II sobre el valor y el carácter inviolable de la vida humana es un documento cuya validez no se limita al momento en que fue publicado, hace 15 años, sino que se ha constituido en una profunda orientación de carácter permanente sobre el tema. Nos recuerda la buena noticia de la vida que nos trajo Jesús: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”. Su Santidad el Papa Juan Pablo II nos anuncia que “el Evangelio de la Vida está en el centro del mensaje de Jesús. Acogido con amor cada día por la Iglesia es anunciado con intrépida fidelidad como buena noticia de todas las épocas y culturas”. Por eso, el Cuaderno Humanitas N° 24 –Ocho reflexiones sobre la Evangelium vitae– que ahora se publica es muy pertinente: viene a fijar nuevamente la mirada en un tema de interés duradero en el tiempo, cual es el respeto y cuidado de la vida que nos ha regalado el Señor. Con este fin el presente Cuaderno Humanitas reúne a un grupo de personalidades de Iglesia y del mundo académico que reflexionan sobre el significado del Evangelio de la Vida. Ya desde su primer número, Humanitas ha incluido este tema en sus páginas, respondiendo a su misión de promover el encuentro entre la fe y la cultura. Así, en el número correspondiente a enero-marzo de 1996 (N°1), esta publicación presentó un completo análisis de la encíclica firmado por Monseñor Carlo Caffarra bajo el título “Reflexiones en torno a la Evangelium vitae”, en cuya introducción se puede leer: “Monseñor Carlo Caffarra, Arzobispo de Ferrara [hoy Cardenal Arzobispo de Bolonia], ex presidente del Pontificio Instituto Juan Pablo II para estudios sobre el Matrimonio y la Familia analiza en estas páginas el cuadro antropológico y cultural constituido por el primer capítulo de la encíclica Evangelium vitae, como escenario de la lucha entre la Trinidad divina y la trinidad satánica –que busca imponer la cultura de la muerte–. Cuando el ‘delito’ es llamado ‘derecho’ ya no nos enfrentamos a un simple ‘colapso moral’, sino a un ‘colapso mental’: la censura de la cuestión religiosa impuesta por el ambiente cultural contemporáneo ha desconectado la libertad de la verdad y ha llevado a la deformación de la subjetividad. Es una situación ante la cual los cristianos no pueden declararse neutrales”. Independiente de los 15 años que han transcurrido desde la publicación de esta en- H 5 cíclica, el tema de la vida es propio y natural de todo ser humano. Y aquellos que dirigimos la mirada a Cristo sabemos que es Él quien ha traído la vida al mundo. Nos lo recuerda Monseñor Jean-Louis Bruguès al término de la reflexión que desarrolla en este Cuaderno Humanitas N° 24: “¿Juan Pablo II no trataba acaso de poner la razón y a aquellos que se consagran a su búsqueda, al servicio de la cultura de la vida?”. Y lo dice frente al florecimiento de la cultura de la muerte que impera en ciertos sectores de la sociedad actual: “dicha cultura –sostiene Monseñor Bruguès– fomenta el aborto, el suicidio y la eutanasia”. Por su parte, Monseñor Livio Melina, actual presidente del Pontificio Instituto Juan Pablo II para estudios sobre el Matrimonio y la Familia, nos plantea en su artículo “Riconoscere la vita. La questione epistemologica: vangelo, scienza ed etica” que “la cuestión de la vida es el corazón de la bioética”. Nos dice que Evangelium vitae nos ha invitado a elaborar una nueva y auténtica cultura de la vida. De gran interés resulta también, en este Cuaderno Humanitas N° 24, el análisis del Cardenal Angelo Scola, Patriarca de Venecia y Rector Emérito de la Universidad Lateranense, titulado “El bien y la inviolabilidad de la vida en la encíclica Evangelium vitae”. Frente a la pregunta ¿por qué la vida tiene valor y es inviolable?, su respuesta se resume en una breve frase: “La vida del hombre tiene valor, si tiene valor el hombre”. Monseñor Fernando Chomali, Obispo Auxiliar de Santiago, nos recuerda en su artículo que “la preocupación de Juan Pablo II por el tema de la vida está en el centro de su solicitud pastoral” y que esta carta en particular tiene varios propósitos: “denunciar los atentados en contra de la vida que constituyen una verdadera conjura en contra de ésta; anunciar el valor de la vida humana, promoverla y defenderla en los más amplios campos de la cultura (…) El Papa Juan Pablo II la escribe arraigado en sólidos fundamentos, aportados por la ciencia, la filosofía y la teología, consciente de que las alas de la razón y la fe se alzan juntas a la hora de una búsqueda sincera de la verdad”. El Rector Emérito de la Pontificia Universidad Católica de Chile y Presidente Emérito de la Pontificia Academia para la Vida, Doctor Juan de Dios Vial Correa, orienta su reflexión a la doctrina social inscrita en la encíclica: “En orden a simplificar este análisis –nos advierte– cabe concentrarse en la cuestión del aborto, asunto muy ilustrativo por cuanto él no es hoy tanto un problema médico como ideológico y social”. El catedrático de la Universidad de Roma Tor Vergata y ex presidente del Comité de Bioética del Estado italiano, Profesor Francesco D’Agostino, analiza el tema de la inocencia y el derecho contenido en el trasfondo de la Evagelium vitae, mientras que Angelo Serra, Profesor Emérito de Genética Humana de la Pontificia Universidad del Sacro Cuore, concentra sus consideraciones en la familia en el marco del tercer milenio. El Evangelio de la Vida es, pues, la buena noticia que nos trae este Cuaderno Humanitas N° 24. La reflexión del Papa Juan Pablo II nos ilumina cada vez que volvemos a poner nuestro corazón en sus santas palabras. Su invitación queda claramente señalada H 6 cuando nos dice al término de la encíclica Evangelium vitae: “Y mientras, como pueblo peregrino, pueblo de la vida y para la vida, caminamos confiados hacia ‘un cielo nuevo y una tierra nueva’, dirigimos la mirada a aquélla que para nosotros es ‘señal de esperanza cierta y de consuelo’… Oh, María, aurora del mundo nuevo, Madre de los vivientes, a Ti confiamos la causa de la vida”. Dr. Ignacio Sánchez Díaz Rector Pontificia Universidad Católica de Chile H 7 A 15 años de la encíclica Evangelium vitae de Juan Pablo II Fernando Chomali1 Monseñor Fernando Chomali es Obispo Auxiliar de Santiago, profesor del Centro de Bioética de la Pontificia Universidad Católica de Chile y miembro de la Pontificia Academia Pro Vita. Monsignor Fernando Chomali, Auxiliary Bishop of Santiago, professor of the Bioethics Centre of the Pontifical Catholic University of Chile and member of the Pontifical Pro Vita Academy. En la encíclica Evangelium vitae, Juan Pablo II manifiesta que estamos inmersos en medio de una lucha dramática entre la cultura de la muerte y la cultura de la vida. Es una lucha análoga a la vivida con motivo de la cruz de Cristo, “una inmensa lucha entre las fuerzas del bien y las fuerzas del mal, entre la vida y la muerte” (EV, 50). A la vez, este panorama de luces y sombras en relación a la vida no se presenta a nuestros ojos en cuanto espectadores, sino en cuanto actores: “estamos ‘en medio’ de este conflicto: todos nos vemos implicados y obligados a participar, con la responsabilidad ineludible de elegir incondicionalmente en favor de la vida” (EV, 28). Juan Pablo II se mueve en un sano realismo; por un lado no hay espacio para pesimismo alguno, ya que la oscuridad no eclipsa el resplandor de la cruz, sino que por el contrario lo resalta aún más. Por otro lado tampoco hay espacio para un optimismo ingenuo que nos llevara a bajar los brazos a la hora de defender y promover la vida. John Paul II in the Evangelium vitae encyclical manifests that we are immersed in a dramatic battle between the culture of death and the culture of life. It is a fight analogous to Christ’s in the Cross, “an immense battle between the forces of good and the forces of evil, between life and death” (EV, 50). At the same time that panorama of life’s lights and shadows does not appear to our eyes as spectators, but as actors “we are ‘in the midst’ of this conflict: we are all implicated and obliged to participate, with the unavoidable responsibility of choosing unconditionally in favour of life” (EV, 28). John Paul II proceeds with wholesome realism, on one hand there is no space for any pessimism, as darkness does not eclipse the brightness of the cross; quite the opposite, it enhances it even more. On the other hand, neither is there space for a naïf optimism that might lead us to lower our arms at the time of defending and promoting life. 1 Texto correspondiente a la conferencia pronunciada por el autor con ocasión del XV aniversario de la encíclica Evangelium vitae y de la presentación de Humanitas n. 60. 2 Cf. Juan Pablo II, Carta encíclica Dominum et vivificantem, 18 de mayo de 1986, 57. H 8 La preocupación de Juan Pablo II por el tema de la vida está en el centro de su solicitud pastoral. El tema está presente en múltiples encíclicas, exhortaciones apostólicas, discursos, homilías. Notable resulta la encíclica Dominum et vivificantem, donde Juan Pablo II habla de señales de muerte que se manifiestan en las sociedades más avanzadas, y de modo patente en el ámbito de la ciencia y la tecnología, en la carrera armamentista y los peligros asociados a ella. También estas señales se manifiestan de modo dramático en las vastas zonas del planeta marcadas por la indigencia y el hambre2. Estos signos, según el Papa, se hacen más sombríos en lo difundido que se halla el hecho de truncar la vida de seres humanos antes de nacer o antes de su muerte natural, así como en las guerras y el terrorismo3. Estos hechos son producto de un específico sistema cultural que ha ido configurando una verdadera cultura de la muerte4. Lo importante es tener claridad de que la cultura no es un dato dado, sino más bien algo que el hombre va construyendo. En este sentido, la cultura es producto de las acciones humanas y, como consecuencia, una realidad que surge de la actividad del hombre en los amplios y variados campos en los que se desarrolla y de sus fuentes inspiradoras. El hombre es el artífice de la cultura en la que está inmerso, con sus valores y desvalores y al mismo tiempo es el objeto de la cultura. Esto significa que en cuanto sujeto de la cultura el hombre es capaz de realizar un juicio en torno a ella y aceptarla, rechazarla o cambiarla. Por último, es necesario recalcar el carácter dinámico de las culturas, y la posibilidad de ser transformadas. Ello implica que la cultura de la muerte no es una cultura a la que hay que rendirse, sino que nos abre a la posibilidad de una cultura nueva que esté a la altura de la dignidad del hombre, de todo el hombre y de todos los hombres. Estamos todos invitados con nuestra acción a colaborar de tal manera de pasar de la cultura de la muerte a la cultura de la vida. Es ahí donde no podemos eludir nuestra propia responsabilidad en el campo de acción que nos es propio. La defensa de la vida humana y su promoción es parte integrante de la evangelización. En las Naciones Unidas postuló que el proceso de cambio en el que se encuentra inmerso el mundo de hoy no podrá llevarse a cabo en sentido de salvación al margen de una cultura nueva de dimensiones planetarias. Y ella parte desde Cristo si pretende ser auténticamente humana5. En lo que se refiere directamente a la encíclica Evangelium Vitae, escrita hace 15 años y más vigente que nunca, ella está estructurada en seis partes: una introducción, cuatro capítulos y una conclusión. Es una encíclica que tiene varios 3 Cf. Dominum et vivificantem, 57; Juan Pablo II, Carta encíclica Sollicitudo rei socialis, 30 de diciembre de 1987, 33. 4 Cf. Juan Pablo II, Carta encíclica Centesimus annus, 1 de mayo de 1991, 39. En la alocución a la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) que pronunciara el año 1980, Juan Pablo II define la cultura como “un modo específico del ‘existir’ y del ‘ser’ del hombre”. Juan Pablo II, Discurso a la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura – UNESCO, París, 2 de junio de 1980, 6. En el discurso que pronunciara al mundo de la cultura el año 1987, durante su visita a Chile, sostenía que “la cultura de un pueblo –en palabras del documento de Puebla de los Ángeles- es ‘el modo particular como los hombres cultivan su relación con la naturaleza, entre sí mismos y con Dios de modo que puedan llegar a un nivel verdadera y plenamente humano’”. Juan Pablo II, Discurso al mundo de la cultura y constructores de la sociedad (Universidad Católica), Santiago, 3 de abril de 1987. En ese sentido por cultura se puede entender “el estilo de vida común que caracteriza a un pueblo y que comprende la totalidad de su vida: el conjunto de valores que lo animan y de desvalores que lo debilitan… las formas a través de las cuales aquellos valores o desvalores se expresan y configuran, es decir, las costumbres, la lengua, las instituciones y estructuras de convivencia social”. Ibidem. Se trata, pues, de la vida de un pueblo. En la exhortación apostólica Christifideles laici, Juan Pablo II entiende por cultura “todos aquellos ‘medios con los que el hombre afina y desarrolla sus innumerables cualidades espirituales y corporales; procura someter el mismo orbe terrestre con su conocimiento y trabajo; hace más humana la vida social, tanto en la familia como en la sociedad civil, mediante el progreso de las costumbres e instituciones; finalmente, a lo largo del tiempo, expresa, comunica y conserva en sus obras grandes experiencias espirituales y aspiraciones, para que sirvan al progreso de muchos, e incluso de todo el género humano’ H 9 Son muchos los factores que han confluido para hallarnos en presencia de la cultura de la muerte. Quizás un primer elemento a considerar dice relación con la pérdida del carácter sagrado que la vida humana lleva grabada en sí. (GS 53). En este sentido, la cultura debe considerarse como el bien común de cada pueblo, la expresión de su dignidad, libertad y creatividad, el testimonio de su camino histórico”. Juan Pablo II, Exhortación apostólica post-sinodal Christifideles laici, 30 de diciembre de 1988, 44. En la encíclica Centesimus annus dirá que “el punto central de toda cultura lo ocupa la actitud que el hombre asume ante el misterio más grande: el misterio de Dios”. Centesimus annus, 24; cf. Evangelium vitae, 96. 5 Cf. Juan Pablo II, Discurso a la quincuagésima asamblea general de las Naciones Unidas, Nueva York, 5 de octubre de 1995, 3 y 17. 6 Cf. Juan Pablo II, Carta encíclica Fides et ratio, 14 de septiembre de 1998, Introducción. 7 Evangelium vitae, 58. 8 Cf. Evangelium vitae, 58. 9 Cf. Evangelium vitae, 2. 10Evangelium vitae, 90. 11Cf. Evangelium vitae, 28 y 50. 12Evangelium vitae, 50. 13Ibíd., 28. H 10 propósitos: denunciar los atentados en contra de la vida que constituyen una verdadera conjura en contra de ésta; anunciar el valor de la vida humana, promoverla y defenderla en los más amplios campos de la cultura. Su método es exhortativo y su lenguaje claro y sin ambigüedades. El Papa Juan Pablo la escribe arraigado en sólidos fundamentos, aportados por la ciencia, la filosofía y la teología, consciente de que las alas de la razón y la fe se alzan juntas a la hora de una búsqueda sincera de la verdad6. Él mismo plantea la urgencia “de llamar a las cosas por su nombre, sin ceder a compromisos de conveniencia o a la tentación de autoengaño”7. En ese sentido, esta encíclica es una invitación a llamar bien al bien y mal al mal8. También es una invitación a admirarse de la maravilla que significa cada vida humana9. Es una encíclica escrita por el pastor universal de la Iglesia, por lo tanto de carácter pastoral; sin embargo tiene una dimensión política. En efecto, el Papa hace ver que las leyes y los poderes ejecutivos y legislativos juegan un rol esencial a la hora de fomentar las políticas públicas, ya sea a favor o en contra de la vida, sobre todo en su etapa inicial o en su ocaso. Dice al respecto: “Si las leyes no son el único instrumento para defender la vida humana, sin embargo desempeñan un papel muy importante y a veces determinante en la promoción de una mentalidad y de unas costumbres”10. El Santo Padre hace ver que estamos inmersos en medio de una lucha dramática entre la cultura de la muerte y la cultura de la vida11. Es una lucha análoga a la vivida con motivo de la cruz de Cristo, “una inmensa lucha entre las fuerzas del bien y las fuerzas del mal, entre la vida y la muerte”12. Lo interesante es que para Juan Pablo II, este panorama de luces y sombras en relación a la vida no se presenta a nuestros ojos en cuanto espectadores, sino en cuanto actores. “Estamos ‘en medio’ de este conflicto: todos nos vemos implicados y obligados a participar, con la responsabilidad ineludible de elegir incondicionalmente en favor de la vida”13. Juan Pablo II se mueve en un sano realismo; por un lado no hay espacio para pesimismo alguno, ya que la oscuridad no eclipsa el resplandor de la cruz, sino que por el contrario lo resalta aún más14. Por otro lado tampoco hay espacio para un optimismo ingenuo que nos llevara a bajar los brazos a la hora de defender y promover la vida. Los signos que van configurando una verdadera cultura de la vida son muchos, están a la vista y el Papa los nombra expresamente15: 1. Las iniciativas a favor de las personas más débiles e indefensas promovidas por personas, grupos, movimientos y diversas organizaciones. 2. Los esposos que generosamente acogen a los hijos como el don más excelente. 3. Las familias que acogen a niños abandonados, a muchachos y jóvenes en dificultad, a personas minusválidas, a ancianos solos. 4. Los centros de ayuda a la vida, o instituciones análogas, que ayudan moral y materialmente a madres en dificultad. 5. Los grupos de voluntarios. 6. La creciente solidaridad entre los pueblos. 7. Los movimientos e iniciativas que han surgido como respuesta a legislaciones que han permitido el aborto e intentan legalizar la eutanasia. 8. Las personas que con gestos cotidianos de acogida, sacrificio y cuidado desinteresado trabajan para dar alivio al más débil y necesitado. 9. La nueva sensibilidad en contra de la guerra que existe en amplios sectores sociales. 10. La aversión cada vez más difundida en contra de la pena de muerte. 11. La mayor atención que se le da a la calidad de vida y a la ecología, especialmente en los países desarrollados. 12. El despertar de una reflexión ética acerca de la vida con el nacimiento y desarrollo cada vez más extendido de la bioética, disciplina que tiene la tarea de reflexionar en torno a los problemas éticos que afectan a la vida del hombre. Junto a estas manifestaciones a favor de la vida, está la cultura de la muerte que se manifiesta en la “multiplicación El concepto de sacralidad de la vida, que dice relación con un orden “metafísico”, en cuanto que nos refiere a Dios creador y trascendente, ha sido desplazado por un concepto intramundano, carente de toda trascendencia: se trata de la “calidad de vida”. (…) 14 Cf. Evangelium vitae, 50. 15 Cf. Evangelium vitae, 26-27. H 11 (…) Este concepto plantea que lo importante para reconocer el valor de la persona no está centrado tanto en el ser, sino más bien en la eficiencia económica, el consumismo desordenado, la belleza y el goce de la vida física; dejando de lado aspectos tan significativos de la existencia, como son los relacionales, espirituales y religiosos. 16Evangelium vitae, 3. 17Ibíd., 12. 18Ibíd., 3. 19Cf. Gaudium et spes, 27. 20Cf. Evangelium vitae, 4. 21Cf. Evangelium vitae, 4. H 12 y agudización de las amenazas a la vida de las personas y de los pueblos”16. Esta cultura de la muerte es “promovida por fuertes corrientes culturales, económicas y políticas, portadoras de una concepción de la sociedad basada en la eficiencia”17. Dichas amenazas adquieren “nuevas facetas y dimensiones inquietantes”18. El panorama sombrío descrito por el Concilio Vaticano II19, en cuanto a atentados en contra de la vida se refiere, se va extendiendo y va consolidando una nueva situación cultural, que podemos sintetizar de la siguiente manera: en el caso del aborto, lo que era un delito, hoy se constituye en un derecho que cuenta con la autorización del Estado para practicarlo con absoluta libertad y además con la ayuda gratuita de los servicios sanitarios20. Por tanto, la cultura de la muerte ha ido penetrando todos los estamentos de la sociedad, que resumo así21: 1. A nivel legislativo, no sólo no se penan las prácticas en contra de la vida, sino que tienen reconocimiento. Los consensos se han abierto paso como criterio para discernir entre el bien y el mal. 2. A nivel social, prácticas que eran condenadas por su carácter delictivo, hoy van siendo poco a poco socialmente respetables, o al menos aceptables. 3. A nivel de la medicina, se percibe una cierta contradicción entre lo que es su naturaleza y las prácticas en contra de la vida. 4. A nivel político, se percibe una visión utilitarista e instrumental de las personas, en cuanto que los temas demográficos son tratados desde una mirada economicista, donde se supedita la ayuda económica a políticas demográficas que no respetan la dignidad de la persona humana. 5. Pero lo más preocupante es que todas estas nuevas situaciones son los síntomas de un gran deterioro moral, que se traduce en una cierta incapacidad de distinguir entre el bien y el mal. Vemos entonces como toda la estructura de la convivencia social, comenzando por la conciencia individual y colectiva, así como el aparato estatal se ha ido impregnando de una manera de relacionarnos con los demás que efectivamente va edificando una cultura de muerte22. Son muchos los factores que han confluido para hallarnos en presencia de la cultura de la muerte. Quizás un primer elemento a considerar dice relación con la pérdida del carácter sagrado que la vida humana lleva grabada en sí 23. El concepto de sacralidad de la vida, que dice relación con un orden “metafísico”, en cuanto que nos refiere a Dios creador y trascendente, ha sido desplazado por un concepto intramundano, carente de toda trascendencia: se trata de la “calidad de vida”. Este concepto plantea que lo importante para reconocer el valor de la persona no está centrado tanto en el ser, sino más bien en la eficiencia económica, el consumismo desordenado, la belleza y el goce de la vida física; dejando de lado aspectos tan significativos de la existencia, como son los relacionales, espirituales y religiosos 24. Cuando la cultura va fundamentando su ethos exclusivamente en el tener o el hacer y no en el ser, necesariamente comienza a hacerse espacio la arbitrariedad y la injusticia. Así por ejemplo el Papa denuncia que “quien, con su enfermedad, con su minusvalidez o, más simplemente, con su misma presencia pone en discusión el bienestar y el estilo de vida de los más aventajados, tiende a ser visto como un enemigo del que hay que defenderse o a quien eliminar”25. Una cultura en la que está inmerso el hombre auténticamente humana ha de ser fuente de crecimiento en el orden del “ser”. En ese sentido ha de ser respetuosa de la naturaleza del hombre, de la verdad que lleva grabada en cuanto tal. Una cultura que prescinda de la pregunta acerca del hombre, o que lo ponga entre paréntesis terminará necesariamente en contra de sí misma. Lo “cultural” así nos lleva de la mano hacia lo moral, lo que no puede plantearse al margen de lo religioso26. Al respecto la enseñanza del magisterio de los obispos reunidos en Concilio es clara. “Por el olvido de Dios la criatura misma queda oscurecida” y “sin el Creador la criatura se diluye”27. Otro elemento a considerar dice relación con el erróneo con- Cuando la cultura va fundamentando su ethos exclusivamente en el tener o el hacer y no en el ser, necesariamente comienza a hacerse espacio la arbitrariedad y la injusticia. 22 Cf. Evangelium vitae, 4 y 11. 23 Cf. Evangelium vitae, 2-3 y 11. 24 Cf. Evangelium vitae, 4 y 12. 25Evangelium vitae, 12. 26Cf. Juan Pablo II, Discurso a la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura – UNESCO, 6, 7 y 10. 27Concilio Vaticano II, Constitución pastoral Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 36. H 13 En una cultura con los signos descritos, sumado a la carencia de un pensar metafísico, no se entiende la libertad como la posibilidad de hacer el bien a la luz de un orden objetivo; se entiende, más bien, como libertad individual de corte subjetivista, es decir, despojada de toda verdad. Una libertad que no está vinculada con la verdad termina necesariamente en contra del mismo hombre. 28Cf. Evangelium vitae, 19-20. 29Evangelium vitae, 19. 30Evangelium Vitae, 23. 31Cf. Evangelium vitae, 12, 24 y 59. H 14 cepto que se tiene de la libertad. En una cultura con los signos descritos, sumado a la carencia de un pensar metafísico, no se entiende la libertad como la posibilidad de hacer el bien a la luz de un orden objetivo; se entiende, más bien, como libertad individual de corte subjetivista, es decir, despojada de toda verdad. Una libertad que no está vinculada con la verdad termina necesariamente en contra del mismo hombre28. Juan Pablo II dice que “si es cierto que, a veces, la eliminación de la vida naciente o terminal se enmascara también bajo una forma malentendida de altruismo y piedad humana, no se puede negar que semejante cultura de muerte, en su conjunto, manifiesta una visión de la libertad muy individualista, que acaba por ser la libertad de los ‘más fuertes’ contra los débiles destinados a sucumbir”29. Pensemos, por ejemplo, en los miles de embriones congelados y aquellos que son utilizados para la experimentación, y qué decir de aquellos que son abortados. La vida, bajo este supuesto de libertad, deja de ser el valor primario y la fuente de todos los demás valores. El hombre pasa a ser una cosa, pierde toda consistencia, deja de ser un bien moral, y pasa a ser un mero bien instrumental, sujeto a consideraciones exógenas. En definitiva, de un fin en sí mismo, a cuyo servicio debieran estar las instituciones y demás cosas, pasa a ser un mero medio. Otro aspecto de la vida del hombre que ha sido agredido fruto de una errónea concepción de la libertad en el cuerpo que ya “no se considera como realidad típicamente personal, signo y lugar de las relaciones con los demás, con Dios y con el mundo. Se reduce a pura materialidad: está simplemente compuesto de órganos, funciones y energías que hay que usar según criterios de mero goce y eficiencia. Por consiguiente la sexualidad también se despersonaliza e instrumentaliza… y la procreación se convierte entonces en el ´enemigo´a evitar en la práctica de la sexualidad”.30 Quisiera dar un paso más allá. Para hablar de cultura de la muerte, debemos necesariamente entrar en el concepto de pecado y de estructuras de pecado, concepto que aparece tres veces en Evangelium vitae31. El fundamento de estas estructuras de pecado que se han ido consolidando en la sociedad y que han dado lugar a una verdadera cultura de la muerte está en que “no existe pecado alguno, aun el más íntimo y secreto, el más estrictamente individual, que afecte exclusivamente a aquel que lo comete. Todo pecado repercute, con mayor o menor intensidad, con mayor o menor daño en todo el conjunto eclesial y en toda la familia humana. Según esta primera acepción, se puede atribuir indiscutiblemente a cada pecado el carácter de pecado social”32. En efecto, toda acción del hombre tiene una connotación moral y en cuanto tal una expresión histórica que se manifiesta y se objetiviza en la vida social, económica y política. En este sentido, los pecados personales van creando un verdadero ambiente de pecado que genera condiciones para nuevos pecados por parte del hombre. Al hablar de pecado debemos necesariamente remitirnos a Dios, por cuanto el pecado es una ofensa a Él. Hoy la ofensa a Dios no se manifiesta como un ateísmo teórico y militante, sino más bien como ateísmo práctico. Hoy no se niega a Dios, simplemente se le ignora, viviendo como si no existiera. El desafío que se nos presenta a los cristianos no es menor, especialmente para Occidente. El Papa plantea en el documento maestro de la celebración del Jubileo del año 2000, Tertio millennio adveniente33, que se ha ido manifestando sobre todo en Occidente un empobrecimiento interior por el olvido y la marginación de Dios. En la encíclica Evangelium vitae la problemática social se presenta como “una verdadera y auténtica estructura de pecado, caracterizada por la difusión de una cultura contraria a la solidaridad, que en muchos casos se configura como verdadera ‘cultura de muerte’”34. Por otra parte, en esta encíclica el Papa hace ver que “la conciencia moral, tanto individual como social, está hoy sometida… a un peligro gravísimo y mortal, el de la confusión entre el bien y el mal en relación con el mismo derecho fundamental a la vida”35. Esta conciencia moral, al favorecer o tolerar comportamientos contrarios a la vida, crea y consolida verdaderas y auténticas “estructuras de pecado” contra la vida36. Juan Pablo II dice que “si es cierto que, a veces, la eliminación de la vida naciente o terminal se enmascara también bajo una forma malentendida de altruismo y piedad humana, no se puede negar que semejante cultura de muerte, en su conjunto, manifiesta una visión de la libertad muy individualista, que acaba por ser la libertad de los ‘más fuertes’ contra los débiles destinados a sucumbir”. 32Juan Pablo II, Exhortación apostólica post-sinodal Reconciliatio et paenitentia, 2 de diciembre de 1984, 16. 33Juan Pablo II, Carta apostólica Tertio millennio adveniente, 10 de noviembre de 1994. 34Evangelium vitae, 12. 35Ibíd., 24. 36Cf. Evangelium vitae, 24. H 15 Toda acción del hombre tiene una connotación moral y en cuanto tal una expresión histórica que se manifiesta y se objetiviza en la vida social, económica y política. En este sentido, los pecados personales van creando un verdadero ambiente de pecado que genera condiciones para nuevos pecados por parte del hombre. 37Cf. Evangelium vitae, 59. 38Evangelium vitae, 21. 39Evangelium vitae, 36. 40Ibíd., 16. H 16 El término también lo usa para referirse a las instancias que favorecen el aborto, las cuales van desde la madre, el padre, los servicios creados para apoyar la vida, los legisladores que han promovido y aprobado leyes que amparan el aborto, hasta los que han difundido la libertad sexual y el menosprecio del embarazo, así como los organismos internacionales, fundaciones y asociaciones que promocionan sistemáticamente la legalización y la difusión del aborto en el mundo37. En un análisis similar, Juan Pablo II sostiene: “En la búsqueda de las raíces más profundas de la lucha entre la ‘cultura de la vida’ y la ‘cultura de la muerte’, no basta detenerse en la idea perversa de libertad anteriormente señalada. Es necesario llegar al centro del drama vivido por el hombre contemporáneo: el eclipse del sentido de Dios y del hombre, característico del contexto social y cultural dominado por el secularismo”38. Firme y clara la sentencia de Juan Pablo II ampliamente recordada por Benedicto XVI en sus encíclicas: “cuando no se reconoce a Dios como Dios, se traiciona el sentimiento profundo del hombre y se perjudica la comunión entre los hombres”.39 Resulta obvio que cortando la vinculación que de suyo existe entre lo infinito y lo finito, entre lo extramundano y lo mundano, entre lo trascendente y lo inmanente, la manera que va adquiriendo el hombre de relacionarse con los demás, consigo mismo y con el mundo sufre una radical transformación. Si Dios deja de ser el fundamento de una ética vinculante, el horizonte del actuar del hombre será el mismo hombre, y en la política lo será el más fuerte. Según el Santo Padre, los poderosos de la tierra consideran “como una pesadilla el crecimiento demográfico actual y temen que los pueblos más prolíficos y más pobres representen una amenaza para el bienestar y la tranquilidad de sus países. Por consiguiente, antes que querer afrontar y resolver estos graves problemas respetando la dignidad de las personas y de las familias, y el derecho inviolable de todo hombre a la vida, prefieren promover e imponer por cualquier medio una masiva planificación de los nacimientos”40. Más aún, el Papa denuncia que “las mismas ayudas económicas, que estarían dispuestos a dar, se condicionan injustamente a la aceptación de una política antinatalista”41. Esta verdadera cosificación de las personas se comprende en virtud de que “una vez excluida la referencia a Dios, no sorprende que el sentido de todas las cosas resulte profundamente deformado, y la misma naturaleza, que ya no es ‘mater’, quede reducida a ‘material’ disponible a todas las manipulaciones”42. Las consecuencias del intento de querer construir un mundo al margen de la realidad de Dios es una de las causas de la profunda crisis de la cultura, que se traduce en un cierto “escepticismo en los fundamentos mismos del saber y de la ética, haciendo cada vez más difícil ver con claridad el sentido del hombre, de sus derechos y deberes”43. El hombre en esto no cabe duda que se equivocó. Pensó que para afirmarse a sí mismo había que negar a Dios. En realidad sucedió todo lo contrario. Negando a Dios se negó a sí mismo. Esta negación se manifestó en una desconfianza hacia Dios y en la reivindicación de un pensar autónomo de corte exclusivamente antropocéntrico, que llegaría al extremo nietzscheano de afirmar: “El más importante de los acontecimientos recientes, ‘la muerte de Dios’; el hecho de que se haya quebrantado la fe en el Dios cristiano, empieza ya a proyectar sobre Europa sus primeras sombras... Efectivamente, nosotros los filósofos, los espíritus libres, ante la noticia de que el Dios antiguo ha muerto, nos sentimos iluminados por una nueva aurora; nuestro corazón se desborda de gratitud, de asombro, de expectación y curiosidad, el horizonte nos parece libre otra vez, aun suponiendo que no aparezca claro; nuestras naves pueden darse de nuevo a la vela y bogar hacia el peligro: vuelven a ser lícitos todos los azares del que busca el conocimiento; el mar, nuestra alta mar, se abre de nuevo a nosotros, y tal vez no tuvimos jamás un mar tan ancho”44. Este horizonte ha llevado a negar la naturaleza de las cosas y un orden moral objetivo que le respeta y potencia. Hoy la ofensa a Dios no se manifiesta como un ateísmo teórico y militante, sino más bien como ateísmo práctico. Hoy no se niega a Dios, simplemente se le ignora, viviendo como si no existiera. 41Ibíd., 16. 42Ibíd., 22. 43Ibíd., 11. 44Friedrich Nietzsche, La gaya ciencia, Editorial Libsa, Madrid, 2000, pp. 205-207. H 17 Si Dios ha muerto, el hombre es el que se fija sus propias reglas amparado por su libertad absoluta e incondicional. Aquí está el drama: los atentados en contra de la vida suelen presentarse “como legítimas expresiones de la libertad individual, que deben reconocerse y ser protegidas como verdaderos y propios derechos “45. Reflexiones finales a modo de conclusión En la encíclica Evangelium vitae la problemática social se presenta como “una verdadera y auténtica estructura de pecado, caracterizada por la difusión de una cultura contraria a la solidaridad, que en muchos casos se configura como verdadera ‘cultura de muerte’”. 45Evangelium vitae, 18. 46 Evangelium vitae, 19. 47 Evangelium vitae, 20. H 18 No se trata de caer en una actitud pesimista. Pero tampoco se trata de ser ingenuamente optimistas. Estamos en presencia de una concepción del hombre que lejos de mostrar su dignidad y su valor se ve matizada por consideraciones económicas, políticas y sociales muy discutibles desde el punto de vista moral, a la luz de las leyes imperantes en muchas partes del mundo y que se están abriendo camino en Chile. Al dejar a los más débiles en la más absoluta indefensión, “es la fuerza la que se hace criterio de opción y acción en las relaciones interpersonales y en la convivencia social. Pero esto es exactamente lo contrario de cuanto ha querido afirmar históricamente el Estado de derecho, como comunidad en la que las ´razones de la fuerza´ sustituyen la ´fuerza de la razón´”46. No debemos descuidar lo que acontece con las políticas públicas que se están fraguando en nuestro país. Este es un aspecto prioritario por el que hay que trabajar, de tal forma de evitar que el “Estado entendido como ´casa común´ donde todos pueden vivir según los principios de igualdad fundamental, se transforme en Estado tirano, que presume el poder disponer de la vida de los más débiles e indefensos, desde el niño aún no nacido hasta el anciano, en nombre de la utilidad pública que no es otra cosa, en realidad, que el interés de algunos”47. Juan Pablo II nos recuerda una vez más que “cuando la Iglesia declara que el respeto incondicional del derecho a la vida de toda persona inocente —desde la concepción a su muerte natural— es uno de los pilares sobre los que se basa toda sociedad civil, ‘quiere simplemente promover un Estado humano. Un Estado que reconozca, como su deber primario, la defensa de los derechos fundamentales de la persona humana, especialmente de la más débil’”48. Si queremos un mundo donde reine la paz, debemos trabajar arduamente para que se vean respetados los derechos del hombre y de todos los hombres, empezando por el más débil. Esa es la línea fuerza que acompañó el mensaje por la paz de Pablo VI el año 1977. “Todo delito contra la vida es un atentado contra la paz”49. De no ser así, la misma sociedad se contradice a sí misma. Por una parte proclama los derechos humanos y por otro lado, con el aval del Estado, se violan. Por una parte busca la paz y por otra la destruye con leyes permisivas a favor del aborto. Creo que la falta de una visión trascendente de la vida, así como un escaso interés por hacer una lectura metafísica de la realidad, han contribuido a este panorama. Sentar las bases de una nueva cultura, de la cultura de la vida resulta un imperativo de nuestro tiempo. El estrecho vínculo que ha de existir entre el bien, la verdad y la libertad ha ido perdiendo eficacia. Aspectos tan importantes de la vida de las personas, como la sexualidad, el matrimonio y la procreación han quedado reducidos a la mera opinión personal o al consenso. Sin embargo, la verdad al final prevalece sobre la mentira; más aún, nos mueve la convicción de que si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles. El empeño de toda persona, creyente y no creyente, ha de ser el de responder adecuadamente a la pregunta acerca del hombre. No sin razón Juan Pablo II postula que “una tarea corresponde a los intelectuales católicos, llamados a estar presentes activamente en los círculos privilegiados de elaboración cultural, en el mundo de la escuela y de la universidad, en los ambientes de investigación científica y técnica, en los puntos de creación artística y de la reflexión humanista”50. Desde esa perspectiva se entiende la creación de la Pontificia Academia Para la Vida. También hace un llamado a los medios de comunicación social. Desde esa respuesta que sobrepasa los ámbitos de las ciencias debemos situarnos quienes pensamos que la defensa de la vida es la “Es necesario llegar al centro del drama vivido por el hombre contemporáneo: el eclipse del sentido de Dios y del hombre, característico del contexto social y cultural dominado por el secularismo”. Firme y clara la sentencia de Juan Pablo II ampliamente recordada por Benedicto XVI en su Encíclicas “cuando no se reconoce a Dios como Dios, se traiciona el sentimiento profundo del hombre y se perjudica la comunión entre los hombres”. 