Garrincha, El ángel de las piernas torcidas

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Garrincha, El ángel de las piernas torcidas
viernes, 02 de abril de 2010
Por:
Historias Mundialistas
El hombre que llevó a Brasil a sus dos primeras Copa del Mundo
Por: Fernando Araújo Vélez
“Yo no leo nunca las páginas deportivas de los periódicos ni oigo lo que
dicen en la radio. Me volvería loco. Un día soy un genio del fútbol. Otro, mi
vida privada está en tdoos los titulares y ya no soy un genio del fútbol porque
casi nunca, al hablar de mí, se habla de fútbol sino de lo que hago fuera de la
cancha. Yo lo que hago afuera, la novela de la vida de Garrincha, como la llaman
por ahí, hacen que se olviden del fútbol que yo juego. Entonces no se puede
distinguir. Por eso no leo lo que escriben de mí. Si hablan bien, son mis
amigos. Si hablan mal, son mis amigos también. ¿Para qué molestarme? Soy un
hombre feliz. Yo vivo la vida, la vida no me vive a mí” (Declaraciones tomadas
de una entrevista a Alvaro Cepeda cuando Garrincha jugó en el Junior, años
60).
Para él, un tipo de piel curtida, piernas arqueadas, físico de payaso-barrio
barato y andar despreocupado, la pelota siempre fue lo de menos. Si no aparecía
una había que inventarla, con cualquier trapo y de cualquier manera. Medias,
papeles, cuero, limpión… Si aparecía había que jugar donde el dueño dijera. Todo
con tal de jugar, todo con tal de sentir la pelota pegada a la piel. Lo único
importante, impostergable, vital, era jugar. En la playa, en el peladero de la
esquina, en el potrero. Con los amigos, los enemigos, el policía, los tíos o los
desocupados. Así creció él, Manoel dos Santos… Así se acostumbró a vivir:
Garrincha. Con los años aquel jugar y jugar se volvió obligación. Entonces llegó
el Botafogo, años 50. Y los primeros billetes, los estadios, la selección, la
idolatría…
“Los jugadores de fútbol no somos más que payasos. Salimos al campo de
juego a divertir a un público que paga para vernos ganar o para vernos perder.
Igual que a los payasos en el circo nos aplauden si lo hacemos bien y nos
insultan si lo hacemos mal, pero de ambas maneras los estamos divirtiendo, y si
nos dejáramos llevar por los insultos o los aplausos no podríamos hacer bien
nuestro papel…”
Ser ídolo fue tener que ser responsable. Ser ejemplo, aunque él jamás los
hubiera tenido o deseado, aunque él nunca hubiese pretendido serlo. Kle
enseñaron modales, a hablar en público, a vestirse. A comienzos de 1958 lo
citaron para que hiciera parte de la selección de Brasil que jugaría el Mundial
de Suecia. “La posibilidad del título por fin, de la gloria, de la
inmortalidad”, le dijeron. Y él se embarcó hacia aquel destino. Suecia le sonaba
a frío y a rubio, a nieve. Y él tan moreno, tan hecho al sol, tan sudor.
“Se acostumbra uno a todo, a lo bueno y a lo malo…”
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Su pueblo, Pau Grande, era un pueblo pequeño, pueblo de favelas, de casas con
piso de barro, de siete niños en la misma habitación, de un litro de leche para
todo el día. Allí nació el 18 de octubre de 1935, allí creció, y allí consiguió
su primer trabajo en una fábrica de confecciones.
“A las siete de la noche volvía a la fábrica después de jugar en la
tarde, porque mi padre trabajaba también en la fábrica como celador. A las 10 de
la noche llegaba a la casa, y a las seis estaba de nuevo en el trabajo. Tanta
pobreza y tanta fábrica no me dejaron campo para ser vanidoso ni siquiera años
después, cuando gracias al fútbol lo tuve todo”.
Su pueblo lo vio jugar por siete años en el Sport Club América, el equipo de
la fábrica. Un día de 1951, nadie nunca supo por qué, enfrentó a otro conjunto
de fábrica de camisa en Río de Janeiro y fue la historia de siempre. Lo vieron,
le halaron, lo convencieron… Dos años más tarde Manoel dos Santos debutó con el
Botafogo anotándole dos goles al Flamengo. Entonces comenzaron a llamarlo
Garrincha.
“El Garrincha es un pájaro muy veloz, pero no es nada, no hace nada. No
es un pájaro fino… Más bien es un pájaro maluco, un pájaro pobre que no hace
nada pero que es más veloz que todos los otros pájaros”.
Una tarde cualquiera, tendría 10 ó 12 años, Manoel se fue como todas las
tardes a cazar pájaros con su cauchera. Entrada casi la noche regresó a casa
corriendo con un pajarito entre sus manos. Estaba herido, no podía volar. El
niño no sabía qué clase de ave era y le preguntó a su hermana. Ella, Rosa dos
Santos, le dijo “es un garrincha, igualito a ti, vuela mucho pero no sirve para
nada”. El niño se fue con el pájaro a su rincón predilecto. Lo curó.
