Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos © 2013 del contenido: José Fernández-Vigo López © 2013 de esta edición: Spanish Publishers Associates, S. L. Avda. de Córdoba, 21 3.ª planta. 28026-Madrid Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida en cualquier forma ni por cualquier procedimiento electrónico, mecánico, de fotocopia de registro o de otro tipo, sin el permiso previo de los autores. D. L.: M-26328-2013 ISBN: 978-84-939018-7-5 A AUTOR Profesor José Fernández-Vigo López Catedrático de Oftalmología. Universidad de Extremadura Centro Internacional de Oftalmología Avanzada Prof. Fernández-Vigo Madrid. Badajoz COAUTORES Profesor Joaquín Barraquer Moner Catedrático de Cirugía Ocular. Universidad Autónoma de Barcelona Centro de Oftalmología Barraquer. Barcelona Profesor José Manuel Benítez del Castillo Sánchez Catedrático de Oftalmología. Universidad Complutense de Madrid Servicio de Oftalmología. Hospital Clínico San Carlos. Madrid Profesora María del Carmen Capeáns Tomé Catedrática de Oftalmología. Universidad de Santiago de Compostela. Servicio de Oftalmología. Complejo Hospitalario Universidad de Santiago Profesor Manuel Díaz Llopis Catedrático de Oftalmología. Universidad de Valencia Profesor Juan Durán de la Colina Catedrático de Oftalmología. Universidad del País Vasco Instituto Clínico-Quirúrgico de Oftalmología. Bilbao Profesor Luis Fernández-Vega Sanz Catedrático de Oftalmología. Universidad de Oviedo Instituto Oftalmológico Fernández-Vega. Oviedo Profesor José García Arumí Catedrático de Oftalmología. Universidad Autónoma de Barcelona Fundación Instituto de Microcirugía Ocular. Barcelona. Profesor Julián García Sánchez Catedrático de Oftalmología. Universidad Complutense de Madrid Instituto de Investigaciones Oftalmológicas Ramón Castroviejo. Madrid 3 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos Profesor Francisco Gómez-Ulla de Irazazábal Catedrático de Oftalmología. Universidad de Santiago de Compostela Instituto Oftalmológico Gómez-Ulla. Santiago de Compostela Profesor Manuel González de la Rosa Catedrático de Oftalmología. Universidad de La Laguna. Tenerife Profesor Jaime Miralles de Imperial Mora Figueroa Catedrático de Oftalmología. Universidad de Murcia Servicio de Oftalmología. Hospital General Universitario Reina Sofía, Murcia Profesor Francisco Muñoz Negrete Catedrático de Oftalmología. Universidad de Alcalá de Henares Servicio de Oftalmología. Hospital Ramón y Cajal. Madrid Profesor José Carlos Pastor Jimeno Catedrático de Oftalmología. Universidad de Valladolid Instituto de Oftalmobiología Aplicada. Valladolid Profesor Antonio Piñero Bustamante Catedrático de Oftalmología. Universidad de Sevilla Clínica Piñero. Sevilla Profesor Manuel Sánchez Salorio Catedrático de Oftalmología. Universidad de Santiago de Compostela Instituto Gallego de Oftalmología. Santiago de Compostela 4 A Dedicatoria, A Ana, mi mujer, mi alter ego, mi pasión, de las pocas personas en las que se puede confiar a ciegas. Bordea la excelencia en todos los campos. A mis hijos mayores, Cristina y José, oftalmólogos, para que disfruten de esta vida con tanta pasión como yo la disfruto. A mis hijos pequeños, Pablo y Nacho, porque me han cambiado la vida, han supuesto una revolución en un momento en el que buscaba el acomodo, culpables del segundo y más feliz ciclo de mi existencia. A mis padres y hermanos, porque sin duda la unión hace la fuerza. 5 A AGRADECIMIENTOS A nuestra prologuista, Ana Rosa Quintana, sinónimo de veracidad y paradigma de independencia, es la comunicadora por excelencia. ¿Quién mejor que ella para un proyecto de comunicación y solidaridad? Porque Ana Rosa, ante todo y sobre todo es persona, una mujer con una categoría humana que se trasluce desde el primer momento en que hablas con ella. Su firma es un aval de credibilidad y por ello abusé de su confianza. Quiero entender que aceptó prologarnos porque cree en el proyecto y cree en nosotros, lo cual es de agradecer. A nuestros coautores, los Catedráticos de Oftalmología, con mayúsculas, Lo primero, quiero agradecerles haberse dejado embarcar en una singladura inédita y con un capitán neófito, por tanto, valentía o insensatez no les falta. Supongo que ir acompañados por veteranos maestros de la categoría de Joaquín Barraquer, Manuel Sánchez Salorio o Julián García Sánchez es una garantía. Si ellos se han dejado involucrar y han decidido colaborar en este libro es porque el proyecto promete. Si tengo algún mérito en este libro es haber sido capaz de juntar a tantas figuras. Es una especie de selección nacional, con probabilidades de ser la mejor del mundo. Nuestro libro es, a la sazón, como uno de esos partidos solidarios que organizan futbolistas como Zidane o tenistas como Rafa Nadal. Sus amigos acuden a la llamada y dan brillo; gracias, muchas gracias por haber acudido a la mía. Un agradecimiento especial a nuestro presidente. Luis Fernández-Vega es de los que ha colaborado incondicionalmente y con total entrega desde el momento “0”, escribiendo la presentación, recordando a su padre a través de su cuento con “Charlie” y con la memoria de la ONG de su Fundación. Gracias por habernos cedido parte de tu tiempo a pesar de tus múltiples ocupaciones. Otro igualmente especial al “Jefe”. El epílogo es una parte de la obra que recapitula lo escrito o describe hechos, en parte desligados de la trama, que son su consecuencia. Si hay alguien con sagacidad y experiencia suficientes en el mundo de la Oftalmología para hacer un análisis así, a la par que un estilo literario propio, es Manuel Sánchez Salorio. Muchas gracias, Jefe. 7 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos Otros dos agradecimientos “especiales”. A Joaquín Barraquer y al binomio Julián García Sánchez-M. José Vinuesa. Gracias por vuestra colaboración, gracias por vuestra amistad y gracias sobre todo porque transmitís paz en un mundo convulso. Al mundo de la Oftalmología, Este libro y este proyecto son de riesgo. Algunos lo han entendido desde el principio y se han sumado con ilusión. Otros lo han ignorado. Yo solo sé que había que escribirlo. Por ello quiero dar las gracias a los que nos han ayudado a materializarlo en forma de patrocinadores o colaboradores. En un mundo azotado por una grave crisis, donde la “industria oftalmológica” no está menos afectada, que hayan detraído recursos de otros planes para entregárnoslo a nosotros es muy gratificante. Nuestros patrocinadores y amigos, detrás de las empresas hay personas, con nombres propios. A ambos grupos quiero rendirles homenaje, aunque a algunas personas no les guste. Por riguroso orden alfabético: Alcon, con dos nombres propios, Enrique Chico y Juan Carlos Villanueva. Angellini, con tres nombres propios, Rafael Puigdengolas, Marta Jornet y Fernando Rodríguez. Staar, con un gran nombre propio, Alicia Ranz. Nuestros colaboradores, gracias también por el esfuerzo. Allergan y M. Victoria Gómez. Imex y José María Jimeno. Thea, Rafael Luque y Nacho. “La grandeza no es cuestión de tamaño”, dos pequeños con gran corazón a los que estoy especialmente agradecido: Hoya y Ophtec, con Sigfrid Borrás e Ivonne Hernández. AMO e Inés Llorente también han ayudado. 8 A AGRADECIMIENTOS Mi agradecimiento a José María Martínez, que me tiene sobrevalorado en varios aspectos. Ha sido pieza importante mejorando mi autoestima y convenciéndome de que mi nivel literario era suficiente para abordar el proyecto. Me ha ayudado eficazmente a coordinar la edición del libro. Otras muchas personas han colaborado en este libro de muy diferentes formas. En algunos casos he insistido para que leyeran y releyeran los textos y ayudarme en su corrección, otros dándome ideas o ánimos en los momentos en los que creías que coordinar todo era casi imposible. En este capítulo destaca la parte oftalmológica de la familia comenzando por Ana, mi mujer, y Cristina y José, nuestros hijos, e Ignacio, nuestro sobrino. También quiero agradecer a mis equipos de la Universidad de Extremadura y de las clínicas de Madrid, Badajoz y Évora el apoyo que nos dan todos los días para desarrollar eficazmente nuestra labor. Por último, al equipo editorial de Spanish Publishers Associates por su concienzuda labor, enorme paciencia y el esfuerzo realizado para, a pesar de nuestros reiterados incumplimientos, cumplir los plazos previstos. Entre ellos mi especial gratitud a Marta Donoso, mi impenitente sufridora. 9 A Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos ÍNDICE Prólogo 15 Presentación 17 Introducción 19 “Tus ojos” La visión personal 23 Ana Rosa Quintana Prof. Luis Fernández-Vega Sanz José Fernández-Vigo López 1. El pasajero con miedo a la ceguera 25 2. Doctor, ¿me puedo quedar ciego? Cuento 1. Antonio, el diabético que fumaba Cuento 2. Juana, la mujer que perdía vista por culpa de su marido Cuento 3. El niño con bichos en los ojos 31 34 38 50 3. Los cobardes quedan ciegos Cuento 4. Lucas el pimpollo Cuento 5. Jesús, o la cobardía intolerable Cuento 6. Gabi, el diagnóstico que no pude comunicar 55 56 58 64 4. Los valientes recuperan la vista Cuento 7. Doña Eudosia, la maestra del pueblo 71 75 5. La ceguera silenciosa 89 11 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos 6. Los ojos y los accidentes de tráfico Cuento 8. Arantza, la chica vasca con cuatrocientos puntos en la cara 12 95 98 7. Sobre miopía, gafas y otras leyendas Cuento 9. La segunda peor noticia en la vida de Pedro 117 120 8. Los tímidos y las preguntas fin de trayecto Cuento 10. El daltónico que quería ser marinero Cuento 11. Maruja, la mujer con cara de loca 129 132 134 “El ojo clínico” La visión del experto 137 Introducción 139 1. El glaucoma ¿Dónde están las gotas, matarile? Jacinto, mejor no arriesgar 141 142 144 2. Infecciones e inflamaciones intraoculares Yabo 149 150 3. Aparato lagrimal El ojo que no llora 153 154 4. La córnea Fe, confianza, disciplina, fidelidad, altruismo, perseverancia El A3 de Gabriel 157 158 161 5. Neurooftalmología María y su mundo izquierdo Sandra, la adolescente de los secretos inconfesables Dos historias con Sigmund Freud al fondo 165 166 171 174 ÍNDICE 6. La retina El embarazo y el mando Faustino, como un abuelo Mi “amigo” Antonio tiene la “vista borrosa” El neonato y la retina 179 181 183 185 193 7. La mácula La pintura de Turner Gustavo, el paciente-médico optimista 197 199 202 “Los ojos que no existen” La visión solidaria 205 Introducción 207 Los retos de las ONG españolas para la prevención de la ceguera 208 1. Fundación Barraquer Relato de una expedición: Kenia 2013 211 216 2. Fundación Fernández-Vega Charlie, un encuentro que cambió su vida Relato de una expedición 221 223 227 3. Fundación Proyecto Visión Relato de una expedición: viajando a Mekelle (Etiopía) Esperanza, la paciente psiquiátrica María y los pájaros 229 234 243 247 Epílogo 251 Índice temático 255 Manuel Sánchez Salorio 13 A PRÓLOGO Ana Rosa Quintana El padre Ángel, un ángel en la tierra, fundador de Mensajeros de la Paz y premio Príncipe de Asturias, con quien tengo el honor de colaborar y el regalo de su cariño y amistad siempre dice que a pesar de todo lo malo que ocurre tenemos la esperanza de que hay más solidaridad que nunca, que el siglo XXI es el siglo de la solidaridad, y esta iniciativa es un ejemplo de ello. El profesor Fernández-Vigo me habló del proyecto de un libro solidario en el que prestigiosos catedráticos y oftalmólogos escribirían sobre experiencias personales con sus pacientes, un libro que sirviera para acercar la ciencia y las relaciones humanas. Tengo que decir que todo esto me lo contaba mientras se sumergía en mi fondo de ojo, detrás de un complicado aparato, es decir, bastante indefensa y cegata por las molestas gotas. Para mi sorpresa me pidió que escribiera estas líneas, pero como pasó mucho tiempo creí que me había librado de esta responsabilidad hasta que llegó su correo electrónico, y allí estaba yo aplastada por mi ignorancia en la materia cuando meses después llegaron las galeradas. He leído con emoción cada una de las historias, creo que ya tengo un cursillo avanzado en divulgación oftalmológica, y he descubierto lo poco que sabía de algo tan importante, pero sobre todo me han conmovido cada una de las historias y experiencias médico-paciente que nos reconcilian con la medicina humanista, lejos de esa imagen de la medicina moderna, deshumanizada, materialista, puramente técnica tan lejana del modelo hipocrático. Tengo la suerte de contar entre mis amigos con algún galeno de los que nos gustan a todos, amantes de su vocación, intelectuales, curiosos, llenos de aficiones y de todas las cualidades que han hecho de la medicina una profesión de alta dignidad, médicos como los que os habéis movilizado con un proyecto altruista como este. Por mi profesión vivo muy de cerca la situación de pobreza y exclusión que están padeciendo tantas y tantas familias, la angustia de las ONG que han visto reducidas o retiradas las ayudas oficiales y las donaciones cuando hacen más falta que nunca, por eso toda acción solidaria cobra aún más valor. Es impresionante la labor callada y a veces desconocida que las distintas ONG y fundaciones de oftalmólogos están haciendo en los países no desarrollados. Millones de personas condenadas a la ceguera y, por tanto, en esas sociedades, a la pobreza y el ostracismo, a veces por unas simples cataratas. 15 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos La doble función divulgativa y solidaria es una gran idea que nos enseña, ayuda y además nos reconcilia con las batas blancas, todos queremos tener un médico que nos conozca, que se preocupe, que no pare hasta que encuentre el origen del problema y su solución, que nos escuche sin prisa, que nos cure el cuerpo, en este caso los ojos, pero que también nos acaricie el alma. Hay médicos que se recuerdan por sus investigaciones, por sus aportes a la ciencia, por sus éxitos internacionales y muchos otros, la mayoría, anónimos que dejan una marca indeleble por su calidad humana, su cercanía, el respeto por la dignidad y la libertad de sus pacientes. Por cierto, no quiero terminar estas líneas sin deciros que mi abuelo era oftalmólogo. 