48 Ibíd., 101. 49Pablo VI, Mensaje para la X Jornada Mundial de la Paz, 1 de enero de 1977 (8 de diciembre de 1976). 50Evangelium vitae, 98. H 19 Muy a menudo los creyentes, incluso quienes participan activamente en la vida eclesial, caen en una especie de separación entre la fe cristiana y sus exigencias éticas con respecto a la vida, llegando así al subjetivismo moral y a ciertos comportamientos inaceptables. Ante esto debemos preguntarnos, con gran lucidez y valentía, qué cultura de la vida se difunde hoy entre los cristianos, las familias, los grupos y las comunidades de nuestras diócesis”. (EV 95). 51Evangelium vitae, 95. H 20 labor fundante que ha de inspirar toda actividad para que sea digna del hombre. En este sentido, la referencia a la encíclica Evangelium vitae es sin lugar a dudas una respuesta a la inquietud del Papa cuando afirmaba: “Se debe comenzar por la renovación de la cultura de la vida dentro de las mismas comunidades cristianas. Muy a menudo los creyentes, incluso quienes participan activamente en la vida eclesial, caen en una especie de separación entre la fe cristiana y sus exigencias éticas con respecto a la vida, llegando así al subjetivismo moral y a ciertos comportamientos inaceptables. Ante esto debemos preguntarnos, con gran lucidez y valentía, qué cultura de la vida se difunde hoy entre los cristianos, las familias, los grupos y las comunidades de nuestras diócesis”51. El bien y la inviolabilidad de la vida en la encíclica Evangelium vitae Angelo Card. Scola ¿Por qué la vida tiene valor y es inviolable? La vida del hombre tiene valor, si tiene valor el hombre. La controversia actual sobre la vida no es sino un capítulo de la controversia mayor sobre el hombre, sobre aquello en lo que se apoya su dignidad. Gran parte de la cultura moderna pretende salvar al hombre alejándolo de Dios y, para ello, trata de establecer una contraposición de principio entre la realización del hombre y la fe. Sin embargo, el misterio de la vida se sitúa dentro del misterio de la relación con el otro y con el Creador. El desprecio por la vida es un desprecio por el hombre y, en lo concreto, la vida prevé una concepción, un nacimiento, un desarrollo en el tiempo y el paso por la muerte. El que pretende manipular uno solo de estos pasos, manipula al hombre. De este modo se manipula la relación constitutiva del hombre con Dios, y en esta pretensión está incluida una muerte aún peor que aquella que se inflige a otra vida: la muerte de la autoconciencia, de la clara comprensión de sí mismo. El Cardenal Angelo Scola es Patriarca de Venecia y Rector emérito de la Pontificia Universidad Lateranense. Cardinal Angelo Scola is the Patriarch of Venice and former Chancellor of the Pontificial Lateranense University in Rome. Why is life meaningful and sacred? Man’s life has significance, if man is significant. The present controversy about life is nothing but a chapter in the greater debate about man, about the origin of his dignity. A great part of modern culture pretends to save man by distancing him from God, and in so doing, tries to establish a counter position of principle between man’s realization and his faith. Nevertheless, the mystery of life falls within the mystery of the relationship with one another and with the Creator. Contempt of life is contempt of man and, specifically, life contemplates conception, birth, development and death. Whoever pretends to manipulate one of these steps, manipulates man. Thus the intrinsic relationship between man and God is manipulated, and such pretence, includes a death far worse than that which is inflicted upon another life: the death of self awareness, the clear understanding of oneself. ¿Por qué la vida tiene valor y es inviolable? La vida del hombre tiene valor, si tiene valor el hombre. Si el hombre pierde la percepción existencial del valor infinito de su persona, en ese mismo instante su vida pierde el sentido. Se vuelve insensata. De nada vale, en ese caso, la fuga a un vitalismo que pretenda disimular la irremediable pérdida de fondo. Todo vitalismo que olvide la dignidad del hombre se precipita, tarde o temprano, en un naturalismo o en un estetismo que son sólo formas latentes de afirmaciones de la nada. Como la sombra de un sueño que huye (Shakespeare). Desde esta perspectiva, la vida se vuelve como lo H 21 repetía uno de los maestros de la filosofía contemporánea, Martín Heidegger, “ser para la muerte”. Por consiguiente, la controversia actual sobre la vida no es sino un capítulo de la controversia mayor sobre el hombre. ¿Quién es el hombre? ¿Quién soy yo? ¿Por qué el yo, por qué el hombre tiene un valor irresistible? 1. Fundamento de la dignidad del hombre y, por tanto, del valor de su vida como escribió Juan Pablo II en la Evangelium vitae, “a la rebelión del hombre contra Dios… se añade la lucha mortal del hombre contra el hombre” (n. 8) y, antes, del hombre contra sí mismo. Como decía el Cardenal De Lubac, el hombre puede organizar, sin duda alguna, una tierra sin Dios, pero sin Dios él no puede, a fin de cuentas, sino organizarla contra el hombre. H 22 ¿En qué se debe apoyar la dignidad del hombre y, por tanto, la dignidad de la vida misma del hombre? Gran parte de la cultura moderna pretende salvar al hombre alejándolo de Dios y, para ello, trata de establecer una contraposición de principio entre la realización del hombre y la fe (J.P. Sartre), o de seguir defendiendo al hombre prescindiendo de la fe (Heidegger). Este intento ya ha dado pruebas abundantes de fracaso, y el resultado es que hoy ya nadie hable de humanismo. En realidad, como escribió Juan Pablo II en la Evangelium vitae, “a la rebelión del hombre contra Dios… se añade la lucha mortal del hombre contra el hombre” (n. 8) y, antes, del hombre contra sí mismo. Como decía el Cardenal De Lubac, el hombre puede organizar, sin duda alguna, una tierra sin Dios, pero sin Dios él no puede, a fin de cuentas, sino organizarla contra el hombre. Si el otro hombre no es de Dios, no es “propiedad” de Dios, puedo hacer de él lo que quiero. Pero si el otro es propiedad de Dios, tengo que respetar esa pertenencia divina. Y si la pertenencia a Dios, como criatura, es una prerrogativa del hombre, yo también soy propiedad de Dios y, por tanto, estoy unido al otro con un vínculo substancial. El sentido de la dignidad de mí mismo, de mi persona y de mi vida, está vinculado estrechamente al sentido de la dignidad del otro, pero ninguno de los dos vale si el hombre, como afirma Sartre en su conferencia “El existencialismo es un humanismo”, es “uno que debe llegar a ser sí mismo de la nada. Por este camino, el hombre y su vida pronto se vuelven una pasión inútil”. Así, al abandono de la presencia de Dios no ha seguido la exaltación del hombre y de su existencia, sino, por el contrario, el desprecio de sí mismo y la pérdida del criterio de la relación social con el otro. “¿Qué clase de vida es la nuestra, si no tenéis una vida en común?”, pregunta el poeta (T. S. Eliot); pero ¿cómo es posible una vida en común si esa comunión no es ya principio de nuestro ser, si la relación con el otro y con la vida del otro no es para nosotros coesencial y connatural? Una vida solitaria y transcurrida en una mala soledad no es, desde luego, la aspiración del hombre, e incluso un escritor contemporáneo hablaba de la superación de este estado como problema central de la vida misma. 2. Contradicciones de la sociedad en la concepción de la vida La encíclica Evangelium vitae aborda el cuadro de conjunto de todas estas temáticas y representa, por tanto, un documento extraordinario en la actual controversia sobre el hombre. Llega incluso (por la concepción no solipsística de la persona humana y de la vida del hombre) a formular un penetrante juicio social y una poderosa crítica del pensamiento y de las evidencias socialmente dominantes, en momentos en que gran parte de las voces se elevan en el Occidente únicamente para defender los privilegios y el bienestar material adquirido y amenazado por otros “mundos”. En realidad, la Evangelium vitae capta un aspecto inédito de los atentados contra la vida humana, que se multiplican sobre todo cuando es débil e indefensa, en su comienzo (nn. 58-63), y cuando termina (nn. 64-67). Esta es la dimensión social de su realización. De hecho, estas prácticas contra la vida tienden a ser reivindicadas, a nivel de la opinión pública, como derechos de la libertad individual; se llevan y buscan una legitimación en las normas jurídicas de los estados, separando radicalmente la ley civil de la ley moral (cf. n. 68-77). Con esto se introduce algo explosivo en la convivencia democrática. En el centro de la convivencia social reglamentada por Con esto se introduce algo explosivo en la convivencia democrática. En el centro de la convivencia social reglamentada por la ley ya no se encuentra el reconocimiento de los derechos originales e indispensables, válidos para todos y cada uno, partiendo del derecho más fundamental: el derecho a la vida. Alejada de las bases morales, la democracia corre el peligro de volverse un pretexto para hacer prevalecer el derecho de los más fuertes contra los más débiles. H 23 El Papa analizó la esquizofrenia de la que padece el Occidente en otra de sus manifestaciones macroscópicas: la división entre la afirmación de la necesidad de una moralidad “pública”, por un lado, y la de una supuesta indiferencia de la inmoralidad “privada”, por el otro. Aquí también se manifiesta, de otra forma, lo ilusorio que es creer que se puede resolver la relación entre la moral y la política sin resolver aquella que existe entre el sentido del Misterio (religioso) y la moral, entre la fe y la moral. H 24 la ley ya no se encuentra el reconocimiento de los derechos originales e indispensables, válidos para todos y cada uno, partiendo del derecho más fundamental: el derecho a la vida. Alejada de las bases morales, la democracia corre el peligro de volverse un pretexto para hacer prevalecer el derecho de los más fuertes contra los más débiles. La “cultura de la muerte”, que amenaza al hombre y su civilización, se desarrolla allí donde la vida humana deja de ser un valor sagrado e inviolable y se transforma en un bien de consumo que se valora según su utilidad o su goce. Así, “la calidad de la vida” se vuelve un criterio materialista. El sufrimiento es inútil, el sacrificio por los demás es injustificado, el niño que crece en el seno materno es un peso que se puede eliminar sin remordimientos. En esta encíclica, Juan Pablo II reveló la división interna que aqueja a una sociedad que, por un lado afirma la inviolabilidad de los derechos humanos y luego se declara favorable a la manipulación del evento que constituye el fundamento de todo derecho real y posible: la vida. El Papa analizó también la esquizofrenia de la que padece el Occidente en otra de sus manifestaciones macroscópicas: la división entre la afirmación de la necesidad de una moralidad “pública”, por un lado, y la de una supuesta indiferencia de la inmoralidad “privada”, por el otro (cf. nn. 69, 101). Aquí también se manifiesta, de otra forma, lo ilusorio que es creer que se puede resolver la relación entre la moral y la política sin resolver aquella que existe entre el sentido del Misterio (religioso) y la moral, entre la fe y la moral. Es errónea la convicción de que es posible mantener vivos los valores que entraron en la historia de Europa con el cristianismo, si se separan de una referencia concreta a Cristo. Los efectos devastadores de ese “experimento” son presentados con sumo realismo por el Santo Padre. Entre ellos, la pérdida: a) del correcto y sano sentido de sí mismos; b) del significado del propio cuerpo; c) de la propia sexualidad; d) de la propia vida; e) de la experiencia del sufrimiento; f) del significado de la muerte. 3. El hombre, camino de la Iglesia Ante este envilecimiento de la dignidad del hombre, en los distintos campos de su existencia, el Papa reafirma que “el hombre es el camino de la Iglesia”, puesto que el Hijo de Dios se hizo hombre y eligió la humanidad como vida propia. La Iglesia lleva en sí misma la afirmación concreta de la dignidad del hombre, de todo el hombre y de todos los hombres. Como exclamó Pablo VI al terminar el Concilio Vaticano II: “Vosotros, humanistas modernos, que renunciáis a la trascendencia de las cosas supremas, reconoced nuestro nuevo humanismo; nosotros también, más que todos, somos estudiosos del hombre” (7. dic. 1965). El cristiano halla en Jesucristo al hombre plenamente “realizado” según el designio del Padre. Dios, en Jesucristo, otorga al hombre el don de la más elevada soberanía, la vocación más elevada y el reconocimiento más completo. Por eso los cristianos lo proclaman Señor de toda la creación, resplandeciente con la gloria de Dios, capaz de relacionarse con Él, llamado a participar desde ahora de la misma vida de Dios. El que haya tenido la gracia del encuentro con Cristo es un humanista convencido, porque vive ya, desde ahora, una relación nueva entre los cristianos y con todos. ¿Quién es hoy, de hecho, capaz de rescatar al hombre en el punto de su máxima caída? Este es el motivo por el cual existe la preocupación desinteresada por los inmigrados de todas las regiones de la tierra, por los drogadictos, los enfermos de sida, que incluso las propias familias de origen rechazan, por los hombres de todas las razas y edades que se han hundido hasta lo más profundo, que han llegado “hasta el extremo”. La acogida y el abrazo al ser humano encuentra en la escena que se desarrolla junto a la cruz de Cristo un fundamento completo. Jesús dice a la Madre: “Mujer, he aquí a tu Hijo”, y agrega, volviéndose hacia Juan: “He aquí a tu madre”. El evangelista termina: “Y el discípulo la acogió en su casa”. Nace un nuevo parentesco, más fuerte que el de la carne y la sangre. En él se manifiesta, a quien lo quiera ver, un rayo luminoso de la En esta Encíclica, Juan Pablo II reveló la división interna que aqueja a una sociedad que, por un lado, afirma la inviolabilidad de los derechos humanos y luego se declara favorable a la manipulación del evento que constituye el fundamento de todo derecho real y posible: la vida. H 25 Es errónea la convicción de que es posible mantener vivos los valores que entraron en la historia de Europa con el cristianismo, si se separan de una referencia concreta a Cristo. Los efectos devastadores de ese “experimento” son presentados con sumo realismo por el Santo Padre. Entre ellos, la pérdida: a) del correcto y sano sentido de sí mismos; b) del significado del propio cuerpo; c) de la propia sexualidad; d) de la propia vida; e) de la experiencia del sufrimiento; f) del significado de la muerte. H 26 Resurrección y de la victoria de Cristo, de Cristo Redentor del hombre. Él dijo de sí mismo: “Yo soy la vida”. Con esta encíclica, Juan Pablo II reafirma el anuncio: “Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y han tocado nuestras manos acerca de la palabra de la vida (…) lo anunciamos para que también vosotros estéis en comunión con nosotros (…) para que vuestro gozo sea completo” (1 Jn 1, 1-3). Por medio de este anuncio, proclamado en todos los ambientes de la existencia humana (cf. n. 4), se difunde el Evangelio de la vida y con nuestra existencia cambiada se renueva el asombro ante el hombre: “¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para que de él te cuides? Lo hiciste inferior a un dios, coronándolo de gloria y esplendor” (Sal 8). De esta gloria del hombre nada queda excluido de su vida y de su ser. Mucho menos su corporeidad y su sexualidad. Precisamente, en la corporeidad sexuada se revela de modo singular su ser para otro y en ello también su ser a imagen y semejanza de Dios (cf. n. 43). 4. A manera de conclusión El misterio de la vida se sitúa, pues, dentro del misterio de la relación con el otro y con Dios. Nadie puede ser plenamente sí mismo si no lo es en la verdad de la relación con los otros y con el Otro. El principio de la verdad de sí mismos es de comunión e implica una responsabilidad original ante el rostro y la vida del otro. Sólo si aprendo a decir “tú”, puedo decir “yo”, hasta el fondo, soy libre (Emmanuel Lévinas y Olivier Clément están entre aquellos que, en la segunda mitad del siglo XX, subrayaron este llamamiento radical por el cual se afirma que el hombre es para el hombre. Maximiliano María Kolbe, la Madre Teresa y muchos otros han dado una credibilidad histórica y de experiencia a esas afirmaciones antropológicas fundamentales). Pero la calidad del amor al hombre se puede calcular según el modo en que se considera y se trata la propia vida, puesto que, como lo afirmaba ya Santo Tomás de Aquino, “para los vivientes, el ser es el vivir”. El desprecio por la vida es un desprecio por el hombre y, en lo concreto, la vida prevé una concepción, un nacimiento, un desarrollo en el tiempo y el paso por la muerte. El que pretende manipular uno solo de estos pasos, con eso mismo manipula al hombre. Pero esto significa hacerse propietarios de aquello para lo cual hemos sido constituidos sólo administradores y, por tanto es ir contra nuestra naturaleza de seres cuya vida es un don de Otro y cuya mayor dignidad es dada por la apertura a Él. Manipular la vida es pretender manipular la relación constitutiva del hombre con Dios, y en esta pretensión está incluida una muerte aún peor que aquella que se inflige a otra vida: la muerte de la autoconciencia, de la clara comprensión de sí mismo. Sólo tres días antes de haber sido blanco de la pistola calibre 9 de Agca, en la Plaza de San Pedro, Juan Pablo II recordaba esta verdad diciendo “el servicio al hombre se manifiesta no sólo en el hecho de que defendemos la vida del niño al nacer (o del moribundo). Se manifiesta, contemporáneamente, en el hecho de que defendemos las conciencias humanas. Defendemos la rectitud de la conciencia humana para que llame bien al bien y mal al mal, para que ella viva en la verdad. Para que el hombre viva en la verdad, para que la sociedad viva en la verdad” (Regina Coeli, 10 de mayo, 1981). El cristiano halla en Jesucristo al hombre plenamente “realizado” según el designio del Padre. Dios, en Jesucristo, otorga al hombre el don de la más elevada soberanía, la vocación más elevada y el reconocimiento más completo. Por eso los cristianos lo proclaman Señor de toda la creación, resplandeciente con la gloria de Dios, capaz de relacionarse con Él, llamado a participar desde ahora, de la misma vida de Dios. El que haya tenido la gracia del encuentro con Cristo es un humanista convencido, porque vive ya, desde ahora, una relación nueva entre los cristianos y con todos. H 27 Reconocer la vida La cuestión epistemológica: Evangelio, ciencia y crítica* Por Livio Melina ¿De qué se está hablando cuando el tema es la bio - ética? ¿A qué se alude con el término “vida” como objeto de la misma? ¿A una entidad abstracta, definida por la ciencia y susceptible de manipulación por la tecnología, o a la condición propia del ser mismo de un individuo vivo? La clarificación que la Revelación otorga al reconocimiento de la vida se produce desde el interior de la experiencia humana. La luz de la Palabra de Dios, en correspondencia con el corazón del hombre, despierta un patrimonio de evidencias humanas, de valor racional, capaces de conducir la acción del hombre de tal manera que las capacidades técnicas cada vez más refinadas de intervención estén al servicio del gran destino al cual la vida del hombre y del cosmos está llamada. What are we talking about when the theme is Bioethics? What does “life” mean in that context? An abstract entity, defined by Science and susceptible of technological manipulation, or is it the inherent existence of a living being? The clarification that Revelation bestows to the recognition of life comes from the interior of human experience. The light of God’s Word, alongside with man’s heart, arises a heritage of rational human evidence, capable of conducting men in such a way that the increasingly refined technical capacities of intervention may be put at the service of the great destiny offered to humanity and the cosmos. ¿De qué se está hablando cuando el tema es la bio - ética? Evangelium vitae ¿A qué se alude con el término “vida” como objeto de la ha propuesto bastante misma? ¿A una entidad abstracta, definida por la ciencia y más que una casuística, bastante más que una susceptible de manipulación por la tecnología, o a la condibioética de los límites: ción propia del ser mismo de un individuo vivo? ha invitado a elaborar La interrogante sobre la vida es de la esencia de la bioética. una auténtica y nueva Y sin embargo a menudo se omite, cuando no se censura, “cultura de la vida” (n. como si fuese enteramente obvia. La bioética nace de hecho 95), en la cual la luz del Evangelio puede aportar de una urgencia práctica: establecer criterios éticos, públisu contribución esencial. camente compartidos, para regular las intervenciones de la ciencia médica en la vida. Nuevos y cada vez más extraordinarios poderes en relación con la vida misma permiten intervenir no sólo en su iniciación y fin, sino de hecho en su forma biológica y su estructura genética, que ya se está proyectando replasmar. La profunda inquietud ante los inusitados escenarios que se advierten se ha cristalizado en una petición de criterios éticos para limitar los poderes de las biotecnologías. * Artículo publicado originalmente en lengua italiana en: L. Melina - E. Sgrecia - S. Kampowski "Lo Splendore della vita. Vangelo, scienza ed etica. Prospettive della bioetica a dieci anni da Evangelium Vitae", Libreria Editrice Vaticana, Città del Vaticano 2006, pp 53-72. H 29 Ante el pluralismo de las actuales sociedades occidentales, se ha considerado necesario determinar esos criterios en relación con la dimensión formal de la justicia, buscando por tanto normas de procedimiento de equidad para obtener un consenso mayoritario, dejando de lado la perspectiva substancial de la bondad del sujeto agente, relegada a la esfera privada. Y precisamente de este modo se descarta la interrogante radical sobre el valor objetivo del bien de la vida para el sujeto que actúa. Por consiguiente, la bioética deja de lado la pregunta sobre lo que es la vida, dando por sentado que corresponde al saber biológico definirla; a la ética sólo le correspondería la tarea sucesiva de prescribir normas y límites a los poderes de la ciencia1. Así, la ética resulta inevitablemente ajena a la vida, de la cual desea hablar. Siempre llega demasiado tarde, cuando los juegos ya están hechos. Y llega como un huésped no deseado y petulante. Hay aquí una combinación de dos factores: el poder excesivo del saber científico, que margina como no objetiva toda otra forma de conocimiento, y la ausencia de una reflexión crítica sobre dicho saber y sobre la ética misma, reducida a problemas de argumentación lógico-formales2. Serían aún más ásperas las objeciones si luego quisiésemos introducir en el debate bioético la referencia a la fe cristiana Livio Melina es presidente del y a la contribución de luz del Evangelio sobre el misterio Instituto Juan Pablo II para de la vida, tal como lo exige el tema de mi relación. La estudios sobre el Matrimonio y la Familia, en Roma. proposición de eventuales fundamentos religiosos para la Livio Melina is President of the bioética no encuentra ciertamente una acogida favorable en Pontifical John Paul II Institute for las discusiones que tienen lugar en el ámbito de nuestras Studies on Marriage and Family, Rome. sociedades democráticas, y más bien tropieza con actitudes de desconfianza y sospecha. No puede evitar ajustar cuentas con una objeción de radical impertinencia, que tiende a excluir la religión del debate público sobre la ética. El respeto por el pluralismo social implicaría una perjudicial “laicidad” de los planteamientos. La referencia a verdades absolutas e indiscutibles, no sólo religiosas, sino también filosóficas, generaría intolerancia y rigidez. Sólo un “pensamiento débil” y sin verdad estaría en condiciones de garantizar al mismo tiempo el respeto por la autonomía 1 En el ámbito del debate bioético italiano, se pueden señalar dos trabajos colectivos, que recientemente han puesto en tela de juicio la censura y han planteado nuevamente la cuestión radical: A. SCOLA (a cargo), Quale vita? La bioetica in questione, Mondadori, Milán, 1998; G. ANGELINI (a cargo), La bioetica. Questione civile e problemi teorici sottesi, Glossa, Milán, 1998. 2 Ver G. ANGELINI, “La questione radicale: quale idea di “vita”?, en Id., La bioetica, op. cit., 177-206. H 30 de cada individuo y la flexibilidad de las soluciones por adoptar. Como se ve, aquí no sólo se objeta la validez pública de la religión, sino la capacidad misma de la razón de comprender verdades universales válidas para todos. La confrontación exige por tanto enfocar la concepción misma de razón en su relación con la verdad sobre el bien de la vida y las condiciones que permiten una auténtica y justa convivencia social. Por consiguiente, nuestra reflexión se articulará en los siguiente momentos sucesivos: en primer lugar, se iluminará la problemática epistemológica, mostrando de qué manera la superación del reduccionismo cientista en relación con el tema de la vida exige un enfoque articulado e integrado de la razón, que abriéndose a la fe podrá encontrar allí una luz peculiar. En un segundo momento, se tratará sobre la “vida” como objeto de la ciencia biológica y por tanto sobre la originalidad de la vida humana personal, en relación Habiendo surgido en el con la cual la actitud cognoscitiva, incluyendo la libertad del contexto filosófico del individuo, sólo podrá modularse como un reconocimiento. dualismo cartesiano Se expondrá por consiguiente, en una tercera etapa, la con- entre sujeto y objeto, entre res cogitans y tribución propia de la reflexión teológica, que reconoce a res extensa, la biología Jesucristo como “Verbo de la vida” y su “Señor”. científica moderna sitúa al elemento material cuantitativo más pobre 1. EL CONOCIMIENTO DEL ORGANISMO VIVO: como lo inteligible por PROBLEMÁTICA EPISTEMOLÓGICA excelencia y procura por tanto explicar la vida mecánicamente, 1.1. Superación del reduccionismo epistemológico partiendo de aquello que La reflexión crítica sobre la ciencia moderna denuncia las carece de vida. (…) aporías metodológicas intrínsecas de la misma en su forma de comprender la vida y muestra la necesidad de integrar en ella los aportes dentro de una concepción más global y articulada de la razón3. Habiendo surgido en el contexto filosófico del dualismo cartesiano entre sujeto y objeto, entre res cogitans y res extensa, la biología científica moderna sitúa al elemento material cuantitativo más pobre como lo inteligible por excelencia y procura por tanto explicar la vida mecánicamente, partiendo de aquello que carece de vida. Habiendo excluido metodológicamente la causalidad final, está obligada a renunciar también a la causalidad eficiente. Sólo sería cognoscible la cantidad y su devenir. 3 H. JONAS, Organismo e libertà. Verso una biologia filosofica, Einaudi, Turín, 1999. H 31 El modelo mecanicista de la naturaleza, típico del dualismo, lleva inevitablemente a la ontología del monismo materialista: la materia produce la vida, que no puede sino interpretarse como una aventura sin proyecto y con final abierto, una combinación de caso y necesidad4. Pero a esta concepción se le escapa, según Jonas, precisamente el punto decisivo de la vida misma, la cual “es individualidad que tiene en sí misma el propio centro”5, es una totalidad unificada en una autointegración activa, que mientras depende de la materia la utiliza libremente con miras a un objetivo inmanente en relación con el organismo mismo. Vida significa 6 (…)Habiendo excluido de hecho “movimiento espontáneo que tiende a un fin” : la metodológicamente la autonomía de la forma no es independencia de la materia, causalidad final, está sino identidad dinámica, que se realiza en la relación de obligada a renunciar intercambio continuo con el ambiente circundante. En ese también a la causalidad sentido, no existe un organismo sin teleología ni existe eficiente. Sólo sería teleología sin cierto grado de interioridad, por lo cual no cognoscible la cantidad y su devenir. El estaría fuera de lugar hablar de libertad desde los niveles modelo mecanicista de más elementales del fenómeno vida. Por este motivo, “la la naturaleza, típico vida puede ser conocida sólo por la vida”7. Y ésta es la del dualismo, lleva gran ventaja de estar dotados de un cuerpo: poder captar inevitablemente a la el organismo “desde el interior”. La afirmación de Jonas se ontología del monismo materialista. La materia entiende como proposición de un concepto de razón que, produce la vida, que no rechazando la unilateralidad de la objetivación, reconoce puede sino interpretarse estar radicado en el carácter concreto del sujeto corporal como una aventura sin e histórico y por consiguiente se abre a la realidad en conproyecto y con final formidad con la totalidad de sus factores constitutivos, en abierto, una combinación de caso y necesidad. un enfoque diferenciado y con múltiples niveles. 1.2. Ampliación del concepto de razón y aporte del saber teológico En la concepción racionalista de la época moderna, la razón es fuente única y autónoma de las normas de derecho público. El modelo de un saber científico elaborado prescindiendo del sujeto y de este modo técnicamente poderoso, llega a ser, con su predominio, factor de marginación 4 5 6 7 H 32 J. MONOD, Le hasard et la nécessité. Essai sur la philosophie naturelle de la biologie moderne, Le Seuil, París, 1970. Ibíd., 110. Ibíd., 105. Ibíd., 127. de la teología. Sin embargo, el fin de la época moderna implica también la crisis de este tipo unilateral de racionalidad y por tanto el replanteamiento de esta exclusión8. La ampliación del concepto de razón, entendida como apertura a la realidad en la totalidad articulada de sus dimensiones, implica también la posibilidad de una nueva consideración del aporte de la perspectiva teológica. Si la “fe”, entendida como actitud humana, no es ajena a la “razón” en su dinámica hacia la verdad, entonces tampoco puede excluirse mediante un juicio previo la contribución de una luz superior acogida mediante el acto libre de la fe teológica. En este sentido, es posible superar la contraposición moderna entre fe y razón, encontrando nuevamente un concepto no “racionalista” de razón y una noción no fideísta de la fe. De hecho, la razón no está separada del acto mediante el cual la conciencia humana en su totalidad se refiere originalmente a la verdad. La fe, antes de ser una virtud teologal, es –agustinianamente– una figura antropológica universal El modelo de un saber de acceso a la verdad9: únicamente en la fe, como respuesta científico elaborado libre y razonable al ser que se revela mediante la señal, se prescindiendo del puede conocer lo que está más allá del alcance limitado del sujeto y de este modo técnicamente poderoso, concepto. Así, tampoco la teología, como reflexión crítica llega a ser, con su y sistemática sobre la revelación, puede ser considerada predominio, factor desde el comienzo como extrínseca y fuera del juego en de marginación de la los discursos de la bioética que se ocupan del misterio de teología. la vida humana personal. La afirmación de H. T. Engelhardt, según la cual “si bien la teología no puede hacer un aporte de teoría moral a los esfuerzos de la bioética, puede con todo proporcionar sugerencias estéticas de sentido y alcance”10, debe y cabe ser superada. Por una parte, denuncia el límite del formalismo racionalista de una moral que, por ser puramente racional y universal, nada puede decir del significado y el objetivo de la vida humana y debe dejar este argumento ciertamente necesario a la teología. Pero por otra parte esta afirmación querría relegar la teología al terreno de la estética, es decir, del gusto subjetivo, de aquello que por tanto debe permanecer recluido en lo privado en cuanto no tiene la dignidad de un saber públicamente defendible 8 Ver R. GUARDINI: La fine dell’epoca moderna. Il Potere, Morcelliana, Brescia, 1984. 9 A propósito: F. CHIEREGHIN, Fede e ricerca filosofica nel pensiero di S. Agostino, Cedam, Padua, 1965; Id., Saggi di filosofia della religione, Cusi, Padua, 1988. 10H. T. ENGELHARDT, “Cerchiamo Dio e troviamo l’abisso: bioetica e teologia naturale”, en AA.VV. (E. E. SHELP a cargo), Teologia e bioetica. Fondamenti e problemi di frontiera, Dehoniane, Bolonia, 1989, 149-165. H 33 y argumentable. Si bien la teología presupone un acto de fe en la revelación, con esto no renuncia a la racionalidad ni se excluye del diálogo. La teología aspira en cambio a argumentar racionalmente a partir de la revelación, la cual por su parte presenta el requerimiento irrenunciable de decir la verdad sobre el hombre y una verdad para proponer públicamente11. 2. EL FENÓMENO DE LA “VIDA” Y SU “RE-CONOCIMIENTO” 2.1. El fenómeno “vida”, objeto de la ciencia biológica El fenómeno “vida” indica, de acuerdo con las observaciones comunes, un movimiento no comunicado, espontáneo, originado desde el interior del propio ser12. Las ciencias experimentales, y en especial la biología, estudian los fenómenos vitales que se producen dentro de masas limitadas de materia sumamente compleja y en mutación incesante, Si la “fe”, entendida destacando sus características distintivas: el metabolismo, como actitud humana, es decir, la renovación continua mediante asimilación de no es ajena a la “razón” materia proveniente del exterior y eliminación de escorias; en su dinámica hacia la individualidad de lo que vive y se presenta como un orla verdad, entonces tampoco puede excluirse ganismo, dotado de órganos morfológica y funcionalmente mediante un juicio diferenciados, distribuidos en determinadas proporciones previo la contribución de y coordinados entre ellos; la diferenciación específica de una luz superior acogida la materia viva; la generación específica, mediante la cual mediante el acto libre de todo ser vivo proviene de otro u otros seres vivos de la la fe teológica. misma especie: la variabilidad y la adaptabilidad, como capacidad de mutación de tal manera de poder vivir en condiciones profundamente distintas a aquellas en las cuales el mismo organismo había vivido anteriormente; la reactividad, es decir, la capacidad de respuesta ante los estímulos ambientales; la delimitación de la existencia del organismo en un ciclo vital determinado; la autorregulación, con la cual cada una de las partes se desarrolla y funciona en servicio de la totalidad, mediante un gobierno, una moderación y una coordinación de cada función del organismo. El ser vivo se manifiesta así como un sistema abierto dentro del cual se establece un equilibrio 11Éste es el significado esencial de la encíclica Fides et ratio: ver J. RATZINGER, “Fede, verità e cultura. Riflessioni in collegamento con l’Enciclica “Fides et ratio”,en Id., Fede, verità, tolleranza. Il cristianesimo e le religioni del mondo, Cantagalli, Siena, 2003, 193-221. 