“Sí, el garrincha no es nada, no sirve para nada pero es muy veloz. Mire,
el garrincha soy yo”.
La Copa del 58 coenzó el 8 de junio. Favoritos, apuestas, la ruleta de las
oportunidades girando y girando. En fin, el fútbol. Brasiol debutó ante Austria.
Tres por cero. Didí, Vavá, Zagalo. “Fue demasiado”, dijo la prensa. Luego, 0-0
contra Inglaterra. Ni Didí ni Vavá ni Zagalo ni Nilton Santos. Decepción, temor,
apatía… Poco fútbol… Ni un céntimo de imaginación.
“En Pau Grande aprendí tres cosas, a ser humilde, a coser yu a jugar al
fútbol. En ese mismo orden”.
Del juego contra la Unión Soviética dependía el futuro. Era ganar o ganar. La
noche antes, noche del 14 de junio, Vavá y Nilton Santos solicitaron una reunión
urgente con Vicente Ítalo Feola, el técnico del equipo, un hombre pesado adicto
a las golosinas. “Mire, don Vicente, el problema es que no tenemos cómo ganar.
Sólo hay una salida, que usted ponga en la titular a los dos muchachitos que
tiene en el banco, Pelé y Garrincha. No hay de otra. Si juegan ellos, ganamos la
Copa, si no juegan, no jugamos nosotros”. Nilton Santos acabó su discurso y se
marchó, seguido por Vavá. Feola buscó en su armario el fólder donde consignaba
lo que ocurría en y con la delegación. “Garrincha, 23 años, débil mental”.
“Pelé, 17 años, pies planos”. Cerró el documento y llamó al psicólogo del grupo,
Joao de Carvalhes. “Con respecto a Pelé, podemos hacer algo. Lo del otro,
Garrincha, es irremediable, no hay ningún asomo de inteligencia en él”,
sentenció. Al día siguiente, los dos hicieron trizas la defensa de los
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soviéticos. Nunca más salieron de la línea titular. Con ellos, Brasil pasó por
encima, barrió a Gales, Francia y Suecia y fue campeón del mundo por vez primera
en su historia.
“Fue divertido todo. Pero posiblemente lo más divertido fue que el rey
Gustavo Adolfo nos regaló un reloj de otro a cada uno de los del equipo. Una
tarde, dos años después, al final de un partido en el Maracaná, descubrí que me
lo habían robado”.
Pelé y Garrincha se vieron por primera vez a finales del año de 1956 en un
partido de fútbol. Esa tarde ganó el Santos 4-0. Los cuatro goles los anotó
Pelé. Nunca fueron amigos, pero se hablaban. Jugaron juntos tres Mundiales, le
dieron a Brasil dos títulos, infinidad de alegrías, vida, ilusión, pero eran
distintos, diametralmente diferentes. Garrincha siempre fue el loco de la punta;
Pelé, el ejemplo. Decían que uno nació para sufrir y el otro para triunfar.
Dijeron que uno fue parido por una de sus hermanas, violada por su padre. El
otro fue el hijo toda la vida esperado por su madre. Día y noche, infierno y
cielo. Pelé se dejó ver con las mujeres más famosas del mundo. A Garrincha el
pueblo le ofrecía sus hijas para que les engendrara hijos. O Rei y el Ángel de
las Piernas Torcidas…
“¿O Rei? Nadie es rey en el fútbol, no somos reyes de nada. Somos
jugadores de fútbol profesional. Somos, ya lo dije, payasos. Todos somos
iguales. Yo soy igual a Pelé, y detrás de cada gol suyo está uno de nosotros,
uno del conjunto. El público aplaude a uno, no a todos. Es el fútbol. Lo de los
reyes lo inventaron los periódicos…”
La última vez que se encontraron fue durante los carnavales de Río, en 1980.
Pelé estaba en el palco de honor, sentado al lado del presidente y de las altas
personalidades del gobierno. El pueblo cantaba y aplaudía. Las carrozas pasaban,
se iban. Pasó una que decía “de los potreros a la Jules Rimet”. Dentro iba un
hombre flaco, casi amarillo, sudoroso, sentado en una butaca, mirando sin mirar,
vestido con el uniforme de Brasil. “Mané, Mané, soy yo, Pelé, Mané, soy yo,
Pelé”. La carroza pasó sin que nadie la detuviera, como en cámara lenta, en
medio de la samba y la alegría.
“El dinero no hace la felicidad”.
Tres años más tarde, el 20 de enero de 1983, un empleado de hospital recibió
el cadáver de un hombre que debía estar por los 50 años. En una ficha de
identificación escribió: Nombre, Manoel Da Silva. Nacionalidad, desconocida.
Luego supo que aquel hombre sin identificación era Garrincha.
“El garrincha es un pájaro muy veloz, pero no sirve para nada, no hace
nada. Mire, el garrincha soy yo…”
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