16 A PRESENTACIÓN Prof. Luis Fernández-Vega Sanz Presidente de la Sociedad Española de Oftalmología Como presidente de la Sociedad Española de Oftalmología supone para mí una satisfacción el presentarle, querido amigo, un libro de estas características. Son habituales los textos de temas médicos que estudian enfermedades concretas y su tratamiento, pero libros en los que se haga referencia al trabajo solidario que realizan muchos profesionales para atender a los más desfavorecidos, verdaderamente son un hecho sino insólito, sí algo a tener en la máxima consideración. Por ello, este libro puede ser muchas cosas, pero desde luego no es una publicación más al uso. Pienso que aborda, por primera vez, una disciplina médica como es la Oftalmología no solo de forma global, sino que lo hace de manera fácil y accesible para todos aquellos que no son profesionales de la misma pero que, por la circunstancia que fuere, se relacionan con ella directa o indirectamente. O lo harán, con mucha probabilidad, en un futuro cercano. En estos escritos se han implicado los Catedráticos de Oftalmología de este país, exponiéndonos en forma amena casos clínicos reales que sirven, muy didácticamente, no solo para conocer la parte teórica de las distintas enfermedades y su tratamiento, sino también para profundizar en el alma de los enfermos que las padecen. Este libro “engancha”. A las historias y fábulas no les falta de nada, incluido ritmo y moraleja, y en los textos de los profesionales oftalmológicos el rigor imprescindible va acompañado de ese siempre aconsejable espíritu divulgador que hace accesible la farragosa prosa médica para quien no esté familiarizado con la misma. Además creo que no hay precedentes en nuestra disciplina de que se “reserve” un espacio destacado para las fundaciones que al calor de su práctica han ido surgiendo. Son una prueba excelente de la madurez y compromiso social de cuantos trabajamos en esta especialidad con las personas y colectivos menos favorecidos y reafirman el ejemplo de la solidaridad que está en el espíritu de la Oftalmología. Confluyen pues tres campos perfectamente elaborados, ensamblados y guiados por el autor-coordinador del libro, José Fernández-Vigo, quien no ha perdido ni un momento de vista que no tenía mayor objetivo que ofrecer una herramienta útil, al tiempo que placentera, para quien se adentre en sus páginas. 17 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos En mi opinión el resultado es brillante, lo que constituye para la Sociedad Española de Oftalmología una satisfacción en la medida que contribuye a que la sociedad conozca aún más nuestro trabajo, a la par de que también sirve de estímulo para todos los que estamos comprometidos con las mejores prácticas oftalmológicas y sociales. 18 A INTRODUCCIÓN José Fernández-Vigo López Este libro es el resultado de una idea largamente meditada. Es el fruto que surge de una ilusión, la de ser útil, y con una doble vocación, divulgadora y solidaria. Además yo, personalmente, lo definiría adornándolo con una tercera acepción, es un libro especial. Pero vayamos por partes. En primer lugar, es un libro que pretende divulgar la Oftalmología. Que pretende que se conozcan los ojos, sus enfermedades más frecuentes y qué se puede hacer para conservarlos o mejorarlos. Y que pretende hacerlo de forma amena y sentida, por eso el libro se inspira en una larga tradición literaria de utilizar fábulas, parábolas o cuentos para facilitar la comprensión de un concepto, historia o, en nuestro caso, enfermedad. Usamos el formato de cuentos, pero no son cuentos, son historias, historias clínicas reales. Pero al pasarlas a un libro es mejor que sean cuentos. Estos cuentos representan la vida misma. Si analizamos cada uno de los casos encontraremos cierta similitud con nosotros mismos o con personas próximas a nosotros. Contamos cosas y casos. Cosas que te cambian la vida, pequeños o grandes acontecimientos que te la alegran o te la resuelven y grandes accidentes que te la destrozan. Contamos diferentes formas de entender y aceptar la enfermedad, personas ejemplares que superan las dificultades y luchan y arriesgan hasta el límite o personas increíblemente cobardes que salen derrotadas de antemano sin dar la batalla, sin plantar cara a la adversidad. Diferentes formas de vivir la vida, superándola con enorme coraje o hundiéndose por causas estúpidas. Daños por accidentes de coche, daños por el tabaco, daños por enfermedades como la diabetes o la tensión arterial, por las preocupaciones o por los odios, por los sentimientos y emociones, por el miedo que nos atenaza y colapsa. En este libro podrán encontrar cuentos cortos o cuentos largos, cuentos alegres de final feliz o cuentos tristes sin esperanza. Son todos historias reales, breves, pero con todo el contenido humano de una vida. Contados por unos observadores excepcionales, personas de enorme experiencia y capacidad, personas que son capaces de analizar una realidad mucho más allá de unos ojos; son la mayor parte de los catedráticos de Oftalmología de nuestro país. 19 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos Unos cuentos tratan de explicar enfermedades, nada más. Otros tratan de profundizar, de analizar la actitud de los pacientes ante la enfermedad y ante la vida. Siempre intentando sacar una moraleja, una conclusión, dar un consejo. Este es nuestro primer y gran objetivo. Divulgar la Oftalmología. En segundo lugar este libro es un libro solidario porque pretende llevar la Oftalmología a aquellos que no la tienen a su alcance. No pretendemos que este libro se lea en países pobres. Pretendemos que los fondos que se recauden con su distribución vayan destinados a financiar actividades de las ONG que luchan contra la ceguera. Algunos oftalmólogos ejemplares dedican gran parte de su tiempo a la atención a pacientes que carecen de asistencia oftalmológica. Este sacrificio forma parte y da sentido a sus vidas. Se entregan con enorme ilusión. Qué menos que recaudar fondos para que puedan seguir dándole vista a pacientes que viven en condiciones inhumanas, lugares inhóspitos y en los que la vista es fundamental para sobrevivir, para no ser depredados por animales en la selva, o peor aún por depredadores humanos que provocan la ceguera voluntariamente a niños para obligarles a mendigar, por ejemplo. Por ello nuestra ilusión es que muchas, miles de personas, lean este libro, para recaudar fondos y que no haya niños ciegos, para que podamos hacer muchas expediciones y con los mejores medios humanos y materiales, y para ello se necesita solidaridad. Este es el segundo gran, y no menos importante, objetivo de nuestro libro. En tercer lugar, decía que este es un libro especial e importante para mí y, espero, que para todos los coautores. Les he embarcado, o nos hemos embarcado, en una aventura de pronóstico incierto. Nos hemos salido de nuestra zona de confort, de nuestra zona de seguridad y nos adentramos en un camino desconocido que, como el de Machado, hacemos al andar. Si sumáramos todos los libros sobre Oftalmología que han escrito los firmantes nos cansaríamos en su relación. Y siempre con éxito. Que hayan hecho esta apuesta conmigo demuestra su confianza porque el éxito no está asegurado. Al final si resulta exitoso podremos proclamar aquella cita cumbre: “como no sabíamos que era imposible, lo hicimos”. ¿Y por qué es importante? Porque es otro tipo de libro. Es un libro distinto, una especie de apuesta, un experimento, porque hasta donde yo sé no hay publicado nada de estas características. No es científico, no es docente. Nuestros interlocutores, nuestros lectores tampoco son los de siempre, no son ni oftalmólogos, ni residentes, ni médicos, ni alumnos; son nuestros pacientes, la gente de la calle. Aquellos casi siempre olvidados como objetivo de la literatura oftalmológica pero que son nuestro verdadero leitmotiv, nuestra razón de ser. 20 A INTRODUCCIÓN Pero volviendo a la cuestión clave: divulgar o no divulgar. ¿Tenemos o no la obligación de divulgar, de colaborar con los medios de comunicación?, ¿les dejamos a ellos la responsabilidad o es competencia nuestra?, ¿sirve la divulgación para mejorar la prevención, para mejorar la calidad de vida de nuestros pacientes y de la población en general?, ¿sirve para romper miedos, mitos y tabúes?, ¿el conocimiento nos hace más libres también en el mundo de la salud? Por supuesto que sí. Por supuesto que es de nuestra competencia. Y yo la reclamo. Como catedráticos de universidad la sociedad nos ha delegado esa competencia, gestionar el conocimiento en el área de la Oftalmología. Tenemos la obligación de crear, transmitir y divulgar el conocimiento oftalmológico. Divulgamos conocimiento cuando damos información a nuestro entorno, cuando lo transmitimos de forma especial, buscando otra forma de hacerlo entender para que sea más útil a más gente. Entonces, ¿dónde radica el problema? La divulgación científica es motivo de controversia entre los profesionales rigurosos hasta el punto de provocar cierto rechazo por el miedo a ser acusados de propagandistas, de caer en la publicidad, de ser mezclados con los charlatanes. Ese es precisamente el límite, la línea roja no traspasable. No debemos tener miedo a divulgar siempre que respetemos los límites. En una columna de hace 12 años José Luis de la Serna analizaba una conferencia de Michael Crichton (médico y exitoso autor de “Parque Jurásico” y de la serie de televisión “Urgencias”) que versaba sobre la difícil colaboración entre científicos y medios de comunicación. Crichton se posicionaba claramente: “si se quiere que la ciencia y la biomedicina lleguen a la sociedad deben llegar de la mano de científicos que sean, además, divulgadores”. Finalizaba José Luis de la Serna: “aunque la situación mejora lentamente en España, faltan todavía verdaderos expertos que vean en la divulgación una forma muy clara de hacer labor social”. Este libro pretende ser una aproximación, un intento para rellenar ese hueco. Estamos muy lejos de la excelencia pero que no se diga que no lo hemos intentado. Si hemos acertado animaremos a otros a que nos copien y nosotros perseveraremos en el intento. Si fracasamos, será otra muesca en nuestro currículum, ya que de los fracasos es de lo que se aprende. Si en la vida el mayor obstáculo es el miedo y la mayor satisfacción el deber cumplido, con este libro al menos quedamos en paz con nosotros mismos al haber superado el miedo y cumplido con la tarea. La calificación nos la pondrán ustedes, los lectores, nuestros pacientes. 21 “Tus ojos” La visión personal E FP TOZ LPED “Tus ojos” La visión personal 1. El pasajero con miedo a la ceguera “Los conductores, impacientes, con el pie en el pedal del embrague, mantenían los coches en tensión. Al fin se encendió la señal verde y los coches arrancaron bruscamente, pero enseguida se advirtió que no todos lo habían hecho. El primero de la fila de en medio está parado… Se ve a su conductor inmovilizado, braceando tras el parabrisas, mientras los de los coches de atrás hacen sonar frenéticos el claxon. Algunos conductores han saltado ya a la calzada dispuestos a empujar al automóvil averiado hacia donde no moleste. Golpean impacientemente las ventanillas cerradas. El hombre que está dentro de su vehículo vuelve hacia ellos la cabeza, hacia un lado y hacia el otro; se ve que grita algo. Por los movimientos de la boca se nota que repite ESTOY CIEGO”. “Estoy ciego, estoy ciego, repetía con desesperación mientras le ayudaban a salir del coche. Sus lágrimas, al brotar, tornaron más brillantes sus ojos que, según decía, estaban muertos”. — Se ha quedado ciego de repente, sin más… Sin ninguna causa aparente. ¿Pero cómo es posible que suceda esto? El pasajero ha leído el párrafo como si estuviera sucediéndole a él; está pálido, tembloroso, casi llorando. Lo ha leído de corrido; lo sabe casi de memoria. — ¿Pero esto le puede pasar a cualquiera? pregunta con un hilo de voz, absolutamente angustiado. El pasajero me sigue relatando sin esperar respuesta: — Desde que me enteré de que a Saramago le habían concedido el Nobel me propuse conocerlo, y no se me ocurrió otra cosa que leer este maldito libro. Estoy obsesionado. Por favor, doctor, ¿esto sucede?; ¿alguien puede perder la vista así, sin ninguna causa aparente? El pasajero se refería a un relato de ficción escrito por el premio Nobel portugués José Saramago, titulado “Ensayo sobre la ceguera”. En este relato todas las personas se van quedando ciegas y nadie sabe ni cómo ni por qué. La posibilidad de quedarnos ciegos, inválidos, es algo que en el fondo nos preocupa a todos. Pero hay personas especialmente sugestionables que llegan a obsesionarse. 25 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos Verdaderamente el pasajero daba pena: tenía la cara desencajada, temblaba, parecía hallarse en una crisis de ansiedad. No quiero ni pensar en las noches que debía de estar pasando. Tampoco me extraña que su mujer aprovechara la ocasión. Ver cómo se derrumba tu marido no debe de ser fácil. Me puse en su lugar. En el fondo, ¿quién no teme llegar a esta situación? ¿Quién, en algún momento de su vida, no ha probado a cerrar sus ojos unos minutos y percibir qué es lo que siente un ciego? ¿Cómo viviría yo sin ver?, nos preguntamos. Por un momento me paro a pensar: ¿y qué hago yo ahora? Estoy en el tren camino de Barcelona y con destino a París y me encuentro delante de un paciente con un serio problema psicológico. Bien, pero yo necesito reservarme tiempo. ¿Qué hacer: se lo dedico o sigo a lo mío? Les explico cómo hemos llegado hasta aquí. Voy camino de París para asistir al congreso de la Sociedad Francesa de Oftalmología. Antes se celebra otra reunión de Cirugía Refractiva en Barcelona. Aprovecho, enlazo los dos congresos y me voy en AVE a Barcelona. Tengo tarea por delante, porque debo presentar varias ponencias y su preparación requiere tiempo. En el día a día me cuesta trabajo encontrarlo; la consulta, las intervenciones quirúrgicas, las clases, las tesis doctorales me lo consumen por completo, y me pasa lo de siempre: embarco sin tenerlo todo ultimado. Subo al tren confiado en que voy a disponer de tiempo. Nunca tienes una presentación completamente cerrada. Hasta el último minuto estás perfeccionando el tema: incluyes textos, imágenes, casos clínicos de última hora. Y eso te genera cierto estrés. Una vez en el tren localizas tu plaza, te quitas la chaqueta y te sientas. Echas un vistazo a tu alrededor; no identificas a nadie, ninguna cara conocida. Ningún oftalmólogo español que acuda al congreso en mi tren. ¡Perfecto! Podrás dedicarte a trabajar. Te sientes aliviado por tu anonimato. Ya sentado coloco la mesita, abro mi maletín y saco el ordenador con la batería completamente cargada; hasta 7 horas podría trabajar sin necesidad de recargarla. Vuelvo a mirar hacia el pasillo; sigo sin ver a nadie. ¡Bien! El tren va bastante lleno, quedan pocas plazas. Abro mi ordenador y me dispongo a trabajar. No cruzo la mirada con el resto de viajeros; prefiero no mirar a la cara a nadie no sea que alguien piense que tengo ganas de tertulia y me estropee el viaje. 