12Ver ARISTÓTELES, De anima, II, 1, 403 b 16. Al respecto: M. SANCHEZ SORONDO (a cargo), La vita, Pul-Mursia, Roma, 1998. H 34 complejo de flujos, dotado de individualidad y capaz de intercambio con el medio ambiente13. En el interior del mundo de los seres vivos se advierten diversos grados de realización de la vida: tradicionalmente, se distingue la vida vegetativa, que incluye algunas funciones vitales (nutrición, crecimiento, reproducción), y la vida animal, con funciones vitales superiores: sensibilidad y movimiento espontáneo, reconocibles sólo en los animales. En los organismos más complejos, se encuentran tropismos y reflejos, que en los animales superiores se convierten en movimientos espontáneos o más precisamente instintivos. Hoy se tiende a distinguir, más que entre vida vegetativa y vida animal, entre la primera y la vida de relación, que implica sensibilidad y movilidad, así como capacidades diversificadas de reacción ante el medio ambiente, considerándose el comportamiento instintivo como el carácter propio de los animales superiores. En los seres vivos La fe, antes de ser una inferiores, se reconoce en cambio que toda distinción entre virtud teologal, es –agustinianamente– animales y vegetales puede ser artificiosa. una figura antropológica El fenómeno “vida”, en sus distintos grados de realización, universal de acceso a se presenta por tanto con rasgos de continuidad con respecto la verdad: únicamente al orden inferior de los fenómenos físico-químicos y con en la fe, como respuesta dimensiones de un salto cualitativo. A esto corresponde el libre y razonable al ser debate clásico entre los mecanicistas, que procuran atribuir que se revela mediante la señal, se puede conocer las propiedades de la vida puramente a los fenómenos de lo que está más allá del intercambio químico y físico, y los vitalistas, que en cam- alcance limitado del bio destacan la positiva irreductibilidad de los fenómenos concepto. (…) vitales a este nivel de explicación. En efecto, la biología del ser vivo representa un caso enteramente particular para la epistemología, ya que muestra cómo la biología no puede reducirse a una matematización del mundo de la vida. Si bien, en la línea hipotética, la biología experimental puede concebirse como un análisis de los fenómenos vitales en términos puramente energéticos y físico-químicos, considerando por tanto las explicaciones en términos de finalidad como un residuo de irracionalidad, que es preciso reducir y eliminar en la mayor medida posible, resulta cada vez más evidente que esta ciencia sólo puede realizar un verdadero progreso mediante una ruptura con un mecanicismo rígido. Para “salvar las apariencias de lo sensible” y poder avanzar mediante hipótesis 13Ver G. SERMONTI, Le forme della vita. Introduzione alla Biologia, Armando, Roma, 1981; M. LOCQUIN (a cargo), Aux origines de la vie, Payard, París, 1987. H 35 más fecundas, se ha producido desde hace ya varias décadas una fuerte reacción antimecanicista, que ha revalorizado conceptos como “orgánico”, “vida”, “actividad inmanente” e incluso “alma”. A la reducción analítica, se asocia por consiguiente también la intuición sintética de las realidades vitales, la intuición fenomenológica de lo orgánico, de lo cual se ocupa la biología. También en las distinciones necesarias, y dejando siempre amplio espacio para el análisis físico-químico, la biología experimenta la necesidad de abrirse a categorías y conceptos que pueden entrar en continuidad teórica con una explicación filosófica. No se trata ciertamente de pasar del rígido mecanicismo del racionalismo positivista a un vitalismo irracionalista, que no respeta la legítima distinción y la autonomía metodológica de la biología experimental. Se trata más bien de mostrar cómo, sobre la base del respeto integral a los resultados de la ciencia experimental, puede surgir una filosofía del ser (…) Así, tampoco la vivo, con una interpretación bajo su propia luz, ofreciendo teología, como reflexión así a la biología su justificación racional. De este modo, la crítica y sistemática dimensión físico-química no quedará yuxtapuesta con la sobre la revelación, puede ser considerada dimensión vital del fenómeno biológico, sino que se predesde el comienzo como sentará ordenada hacia ésta. extrínseca y fuera del En efecto, una crítica epistemológica de las ciencias biolójuego en los discursos de gicas muestra los límites y las aporías de un enfoque rela bioética que se ocupan duccionista del fenómeno “vida”. Según Michael Polanyi14, del misterio de la vida humana personal. un organismo vivo puede visualizarse como un sistema que funciona bajo el control de dos principios distintos: su estructura biológica, la cual, como principio superior, sirve de condición límite para aprovechar los recursos de los procesos físico-químicos; estos últimos, a su vez, como principio inferior, permiten a los diversos órganos desplegar sus funciones. En este sentido, la estructura de los seres vivos es ajena a las leyes de la física y la química que el organismo aprovecha: se trata de principios irreductiblemente más elevados, que se incorporan adicionalmente con función reguladora. O –para decirlo con Hans Jonas– la identidad de un organismo vivo es la identidad de una forma en el tiempo y no la identidad de una materia: esta forma viva es ontológicamente “la totalidad del orden estructural y dinámico de una multiplicidad”15. 14 Ver M. POLANY, “Life’s Irreducible Structure”, en Science 160 (1968), 1308-1312. 15 H. JONAS, Dalla fede antica all’uomo tecnologico, Il Mulino, Bolonia, 1991, 192. Ver también: Id., The Phenomenon of Life: Toward a Philosophical Biology, Harper & Row, Nueva York, 1966. El fenómeno biológico de la “vida” implica dos factores irreductibles a la química y la física: la capacidad de autocontrol del organismo vivo, que no garantiza su identidad, y el finalismo intrínseco: ver Ph. CASPAR, H 36 La información no es reductible ni a la materia ni a la energía, si bien su conservación, transmisión y conversión dependen físicamente tanto de la materia como de la energía. Precisamente la genética tiende por tanto a la adopción de un análisis de múltiples niveles y de un paradigma informacional, por considerarla más idónea para interpretar el fenómeno “vida”16. El individuo vivo representa una verdadera paradoja para la biología experimental, siendo al mismo tiempo su objeto y su aporía17. En efecto, la individualidad no puede predicarse sobre la materia, sino únicamente sobre el ser18. La unidad del organismo, del cual se ocupa como objeto propio de indagación, escapa al método experimental19. Así, la insuficiencia de un enfoque puramente experimental señala por una parte el límite de la inteligibilidad científica y por otra activa la dinámica propia de la razón metafísica. ¿Cómo podría seguir haciendo bio-logía un hombre de ciencia que pretendiese eliminar radicalmente la idea de la función del compuesto que está analizando, que no procurase compren- El fenómeno “vida”, der su “forma”, es decir, la razón del orden de las distintas en sus distintos grados partes que interactúan dando origen a ese fenómeno que es de realización, se la vida? Si en su investigación no presupone de algún modo presenta con rasgos la existencia de una estructura de su objeto en relación con de continuidad con respecto al orden inferior la función vital, vería desvanecerse de inmediato aquello de los fenómenos de lo cual se ocupa. físico-químicos y con En este punto, se advierte la aporía de este tipo de reflexión dimensiones de un salto bioética a propósito de su objeto mismo, la vida, y del fin cualitativo. (…) para el cual ha sido establecida. Una explicación reduccionista de todos los fenómenos vitales humanos conduce a la concepción según la cual el hombre es puramente una asociación de células, una etapa accidental de la evolución, y el ADN es la esencia de la vida20. Ahora, semejante visión resulta luego incapaz de comprender el organismo como un todo, más allá de la suma de cada una de sus partes. Resulta incapaz de reconocer la dignidad humana del misterio de la vida misma y por “Génération: enracinement biologique et enjeux spirituel”, en Anthropotes XIV/2 (1998), 287-358. 16 Ver R. COLOMBO, “Vita: dalla biologia all’etica”, en SCOLA, Quale vita?, op. cit., 169-195. 17Ver Ph. CASPAR, La saisie du zygote humain par l’esprit. Destin de l’ontogenèse aristotélicienne, Paríis-Namur, 1987, 411 ss. 18 Efectivamente, aun cuando la materia sea el principio de individuación, el individuo llega a ser inteligible únicamente en la unidad con la forma. 19Al respecto, véase la posición de D. L. SCHINDLER, “A Response to the Joint Statement, ‘Production of Pluripotent Stem Cells by Oocyte Assisted Reprogramming’”, en Communio 32 (Summer 2005), 369-380, a propósito de un reciente debate en los Estados Unidos de América: “La determinación de la presencia de la vida en sus más menudos inicios no es precisamente obvia a modo de hecho positivista, sino que siempre implica la mediación filosófica (aun cuando a veces sea inconsciente)”. 20Ver L. R. KASS, Life, Liberty and the Defense of Dignity. The Challenge for Bioethics, Encounter Book, San Francisco, 2002, 133-139. H 37 consiguiente el fundamento de una perspectiva ética más allá de un mero consenso en cuanto al procedimiento en materia de principios. Verdad y error, no menos que libertad y dignidad, resultan ser conceptos vacíos cuando el alma se reduce a sus componentes químicos. Aquí se manifiesta con evidencia el carácter peculiar de la crisis moral en la cual nos encontramos. Como afirma Leo R. Kass, “nos encontramos en un mar borrascoso sin un mapa de viaje preciso, porque adoptamos cada vez más una visión de la vida humana que al mismo tiempo nos otorga un enorme poder sobre la vida y nos niega toda posibilidad de normas no arbitrarias para guiar su utilización”21. Tiene entonces una resonancia especialmente inquietante la advertencia evangélica: “¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida?” (Mt 16, 26). (…) A esto corresponde el debate clásico entre los mecanicistas, que procuran atribuir las propiedades de la vida puramente a los fenómenos de intercambio químico y físico, y los vitalistas, que en cambio destacan la positiva irreductibilidad de los fenómenos vitales a este nivel de explicación. 2.2. Originalidad de la vida humana personal La mentalidad comúnmente difundida en la actualidad tiende a dejar de reconocer un lugar especial al hombre en el contexto de los demás seres vivos y en particular de los animales superiores. El postulado metodológico evolucionista de la ciencia moderna implica una continuidad entre el mundo de los animales y el mundo de los hombres, entre la vida animal y la vida humana. Y sin embargo la experiencia ética advierte espontáneamente una originalidad irreductible de las exigencias de respeto que corresponden a la vida humana en relación con la vida de los animales y las plantas. ¿Cómo explicar esta diversidad? Para expresar la especial dignidad reconocida por la experiencia ética a la vida del ser humano, nos encontramos aquí con el concepto de persona y sus relaciones con el concepto de vida: ¿qué significa “vida personal”? En general, consideramos la relación del hombre con su condición humana en forma distinta al modo como pensamos, por ejemplo, que un perro pertenece a su especie animal22. El hombre no es simplemente un ejemplar de una especie, con determinadas características comunes a todos los demás. Para descubrir lo que califica a la persona, se hace referencia a su interioridad racional (inteligencia y voluntad libre, capacidad de 21Ibíd., 138. 22Ver R. SPAEMANN, Personen. Versuche über den Unterschied zwischen, etwas’ und jemand’, Klett-Cotta, Stuttgart, 1996. H 38 reflexión y autodominio) o al carácter social de su existencia, que es una trama de relaciones. Sin embargo, el ser persona no es definible mediante las características cualitativas comunes a la especie: “quiénes” somos no es puramente idéntico con “aquello” que somos. Las personas no son “algo” que existe, sino “alguien”. Persona no es por tanto un concepto que califica el hecho de pertenecer un individuo a una especie, sino indica más bien el modo original con que los individuos de la especie humana participan de su humanidad. El concepto de “persona” expresa, según Santo Tomás de Aquino, “lo que hay de más perfecto en toda la naturaleza, es decir, un ser subsistente en la naturaleza racional”23. Mientras con el término “hombre” se alude a la naturaleza humana universal, a la especie común que se expresa en tantos ejemplares, con el término “persona” se indica al ser humano sumamente peculiar en su concreta e irrepetible realidad individual. Al concepto de persona está intrínsecamente asociado el Una explicación reduccionista de todos de una dignidad particular que se debe reconocer y res- los fenómenos vitales petar. Decir persona es indicar una peculiar dignidad de humanos conduce a existencia, con un valor de fin que debe afirmarse por sí la concepción según mismo y jamás utilizarse como medio para otro. Queremos la cual el hombre detenernos ante todo a buscar los motivos de esta eminente es puramente una asociación de células, dignidad de la persona. una etapa accidental de Se observa por tanto que la razón propia y específica de la la evolución, y el ADN dignidad de la persona no es simplemente la naturaleza es la esencia de la vida. humana común de la cual participa junto con todos los otros miles de millones de seres humanos, sino su ser propiamente persona “única e irrepetible”, como suele recordar Juan Pablo II24. Si la tradición insistió sobre todo en la naturaleza racional y libre, corresponde precisamente a la sensibilidad moderna poner énfasis en la peculiaridad de cada individuo, que lo hace estar dotado de una interioridad autónoma e incomunicable. Aun existiendo y habiendo existido en el curso de la historia humana innumerables hombres, cada persona existe en el mundo como si fuese la única: sui iuris et alteri incommunicabilis. Desde el momento en que el hombre, en cuanto persona, no es mero ejemplar de una especie, su valor individual sobresale en la naturaleza común y en lo colectivo. La persona indica un todo sumamente concreto, en el cual ciertamente 23SANTO TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae I, q. 29, a. 3. 24 Ver JUAN PABLO II, Enc. Redemptor hominis 13, § 3. H 39 está incluida la naturaleza común de la especie humana con todas sus características, pero el sujeto individual se apropia de esta naturaleza en forma absolutamente peculiar. La totalidad concretamente existente de la persona trasciende con su valor la naturaleza común y la suma de las partes. Podríamos decir en síntesis: la persona, aun cuando posee una naturaleza, es irreductible a ésta. Tampoco se puede reducir la persona a las cualidades individuales que la distinguen y la hacen ser preciosa, como la inteligencia, la sensibilidad, la bondad, etc. Éstas pueden desvanecerse y debilitarse sin reducir su valor. Precisamente en la experiencia del amor se revela la irreductible originalidad de la persona concreta25. En ésta se manifiesta de hecho el carácter insustituible del amado en relación con cualquier otra persona26. Quien ama nunca puede consolarse ante la pérdida del amado dicienSemejante visión do: “Podré encontrar las cualidades que él poseía en otra resulta luego incapaz de comprender el persona, porque en definitiva la especie humana continúa, organismo como un todo, y dentro de la misma ciertamente es posible encontrar otros más allá de la suma de hombres con cualidades excelentes”. Quien así hablase moscada una de sus partes. traría no haber amado jamás realmente, no haber alcanzado Resulta incapaz de en su amor el misterio profundo y peculiar de la persona reconocer la dignidad humana del misterio del otro, sino haber permanecido en la superficie: haber de la vida misma y apreciado las cosas que tenía el otro, pero no su persona. El por consiguiente el amor no tiene como objeto propio las cualidades comunes fundamento de una de la especie, pero tampoco las cualidades individuales perspectiva ética más allá del sujeto como tales, sino precisamente la persona única e de un mero consenso. irreductible del otro. Aquello que es irreductiblemente personal en el otro es lo que califica su eminente dignidad y su subjetividad. El personalismo contemporáneo ha señalado vigorosamente que la persona no puede ser reducida a la categoría de objeto, debiendo considerarse en cambio como un sujeto. Ahora, precisamente sobre la base de su incomunicabilidad e irreductibilidad como sujeto, la persona está abierta a la relación con la otra persona. Mientras el objeto puede ser dominado y utilizado como medio, el sujeto debe ser reconocido y afirmado por sí mismo, como fin, dotado de una dignidad propia. Esto se manifiesta de manera evidente en el encuentro con 25 Ver J.J. PÉREZ-SOBA DIEZ DEL CORRAL, La pregunta por la persona. La respuesta de la interpersonalidad, “Studia Theologica Matritensia”, Madrid, 2004. 26 Ver J. CROSBY, The Selfhood of the Human Person, CUA Press, Washington DC, 1996, 41-81. H 40 la persona del otro. No es por consiguiente un encierro en sí mismo, en una autosuficiencia arrogante, sino una apertura a una reciprocidad dialogal, en la cual se manifiesta una relación de sujeto a sujeto. Es en el amor donde la persona se revela precisamente como tal, en su unicidad irrepetible. La diferencia irreductible de cada persona se convierte en llamado a una comunión entre las personas, en la cual solamente la persona se descubre como tal. En la esencia de la persona se sitúa por tanto una dimensión vocacional, que en un dinamismo excéntrico conduce, fuera del sí mismo, al encuentro con el otro, a la acogida y el don recíprocos. ¿Cuál es la relación entre la dimensión biológica de la vida y la persona? En la perspectiva que aquí se sigue, el ser persona no es una característica que se añade casualmente a un ser vivo de la especie humana. Ser persona es la manera misma en que un hombre es hombre: forma parte del íntimo núcleo de su humanidad. Esto incluye también, a propósito del ser persona, la observación de Aristóteles sobre la Verdad y error, no relación entre vida y ser vivo: “vivere viventibus est esse”27: menos que libertad y dignidad, resultan ser así como la vida coincide con el ser mismo de quien vive, el conceptos vacíos cuando ser personal pertenece a la substancia del hombre concreto. el alma se reduce a sus Es esencial en este punto observar que el cuerpo es parte componentes químicos. integrante de la persona, participa de su dignidad y connota Aquí se manifiesta con la vocación a la apertura y al don de sí. La persona, en su evidencia el carácter peculiar de la crisis totalidad concreta, es unión substancial de alma y cuerpo: sin moral en la cual nos el cuerpo no hay persona28. El cuerpo no es un instrumento encontramos. para usar y manipular con miras al propio placer, como si se tratase de algo inferior, de un “haber” propio, del cual se dispone libremente. En una concepción instrumental del cuerpo como la que actualmente prevalece hay un deletéreo dualismo implícito. La aparente exaltación oculta una substancial reducción y un desconocimiento potencial de su valor. El cuerpo, en cambio, determina junto con el espíritu la subjetividad ontológica del hombre y por tanto está impregnado de la dignidad misma de la persona29. El cuerpo, en su masculinidad y feminidad, asume el valor de “señal en un cierto sentido sacramental” de la persona. Está llamado a llegar a ser manifestación del espíritu. 27ARISTÓTELES, De Anima, II, 4, 415 b 13. 28Ver SANTO TOMÁS DE AQUINO, In III Sent., d. 5, q. 6, a. 2: “non tantum ab anima habet homo quod sit persona, sed ab ea et corpore, cum ex utrisque susbsistat”. 29Ver las Catequesis del miércoles de Juan Pablo II, Uomo e donna lo creò, Catechesi sull’amore umano, LEV – Città Nuova, Roma, 1985, XLV, 187-189. H 41 Esto implica una profunda compenetración de la dimensión biológica con la dimensión personal: toda separación desconocería que el ser de la persona consiste en la vida del hombre. Las funciones y procesos biológicos fundamentales no constituyen en el hombre algo al margen de lo personal, sino que implican dimensiones y relaciones personales de la existencia. El comer y el beber de los seres humanos, más allá de las funciones fisiológicas de su organismo, entran a formar parte de un proyecto de vida y trabajo, se abren a la convivencia y al hecho de compartir, y tanto más las relaciones sexuales, que integran las pulsiones instintivas y emotivas en la relación de una persona con otra, en la señal-sacramento de su cuerpo. La identificación de la dimensión personal con una característica biológica o funcional accidental del ser humano es consecuencia de la adopción de una perspectiva cognoscitiva empirista sensista, según la cual sólo existe el “hecho” constatable mediante la ciencia biológica. 2.3. “Re-conocer” la vida: dimensiones antropológicas y éticas La afirmación del ser personal es al mismo tiempo afirmación de una dignidad especial que debe reconocerse y de exigencias éticas de respeto que es preciso honrar. Efectivamente, sólo en la relación con la libertad de otras personas se establece el carácter personal de un ser humano. Puedo definirme a mí mismo como persona únicamente en relación con las personas. Las personas se dan unas a otras no como objetos (etwas: “algo”), sobre los cuales hablar y de los cuales disponer, sino como “sujetos” (jemand: “alguien”) con los cuales hablar y a los cuales respetar en su irreductible alteridad subjetiva30. La densidad ética de la relación interpersonal es el contexto en el cual se da o no se da el reconocimiento de la persona. Reconocer a las personas como tales se revela así como el primer deber fundamental y, más aún, como el fundamento radical de todo otro deber sucesivo. La relación con la persona del otro es la experiencia ética originaria, en la cual emerge el carácter absoluto del deber. Emmanuel Lévinas captó con gran vigor el surgimiento de la dimensión ética en el encuentro con el rostro de la otra persona: “La relación con el rostro es inmediatamente ética. El rostro es lo que no se puede matar: aquello cuyo sentido consiste en decir ‘tú no me matarás’”31. La experiencia del deber moral corresponde por consiguiente a la per- 30Ver SPAEMANN, op. cit., 13-24. 31E. LÉVINAS, Etica e infinito. Dialoghi con Philippe Nemo, Città Nuova, Roma, 1984, 101. H 42 cepción de la persona y su dignidad. Se habla de hecho en sentido propio de los deberes sólo en relación con las personas. El reconocimiento de la persona en su dignidad de fin y nunca de medio, de sujeto y no de cosa, de “alguien” a quien respetar y amar y no de “algo” para usar, se manifiesta como experiencia ética originaria, como una respuesta de la libertad adecuada a la realidad del otro y de la relación. El reconocimiento se presenta con rasgos de peculiar carácter absoluto, se impone a la conciencia de manera incondicional y sin embargo no requerida. La negación de este debido reconocimiento a otro tiene en todo caso una repercusión de máxima gravedad en el sujeto que no lo lleva a cabo: quien no trata al otro ser humano como persona hiere en sí mismo su propia dignidad de persona. Negar la densidad ética de la relación interpersonal significa descender del nivel en el cual también el propio ser persona En este renovado biocentrismo, que tiene significado. repudia el legado de A estas tesis se opone, en la bioética “laica”, la tendencia a la antropología judeodistinguir claramente entre vida humana biológica y vida cristiana, convergen y humana personal: lo relevante en el plano moral no sería entran en conflicto entre el hecho de pertenecer biológicamente a una determinada ellos un vago panteísmo especie, sino la posibilidad de constatación factual de la típico de algunas corrientes ecologistas presencia de cierta capacidad o la manifestación empírica y la reivindicación de ciertos comportamientos que permitan calificar al suje- cientista dirigida a poder to como autónomo. A tal propósito, sólo los seres adultos experimentarlo todo normales, en condiciones de entender y querer, tendrían sin atribuir un carácter en sentido estricto la condición moral de las personas. Y privilegiado a la vida humana. por consiguiente no todos los seres humanos son personas. Según H. T. Engelhardt, “la vida humana puramente biológica es anterior al comienzo de la vida de las personas en sentido estricto y comúnmente prosigue durante cierto período después de su muerte”32. En esta línea, el bioeticista australiano Peter Singer condena como “especiecismo” (speciecism) lo que en su opinión constituye una infundada parcialidad con esos seres que sólo son parte de nuestra especie humana desde el punto de vista biológico. Él identifica el criterio decisivo para la atribución de la personalidad con una característica del sistema nervioso desarrollado de experimentar dolor. Y con sorprendente y despiadada coherencia concluye: 32 Ver H. T. ENGELHARDT, Manuale di bioetica, Il Saggiatore, Milán, 1991: cap. IV, §: “La vida humana biológica en contraposición con la vida humana personal”. Para una revisión crítica detenida del reciente debate sobre el concepto de persona: L. PALAZZANI, Il concetto di persona tra bioetica e diritto, Giappichelli, Turín, 1996. H 43 “La vida de un niño recién nacido de la especie humana tiene por consiguiente menos valor que la vida de un cerdo, un perro o un chimpancé”33. El carácter absurdo de esta separación entre ser humano y persona debería llevar como lógica consecuencia a la afirmación de que la conciencia (elemento que determinaría la diferencia) es un factor agregado ocasionalmente al hombre con el fin de producir la persona. La identificación de la dimensión personal con una característica biológica o funcional accidental del ser humano es en todo caso consecuencia de la adopción de una perspectiva cognoscitiva empirista sensista, según la cual sólo existe el “hecho” constatable mediante la ciencia biológica. Y sin embargo el reconocimiento de un carácter personal al El Hijo es el Logos de lo ser humano no es una atribución arbitraria que prescinda creado, la Sabiduría que de toda base biológica. El reconocimiento presupone a aquel da origen a su orden y que es reconocido y no crea su existencia ni su valor. Cierestablece su sentido. El Espíritu de Dios, que es tamente, existe un debido crédito de humanidad para el ser “Espíritu de la vida”, humano en sus comienzos, que puede desarrollarse como orienta ahí el dinamismo persona sólo cuando es tratado como tal por su madre y el del desarrollo hacia una medio ambiente. Con todo, este crédito anticipado, base de creciente autonomía, que la educación, tiene su fundamento en cualidades intrínsecas tiene su culminación en el hombre, llamado del pequeño ser humano. Sólo en las fábulas, un trozo de a ser el “portavoz” de madera tratado como niño llega luego a ser de hecho un lo creado. El Hijo y el niño de carne y hueso. Espíritu son, como ya En este sentido, es incorrecto hablar de “persona en potendecía Ireneo, las dos cia”: las personas siempre son en acto. La personalidad no manos utilizadas por el Padre para crear todas es el resultado de un desarrollo, sino la estructura intrínselas cosas. ca característica que permite el desarrollo. Por otra parte, existe una contradicción en la pretensión de basar o incluso hacer depender de sus aplicaciones concretas el carácter incondicional de la exigencia de respeto requerida por el reconocimiento del ser persona de la constatación de presupuestos empíricos en particular que siempre son por naturaleza hipotéticos. Es preciso entonces concluir, con Robert Spaemann, que sólo hay un criterio para determinar el ser persona: el hecho de pertenecer biológicamente a la especie humana. “El ser de la persona es la vida de un hombre. (…) Y por consiguiente persona es el hombre y no una característica del hombre”34. 33 P. SINGER, Practical Ethics, Cambridge University Press, Cambridge, 1980, 48-71. 34Ver SPAEMANN, op. cit., 264. H 44 2.4. Ontología simbólica y apertura al misterio de la vida La vida, objeto de la bioética, se presenta entonces ante nuestra mirada con diversos grados ontológicos de realización. En el vértice se encuentra la vida humana personal, que coincide sin posible separación con la vida del ser humano. A partir de este vértice ontológico, que opera también como criterio ético fundamental, será preciso considerar luego las problemáticas vinculadas con el cuidado de las formas de vida inferiores y el respeto por el medio ambiente. Ahora, como se ha dicho, la persona constituye el nivel más perfecto de todo cuanto existe, el grado más alto de ser que podemos encontrar. Y la persona se da a conocer en la libertad, con la modalidad de un “re-conocimiento”, en el cual está totalmente implicada en una relación de sujeto a sujeto. Si, como se ha visto, existen distintos grados de manifesLa motivación teológica tación y densidad simbólica de la señal, corresponderá a del valor de la vida éstos también una profundidad diversificada de presencia humana se encuentra de la libertad. Los niveles más elementales y simples del en ese “vínculo ser pueden implicar una mínima presencia y prácticamente específico y particular con el Creador”, que prescindir de la libertad; pero los más elevados y perfectos está establecido en su exigen la máxima participación de la totalidad del sujeto. El deliberación originaria: punto más agudo de la dramática interpelación de la libertad “Hagamos al ser humano se verificará precisamente en el conocer a la persona, vértice a nuestra imagen, como ontológico en el cual el ser se da: el conocer tiene siempre semejanza nuestra” (Gn 1, 26; EV 34). la modalidad de un “re-conocer”. Así, la ética es una dimensión siempre necesariamente presente y no puramente sucesiva a un saber metafísico objetivo en el cual no estaría presente la libertad. El ser se manifiesta en el símbolo real de la persona como verdadero y bueno a la vez y pide ser libremente reconocido. La ética, que tiene su momento originario en la relación con la persona del otro, resulta ser más bien un lugar especialmente denso para la ontología. Es el lugar de una percepción existencial, aun cuando no necesariamente tematizada por la dimensión de “misterio” que implica la vida, en el sentido de que en el cuidado de la vida del otro se abre a la libertad la posibilidad de comprender una trascendencia que ahí se manifiesta. Sobre estas bases se abre naturalmente una pista de diálogo con la fe cristiana y la teología en sentido vigoroso, entendida como reflexión crítica y sistemática sobre la Revelación. El Evangelio de la vida puede iluminar la H 45 concepción de la vida, que la bioética utiliza como paradigma. En el cristianismo, de hecho la verdad tiene un carácter eminentemente histórico y personal: es un evento que se da en la persona de Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios hecho hombre, “camino, verdad y vida” (Jn 14, 6). La fe cristiana se manifiesta entonces como la realización gratuita y sobrenatural de una estructura antropológica originaria de la fe, que lejos de contradecir a la razón, abre de par en par su horizonte y permite ahí la apertura a la verdad. Así, la teología tampoco puede considerarse a priori de carácter extrínseco y marginal en relación con los discursos de la bioética que se ocupan del misterio de la vida humana personal. 3. LA CONTRIBUCIÓN DEL EVANGELIO AL RECONOCIMIENTO DEL MISTERIO DE LA VIDA Si cada cosa creada subsiste en virtud de una relación con el Creador, y si en particular cada forma de vida manifiesta algo de la riqueza de vida de Dios, hay sin embargo una clara distinción entre la vida humana y la vida de las otras criaturas. 3.1. Teología de la vida a la luz de la creación La encíclica Evangelium vitae desarrolla una “teología de la vida” precisa. En sintonía con la fe de la Iglesia, que confiesa que la vida resplandece mediante el Evangelio de Jesucristo (ver 2 Tm 1, 10), esa teología posee una auténtica dimensión cristológica, centrada en los misterios de su vida, muerte y resurrección. Ahora bien, sin embargo, precisamente la doctrina cristiana de la creación es acusada desde hace un tiempo de haber dado origen a un antropocentrismo unilateral, que por una parte ya no se podría sostener con posterioridad a las teorías evolucionistas35, y por otra se considera responsable del desequilibrio ecológico de nuestra civilización de la explotación consumista. Fue ya el filósofo Arthur Schopenhauer quien criticó por primera vez en forma áspera la religión judía y el cristianismo, porque al insistir en la posición central y predominante del hombre habrían llevado a considerar el resto de la creación en calidad de objeto, del cual la humanidad podría disfrutar a su arbitrio36. La orden bíblica “Someted a la tierra” (Gn 1, 28) habría degradado toda otra forma de vida reduciéndola a mero objeto de uso, induciendo de este modo a abusar de las plantas, los animales y las energías del mundo en general. 35 Ver J. RACHELS, Creati dagli animali. Implicazioni morali del darwinismo, Ed. Comunità, Milán, 1996. 36 Ver A. SHOPENHAUER, “Sulla religione”, en Parerga paralipomena, Boringhieri, Turín, 1963. H 46 Por este motivo habría que pasar del orgulloso e injustificado antropocentrismo al biocentrismo37: el hombre ya no puede estar en el centro del cosmos, sino la vida, con sus variadas y múltiples formas, sus grados de realización diversificados y su inagotable dinamismo. En este renovado biocentrismo, que repudia el legado de la antropología judeo-cristiana, convergen y entran en conflicto entre ellos un vago panteísmo típico de algunas corrientes ecologistas y la reivindicación cientista dirigida a poder experimentarlo todo sin atribuir un carácter privilegiado a la vida humana: un naturalismo que se opone a la razón y un racionalismo que pretende dominar ya sin límite alguno la naturaleza, incluso humana. Este debate, con su acusación indiferenciada y sus contradicciones internas, invita con todo a distinguir más precisamente entre la concepción antropocéntrica de la modernidad, que considera a la naturaleza puramente como materia manipulable por parte del proyecto de progreso elaborado por la razón humana, y la auténtica visión bíblica del hombre. Si la naturaleza es puramente producto del azar y la necesidad, La persona humana está en una relación sin objetivo intrínseco ni diseño alguno, si es un mero objeúnica y peculiar con to que no expresa voluntad creadora alguna, “entonces el Dios. Mientras todos hombre resulta ser el único sujeto y la única voluntad. Por los demás seres vivos consiguiente, el hombre, inicialmente objeto de conocimiento tienen una relación del hombre, ahora pasa a ser más bien objeto de su voluntad, genérica y mediata con el Creador, el ser la cual obviamente es voluntad de poder sobre las cosas. Sehumano, cada ser mejante voluntad, una vez que el poder incrementado haya humano, se encuentra superado la necesidad, se convierte en deseo puro y simple, en una relación de un deseo que no tiene límites”38. Se ve así que el exasperado inmediatez personal antropocentrismo, responsable de la degradación del mundo, con Él. reducido a objeto, no es fruto de la narración bíblica, sino, por el contrario, precisamente de la pérdida del sentido auténtico de la creación. En realidad, la tarea encomendada por el Creador al hombre de “labrar y cuidar la tierra” (Gn 2, 15) indica la responsabilidad confiada al mismo de ocuparse del mundo como creación de Dios, descubriendo y siguiendo su ritmo y su lógica interna. Lo creado no es por tanto pura materia ni –lo que es peor– “material” para dominar, sino un jardín para cultivar, con formas de vida cuyo lenguaje es preciso conocer39. 37 Ver el número especial dedicado al tema “¿Antropocentrismo o biocentrismo?”, de Anthropotes XIII/1 (1997). 38 H. JONAS, Dalla fede antica all’uomo tecnologico, Il Mulino, Bolonia, 1991, 262-263. 39 Ver J. RATZINGER, Creazione e peccato. Catechesi sull’origine del mondo e sulla caduta, Paoline, Cinisello Balsamo, 1986, 30-34. H 47 Una teología de la creación en la línea del cristocentrismo trinitario puede permitir comprender la originaria participación conjunta del hombre y todo ser vivo en el diseño creativo de Dios40. El Hijo es el Logos de lo creado, la Sabiduría que da origen a su orden y establece su sentido. El Espíritu de Dios, que es “Espíritu de la vida”, orienta ahí el dinamismo del desarrollo hacia una creciente autonomía, que tiene su culminación en el hombre, llamado a ser el “portavoz” de lo creado. El Hijo y el Espíritu son, como ya decía Ireneo, las dos manos utilizadas por el Padre para crear todas las cosas41. La finalidad de lo creado no es por tanto simplemente antropocéntrica, sino que tiene como objetivo la glorificación de Dios mediante la colaboración del hombre en el cumplimiento de un proyecto en desarrollo hacia su plena realización. La perspectiva escatológica, descrita Según la doctrina en el capítulo VIII de la Epístola a los Romanos, reúne en tradicional católica, un destino único al hombre y lo creado, que “gime hasta enseñada por Pío XII el presente y sufre dolores de parto” (Rm 8, 21 s.), ya que en la encíclica Humani generis y reafirmada también ella espera la revelación de los hijos de Dios para por Juan Pablo II en entrar en la libertad de la gloria. Cristo ya ha entrado en ella, Evangelium vitae, n. con su verdadero cuerpo resucitado, primicia no sólo de la 43, el alma inmortal de humanidad, sino de toda la creación42. El aliento trinitario cada persona es creada del diseño creativo permite comprender mejor la unidad de manera inmediata teológica de la antropología y la biología. La naturaleza, en por Dios, con lo cual se transmite la imagen y sus múltiples y variadas formas de vida, no es sacralizada semejanza. ni despreciada, sino reconocida en su condición de parte de la creación. El hombre no es ni el dueño absoluto ni una mera forma biológica casual. Como vértice de lo creado, está llamado a una inmediatez en la relación con Dios y a un destino eterno de comunión con Él, que no excluye la creación, sino que la incluye como encomendada a sus cuidados. 40Ver: W. PANNENBERG, Teologia sistematica, vol. II, Queriniana, Brescia, 1994, cap. VII: “La creazione del mondo”, 11-201; sobre lo mismo: Toward a Theology of Nature. Essays on Science and Faith, Louisville, Kentucky, 1993. 41SAN IRENEO, Adversus Haereses, IV, 20, 1. 42Ver el aporte sugerente y panorámico ofrecido por J. GRANADOS, “Love and the Organism: A Theological Contribution to the Study of Life”, que apareció en Communio (USA) después de presentarse en el Simposio de Communio para el Centenario del nacimiento de H. U. von Balthasar: “Love alone is credible” (Washington DC, April 14-17, 2005). El autor, partiendo de la analogía entre el dualismo moderno entre mundo material y dimensión del espíritu y la problemática del gnosticismo, muestra la fecundidad de la reflexión de los Padres del siglo II para una comprensión teológica de la naturaleza creada, en la cual el amor y el organismo vivo se comprenden en su recíproca interacción. H 48 3.2. Dimensiones teológicas de la vida humana a la luz del Evangelio En el horizonte de la responsabilidad ministerial con lo creado, la vida humana es intangible y merece por tanto un respeto incondicional, no por ser vida, sino porque es vida de una persona. ¿Pero por qué la vida humana, tan precaria y contingente, debería merecer un respeto absoluto e incondicional? ¿Por qué la vida de una persona humana debería considerarse un bien digno de respeto incondicional? Para estas interrogantes decisivas, pero a las cuales la razón humana no logra dar sola una respuesta satisfactoria en definitiva, la teología ofrece pistas de soluciones vigorosas e iluminadoras. La motivación teológica del valor de la vida humana se encuentra en ese “vínculo específico y particular con el Creador”, que está establecido en su deliberación originaria: “Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra” (Gn 1, 26; EV 34). Si cada cosa creada subsiste en virtud de una relación con el Creador, y si en par- Se establece con ticular cada forma de vida manifiesta algo de la riqueza de Dios una relación de finalización. Cada vida de Dios, hay sin embargo una clara distinción entre la hombre es creado con vida humana y la vida de las otras criaturas. Esta distinción miras a una comunión es captada por la teología de la imagen: la persona humana personal con Dios, en está en una relación única y peculiar con Dios. Mientras el conocimiento y el todos los demás seres vivos tienen una relación genérica y amor. Precisamente esta vocación para la mediata con el Creador, el ser humano, cada ser humano, vida eterna permite se encuentra en una relación de inmediatez personal con Él. comprender aún más el Se trata ante todo de una relación de origen. En el segundo significado del origen “a relato yahvista de la creación (Gn 2, 7), la vida del hombre, imagen y semejanza” si bien éste ha sido plasmado del fango, no surge en conti- con Dios. nuidad con el dinamismo biológico inferior, sino mediante una nueva y extraordinaria intervención de Dios, del cual inhala su soplo divino. Según la doctrina tradicional católica, enseñada por Pío XII en la encíclica Humani generis y reafirmada por Juan Pablo II en Evangelium vitae, n. 43, el alma inmortal de cada persona es creada de manera inmediata por Dios, con lo cual se transmite la imagen y semejanza. En segundo lugar, se establece con Dios una relación de finalización. Cada hombre es creado con miras a una comunión personal con Dios, en el conocimiento y el amor. Precisamente esta vocación para la vida eterna permite comprender aún más el significado del origen “a imagen y semejanza” con H 49 Dios. El dato específico del hombre como criatura apunta al don gratuito y sobrenatural: la participación en la vida misma de Dios como “hijo en el Hijo”. En realidad, “ésta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo” (Jn 17, 3). La resurrección de Cristo en su verdadero cuerpo y la asunción al cielo de María muestran cómo también el cuerpo está llamado a la divinización y puede participar de la comunión con Dios43. Por este motivo, el valor pleno de la vida humana, desde sus fases iniciales y en sus dimensiones biológicamente más humildes, sólo puede captarse adecuadamente en la perspectiva del fin sobrenatural al cual está destinada. Si sólo Dios puede tomar la iniciativa de llamar a una criatura a participar en su misma vida divina y si cada ser humano por Él creado está de hecho predestinado a esta elevadísima vocación, en el Hijo mediante el Espíritu, es preciso afirmar entonces Si sólo Dios puede tomar que desde el surgimiento inicial de una vida humana, Dios la iniciativa de llamar a mismo está implicado, en su iniciativa trinitaria y personal, una criatura a participar en un vínculo único e irrepetible de vocación. en su misma vida divina y si cada ser humano A la luz de esta antropología teológica y cristocéntrica, el por Él creado está de bien de la vida humana puede precisarse en la articulación hecho predestinado a esta de sus dimensiones fundamentales, evitando desestimacioelevadísima vocación, es nes materialistas o indebidas sacralizaciones. Ciertamente, el preciso afirmar entonces concepto de vida, si bien en sí mismo es simple e inmediato, que desde el surgimiento implica una gran complejidad semántica. Sin una adecuada inicial de una vida humana, Dios mismo distinción de las articulaciones y de una comprensión orgáestá implicado, en su nica de los nexos, se corre el riesgo de confusiones peligroiniciativa trinitaria y sas. La vida física del hombre se polariza hacia el valor de personal, en un vínculo la persona, llamada en Cristo a participar en la vida divina. único e irrepetible de Guiándose con la teología de Juan acerca de la “vida”44 y vocación. aprovechando las distinciones terminológicas que en la misma se pueden encontrar, es posible reconocer tres distinciones , que el hombre fundamentales. A nivel basilar, se encuentra de hecho el comparte fundamentalmente con los otros seres vivos. Se trata de esa organicidad dinámica, que tiende espontáneamente a afirmarse y mantenerse vital mediante intercambios con el medio ambiente, pero inevitablemente decae y luego cae nuevamente en lo inorgánico. En un nivel superior de la 43Ver J. J. WALTER, “Theological Issues in Genetics”, en Theological Studies 60 (1999), 124-134. 44Al respecto: F. MUSSNER, Zôè, Die Anschauung vom “Leben” im vierten Evangelium, Zink, München, 1952; R. W. THOMAS, “The Meaning of the Terms ‘Life’ and ‘Death’ in the Fourth Gospel and in Paul”, en Scottish Journal of Theology 21 (1968), 199-212. H 50 naturaleza, se encuentra la dimensión de la vida espiritual propiamente hu). Ésta proviene en el hombre del principio espiritual del alma y mana ( le otorga la condición de persona consciente y libre. Es la dignidad propia del alma espiritual y de avanzar hacia lo infinito, de ser “capax Dei”. Por último, en el plano de la gracia, se encuentra el evento cualitativamente nuevo y no deducible de los niveles inferiores (ya sea constitutivamente, esencialmente o como exigencia), de la vida divina sobrenatural ( )45. Aquí se trata de un don totalmente dependiente del amor gratuito de Dios, que abre la dimensión de la participación del hombre en la vida íntima de Dios mismo: la vida eterna. En la anterior distinción tripartita, orgánicamente compaginada, se coordina la distinción de dos etapas de la vida del hombre: temporal (en camino) y definitiva (en patria). Constituiría sin embargo una gravísima equivocación relegar la “vida eterna” únicamente al más allá. Por el contrario, ésta comienza ya en la etapa temporal y se plantea como carácter incipiente germinal de lo definitivo y como polo que de manera finalista atrae y da significado a toda otra expresión de la vida. La vida terrenal es al mismo Constituiría una gravísima equivocación tiempo relativa y sagrada: no es el bien supremo al cual todo relegar la “vida eterna” se debe sacrificar o preservar a cualquier costo; tampoco es un únicamente al más allá. bien instrumental a entera disposición nuestra. De ella es dueño Por el contrario, ésta absoluto sólo el creador, único al cual corresponde la opción de comienza ya en la etapa darle fin, ya que a él se debe la iniciativa de haberle dado origen. temporal y se plantea como carácter incipiente El hombre no tiene en relación con ella “un señorío absoluto, germinal de lo definitivo sino ministerial”, reflejo del señorío único e infinito de Dios. y como polo que de La caridad como entrega total de uno mismo a Dios, amado manera finalista atrae y sobre todas las cosas, y a las personas, portadoras de su da significado a toda otra imagen, realiza el sentido último de la vida y anticipa el expresión de la vida. destino final de los bienaventurados. De hecho, “el sentido más verdadero y profundo de la vida consiste en ser un don que se realiza en el darse”. Mostrando en la Cruz el vértice del amor, Cristo da testimonio de que “nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos” (Jn 15, 13) y así proclama que “la vida alcanza su centro, su sentido y su plenitud cuando es dada”. La reflexión sobre la bioética nos ha conducido a encontrar una aporía fundamental, que se presenta a propósito de su objeto, la vida, cuando éste se confía al análisis puramente de la ciencia. Una mera aplicación de la casuística en 45Ver H. DE LUBAC, Petite Catéchèse sur nature et grâce, Communio-Fayard, París, 1980, 18-25. H 51 semejante análisis es inadecuada para el alcance de los problemas planteados y corre riesgo a veces de convertirse en cómplice de consecuencias tecnocráticas cuando sólo deja en manos de la biología la definición de lo que es vida46. La Evangelium vitae ha propuesto bastante más que una casuística, bastante más que una bioética de los límites: ha invitado a elaborar una auténtica y nueva “cultura de la vida” (n. 95), en la cual la luz del Evangelio puede aportar su contribución esencial. Esto implica una profunda reflexión epistemológica, en el ámbito de la bioética, para la cual aquí sólo se han podido indicar algunas pistas de investigación. La extraordinaria riqueza del objeto La vida terrenal es al de conocimiento, la vida, requiere ser indagada mediante la mismo tiempo relativa correspondiente complejidad multiforme de los enfoques, pero y sagrada: no es el bien también de acuerdo con una unidad fundamental de la mirada, supremo al cual todo que asegure la unidad formal de la disciplina. se debe sacrificar o La racionalidad científica debe dejarse guiar por una mirada preservar a cualquier costo; tampoco es un bien de carácter contemplativo y más bien metafísico de la vida, instrumental a entera para lo cual la actitud adecuada es el reconocimiento. La disposición nuestra. De teología de la creación y más aún el Evangelio de la vida ella es dueño absoluto ofrecen a esta mirada perspectivas de base y profundización sólo el creador, único de gran interés. La clarificación que la Revelación otorga al al cual corresponde reconocimiento de la vida no se produce de hecho desde el la opción de darle fin, ya que a él se debe la exterior, sino desde el interior de la experiencia humana. La iniciativa de haberle dado luz de la Palabra de Dios, en correspondencia con el corazón origen. El hombre no del hombre, despierta un patrimonio de evidencias humanas, tiene en relación con ella de valor racional, capaces de conducir la acción del hombre “un señorío absoluto, de tal manera que las capacidades técnicas cada vez más sino ministerial”, reflejo del señorío único e refinadas de intervención estén al servicio del gran destino infinito de Dios. al cual la vida del hombre y del cosmos está llamada. 46Es posible ofrecer un ejemplo en el debate actual de la bioética en Estados Unidos. Con el fin de evitar las reservas morales provocadas a propósito de la destrucción de embriones humanos clonados y luego destruidos en vista de la selección de células estaminales pluripotentes, hay quienes han propuesto una alternativa llamada ANT (Altered Nuclear Transfer): se trata de un procedimiento citológico-embriológico destinado a producir células estaminales mediante el traspaso en un ovocito (ovoplasto) de un núcleo somático celular (carioplasto) alterado, de manera de silenciar uno o más genes esenciales para el primer desarrollo normal del embrión. Luego se propuso también una segunda técnica, análoga a la primera, llamada OAR (Oocyte Assisted Reprogramming), en la cual se altera el citoplasma del ovocito, siempre con el fin de crear una entidad embrionaria que no sea capaz de desarrollarse más allá del nivel de la totipotencia celular. Al respecto, ver la discusión referida en D. L. SCHINDLER, “A Response to the Joint Statement, ‘Production of Pluripotent Stem Cells by Oocyte Assisted Reprogramming’, en Communio 32 (Summer 2005), pp. 369-380, en la cual resulta evidente el grave límite del enfoque, que pretende decidir si se trata de vida embrionaria humana sobre la base de criterios puramente biologistas, como la epigénesis, considerando en el fondo que el organismo no es más que la suma de sus partes y negando a la entidad embrionaria su condición humana únicamente porque es silenciado intencionalmente el gen del desarrollo. Ver la intervención de quien ideó la técnica: W. B. HARLBUT, “Altered Nuclear Transfer as a Morally Acceptable Means for the Procurement of Human Embrionic Stem Cells”, en CUA Debate, 4-5 de octubre de 2004, y el comentario crítico de R. COLOMBO, “Altered Nuclear Transfer as an Alternative Way to Human Embrionic Stem Cells: Biological and Moral Notes”, en Communio 31 (Winter 2004), pp. 645-648. H 52 La Evangelium vitae, inocencia y derecho Francesco D’Agostino Aunque la inviolabilidad de la vida humana e inocente es una verdad constantemente enseñada por el Magisterio de la Iglesia, el anuncio de la encíclica Evangelium vitae presenta una postura jurídica original respecto a la tradición. Su novedad no se inscribe en un horizonte filosófico-conceptual, sino que apunta a una diferencia de tipo hermenéutico. En su base se encuentra la referencia a la inocencia, sin la cual la experiencia jurídica pierde su significado intrínseco, adquiriendo al mismo tiempo una dirección completamente opuesta de estructura de dominio. Esta es la puesta en juego de cuya gravedad la encíclica llama la atención. Tras las actitudes de antipatía despertadas por el texto se oculta una orientación interpretativa que ninguna reformulación de la encíclica podría alterar nunca en sus principios fundamentales. Rechazar la encíclica Evangelium vitae equivale a adoptar una visión desencantada del mundo, a pensar que constituye un enigma inexplicable y, por consiguiente, a considerar que no es posible pensar que el hombre posee una cierta dignidad intrínseca. Es finalmente asumir una actitud fría respecto al mundo; considerarlo a priori carente de significado intrínseco. Francesco D’Agostino es catedrático de Filosofía del Derecho Universidad de Roma Tor Vergata y ex presidente del Comité de Bioética del Estado de Italia. Francesco D’Agostino is Professore of Philosophy of Law, in University Roma Tor Vergata and ex President of the Bioethics Committee of the Italian State. Although the inviolability of innocent human life is a truth constantly taught by the Magistery of the Church, the announcement of the Evangelium vitae encyclical offers an original judicial view, in relation to tradition. Its novelty does not belong to a philosophical-conceptual scope, it points out to a hermeneutic difference. In its base it has a reference to innocence, without which the judicial experience looses its intrinsic meaning, at the same time acquiring a completely opposite direction of power structure. This is the grievous flaw that the encyclical warns us about. Behind the negative reactions the text has aroused, there is a type of interpretation that no rewording of the Encyclical can alter in its fundamental principles. To reject the Evangelium vitae encyclical amounts adopting a disenchanted view of the world, considering it an inexplicable enigma and, accordingly, to consider that it is impossible that man may posses an intrinsic dignity. It is, finally, to assume a cold attitude regarding the world, a priori considering it devoid of intrinsic meaning. 1. La encíclica Evangelium vitae se propone ofrecer al lector un significado, no una especulación de carácter teórico. Esto explica por qué no está dotada, ante todo, de un carácter teológico-especulativo, sino bíblico; y el planteamiento bíblico del discurso no posee evidentemente un valor lógico-argumentativo, sino explicativo, de la imagen del hombre que se pretende sacar de la encíclica. Esta imagen es presentada al lector no como fruto de una elaboración conceptual (que habría que evaluar partiendo de elaboraciones conceptuales contrapuestas y llegaría a ser, supuestamente y muy pronto, presa y víctima de pesadas logomaquias), sino porque está H 53 El anuncio de la Evangelium vitae se remite –utilizando las palabras de la Encíclica– a “una ley natural inscrita en el corazón del hombre” (n. 70), es decir, un anuncio que supone hallar una correspondencia en exigencias profundas cuya presencia todo hombre puede descubrir en su interior. Se trata de un mensaje que lanza un desafío hermenéutico radical a distintos paradigmas conceptuales presentes y dominantes en el mundo actual. H 54 dotada de un intrínseco y exigente significado. El lector está invitado a medirse con él. Este significado se puede articular en tres puntos esenciales, que corresponden a tres momentos esenciales, del kerygma evangélico y entre los cuales existe una estrecha correlación. El primero consiste en que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios; por consiguiente, posee una propia e irreductible dignidad que da un significado intrínseco a su vida, que otorga a su vida un carácter sagrado específico. En segundo lugar, el hombre ha sido creado, en Adán, como miembro de una única familia humana; por consiguiente, la igualdad fraterna entre los hombres tiene primacía respecto a cualquier posible diferencia, y les impone como principal virtud social la compasión y la solidaridad. En fin, por haber sido querido y creado de tal modo por Dios, el hombre tiene el don de la razón que –incluso con sus límites no trascendentes por ser criatura– lo hace capaz de conocer la realidad según la verdad y de percibir la positividad intrínseca; por consiguiente, el hombre está abierto a la verdad y no debe desconfiar de la razón, ni mucho menos dejar de esperar en las posibilidades de esta última, sino más bien utilizarla con rigor y según su conciencia. La esencia de este anuncio es, desde luego, sólida, y no se puede reducir a un genérico paréntesis. Pero, al mismo tiempo, es un anuncio no dogmático: no pretende un consentimiento con prejuicios, o irracional, o fundado en las tradiciones o creencias ancestrales. Es un anuncio que se remite –utilizando las palabras de la encíclica– a “una ley natural inscrita en el corazón del hombre” (n. 70), es decir, un anuncio que supone hallar una correspondencia en exigencias profundas cuya presencia todo hombre puede descubrir en su interior. Se trata de un mensaje que lanza un desafío hermenéutico radical a distintos paradigmas conceptuales presentes y dominantes en el mundo actual. Voy a tener en cuenta uno solo, el más destacado. 2. “El absoluto carácter inviolable de la vida humana – leemos en la encíclica– es una verdad moral explícitamente enseñada en la Sagrada Escritura, mantenida constantemente en la Tradición de la Iglesia y propuesta de forma unánime por su Magisterio […] Por tanto, con la autoridad conferida por Cristo a Pedro y a sus Sucesores, en comunión con los Obispos de la Iglesia Católica, confirmo que la eliminación directa y voluntaria de un ser humano inocente es siempre gravemente inmoral”(n. 57). Con absoluta coherencia respecto a esta sólida proclamación, en un párrafo sucesivo, la encíclica afirma que “las leyes que, como el aborto y o la eutanasia, legitiman la eliminación directa de seres humanos e inocentes, están en total e insuperable contradicción con el derecho inviolable a la vida inherente a todos los hombres, y niegan, por tanto, la igualdad de todos ante la ley” (n. 72). La insistencia en la inocencia es muy interesante, desde distintos planos: en primer lugar, como es evidente, desde el ámbito estrictamente teológico, con la clara referencia que se hace en la encíclica a la autoridad de Pedro y de sus sucesores y al fundamento que la alimenta. Observemos, sin embargo, cómo la argumentación teológica que se utiliza en la encíclica, se extralimita, en ciertos casos, con relación a la argumentación cultivada generalmente en la tradición. No hay duda de que es absolutamente cierto que la inviolabilidad de la vida humana e inocente es una verdad constantemente enseñada por el Magisterio de la Iglesia, a partir de los datos unívocos de la Escritura y de la tradición. Pero es verdad también que el anuncio de la Evangelium vitae presenta un carácter de novedad respecto a la tradición y, precisamente por ese carácter, tiene, además de un interés estrictamente teológico y magisterial, una indudable importancia antropológica y hermenéutica. Hay que considerar, por ej., la frialdad con que Sto. Tomás discute utrum sit limitum occidere homines peccatores (Sum. Theol., IIa-IIae, q. 64, art. 2): un texto que resume con una lucidez increíble siglos de reflexión teológica. Sto. Tomás, junto a otras, anota la objeción más grave a la licitud del homicidio (loc. Cit. n. 3): “illud quod est secundum se malum nullo bono fine fieri licet…sed occidere hominem secundum se est malum, quia ad omnes homines debemos caritatem La inviolabilidad de la vida humana e inocente es una verdad constantemente enseñada por el Magisterio de la Iglesia, a partir de los datos unívocos de la Escritura y de la tradición. Pero el anuncio de la Evangelium vitae presenta un carácter de novedad respecto a la tradición y, precisamente por ese carácter, tiene, además de un interés estrictamente teológico y magisterial, una indudable importancia antropológica y hermenéutica. H 55 El texto de la Encíclica no contradice formalmente la argumentación tomística. Pero mientras Tomás llama la atención sobe el tema de la culpa, la Encíclica despierta el interés sobre el tema de la inocencia. A Tomás le interesa demostrar que eliminar al culpable puede ser lícito. A la Encíclica le interesa, en cambio, mostrar que la vida humana inocente es sagrada. No hay contradicción, evidentemente, entre los dos horizontes. Pero entre ellos existe una orientación hermenéutica muy distinta. H 56 habere…ergo nullo modo licet hominem peccatorem interficere”. Para superar esta objeción, Sto. Tomás se ve obligado a negar que el homicidio es un mal secundum se. En efecto, su respuesta, bajo este aspecto, es muy clara: “homo, peccando, ab ordine rationis recedit, ei ideo decidit a dignitate humana…et ideo, quamvis hominem in sua dignitate manentem occidere sit secundum se malum, tamen hominem peccatorem occidere potest esse bonum, Sicut occidere bestiam: peior enim est Malus homo quam bestia et plus nocet” (ad 3). El texto de la encíclica no contradice formalmente esta argumentación tomística. Pero mientras Tomás llama la atención sobe el tema de la culpa (tema que, desde la perspectiva teológica propia de la Summa, coincide con el del pecado), la encíclica despierta el interés sobre el tema de la inocencia. A Tomás le interesa demostrar que eliminar al culpable puede ser lícito (con la condición –nos explica él en el siguiente art. 3 de la misma quaestio 64– de que la decisión sea tomada, no por privados, sino por una autoridad pública y con finalidades relacionadas con el bien común, y, sobre todo, que no la tomen los clérigos porque ellos, en virtud de su ministerio, están llamados a representar a Cristo, “qui cum percuteretu non repercutiebat”). A la encíclica le interesa, en cambio, mostrar que la vida humana inocente es sagrada. No hay contradicción, evidentemente, entre los dos horizontes. Pero entre ellos existe una orientación hermenéutica muy distinta que, si, por un lado, dificulta la integración de la argumentación tomística en nuestro horizonte cultural, por el otro, da al anuncio de la encíclica un significado muy rico. La referencia a la inocencia destaca, en primer lugar, que el anuncio de la encíclica no se refiere a la vida como mero hecho biológico. El hecho obviamente biológico constituido por la vida se llena –en modo particular para el hombre– de un significado que parece perderse en la cultura dominante hoy, y sobre el cual la encíclica insiste con todo el vigor posible. Como hecho biológico, la vida no es ni bien ni mal: es un mero dato que se presenta a nuestra constatación y, eventualmente, a nuestra capacidad de investigación cientí- fica. Si se considera, en cambio, desde el punto de vista de la inocencia, la vida impone una inmediata referencia al bien. Si no se puede disponer de la vida, incluso de la vida del feto, ni de la de los enfermos, ni de la del moribundo, es porque la vida es intrínsecamente buena, porque tiene intrínsecamente un significado: un significado que la maldad, el delito y la culpa pueden ciertamente alterar y deformar, pero que no logran nunca suprimir, y que la ley del Estado debe respetar en todo caso, porque, a partir de dicho respeto, la ley del Estado, a su vez, adquiere un significado (desde esta perspectiva hay que leer las muy sopesadas consideraciones de la encíclica sobre la pena de muerte, en el n. 56). La alternativa a este paradigma es, según el anuncio de la encíclica, extremamente clara y preocupante: cuando la ley civil se arroga el derecho de censurar el significado de la vida humana (en vez de ponerse a su servicio), lo que resulta no es un desarrollo, sino un empobrecimiento –hasta el límite de la destrucción– del significado. Vemos hoy, con absoluta claridad, lo que Sto. Tomás, hombre de su tiempo, de ningún modo podía percibir: la dialéctica social vida/muerte ya no corresponde a una dialéctica culpa/inocencia. La pérdida del tema de la inocencia (y del tema correlativo de la culpa) hace corresponder esta dialéctica, desde la perspectiva estrictamente sistémica, hoy triunfante, a un mero código binario, funcional para el equilibrio social y absolutamente para nada más. Por eso el llamamiento de la encíclica al tema de la inocencia aunque, por un lado, parece ser una mera confirmación de una doctrina tradicional, e incluso es presentado exactamente bajo ese aspecto, adquiere, en cambio, para quien tenga una adecuada sensibilidad hermenéutica, el valor de una clave, capaz de caracterizar en lo más profundo el significado de la existencia humana. 3. Elaborar una correcta hermenéutica de la inocencia nos llevaría muy lejos. Limitémonos, en todo caso, a observar cuán precioso es este llamamiento para la experiencia del jurista. Si nos situamos en la perspectiva de significado que nos proporciona la encíclica, podemos comprender cómo es Si se considera desde el punto de vista de la inocencia, la vida impone una inmediata referencia al bien. Si no se puede disponer de la vida, incluso de la vida del feto, ni de la de los enfermos, ni de la del moribundo, es porque la vida es intrínsecamente buena, porque tiene intrínsecamente un significado: un significado que la maldad, el delito y la culpa pueden ciertamente alterar y deformar, pero que no logran nunca suprimir, y que la ley del Estado debe respetar en todo caso, porque, a partir de dicho respeto, la ley del Estado, a su vez, adquiere un significado. H 57 Cuando la ley civil se arroga el derecho de censurar el significado de la vida humana (en vez de ponerse a su servicio), lo que resulta no es un desarrollo, sino un empobrecimiento –hasta el límite de la destrucción– del significado. H 58 posible suponer y construir todo sistema jurídico a partir de dos paradigmas contrapuestos, cuya diversidad radical se puede percibir mejor, precisamente, asumiendo la categoría de la inocencia a manera de papeleta de tornasol, por decirlo así. El primer paradigma es aquel por el cual el derecho es una estructura al servicio de la voluntad del poder, y con carácter funcional para llevarlo al máximo: esta es la perspectiva que ama definirse realista o positiva, y cuyo último objetivo es la reconstrucción del sistema jurídico como un anónimo sistema de fuerzas contrapuestas, gobernado, no por la referencia a la justicia (que se considera como un ideal irracional), sino por la efectividad del poder, un poder que, al ser jurídico, se reconoce y descubre sus propias capacidades únicamente en la dimensión de la sanción. En este horizonte, el tema de la inocencia no puede encontrar ningún espacio; la inocencia ya no es en sí, ya no es el valor que el derecho está llamado a tutelar con vigor; se reduce, en cambio, a una cualificación subjetiva realizada a partir de las categorías normativas del sistema mismo y, por consiguiente, intrínsecamente vacía e insignificante, una benévola concesión que se remite a la arbitrariedad soberana e impersonal con que el mismo sistema puede, a su propia discreción, calificar de culpable a un propio súbdito: entre la culpa y la inocencia no se da, en resumen, ningún salto axiológico; se trata de dos dimensiones, en fin de cuentas, simplemente diversas, por los distintos efectos sociales que se les atribuyen. El éxito de este paradigma se puede sintetizar con las palabras utilizadas por André Gide en su reelaboración dramática del Proceso de Kafka: “La demostración de tu culpa ¿no está acaso en tu pena? Tienes que reconocer tu error y convencerte de lo siguiente: soy castigado; luego, soy culpable”. El segundo paradigma lee, en cambio, el derecho como estructura cuyo significado último es la defensa de la inocencia. Como garantía de la coexistencia, como sistema de coordinación de las acciones, como administración de la justicia, el sistema del derecho tiene en la inocencia su propio presupuesto, su propia estrella polar, su propio baricentro: los hombres se relacionan recíprocamente porque se entregan los unos a los otros y confían en la recíproca inocencia. La inocencia es, pues, siempre relacional; implica una confianza recíproca; presupone que los hombres conviven y coexisten dentro del respeto de reglas compartidas, objetivas, fundadas no en la prevaricación del más fuerte, sino en el común reconocimiento de lo que corresponde a cada uno. La inocencia, pues, se remite a la verdad de la relación interpersonal. Por eso no existe nada más injusto que la violencia contra el más débil, y nada más desagradable que el engaño cuyo objeto es hacer parecer culpable al inocente. Si a la experiencia jurídica se le quita la referencia a la inocencia, pierde su significado intrínseco, adquiriendo, al mismo tiempo, el significado completamente opuesto de estructura de dominio. Esta es la puesta en juego de cuya gravedad la encíclica llama la atención del lector. 4. Son distintas, obviamente, las posibles reacciones de carácter general al leer la encíclica (por lo que se refiere a las reacciones de carácter particular, a veces muy útiles, tanto para el consenso como para el disenso, no es el caso de detenerse aquí). Muchas de estas reacciones, como ya se ha dicho, se ven falseadas por una errónea comprensión hermenéutica de su mensaje, por el injusto temor de que simpatizar con él implique una especie de “entrega” al Magisterio, considerado como autoridad –una especie de subrogado de la autoridad paterna– de la que hay que liberarse y estar lejos a toda costa. Son temores que deberían definirse por lo que son, o sea infantiles, y el único modo para superarlos es leer la encíclica con espíritu libre, como una oportunidad preciosa para hallar en ella una Zeitkritik extremamente lúcida y cabal. Reacciones como la que acabamos de describir son, al fin y al cabo, poco interesantes, aunque muy frecuentes. Exigen una mayor reflexión, en cambio, otras reacciones: sobre todo aquellas que, al calificarse precisamente a partir de una lectura atenta de la encíclica y de una comprensión plena de su anuncio, terminan con la total intención de rechazarlo. Este La dialéctica social vida/ muerte ya no corresponde a una dialéctica culpa/ inocencia. La pérdida del tema de la inocencia (y del tema correlativo de la culpa) hace corresponder esta dialéctica, desde la perspectiva estrictamente sistémica, hoy triunfante, a un mero código binario, funcional para el equilibrio social y absolutamente para nada más. (…) H 59 (…) Por eso el llamamiento de la Encíclica al tema de la inocencia aunque, por un lado, parece ser una mera confirmación de una doctrina tradicional, e incluso es presentado exactamente bajo ese aspecto, adquiere, en cambio, para quien tenga una adecuada sensibilidad hermenéutica, el valor de una clave, capaz de caracterizar en lo más profundo el significado de la existencia humana. H 60 rechazo, como ya se ha dicho, puede estar motivado por la no aceptación del paradigma conceptual al que se remite la encíclica. Es posible, desde luego, quedarse perplejos ante la necesaria conformidad de la ley civil con la ley moral, a la que se refiere la encíclica (n. 72), como ante una formulación conceptual que adopta un lenguaje muy poco hábil, dotado hoy de un escaso impacto cultural, y estimar, por tanto, que sería no sólo posible, sino muy útil, e incluso un deber, formularlo nuevamente. Un jusnaturalismo más sutil que el que parece salir de la encíclica habría utilizado categorías conceptuales distintas; probablemente se habría remitido, más que a la ley civil, al sistema del derecho positivo; y más que a la ley moral, a los principios estructurales del derecho. Es decir, habría renunciado a establecer una dialéctica, en fin de cuentas extrínseca, como la que ve contrapuestas la ética, por un lado, y el derecho, por el otro (considerados, ambos, según una formalización legalista), y habría insistido en mostrar que se debe exigir al derecho, no una fidelidad extrínseca a un sistema normativo distinto como el ético, sino una coherencia intrínseca respecto a los propios principios intrínsecos. Pero el verdadero problema del rechazo a la encíclica, si las consideraciones manifestadas hasta el momento son consistentes, es, en realidad, muy distinto. No se trata de un problema filosófico-conceptual, sino –como se ha notado reiteradamente– de un problema hermenéutico. Tras las actitudes de antipatía despertadas por la encíclica se oculta, en la mayoría de los casos, una orientación hermenéutica que ninguna reformulación de la encíclica podría alterar nunca en sus principios fundamentales. Quisiera llamar brevemente la atención, ahora, precisamente acerca de las hipótesis de este tipo. Rechazar la encíclica equivale, en este último sentido, a considerar sin fundamento el horizonte de significado que ella anuncia. Si éste carece de fundamento, quiere decir que no se puede hacer con él una argumentación racional (esto es fácil de sostener, sobre todo por parte de aquellos que se adhieren a una visión muy estrecha de la racionalidad, es decir, de los que estiman que las argumentaciones, o son estrictamente factuales, o no se pueden fundar racionalmente), sino que cualquier opción en su favor lleva inevitablemente la marca de la mistificación. Rechazar la encíclica equivale, pues, a adoptar una visión desencantada del mundo, a pensar que constituye un enigma inexplicable (es decir, que más que un cosmos constituye un caos, que más que un universum constituye un multiversum). Y, por consiguiente, a considerar que no es posible pensar (si no se vuelve a caer en las mistificaciones de la metafísica y de la religión) que el hombre posee una cierta dignidad intrínseca (y, por tanto, que la dignidad, si no es concedida benignamente por quien tiene el poder de hacerlo, cada uno tiene a lo sumo que conquistarla, pero sólo, naturalmente, si tiene el valor de hacerlo…). Equivale a pensar que no sólo la fraternidad, sino la misma igualdad, son mitos e ilusiones (y los mitos, tarde o temprano, se ven desmitificados…). Y coherentemente, que la democracia es un mito, así como la misma ciencia del derecho, por lo menos cuando está llamada a defender la vida inocente como objetivo principal propio. Rechazar la encíclica significa, al fin y al cabo, asumir una actitud fría respecto al mundo; considerarlo a priori carente de significado intrínseco; pensar que todo intento de donación de significado (como el que hace continuamente la Iglesia, para permanecer fiel a su misión) sea indebido. No quiero decir, desde luego, que todos los que rechazan la encíclica comparten plenamente todas estas conclusiones; pero creo que el hecho de que muy pocos, entre los “laicos”, reconocen que este es el objetivo último y necesario de su perspectiva (o –como dice Alasdair MacIntyre– que entre Aristóteles y Nietzsche no hay nada intermedio), es una clara manifestación de la fragilidad de la cultura dominante a fines del segundo milenio. La presente reflexión en torno a la Encíclica Evangelium vitae apunta a la doctrina social en ella inscrita. En orden a simplificar este análisis, cabe concentrarse en la cuestión del aborto, asunto muy ilustrativo por cuanto él no es hoy día tanto un problema médico como ideológico y social. H 61 El Sentido Social en la encíclica Evangelium vitae Juan de Dios Vial Correa Juan de Dios Vial Correa es Presidente emérito de la Pontificia Academia para la Vida y ex rector de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Juan de Dios Vial Correa is President Emeritus of the Pro Vita Pontifical Academy and former Chancellor of the Pontifical Catholic University of Chile. La presente reflexión en torno a la encíclica Evangelium vitae se ocupa de la doctrina social inscrita en ella. En particular se concentra en la cuestión del aborto, punto especialmente ilustrativo al no representar hoy una discusión meramente médica, sino que un debate ideológico y social. La encíclica da testimonio de una doctrina que no se funda en el poder, el conflicto y la manipulación. La verdadera dinámica de la sociedad humana tal como es querida por Dios en vistas de la paz auténtica no se reduce a no matar o sólo a respetar, sino que puede expresarse en estas palabras: “El Dios de la Alianza ha confiado la vida de cada hombre a otro hombre hermano suyo, según la ley de la reciprocidad del dar y del recibir, del don de sí mismo y de la acogida a otro”. Don y acogida son más perfectos en su gratuidad y por tanto más próximos al desvalido, el nascituro, el recién nacido y el enfermo terminal. This commentary deals with the social doctrine contained in the encyclical Evangelium vitae. It concentrates in the issue of abortion, that has become an ideological and social debate, not just a medical discussion. The encyclical conveys a doctrine not based on power, conflict or manipulation. The true dynamics of human society as wished by God for an authentic peace is not reduced to thou shall not kill or merely respecting our neighbour, it can be stressed in these words: “The Lord of the Alliance has entrusted the life of each man to another man, his brother, according the law of reciprocity of giving and taking, of the gift of oneself and the embracing of the other”. Gift and acceptance are more perfect in its gratitude and for that matter more in tune with the destitute, the nascituro, the newborn and the terminally ill. La presente reflexión en torno a la encíclica Evangelium vitae apunta a la doctrina social en ella inscrita. En orden a simplificar este análisis, cabe concentrarse en la cuestión del aborto, asunto muy ilustrativo por cuanto él no es hoy día tanto un problema médico como ideológico y social. El juicio del pueblo cristiano sobre el aborto ha sido siempre negativo, pero por mucho que la frecuencia de su ocurrencia fuera alta, no se solía pensar que su práctica afectara a la estructura de la sociedad más que lo que la del hurto al derecho de propiedad. La significación social del aborto ha cambiado cualitativamente en estos años. Ese es un hecho fundamental y de extrema importancia del que la encíclica se hace cargo, y que en cierta forma constituye su razón de ser. Me parece que frente al aborto tal como era entendido hace cuarenta años, H 62 no se habría justificado un documento tan ex­tenso y enérgico dirigido a la Iglesia Universal y destinado a reiterar la condenación de hechos que la conciencia común de los cristianos reprobaba desde siempre enérgica y casi unánimemente. En diversos pasajes, Juan Pablo II esboza una nueva significación social de los delitos contra la vida. Podríamos ordenar una breve revisión de esos pasajes recordando sucesivamente la mención del cambio cultural, del rol de las ciencias biomédicas y las consecuencias sociales y políticas. En cuanto a lo primero –el cambio cultural–, la Evangelium vitae1 acen­túa lo novedoso de la situación: «...se va delineando y consolidando una nueva situación cultural que confiere a los atentados contra la vida un aspecto inédito, y, podría decirse aun más inicuo...» (n° 3). La novedad parece radicar en que «...opciones antes consideradas unánimemente como delictivas y rechazadas por el sentido común moral, llegan a ser poco a poco socialmente respetables...» (n° 3), de modo que «...tienden a perder en la conciencia colectiva el carácter de delito y a asumir paradójicamente el de derecho...» (n° 11), creándose en la opinión pública una cultura que presenta aquellas opciones como «...un signo de progreso y conquista de la libertad...» (n° 17), pidiendo en consecuencia para ellas que como expresiones legítimas de libertad individual, lleguen a «...reconocerse y ser protegidas como verdaderos y propios derechos...». (n° 18) En cuanto al rol de los adelantos biomédicos, él merece especial atención por cuanto su impacto social es un rasgo muy propio de este siglo. A ello alude la encíclica con fuerza y concisión: «...la misma medi­cina que por su vocación está ordenada a la defensa y cuidado de la vida humana, se presta cada vez más en algunos de sus sectores a realizar estos actos contra la persona, deformando así su rostro, contradiciéndose a sí misma y degradando la dignidad de quienes la ejercen...» (n° 3). Es sabido que este apoyo médico no se manifiesta solamente en el plano de la investigación científica o de la práctica médica, sino también por la implicación del personal sanitario (n° 17) y en la intervención gratuita de estos agentes Frente al aborto tal como era entendido hace cuarenta años, no se habría justificado un documento tan extenso y enérgico dirigido a la Iglesia Universal y destinado a reiterar la condenación de hechos que la conciencia común de los cristianos reprobaba desde siempre enérgica y casi unánimemente. 