26 “Tus ojos” La visión personal El ordenador abre con un fondo de pantalla espectacular que al parecer ha captado la atención de mi vecino de bancada, pues percibo su mirada de reojo. No hago caso, pero cuando abro el programa con el título provisional de mi conferencia: “Prevención y tratamiento de la pérdida de visión por retinopatía diabética”, su mirada vuelve a clavarse en la pantalla; en esta ocasión ya no disimula, se está volcando sobre mí. Sigo sin prestarle atención pues parece que no va a respetar la paz que yo necesito. Y así es. Con mucha educación se presenta y me interroga sobre mi actividad científica. Correctamente, pero casi con monosílabos, respondo a sus cuestiones sin levantar la mirada del teclado. Pero él insiste. — ¿Así que es usted oftalmólogo? — Sí, sí, le contesto. — Yo soy ejecutivo de ventas del sector de la informática. Me dedico a los ordenadores. El net-book que lleva está bien; es de la competencia, pero va bien. ¿Usted lo usa mucho? — Sí, es muy útil tanto en la consulta como para preparar conferencias, clases, etc. Ya no se puede trabajar sin ellos. — ¿Y es verdad eso que dicen de que los ordenadores son malos para la vista? ¿Te pueden dejar ciego o te la pueden dañar? Porque mira que en la empresa nos obligan a hacer horas y horas con el ordenador. Se pasan con sus exigencias. Sigo armado de paciencia contestando con mis monosílabos y sin perder la compostura. Continúo sin perder de vista mi pantalla. — ¿Si fuera malo, tú crees que el doctor los usaría? Ahora el que ha contestado es el pasajero del asiento de enfrente. Deben de conocerse, es posible que sean compañeros. Por un momento creo que van a charlar entre ellos. Procuro concentrarme, pero mi interpelador sigue. — Es que es una de esas leyendas urbanas que nos perjudican las ventas. Porque en muchas ocasiones los clientes dicen que no está demostrado que los ordenadores sean inofensivos. — Pues tú tranquilo; puedes asegurarles que no pasa nada, no se puede perder vista por culpa de un ordenador. 27 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos — Ya te lo decía yo. Cómo va a ser posible semejante burrada. No ves que hoy en día todo el mundo usa ordenadores. Estaríamos ante una plaga. Eso no puede ser. De nuevo interviene el que -me reafirmo- parece ser su compañero. — ¿Y en qué hospital trabaja? Es que su cara me resulta conocida. Juraría haberlo visto antes. Lo digo por si alguna vez le necesito. — Soy catedrático de universidad y tengo mi propia clínica. Espero que no me necesites, pero si lo precisas estaré encantado de ayudarte. — ¿Ha salido usted en la prensa o en la televisión recientemente? Es que usted me suena. — Colaboro con algunos medios; es posible que me hayas visto u oído en algún programa de salud de la televisión o de la radio. — ¿En cuáles ha participado? — En varios; por ejemplo, “En Buenas Manos”, de Bartolomé Beltrán, en Antena 3, en “Salud al día”, de TeleMadrid, con el Dr. Sánchez Martos, y en “Saber Vivir” de Televisión Española, con el Dr. Luis Gutiérrez. Mi respuesta es cortés, pero sin pasión. No sé hasta cuándo va a durar el interrogatorio. Intento modificar la diapositiva del título: “La pérdida de visión y sus causas”. Lo escribo con letras grandes en la pantalla del ordenador sobre un fondo de pantalla que representa un par de ojos sin brillo, aparentemente ciegos. Mis compañeros de viaje siguen hablando sobre ordenadores. Procuro permanecer al margen, pero no me es posible del todo; su tono de voz no es precisamente bajo. El indiscreto, sentado a mi lado, ya no se corta: — ¡Vaya un título, doctor! Un poco truculento. Supongo que para ustedes será interesante, pero casi prefiero no seguir leyendo sus diapositivas. Soy un poco supersticioso y mejor “no meneallo”, no vaya a ser el demonio. Con el índice y el meñique estirados se lleva la mano a la cabeza en el típico gesto de ahuyentar los malos “espíritus”. Su compañero suelta una risotada. 28 “Tus ojos” La visión personal — Es un neura, un hipocondríaco; siempre piensa que cualquier cosa le puede tocar a él. Por suerte estamos llegando a Guadalajara, al parecer su destino, pues ambos se levantan de su asiento cuando anuncian la estación. El cuarto pasajero de nuestro compartimento ha permanecido en silencio; parece ajeno a la conversación, está leyendo. No se mueve. Evidentemente su destino no es Guadalajara. — Bueno, doctor, encantado de conocerle. Que le vaya bien. Y si un día me quedo ciego ya iré a verle. Con la indiscreción que le ha caracterizado se despide no sin dejarme su tarjeta de presentación. Su compañero, más discreto, hace lo mismo. Nunca llevo tarjetas, pero les apunto en el reverso de una de las suyas la dirección de nuestra página web. Veo con alegría cómo salen pasillo adelante cargados con sus maletines. El cuarto pasajero cruza la mirada con la mía y hace un discreto gesto con las cejas. Por si acaso, no hago comentarios, pero repito el mismo gesto de complicidad. Me vuelvo a concentrar, confío en que no suba ningún pasajero que vaya a ocupar estas plazas. En pocos minutos anuncian la salida del tren. No aparece nadie. Por fin. Me pongo nuevamente manos a la obra. Ya tengo media hora menos por delante, pero aún hay tiempo. Sigo preparando las diapositivas, pero no pasan más de cinco minutos cuando una pasajera, que procede de otra fila, se dirige a mí: — Perdone que le moleste, doctor, pero he estado escuchando algunas cosas de la conversación que ha tenido con esos chicos y, abusando de su amabilidad, querría plantearle un problema que tiene obsesionado a mi marido. Si no le importa se lo cuento yo, porque él es muy tímido y no se atreve. Sólo será un minuto. No me lo puedo creer. Maldita sea, no sé por qué demonios siempre hay alguien que tiene problemas oftalmológicos, o los tiene su padre, o la madre, o el hijo, o el vecino...; siempre hay alguien. Recuerdo que en la boda de mi hermano dos amigas de la familia con graves problemas visuales me asaltaron ¡porque como ya era catedrático…! Y me soltaron un rollo sobre sus enfermedades del que aún hoy no estoy del todo recuperado. 29 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos La pasajera, aprovechando que ha quedado vacante la plaza del compañero del ejecutivo de ventas, se sienta casi sin esperar a que le conteste. El marido, sentado dos filas más adelante, no se mueve. Evidentemente no puedo negarme. ¿Cómo vas a decir que no? Te están pidiendo ayuda. No puedes ser egoísta, porque además observas que hay otros pasajeros que ya están pendientes de la conversación. Me veo en la obligación de invitar a la mujer a que sea su propio marido el que me lo comente. Él accede un poco azorado. Verdaderamente da la impresión de estar agobiado. Se ve que es una persona correcta y discreta, que le ha costado trabajo dar el paso. Percibo la mirada furtiva del cuarto pasajero que levanta los ojos del libro que aparentemente le tenía entretenido. El marido saca un libro del maletín mientras se sienta. Lo abre y empieza a leer. El resto ya lo saben. El libro era “Ensayo sobre la ceguera” de José Saramago. Y así nos encontramos, camino de Barcelona, con la tertulia montada, y yo empezando a olvidar mis obligaciones. 30 “Tus ojos” La visión personal 2. Doctor, ¿me puedo quedar ciego? El estilo de vida y sus consecuencias sobre la visión: el estrés y la vida sana. La hipertensión arterial. La diabetes. El tabaco. Los animales domésticos. Cuento 1. Antonio, el diabético que fumaba. Cuento 2. Juana, la mujer que perdía vista por culpa de su marido. Cuento 3. El niño con bichos en los ojos. Ya vamos camino de Calatayud, nuestra siguiente etapa. La tertulia ha ido creciendo. El relato del marido ha causado cierto impacto. El cuarto pasajero aún no ha cerrado el libro, pero está pendiente. Los dos de la fila del otro lado del pasillo ya se han incorporado. El matrimonio sigue siendo el protagonista. — Pero al margen de la novela, doctor, ¿es posible quedarse ciego así, bruscamente, sin previo aviso? ¿Pasar de la luz a la oscuridad sin enterarnos, sin un periodo de adaptación, sin que medie ninguna causa aparente? — Mira -le contesto-, la respuesta a tu pregunta es sí y no. Sí que podemos perder la vista bruscamente, pero no sin una causa; siempre hay una causa. Y en la mayor parte de los casos podemos prevenirla. — Entonces, si puede prevenirse, ¿por qué la gente se queda ciega? ¿Por qué no se previene? — En gran medida la culpa la tenemos cada uno de nosotros. Pocas veces ocurre algo porque sí. A priori, casi siempre sabemos quién va a tener problemas. Si no nos cuidamos, si no controlamos los factores de riesgo, al final lo pagaremos caro, muy caro, posiblemente con la ceguera. — Me está hablando en abstracto. Por favor, concrete un poco. ¿Por qué nos quedamos ciegos? Si mis ojos están sanos, ¿cómo es posible que me quede ciego? — La gente no lo sabe, pero cualquiera de nosotros puede quedarse ciego por alguna de las circunstancias de la vida. Consideramos que la ceguera viene porque la persona tiene una enfermedad en los ojos y como consecuencia de la misma se queda ciega. Poca, muy poca gente sabe que la pérdida de la visión se produce también por problemas de salud general: por malos hábitos de vida, por no cuidarse, por no llevar una vida sana. 31 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos — Sigo sin entender la relación. ¿Qué es eso de las circunstancias de la vida? — Vamos a poner algunos ejemplos. Hay circunstancias ajenas a los ojos que te pueden dejar ciego. Te propongo un pequeño cuestionario con varios ejemplos “populares” para evaluar tus conocimientos sobre los ojos y la visión. — De acuerdo, pero por favor que no sea complicado, que sobre estas cosas no tengo ni idea. Miro alrededor e invito a todos a participar. — Puede opinar el que quiera. Podéis echarle una mano. La verdad es que ya empiezo a divertirme. Me gusta hablar con los pacientespasajeros. Y sobre todo si sirve de algo. A estas alturas ya me he olvidado de mis diapositivas. — Por favor, concéntrate, anota las cuestiones y me contestas verdadero (V) o falso (F): 1.- Los ordenadores y consolas son muy malos para la vista ................................... V - F 2.- Te puedes quedar ciego por el estrés, por un disgusto o por un enfado ........................................................................................................................... . V - F 3.- Leer con poca luz te deja ciego............................................................................................. V - F 4.- Los insectos te pueden dejar ciego .................................................................................... V - F 5.- No se debe forzar la vista porque se cansa y se gasta. No se debe abusar de la televisión, y si te acercas te queda ciego; estudiar mucho aumenta la miopía, igual que preparar oposiciones............................................................................................ V - F 6.- Te puedes estar quedando ciego sin darte cuenta, sin notar nada ................................................................................................................................... V - F 7.- Si no usas las gafas, te aumentan las dioptrías y las lentillas frenan este aumento ...................................................................................... V - F 8.- Si fumas, bebes, no cuidas la dieta o no haces ejercicio puedes perder visión ................................................................................................................... V - F 32 “Tus ojos” La visión personal 9.- La luz artificial (sobre todo la de los halógenos) “que me ponen en la oficina” produce pérdida de visión ......................................................... V - F 10.- Por convivir con tu perro o con tu gato te puedes quedar ciego ................... V - F — Hombre, aquí hay cosas que sabe todo el mundo y otras que parecen verdaderos disparates y que no tienen relación con la vista. No sé adónde quiere ir a parar. Todos sabemos que los ordenadores son muy malos, que si no usas las gafas te puedes quedar ciego y que forzar la vista es muy perjudicial, pero no sé a qué viene lo del tabaco o lo de mi perro. Ahora resulta que hay una cruzada antitabaco que hasta me puede dejar ciego. ¿No cree que se están pasando con la moda antitabaco? — Bueno, voy a ir tratando de contestarte. En primer lugar, de la lista que os he leído las afirmaciones de los números impares son falsas y las de los pares verdaderas. — Será al contrario, ¿no? Se está confundiendo. — No; aunque te parezca mentira, son falsas. Claro que “todo el mundo sabe con absoluta certeza” que todo eso es cierto. Eso es lo que nos dicen, e incluso nos discuten, algunos pacientes. Porque se lo han dicho amigos, compañeros, familiares, un paciente al que le pasó exactamente eso. Sin embargo, casi nadie sabe el riesgo que corren las personas a las que me refiero en las cuestiones pares. Pero es así; todos estos motivos, que no son del conocimiento popular, pueden hacerte perder vista. Por tanto, cualquiera de nosotros es candidato potencial a perder vista. — Ya me está usted asustando. O sea que es cierto que podemos quedarnos ciegos en cualquier momento. ¿Y todos tenemos el mismo riesgo; es un problema de mala suerte o es que hay sujetos predispuestos? — La posibilidad de que te “toque” una enfermedad que te haga perder visión no es cuestión de “magia” ni de suerte. Le puede pasar a cualquiera, pero hay personas que tienen más posibilidades. Vamos a poner un ejemplo muy claro. Muchas personas saben que si no cumplen las normas pueden perder un ojo y, sin embargo, no las cumplen. Por ejemplo, los mecánicos saben que deben usar gafas protectoras, porque un cuerpo extraño que salte al ojo se lo puede perforar y hacer que lo pierdan. Pese a todo, no se las ponen. 