1 Encíclica Evangelium vitae. Las citas de la encíclica en el presente artículo van acompañadas por el número de su ubicación en el texto de la misma. H 63 La difusión del aborto en la última generación en el mundo occidental no está tan ligada a los estudios científicos o filosóficos sobre el embrión cuanto al florecimiento de ideologías sobre los llamados derechos reproductivos de la mujer. H 64 sanitarios amparados por el reconocimiento legal (n° 11). En lo que se refiere a los aspectos jurídicos, hay que anotar que los cam­bios en la conciencia colectiva junto al progreso científico-técnico inducen alteraciones importantes en las costumbres y legislaciones, las que son causa de que los males mencionados adquieran por así decirlo carta de ciudadanía, y vicien en su base la convivencia huma­na. Expresa así la encíclica Evangelium vitae que «... se ha difundido ampliamente la opinión de que el ordenamiento jurídico de una sociedad debería limitarse a percibir y asumir las convicciones de la mayoría...» (n° 69). Pero entonces podemos llegar y llegamos de hecho «...ante una trágica apariencia de legalidad, donde el ideal democrático que es verdaderamente tal cuando reconoce y tutela la dignidad de toda persona humana, es traicionado en sus mismas bases...» (n° 20). En consecuencia, «...la democracia, a pesar de sus reglas, va por un camino de totalitarismo fundamental...» (n° 20). Pero reivindicar atentados contra la vida en nombre de la libertad, significa atribuirle a ésta un significado perverso e inicuo, de poder absoluto sobre los demás, y eso «...es la muerte de la verdadera liber­tad…» (n° 20). La legitimación jurídica obliga finalmente a someterse (n° 69) a quienes no estén de acuerdo con mayorías arbitrarias. «Con esta concepción de la libertad, la convivencia social se deteriora profundamente, al mismo tiempo que el valor de la vida pueda sufrir hoy (n° 20) “una especie de eclipse...» (n° 11). La difusión del aborto en la última generación en el mundo occi­dental no está tan ligada a los estudios científicos o filosóficos sobre el embrión cuanto al florecimiento de ideologías sobre los llamados derechos reproductivos de la mujer. La facultad de abortar ha sido reclamada por muchos movimientos extremos como un derecho incuestionable. Se argumenta, así por ejemplo, que la penalización del aborto im­plica forzar a toda mujer llevar su embarazo a término, aun cuando ella no lo desee. Ahora bien, la naturaleza discriminatoria contra la mujer que tiene esta obligación se haría evidente desde el momento en que la mayor parte de las legislaciones conceden que hay ciertas condiciones bajo las cuales el aborto es admisible. En otras palabras el derecho a la vida del nascituro (unborn life) no es ningún absoluto; y las limitaciones que se le imponen estarían revelando el sustrato ideológico de la legislación que las sustenta. En un estudio de Siegel2 se presenta un análisis de la legislación en el estado de Utah que es ilustrativo sobre este punto de vista. La mencionada legislación establece excepciones «cuando el aborto es necesario para salvar la vida de la mujer embarazada»; en casos en que la «preñez sea el resultado de la violación», o «resultado del incesto» y también «para impedir el nacimiento de una criatura que sería portadora de graves defectos». El Estado, comenta Siegel, no actúa entonces en forma consistente para proteger la vida del nas­cituro, desde el momento en que se halla de acuerdo en subordinar el bienestar del fruto de la concepción al bienestar de la mujer, pero sólo en aquellos casos en los que ésta sufrirá grave daño físico por el embarazo. De esta manera, el estado de Utah limitaría su interés en la libertad de la mujer al interés en su mera supervivencia física, como si las mujeres carecieran de identidad social, intelectual o emocional que trascendiera su capacidad fisiológica de portar criaturas en su seno. Análoga crítica le merecen a Siegel las disposiciones que permiten el aborto luego de violación o de incesto. Si se admite entonces que existan algunas condiciones bajo las cuales el aborto sería aceptable, parecería inevitable la conclusión de que cualquier conjunto de reglas de admisibilidad reflejaría un juicio sobre la importancia relativa de las actividades de la mujer, y una restricción de sus derechos, la que no es aplicable al varón, y expresaría por lo tanto una dis­criminación ilegítima. Así, refiriéndose con el mismo criterio a otro caso legal práctico, Siegel hace ver que no sería constitucionalmente lícito impedir a las mujeres en edad fértil el trabajo en condiciones en que arriesgan la salud del feto por emanaciones de plomo, ya que la interesada debería tener siempre abierto el recurso al aborto. De hecho, lo que la legislación Estas cuestiones nos ponen cerca de la verdadera dimensión social del problema, la que ha sido caracterizada por Kristin Luker diciendo: “el debate sobre el aborto es tan apasionado y duro porque él es un referendum sobre el sitio y significado de la maternidad” 2 Reva Siegel. Reasoning from the Body: A Historical Perspective on Abortion Regulation and Questions of Equal Protection, Stanford Law Review vol. 44, pp. 261-381, 1992. H 65 La gran interpretación filosófica de esta condición humana había sido adelantada en la dialéctica del amo y el esclavo de Hegel. En el fondo de ella late la separación de lo humano en dos categorías, por medio del dominio y la sujeción. 3 Siegel, loc.cit. 4 Siegel, loc.cit. H 66 hace al recurrir a esta prohibición aparen­temente benévola es preferir la condición «natural» de la maternidad a la libertad de trabajo y de aprovechamiento de oportunidades de progreso individual de la mujer. Estas cuestiones nos ponen cerca de la verdadera dimensión social del problema, la que ha sido caracterizada por Kristin Luker diciendo: «(...) el debate sobre el aborto es tan apasionado y duro porque él es un referéndum sobre el sitio y significado de la maternidad (...)»3. Nótese que no habla de un referéndum sobre la condición o «status» del embrión o feto, sino sobre las condiciones o estado de la mujer. Esta perspectiva ha sido históricamente determinante. En ella apare­ce como secundario el que la vida que se está destruyendo pudiera pertenecer a un ser humano. Lo esencial es que al «forzar a la mujer a tener su hijo», se la está obligando a estrechar el horizonte de sus posibles decisiones de vida, y por lo mismo, se le está reconociendo un estado de inferioridad frente al varón: se le está imponiendo «la biología como destino». Aquí se percibe la dimensión social del conflicto, la cual no radica en la determinación biológica o filosófica del status del embrión o feto, sino en el derecho de la mujer a no verse privada por el hecho de ser tal, de ninguna de las presuntas ventajas del otro sexo. Eso es a mi entender lo que quiere decir Kristin Luker, y ello coloca a la polémica sobre el aborto dentro del grupo de los grandes conflictos sociales. Vale la pena preguntarse de dónde saca su fuerza esta postura. Yo respondería que al menos una parte de ella proviene de que ella se coloca en la línea de una interpretación de la sociedad que hace radicar la estructura básica de la historia y su dinámica de progreso en el conflicto. Siegel4, comentando el libro de Kristin Luker Abortion and the Politics of Motherhood, dice que ella «demuestra que los conflictos sobre el aborto reflejan puntos de vista divergentes sobre el verdadero rol de la sexualidad, el trabajo y los compromisos familiares (...)» y que en ellos se oponen «(...) aquellos que ven a la maternidad como el rol más importante y más satisfactorio que se le abre a la mujer, y aquellos para quienes la maternidad es uno de los roles posibles, pero que es una carga cuando es definido como el único». Se cree reconocer aquí el eco de las palabras de León Trotzky cuando habla del «antiguo hogar familiar, institución arcaica en la que la mujer del pueblo languidecía condenada a trabajos forzados de la infancia a perpetuidad (...)», a lo cual agregaba, «...es justamente por eso que el poder revolucionario ha conferido a la mujer el derecho al aborto, como uno de sus derechos (...) esenciales»5. En lo cual no hacía sino aplicar las palabras tan cono­cidas de Engels: «...el primer antagonismo de clases que apareció en la historia coincide con la aparición del antagonismo entre el hombre y la mujer en la monogamia; y la primera opresión de clases, con la del sexo femenino por el masculino (...)”6. La gran interpretación filosófica de esta condición humana había sido adelantada en la dialéctica del amo y el esclavo de Hegel7. En el fondo de ella late la separación de lo humano en dos categorías, por medio del dominio y la sujeción. Así se sugiere que la pista para encontrar los orígenes de la menta­lidad que defiende y propaga el aborto, pasa por esta interpretación de las relaciones sociales «en clave de conflicto». Ella nace junto a la conciencia que ha crecido a lo largo de la Edad Moderna, del rol del conflicto en la generación de una dinámica de progreso histórico y en la determinación de identidades nacionales y religiosas. Aun ayer, después de la Segunda Guerra Mundial, el largo y amenazante enfrentamiento de la Guerra Fría delineaba un mundo con identidades definidas desde la perspectiva de un conflicto bipolar. Esta visión se hallaba de tal modo internalizada, que los años posteriores a la caída del Muro de Berlín están como marcados por una especie de vacío: ninguna colectividad encuentra un enemigo natural que la ayude a establecer su propia identidad. En la versión que ahora nos ocupa, el conflicto se halla radicado entre los esposos y entre éstos y los hijos. Desde allí infiltra por completo a la sociedad, provocando una prueba El conflicto se halla radicado entre los esposos y entre estos y los hijos. Desde allí infiltra por completo a la sociedad, provocando una prueba de fuerzas dentro de la propia familia, la que llega a ser tan dura que exige la legitimación del sacrificio de algunos de sus miembros. Tal vez el aborto tenga en nuestras sociedades el significado del sacrificio humano en algunos conflictos primitivos. 5 León Trotzky, La Revolución Traicionada, Editorial Yunque, Buenos Aires. 6 Federico Engels, El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado, Premia Editora, Ciudad de México, 1989. 7 G.H.F. Hegel, Phänomenologie des Geistes, Ullstein, 1972. H 67 Podría ser que el embrión fuera una persona y podría ser que al mismo tiempo esta condición no fuera evidente. ¿Cuál sería entonces la conducta a seguir? Si en una situación de incertidumbre, yo me comporto activamente como si el embrión no tuviera carácter personal y apruebo su manipulación o destrucción, entonces estoy diciendo que la persona humana en general --no sólo la de mi víctima-- tiene poco valor para mí. (…) 8 Friedrich Nietzsche, Wille zur Macht n. 208. Las referencias a la obra de Nietzsche usan la edición de Alfred Kröner, Stuttgart 1930: Friedrich Nietzsche, Werke in zwei Bänden. H 68 de fuerzas dentro de la pro­pia familia, la que llega a ser tan dura que exige la legitimación del sacrificio de algunos de sus miembros. Tal vez el aborto tenga en nuestras sociedades el significado del sacrificio humano en algunos conflictos primitivos. Esta exaltación del conflicto, que ha marcado a nuestra época, se relaciona sin duda con el cuestionamiento de todo sentido para la acción humana, tal como fue planteado hace ya un siglo. «El mundo (...) no tiene un sentido tras de sí, sino incontables sentidos. Perspecti­vismo. Son nuestras necesidades las que explican (auslegen) el mundo; nuestras propensiones (impulsos ...Triebe) y sus pros y sus contras. Cada impulso es una búsqueda de dominio, cada cual tiene una perspectiva que quisiera imponer como norma de todos los demás».8 Como explicaba el mismo Nietzsche, en un mundo falto de sentido, el hombre puede vivir en la medida en que su voluntad le permita organizar un pedazo de él. De este modo la voluntad de poder llega a ser el sustrato de la realidad. Para la encíclica, ésta es una raíz importante del fenómeno social que la ocupa. «(...) Cada vez que la libertad queriendo emanciparse de cualquier tradición y autoridad, se cierra a las evidencias primarias de una verdad objetiva y común, fundamento de la vida personal y social, la persona acaba por asumir como única e indiscutible refe­rencia para sus propias decisiones, no ya la verdad sobre el bien y el mal, sino sólo su opinión subjetiva y mudable o, incluso, su interés egoísta y su capricho (...)» (n° 19). Hay entonces una actitud muy difundida para la cual la determi­nación de la voluntad carece de referencia a la verdad, simplemente porque ésta no existe sino en la medida en que es establecida por la propia autoafirmación del hombre. La última consecuencia ha de verse en esas formas del consenso social en las que la afirmación de la propia libertad no admite otro límite que el de la autoafirmación de los otros individuos, igualmente arbitraria que la mía, pero por lo mismo dotada de fuerzas similares. Hay muchas formas de consenso que parecen simplemente un conflicto entre rivales cansados. Pero en la forma de expandirse los consensos, se advierte sin dificultad el rol que les corresponde a las «grandes muchedumbres»9 para empujar a los individuos a que lleguen a atreverse; y en ese sentido, si alguien hubiera de merecer el calificativo nietzscheano de superhombre en este tiempo, habrían de ser precisamente esas fuerzas de opinión que mueven a las multitudes a fabricar los valores por los cuales habrán de vivir las generaciones futuras10. El juicio social sobre la legitimidad del aborto tiene entonces un carácter algo paradójico. Son numerosos los pronunciamientos éticos que le dan su aprobación, pero ellos aparecen inevitablemente como juicios «a posteriori» emitidos sobre un asunto que en el sentir de grandes grupos humanos estaba ya juzgado. La praxis se adelantó a la teoría. A pesar de esto, vale la pena detenerse sobre la lucha de ideas apor­tadas en torno a la legitimación del aborto, porque en ella se reflejan las incertidumbres que afligen a la sociedad de los consensos y del relativismo moral: «...es precisamente la problemática del respeto a la vida la que muestra los equívocos y contradicciones, con sus terribles resultados prácticos, que se encubren en esta postura...» ( n° 70 ). Desde luego, el modo de valoración fundado en la voluntad de poder, se enfrenta a otro, marcado por el humanismo de la ilustración, y para el cual la persona del hombre no puede ser considerada como un medio para nada, sino como un fin en sí misma11. La persona, aun en el simple sentido del Otro12, de uno que desarrolla su propio ciclo de vida humana sin que yo lo haya inventado, y que no debe su existencia a ninguna forma de proyección de la mía propia ni de elaboración de mi inteligencia o postulado de mi voluntad, opone por su sola presencia un límite a mi voluntad de afirmación. En esta perspectiva, cuestiones como la del aborto o la de la experimenta­ción embrionaria, tienen la virtud de que obligan a definir en forma práctica la actitud ante la persona humana, y no sólo la concepción que se tenga del feto o del embrión. Porque habida cuenta de lo que es la persona, mi comportamiento ante el feto o (…) En caso contrario –si respeto su vida– estoy, o bien afirmando su condición de persona, o al menos, suspendiendo el juicio y dándole el beneficio de la duda en atención precisamente al valor inconmensurable de lo que puede estar en juego. 9 Nietzsche, Wille Zur Macht n 326. 10Nietzsche, Wille Zur Macht n 460. 11Emmanuel Kant, Kritik der Praktischen Vernunf, herausgegeben von Joachim Kopper, Philip Reclam jun., Stuttgart 1978. Es interesante consultar: Gabriel Chalmeta, Il Principio Personalista, Acta Philosophica, Fascicolo I, vol. 3, 1994. 12Emmanuel Levinas, Totalité et infini. Kluwer Academic Publishers, 1988. H 69 “Algunos intentan justificar el aborto sosteniendo que el fruto de la concepción, al menos hasta un cierto número de días, no puede ser todavía considerado una vida humana personal (...) está en juego algo tan importante que, desde el punto de vista de la obligación moral, bastaría la sola probabilidad de encontrarse ante una persona para justificar la más rotunda prohibición de cualquier intervención destinada a eliminar un embrión humano (...)” (n° 60). H 70 el embrión, aun en situación de incerteza, es una evidencia clara de la forma en la que yo la valoro. En otras palabras, podría ser que el embrión fuera una persona y podría ser que al mismo tiempo esta condición no fuera evidente. ¿Cuál sería entonces la conducta a seguir? Si en una situación de incertidumbre, yo me comporto activamente como si el embrión no tuviera carácter personal y apruebo su manipulación o destrucción, entonces estoy diciendo que la persona humana en general –no sólo la de mi víctima– tiene poco valor para mí. En caso contrario –si respeto su vida– estoy, o bien afirmando su condición de persona, o al menos, suspendiendo el juicio y dándole el beneficio de la duda en atención precisamente al valor inconmensurable de lo que puede estar en juego. Si afirmo valorar altamente la persona, no parece consecuente decir al mismo tiempo que apruebo la manipulación y destrucción de embriones, que podrían tener calidad de tal. Frente a una cuestión difícil de zanjar, es importante mirar cuál es la actitud que se observa ante la incerteza. La encíclica Evangelium vitae es clara y simple: «Algunos intentan justificar el aborto sosteniendo que el fruto de la concepción, al menos hasta un cierto número de días, no puede ser todavía considerado una vida humana personal (...) está en juego algo tan importante que, desde el punto de vista de la obligación moral, bastaría la sola probabilidad de encontrarse ante una persona para justificar la más rotunda prohibición de cualquier intervención destinada a eliminar un embrión humano (...)” (n° 60). Ya estas consideraciones sugieren que el aborto y la experimentación embrionaria no reflejan tanto una convicción de que el embrión no tiene la condición de persona, cuanto una franca indiferencia a la posibilidad de que la tenga, y por ende una claudicación en la valo­ración que se le otorga. Particularmente instructivo es el hecho de la experimentación em­brionaria. Su sola práctica significa que se ha formulado un juicio sobre la naturaleza del objeto utilizado y se lo ha asimilado en lo principal a todos los objetos con que tratan la ciencia y la tecnología. La tecnociencia tiende a ver en cada parte de la realidad un elemento disponible para la experimentación, la transformación y la sustitución y se siente incómoda frente a todo tipo de realidad que trascienda la mera realidad empírica como podría serlo una persona dotada de dignidad. El ejercicio de un poder discrecional sobre el nascituro califica a éste de hecho como material que es utilizable también con discrecionalidad. Pero –y esto es muy instructivo– frente a esta decisión tomada contra el nascituro, la conciencia moral queda irremediablemente inquieta. Hay muchas indicaciones de este carácter de «espada que divide» que tiene la cuestión del aborto puesta frente a los fundamentos de la vida social. La opción voluntarista enfrenta a una reacción afecti­va humanitaria, que no por ser débil deja de ser significativa como testimonio moral. Un ejemplo de ello lo dan las prolijas normas éticas desarrolladas para el empleo de células fetales en el tratamiento de la enfermedad de Parkinson. Para esto, se emplean células provenientes de un número de fetos que ha variado en las diversas técnicas publicadas, entre uno y cuatro. NECTAR, la Red Europea para el Trasplante y Restauración del Sistema Nervioso Central, ha fijado pautas éticas a las que deberían ajustarse los procedimientos. Ellas han sido comen­tadas en 1994 por G. J. Boer a quien cito: «A causa de consideraciones éticas básicas de respeto hacia el ser humano, el uso de embriones o fetos vivos, aunque no sean viables, no es aceptable en general» (...) «Por causa del respeto hacia la vida humana, el embrión o el feto ex útero hacia la vida humana, el embrión o el feto no viables deben ser mirados como un bebé nacido prematuramente, y tratados como tal. Esto no significa que no se puede hacer investigación en los embriones o fetos no viables, sino que en tales casos se han de seguir las reglas éticas para experimentos humanos...»13. Es indudable que se está llamando a alguna forma de «respeto» hacia el nascituro, y eso significa que se le reconoce alguna dignidad. Son dos cosas notoriamente distintas el respeto que se le debe a un cuerpo humano como un todo y el que se da Ya estas consideraciones sugieren que el aborto y la experimentación embrionaria no reflejan tanto una convicción de que el embrión no tiene la condición de persona, cuanto una franca indiferencia a la posibilidad de que la tenga, y por ende una claudicación en la valoración que se le otorga. 13J.G. Boer, Ethical guidelines for the use of human embryonic or fetal tissue for experimental and clinical neurotransplantation and research. J. Neurol. (1994) 242: 1-13. H 71 La tecnociencia tiende a ver en cada parte de la realidad un elemento disponible para la experimentación, la transformación y la sustitución y se siente incómoda frente a todo tipo de realidad que trascienda la mera realidad empírica como podría serlo una persona dotada de dignidad. El ejercicio de un poder discrecional sobre el nascituro, califica a éste de hecho, como material que es utilizable también con discrecionalidad. 14J.G. Boer, Ethical guidelines for the use of human embryonic or fetal tissue for experimental and clinical neurotransplantation and research. J. Neurol. (1994) 242: 1-13. 15G.J. Boer loc.cit. H 72 a los tejidos separados de él, y no es razonable equiparar el respeto a un feto muerto con el que es debido al cadáver de un adulto, a no ser que se concediera que el feto fue también una persona y que se aceptara entonces que fue muerto por el equipo sanitario. «Respeto» significa que se le reconoce alguna «dignidad», y que se siente que es profundamente anómalo usarlo como medio para algo y negarle la posibilidad de mantenerse como un fin en sí mismo, y parece al mismo tiempo que el mínimo de respeto por alguien o por algo exige no privarlo de la existencia. Es importante recordar este «respeto instintivo» que merece el nascituro, porque, a pesar de expresarse de modo inconsecuente, él mantiene una luz de esperanza. Hay en el alma humana una inclinación ha­cia el bien, y resulta alentador que esta no sea siempre sofocada por criterios como los sostenidos por Warren14 de que el feto no tiene de­recho a protección alguna mientras no sea viable. Al mismo tiempo, y para no engañarse sobre el alcance de esta forma de respeto, hay que consignar que se lo suele pedir para no ofender el «sentimiento humano»15, o sea, para evitar reacciones afectivas que provoquen grietas en el consenso social. Para la encíclica, es otro el criterio que debe prevalecer: « (...) al fruto de la generación humana desde el primer instante de su existencia se ha de garantizar el respeto incondicional que moralmente se le debe al ser humano en su totalidad y unidad corporal y espiritual (...)» (n° 60). Frente al «respeto fuerte» que plantea Juan Pablo II en este y en otros pasajes, hay entonces un sector importante de la Medicina moderna que plantea la idea de un respeto «débil». Las razones expuestas me mueven a pensar que ella responde a una valoración «débil» de la dignidad humana en general. La voluntad de poder, el materialismo, el humanismo, el humanitarismo, son fuerzas que juegan su rol im­portante en este asunto. Pero no debe desconocerse la importancia de un cierto pragmatismo que es muy fuerte en los medios científicos y médicos, y que por extensión se ha propagado al público en general. Para la mentalidad pragmática lo úni- co claro, y ciertamente lo más expedito, es reconocer como titular de derechos sólo « (...) a quien se presenta con plena o al menos incipiente autonomía (...)» (n° 19), lo cual significa algún grado de desarrollo de la vida de relación. Pero ni el más convencido empirismo podría evadir la cuestión acerca del momento en el que las etapas de desarrollo que son previas al establecimiento del proceso de comunicación forman ya un solo todo con él. Por mucho que la comunicación sea la manifestación por excelencia de la persona, ella se encuentra implantada en un sustrato biológico que tiene sus raíces en funciones orgánicas y que se desarrolla en el tiempo. Aunque la visión pragmática aludida, expresada en su forma más extrema, se encuentre presente en muchos de los pronunciamientos éticos y jurídicos sobre el aborto, ella es demasiado simple para ser convincente. Si se quiere ir más allá de los rasgos obvios de la persona, y buscar la aparición de ésta en algún punto temporal anterior a su plena manifestación, no queda otro recurso que estudiar las evidencias biológicas. Como la noción misma de persona es ajena a las cien­cias experimentales, los autores se limitan en general a explorar la aparición de las características «individuales» del embrión16. Se parte de la base de que si bien la existencia individual no se acompañaría necesariamente de carácter personal, este último es impensable sin aquélla. Personalmente creo que los esfuerzos de los últimos treinta años para definir el comienzo de un «individuo biológico perteneciente a la especie humana» en algún momento distinto del de la fecundación, han sido notablemente poco exito­sos. En realidad el único instante en que sería imaginable hablar de un «individuo humano en potencia» es en la situación previa a la fertilización cuando hay un óvulo rodeado de espermios, de tal modo que de la interacción con alguno de ellos se habrá de originar algún individuo que no está determinado todavía. Después de la fecundación, ya no se puede hablar de desarrollo hacia un individuo dado, sino de desarrollo de un individuo bien determinado. Esta es la interpretación más simple de los experimentos de gemina- Frente al “respeto fuerte” que plantea Juan Pablo II en este y en otros pasajes, hay entonces un sector importante de la Medicina moderna que plantea la idea de un respeto “débil”. Las razones expuestas me mueven a pensar que ella responde a una valoración “débil” de la dignidad humana en general. 16Clifford Grobstein, Biological characteristics of the preembryo. Ann. N.Y. Acad. Sci. (1998) 541: 679-682. Norman Ford, When did I Begin? Cambridge University Press, 1988. H 73 Se ha registrado en el tiempo un cambio progresivo de la relación entre la inteligencia que conoce y el objeto de su conocimiento. En la misma medida en que se iba produciendo el “destierro” de Dios, desaparecieron para la inteligencia la garantía de la verdad y la justificación de la veracidad (…) 17Norman Ford, loc.cit. 18August Weissmann, The Germ Plasm, p. 40 London, 1893. H 74 ción o de clonación que han sido hechos en blastómeros de animales de laboratorio o en ganado. El blastómero inicial es simplemente una etapa precoz del desarrollo final del individuo, y no una situación potencial del mismo: si dos individuos son gemelos univitelinos cuando adultos, es que lo eran desde el inicio de su desarrollo. El hecho de que el cigoto pueda dar origen a gemelos no es argumento contra su condición de individuo, del mismo modo que una célula no deja de ser individuo porque sea capaz de reproducirse. El argumento de Ford17 de que « (...) una célula pierde su individualidad ontológica y deja de existir cuando resultan dos células hijas (...) el individuo originario deja de hecho de existir cuando empiezan a existir los dos nuevos...», suena extraño en biología. Hace ya más de un siglo que August Weissmann18 introdujo como una de las características de la materia viviente, la «multiplica­ción por fisión», y así como a un biólogo le resultaría extraño aceptar que la célula que estudia no es un individuo, más extraño aun le resultaría escuchar que ella se aniquila en su división. Finalmente el hecho experimental de las quimeras es de compleja interpretación: se sabe bien que se pueden obtener mosaicos genéticos no sólo por fusión de blastómeros, sino también por incorporación al embrión de células provenientes de carcinoma embrionario. No creo que esto último afecte la individualidad del cigoto, ni menos que haga que éste participe de la del animal adulto que fue dador de la célula cancerosa. Cuando no estaba aun en el tapete la cuestión del embrión humano, estas quimeras eran interpretadas como análogas de injertos hechos en edades tempranas de la vida. Habría que decir entonces que los intentos especulativos para situar el comienzo de la vida individual en algún punto más o menos alejado del comienzo del desarrollo embrionario no son convincentes y, en todo caso, van claramente a la zaga de la aceptación social del aborto. Precisamente, dada la presión social favorable a éste, el peso de la prueba debería recaer sobre quienes quisieran negarle al embrión su condición humana, ya que, de estar equivocados, estarían justi­ficando la destrucción de innumerables vidas humanas. Esta falta de correlación entre la gravedad moral de una decisión y el peso de los argumentos que se puedan usar para defenderla, es típica de las opciones colectivas apoyadas en las grandes mayorías. Es lo que expresaba Nietzsche cuando decía: «Afirmación fundamental: las multitudes fueron inventadas para hacer aquellas cosas para las que el individuo carece de valor. Justamente por eso es que las colectividades, las sociedades son cien veces más francas y más ricas en enseñanzas sobre el ser del hombre que lo que lo es el individuo, que es demasiado débil para tener el coraje de sus deseos...»19. Hay que hacer notar que en su conjunto, las ideologías a las que me he referido, están reforzadas por una especial visión de la realidad que se impone hoy en muchos ambientes, y que es la que se expresa aquí en una concepción «débil» de la persona. En efecto, se ha registrado en el tiempo un cambio progresivo de la relación entre la inteligencia que conoce y el objeto de su conocimien­to. En la misma medida en que se iba produciendo el «destierro» de Dios, desaparecieron para la inteligencia la garantía de la verdad y la justificación de la veracidad, y progresivamente fue introducido como único criterio de verdad el de la capacidad de predecir el com­ portamiento de las cosas y por lo tanto el de ser capaz de moldearlas a la medida de la voluntad. La realidad conocible pasó a ser material apto para la elaboración, según una acepción interesante de la pa­labra materialismo. La nítida separación entre el objeto conocido y el cognoscente que se hallaba en el trasfondo de esta actitud, sufrió un duro golpe al comienzo de este siglo con los enunciados de la física cuántica. Pero es mi impresión que ella persistió largo tiempo en otras ciencias, singularmente en la Biología. Aquí, sin embargo, no podía evitarse que llegara a hacerse tema del estudio científico al más interesante de todos los objetos, que es el propio «yo». La psico­logía de profundidad en su versión freudiana representó un primer intento de grandes proyecciones de explorar al «yo» como si fuera asiento de La voluntad de poder junto con una especial dirección de desarrollo de la visión tecnocientífica del mundo han conducido a una devaluación práctica de la persona, y que es esa devaluación, por más que ella carezca de una verdadera justificación teórica, la que permite el clima social dentro del cual se establece y se propaga la justificación del aborto. 19Nietzsche, Wille Zur Macht, n 326. H 75 La postura nihilista, hoy tan difundida, arranca de la idea de la muerte de Dios. La construcción de un mundo en el que se prescinda de Dios ha tenido como costo el que ese mundo no sea vivible para el hombre, quien no encuentra sin embargo modo de abandonarlo. 20Keiji Nishitani, Religion and Nothingness. Univ.of California Press, 198. H 76 mecanismos que explicaban su funcionamiento al margen de la propia conciencia. Los clásicos estudios etológicos de Lorenz y de Timbergen abrieron los ojos sobre los factores genéticamente determinados que condicionan el modo de «conocer» y de actuar de los animales, y verosímilmente los del hombre. En su conjunto, estos estudios mostraron lo fructífero que resulta analizar el «yo» como un objeto científico cualquiera, lo que significa prescindir de su singula­ridad para subsumirlo en el dinamismo del sistema de relaciones que describen las leyes de la naturaleza. En esa orientación se ordena el vigoroso desarrollo de la neurofisiología del sistema nervioso central y singularmente de las llamadas «ciencias cognitivas». La ciencia, pues, que parecía suponer un «yo fuerte» enfrentado al objeto de su conocimiento, desarrolla y justifica una noción de «yo débil» que está codeterminado con las cosas. Es claro que una evolución semejante guarda un estrecho paralelo con la «devaluación ontológica» del yo en la filosofía contemporánea. No quisiera profundizar en este aspecto, pero lo menciono para hacer ver que la recepción social que se ha hecho en Occidente de la filo­sofía contemporánea se parece mucho a la aceptación de la persona como una pura libertad sin condicionantes objetivos. Esta noción es estrictamente correlativa de la otra según la cual el modo propio de conocer la naturaleza es expresar sus leyes en la tecnología. La mecanización de la vida humana y la transformación del hombre en un sujeto que sigue sus deseos son dos aspectos íntimamente ligados entre sí y conectados a la visión nihilista de la existencia20. Me atrevería a sugerir que la voluntad de poder junto con una especial dirección de desarrollo de la visión tecnocientífica del mundo han conducido a una devaluación práctica de la persona, y que es esa devaluación, por más que ella carezca de una verdadera justificación teórica, la que permite el clima social dentro del cual se establece y se propaga la justificación del aborto. Así puede decirse que «(...) el hombre no puede ya entenderse como misteriosamente otro respecto a las demás criaturas terrenas; se considera como uno de tantos seres vivientes (...)”(n° 19) y, paralelamente, que «(...) la libertad reniega de sí misma, se autodestruye y se dispone a la eliminación del otro cuando no reconoce ni respeta su vínculo constitutivo con la verdad...» (n° 22). Así no es que se aborte porque se esté convencido de que el embrión no es persona, sino porque el hecho de que pueda serlo tendría una importancia bastante marginal. La postura nihilista, hoy tan difundida, arranca de la idea de la muerte de Dios. La construcción de un mundo en el que se prescinda de Dios ha tenido como costo el que ese mundo no sea vivible para el hombre, quien no encuentra sin embargo modo de abandonarlo. Como lo ha dicho Keiji Nishitani del mundo científico tecnológico indiferente al hecho del hombre: «Por más que sea el mundo en el que vivimos, y que está ligado a nuestra existencia de modo indisoluble, es un mundo en el cual nos encontramos incapaces de vivir humanamente, en el cual nuestro modo humano de vivir es empujado fuera o aun obliterado»21. Esta relación con la «muerte de Dios» hace que merezca particular atención la categórica afirmación de la encíclica: «La criatura sin el Creador desaparece» (n° 22). Porque hoy día enfrentamos también al ateísmo como un problema social. Se enfrenta la realidad terriblemente nueva de una sociedad atea. En ella desaparece la coerción moral que una sociedad creyente puede imponerle al ateo individual, y que puede incluso conducir a que éste adopte con especial énfasis los principios morales que guían a la colectividad. Una sociedad atea, por el contrario, engreída en un poder sin cortapisas, tiende a modelar la existencia humana como una consecuencia lógica de su decisión de ateísmo, y termina entendiendo su propia vida como una imposición de la fuerza contra los marginados y los débiles: «La creatura sin el Creador desaparece» (n° 22). La encíclica Evangelium vitae dedica su primer capítulo a la contem­plación del pecado de Caín. Pecado social por excelencia, su marca se extiende por toda una descendencia, y cuatro generaciones más tarde lo encontramos en Lamec22. Pero allí donde Caín había tratado de disimular un solo cri- Se enfrenta la realidad terriblemente nueva de una sociedad atea. En ella desaparece la coerción moral que una sociedad creyente puede imponerle al ateo individual, y que puede incluso conducir a que este adopte con especial énfasis los principios morales que guían a la colectividad. (…) 21Keiji Nishitani, loc.cit. 22Gén.4, 17-24 2. H 77 (…) Una sociedad atea por el contrario, engreída en un poder sin cortapisas, tiende a modelar la existencia humana como una consecuencia lógica de su decisión de ateísmo, y termina entendiendo su propia vida como una imposición de la fuerza contra los marginados y los débiles. H 78 men, Lamec se jacta de dos; y allí donde Caín pide a Yahvé que lo proteja, Lamec se fía en la protección y la venganza de los hombres: si la cólera de Dios había de herir a siete por Caín, la cólera propia herirá a setenta veces siete por Lamec. Es como si el autor sagrado hubiera querido decir que la tentación del homicidio tiene una fuerza expansiva, al multiplicar con cada nuevo pecado la fuerza de la autoafirmación y el desdén por el otro. La historia bíblica de Caín hasta Lamec nos deja material para pensar sobre la historia social del aborto en nuestro siglo. La comentada encíclica de Juan Pablo II tiene una enseñanza profun­damente evangélica y como tal consoladora. Ella se expresa al recordar que « (...) ante todo se trata de anunciar el núcleo de este Evangelio. Es anuncio de un Dios vivo y cercano (...) es afirmación del vínculo indivisible que hay entre la persona, su vida y su corporeidad (...)», y «(...) la vida humana, don precioso de Dios, es sagrada e inviolable (...) no sólo no debe ser suprimida, sino que debe ser protegida con todo cuidado amoroso (...)» (n° 81). El anuncio del Evangelio tiene el poder de cambiar las vidas de los hombres. Y la Evangelium vitae recoge los innumerables testimonios de actividades sociales, de acogida, defensa y promoción de la vida, de aceptación amorosa del otro, de su enfermedad, de su debilidad, de su minusvalidez. La enumeración de las obras de caridad hechas en condiciones muy difíciles es hondamente alentadora. Las palabras y las obras son los testigos esperanzadores de que el Espíritu sigue obrando, y tenemos que decir que por débiles y aisladas que parezcan a ratos esas voces, ellas se extienden a la distancia y son como un llamado hecho al despertar de la conciencia humana. Todo ese conjunto da testimonio de una doctrina que es distinta de la que se funda en el poder, el conflicto y el manejo. No se trata sólo de no matar, ni siquiera sólo de respetar. La verdadera dinámica de la sociedad humana, tal como ella es querida por Dios y como puede conducir a una auténtica paz social, se halla expresada en estas pala­b ras: « (...) El Dios de la Alianza ha confiado la vida de cada hombre a otro hombre hermano suyo, según la ley de la reciprocidad del dar y del recibir, del don de sí mismo y de la acogida a otro...» (n° 76). Don y acogida que son más perfectos cuanto más gratuitos, y por lo tanto cuanto más próximos se hallen del desvalido: del nascituro, del recién nacido, del enfermo terminal. Todo ese conjunto da testimonio de una doctrina que es distinta de la que se funda en el poder, el conflicto y el manejo. No se trata sólo de no matar, ni siquiera solo de respetar. La verdadera dinámica de la sociedad humana, tal como ella es querida por Dios y como puede conducir a una auténtica paz social, se halla expresada en estas palabras: “ (...) El Dios de la Alianza ha confiado la vida de cada hombre a otro hombre hermano suyo, según la ley de la reciprocidad del dar y del recibir, del don de sí mismo y de la acogida a otro...” (n°76). H 79 La Familia en el Tercer Milenio Angelo Serra, S.J. Salvar a la familia es la operación estratégica fundamental para librar a la sociedad de la grave descomposición a la que se encamina. Es preciso recuperar, junto a ella, el valor del hombre y la presencia de Dios. La familia hoy es víctima de la “nueva cultura” en la cual existe un predominio absoluto de la tecnología y cuyas características son: el rechazo a la búsqueda de la verdad en favor de la novedad; la creación en vez de la creatividad, la síntesis de la experiencia más que la racionalidad. ¡«Familia»! La palabra sagrada durante siglos, rica de un significa­ do misterioso pero cautivador, expresión de un profundo y estrecho vínculo de amor capaz de manifestarse en el don de la vida y en la edu­cación auténticamente humana de los hijos, parece perder, hoy, su gran­deza, al verse desvalorizada. H 80 Saving the family is a fundamental deed in order to save society from the grievous decomposition to which it goes. It is necessary to recuperate, with it, the value of man and the presence of God. Today the family is the victim of the “new culture” in which there is an absolute preponderance of technology and whose characteristics are: rejection of the search for truth in favour of novelty; creation instead of creativity, synthesis of experience rather than rationality. ¡«Familia»! La palabra sagrada durante siglos, rica de un significado misterioso pero cautivador, expresión de un profundo y estrecho vínculo de amor capaz de manifestarse en el don de la vida y en la educación auténticamente humana de los hijos, parece perder, hoy, su grandeza, al verse desvalorizada. Lo subrayaba con angustia el Papa Juan Pablo II el 27 de agosto de 1999 a los participantes en la Semana Internacional de Estudio promovida por el Pontificio Instituto para Estudios sobre el Matrimonio y la Familia: «con respecto a hace dieciocho años, cuando comenzó nuestro camino académico, el desafío planteado por la mentalidad secularista a la verdad sobre la persona, el matrimonio y la familia se ha vuelto, en cierto sentido, aún más radical. Ya no se trata solamente de una puesta en tela de juicio de algunas normas morales de ética sexual y familiar. A la imagen de hombre y mujer, propia de la razón natural, y particularmente del cristianismo, se opone una antropología alternativa que rechaza el dato, inscrito en la corporeidad, según el cual la diferencia sexual posee un carácter identificante para la persona. Como resultado de ello, entra en crisis el concepto de familia fundada en el matrimonio indisoluble entre un hombre y una mujer, como célula natural y fundamental de la sociedad. La paternidad y la maternidad son concebidas sólo como un proyecto privado, realizable incluso mediante la aplicación de técnicas biomédicas que pueden prescindir del ejercicio de la sexualidad conyugal. De ese modo, se postula una inaceptable «división entre libertad y naturaleza», que, por el contrario, «están armónicamente relacionadas entre sí e íntima y mutuamente aliadas» (Veritatis splendor, 50)».1 La «tercera cultura» Era de esperarse la pérdida de este inmenso valor, en una sociedad deslumbrada por las conquistas científicas y tecnológicas que han ido aumentando de modo exponencial en los últimos treinta años. Conquistas que han favorecido, sin lugar a dudas, y seguirán favoreciendo, la superación de muchas difíciles condiciones humanas; pero que, habiendo hecho surgir en los científicos y en los tecnólogos un «sentido de omnipotencia», y en la sociedad una tendencia incontenible a la «calidad de la vida», han contribuido a opacar –hasta borrarlos– el sentido del «hombre» y el sentido de «Dios». La familia de hoy es víctima de la «nueva cultura» que ha invadido y está desmoronando, en lo más profundo y fundamental, cada una de las capas sociales. Cultura a la que hemos llegado casi sin darnos cuenta, y en la que nos hemos sumergido. Cultura –así comienza J. Brockman en un libro reciente– «dominada por científicos y otros pensadores del mundo empírico que, a través de su trabajo y sus escritos, están reemplazando a los intelectuales tradicionales para dar visibilidad a los significados más profundos de nuestra vida, volviendo a definir quiénes y qué somos».2 Cultura en la que tiene un predominio absoluto la tecnología, cuyas características esenciales, según un agudo análisis de K. Kelly,3 son las siguientes: el rechazo a la búsqueda de la «verdad» para buscar la «novedad»; la «creación» en vez de la «creatividad»; Angelo Serra S.J. es Profesor Emérito de Genética Humana en la Facultad de Medicina y Cirugía de la Pontificia Universidad del Sacro Cuore y Miembro Honorario de la Pontifica Academia pro Vita. Angelo Serra is Professor Emeritus of Human Genetics in the Faculty of Medicine and Surgery of the Pontifical University of Sacro Cuore and Honorary Member of the Pro Vita Pontifical Academy. 1 Juan Pablo II, L’Osservatore Romano, edic. en lengua española, 3 de sept., 1999, n. 4. 2 J. Brockman, The Third Culture. Beyond the Scientific Revolution, Simon and Schuster, New York 1995, p. 17 (cursiva nuestra). 3 K. Kelly, The Third Culture, Science 1998, 279, pp. 992-993 (cursiva nuestra). H 81 A la imagen de hombre y mujer, propia de la razón natural, y particularmente del cristianismo, se opone una antro­pología alternativa que rechaza el dato, inscrito en la corporeidad, según el cual la diferencia sexual posee un carácter identificante para la persona. 4 J. Brockman, The Third Culture, cit., p. 19 (cursiva nuestra). 5 L. Pati, Pedagogia famillare e denatalità. Per il ricupero educativo della società fraterna, Editrice La Scuola, Brescia 1998, p. 10. 6 J. Brockman, The Third Culture, cit., 20-21. 7 E. Severino, Quando la técnica e suprema, Corriere della Sera, 11 de abril, 1999. 8 C. Piancastelli, Glande Allégre, Dio e I’impresa scientifica, Uomini e Idee, 2000, 7, p. 148. 9 F. Crick, The astonishing hypothesis. The scientific search for the soul, Simon and Schuster, London, 1994. H 82 la «síntesis de la experiencia» más que la «racionalidad». Cultura, «cuya fuerza consiste, precisamente, en ser capaces de tolerar el desacuerdo acerca de cuáles ideas son las que se deben tomar en serio»,4 y que ha creado rápidamente una impresionante y preocupante situación, definida por L. Pati como «obnubilación axiológica», que «influye fuertemente en la organización jerárquica de los valores que presiden la vida familiar y conyugal».5 El rostro de esta «tercera cultura» aparece en toda su esencia real si se examinan los principios generales o axiomas que representan la base de su acción. Son cuatro los principios que apenas se mencionarán, pero su crudeza y generalidades están confirmadas en una literatura muy amplia. 1. No existe nada fuera del Universo. La afirmación de Brockman es clara. En la tercera cultura –dice él– «se afrontan preguntas fundamentales: ¿De dónde procede el universo? ¿De dónde ha llegado la vida? ¿De dónde ha venido nuestra mente?». Sus respuestas «implican el postulado indiscutible según el cual los sistemas más complejos –el organismo, el cerebro, la bioesfera y el universo mismo– no han sido construidos según un designio, sino que todo ha ido evolucionando»6. E. Severino insiste: «La filosofía está demostrando, desde hace dos siglos, que no puede existir ninguna realidad eterna: por este motivo todo puede ser dominado por la técnica».7 C. Piancastelli urge: «en el mundo, en realidad, no hay ninguna huella de Dios [...] el punto crítico sigue siendo el de la inexistencia de Dios en el espacio de una racionalidad del discurso del que ya no podemos prescindir»8. 2. En la escala animal no hay saltos de calidad. «La hipótesis asombrosa –afirmaba el Premio Nobel F. Crick– es que «tú», tus alegrías, tus dolores, tus recuerdos, tus ambiciones, tu sentido de la identidad personal y libre voluntad, en realidad no son sino el comportamiento de una gran cantidad de células nerviosas y de moléculas asociadas a ellas»9. El hombre no es nada más que cualquier otro animal. 3. La ética no tiene principios inmutables. Según E. Mayr, se ha ido desarrollando gradualmente, favorecida por el desarrollo cerebral, y sus normas «deben ser, por tanto, suficientemente flexibles y versátiles para adaptarse a la condiciones que han cambiado»10. He aquí la postura decidida, adoptada por el presidente del 2° Workshop internacional sobre los aspectos éticos del «proyecto genoma humano», al inaugurar los trabajos: «recordemos que la ética no es una disciplina objetiva [...] Representa y refleja las costumbres aceptadas por la sociedad. Así, pues, el desarrollo casi exponencial de la ciencia y de su impacto en la sociedad modifica y, sin lugar a dudas, seguirá modificando los conceptos éticos»11. 4. Ciencia y tecnología son neutras. Nadie puede entrometerse en la actividad del científico, ni en la del tecnólogo. A ellos les pertenece, por principio, la total libertad de elección y de decisión. Muy explícitamente, J. Ziman, profesor emérito de física teórica en la Universidad de Bristol y presidente del Council for Science and Society, en un análisis riguroso sobre la ciencia y la tecnología, hoy, observaba: «Aún en la actualidad, muchos científicos refinados sienten instintivamente la intrusión de este elemento perturbador [la ética] en su ordenado y consagrado estilo de vida»; y «la ciencia industrial no posee el término «ético» en su algoritmo social». Y continuaba: «La ciencia, en su totalidad, ha sido separada de la ética por dos motivos distintos. Por un lado, los científicos académicos se consideran indiferentes a las consecuencias potenciales de su propio trabajo. Por el otro, los científicos industriales realizan un trabajo cuyas consecuencias se estiman demasiado serias para dejarlas en sus manos»12. En fin de cuentas, se trata de un sistema que excluye toda relación con otras formas de pensamiento que investigan más allá y por fuera de lo «cuantificable», en busca de la «verdad», sobre todo de la verdad sobre el «hombre». Es decir, se trata de un sistema operativo incapaz de recibir y transportar mensajes de otros sistemas con función superior capaces de dirigir, controlar y reglamentar su actividad; y depauperado, además, de los estímulos catalizadores. En otras palabras, es un sistema cerrado, destinado tendencialmente –como todo otro sistema cerrado– a la patología, hasta El rostro de esta «tercera cultura» aparece en toda su esencia real, si se examinan los principios generales o axiomas que representan la base de su acción. Son cuatro los principios que apenas se mencionarán, pero su crudeza y generalidades están confirmadas en una literatura muy amplia. 10E. Mayr, Toward a New Philosophy of Biology. Observations of an Evolutionist, Harvard University Press, Cambridge (Massachusetts) 1988, p. 85. 11S. Grisolia, Introduction, en Fundación BBV Documenta, Human Genóme Project: Ethics 2, Foundation BBV, Bilbao 1992, p. 14 (cursiva nuestra). 12J. Ziman, Why must scientists become more ethically sensitive than they used to be?, Science 1998, 282, p. 1813. H 83 Cultura en la que tiene un predominio absoluto la tecnología, cuyas caracterís­ticas esenciales, según un agudo análisis de K. Kelly, son las siguien­tes: el rechazo a la búsqueda de la «verdad» para buscar la «novedad»; la «creación» en vez de la «creatividad»; la «síntesis de la experiencia» más que la «racionalidad». 13U. Galimberti, Nessun Dio ci puó salvare, Micromega 2000, n. 2, pp. 187-198. H 84 llegar a la autodestrucción. Para aclarar lo anterior, es útil la analogía con el destino de una célula, pequeño pero complejo sistema; también ella, cuando se alteran o se le priva de sus receptores que la comunican con el sistema más amplio al que pertenece –tejido, órgano u organismo– o se despoja de las proteínas indicadoras o catalizadoras cuya función es, respectivamente, la de transporte de señales o la de actividad estimuladora, es una célula que pronto se enfermará y está destinada a la descomposición. Lo más grave es que este sistema axiomático operativo se ha impuesto, y está penetrando siempre más profundamente en la sociedad, hasta transformarse en su estructura ideológica fundamental. Tanto para la sociedad, como para la ciencia y la tecnología, la ética, que permite distinguir el bien y el mal, lo justo y lo injusto, lo lícito y lo ilícito, y de comprender el verdadero valor del bien, de lo justo y de lo lícito, ya no tiene razón de ser. La consecuencia está expresada claramente en un reciente ensayo: «Nessun Dio ci puó salvare» (ningún Dios puede salvarnos), de U. Galimberti: «La religión –afirma él– morirá. No es un auspicio, ni mucho menos una profecía. Es ya un hecho, que espera su cumplimiento [...], porque el orden del mundo que en otros tiempos seguía el ritmo de sus mandamientos [de Dios], ahora está reglamentado por las leyes férreas de la técnica que ya no se remiten a Dios, porque no sólo han perdido el nombre de Dios, sino también el sentido, el origen, la huella. [...] ahora el hombre sucumbe bajo la hegemonía de la técnica, que no reconoce como propio límite la naturaleza, ni a Dios, ni al hombre, sino sólo el resultado obtenido, que puede ser transformado hasta lo infinito, sin otro objeto que el de la autopotenciación de la técnica como fin de sí misma».13 He aquí la atmósfera cultural predominante en la Europa postmoderna y, en general, en el «primer mundo»: triunfo de la tecnología, aniquilamiento del pensamiento que busca la verdad. El fundamento de la ética se ha derrumbado. Sin lugar a dudas, la ciencia postmoderna que tiende cada vez más hacia la «novedad», y la tecnología avanzada, siempre más refinada y poderosa, son la expresión de las grandes capacidades de la mente humana de investigar en la naturaleza, revelar sus misterios, arrancarle sus secretos y dominarla. Todo esto forma parte de los derechos y de la gloria del hombre. Pero la ciencia y la tecnología, encerradas en sí mismas, en su modo de pensar mecanicista y narcisista, aunque siguen agigantándose y encontrando y preparando nuevos caminos para un mejor bienestar –desafortunadamente sólo para una parte privilegiada de la humanidad, hasta el momento14– están creando en la sociedad espacios de una gran inestabilidad, a la que siguen, inexorablemente, abandonos peligrosos, hasta la aniquilación no sólo de las estructuras más débiles, sino de los mismos cimientos, los únicos que pueden dar estabilidad a todo el sistema social: los valores. La alteración de la familia La familia no podía dejar de experimentar la presión de esta cultura. Es posible decir, en verdad, que en esta cultura y por causa de esta cultura, la familia está atravesando, bajo distintas formas, un serio y amplio proceso patológico que podría llegar hasta su des-estructuración total. Esto resulta, con una evidencia preocupante, de serias investigaciones sociológicas.15 El primer paso de este proceso fue, y sigue siendo, la alteración de la actividad que era considerada esencial en la familia: la procreación, acontecimiento con un significado insondable por los miles de efectos que lleva consigo para la pareja, para el concebido, para la familia y para la sociedad, se ha transformado –citando las expresiones del conocido sociólogo P. Donati– en un «bien de consumo relativo a otros bienes de consumo»; se ha degradado hasta llegar a ser una «mera construcción de individuos», un «acontecimiento con riesgos que se han de evitar y, por tanto, debe ser ultracontrolado», porque el hijo, «objeto que hay que poseer, tiene que corresponder a los criterios de mercado o del propio 14D. Kennedy, Science and Development: What can First World Science do, notfor the West butfor the Rest?, Science 2001, 294, p. 2053. Es la primera vez que, después del terrible 11 de septiembre 2001, en una gran revista científica se habla de una “inequitable global distribution of resources”, y de un gran proyecto que “seeks to align the scientific enterprises of the West with the needs of the Rest”. 15A. Etzioni, Science and the future of the family, Science 1977, 196, p. 487; P. Donati, Trasformazioni socio-culturali Della famiglia’e comportamenti relativi allla procreazione, Medicina e Morale 1993, n. 43, pp. 117-163; G. Rossi Sciumé, Problemi sociología emergenti nel mérito del dibattito sulla procreazione assistita, Ivi, pp. 175-181; Carnegie Council on Adolescent Development, Great Transitions: Preparing Adolescente for a New Century, Science 1995, 270, p. 895; N. Galli, Verso il tramonto della mora-le pubblica (editoriale), Pedagogia e Vita 1999, n. 1, pp. 9-11; R. Brunos, M. Postiglione (eds.), The Family of the Future and The Future of the Family, ITEST Faith/Science Press, St. Louis (MI) 1999; H. A. Cavallara, Varíazioni storiche nei modelli di genitoríalitá, Editrice La Scuola, Brescia 2005, pp. 11-33. H 85 Se trata de un sistema que excluye toda relación con otras formas de pensamiento que investigan más allá y por fuera de lo «cuantificable», en busca de la «verdad», sobre todo de la verdad sobre el «hombre». (…) 16A. Serra, Deontologia medica e «procreazione medicalmente assistita», La Civiltá Cattolica, 2004 II, pp. 425-438; R. M. L. Winston, K. Hardy, Are we ignoring potential dangers of in vitro fertilization and related treatments? Fertility, Supplement to Nature Cell Biology and Nature Medicine, October 2002, pp. 514-528. 17P. Donati, cit., p. 132. H 86 agrado» y, por consiguiente, es sometido a selección. De aquí la modernización de los comportamientos procreativos para tener el hijo cuando y como se quiere. El primero ha sido, y sigue siendo, el aborto voluntario, la mayor afrenta contra el hijo no deseado o rechazado; afrenta que, considerada en sí misma, así como la enorme proporción que ha alcanzado –sólo en Italia 136.715 en 2004, según datos del ministerio de salud–, constituye un verdadero acto de terrorismo contra el inocente, como quiera que se piense disimularlo y justificarlo. El segundo es la reproducción técnicamente asistida,16 un procedimiento de mercado, hipócrita y éticamente censurable, mediante el cual se fabrican «hijos» a un precio muy caro, el 90 por ciento de los cuales destinados a la muerte, y los supervivientes podrán satisfacer sólo al 20 por ciento de las mujeres que lo han solicitado, incluso después de varios intentos. El segundo paso, todavía más grave, de este proceso, es la desintegración. La primera estructura de la célulafamilia, alrededor de la cual se producen la desorientación, el abandono de los vínculos y la ruptura de los equilibrios es el hijo. Lo expresa claramente y sin vacilaciones P. Donati: «de los estudios sobre la pareja italiana se desprende la tendencia –no poco significativa– a que el hijo no aparezca como algo importante para la pareja misma. [...] el tema del hijo posible se hace latente. En esa latencia se puede observar que, en las nuevas generaciones, el hijo se estima como un elemento que transforma a la pareja en algo distinto. [...] ayer, la pareja se consideraba como familia. Hoy, la pareja y la familia se vuelven cosas substancialmente distintas. Y el niño, que ayer era un «producto natural» de la pareja, se convierte en la expresión de algo que la pareja considera no poder dominar. [...] en todo el debate sobre la procreación, incluso aquella artificial, no obstante la apariencia contraria, los «grandes ausentes» son, precisamente, los niños. Las parejas pueden desear y hablar con inmenso cariño de los niños, pero lo hacen desde su propio punto de vista, no desde el punto de vista del niño».17 Lo demuestran los datos del ISTAT (instituto nacional de estadística italiano) en Italia: en 2002, 1,1 hijo por pareja de casados, respecto a los 2,4 de 1971. La segunda estructura del sistema célula-familia, víctima de la desorientación y del abandono de los vínculos, bajo una tensión disolvente, es la pareja misma. Se observa –nota nuevamente P. Donati– un «aflojamiento del vínculo familiaprocreación», la una puede existir sin la otra; una separación entre «identidad de pareja» e «identidad de padres», con una tendencia siempre más fuerte hacia la pérdida de la segunda; la «desnaturalización» del concepto de «concepción», vuelto asexual y pasado a manos de los técnicos; una «alteración de las relaciones de pareja», de la que es síntoma la siempre más frecuente esterilidad, debida más a estilos de vida que a causas biológicas; y, en fin, «una separación entre el sistema pareja y el sub-sistema padres-hijos», acompañada de la desintegración de las relaciones interindividuales, hasta la despersonalización de los elementos constitutivos de la familia, padres e hijos. Aún, más: «la separación de la misma pareja»; y, peor todavía, «la atribución de derechos de la familia a «uniones» que contradicen el significado, además del valor de la familia». Una de las consecuencias de esta grave patología de la familia es, obviamente, la crisis general de la sociedad. Ha sucedido, y se sigue acentuando, lo que se produce en un organismo en el cual una subpoblación de células, alterada por la acción de un virus, como en el caso del sida, no logra realizar sus propias funciones: todo el organismo se resiente y tiende a una alteración total. Situación descrita en términos que expresan el sufrimiento, en un reciente estudio de P. Keilholz sobre la familia americana. «La familia existirá –escribe él– en el siglo XXI. Pero cómo se presentará es otra cosa. ¿De qué modo tenemos que considerar la actual situación de nuestra nación, y en ella la de la familia? ¿Nos hallamos en medio de un ‘tercer cambio’, un tiempo de ‘destrucción’, ‘una era deprimente de individualismo revitalizado y de instituciones debilitadas, en el que el antiguo orden cívico decae y se establece un nuevo régimen de valores?. ¿Se encuentran las familias, en Estados Unidos, (…) Se trata de un sistema operativo incapaz de recibir y transportar mensajes de otros sistemas con función superior capaces de dirigir, controlar y reglamentar su actividad; y depauperado, además, de los estímulos catalizadores. En otras palabras, es un sistema cerrado, destinado tendencialmente –como todo otro sistema cerrado– a la patología, hasta llegar a la autodestrucción. H 87 en semejante estado de ‘ruina’? En biología, el proceso se denomina deterioro y descomposición».18 El llamamiento de Juan Pablo II la ciencia y la tecnología, encerradas en sí mismas, en su modo de pensar mecanicista y narcisista, aunque siguen agigantándose y encontrando y preparando nuevos caminos para un mejor bienestar –desafortunadamente sólo para una parte privilegiada de la humanidad, hasta el momento– están creando en la sociedad espacios de una gran inestabilidad, a la que siguen, inexorablemente, abandonos peligrosos, hasta la aniquilación no sólo de las estructuras más débiles, sino de los mismos cimientos, los únicos que pueden dar estabilidad a todo el sistema social: los valores. 18P. Keilholz, Families in the 21st century: some speculation about families of the future, Proceedings of ITEST Workshop on: «The family of the Future, the Future of the family». ITEST Press, St. Louis (MI), 1999. 19Juan Pablo II, Evangelium vitae, Carta encíclica, Librería Editrice Vaticana, Città del Vaticano, 1995. H 88 Ante esta situación de una sociedad que, en el llamado «primer mundo», se está disolviendo a pesar de todas las apariencias de gran prosperidad, se levantó la voz autorizada del sumo pontífice Juan Pablo II, a quien había sido encomendada la guía del pueblo cristiano. Pueblo esparcido en todo el mundo que, en gran parte, se ha dejado arrastrar por el torbellino creado por una mentalidad de autogestión de la propia vida según criterios de absoluta libertad moral, con miras a un supremo bienestar: criterios propuestos y difundidos intensamente a través de los medios de comunicación de masas. El Papa dirigió a este pueblo sus palabras, especialmente fuertes, en 1995, a través de la encíclica Evangelium vitae.19 La primera: «estamos ante un enorme y dramático choque entre el bien y el mal, la muerte y la vida, la «cultura de la muerte» y la «cultura de la vida». Estamos no sólo «ante», sino necesariamente «en medio» de este conflicto: todos nos vemos implicados y obligados a participar, con la responsabilidad ineludible de elegir incondicionalmente en favor de la vida» (n. 28). En estas expresiones se siente el dolor y la angustia por la actual situación. La segunda: «ante las innumerables y graves amenazas contra la vida en el mundo contemporáneo, podríamos sentimos como abrumados por una sensación de impotencia insuperable: ¡el bien nunca podrá tener la fuerza suficiente para vencer el mal!» (n. 29). E insiste: «es ciertamente enorme la desproporción que existe entre los medios, numerosos y potentes, con que cuentan quienes trabajan al servicio de la «cultura de la muerte» y los de que disponen los promotores de una «cultura de la vida y del amor». Pero nosotros sabemos que podemos confiar en la ayuda de Dios, para quien nada es imposible» (n. 100). La tercera: «es urgente una movilización general de las concien- cias y un común esfuerzo ético, para poner en práctica una gran estrategia en favor de la vida. Todos juntos debemos construir una nueva cultura de la vida: nueva, para que sea capaz de afrontar y resolver los problemas propios de hoy sobre la vida del hombre; nueva, para que sea asumida con una convicción más firme y activa por todos los cristianos; nueva, para que pueda suscitar un encuentro cultural serio y valiente con todos» (n. 95). Es un fuerte estímulo a la acción. Salvar la familia Es la operación estratégica fundamental para salvar a la sociedad de la inexorable y grave descomposición a la que se está encaminando rápidamente: volver a curar y revitalizar su célula principal, la familia, cuyo diagnóstico es preocupante, pero no parece todavía mortal. Este es el compromiso de toda familia verdaderamente cristiana y de toda otra familia que, bajo la presión de la revolución tecnológica, se ve llevada –como decía el gran economista estadounidense J. Rifkin– «a considerar muy atentamente nuestros valores más profundos, y a plantearnos nuevamente la pregunta fundamental sobre el significado y el objeto de la existencia».20 En realidad, precisamente estos valores son los que se han ido ofuscando en una sociedad deslumbrada por las conquistas científicas y tecnológicas que seguirán aumentando y, al mismo tiempo, precipitada en la oscuridad de un pensamiento dominado por un nihilismo y un relativismo que abren el camino a un subjetivismo más exagerado aún, que se opone a cualquier reflexión sobre los valores. Con tal objeto, es preciso recuperar tres valores: el valor «Hombre», el valor «Familia», y el valor «Dios», de los cuales depende el equilibrio de todo el sistema. El valor «Hombre». En el sistema científico-tecnológico que hoy domina en la sociedad se ha eliminado –como ya hemos afirmado– el valor de esta constante fundamental, indispensable para una ciencia y una tecnología que respeten la sociedad. Reconocer y definir nuevamente el verdadero valor de esta La segunda estructura del sistema célula-familia, víctima de la deso­ rientación y del abandono de los vínculos, bajo una tensión disolvente, es la pareja misma. Se observa - nota nuevamente P. Donati - un “aflo­jamiento del vínculo familiaprocreación”, la una puede existir sin la otra; una separación entre «identidad de pareja» e «identidad de padres», con una tendencia siempre más fuerte hacia la pérdida de la segunda”. 20J. Rifkin, The Biotech Century, Penguin Putman, New York, 1998, trad. it., // Secolo Biotech, Baldini e Castoldi, Milano 1998, p. 370. H 89 21Juan Pablo II, Discurso del S. Padre a los participantes en la Plenaria de la Academia Pontificia de Ciencias, 28 de octubre, 1994 (cursiva nuestra), en: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, vol. XVII-2, 1994, Librería Editrice Vaticana, Città del Vaticano, 1996. Traducción: L’Osservatore Romano, edic. en lengua española, 4 de nov., 1994, nn. 5-6. 22A. Bausola, Tra Etica e Política, Vita e Pensiero, Milano 1998: en particular el c. XI: Etica e trasformazioni tecnologiche, pp. 197-215; G. Tanzella-Nitti, Passione per la Verità e Responsabilitá del Sapere, Edizioni PIEMME, Cásale Monferrato 1998; G. Bresciani, L’Humanum nelle situazioni di confine e di bioética, Anthropotes 1999, 15/1, pp. 105-121; R. Lucas Lucas, Antropología e problemi di bioética, Edizioni S. Paolo, Cinisello Balsamo (MI), 2001. H 90 constante y, por tanto, la dignidad y los derechos del «hombre», es la exigencia fundamental para volver a una ciencia, a una tecnología y a una sociedad «humanas». Juan Pablo II llamaba a este reconocimiento, al dirigirse, en 1994, a los participantes en la reunión plenaria de la Academia Pontificia de Ciencias: «No hay que dejarse engañar por el mito del progreso, como si la posibilidad de realizar una investigación o de aplicar una técnica bastara para calificarlas inmediatamente como moralmente buenas. La bondad moral de todo progreso se mide en relación con el bien auténtico que proporciona al hombre, considerado según su doble dimensión corporal y espiritual... dado que se trata del hombre, los problemas rebasan el marco de la ciencia, que no puede explicar la trascendencia de la persona ni dictar normas morales que nacen del lugar central y de la dignidad primordial que le corresponde en el universo» (nn. 5, 6)21. Sin embargo, el valor de esta constante no puede ser calculado por la ciencia y la tecnología, ni estimado con sus metodologías. Aunque la ciencia y la tecnología conserven, cada una, sus propias prerrogativas, los científicos y los tecnólogos, que hoy día tienen un gran poder en la orientación y en la realización del desarrollo social, no deben permanecer encerrados en el sistema axiomático reductivo que les es peculiar. Y ante todo, el resto de la sociedad debe abrirse a los estímulos de un «sistema sapiencial» que refleja un pensamiento que se ve interrogado críticamente desde lo más profundo de nosotros mismos y se desarrolla a través de la razón que busca la verdad.22 Sólo esto podrá hacer volver a una correcta visión del «Hombre» y sugerir el correcto sentido de responsabilidad en toda relación con él. El valor «Familia». Un gran valor que ha ido perdiendo cota, sin interrupción, en los últimos cincuenta años, hasta romperse y disolverse. Algunos signos evidentes de esta crisis, tomados de datos estadísticos demográficos en Italia, son los siguientes: 1) el aumento siempre creciente de separaciones y divorcios, que han pasado de 50.813, en 1985, a 93.623, en 1998 –lo que corresponde al 33,8% de los 277.000 matrimonios contraídos en ese mismo año–, con un núme- ro total de 94.000 hijos implicados, de los cuales 58.000 son menores; y 2) la enorme disminución del promedio de hijos por cada mujer, sobre el total de las mujeres casadas, bajado en 2001 a 1,1. Es enorme el trabajo de recuperación de este valor indispensable para una sociedad verdaderamente humana. Ésta, a merced, ahora, de un pluralismo ético alimentado por la diferencia de bagaje cultural –sobre el cual cada individuo o los distintos grupos sociales fundamentan los principios éticos del comportamiento de la persona humana– puede vivir únicamente en un estado de continua tensión. Un elemento esencial para disminuir esta tensión en todo el organismo, es decir en la sociedad, consiste en que cada una de sus células, es decir, cada familia, se reconozca, como lo observa Juan Pablo II en la Evangelium vitae, «por su propia naturaleza, como comunidad de vida y de amor, fundada sobre el matrimonio», con la misión de «custodiar, revelar y comunicar el amor» (n. 92). Meta quizás inalcanzable para toda la comunidad humana, pero que podría representar un importante signo y un gran estímulo para una recuperación general, si se lograra en toda comunidad cristiana23. Aún más, dirigiéndose en la misma Evangelium vitae de manera especial a las mujeres, que en este viraje cultural tienen «un campo de pensamiento y de acción singular», les formula una «llamada apremiante: vosotras estáis llamadas a testimoniar el significado del amor auténtico, de aquel don de uno mismo y de acogida del otro que se realizan de modo específico en la relación conyugal, pero que deben ser el alma de cualquier relación interpersonal» (n. 99). Serán estas las familias que, como escribe Juan Pablo II en la carta apostólica Novo Millennio Ineunte, «en un momento histórico como el presente, en el que se está constatando una crisis generalizada y radical de esta institución fundamental» [...] ofrecerán «un ejemplo convincente de la posibilidad de un matrimonio vivido de manera plenamente conforme al proyecto de Dios y a las verdaderas Salvar la familia,es la operación estratégica fundamental para salvar a la sociedad de la inexorable y grave descomposición a la que se está encaminando rápidamente: volver a curar y revitalizar su célula principal, la familia, cuyo diagnóstico es preocupante, pero no parece todavía mortal. 23D. Tettamanzi, La famiglia di fronte alie sfide dett’attuale situazione socio-cultura le edecclesiale, en: Atti del XII Convegno Nazionale, Riscoprire la Famiglia alie Soglie del Nuovo Millennio, Consultori Familiari Oggi, 2000, n. 3, pp. 19-34; N. Galli, Occasionalitá/ Progettualitá, Temporanietá/ Continuitá: II bisogno del valorí nella vita coniugale e familiare, ib. Pp. 74-88. H 91 Un elemento esencial para disminuir esta tensión en todo el organismo, es decir en la sociedad, consiste en que cada una de sus células, es decir, cada familia, se reconozca, como lo observa Juan Pablo II en la «Evangelium vitae», «por su propia naturaleza, como comunidad de vida y de amor, fundada sobre el matrimonio», con la misión de «custodiar, revelar y comunicar el amor» (n. 92). 24Juan Pablo II, Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte, Librería Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano, 2001. 25G. D. Mucci, Le origini del nichilismo, La Civiltà Cattolica, 1999, u, pp. 31-44. Las citas de Nietzsche y Heidegger aparecen en el texto. 