33 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos — Hombre, ese es un ejemplo demasiado claro. Lo entiende cualquiera. Pero yo no tengo ese riesgo. Imagínese que yo soy un administrativo, un profesional, que trabajo con mi ordenador, que soy ama de casa… ¿También me puedo quedar ciego? — Por supuesto que sí, y en un porcentaje muy elevado de casos por causas indirectas, por circunstancias de la “vida diaria”, sin que medien traumatismos o accidentes. Hay otras muchas causas de las que advertimos a los pacientes, en la certeza de que se quedarán ciegos si no nos hacen caso. Pues ¡como si oyeran llover! Te voy a leer un verdadero caso clínico, un paciente que tuve yo hace años y que es un ejemplo típico. Lo utilizo como un cuento para convencer a mis pacientes. Conecto el ordenador y me voy a la carpeta que titulo “Cuentos de Oftalmología”. En sus archivos escribo anotaciones sobre los pacientes que por una u otra razón me han llamado la atención. Son muchos casos clínicos, variados, fruto de una larga experiencia clínica. Casos o pacientes que me han impresionado positiva o negativamente, científica o humanamente. Le tengo mucho cariño a esta pequeña colección de cuentos. Representan para mí como una pequeña escuela de vida. Leo a mis compañeros de viaje el primer cuento en medio de un notable silencio. Cuento 1. ANTONIO, EL DIABÉTICO QUE FUMABA (O cómo el tabaco puede acabar contigo) La mujer rompió a llorar, quedamente, en la esquina, con resignación, pero sufriendo y mucho. Antonio era un buen tipo, pero estaba derrotado. Su enfermedad podía con él, con su espíritu. No estaba dispuesto a luchar. Tenía una diabetes tipo 1, la que se trata con insulina, la forma más grave de esta enfermedad. Hacía 15 años que la padecía y nunca la había tenido en consideración. Hizo siempre lo que quiso, por supuesto en contra del criterio de los médicos. Como la diabetes no duele ni pica, pues a vivir mirando hacia otro lado. Acudió a consulta porque notó una leve pérdida de visión. Al explorarle observamos que sus ojos eran potenciales “bombas”. Tenía una forma de retinopatía, o sea una enfermedad de la retina, de muchísima gravedad. Le advertimos del riesgo que corría, pero él quería unas gafas, no que le hablaran de la diabetes. 34 “Tus ojos” La visión personal No volvió hasta que perdió por completo la visión por un ojo y parcialmente por el otro. Ahí sí se asustó; le vio las orejas al lobo. No podía conducir, no podía trabajar, no podía salir a la calle; era un inútil. Y por primera vez fue consciente de que la diabetes era su enemiga; aunque no dolía, podía hacer mucho daño: ¡podía recluirlo en casa! Se acabó ir a tomar la cervecita con los amigos, la partida, la tertulia… El día que volvió a aparecer por la consulta estaba alarmado. En dos días había pasado de hacer una vida normal a estar prácticamente ciego. Le prescribimos un tratamiento con láser: 4-5 sesiones en cada ojo. Alrededor de 800 impactos de láser por sesión. Un total de 3.500 impactos por ojo. Por fin accedió a seguir nuestro consejo. Su mujer no se lo podía creer: — Mucho debió de asustarse, decía, para hacerle caso y acudir puntualmente a las sesiones. Y aguantando estoicamente el chaparrón de impactos que le dábamos en cada sesión, añado yo. Al acabar las sesiones la respuesta había sido muy buena. Había desaparecido el riesgo importante, teníamos controlada la situación y como el efecto del láser es muy duradero, podíamos considerar que casi sería para toda la vida. Cantamos victoria; había recuperado mucha visión en los dos ojos y parecía dispuesto a seguir las recomendaciones que le dábamos. La mujer estaba sorprendida: — El susto de perder la vista le ha hecho cambiar, exclamó. En sucesivas revisiones constatamos que la evolución era buena. Pero se notaba que el resultado no era redondo. Además, en este tiempo le habían amputado un pie. Algo fallaba. No acababa de notarse la progresiva mejoría que era de esperar. Intentamos buscar la causa. Se veía que sus ojos no tenían una buena oxigenación: sus venas estaban dilatadas y la sangre era oscura. La mujer no hablaba. Es muy frecuente que los pacientes diabéticos no cuenten toda la verdad. Un amigo argentino, catedrático en Buenos Aires, me invitó a dar una conferencia sobre retinopatía diabética y durante una cena me comentó: “El diabético es ladrón y mentiroso. Ladrón porque roba comida en la heladera (frigorífico) y después miente porque dice que no ha sido él.” Para conocer la verdad suelo buscar la complicidad de sus parejas o de sus hijos para que hablen. El cónyuge suele ser el “chivato”, el que delata las indisciplinas del 35 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos paciente: que si no hace ejercicio, que si se salta la dieta, que si bebe alcohol… El paciente se enfada con su pareja y suelen discutir en nuestra presencia. Pero en el caso de Antonio a su mujer se le veía asustada, incapaz de hablar. ¿La tiene amedrentada?, pensé. Yo miraba hacia ella para que me diera alguna pista, algo que Antonio ocultaba, que no quería decir, que me desvelara dónde se escondía la causa de que no funcionara del todo bien. Según él hacía la dieta, había dejado las cervezas, se pinchaba puntualmente la insulina, controlaba los niveles de azúcar... Yo me lo creía a medias. Pero había algo más. Por fin se me ocurrió preguntar algo que me parecía absurdo, pero que tras la experiencia con este paciente pregunto siempre. — Antonio, ¿tú fumas? Respondió que sí, pero quitándole importancia siguió hablando de otros asuntos. — ¿Pero cuánto?, insistí. — Un paquete al día, me dijo. Miré a la mujer y al ver que permanecía muda supe que Antonio mentía, que fumaba más. Miré a Antonio directamente a los ojos y le espeté: — ¡Pero eso es una burrada! ¿Cómo es posible?; si es veneno puro para ti. La falta de oxigenación que ya provoca tu retinopatía la estás multiplicando de manera exponencial. No puedes seguir haciéndolo. Se quedó pensativo, sin mirarme a la cara. Volví sobre el tema y cargué las tintas; creía que ya lo tenía ganado, que, como en las otras cosas, iba a conseguirlo. Pero no era capaz de arrancarle su compromiso. Empecé a intranquilizarme. Quería su palabra, pero él no cedía. Por fin le lancé el órdago apoyado en mi autoridad moral; confiaba en que tuviera efecto. — Antonio, si no dejas el tabaco te vas a quedar ciego. La mujer se sobresaltó. Él no. Me miró y me dijo algo que aún me impresiona ahora: — Prefiero quedarme ciego a dejar de fumar. 36 “Tus ojos” La visión personal La mujer rompió a llorar, quedamente, en la esquina, con resignación, pero sufriendo y mucho. Comprendí que era un asunto enquistado, imposible de reconducir. No volví a verlo. Años después operé a su hija de miopía. Cuando vino a hacerse las pruebas prequirúrgicas le pregunté a la mujer por Antonio. Me comentó que había fallecido hacía tiempo, que había seguido fumando, y que ella nunca le perdonó su falta de espíritu de lucha. No le perdonó que por su cobardía su hija se quedara sin padre. El pasajero no perdió detalle del relato. Se notó que le impactaba. No pestañeó hasta el final. Permaneció unos segundos sin articular palabra. — Realmente, doctor, el caso impresiona. ¿Cómo es posible que fuera tan irresponsable, que tuviera tan poca fuerza de voluntad? — Ya te lo dije. Sabemos quiénes están en riesgo, sabemos lo que tienen que hacer, se lo advertimos y, como te decía antes, ¡como quien oye llover! Ni caso. — Parece un caso un poco extremo, de tozudez extraordinaria. No creo que sea muy frecuente. Esta vez el que interviene es el cuarto pasajero. Había permanecido en silencio hasta ese momento. — No lo creas; hay muchos pacientes así. Pacientes que no afrontan sus enfermedades, que viven como si no las tuvieran. No hay que vivir amargado. Hay que asumir la enfermedad, convivir con ella, no dejarse superar. Pero hay que plantarle cara. No puedes vivir como si no la tuvieras. La diabetes mal controlada es muy perjudicial para la vista. Si además fumas, las probabilidades que tienes de quedarte ciego son muchas. — Pero, como le decía, parece un caso un poco extremo. Una persona que tiene diabetes, que no la controla y que fuma parece que se aleja del perfil del paciente que se queda ciego casi sin factores de riesgo. — Tienes razón, es un poco extremo. Pero no te olvides de que casi siempre hay alguna razón. En el caso de Antonio las razones eran muy claras, pero hay casos en los que también lo ves venir. Ves que el paciente ha tomado un rumbo y aunque lo lleva al desastre no reacciona. Le resulta más cómodo seguir siendo así y no rectificar. No quiere cambiar su estilo de vida, su forma de ser, su carácter, su forma de entender la vida y ello le conduce a la ceguera. 37 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos — Entiendo que usted se refiere, por ejemplo, a una de las cuestiones que planteó en la lista inicial, una cuestión emocional, por ejemplo el estrés. Creí que eso solo afectaba a los grandes ejecutivos. — Efectivamente, el estrés emocional es un factor de riesgo. Y no solo el laboral, sino el que nos genera nuestra propia cabeza, nuestra propia mente. Y es que en absoluto el estrés es patrimonio de los ejecutivos. El estrés nos lo provocamos nosotros: cuando nos inventamos problemas inexistentes o cuando no sabemos afrontar los que verdaderamente tenemos. — ¿No tendrá usted algún ejemplo que me permita entenderlo mejor; algún caso clínico que sea menos claro que el de Antonio? Porque este hombre parecía un cúmulo de desgracias, No acabo de comprender cómo es posible que por disgustarte te puedas quedar ciego. — Vale; voy a contar otro caso clínico que también me gusta mucho. Es el que tengo en el siguiente archivo. En su momento me hizo reflexionar mucho. Cuento 2. JUANA, LA MUJER QUE PERDÍA VISTA POR CULPA DE SU MARIDO — “Profesor, de repente he perdido la visión del ojo izquierdo”. Así entró Juana en la consulta, arrollando a Leticia, sin darme tiempo a leer la historia clínica, sin que pudiera enterarme de lo que estaba pasando. Le pedí que tomara asiento en el sillón de exploración mientras Leticia me miraba entre sorprendida y enfadada al sentirse ninguneada por Juana. Me decía Pepe Moreiras, un oftalmólogo de Santiago de Compostela: “José, yo a los pacientes de órbita los huelo, ya sé lo que tienen antes de explorarlos”. Es lo que tiene la experiencia. Lo mismo sucedía con Juana. Era previsible lo que le podía estar pasando por su personalidad, por su carácter y por su aspecto físico. La morfología de Juana era típica. Como una manzanita roja, es decir, gordita, ancha, baja, carnes prietas, cara colorada, rubia teñida. Poco arreglada, muy dispuesta, muy echada para adelante. Con coraje. Personalidad sanguínea. Respetuosa, asustada. Con esas características físicas es una firme candidata a ser hipertensa, es decir, a tener la tensión arterial elevada. Probablemente también tendría colesterol y quizás algo de azúcar. Seguro que no practica ninguna actividad física. 38 “Tus ojos” La visión personal La conclusión es de pura lógica: una trombosis de vena retiniana debida a hipertensión arterial. Así, a primera vista, sin haberla explorado, apostaría lo que fuera a que no me equivocaba. Ahora solo faltaba corroborarlo. Con el oftalmoscopio observas el fondo del ojo y ves un manchón rojo, una zona de retina tapizada de pequeñas hemorragias, confluentes, que rodea a una o más venas hinchadas, a punto de estallar. De hecho, una ya estalló y es la que causó la hemorragia. A partir de ahí se produce una importante pérdida de visión. Es equivalente a un infarto en la retina. Se trata de un accidente vascular muy grave para el ojo. Una vez diagnosticada, le expliqué a Juana que por culpa de la tensión arterial se le había reventado una vena, igual que revienta una tubería que soporta una elevada presión en su interior. Ahora habría que hacer una angiografía, una prueba mediante la que podremos ver dónde se rompió exactamente, qué parte de la retina está encharcada por los restos de sangre y posteriormente realizar una soldadura de la fuga de la tubería rota mediante rayos láser. Mientras tanto le aconsejé que controlara la tensión, que hablara con su médico para realizar análisis de sangre, que tomara un anticoagulante para evitar que se formara otro trombo, que evitara situaciones de tensión psicológica que le provocaran estrés y que siguiera una dieta y realizara ejercicio físico. Son los consejos habituales. Ella accedió y se presentó el día de la angiografía. Se confirmó el diagnóstico punto por punto y le expliqué los resultados y la estrategia a seguir. Le citamos para iniciar el tratamiento con láser. Hasta este momento todo transcurría con normalidad; ninguna sospecha de que hubiera nada raro. Acudió a la primera sesión de láser. Mostró una buena colaboración, sin quejarse. Una vez finalizada la sesión me preguntó: — Profesor, ¿a mí esto me lo pudo causar un disgusto? — Sí, pudo ser por un disgusto. La tensión psicológica origina una elevación de la tensión arterial, de manera que si ya hay lesiones previas puede desencadenarse un ataque. — Bueno, doctor, usted podría explicarle esto a mi marido, porque tengo algunos problemas con él… ¿Problemas matrimoniales que le provocan a Juana una trombosis? Me parece raro, pero veremos qué “animalito” es el marido de Juana, porque para poder con ella tiene que ser de armas tomar. 