26Ibíd., p. 38. 27A. Ardigó, F. Garelli, Valori, Scienza e Trascendenza, vol. I, Una ricerca empírica sulla dimensione etica e religiosa fra gli scienziati italiani, Edizioni Fondazione Giovanni Agnelli, Tormo 1989, pp. 192-193. H 92 exigencias de la persona humana: tanto la de los cónyuges como, sobre todo, la de los más frágiles que son los hijos» (n. 47).24 El valor «Dios». Es el valor fundamental para la recuperación. Un conocimiento de antropología cultural, aunque superficial, permite afirmar que el pensamiento de lo «Trascendente» –sea cual fuere su forma y naturaleza– ha estado siempre presente en la mente humana. Es una exigencia viva en todo hombre, también para quien lo niega y se hace dios a sí mismo. Hay que reconocer, sin embargo, que la fuerza del bagaje cultural que llevó a la negación de Dios, no podía dejar de menoscabar esa intensa tendencia natural a lo trascendente y ofuscar su luz. Lo reconocía y lo señalaba, con agudeza y preocupación, ya F. Nietzsche:25 «el mayor acontecimiento, entre los más recientes –«Dios ha muerto» y la fe en el Dios cristiano se ha vuelto inaceptable– comienza a lanzar las primeras sombras sobre Europa». Y M. Heidegger daba una correcta interpretación: «La expresión «Dios ha muerto» significa que el mundo ultrasensible carece de fuerza real, no proporciona vida alguna». Y además agregaba: el nihilismo «revela un curso tan profundamente subterráneo, que su desarrollo podrá determinar sólo catástrofes mundiales. [...] mientras comprendamos la expresión «Dios ha muerto» sólo como la fórmula de la incredulidad, no hacemos sino pensar de modo teológico-apologético, renunciando a aquello hacia lo cual tendía el pensamiento de Nietzsche». En realidad, subraya G. D. Mucci, «se asume como símbolo del nihilismo y significa la pérdida del sentido de la trascendencia, la anulación de los valores relacionados con él, la irrelevancia de la realidad metafísica, o sea, de los ideales y valores supremos, la negación de que el mundo metasensible, concebido como ser en sí mismo, causa y fin, es y tiene que ser el que da significado a la vida terrena y a la vida del hombre».26 Es, pues, comprensible, como se comprueba en un estudio muy cuidadoso27 procedente de un sondeo realizado con 350 estudiosos e investigadores en campos avanzados de la investigación en Italia –en tres sec- tores: física, genética e inteligencia artificial– que se declaren: el 47 por ciento ateo o agnóstico; el 16 por ciento en fase de búsqueda; el 18 por ciento, que cree en un ser superior sin poderlo definir bien, y sólo el 18 por ciento que cree en el Dios de la tradición cristiana. De estos últimos, sólo el 40 por ciento cree en el origen divino y humano de Jesucristo y el 26 por ciento en el origen divino de la iglesia. Desde luego, no debe sorprender el «vacío moral» en el que se debate la sociedad del «primer mundo». Hacer brotar y florecer nuevamente en la sociedad estos tres valores: Hombre, Familia y Dios, es la exigencia más urgente para salvarla, en esta era de las biotecnologías dominada y trastornada por la sofocante y prepotente «tercera cultura». es preciso recuperar tres valores: el valor «hombre», el valor «Familia», y el valor «Dios», de los cuales depende el equilibrio de todo el sistema. Hacer brotar y florecer nuevamente en la sociedad estos tres valores: Hombre, Familia y Dios, es la exigencia más urgente para salvarla, en esta era de las biotecnologías dominada y trastornada por la sofocante y prepotente «tercera cultura». H 93 Las ondas de choque de la encíclica Evangelium vitae Jean-Louis Bruguès O.P. La Encíclica veritatis splendor pone de relieve los vínculos entre la verdad y la libertad, la ley y la conciencia personal. La tercera parte pone en tela de juicio, sin nombrarla, aquella que los anglosajones han denominado la “ética procedimental”, en la que las convenciones de ética comunitaria se obtienen siguiendo el procedimiento democrático utilizado en los países occidentales, que implica el debate y el voto, pero sin hacer referencia a ninguna trascendencia de orden religioso o metafísico. H 94 Pasados apenas quince años de la promulgación de la encíclica Evangelium vitae de Juan Pablo II, el 25 de marzo de 1995, el campo de observación de las consecuencias de este texto magisterial fundamental no permite apreciarlo en los múltiples frutos que resultan de su publicación. Es posible en cambio detectar algunas “tendencias pesadas” originadas en la acogida del mensaje. Es lo que pretende el presente artículo junto con rendir un homenaje a Benedicto XVI, entonces el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, quien tuvo una participación fundamental en la redacción de la encíclica. After only fifteen years of the promulgation of John Paul II encyclical Evangelium vitae, March the 25th, 1995, the consequences of this magisterial text can not yet be assessed in the plentiful fruits resulting from its publication. On the other hand it is possible to detect some “strong tendencies” stemmed from the reception of the message. This is what this article pretends together with paying homage to Benedict XVI, then Prefect for the Congregation for the Doctrine of the Faith, who had a decisive collaboration in the writing of the encyclical. A pesar de los atajos que a veces toma la historia, las mentalida­des siguen evolucionando lentamente, incluso hoy día. La encíclica Evangelium vitae fue promulgada por el Papa Juan Pablo II el 25 de marzo de 1995. Un aniversario de quince años ofrece un campo de observación demasiado corto para apreciar los frutos múltiples que resultan de la publicación de ese importante texto magisterial. En cambio, quizás no es tan difícil poner de relieve lo que podríamos denominar algunas “tendencias pesadas” en la acogida de la encíclica. El presente artículo se propone ese objetivo, en homenaje al Papa Bene­dicto XVI, quien, entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, desempeñó un papel de primer plano en su redacción. ¿Cuáles eran las intenciones del Papa Juan Pablo II al ofrecer esta encíclica al mundo? Probablemente los historiadores considerarán la más rica y decisiva, en la enseñanza del pontificado anterior, la década de los años 90, y en especial los años 1992 a 1998, que se presentarán como el pe­ríodo de madurez magisterial. De hecho, en un espacio de seis años solamente, fueron publicados cuatro textos que iban a marcar la doctrina por largo tiempo. El primero es, desde luego, el Catecismo de la Iglesia Católica. Así como las novedades del Concilio de Trento se habían puesto al alcance del pueblo cristiano en un catecismo que iba a establecer el marco de la catequesis durante más de cuatro siglos, asimismo el catecismo publicado en 1992 se propone dar a comprender a todos las perspectivas abiertas por el Vaticano II. En varios países de Europa y del continente americano, el éxito de librería fue excepcional: se compraron centenares de miles de ejemplares en el espacio de unas pocas semanas. La verdad obliga a reconocer que, en algunos de esos mismos países, una buena parte del clero, obispos y sacerdotes, así como laicos comprometidos en las responsabilida­des diocesanas, mantuvieron una cierta reserva, por no decir más, respecto a esta constitución de la catequesis moderna. La resistencia no ha disminuido. Tampoco fue más favorable la acogida que se dio a otro gran texto que siguió. Más que otros, sin lugar a dudas, la encíclica Veritatis splendor interesaba muchísimo a Juan Pablo II. Había escrito las primeras versiones de su puño y letra y puso especial atención en la magnífica meditación del encuentro de Jesús con el joven rico, que ocupa la primera parte. La encíclica VS pone de relieve los vínculos entre la verdad y la libertad, la ley y la conciencia personal1. La tercera parte pone en tela de juicio, sin nombrarla, aquella que los anglosajones han denominado la “ética procedimental”, en la que las convenciones de ética comunitaria se obtienen siguiendo el procedimiento democrático utilizado en los países occidentales, que implica el debate y el voto, pero sin hacer referencia a ninguna trascendencia de orden religioso o metafísico. Por primera vez en la historia de la Iglesia un texto magisterial intervenía en el campo de la teología moral fundamental. En este caso también, el éxito de librería fue inesperado: en Francia, más de doscientos mil ejemplares fueron vendidos en sólo tres semanas. El olvido fue aún más compacto. Juan Jean-Louis Bruguès O.P. es obispo emérito de Angers (Francia) y Secretario de la Congregación para la Educación Católica. Jean-Louis Bruguès O. P. Bishop Emeritus in Angers (France) and Secretary of the Congregation for Catholic Education. 1 Cf. J.-L. Bruguès, o.p., Présentation de l’encyclique Veritatis splendor, Paris Mame/Plon, 1995. H 95 Las tesis que quisiéramos sostener en estas líneas se refiere a una proposición simple. La publicación de la encíclica Evangelium viate fue un choque para las sociedades occidentales, y sus ondas de resonancia, lejos de agotarse, repercutirán durante muchos años más. 2 Cf. J. Laffitte, Evangelium vitae: aspects théologiques et doctrinaux, en : “Nouvelle Revue Théologique” 117, 1995, 821-842. H 96 Pablo II no ignoraba esas resistencias. Tuvo entonces la idea de proponer un tercer documento de lectura más fácil, en el que el Magisterio se comprometía de manera más clara y evidente (la encíclica Veritatis splendor no incluía una prescripción magistral propiamente dicha) sobre cuestiones que se habían vuelto fundamentales para el futuro de nuestras sociedades, principalmente en los países occidentales, cuestiones de vida o muerte. En cierto modo, la encíclica Evangelium vitae (indicada en adelante con la sigla EV) no aporta elementos nuevos fundamentales respecto a los dos textos anteriores; se refiere a ellos constantemente y se presenta como una prolongación natural y una aplicación práctica de ellos2; pero retoma la doctrina en tres prescripciones que, enunciadas con toda la solemnidad necesaria, debían golpear las mentes de todos, tanto las de los hombres políticos como las de los fieles del pueblo de Dios. La primera prescripción es general: “Por tanto, con la autoridad conferida por Cristo a Pedro y a sus Sucesores, en comunión con los Obispos de la Iglesia católica, confirmo que la eliminación directa y voluntaria de un ser humano inocente es siempre gravemente inmoral”(EV 57). Las otras dos se presentan como una aplicación del principio, primero al aborto: “Por tanto, con la autoridad que Cristo confirió a Pedro y a sus Sucesores, en comunión con todos los Obispos que en varias ocasiones han condenado el aborto (…), declaro que el aborto directo, es decir, querido como fin o como medio, es siempre un desorden moral grave, en cuanto eliminación deliberada de un ser humano inocente” (EV 62); y luego a la eutanasia: “…de acuerdo con el Magisterio de mis Predecesores y en comunión con los Obispos de la Iglesia católica, confirmo que la eutanasia es una grave violación de la Ley de Dios, en cuanto eliminación deliberada y moralmente inaceptable de una Persona humana” (EV 66). Dejemos a los especialistas la tarea de comparar los términos utiliza­dos en cada una de esas condenaciones, y de calcular el alcance de las diferencias. Dejemos a los eclesiólogos la preocupación de mostrar que el Magisterio ordinario es apto para asumir prescripciones definitivas y no reformables en el ámbito de la fe y de la moral3. Por parte nuestra, nos contentaremos con apreciar el impacto de la encíclica Evangelium vitae a partir de la doble experiencia de maestro y obispo. La tesis que quisiéramos sostener en estas líneas se refiere a una pro­posición simple. La publicación de la encíclica Evangelium vitae fue un choque para las sociedades occidentales, y sus ondas de resonancia, lejos de agotarse, repercutirán durante muchos años más. Repetimos que el choque provocado no se debió a la novedad de la doctrina: la encíclica no agrega nada, en ese campo, al Catecismo (cf. 2770-2774 en lo que respecta al aborto; 2280-2283 en lo referente al suicidio; 2277 y 2324 en lo que concierne a la eutanasia; 2261, 2269, 2296 por lo que se refiere a provocar la muerte) y se funda en el argumento filosófico de la Veritatis splendor (cf. EV 18-20: cómo una cierta libertad individual legitima los crímenes contra la vida humana). La originalidad del texto se basa principalmente en una fórmula que encierra una sencillez genial: existe una “cultura de la muerte”; habría que reemplazarla por una “cultura de la vida”. La “cultura de la muerte” se apoya en una concepción utilitarista de la sociedad, que prevalece sobre la solidaridad entre todos sus miembros, comenzando por los menos favorecidos, los niños aún no nacidos y los ancianos que llegan al fin de su existencia (EV 12). Dicha cultura fomenta el aborto, el suicidio y la eutanasia. ¿A quién se dirige esta expresión? Desde luego, existen semillas mortíferas en todas las culturas, pero el texto no disimula sus principales destinatarios: en primer lugar, las sociedades occidentales de Europa y del continente americano, que han despenalizado o incluso legalizado el aborto y se preparan a seguir el mismo camino con la eutanasia. El choque consistió en un juego con un espejo. El Papa mostró un espejo a esas sociedades, el de la “cultura de la muerte”, y las invitó a reconocerse en él. Cuando lanzamos un guijarro en un estanque, vemos que se forma una serie de ondas concéntricas a partir del punto La originalidad del texto se basa principalmente en una fórmula que encierra una sencillez genial: existe una “cultura de la muerte”; habría que reemplazarla por una “cultura de la vida”. 3 Cf. J.-L. Bruguès o.p., Précis de théologie morale générale. Tome I, coll. “Cahiers de l’Ecole cathédrale nº 15. Paris, Mame, 1995 (pp. 41-45). H 97 La “cultura de la muerte” se apoya en una concepción utilitarista de la sociedad, que prevalece sobre la solidaridad entre todos sus miembros, comenzando por los menos favorecidos, los niños aún no nacidos y los ancianos que llegan al fin de su existencia (EV 12). ¿A quién se dirige esta expresión? en primer lugar, las sociedades occidentales de Europa y del continente americano, que han despenalizado o incluso legalizado el aborto y se preparan a seguir el mismo camino con la eutanasia. H 98 de caída y se dirige hacia las orillas. La expresión “cultura de la muerte” logró una toma de conciencia que no habían podido provocar los documentos anteriores. Las ondas comenzaron a propagarse. Constituyen, dijéramos, unas “tendencias pesadas” para su recepción. Cuatro de ellas se pueden identificar ya. La primera onda fue la reacción de las opiniones públicas de nuestras sociedades. Los textos romanos anteriores habían sido mal recibidos porque se juzgaba demasiado severa y negativa la descripción que daban de las sociedades modernas. La Evangelium vitae dio escándalo. ¿Cómo era posible atreverse a invocar una cultura de la muerte, al hablar de sociedades que se presentan a la vanguardia del transcurso del tiempo, y de democracias tan sumamente convencidas de su propia excelencia, que se esfuerzan por exportar su propio modelo a todos los países de la tierra e incluso se imaginan que representan una especie de “fin de la Historia”, ya que después ya no se podría esperar ninguna otra innovación social y política (F. Fukuyama), y a invocar también dicha cultura a propósito de las filosofías que se fundan en los derechos humanos y tienen en cuenta, ante todo, la adquisición más apreciada: la libertad personal, la libre disposición del propio cuerpo y, por tanto, de la propia vida? La herida al narcisismo provocada por la encíclica era intolerable. Las protestas llegaron de todas partes, pero las palabras siguieron su camino. El texto lo había previsto: “El Evangelio de la vida no es exclusivamente para los creyentes: es para todos. El tema de la vida y de su defensa y promoción no es prerrogativa única de los cristianos (…) pertenece a toda conciencia humana que aspira a la verdad y está atenta y preocupada por la suerte de la humanidad” (EV 101). De hecho, la doble expresión cultura de la muerte/cultura de la vida ha penetrado en muchas mentes, incluso en quienes no participan de la fe cristiana. Tiende a pasar al vocabulario común. Los periodistas la mencionan de buen grado. Incluso a veces los políticos la utilizan en sus discursos. La batalla de las ideas se gana raramente con las ideas, más bien con las palabras4. Hagan pasar su propio vocabulario a la boca de sus adversarios: no dejará de llegar a sus mentes, y quizá incluso a sus corazones. En el Comité Consultivo Nacional de Ética, donde me había nombrado el Presidente de la República francesa en 1998, no era raro que nos preguntáramos ante una innovación de la ciencia biológica y de la técnica médica: “¿Favorecerán una cultura de la muerte o una cultura de la vida?”. La segunda onda de choque se produjo, como debe ser, un poco más adelante. En la mayoría de las diócesis de Francia existían asociaciones cuyos miembros militaban a favor de los derechos de la familia. No siempre recibieron la bienvenida en los servicios diocesanos de pastoral familiar. Se desconfiaba de su característica demasiado “clásica”, por no decir tradicional. Se temía aparecer, por causa de ellas, vinculados a las clases más pudientes y más conservadoras de la sociedad francesa. Se vivía mal la oposición cultivada por muchas de esas asociaciones, desde luego no sin malicia, entre una Roma que se consideraba más segura, más clara y más valiente, y un episcopado francés considerado más indeciso o timorato sobre las cuestiones de moral familiar. Varios de esos grupos tomaron muy en serio la enseñanza y las recomendaciones de la encíclica5. “Su fin fundamental –escribía Juan Pablo II– es suscitar en las conciencias, en las familias, en la Iglesia y en la sociedad civil, el reconocimiento del sentido y del valor de la vida humana en todos sus momentos y condiciones, centrando particularmente la atención sobre la gravedad del aborto y de la eutanasia…” (EV 85). Esos grupos se han comportado, en Francia por ejemplo, como si fueran la conciencia viva de la Iglesia. Han solicitado que se redacten oraciones por la familia y por los niños aún no nacidos. Y han propuesto que el ciclo litúrgico esté marcado por el Evangelio de la vida (EV 84). Han logrado que el día de la fiesta de la madre, muy popular entre nosotros, sea también día de la “fiesta de la vida”. Invitan a los obispos, y especialmente a la comisión episcopal de la familia, a intervenir públicamente cada vez que se trata de otorgar el “derecho” al aborto. Hicieron presión en el epis- Los textos romanos anteriores habían sido mal recibidos porque se juzgaba demasiado severa y negativa la descripción que daban de las sociedades modernas. La Evangelium vitae dio escándalo. ¿Cómo era posible atreverse a invocar una cultura de la muerte, al hablar de sociedades que se presentan a la vanguardia del transcurso del tiempo, y de democracias tan sumamente convencidas de su propia excelencia, que se esfuerzan por exportar su propio modelo a todos los países de la tierra e incluso se imaginan que representan una especie de “fin de la Historia”, ya que después ya no se podría esperar ninguna otra innovación social y política? (F. Fukuyama). 4 Cf. J.-L. Bruguès o.p. Les idées heureuses. Conférences de carême données à Notre Dame de Paris en 1996, Paris, Cerf, 1996 (6ème conférence: Ressemblances, pp. 143-145). 5 En el marco de las Jornadas Mundiales de la Juventud, en Colonia, diecinueve grupos, movimientos y asociaciones comprometidos en el Evangelio de la vida, y algunos nacidos en el surco de la Evangelium vitae, se reunieron en la parroquia de Sankt Suitbertus de Dusseldorf. Habían construido una “Casa de la vida” que fue visitada por miles de peregrinos. H 99 la doble expresión cultura de la muerte/cultura de la vida ha penetrado en muchas mentes, incluso en quienes no participan de la fe cristiana. Tiende a pasar al vocabulario común. Los periodistas la mencionan de buen grado. Incluso a veces los políticos la utilizan en sus discursos. 6 Ese desacuerdo fue analizado en la Veritatis splendor 113 (cf. También nn. 56, 62 y 64). H 100 copado cuando las circunstancias políticas lo exigían, como, por ejemplo, en el momento de examinar proyectos de ley sobre la eutanasia, por parte de los parlamentos nacionales, difundiendo comunicados que recordaban la dignidad de todo ser humano, incluso disminuido por la enfermedad y por los años. En resumen, esos grupos dieron como un latigazo a la conciencia cristiana. Y también abrieron un espacio a la postura de los obispos. Comienza entonces a esbozarse una evolución que constituye quizás una tercera onda de choque. Los obispos franceses habían sufrido una doble desestabilización, en 1968 y en 1974. El “espíritu del 68”, recordamos, rechazaba las nociones de ley, de obligación y de prohibición, y produjo una especie de reticencia durante toda una generación de clérigos y de laicos que no indicaron la falta por temor de herir al pecador. La publicación de la encíclica Humanae vitae, en ese mismo año, provocó un desacuerdo de una parte del clero y de la opinión católica, y sus efectos todavía no se han dispersado del todo6. Los obispos debían tenerlo en cuenta: muchos sacerdotes ya no adherían a la moral sexual y familiar enseñada por la Iglesia y no admitían que pudieran existir normas morales absolutas que se impusieran como tales a la conciencia personal. Otra sacudida estremeció al episcopado francés con los debates que precedieron a la adopción de la primera ley de despenalización del aborto, denominada “ley Veil”, en 1974. Esta vez, algunos teólogos tomaron públicamente sus distancias respecto de la postura tradicional de la Iglesia. Algunos hombres políticos de inspiración cristiana se dejaron convencer por sus argumentos y votaron a favor del proyecto de ley. Posturas de ese tipo no podían sino colocar al episcopado en una situación embarazosa. En una declaración pública, los obispos reiteraron la oposición de la Iglesia a toda forma de aborto directo y voluntario; y remitieron a los cristianos al juicio de su propia con­ciencia. Pues antes de ser responsable ante su propia conciencia, cada uno de nosotros es responsable de su conciencia. En otras palabras, la conciencia no es esa “roca de bronce”, de la que hablaba el Cardenal Joseph Ratzinger, contra la cual tropezarían y fracasarían las pres­cripciones de la Iglesia7; no es ese parlamento interior que se reúne a puerta cerrada, tan amado por Jean-Jacques Rousseau. Por su misma naturaleza, está abierta a la palabra del Otro8. Ejerce su magisterio sólo si antes ha sido bien formada y bien informada9. Remitir al juicio de la conciencia era una actitud impecable a nivel teológico; en la coyuntura de la época, indicaba algo como una indecisión por parte del episcopado francés. A dicha indecisión siguió un gran desaliento. Desde luego, el episco­pado francés tomaba la palabra cada vez que el aborto veía ampliar su campo de aplicación, como, por ejemplo, con la fecundación in vitro que sacrifica generalmente varios embriones, o con la definición del embrión, por el Comité Consultivo Nacional de Ética, como una “per­sona humana potencial”10. Sus posturas no carecieron de coraje, pero se adivinaba en él una especie de inquietud dubitativa: ¿para qué? ¿Cómo es posible seguir recordando la ilegitimidad moral del aborto si las mentes se alejan siempre más de esta convicción fundamental? ¿Cómo penetrar en la sombra creciente, en la que parece encerrarse la conciencia de la mayoría de nuestros conciudadanos? Es preciso subrayar muy bien, aquí, las grandes diferencias que separan la situación estadounidense de la europea, en particu­lar de la francesa. En Estados Unidos las leyes que liberalizan el aborto se consideran como convenciones sociales que nacen de una relación entre partidarios y adversarios y, por tanto, pueden ser revisadas indefinidamente. Un tribunal puede pronunciarse en un momento dado a favor de la liberalización; más adelante, al cambiar sus miembros, ese mismo tribunal puede decidir lo contrario, a favor de una restricción. La situación europea y la francesa es más ideológica. La Evangelium vitae dio un estímulo espectacular a los partidarios de “Pro life”. La liberalización del aborto ha sido interpretada por muchos como una liberalización de la condición femenina y un progreso en humanidad. ¿Cómo es posible retroceder? Algunos episcopados viven con difi- Antes de ser responsable ante su propia conciencia, cada uno de nosotros es responsable de su conciencia. En otras palabras, la conciencia, por su misma naturaleza, está abierta a la palabra del Otro. Ejerce su magisterio sólo si antes ha sido bien formada y bien informada. 7 Cf. G. Cottier, Le refus moderne de la consciente morale, en: “Nova et vetera”, 1994. 8 Cf. J.-L Bruguès o.p., Des combats de lumière. Conférences de Carême 1997 données à NotreDame de Paris, Paris, Cerf, 1997 (3ème conférence: L’Une et l’autre voix, pp. 61-84). 9 Cf. J. –L. Bruguès o.p., Précis de théologie morale générale, Tome II, vol. 2, “Essais de l’écolecathédrale”, Paris, Parole et Silence, 2003 (pp. 161 ss). 10 Cf. J.–L. Bruguès o.p., La Fécondation artificielle au crible de l’éthique chrétienne, Paris, Communio/Fayard,1989. H 101 “Los políticos y legisladores católicos deben sentirse especialmente interpelados en su conciencia, rectamente formada, sobre la grave responsabilidad social de presentar y apoyar leyes inicuas. No hay coherencia eucarística cuando se promueven leyes que van contra el bien integral del hombre, contra la justicia y el derecho natural. (...) H 102 cultad la etiqueta de “conservadores” y “retrógrados” que los media y cierta opinión pública suelen colgarles. ¿Se están comenzando a esbozar algunas evoluciones? Los grupos que han elegido la Evangelium vitae como línea de conducta principal realizan un trabajo de “lobbying” eficaz. Algunos obispos, nombrados más recientemente, parecen querer sacudirse el desaliento. Varios de ellos invitan a los cristianos que lo solicitan, a interpelar antes de las elecciones a los candidatos para preguntarles cómo piensan afrontar las cuestiones del aborto y de la eutanasia. Si, como se prevé, las nuevas generaciones en los episcopados intervienen con una mayor determinación sobre las cuestiones de vida y muerte que afectan a nuestra sociedad, esta evolución se tendrá que interpretar como un efecto retrasado de la publicación de la encíclica de 1995. En fin, esa misma evolución podría lograrla, en nuestros días, el mundo político. Sería una cuarta onda de choque. El cuadragésimo Sínodo de los Obispos celebrado en Roma dio lugar a varios debates. Uno de los más animados trataba del vínculo que se ha de establecer entre la eucaristía y las posturas de los hombres políticos que manifiestan sus convicciones cristianas sobre la cultura de la muerte. En este caso también los panoramas son muy distintos entre los Estados Unidos y Europa. No obstante, el Sínodo estimó entonces oportuno dirigir una proposición al Santo Padre, redactada en los siguientes términos: “Los políticos y legisladores católicos deben sentirse especialmente interpelados en su conciencia, recta­mente formada, sobre la grave responsabilidad social de presentar y apoyar leyes inicuas. No hay coherencia eucarística cuando se promueven leyes que van contra el bien integral del hombre, contra la justicia y el derecho natural. No se puede separar la opción pri­vada y la pública, poniéndose en contradicción con la ley de Dios y la enseñanza de la Iglesia, y esto debe ser considerado también respecto a la realidad eucarística (cf. 1 Co 11, 27-29)” (40° Sínodo de obispos, n°46). Es demasiado pronto para calcular el impacto de ese texto. Podemos, sin embargo, adelantarnos y afirmar que una proposición como ésta nunca hubiera salido a luz si no hubiera sido por una encíclica que estimulara, con la fuerza que sabemos, a los miembros de la Iglesia a comprometerse decididamente al servicio de la cultura de la vida. No nos equivocamos: la proposición de los padres sinodales plan­tea nuevamente una distinción famosa, muy clásica y firmemente establecida en la mente de los hombres políticos que reivindican su pertenencia al cristianismo. Sabemos que esta distinción se remon­ta a Max Weber. El sociólogo alemán explicaba que toda persona dependía de dos esferas éticas: la de las convicciones forjadas en la conciencia individual, y la de las responsabilidades ejercidas por la persona en la sociedad. Esas dos esferas no coincidían forzosamente y podían incluso hallarse en una situación de rivalidad. Las convic­ciones propias podían llevar a un hombre político a juzgar malas algunas prácticas a las que él, sin embargo, daba un reconocimiento público si estimaba que constituían un mal menor. Recordamos que el Presidente de la República francesa había declarado, en 1974, que personalmente era contrario al aborto, pero que sus responsabilida­des como jefe de Estado lo obligaban a apoyar un proyecto de ley, presentado por su ministro de salud, que se proponía despenalizar un mal social para poder circunscribirlo mejor. Quince años des­pués, en marzo de 1990, en circunstancias idénticas, el rey de los belgas había preferido abdicar durante treinta y ocho horas para no tener que promulgar una ley de “descriminalización” que él juzgaba ofensiva para su conciencia11. La Evangelium vitae, después de la Veritatis splendor, había dado como ejemplo el segundo comportamiento, sin indicarlo expresamente. Nunca está permitido tomar una decisión, por importante que sea, sobre la cual la conciencia personal tenga una objeción absoluta. “Así pues, el aborto y la eutanasia son crímenes que ninguna ley humana puede pretender legitimar. Leyes de este tipo no sólo no crean ninguna obligación de conciencia, sino que, por el contrario, establecen una grave y precisa obligación de oponerse a ellas me­diante la objeción de conciencia” (EV (…) No se puede separar la opción privada y la pública, poniéndose en contradicción con la ley de Dios y la enseñanza de la Iglesia, y esto debe ser considerado también respecto a la realidad eucarística (cf. 1Co 11, 27-29)”. 11Cf. J.-L Bruguès o.p., Précis… tome I, op. cit. (pp. 77-78). H 103 Nunca está permitido tomar una decisión, por importante que sea, sobre la cual la conciencia personal tenga una objeción absoluta. “Así pues, el aborto y la eutanasia son crímenes que ninguna ley humana puede pretender legitimar. Leyes de este tipo no sólo no crean ninguna obligación de conciencia, sino que, por el contrario, establecen una grave y precisa obligación de oponerse a ellas me­diante la objeción de conciencia” (EV 73). 12 El trabajo había sido ampliamente preparado por la encíclica Veritatis splendor (cf. Nn. 96-98, 101). 13Por lo que se refiere a los lazos que unen las tres encíclicas, es interesante consultar: G. Cottier, La loi naturelle dans les encycliques: Fides et ratio, Veritatis splendor et Evangelium vitae, en: “Nova et Vetera”, 2002/2. H 104 73). La encíclica recordaba el deber de los responsables de la vida política “de tomar decisiones valientes a favor de la vida” (EV 90). Los obispos franceses habían invitado a los políticos elegidos a armonizar sus opciones públicas con sus convicciones personales. El Sínodo va más lejos. Propone que se vuelva la espalda a la dis­tinción de Max Weber y se insista en la coherencia necesaria entre las convicciones personales y las opciones políticas. No es seguro que el mundo político haya calculado bien aquello que se puede denominar una “revolución de las conciencias”12. La cuarta onda de choque se encuentra sólo en sus orígenes. *** Desde hace mucho tiempo, sabemos que los profetas nunca son popu­lares. Juan Pablo II nos lo había advertido: “Al anunciar este Evangelio, no debemos temer la hostilidad y la impopularidad, rechazando todo compromiso y ambigüedad que nos conformaría a la mentalidad de este mundo” (EV 82). Sólo después de largo tiempo se verifica la pertinencia de esas advertencias. Hemos tratado de mostrar que si el carácter profético de la encíclica chocó en un primer momento con la hostilidad de una opinión molesta por la descripción de la cultura de la muerte que en ella se daba, terminó por hacer entrar, progresivamente, categorías, reflejos y convicciones favorables a una cultura de la vida, primero en la conciencia de los católicos, listos a movilizarse hoy más que ayer, y luego, sin lugar a dudas, en la de muchos hombres de buena voluntad. No está prohibido a los profetas mostrar su habilidad. Sólo tres años después de la Evangelium vitae, el 14 de septiembre de 1998, el Papa publicaba su cuarto gran texto. La encíclica Fides et ratio mostraba hasta qué punto la Iglesia ha apreciado siempre los es­fuerzos de la inteligencia humana. La fe necesita de la razón, la razón necesita de la fe13. Si la teología atraviesa en este momento un largo período de “pen­samiento débil”, como dicen los italianos, ¿no será debido a la atonía de la filosofía? Los intelectuales, y en es- pecial los filósofos, se vie­ron valorizados con su publicación. En ese reencuentro preparado con esmero, ¿Juan Pablo II no trataba acaso de poner la razón, y a aquellos que se consagran a su búsqueda, al servicio de la cultura de la vida (EV 98)? H 105 Juan de Dios Vial Correa La vocación humana está en peligro Entrevista concedida al diario El Mercurio por el Dr. Vial Correa en abril de 1995, al momento de la publicación de la encíclica Evangelium vitae de Juan Pablo II. Presidente de la Pontificia Academia para la Vida, el rector de la Universidad Católica de Chile se encuentra estrechamente vinculado a los temas de la encíclica Evangelium vitae, sobre el valor y el carácter inviolable de la vida humana. A propósito de esta defensa del hombre en la cual se ha empeñado tan a fondo el pontificado de Juan Pablo II, Juan de Dios Vial Correa discurre en su despacho de rector en Alameda 340. Pausadamente sus respuestas a El Mercurio van recorriendo el hilo temático de la Evangelium vitae. —En el contexto general del magisterio de Juan Pablo II ¿qué importancia y qué oportunidad le atribuye a la encíclica Evangelium vitae, publicada en marzo de 1995? —Una de las grandes paradojas del siglo XX es el contraste entre las inmensas posibilidades de proteger la vida y de hacer el bien, por un lado, y el frío desdén hacia la vida humana por el otro. Este último aspecto negativo ha estado creciendo fuera de toda proporción, como se ve en la justificación ideológica y la aceptación legal de prácticas como el aborto y la eutanasia. Estos cambios implican una alteración profunda en las bases de la convivencia humana. Por eso es que era necesario no sólo que la enseñanza milenaria de la Iglesia fuera reafirmada, sino que se lo hiciera con particular energía. H 106 —En pocas ocasiones el actual Papa ha usado un lenguaje tan categórico como en esta encíclica para referirse a una clara confrontación entre el bien y el mal y a la responsabilidad que en ello cabe a los distintos poderes sociales. ¿Cómo evalúa esto? ¿Podrá sobreponerse el bien al mal? —La encíclica se llama “Evangelio de la Vida”. Evangelio es una buena noticia. La buena noticia es que la vida humana es siempre buena, y siempre digna de ser vivida. Esta afirmación, que responde a un deseo muy profundo del corazón humano, debe ser fundamentada y desarrollada. Véase por ejemplo el número 81 de la encíclica: el núcleo del Evangelio de la Vida es el anuncio de un Dios vivo y cercano que nos llama a una profunda comunión con Él. La última victoria le pertenece ciertamente a Dios. Ahora bien, el rechazo a la vida huma- algún momento del desarrollo fetal del na, singularmente a la de los débiles e sistema nervioso, o bien en el momenindefensos, es rechazo a ese Dios vivo y to en que la madre “los desea”, o bien cercano. Rechazo en las conciencias indi- cuando el embrión se implanta, etc. Pero viduales, en las costumbres y en las legis- el desarrollo de los gemelos univitelinos laciones. Es rechazo a una buena noticia (mellizos iguales), que provienen de un y augurio de una época de inhumanidad solo huevo fecundado, muestra que la y desconfianza. Eso es evitable. Mas para determinación de las características indievitarlo se requiere entender lo que está viduales de un sujeto se halla establecida en juego. Lo que está en juego es el bien desde mucho antes que cualquiera de de la vida, es la fidelidad esos momentos. Un emal Dios de la Vida. brión muy precoz no es los hombres de hoy son Me parece que los homun mero “tejido humano”, ingenuos frente al mal. Tendemos a pensar que es bres de hoy son ingenuos sino que es efectivamente el fruto de la ignorancia frente al mal. Tendemos tal o cual sujeto humano o de la debilidad y que a pensar que es el fruto en un momento tempraestamos básicamente de la ignorancia o de la no de su desarrollo, y inclinados a actuar bien. debilidad y que estamos salvo en la fecundación, Los cristianos sabemos que no es así. La pasión básicamente inclinados a no existe ningún instante de Jesucristo no tendría actuar bien. Los cristianos en el que el proceso de razón de ser si el combate sabemos que no es así. desarrollo se haga disno fuera tremendamente La pasión de Jesucristo continuo. Después de la serio. Lo que ocurre es no tendría razón de ser fecundación no hay ninque prevalece un estilo insinuante, aparentemente si el combate no fuera gún momento en que uno pacífico, que va disimulando tremendamente serio. Lo pueda decir: hasta aquí se la dramaticidad del que ocurre es que prevatrataba simplemente de momento. lece un estilo insinuante, un poco de “tejido humaaparentemente pacífico, no” distinto de los tejidos que va disimulando la dramaticidad del de los padres: desde aquí se trata de un momento. “nuevo individuo”; y luego, más tarde, Algunos defensores del aborto sostienen ser tal o cual hombre o mujer, o sea, una que, al menos hasta pasado cierto tiempo, “persona”. Por el contrario, el simple el fruto de la concepción no puede consi- buen sentido sugiere que es correcta la derarse una vida personal. posición del magisterio de que desde la En esto se ha dicho de todo. Los seres fecundación hay un