39 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos — Por supuesto, Juana, le dije. Un minuto después llegó Juana muy digna, con paso firme y decidido. Detrás apareció un pobre hombre delgado, encorvado, al menos 20 años mayor que ella, calvo. Exhibía una palidez que contrastaba enormemente con el rojo de la manzanita. Sujetaba un sombrero e iba embutido en una gabardina. Su mirada denotaba una actitud temerosa. Apostaría a que nunca fue capaz de levantarle la voz a Juana, ni tan siquiera toserle. Ella se encara, saca pecho y me planta: — A ver, doctor, dígale a mi marido que me trate bien, que no me dé disgustos y que haga lo que yo le diga, que si no va a acabar conmigo. En esa tesitura tienes que optar por la potencia invasora si no quieres tener follón con ella, pero te enternece la víctima, con lo que pretendes llegar a una decisión ecuánime. — Hombre -le digo-, hay que procurar que Juana no se sulfure porque en una de esas subidas puede presentar otro problema grave: un infarto, una hemorragia cerebral, y eso hay que evitarlo. Hay que ayudarle a controlar esos picos de hipertensión arterial. Ella mientras tanto asiente con cara de revancha. Para repartir culpas me dirijo a ella y le digo. — Juana, por tu parte tienes que controlarte, hacer dieta y ejercicio físico. Son muy importantes las tres cosas. Debes bajar de peso, y para ello habla con tu médico y que te elabore un plan, una dieta. Y por lo menos realiza cada día una caminata de 45-50 minutos a buen ritmo. — Pero tú ya sabes lo que te ha dicho el doctor -vuelve ella a la carga, enfurecida, obviando lo que yo le digo- ¡no vuelvas a llevarme la contraria! En ocasiones te sientes utilizado y tergiversado. Te piden tu opinión, que pretenden arrimar a su sardina, y tú, en cambio, pretendes que tu actitud sea salomónica. Los conflictos entre parejas son variopintos: pueden tener que ver con hábitos de vida: tabaco, alcohol, dieta y/o ejercicio físico; pueden ser entre padres por la educación de los niños; entre padres e hijos por los estudios, por el uso de los ordenadores. Siempre intentas no desautorizar a los padres que acuden solicitando tu ayuda. Pero a veces les fallas, porque sus pretensiones no son acertadas. 40 “Tus ojos” La visión personal En las disputas sobre la cantidad de cigarrillos fumados o de copas de vino ingeridas las discrepancias entre los miembros de la pareja son abismales. En cuanto al ejercicio físico, pues porque uno ya es perro viejo, pero oírle decir a una señora que pesa 90 kilos y que tiene una artrosis de caballo que camina todos los días 60 minutos a buen ritmo, es como para considerarlo ofensivo. En general el cónyuge discrepa, lo manifiesta y la mujer lo fulmina con una mirada que además pretende intimidarle como diciendo: “Cuando lleguemos a casa arreglaremos cuentas”. Las excusas para no realizar ejercicio son poco originales: que si llueve, que si hace frío, que si los días son cortos, que si es aburrido, que si es peligroso, que si tiene muchas tareas en casa… En las sucesivas sesiones Juana me va contando las malvadas cosas que le hace su marido. Al principio las oculta bajo un halo de misterio. — Todos los días se va de casa y no vuelve hasta muy tarde, siempre con malas compañías; estoy muy sola. Y cuando se lo digo ni me contesta. Pasa de mí. Yo entonces me deprimo y no soy capaz de seguir la dieta; me aburro sola en casa y me pongo a comer. Llego a creer que su marido lleva una doble vida y se va con mujeres. La verdad es que no encaja su aspecto físico con una vida pecaminosa, pero cualquiera se fía. En la siguiente sesión de láser Juana vuelve a sincerarse; en esta ocasión está más agresiva. — Es que está siempre mal acompañado y mal aconsejado. Anda siempre con su hermano, se pasa todo el día con él y yo eso no lo acepto. No se lo tolero. Se ha casado para estar conmigo. Su indignación es profunda. Su color ya no es rojo, es morado. Intento tranquilizarla y le aconsejo que hable con él. Le digo que alterarse así es peligroso para su salud. A la siguiente revisión acude con un nuevo episodio de trombosis; la pérdida de visión es casi total. Empieza a presentar hemorragias en el ojo bueno. Todo el trabajo realizado con el láser se va al garete. Le riño; le pregunto si está siguiendo la dieta, si está realizando ejercicio, si su médico sabe lo que le está pasando en el ojo. Me dice que su médico no le hace ni caso, que no le entiende, porque la culpa de todo la tiene su marido; repite incesantemente que está a punto de separarse de su bendito marido. 41 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos — Ya no aguanto más, doctor. Se pasa los días con su hermano y se van a casa de su madre, y allí se pasan el día. Usted me dice que tengo que pasear, pero si estoy sola, no me atrevo a salir de casa; él no quiere venir conmigo. Entre todos van a acabar conmigo. En parte me quedo más tranquilo; su marido no tiene malas compañías ni vicios ocultos, ni lleva vida depravada. Por tanto, parece que no es un asunto de malos tratos. — Su madre tiene 95 años y mi marido dice que los necesita porque está impedida. Pero él se casó para estar conmigo. Yo con mi suegra no tengo problemas; la culpa la tiene él. La cosa se pone peliaguda. Parece que una gran parte del problema de las trombosis es el carácter irascible de Juana. Yo, inocente, le propongo: — Pues por qué no acompaña a su marido a casa de su madre; así van dando un paseo tanto al ir como al volver. — Pero es que no puedo ir a casa de mi suegra. Sus hijas viven con ella en su casa, y no me pueden ver, me tienen envidia. Van a acabar conmigo, repite. Me hacen la vida imposible. O sea que el conflicto familiar se extiende. Yo me siento cansado. No sé por dónde salir. Hay más pacientes esperando. No hay arreglo posible. Otro caso perdido, como el de Antonio. Juana no va a cambiar su estilo de vida. Dice que van a acabar con ella, y se lo cree y así acabará siendo. Seguirá odiando, seguirá obsesionada, se creará a sí misma un estrés psicológico que le provocará una hipertensión arterial de tipo emocional, aderezada con su falta de ejercicio y su falta de adopción de hábitos saludables. Obsesionada como está, lejos de cumplir la dieta, relajarse y hacer ejercicio, seguirá sufriendo accidentes vasculares, ahora en el ojo, después en las piernas, después en el corazón y quizás una hemorragia cerebral que la deje hemipléjica. Escribía Shakespeare: “No calientes el horno de la ira tanto que te pueda quemar a ti mismo”. Muchas personas prefieren culpar a todo el mundo de sus males, siempre alimentando el odio. Por sistema hay algo o alguien a quien echarle la culpa; a todos menos a uno mismo. 42 “Tus ojos” La visión personal El caso de Juana nos enseña dos cosas: de qué manera una enfermedad como la hipertensión arterial, que en gran medida depende de la voluntad del paciente, puede acabar dañándola irremediablemente, y cómo la obsesión, la falta de control sobre uno mismo, puede llevarle al desastre. Juana se quedará ciega. Parece no importarle; prefiere pensar que ella pierde la vista por culpa de su marido. — No se si está usted exagerando voluntariamente para apoyar sus argumentos iniciales. El caso de Antonio es más fácil de entender, pero lo de Juana sí me ha dejado descolocado. ¿No será también un caso extremo, una casualidad? Suena un poco a novela. Aquí vuelve a intervenir el cuarto pasajero: — No creas. Hace poco vi en urgencias a un paciente al que había operado de miopía hace 4-5 años. Tiene 41 años. Venía con una severa pérdida de visión. Al explorarle el fondo del ojo de nuevo me encontré con una trombosis. Lorenzo no tenía hipertensión arterial diagnosticada, ni colesterol, ni diabetes. Todo era normal. El banco en el que trabaja le realizaba análisis periódicamente y estaba todo bien. Solo me quedaba como factor de riesgo el estrés, pero me contestó que no, que él no tenía estrés. Al insistirle me acabó confesando que en la última temporada, con lo de la crisis, sí que les estaban apretando más. Le advertí del riesgo, de que un infarto en un ojo es grave, pero que un infarto cardíaco le puede matar o una hemorragia cerebral dejarle paralítico. Le hice ver que tiene hijos pequeños. Me prometió que se tomaría las cosas con calma. Le citamos para practicarle la angiografía la semana siguiente. Ese día me dijo Virginia, la optometrista: — Está Lorenzo con mucha prisa. Dice que si podemos hacérsela pronto, que le colemos antes que a otros. Dice que tiene que acabar inmediatamente, porque de aquí ha de irse al notario con un cliente a firmar una escritura muy importante. Cuando tuve delante a Lorenzo le recriminé: “¿Pero no habíamos quedado en que ibas a tomarte las cosas con calma, que esta trombosis era un aviso?”. — Sí, sí, me respondió. Pero es que es un caso especial, un cliente muy bueno; no quiero perder la operación. — ¿Tú qué crees? ¿Cómo va a acabar Lorenzo, como Juana? 43 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos — Pues tiene toda la pinta. ¿Y hay muchos casos así? — Muchos, muchísimos. Siempre hay algo o alguien a quien echarle las culpas. El trabajo o el paro, la familia o los amigos, el jefe o los compañeros. Nunca tenemos la culpa nosotros. Aunque no hagamos las cosas como se deben hacer. No cumplimos la dieta, no hacemos ejercicio, no aprendemos a relajarnos, fumamos, bebemos, nos estresamos, nos preocupamos y obsesionamos innecesariamente... Decía Montaigne, un filósofo francés: “Mi vida ha estado llena de terribles desdichas, la mayoría de las cuales nunca han sucedido”. Decía también Marco Aurelio, el filósofo emperador romano: “Nuestra vida es la obra de nuestros pensamientos”. En ambos casos nos están indicando que somos lo que nuestra mente quiere que seamos, y que en nuestra mano está evitar que nuestra mente sea nuestra enemiga. Nuestro paciente-pasajero se queda pensando. Hay unos segundos de silencio que rompe el cuarto pasajero. — Por cierto, hace usted mucho hincapié en el ejercicio. ¿Qué tiene que ver el ejercicio con los ojos? No acabo de entender la relación. ¿No será que también está de moda actualmente? —No, eso viene de antiguo. Lo decían los romanos hace siglos con aquel aforismo latino “mens sana in corpore sano”. Pero te lo explico. El ojo es un órgano en constante funcionamiento. La retina, la parte más importante del ojo, realiza un enorme consumo de oxígeno. Por ello es fundamental aportárselo. El oxígeno llega esencialmente a través de la sangre; por ello se necesita una buena circulación. ¿Y qué pasa cuando hay un exceso de azúcar (en la diabetes) o de colesterol (en la obesidad) o mala circulación por la hipertensión arterial? Que no llega oxígeno a la retina, que la circulación no es la adecuada y que eso da lugar a serios problemas: hemorragias, infartos, isquemia (falta de circulación), y que como consecuencia perdemos vista. — Todo eso ya lo entiendo, pero sigo sin saber qué papel juega el ejercicio físico. — El ejercicio es el mejor medicamento a nuestra disposición. Quema el azúcar, reduce el colesterol, mejora la circulación, baja la tensión arterial, mejora la oxigenación...; además no cuesta dinero ni tiene efectos secundarios. Así que fíjate si es importante. Y a pesar de todo la gente no nos hace ni caso. Siempre hay alguna disculpa para no hacer ejercicio. Como te decía antes, que si hace frío, que si hace calor, que si tengo mucho trabajo, que no tengo ni un minuto… 44 “Tus ojos” La visión personal — ¿Y el tabaco por qué es malo para la vista? ¿Porque el humo nos produce irritación? — Al margen de la irritación, que no deja de ser un problema menor, lo importante es que el tabaco no permite una adecuada oxigenación. Los glóbulos rojos son las células de la sangre que transportan el oxígeno; son como un vagón que lleva el oxígeno a los tejidos. Si respiras monóxido de carbono, ese vagón no transporta oxígeno, está ocupado por el monóxido de carbono, con lo que a tus ojos no llega suficiente oxígeno y estos empiezan a fallar. — Por eso usted le insistía tanto a Antonio. Porque además de la mala circulación por el exceso de azúcar en la sangre, esta no llevaba suficiente oxígeno. Ya lo veo más claro. — Exactamente. Como veis, en el ojo se reflejan muchas enfermedades generales, desde el estrés hasta enfermedades neurológicas, pasando por la hipertensión arterial, el hipertiroidismo, la diabetes, procesos de envejecimiento como la degeneración macular, incluso enfermedades autoinmunitarias como los reumatismos. Por eso el ojo es un órgano muy importante. — Parece que está usted magnificando la importancia de la Oftalmología. Soy periodista y me dedico a la divulgación científica. He hecho múltiples reportajes sobre avances científicos, pero no conocía la Oftalmología y da la impresión de que usted está exagerando su importancia. — ¿Qué te hace pensar eso? — Pues que ahora resulta que en el ojo repercuten desde el estrés hasta no sé cuántas manifestaciones de las enfermedades generales; es decir, en el ojo se reflejan muchas enfermedades. — Pues sí, tienes toda la razón; las manifestaciones de las enfermedades generales a nivel del ojo son importantísimas. Por tanto no es que yo sea un enamorado de mi profesión, es que mi profesión es apasionante, tiene capacidad de enamoramiento, es muy compleja. — Ha mencionado el tema de la diabetes. Ese sí es un tema importante. Hay un día del mes de noviembre que está consagrado como Día Mundial de la Diabetes. Recuerdo haber realizado un reportaje sobre complicaciones de la diabetes y sin duda una de las que más preocupaba era la ceguera. 45 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos El periodista ya se ha lanzado. Quiere demostrar su conocimiento del tema. Continúa: — Vamos a hablar sobre este asunto, sobre qué repercusión puede tener la diabetes. ¿Cómo es posible que porque una persona tenga el azúcar elevado se pueda quedar ciega? ¿Qué tiene que ver? Por cierto, le importa si tomo alguna nota. — No, no, adelante, no hay problema. Pues algo parecido es el título de una de mis conferencias: “Del exceso de azúcar a la pérdida de visión: la ruta del diabético hacia la ceguera”. Algo así como “La crónica de una ceguera anunciada” parafraseando a García Márquez. Es una narración en la que cuento cómo partiendo de una situación de concentración de azúcar en sangre elevada, una persona puede llegar a quedarse ciega y esa es una ruta perfectamente trazada. Sabemos cuáles son los pasos que sigue el paciente en esa evolución y los cuidados y tratamientos que debe seguir para no continuar en ese curso. — Es decir esto es como un viaje que tiene diferentes etapas. Cada etapa indica que la enfermedad avanza. Cada etapa indica que la situación es más grave. Y si el paciente quiere puede parar esa progresión, ¿es así? — Así es, resumiendo mucho el problema. — ¿Y ustedes cómo saben que se va cumpliendo cada etapa? — Revisando el fondo del ojo al menos una vez al año. — Vale, doctor, le creo. Pero no lo entiendo. No comprendo cómo porque haya un exceso de azúcar se puede uno quedar ciego. — El ojo necesita oxígeno para sobrevivir, y para eso necesita una buena circulación sanguínea. Pero ¿qué ocurre en la diabetes? Como la sangre lleva un exceso de azúcar ya no es un líquido fluido, sino espeso, pegajoso. Piensa en lo pegajosa que es la miel. Imagínate lo mal que circularía por las venas. Pues así es la sangre en los diabéticos. — ¡Ah!, ya lo voy pillando. La sangre es tan viscosa que dificulta la circulación. Por eso se me hinchan tanto las piernas y me canso tanto, porque mi sangre no circula bien. Es que tengo un poco de diabetes. Ahora ha intervenido una señora de mediana edad y peso y volumen claramente por encima de la media. 46 “Tus ojos” La visión personal — En consecuencia, si hay una mala circulación y falta de oxígeno comienzan a producirse los problemas que explicábamos antes: hemorragias, infartos, edema, muerte celular, etc. Así que fíjate qué panorama. Un verdadero “caos circulatorio”. Y el paciente se queda ciego. Se produce un silencio que se prolonga durante unos segundos. La pasajera diabética lo rompe: — Y dice usted que eso se puede frenar. Que se puede corregir. ¿Ustedes cómo saben lo que está pasando? — Claro que podemos frenarlo. Y claro que sabemos ante qué etapa nos encontramos. Para eso hay que explorar el fondo de ojo de los diabéticos, como decía antes, una vez al año. Y nosotros, que vamos viendo cómo van apareciendo esos signos, sabemos en qué etapa estamos. Y se lo decimos al paciente. Que prosiga por esa ruta o la interrumpa va a depender en gran medida de su actitud ante la enfermedad. — ¿Y en esta ruta el paciente qué va notando? — Al principio no nota nada, pero después se da cuenta de que pierde visión, percibe que va viendo peor. Normalmente ocurre de forma lenta y progresiva, pero ya viste que Antonio y Juana la perdieron de repente. Claro que la perdieron porque no se cuidaban. — ¿Y cómo se puede frenar este “viaje maldito a la ceguera”, esa “ceguera anunciada”? — Llevando una vida sana y haciendo caso a los médicos. — ¿Y eso qué significa; en qué se traduce? ¿Qué recomendaciones podemos darles a estos pacientes? — Vamos a enumerarlas: 1.- Ejercicio físico: Como decíamos antes, tiene todas las ventajas y ningún inconveniente. Quema azúcar, quema grasas y colesterol, activa la circulación, mejora la oxigenación, regula la tensión arterial, rebaja el peso corporal y mejora la elasticidad, evita el sobrepeso sobre las articulaciones…; además no tiene efectos secundarios ni coste económico alguno y, por otra parte, es placentero y mejora el estado de ánimo. En otras palabras, reúne todas las ventajas y ningún inconveniente. 47 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos 2.- Cuidar la dieta. Hay que hacerlo de acuerdo con lo aconsejado por el médico, pero es evidente que la dieta debe ser sana, evitando azúcares y grasas, que van a “envenenar” la sangre, y por supuesto el alcohol. 3.- No fumar. El tabaco impide una adecuada oxigenación. 4- Seguir el tratamiento prescrito por el médico, se trate de pastillas o de insulina. 5- Una vez al año acudir al oftalmólogo para que le explore el fondo de ojo. — Bien, esas medidas son buenas para prevenir, pero una vez ya se ha producido el problema ¿qué se puede hacer? Cuando el paciente ya ha perdido vista ¿bastarán esas recomendaciones para recuperarla? ¿Qué papel juega el láser? — No, evidentemente, no. Hay que seguir cumpliendo esas normas, pero una vez producidos los problemas hay que tratar al paciente con rayos láser. — ¿Pero no son peligrosos? ¿Por qué dicen que te pueden quemar la retina? ¿Cómo actúan? — Pues no; bien aplicados por un especialista no revisten problema especial. — ¿Y en estos casos también encontramos gente que no sigue las recomendaciones sobre vida sana? — Sí, por supuesto. Incluso gente joven. Gente con responsabilidades y con hijos. No tan extremos como el caso de Antonio, pero muy parecidos. No dicen que prefieren quedarse ciegos que dejar de fumar. No lo dicen, pero lo hacen. Ahora me acuerdo de una paciente diabética, joven, con complicaciones oculares graves. Se llama Yolanda, está separada y tiene dos niñas. Solo tiene visión con un ojo, y ya hemos tenido varios sustos con él. Hasta ahora ha habido suerte y la hemos sacado adelante. Es muy simpática y alegre, nerviosa, sonríe constantemente. Me enfado con ella con la misma frecuencia con la que ella me sonríe. Siempre sale de la consulta con la promesa de que en la próxima revisión ya habrá dejado de fumar. Pero cada vez que viene me da el disgusto. Con frecuencia le digo: imagínate que te quedas ciega: ¿Qué va a ser de tus hijas? ¿Quién las va a cuidar? ¿Y a ti? ¿Te imaginas el problemón que puedes crear si sigues fumando? — Explicado así parece mentira la irresponsabilidad de algunas personas. Así que la diabetes y la hipertensión arterial pueden ser causa de ceguera. La ver- 48 “Tus ojos” La visión personal dad es que nunca me pude imaginar esa relación. Ya he sacado en limpio que el concepto de vida sana es fundamental. ¿Qué otras causas más de la lista que me dijo al principio pueden afectar; qué otras enfermedades que desconozcamos? Vuelve a intervenir el pasajero-paciente que ha estado reflexionando. Parece más tranquilo. Posiblemente, conocer las posibles causas y saber que tienen prevención y remedio le anime a superar su obsesión. Escribió Moliére: “Las dudas son más crueles que la peor de las verdades”. — También ha dicho una cosa que me ha dejado atónito: que convivir con mi perro o mi gato me puede causar una grave pérdida de visión. Eso jamás lo había oído, y mira que hay perros y gatos en este mundo. Ya me imagino que si me da un golpe o un arañazo me puede provocar una herida, un traumatismo como tantos, pero es que mi perro es muy dócil y no ataca nunca; se trata de un cocker muy pequeño. ¿Cómo me va a dejar ciego? — Al margen de los traumatismos que, como bien dices, pueden ser provocados por cualquier causa, los perros y los gatos transmiten una enfermedad, un parásito que te puede dejar ciego: el toxoplasma en caso de los gatos y el toxocara en el de los perros. Pueden producir una infección que te deja ciego o con una severa pérdida de visión. — Explíqueme cómo es eso, por favor. Que ya estoy pensando en poner en cuarentena a mi perrita “Lolita”. No me imagino cómo puede ser eso. — El perro y el gato son portadores de los parásitos que te acabo de comentar. Normalmente son parásitos intestinales que se transmiten a través de las heces. Cuando, por razón de una falta de cuidados higiénicos en su manejo, nos contaminamos, el parásito llega por vía sanguínea al interior del ojo y se queda allí “acampado”. El ojo sufre una inflamación fortísima que produce una grave pérdida de visión. — Y decía usted algo también sobre la picadura de las garrapatas. ¿Está relacionado? — La picadura de una garrapata puede acompañarse de gravísimas complicaciones que llegan incluso a poner en peligro la vida. — Me da mucha grima lo que está diciendo. Pensar en esos parásitos... Yo tengo niños pequeños y tenemos una casa en el campo; ¿hay mucho peligro? 49 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos La pregunta la hace una madre joven que viaja acompañada por unos niños que juegan sin interrupción con una consola. Los ha dejado embelesados en su mundo y desconectados del nuestro, con los auriculares de sus tablets. — No, no hay que alarmarse, simplemente tener cuidado. Pero bueno, para desdramatizar el tema de los parásitos, te voy a contar una historia clínica simpática sobre algunos de los parásitos que pueden afectar al ojo. — ¿Simpática? A ver cómo se explica eso, si me está poniendo los pelos de punta. — Bueno te voy a contar un cuento dedicado a ti y a los que son como tú. A los hipocondríacos. A los que os teméis siempre lo peor. Esto lo digo con cara de guasa dirigiéndome al pasajero-paciente. Vuelvo a mi archivo de cuentos. Cuento 3. EL NIÑO CON BICHOS EN LOS OJOS (Ficción o realidad. Cuando la realidad supera a la ficción; ¿o es al contrario?) “Hay un señor montando un follón tremendo en recepción, no para de gritarme y de amenazarme”. La voz agobiada y alarmada de Celia, la recepcionista portuguesa, suena por el teléfono interior. Aurora me ha sacado de la consulta con la cara desencajada y corro al teléfono de la sala de médicos, mientras me va diciendo: — “Está muy asustada; dice que no sabe qué le pasa al señor que está diciendo cosas muy raras”. En esas décimas de segundo se te viene todo a la cabeza: alguien que está trastornado, algún paciente descontento que se ha desquiciado, una complicación grave en un paciente postquirúrgico… — Tranquila, Celia; ¿qué pasa?, le pregunto. — Profesor, me dice con su acento suave y melódico arrastrando la s, hay un señor aquí que me está amenazando. — ¿Pero quién es; es un paciente, un familiar, qué es lo que quiere? 50 “Tus ojos” La visión personal — No, no es paciente nuestro. Nunca ha estado aquí, pero es que quiere que atienda de urgencia a su hijo. Yo le he dicho que hoy no se le puede visitar, que está todo ocupado y que vamos a acabar muy tarde. Pero me dice que él no se va de aquí hasta que no veamos a su hijo, que no se mueve de aquí y que si es necesario llamará a la policía, que va a subir a hablar con usted aunque no le dejemos pasar y aunque tenga que interrumpirle la consulta… y ha empezado a llamarme incompetente y otras cosas muy feas. — Pero Celia, qué le pasa a su hijo. ¿Ha tenido un accidente? ¿Tú le notas algo? — No, el niño está en la sala de recepción y no le pasa nada. — ¿Pero qué dice el padre? — Pues una cosa muy rara: ¡que le han dicho que su hijo tiene bichos en los ojos! — ¡Bichos! ¿Qué tipo de bichos? — Que no lo sabe, pero que no se mueve de aquí mientras usted no lo vea. La norma general en nuestras clínicas es que un paciente que pone un pie en nuestras instalaciones por una urgencia debe ser atendido. Las chicas de recepción se desesperan porque hay mucho fraude al respecto. Ellas quieren filtrar algo a los pacientes, porque si no se colarían muchos que no son verdaderas urgencias. Supongo que Celia, al ver que el niño venía tranquilo, consideró que era una exageración por parte del padre. No calibró bien la situación y se le vino el mundo, mejor dicho el padre del niño, encima. — Bueno Celia, dile que lo vamos a ver. Abridle ficha y que suba. Al mismo tiempo que le estaba dando esas instrucciones y, olvidándome del paciente que estaba visitando, empecé a rebuscar en la memoria. ¿Bichos? ¿A qué se podrían referir? Supongo que se lo habrá dicho un médico. Por tanto hay que pensar en un parásito o en un insecto. Intentando ordenar las ideas fui pensando en los casos de parásitos o de insectos que he visto en mi vida y repasando mentalmente mis listas de enfermedades por parásitos raros. Me acordé del que más me ha impactado en este tipo de situaciones. Un agricultor que vino de urgencia porque le había explotado en la cara un depósito de estiércol. Venía con la cara tatuada por los restos, cientos de microerosiones en la piel de la cara, lleno de heridas. No podía abrir los ojos totalmente cerrados por el dolor. Le pusimos una gota de anestésico. 51 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos Gracias a la gota pudo abrirlos y el espectáculo era nauseabundo, vimos los ojos llenos de porquería, de un material repulsivo. Una vez sobrepuestos del impacto visual, con paciencia estuvimos lavando con suero alternando con más anestésico. Cuando ya parecía que habíamos eliminado todos los restos y el aspecto era más normal, le pedimos que apoyara la barbilla en nuestra lámpara-microscopio de exploración, y casi me da un pasmo: ¡los ojos estaban llenos de gusanos!, cientos de pequeños gusanos metiéndose y deslizándose por la superficie del ojo, por los pliegues de la conjuntiva, por debajo de los párpados. Cada vez que movía el ojo o abría y cerraba los párpados, aparecían nuevas remesas. Era impactante, repugnante. Superadas las náuseas iniciales, intentamos varias maniobras pero no conseguíamos nada. Decidimos “intoxicarlos”. Se nos ocurrió lavarlos con betadine puro. Con eso conseguimos matarlos y por fin los eliminamos todos. Cómo quedaron sus córneas y conjuntivas después del trajín ya se lo pueden imaginar. Sin embargo, las heridas, como eran muy superficiales, curaron en pocos días (eso sí con mucho dolor) y el paciente recuperó la visión por completo. Aurora me despertó de mi ensimismamiento recordándome que tenía un paciente pendiente en consulta. Di instrucciones para que tomaran la visión al niño y me lo pasaran antes que a los otros pacientes que estaban en consulta, pues me temía que el niño tuviera algo parecido y que el padre estallara nuevamente si lo hacíamos esperar. Entre paciente y paciente seguí pensando en otros parásitos. Intentando clasificarlos mentalmente; fui desde la parte más superficial del ojo hacia las más profundas, y por tanto más graves. Hay gusanos que se introducen por debajo de la conjuntiva, sin penetrar en el interior del globo, y se les ve deslizarse, pero son muy raros en nuestro medio ambiente; son más típicos de zonas ecuatoriales. Por fin me pareció más lógico pensar en los dos parásitos más frecuentes en España: el toxoplasma y el toxocara. Son dos parásitos relacionados con hábitos poco higiénicos y que pueden proceder del suelo o del perro y el gato; originan unas inflamaciones intraoculares muy graves que se acompañan de pérdidas de visión muy importantes, como ya comentamos anteriormente. Por fin pasaron el padre y el niño. El padre, muy nervioso, pidiendo disculpas e intentando justificarse: — Es que estoy muy agobiado. Me han dicho que tiene bichos en los ojos, que parece que se mueven y que debía verlo urgentemente un oftalmólogo. Y