proceso de desarrohumanos adquirirían derechos algún llo continuo y que el ser humano existe tiempo después de nacidos, o bien en como tal desde la fecundación del hue- H 107 vo. Incluso si uno no estuviera del todo lo hace, le falla gravemente a la sociedad seguro, no podría negar que esta es una humana. Peor aun si se esmera en buscar posición muy plausible. Entonces vale lo argumentos para no hacerlo. que dice la encíclica: “Por lo demás, está en juego algo tan importante que, desde Progresión del aborto el punto de vista de la obligación moral, bastaría la sola probabilidad de encon- —A menudo quienes se manifiestan en trarse ante una persona para justificar contra de la pena de muerte son proclives o la más rotunda prohibición de cualquier bien defienden el aborto y a veces también la intervención destinada a eliminar un em- eutanasia. Asimismo, Estados que proclaman brión humano”. Cuando los derechos inviolables de la se está bajo el peso de una persona y afirman el valor El ejercicio de la libertad duda razonable, no puede de la vida, hacen “legal” el política en una democracia ser lícito matar. aborto y la eutanasia. ¿Cómo sólo tiene sentido si por se explica esta aparente conella se busca cautelar y —¿Qué decir de la actitud promover los derechos tradicción? del hombre. Lo auténtico “prometeica” que, según la —Creo que el fundade mi libertad se mide encíclica, en materias de vida mento profundo de la en la forma en que ella y muerte muestra la ciencia doctrina de los derechos promueve la plenitud y, contemporánea? humanos se ha debilitadesde luego, la libertad —Nadie es dueño de la del otro. El que se arroga do. Para mucha gente los la facultad de decidir vida, ni de la vida propia. derechos humanos son sobre la vida de un Como insiste la encíclica, cosa de la sensibilidad. inocente es un tirano, o un si se admite que algunos En el extremo, tiene deaspirante a tirano. son dueños de disponer rechos el que es capaz de de vidas ajenas, se está quejarse. El embrión, el consagrando de hecho la libertad de recién nacido deforme, el moribundo los fuertes contra los débiles. Fuera de inconsciente no son capaces de quejarmuchas cosas que podrían decirse sobre se. De allí se puede pasar como se ha esto, hay que mencionar que si se permite visto muchas veces, a la eliminación de ese ejercicio pervertido del poder, inevi- aquellos cuyas quejas no alcanzan a ser tablemente se altera la base de confianza escuchadas. Un mundo que vive mucho recíproca que mantiene cohesionada a la de apariencia y espectáculo, vive mucho sociedad en la benevolencia, en el querer de lo que siente con la epidermis. bien al otro, y no a cualquier otro sino al Más allá de estas y otras contradicciones, enfermo, al disminuido, al indefenso. Su el desenvolvimiento social y político del razón de ser es defender esa vida. Si no aborto y de la eutanasia responde en el H 108 planteamiento del Papa a un concepto de libertad “absolutizado en clave individualista”. con el aborto como medio de control del crecimiento demográfico (hasta con la recomendación de formas disimuladas de imposición del aborto pasando por —¿Qué supone esto a la larga para la de- encima de la libertad de las mujeres), mocracia? y ahora, del aborto se está pasando a la —El Papa hace ver simplemente que justificación del infanticidio. De ahí a la “reivindicar el derecho al aborto, al in- eliminación de los enfermos inútiles no fanticidio, a la eutanasia, y reconocerlo hay más que un paso, un paso que ya se legalmente, significa atribuir a la libertad ha dado alguna vez en la historia de la humana un significado humanidad. Hay en eso perverso e inicuo: el de una lógica inexorable aunEl tirano es insaciable en el un poder absoluto sobre que perversa, que puede abuso del poder. La historia los demás y contra los destruir las bases de la reciente del aborto lo demuestra. Una generación demás…” El ejercicio de sociabilidad humana. El atrás, este era considerado la libertad política en una arbitrio del individuo no una cosa abominable. democracia sólo tiene es lo propio de la condiLuego se empezó por el sentido si por ella se busca ción humana. Puede ser aborto “terapéutico”, cautelar y promover los su peor corrupción. se siguió por el derecho al aborto, se empezó a derechos del hombre. Lo decir que el derecho al auténtico de mi libertad —Una ley de aborto o de aborto era un derecho se mide en la forma en que eutanasia ¿puede llamarse de la mujer; más tarde se ella promueve la plenitud propiamente “ley” y obligar continuó con el aborto y, desde luego, la libertad en cuanto tal? como medio de control del crecimiento demográfico, del otro. El que se arroga —Nadie puede obedecer a y ahora se está pasando la facultad de decidir sola disposición que le ordea la justificación del bre la vida de un inocente na matar al inocente. Eso infanticidio. es un tirano, o un aspiranque parece obvio está hoy te a tirano. Y el tirano es día puesto en cuestión insaciable en el abuso del en países en los cuales el poder. La historia reciente del aborto lo médico que rehúsa practicar el aborto ve demuestra. Una generación atrás, este era su carrera profesional tronchada. En esa considerado una cosa abominable. Luego forma, la “ley” perversa viola el fuero se empezó por el aborto “terapéutico”, se de la conciencia individual, y pretende siguió por el derecho al aborto, se empezó forzarlos a todos a vivir bajo su imperio. a decir que el derecho al aborto era un de- Es por eso que problemas como los del recho de la mujer; más tarde se continuó aborto y la eutanasia amenazan destruir H 109 a la sociedad humana. Porque su im- población si el aborto no sólo no tuviera plantación legal violenta de tal modo la ninguna sanción, sino que además gozara conciencia moral que trae el desprestigio de atención médica pública? Pensaría del orden jurídico. Si la norma que con- que los legisladores declaran legítimo sagra la peor injusticia llega a imponerse, al aborto, y veríamos tarde o temprano, la justicia de cualquier norma se hace por ejemplo, el contrasentido que se ensospechosa. cuentra ya en algunos países, de que el La encíclica recuerda las palabras de Juan médico que rehúsa prestarse a tal forma XXIII: “Por lo tanto si la ley o preceptos de homicidio sufre una discriminación de los gobernantes estuvieran en contra- en su contra, cuando no una persecución dicción con aquel orden y consiguiente- funcionaria. mente con la voluntad de Dios, no tendrían fuerza Derechos de la mujer Es por eso que problemas para obligar en conciencomo los del aborto y cia. Más aún en tal caso, —¿Son también esas ya la eutanasia amenazan la autoridad dejaría de mencionadas claves individestruir a la sociedad humana. Su implantación ser tal y degeneraría en dualistas de la libertad las legal violenta de tal abuso”. Por otro lado, esa que dan curso a un tratamodo la conciencia moral es la enseñanza invariable miento de la cuestión deque trae el desprestigio de la Iglesia, y nadie tenmográfica, que hace al Papa del orden jurídico. Si la dría derecho a declararse comparar la actitud de los norma que consagra la peor injusticia llega a escandalizado cuando el países ricos a este respecto imponerse, la justicia de Papa, conformándose a con la figura bíblica del Facualquier norma se hace esa enseñanza, dice: “De raón de Egipto? sospechosa. esto se sigue que cuando —Refrenar el crecimiento una ley legitima el aborto de un pueblo recurrieno la eutanasia, deja de ser por ello mis- do a la matanza de sus hijos es lo que mo, una verdadera ley civil moralmente ha cubierto de oprobio por milenios a vinculante”. la figura de ese Faraón. Hoy no es tan Hay que recordar, además, que la ley distinto lo que se preconiza al defender no sólo “manda, prohíbe o permite”. el aborto como medio de regular el creDe hecho, la ley enseña. Eso se ve en las cimiento demográfico. Y no se diga que propuestas de “despenalizar” el aborto. ahora se está procediendo de otro modo El nuestro es un país donde el robo de porque las madres toman libremente su una gallina está penado; donde se castiga decisión. A la criatura que es abortada al automovilista que estaciona mal su ve- nadie le pidió su parecer. Como no pohículo en la calle. ¿Qué podría pensar la día defenderse, ni siquiera manifestarse, H 110 simplemente no tenía derechos. ¡Y esto se defiende en nombre de los derechos de la mujer! El cincuenta por ciento de los fetos abortados es de sexo femenino. ¿Quién hizo valer los derechos de esas mujeres? que el respeto a la vida, el cuidado de ella, engendra una confianza que mantiene a la sociedad humana. El inmenso valor que por muchos siglos se le ha conferido a la Medicina refleja simplemente ese hecho fundamental, que el ser humano se siente —Los preceptos morales negativos –como el exigido, requerido por atender al débil y al mandamiento “no matarás”– entran en co- enfermo: hasta en el juramento de Hipólisión con cierta idea moderna de la libertad. crates, juramento pagano, se percibe que ¿Podría usted explicar su alcance positivo? las necesidades del hombre disminuido —La encíclica responde por la enfermedad son un citando a San Agustín: centro dinámico de la vida Esa es la enseñanza “La primera libertad es social. invariable de la Iglesia, y nadie tendría no tener delitos…”. El derecho a declararse mandamiento negativo, —Al tratar sobre la valoescandalizado cuando el por lo mismo que pone ración moral del aborto, la Papa, conformándose a esa un límite mínimo, es cuiencíclica Evangelium vitae enseñanza, dice: “De esto se dadoso con la debilidad hace referencia a problemas sigue que cuando una ley humana. No le ordena a como las intervenciones solegitima el aborto o la eutanasia, deja de ser por uno hacer aquello que esbre los embriones humanos ello mismo, una verdadera taría a lo mejor por encima y las técnicas de diagnóstico ley civil moralmente de sus fuerzas, sino que lo prenatal. ¿Quisiera comenvinculante”. pone en guardia sobre el tar algo al respecto? punto en que su conducta —El hombre y la mujer en se hace irremediablemente antihumana. la etapa embrionaria o fetal de su vida Pero al mismo tiempo, el mandamiento son acreedores al respeto que se le debe negativo, con su tono absoluto, invita a a la persona. Eso significa que son lícitas reflexionar sobre las razones que se hallan todas las intervenciones que buscan su detrás de un precepto tan serio. ¿Por qué bien y su salud, y que son ilícitas las que causa así, absolutamente, no matar? Y la arriesgan su vida en forma inútil. Yo diría reflexión humana iluminada por la gracia además que son atroces las intervenciova descubriendo que la vida humana es nes que buscan aprovechar esa vida para sagrada, y que odiar o despreciar al otro la experimentación. El hecho de que se es alzarse contra Dios que lo ama, y que el persiga un bien como es el del aumento homicidio se defiende debajo de la menti- del conocimiento, por ejemplo, lejos de ra, y que termina por destruir la sociedad atenuar el mal, lo hace aún más escandahumana. Y del otro lado va descubriendo loso y destructivo del tejido social. H 111 rechaza el homicidio del inocente, rechaza el aborto, rechaza la eutanasia. ¿Por —¿Puede afirmarse que en la condenación qué entonces esta reiteración solemne, que en la encíclica Evangelium vitae se hace hecha con las fórmulas de la infalibilidad, del aborto y de la eutanasia el Papa habló “ex de la condena a algo que contradice en cathedra”, esto es, comprometiendo su infali- forma tan obvia la ley de Dios? Creo que la forma usada por el Papa muestra lo bilidad en materia de fe y de moral? —Tres veces en la encíclica el Papa usa grave de la situación de las conciencias. una fórmula solemne para proclamar una Existe una verdadera marejada que busca doctrina moral: primero, que la eliminación borrar la imagen de Dios en el hombre. directa y voluntaria de un ser humano ino- Arrecian los argumentos seudocientíficente es siempre gravemente inmoral (n. cos. Se exaltan sin pudor los derechos de los sanos y fuertes a 57); segundo, que el aborto disponer de los débiles. directo, es decir, querido A la criatura que es Se pretende disolver el como fin o como medio, es abortada nadie le pidió vínculo más sagrado de siempre un desorden mosu parecer. Como no podía defenderse, ni siquiera la sociabilidad humana ral grave (n. 62), y tercero, manifestarse, simplemente al justificar y proponer que la eutanasia (acción no tenía derechos. ¡Y esto que las madres consientan y omisión que por su nase defiende en nombre de en la muerte de sus hijos. turaleza y en la intención los derechos de la mujer! Todo esto queda como cucausa la muerte con el fin El cincuenta por ciento de los fetos abortados es de bierto de una espesa capa de eliminar cualquier dosexo femenino. ¿Quién hizo de insensibilidad moral. lor), es una grave violación valer los derechos de esas En el cumplimiento del de la ley de Dios (n. 65). mujeres? “no matarás”, lo que está En las dos últimas, el Papa en juego es el fundamento invoca la autoridad de San Pedro que recibió las llaves, la enseñanza mismo de la convivencia humana. Por concorde de sus predecesores y del magis- eso es que el Papa ha juzgado necesario terio ordinario, la tradición de la Iglesia y el usar del más solemne y categórico lenconsenso del colegio episcopal. No soy un guaje del magisterio para “confirmar en canonista para juzgar del aspecto jurídico la fe” a los muchos que podrían vacilar. de todas estas afirmaciones. Pero es evidente que a ellas se traspasa toda la fuerza del Una visión ciertamente sombría… magisterio y que representan doctrina de la Iglesia. De eso no tengo la menor duda. Insisto en que todo esto debe mirarse a la Lo que me llama la atención es otra cosa. luz de la propuesta de la encíclica, del anunLa conciencia cristiana educada en la fe cio de un Dios vivo y cercano, que busca al Motivos de una reiteración H 112 hombre, que le da sentido a su alegría como —¿Este Evangelio de la Vida está dirigido a su dolor, que convoca a todos los hombres sólo a los cristianos? y mujeres como a hijos suyos. Un anuncio —La encíclica se dirige “…a todas las que habla de la plenitud de la vida humana. personas de buena voluntad...”, y lueEsa maravillosa vocación humana está en go nos recuerda que “El Evangelio de peligro, y es eso lo que arranca los párrafos la Vida es para la ciudad de los hommás ardientes de la encíclibres…”. El Evangelio de ca. Eso es también lo que la Vida le da su auténEl hombre y la mujer en la lleva al Papa a enumerar tico fundamento a algo etapa embrionaria o fetal los signos positivos, que los que es necesario a todos de su vida son acreedores hay y muchos. Signos molos hombres y mujeres. al respeto que se le debe a la persona. Eso significa rales de búsqueda de fraSin la “dignidad” de las que son lícitas todas las ternidad, de atención a los personas no hay una sointervenciones que buscan desvalidos, de mil formas ciedad verdaderamente su bien y su salud, y que son nuevas de solidaridad huhumana. El tema de la ilícitas las que arriesgan mana. Signos intelectuales vida recibe una luz y su vida en forma inútil. de progreso científico que una fuerza extraordinaabre nuevas esperanzas de rias desde la fe; pero de vida. Testimonios de valentía y dignidad. suyo “… él pertenece a toda conciencia Cuando la encíclica habla de sombras es humana que aspira a la verdad y está precisamente porque la realidad se halla atenta y preocupada por la suerte de bajo una luz resplandeciente. la humanidad”. Entrevista de JAIME ANTÚNEZ ALDUNATE * * Jaime Antúnez Aldunate, ex editor de “Artes y Letras” de “El Mercurio” es el director de Revista Humanitas H 113 El aborto “terapéutico” a la luz de la encíclica Evangelium vitae. El embrión como persona desde su concepción Josef Seifert*1 El “aborto terapéutico” es sin duda, no obstante sus aspectos meramente empírico-médicos, un tema sobre todo para la antropología filosófica y la ética.2 En este artículo presentaremos el aborto terapéutico, que es una matanza directa de un embrión que se juzga necesaria para la salud o supervivencia de la madre, en el contexto de la pregunta sobre el inicio de la vida humana, porque un argumento principal a favor del aborto es sin ninguna duda la opinión de que el embrión humano, por lo menos durante las primeras semanas de la gravidez, no es una persona humana todavía. Evangelium vitae, enseñando que el embrión humano tiene que ser tratado como persona desde su concepción, no sólo enseña que cualquier matanza directa de un embrión es un crimen gravísimo, sino decididamente implica que el embrión es en verdad una persona ya desde su concepción. Aunque Tomás de Aquino niegue esto, se sigue de sus argumentos a favor de la animación tardía –leídos a la luz del desarrollo actual de la biología, la filosofía y la doctrina de la Iglesia– que en realidad el embrión humano es una persona humana desde su concepción. Hay diversos argumentos que aduciremos en apoyo de que todo aborto es realmente el asesinato de una persona humana inocente, mas primero discutiremos uno de los argumentos en contra del aborto que no * Josef Seifert es Rector de la Academia Internacional de Filosofía de Liechtenstein. 1 Por ende la siguiente afirmación final sobre el aborto terapéutico es totalmente insostenible: “No se necesitan la filosofía, ni la teología, ni el consecuencialismo, ni la ética situacional, ni la discursiva, ni la bioética.” Carlos y Valen zuela, Rev. Méd. Chile 2003; 131: 562-568: “Ética científica del aborto terapéutico”. Véase la excelente formulación de Jorge Ugarte Vial (Cartas al Director de El Mercurio. Jueves 16 y Sábado 18 de Diciembre de 2010), que demuestra el rol indispensable de distinciones filosóficas no solo para el juicio legislativo y ético sobre el aborto terapéutico, sino ya para entender en qué consiste. Asimismo la explicación muy convincente del Presidente Sebastián Piñera en la entrevista publicada en La Tercera del 27 de Diciembre 2010: “Piñera explica su oposición a proyectos de aborto terapéutico”. El mandatario hace la misma distinción fundamental hecha por Ugarte entre un matanza directa del no-nacido y una acción médica que directamente sirve a la madre aunque tenga efectos negativos para el bebé, y añade al imperativo ético -que corresponde totalmente al mensaje de Evangelium Vitaediciendo que nunca apoyará una iniciativa “cuyo objetivo sea matar la vida del niño que está por nacer.” El tema, ampliamente debatido en Chile en el presente momento (véanse por ejemplo las cartas sobre el tema en el Mercurio de Jueves 06 de Enero de 2011), no permite, dentro de los límites de este artículo, entrar directamente en este debate. H 114 requiere la evidencia de que el embrión humano sea una persona, siéndole suficiente nada más que él pueda ser una persona. I. el respeto moral absoluto debido al embrión humano incluso si solamente ‘pudiera ser’ o ‘probablemente sea’ una persona humana La prohibición absoluta de cometer un aborto no requiere una evidencia teórica absoluta de que realmente el embrión es una persona.3 Es suficiente saber que él puede ser una persona: la mera probabilidad o posibilidad racional de que estamos frente a una vida humana inocente basta para que el acto de quitarle la vida sea moralmente criminal. La encíclica Evangelium vitae parece referirse a ello en algunos pasajes, así por ejemplo donde dice: Por lo demás, está en juego algo tan importante que, desde el punto de vista de la obligación moral, bastaría la sola probabilidad de encontrarse ante una persona para justificar la más rotunda prohibición de cualquier intervención destinada a eliminar un embrión humano. (N. 60) Estas afirmaciones valen también en otros casos. Si tenemos buena razón –por ejemplo saliendo de caza– de sospechar que un objeto móvil detrás de un arbusto podría ser una persona humana en vez de ser un oso, sería no sólo probablemente, sino ciertamente inmoral, pegar un tiro a este objeto. Es decir, la inmoralidad evidente del asesinato como tal, y la mera probabilidad de que nosotros pudiésemos causar la muerte de una persona humana inocente, serían motivos suficientes para hacer nuestro acto moralmente malo en absoluto. II. El embrión como Persona Humana desde su concepción No obstante esto nos preguntamos: ¿No hay –en forma de una evidencia más positiva del ser persona del embrión desde el inicio de su vida– una fundación más clara y más incontrovertible para esta norma moral reiterada por la encíclica Evangelium vitae que condena cualquier aborto (incluso en el caso de un conflicto entre la vida de la madre y del hijo)? Para responder a esta pregunta, 2 Seria semejante al caso de un paciente con un infarto irreversible del cerebro. Véanse Josef Seifert, Is ‘Brain Death’ actually Death?,” The Monist 76 (1993), 175-202. H 115 debemos recordar que no son sólo los materialistas y los “actualistas” quienes ponen en duda el estado del ser persona del no nacido, sino también Tomás de Aquino y algunos tomistas contemporáneos. La encíclica misma habla en relación a este punto “de los debates científicos y de las mismas afirmaciones filosóficas en las que el Magisterio no se ha comprometido expresamente” (EV 60). No obstante esto, defenderé la tesis que la misma encíclica enseña, implícitamente, que el embrión humano es persona desde su concepción. 1. Tres argumentos contra la afirmación del ser persona del embrión desde el inicio de su vida. Breves respuestas La pregunta de si el embrión humano es una persona desde su concepción es una pregunta debatida, incluso entre aquellos que convengan que el embrión humano debe tener, desde su concepción, la protección completa por la ley moral y estatal. Hay por lo menos tres objeciones ontológico-antropológicas fundamentales contra el ser persona del embrión desde su concepción: 1) La primera deriva de una filosofía materialista según la cual el ser persona de un ente humano consistiría solamente en los acontecimientos cerebrales, o por lo menos sería nada más que una consecuencia de ellos. Si esa posición fuese verdadera, por supuesto el embrión no podría ser persona durante las primeras seis semanas o, si se requiere un cerebro plenamente funcional, no sería persona incluso durante el primer año de su vida extrauterina. Mas un tal materialismo es tan flagrantemente falso y opuesto a la visión del hombre de Evangelium vitae que no lo trataremos aquí.4 2) El mismo rechazo al ser persona del embrión se sigue también de un tipo de actualismo filosófico que exige que, siendo una persona, dependa de una actividad consciente y no constituya un ser substancial y ontológicamente independiente de los actos humanos. De tal actualismo se seguiría que quien no actúa como persona no es persona. Contra tal posición actualista cabe responder: La persona es una sustancia, es decir, ella es un sujeto último que está en sí mismo en el ser y no es sólo una función de otra cosa. La persona humana individual en la cual se fundan, entre otras, las facultades del intelecto y del libre albedrío, que pertenecen esencialmente a la persona, existe plenamente incluso cuando sus facultades no pueden 3 Véanse Ludger Hölscher, The Reality of the Mind. St. Augustine’s Arguments for the Human Soul as Spiritual Substance (London: Routledge and Kegan Paul, 1986), y Josef Seifert, Das Leib-Seele Problem und die gegenwärtige philosophische Diskussion. Eine kritischsystematische Analyse (Darmstadt: Wissenschaftliche Buchgesellschaft, 21989). H 116 ser usadas. El alma substancial de la persona y sus energías y facultades fundamentales preceden todas sus actualizaciones y no son en absoluto reducibles a sus actualizaciones. Por lo tanto, no se puede nunca concluir que no hay una persona porque ella no puede actuar como persona humana.5 3) Otra tesis ontológica que termina por negar el ser persona del embrión recién concebido es la de Tomás de Aquino y otros autores. Su argumento es este: para recibir un alma racional, se requiere un cierto desarrollo del cuerpo. Aunque Tomás y la mayor parte de los tomistas rechazan el aborto bajo cualquier circunstancia, sus enseñanzas introducen en la discusión actual una cierta dosis de confusión e incertidumbre en círculos pro-vida y convencen a algunos que por lo menos “el aborto terapéutico” durante el primer trimestre, especialmente en una sociedad democrática pluralista secular, debería ser admitido. Dado que la opinión de Tomás posee tan alto peso en los lectores de la encíclica Evangelium vitae, querríamos investigar su teoría con más detalle. Como Santo Tomás de Aquino mismo nunca quiso defender la mera “opinión de una cierta escuela”, sino solamente la verdad de un argumento y su punto de referencia absoluto, debemos preguntar si es esta una teoría verdadera. 2. Entender los argumentos biológicos, filosóficos y teológicos de Tomás de Aquino por la “animación tardía” como Pruebas de que la vida humana es personal desde su concepción Quisiera demostrar que hoy en día una defensa de la enseñanza tomista sobre la animación gradual contradice a Tomás de Aquino mismo y es además anacrónica y falsa. Utilizaré cinco argumentos para demostrar que el embrión ya es persona desde su concepción. La mayor parte de estos argumentos derivan de los propios principios de Tomás de Aquino, habiendo de considerarse, sin embargo, que los conocimientos científicos y religiosos posteriores representan razones fuertes contra la teoría de la animación tardía. Hay varias verdades –algunas conocidas por una filosofía aplicada a los hechos científicos, otras recibidas de la fe que él profesó– que indudablemente conducirían hoy a Tomás de Aquino a rechazar clara e inequívocamente cualquier doctrina de la animación tardía. 4 Vea Stephan Schwarz, The Moral Question of Abortion (Chicago: Loyola University Press, 1990). H 117 3. La necesidad de que el cuerpo tenga una forma humana específica para recibir el alma humana espiritual: ¿argumento en contra, o argumento a favor, del ser persona del embrión desde la concepción? La primera razón por la cual Santo Tomás enseña la animación tardía6 es en sí misma muy hermosa y verdadera, pero su inclinación por esta tesis se funda sobre una base biológica débil y errónea. Sabemos ahora que la estructura y formación del cuerpo distintivamente humano que Santo Tomás reclamaba, con fundadas razones, para la animación de un alma racional, existe desde el inicio del ser vivo al nivel del código genético. El principio que forzara a Santo Tomás a creer en la infusión del alma después de la concepción, es que él pensaba que el embrión al inicio era una pura masa informe, producto de la sangre menstrual mezclada con semen. Razonamiento bien fundado, porque una masa informe sin duda no podría recibir un alma racional. Si esta biología primitiva fuese verdadera, nosotros igualmente estaríamos obligados a afirmar la infusión del alma racional después del momento de la concepción. Pero como la verdad es el contrario, el mismo principio exige el reconocimiento de la personalidad del embrión desde su concepción. Tomás explica que la recepción de un alma requiere un cierto nivel, precedente a la formación del cuerpo.7 Siendo esto perfectamente verdad, ahora sabemos con exactitud que el nivel de formación requerido para que el cuerpo pueda recibir un alma racional existe ya a partir del instante mismo de la concepción del embrión humano. 4. La identidad de la vida humana requiere la identidad del ser humano desde la concepción hasta la muerte y la unicidad de la ”humana forma corporis“ Dada la identidad del ser humano, no podemos afirmar que en la misma entidad biológica precede a la persona humana un ser vivo no racional y por ende no humano. Gregorio de Nisa formula en modo verdaderamente genial que esto significaría que “yo mismo sería antecedente a mí mismo”: Puesto que el hombre que consiste en alma y cuerpo es un ser único, afirma5 Por esta misma razón, como veremos, rechaza la enseñanza de la concepción inmaculada de la Vírgen María. 6 Tomás de Aquino, Summma Theologica, Prima Secundae, qu. 11, 3, ar. 7, co. H 118 mos que allí se debe atribuir a él un principio común único de su existencia, a fin de que no se encuentre siendo antecedente y anterior a sí mismo.8 Esta visión es mucho más cercana a la tesis tomista de la unicidad de la forma (alma) del cuerpo humano que la tesis de la animación tardía. Mientras que esta unidad del ser humano permite una cierta no-identidad con el alma racional de la vida biológica de cada célula y de órganos aislados del cuerpo,9 no admite que el ser humano fuese primero concebido como una planta, se transformase después en un animal y finalmente en una persona. No cabe concebir que uno mismo haya vivido en el útero de su madre como planta o animal hasta que comenzara a vivir como persona, un mes más tarde de iniciada su vida y su concepción. 5. La dignidad de la persona humana excluye que hayamos sido alguna vez un animal La dignidad de la persona humana excluye que hayamos sido en principio una planta, después un animal y que nuestra alma e identidad humana entró en un cuerpo vivo que durante algún tiempo era otro ente. Una persona religiosa sentirá una profunda contradicción con la dignidad de la persona si acaso considera las consecuencias de esto: María no sería esencialmente diferente de un animal en el útero de Santa Ana. El tono blasfemo de esta afirmación se entiende en razón de que la dignidad de la persona humana requiere la identidad de un solo sujeto desde la concepción hasta a la muerte. 6. Un entendimiento propio y personalista de la generación de la persona humana exige la plena humanidad del concebido Sigue inmediatamente un nuevo argumento que tiene un aspecto genéticoempírico, pero también un significado personalista profundo. San Máximo el Confesor, que rechazó la teoría de la animación gradual, expresó este punto con profunda sabiduría: Si tú afirmas que [el embrión humano] tiene solamente un alma nutritiva que dirige su crecimiento, entonces ciertamente … nuestro cuerpo al inicio será el de una planta, 7 San Gregorio de Nisa, De hominis opificio, 29. 8 Véanse Josef Seifert, Leib und Seele. Ein Beitrag zur philosophischen Anthropologie (Salzburg: A. Pustet, 1973); Das Leib-Seele Problem und die gegenwärtige philosophische Diskussion. Eine kritisch-systematische Analyse (Darmstadt: Wissenschaftliche Buchgesellschaft, 21989). H 119 y no el de un hombre. Y cómo un varón podría ser el padre de una planta no puedo comprenderlo, puesto que en este caso evidentemente el embrión no poseería la naturaleza humana. Si… tú asignas solamente un alma sensible al embrión, entonces desde la concepción el embrión humano tendrá claramente el alma de un caballo o de un buey o de algún otro animal de la tierra o del aire, y así… el varón no será el padre de un ser humano en la primera unión [del alma con el cuerpo], pero de una planta o de un animal. ¿Qué podría ser más absurdo o loco que esto?10 Este argumento no es un mero argumento bio-filosófico. Señala la indignidad de la paternidad y maternidad, si lo que los padres engendran no fuese un ser humano sino una planta o un animal. La idea de que una madre hubiese concebido un animal que llegó a ser solamente más adelante humano, constituye un ataque contra la dignidad de cada persona humana y la de la maternidad y paternidad humana. La grandeza de la persona requiere que lo sea ella desde el principio de su existencia.11 7. El primer argumento teológico: La validez de la observación del Aquinate de la contradicción lógica entre la enseñanza de la inmaculada concepción y la infusión posterior del alma racional Santo Tomás mismo enseña que la consecuencia de la teoría de la animación tardía es la negación de la Inmaculada Concepción de la Virgen. Según Tomás −y en esto él tiene obviamente razón− es imposible afirmar la inmaculada concepción si se infunde el alma racional de la Virgen, como él enseña, con posterioridad a la concepción, porque según esta teoría, en el instante de la concepción María habría tenido un alma puramente vegetativa y ni esa, ni su posterior alma animal (que habría seguido al alma vegetativa) hubiese sido capaz de pecado original ni de gracia. El alma animal ¡claramente no está capax gratiae!12 Tomás mismo afirma en varias ocasiones que su teoría filosófica sobre la animación tardía, no compartida por todos sus contemporáneos, es incompatible con la enseñanza de la Inmaculada Concepción, que en su tiempo no había sido declarada todavía como dogma.13 9 San Maximo el Confesor, Ambiguorum Liber. Contra eos qui corpora ante animas existere affirmant (PG 91, 1338). 10No puedo mostrar aquí que también algunos de los argumentos más fuertes a favor de la encíclica Humanae Vitae tan querida por el Papa Juan Pablo II no pueden entenderse bien sin esta base antropológica y metafísica. Véanse Josef Seifert, „Una reflexion filosófica y una defensa de Humanae Vitae. El don del amor y de la nueva vida,“ in: Benedicto XVI, Karol Wojtyìa, Carlo Caffarra, Antonio Ma. Rouco Varela, Angelo Scola, Livio Melina, Alfonso López Trujillo, Fernando Chomali, Josef Seifert, A cuarenta años de la encíclica Humanae vitae, Cuaderno Humanitas No 19, Pontificia Universidad Católica de Chile, Octubre 2008, pp. 49-59. 11Tomás defiende también otros argumentos puramente teológicos contra la inmaculada concepción de María, por ejemplo en In III Sententiarum, Ds-3, qu. 1, Art. 1B, CO. 12Véanse Tomás de Aquino, QUODLIBETA I, XI, N.-6, qu. 5, ar. 1, co.; In III Sententiarum, dist. 3, qu1, ar 1,A, co; In III Sententiarum, dist. 3, qu. 1, art. 1, B co. H 120 Sin embargo, si la consecuencia lógica necesaria de su teoría es la negación de un dogma, no solo como filósofos sino igualmente como católicos debemos rechazar la enseñanza de la animación tardía como falsa. Por lo tanto se sigue que como Santo Tomás indudablemente habría aceptado en su fe que la doctrina dogmática de la inmaculada concepción es verdad, el mismo Tomás habría rechazado hoy su teoría de la animación tardía. Juzgando imposible que el alma de María fuese creada de una manera enteramente diferente a la del resto de la humanidad, él vería la contradicción lógica y necesaria entre la enseñanza de la animación tardía y la fe en que María fue concebida sin pecado, porque ambas situaciones, la capacidad para el pecado original y también para la gracia requieren metafísica y necesariamente un alma humana racional. Esto es explicado por Tomás en muchos de sus escritos14 y formula el mismo principio cuando, por ejemplo, habla sobre el profeta Jeremías.15 8. El absoluto moral que implica el respeto por la vida exigido por Evangelium vitae. Una prueba teológica del ser persona del niño desde su concepción. Evangelium vitae n° 60 afirma, de una manera solemne, citando Donum vitae (I, C. 79), que “El ser humano debe ser respetado y tratado como persona desde el instante de su concepción y, por eso, a partir de ese mismo momento se le deben reconocer los derechos de la persona, principalmente el derecho inviolable de todo ser humano inocente a la vida”. Esta formulación indica mucho más que una posibilidad condicional de que el embrión sea persona. Si el embrión no fuese persona desde el inicio, Evangelium vitae sería culpable de un error serio al insistir que la vida humana debe ser, a partir del momento de la concepción y sin cualquier excepción, objeto de un respeto incondicional por la persona, y de afirmar (ibíd., 45): “El valor de la persona desde su concepción es celebrado [énfasis nuestro] …”, o: “…las mismas conclusiones de la ciencia sobre el embrión humano ofrecen una indicación preciosa para discernir racionalmente una presencia personal desde este primer surgir de la vida humana: ¿cómo un individuo humano podría no ser persona humana?” (ibíd., 60)16 13Por ejemplo, en Compendium Theologiae, lib. I, cap. 22, 4. 14In Hieremiam, cap. 1, LC, 3. 15Donum vitae, AAS 80 (1988), 78-79. H 121 III. Ser persona desde la concepción y el mal intrínseco de cualquier forma del aborto según Evangelium Vitae - respuesta a objeciones Si el argumento fundado sobre la mera probabilidad de que el embrión pueda ser una persona se halla en Evangelium vitae, su declaración solemne, que condena cada aborto a partir de la concepción como intrinsece malum (ibíd., 62), implica que el embrión humano desde el principio de su existencia ES de hecho esencialmente una persona en el cuerpo, espíritu encarnado: Por tanto, con la autoridad que Cristo confirió a Pedro y a sus Sucesores, en comunión con todos los Obispos … declaro que el aborto directo, es decir, querido como fin o como medio, es siempre un desorden moral grave, en cuanto eliminación deliberada de un ser humano inocente. 17 Juan Pablo II insiste en que incluso en el caso más dramático de un aborto “terapéutico” –de peligro para la vida de la madre– la muerte deliberada del feto es intrínsecamente y siempre un grave mal18. Ninguna de las “razones terapéuticas” para justificar el aborto, ni relativas a la vida y salud de la madre, ni los argumentos eugenésicos de la mala salud del embrión, pueden de hecho justificarlo: Evangelium vitae condena clara e inequívocamente, con Gaudium et Spes,19 el “aborto terapéutico” como ataque a la vida humana, como “un acto intrínsecamente malvado”, calificándolo además, junto con el Concilio Vaticano II, un “crimen nefando”. Podemos de esta manera leer la encíclica Evangelium vitae del Papa y futuro beato Juan Pablo II, como un grandioso testimonio en favor de la inmensa dignidad y del valor indecible de cada ser humano, que obliga siempre a un respeto incondicionado por la persona humana, en todos los estadios de su vida. 16Véanse también: “el aborto procurado es la eliminación deliberada y directa, como quiera que se realice, de un ser humano en la fase inicial de su existencia, que va de la concepción al nacimiento” (58); „ la eliminación deliberada de un ser humano inocente“ (58) 17Así, la teoría de la animación tardía contradice no sólo al dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, sino también a la infalibilidad general de la enseñanza de la Iglesia en materias morales y dogmáticas, especialmente a la encíclica Evangelium vitae. 18Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 51: “Abortus necnon infanticidium nefanda sunt crimina”. H 122