solo de 52 “Tus ojos” La visión personal pensar que mi hijo pueda tener bichos en los ojos me pone al borde del colapso. Estoy preocupadísimo por lo que pueda ser y por lo que le puede pasar. — No se preocupe, le dije; yo también soy padre y sé cómo nos ponemos con las cosas de nuestros niños. Cogí la historia clínica: La visión era del 100% en ambos ojos; el niño estaba tranquilo y los ojos blancos. Quizás un poco asustado por la tensión que le rodeaba, pero sin miedo. No tenía fotofobia, ni lagrimeo ni blefarospasmo (cierre reflejo de los párpados). Por tanto no había inflamación grave. Le pedí que se apoyara en la lámpara microscopio sin saber qué me podría encontrar. Los ojos estaban bien, blancos, sin irritación; no se observaba nada anormal. Después me fui hacia los párpados. Allí pude ver algo raro: una gran descamación, como gruesas costras de caspa en el borde de los párpados, raras, muy raras, y de repente vi que se movían… ¡Efectivamente!, había unos bichos moviéndose lentamente en el borde de los párpados, bichos como cangrejos con patas en forma de tenazas aferrándose a las pestañas, algunos semienterrados en el borde del párpado, ocultos, y alrededor pequeñas larvas en forma de huevos abrazando a las pestañas en su base. Algunos de los bichos tenían su barriga llena de sangre procedente de la succión que realizaban en los capilares de los folículos pilosos de las pestañas. Otros reptaban por las pestañas. Vistos al microscopio, multiplicado su tamaño por 20, el aspecto era temible; sin embargo, los terribles bichos eran… unos simples piojos. Nuevamente tragas saliva, te tranquilizas, miras al padre y le comunicas la noticia, buena pero perturbadora. No pasa nada, no hay problema, pero a los padres de los escolares que su hijo tenga piojos les causa cierta vergüenza, cierta sensación de culpabilidad, como si fuera culpa suya que la higiene de sus hijos no sea la adecuada. Nada más lejos de la realidad, pero los piojos tienen ese estigma. El padre se quedó tranquilo. Le dije que lo más probable era que el foco infeccioso estuviera en la cabeza, que debería verlo un dermatólogo. Y que los piojos de las pestañas habría que ir eliminándolos con una pinza y que se podría ayudar de remedios caseros. El padre casi no articulaba palabra; se notaba que se quería ir pronto, que no quería hablar más del asunto, que quería darlo por finiquitado. Este relato lo traigo a colación y lo dedico a los hipocondríacos. La forma de afrontar las enfermedades, el vivir con antelación los problemas. 53 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos ¿Cómo actúa la mayor parte de la gente actualmente? Te vas al ordenador, te conectas a Internet, a Dr. Google, tecleas bichos, parásitos, y te sale que te puedes quedar ciego. Momentos de angustia. Para los aprensivos, tremendo. El miedo nos hace vivir auténticas pesadillas con antelación, cuando la mayor parte de las veces nada de lo que tememos va a ocurrir. Vivir las enfermedades antes de tenerlas nos puede llevar a padecerlas de verdad o a la locura. Yo tenía una paciente que se determinaba la glucemia 5 veces al día. No era diabética, pero tenía pavor a serlo: no acabó diabética, pero sí en un psiquiátrico. De pronto empieza a sonar el teléfono. Estoy tan entretenido que no me apetece contestar. Sin embargo, veo en la pantalla que es Ana, mi mujer y, por supuesto, atiendo la llamada. Me disculpo ante mis contertulios y me levanto para poder hablar con cierta intimidad. Le comento la situación, se muere de risa; “te encanta enrollarte”, me dice. Sabe que a veces me retraso en la consulta porque me gusta “charlar, tranquilizar a los pacientes”. Estamos entrando en Zaragoza; el tren va perdiendo velocidad. Charlo con ella unos minutos, comentamos cosas de la clínica. Me da una enorme seguridad saber que cuando me voy a algún congreso puedo confiar totalmente en su capacidad. No solo es una excelente cirujana oftalmológica y una madre excepcional, sino que además es una buena gestora. Cuando se reinicia la marcha vuelvo a mi asiento. 54 “Tus ojos” La visión personal 3. Los cobardes quedan ciegos La degeneración de la mácula, la cruz de la moneda. Las enfermedades hereditarias de la retina, la gran tragedia. Cuento 4. Lucas el pimpollo. Cuento 5. Jesús, o la cobardía intolerable. Cuento 6. Gabi, el diagnóstico que no pude comunicar. Cuando vuelvo a mi asiento les veo discutir amable pero vivamente, con pasión. La mujer trata con paciencia de que el pasajero-paciente reflexione. Otros pasajeros se ríen discretamente. La verdad es que algunos hipocondríacos, por su extremismo, pueden llegar a producir cierta hilaridad. Aunque lo cierto es que lo pasan fatal, hasta el punto de crearse ellos mismos las enfermedades que tanto temen. Y, por supuesto, viven como si las tuvieran. — Bueno, tampoco creo que haya razones para meterse con los hipocondríacos. Sí, sufrimos mucho. Lo pasamos fatal. — Claro, pero vosotros tenéis la culpa. — Eso es falso. Hemos nacido así, no somos así porque queremos. Ya me gustaría a mí no pasarlo mal. Porque yo creo que todos somos iguales, pero algunos se hacen los duros. Lo disimulan. Seguro que en el fondo están tan muertos de miedo como yo. — Estás completamente equivocado. Las formas de enfrentar la enfermedad son totalmente diferentes entre unas personas y otras. En ocasiones llega a ser indignante comprobar esa actitud. Hasta ahora hemos visto pacientes que podríamos calificar de irresponsables. No te puedes ni imaginar las diferencias que hay entre unos pacientes y otros. Los optimistas y los pesimistas, los luchadores y los cobardes. Y cada uno puede cambiar su mentalidad de lucha. — Vale, vale. Me interesa el tema. ¿Usted cómo cree que reaccionaría yo? ¿Cómo reacciona la gente? Imaginemos la escena: está en consulta con el paciente y usted le dice que ha perdido la visión o que va a perder la visión. ¿La gente llora, grita, se desespera? ¿Cuál es la actitud ante la ceguera? 55 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos Nuevamente observo que mi interlocutor se va lanzando, como al principio. Se está poniendo literalmente “en la piel del paciente”; me da la sensación de que le va a dar algo. — Porque una persona que se queda ciega, una persona que no ve ¿es una persona amargada? — Te parecerían increíbles las diferentes respuestas de los pacientes ante el mismo problema. Los hay amargados por haber perdido un poquito de visión en un ojo y los hay felices a pesar de estar ciegos. — Mire, eso no me lo creo yo ni de broma, y perdón por la expresión. — No lo creas. Lo que tú consideras una tragedia y lo vives como una tragedia otra persona lo considera una forma de vivir. Si tienes mala suerte y te empeñas en ver el lado malo, vivirás amargado, pero si lo aceptas y te adaptas, puedes vivir bien, con limitaciones, es verdad, pero si las asumes, puedes ser feliz. Mira, te voy a exponer un caso muy gráfico por lo extremo, y te doy mi palabra de que es verídico. Vuelvo al ordenador. Por si acaso confirmo que me queda batería. Abro nuevamente mi carpeta de cuentos. Me voy al archivo de uno de mis personajes favoritos. Un cuento que releo cuando considero que me asalta la mala suerte. Cuento 4. LUCAS EL PIMPOLLO Manos gruesas, encallecidas, arrugas en la frente, color tostado. Así eran los tres hermanos. Gente de campo, nobles. Siempre venían juntos a la consulta; dos eran diabéticos y el tercero el acompañante. Estaban bien entrados en la sesentena. Siempre fueron educados, correctos, respetuosos. Nunca protestaron por una espera. Y los tres eran solterones. El mayor y el menor estaban muy afectados por la diabetes y sufrían una severa pérdida de visión. El hermano mediano era el guía. Con paciencia infinita les conducía y ayudaba desde que salían del pueblo hasta que llegaban a la clínica, durante la consulta y de vuelta a casa. Nunca un mal gesto, nunca una palabra más alta que otra. Lucas era el pequeño. Una tragedia. Tenía 65 años e iba en silla de ruedas. Por culpa de la diabetes le habían amputado las dos piernas. Como era corpulento, a su hermano mediano le costaba desplazarlo de la silla de ruedas al sillón de exploración. Siempre estaba sentado; su movilidad era mínima. 56 “Tus ojos” La visión personal Cuando le vi en consulta la primera vez ya había perdido la visión de un ojo y en el otro la situación era muy complicada. Tenía hemorragias intraoculares debidas a la diabetes. Con muchos problemas pudimos realizarle un tratamiento de fotocoagulación con láser. Cuando, tras muchas y muy laboriosas sesiones de láser, conseguimos controlar la situación, el cuadro clínico era deprimente: amputado de las dos piernas, sometido a tratamiento con insulina que él no podía pincharse y a una dieta estricta sin poder darse ninguna alegría, una gran dificultad para controlar los niveles de azúcar pues debido a su inmovilidad no podía realizar ejercicio, un ojo perdido, con una visión en el otro (el bueno) de 5 %, sin poder leer, sin poder ver la televisión, sin poder moverse… Después de leer la historia, cuando entras en la sala de exploración vas triste, derrotado, no puedes hacer nada más por él. Te imaginas la tragedia en la que supones que vive, a su edad, en un pueblo pequeño, sin las comodidades y servicios de una ciudad, dependiendo de sus hermanos solteros y setentones… Sin embargo, algo no encaja. Abres la puerta, le miras a la cara, y está sonriendo con una cara que destila dulzura. Y le haces la pregunta de rigor: ¿qué tal Lucas, como va?, y la respuesta, sorprendente, inesperada, inexplicable: “Como un pimpollo, doctor, como un pimpollo”. Lucas era feliz. Había asumido su enfermedad y sus complicaciones; las limitaciones que tenía, insoportables para el 99 % de los mortales, las tenía superadas. ¡Daba gracias a Dios por tener un 5 % de visión en un ojo! La forma de encarar la enfermedad es clave en los pacientes. Caben muchas posibilidades. Lucas había luchado; la maldita enfermedad le había dejado diezmado su cuerpo, pero él no estaba dispuesto a que le robara el ánimo, su espíritu. Y así él era feliz y hacía la vida fácil a su gente. Por lo contrario, todos los días vemos a pacientes neurotizados, que viven amargados, que se imaginan sus enfermedades, que se las provocan a sí mismos con sus obsesiones o con tanto miedo a las enfermedades que las padecen sin tenerlas. Estos pacientes son el martirio de los oftalmólogos. No les encuentras nada, pero tienes miedo de que se te escape algo, y buscas, buscas y buscas, pero no encuentras, porque no hay. Y además siempre están descontentos y hacen infelices a sus familias. Y pasan de médico en médico buscando algo o alguien que justifique sus obsesiones. Cuando dejas caer que deberían buscar ayuda psicológica se enfadan, se consideran injustamente tratados y no vuelven. ¡Qué diferencia de actitud y de vida con la de Lucas, el pimpollo! 57 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos ¿Cuál es la moraleja? Lucha contra la enfermedad, agota las posibilidades, pero asúmela, aprende a convivir con ella, acepta las limitaciones que te impone y disfruta de no tener otras. No te puedes obsesionar y focalizar toda tu vida en esas limitaciones. Que no te amarguen, y que ni tú ni tu enfermedad amarguéis a vuestra gente. No les hagáis sufrir. — Porque me da su palabra de que es cierto, porque si no parece el típico cuento de un santo varón. Solo le faltaba levitar. — Pero mira, no todo es tan bonito. Ya puestos en el tema, te voy a contar otra historia que me indigna. Bueno, lo cierto es que hay muchas historias que me indignan, pero esta especialmente. Te pongo en antecedentes. ¿Alguien sabe qué es la mácula? — Bueno me suena algo. Creo que hay muchas personas que pierden visión por enfermedades de la mácula. Oí hablar algo de esto en un anuncio de la televisión. Así que cuénteme, que me interesa. — La mácula es la parte más importante del ojo. Mide poco más de un milímetro cuadrado; es una estructura muy pequeña. Está en el centro de la retina. La gente a veces le llama “el punto de mira” porque es por donde miramos. Es la responsable de la agudeza visual, es la encargada de la lectura, de la visión de los detalles. Por tanto, es fundamental. Hay muchas enfermedades que le afectan. Sobre todo la degeneración macular asociada a la edad. Tiene muy mal tratamiento, pero cuando se coge a tiempo hay formas de controlarla, de enlentecerla y de conservar agudeza visual. Ahora bien, si no se trata la persona va a quedarse ciega. No podrá leer, no podrá ver la cara de su mujer o de sus hijos, no podrá ver la televisión… Podrá deambular, pero solo verá los bultos. Por tanto, parece importante luchar. Pues escucha lo que te cuento. Cuento 5. JESÚS, O LA COBARDÍA INTOLERABLE (En honor a su mujer y a todas las familias de los cobardes) — No lo va a hacer. No lo va a hacer, repetía la mujer mecánicamente. La mirada dirigida al suelo, cabeceando negativamente, con los ojos llenos de lágrimas y cara de sufrimiento, de sufrimiento y resignación. Ya no le quedaban fuerzas para luchar. — Mire, doctor, es que ahora tengo que acabar de filmar una serie, cosa de poco tiempo. Luego vuelvo y usted me hace la prueba. 58 “Tus ojos” La visión personal Jesús es realizador de televisión y tiene 60 años. — Pero Jesús, ¿cuánto es poco tiempo? — Bueno, 3 o 4 semanas. — No, por lo menos dos meses, intervino la mujer. La filmación es en el extranjero. — No puede ser, Jesús. Esta prueba deberíamos hacerla esta semana y comenzar inmediatamente el tratamiento. — Bueno, doctor. Usted no se preocupe, que yo ya llamo para hacer la prueba. — No lo va a hacer, insistía la mujer. — Pero Jesús, ¿usted es consciente de que puede perder la vista por completo si no actuamos? Es usted todavía muy joven para renunciar a la visión de un ojo; nunca sabemos lo que nos puede ocurrir en el otro ojo: otra enfermedad, un golpe, cualquier cosa, y ya no es que dejara usted de hacer televisión, es que no podría manejarse, no podría ser independiente, estaría ciego. Además, tiene muchas posibilidades de que la enfermedad de su ojo izquierdo aparezca también en el otro. Es una enfermedad típicamente bilateral. No hay tiempo que perder. — No le insista, doctor, no va a venir. Siempre hace igual. Siempre es lo mismo. Daban lástima los dos. Eran buenas personas, no discutían, sus formas eran correctas. Sus caras eran de pena. Él, sin querer afrontar el problema; ella, con una impotencia brutal ante los dos problemas, el de la enfermedad de su marido y el de la cobardía para afrontarlo. Probablemente este último era el que más la consumía. Estuvimos 45 minutos porfiando, pero como pasa siempre en estos casos, tú también acabas sintiéndote impotente. Al final el paciente es dueño de su propio destino y no puedes obligarle. La despedida, como de costumbre: — No se preocupe, doctor, yo le llamaré cuando haya organizado todo. Jesús, con evidentísimas ganas de escaparse de mi despacho y de que acabara el acoso, salía hacia el pasillo. — No le llamará, profesor, no lo hará. Así lo ha hecho siempre en la vida. 59 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos La mujer salió detrás. No discutieron, no pelearon, no levantaron la voz. Él acobardado, ella impotente; él aturdido, ella cabizbaja; él tres pasos por delante escapando, ella dejándose ir. Así se fueron pasillo adelante. Me quedé impresionado. Cabían dos posibilidades: que fuera un cobarde o que fuera un apasionado, un loco de su trabajo, con un sentido de responsabilidad excesivo, que le hacía incapaz de abandonar un proyecto iniciado. El tiempo, como siempre, nos daría la respuesta. Jesús tenía la forma más agresiva de degeneración macular senil, la forma que se conoce como “húmeda”. En ella se produce una membrana neovascular, una lesión que produce un sangrado en la mácula. Cuando la membrana empieza a crecer por debajo, la mácula se deforma, se curva y el paciente nota que los objetos también se deforman, se comban. Cada vez la deformación es mayor hasta que se produce la hemorragia. Cuando esta se desencadena, aparece una mancha oscura en el centro de la visión. Por ello, si la membrana no la tratamos de inicio, cuando aún es pequeña, va creciendo, destruye la mácula y deja una cicatriz que impide la visión. A mis pacientes, para que me entiendan, suelo explicarles que es como un tumor benigno (aunque les dejo bien claro que no lo es). Si esa membrana crece y sangra, va destruyendo la mácula y lleva a la ceguera, una ceguera que no es absoluta, pero sí muy invalidante. Por eso hay que actuar rápido y con decisión. El tratamiento es como el de los tumores, una especie de quimioterapia. Tres inyecciones en el ojo a lo largo de tres meses. Para confirmar la existencia de la lesión hay que hacer una prueba especial que se llama angiografía con fluoresceína. En esa prueba introducimos un colorante en una vena del brazo. Ese colorante discurre por la circulación hasta llegar a las arterias y venas del fondo del ojo; tarda aproximadamente 30 segundos. Cuando observamos que llega vamos haciendo fotografías para ver cuál es la causa y la localización del sangrado. Después aplicamos un tratamiento que frena la progresión del cuadro clínico, una especie de quimioterapia sin efectos secundarios relevantes. Sus resultados son bastante buenos. Antes utilizábamos un láser, pero los antiangiogénicos, que así se llaman los nuevos medicamentos, son mucho más eficaces. Los días siguientes estuve esperando la llamada de Jesús. Preguntaba a las recepcionistas y a Sara, responsable de atención al paciente, pero no había noticias. Me daba pena pensar en perder a un paciente sin que me dejara luchar por él. Y sobre todo me daba pena la mujer; su cara, su expresión, sus palabras repetidas como un mantra… “No lo hará, doctor, no lo hará”. Y todo esto dicho sin gritar, sin enfurecerse, sin mandarlo a no sé dónde, sin machacarlo. Dejar que se pierda la visión 60 “Tus ojos” La visión personal de un ojo sin luchar, sin hacer frente a la situación, sin plantarle cara… Increíble, intolerable. Te queda un regusto amargo. Lo sientes como un pequeño fracaso personal; no has sido capaz de convencer a un paciente que requiere ayuda; consideras injusta la prueba a la que el propio paciente te está sometiendo. Tienes la obligación moral de curar, has estudiado, te has formado, has conocido grandes cirujanos, has ido al extranjero a ampliar estudios, dispones de la tecnología que te sirve para dar un buen servicio y el paciente se va y te quedas frustrado. Ves que eres capaz de sacar ese ojo adelante, porque ya disponemos de un tratamiento eficaz, y la cosa se queda ahí, en un vago e incierto “ya llamaré”. Seis años después volvió a aparecer. Acudió porque en ese momento había perdido algo de visión en el ojo bueno. Había empezado a ver las cosas deformadas. La mujer entró pidiendo perdón por la espantada anterior. Venía explicando que lo traía a rastras, porque él prefería esperar para ver qué pasaba. La agudeza visual se había reducido de un 80 % a un 20 %. Además de perder en cantidad también se pierde en calidad. La imagen se deforma, se distorsiona; quienes padecen el problema no pueden leer porque las letras pierden su morfología; las caras que ven están desfiguradas. A eso le llamamos metamorfopsia. ¡Y Jesús estaba esperando a ver qué pasaba! después de lo acontecido con el otro ojo. En esta ocasión traía un problema de la mácula, pero distinto al anterior. Tenía un agujero en la mácula, muy grave, incluso peor que una degeneración macular, puesto que puede complicarse con un desprendimiento de retina. ¡Pero tiene remedio! Se lo digo y le advierto que este cuadro clínico es más grave, que debe verlo nuestro cirujano de retina, que él le informará. Esta vez parece más dócil. ¿Habrá aprendido? Ya tiene perdida la visión de un ojo. Ángel Regueras es un figura, garantía de éxito, cirujano excepcional, con carácter. Lo ve claro. La única solución es la cirugía urgente. Se trata de un caso muy difícil y cuanto más tiempo pase peor será el resultado. Cuando todos damos por descontado el sí ¡volvemos a escuchar la letanía!: — Bueno, ahora no puedo, tengo trabajos que hacer, pero ya les llamo yo para la operación. La cara de la mujer, como siempre. Ángel Regueras, estupefacto, me arrastra fuera del despacho; no se lo puede creer: 61 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos — Que dice que no se opera. ¿Pero entiende su situación?, comenta alarmado. — Sí Ángel, pero es imposible. Observa la cara de resignación de la mujer. — O sea que no le importa quedarse ciego, clama Ángel. — Pues así es. — Entonces allá él. Yo dejo bien claro en el informe que tiene que operarse. Y Jesús vuelve a no llamar. Vuelve a no aparecer. Desaparece. Un año después vuelve con la visión perdida totalmente. Se le ha desprendido la retina. Por fin viene alarmado. La mujer está destrozada, y de nuevo pide perdón. ¿Y cuál es la situación en este momento?: la agudeza visual del ojo derecho se reduce a que ve los bultos solo por la parte inferior; en el ojo izquierdo la visión es del 1 %. Accede a operarse. Ahora el que no quiere operar es Ángel, porque ve el caso imposible. Además es un paciente poco colaborador, poco disciplinado y no va a cumplir el postoperatorio, que en estos casos es muy fastidioso: reposo absoluto, boca abajo. Por fin le persuadimos para que lo intentara; no había nada que perder. Con poca convicción, y muchas ganas por el reto que suponía, se puso manos a la obra. La operación fue un éxito. Durante un mes la retina se quedó bien colocada y el agujero desapareció, pero el deterioro que había sufrido la mácula era muy grande y no aguantó el postoperatorio; había fracasado por el retraso de un año. Una retina desprendida durante un tiempo se muere, como una planta cuando es arrancada de la tierra: se secan sus raíces. No obstante, quedaba la última posibilidad: rellenar el ojo con aceite de silicona, que fija la retina en su posición; aunque no permite una visión buena, se obtiene una visión funcional, para manejarse. Pero Jesús ya no quiso, volvió a tirar la toalla. Se fue de la clínica sin hablar conmigo, para que no le presionara. Unos días después volvió la mujer con la disculpa de preguntar a la enfermera si Jesús debería seguir poniéndose gotas. Pedí que me la pasaran. Me encontré la cara de siempre: reflejaba resignación, frustración, pena. — ¿Qué ha decidido Jesús? 62 “Tus ojos” La visión personal — Nada profesor; dice que cree que se podrá manejar con la visión del primer ojo, un ojo que tiene menos de un 1 % de visión, y que no quiere volver a luchar. — Anímelo, que lo intente; si no se quedará sin nada de visión. — Gracias, profesor; le transmitiré su opinión. Seguro que agradecerá que me haya preguntado por él, pero no va a hacer nada. No va a hacer nada, se va a quedar ciego. Es un cobarde. No hay derecho; es intolerable, es una pequeña forma de suicidio, debería estar legalmente prohibido. — Aquí tenemos otro caso en el que la realidad supera a la ficción. Ni en un mal cuento podría encontrarse a personas que por sus miedos se provocan sus enfermedades o se dejan vencer de una manera tan absurda. No creo que nadie pudiera inventarse un guión tan malo, tan absurdo. Una persona que ve que se va a quedar ciego, que tuvo en su mano no serlo… y no hace nada. ¡Qué razón tenía su mujer! No lo va a hacer, no lo va a hacer. Y no lo hizo. Y se quedó ciego. Para desgracia suya… y de su familia. — En este caso le doy la razón. Es indignante. Por mucho miedo que te den las batas, por mucha alergia que tengas a los médicos, no se puede ser tan cobarde. Y ahora ¿qué va a ser de él? — No lo sé. Sí sé que está ciego. Pero lo que más me indigna es que por su cobardía toda su familia tiene que “cargar” con él. Cuando sufres una desgracia, la familia está para ayudar, y una buena mujer, unos buenos hijos, padres o hermanos se sacrificarán para ayudarte. ¿Pero crees que es justo lo que ha hecho Jesús? Ahora él se ha transformado en un inválido. Pero hay inválidos valientes, optimistas. ¿Tú crees que con ese espíritu va a hacer feliz a su familia, o más bien va a suponer una sobrecarga difícil de llevar. — La verdad es que no parece justo para con la familia. Deberían dejarlo que se apañara solo en la vida. Que se fastidie. Él se lo ha buscado. — ¿Y a usted cómo se le pone el cuerpo cuando tiene que dar una mala noticia? — Muy interesante la pregunta. De acuerdo; toca cambio de tercio. ¿Cómo reaccionarías tú si fueras oftalmólogo y tuvieras que decirle a alguien que se va a quedar ciego? ¿Y si se lo tienes que decir a un niño? 63 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos — Fijaos lo que me ocurrió una vez. Actué como un cobarde, pero creo que repetiría lo mismo. Yo le he llamado a esta historia la cobardía del oftalmólogo. — Hombre, eso es nuevo. Así que usted no tiene todas las claves porque hasta ahora se ha mostrado como una roca, muy seguro de usted y de ser capaz de resolver todos los problemas, y ahora resulta que usted también es débil. Cuente, cuente. — Os pongo en antecedentes. Hay enfermedades de nacimiento, hereditarias, que afectan a la retina de los dos ojos. Son enfermedades muy graves, gravísimas, que dejan a quien las padece completamente ciego en las primeras etapas de la vida. No tienen tratamiento. Y en muchas ocasiones llevan asociadas otras enfermedades. Pero bueno, os cuento la historia. Vuelvo a buscar en mis archivos. Vuelvo a recurrir a mis recuerdos, a mis reflexiones, a mis experiencias. Cuento 6. GABI, EL DIAGNÓSTICO QUE NO PUDE COMUNICAR (O la cobardía del oftalmólogo) — ¿Pero por qué me han citado a esta niña?, pregunto medio enfadado a Aurora. La sempiterna pregunta que le hago a la pobre Aurora cada vez que me citan a un niño. No es que no me guste ver a los niños; es que no soy experto en oftalmología infantil. Es la doctora Macarro. Pero desde que tiene sus propios niños está tan dedicada a ser madre que me deja a mí a sus pequeños pacientes. Se me puede considerar experto en algunos temas que he trabajado toda la vida, enfermedades que he estudiado y sobre las que he publicado, enfermedades que he tratado miles de veces. Leí mi tesis doctoral sobre glaucoma, publiqué un libro sobre ecografía, varios libros sobre retinopatía diabética, sobre tratamiento con láser y cirugía de las enfermedades de la retina; he publicado e impartido cursos sobre cirugía de la miopía y refractiva en general, pero de oftalmología infantil nada de nada. — Profesor, es que los padres insisten en que la vea usted. Que no quieren otro, me repite de forma paciente Aurora. Mientras protesto con poca convicción, voy leyendo la historia clínica. Nada relevante. Parece un poco hipermétrope, pero eso es normal en una niña de seis años. La agudeza visual es buena. Parece ser que le han prescrito gafas hace poco y los padres no están de acuerdo. 64 “Tus ojos” La visión personal Pero Ana Belén, la optometrista, me escribe en la historia:”tiene problemas de audición”. Cuando leo esto me pongo malo. Ya empezamos; niños con problemas. Me duele tanto que los tengan que por eso prefiero no asistir a niños. Hace unos meses me dijeron que mi hijo pequeño podría ser sordo. Pasamos unos meses angustiados hasta que Marta León, su otorrino, lo arregló. Pero es que cada hijo me ha dado un susto. Quizás por eso soy tan sensible. El mayor de los chicos tuvo meningitis a los tres meses de edad. Quedó en nada, pero el susto fue de muerte. Ahora ya es médico. El tercero, segundo de los chicos, sufrió una convulsión febril con un año y lo ingresaron para descartar un tumor cerebral. ¡Vaya tarde nos hizo pasar la neuróloga hasta que nos confirmó que el escáner era normal! Como siempre, se repite la escena. Entras por la puerta de la cabina y ves a una pareja sentada en las sillas. Una niña rubita, menuda, vivaracha; corre y juega por la cabina. Saludas, estrechas la mano de los padres que educadamente se levantan, miras a Gabi, te acercas, le haces una carantoña para ganártela, le dices que está muy guapa con su lazo del pelo, le gasto la broma de que lo vigile porque cuando pueda se lo voy a quitar para regalárselo a mi hija, mira a su madre para saber cómo tiene que tomárselo, si sigue la broma o si tiene que ponerse a la defensiva. La madre tiene treinta y tantos años; es gruesa, igual que el padre. Sigue la broma y añade: “Dile que la próxima vez le traemos un lazo para su niña”. Claro está, no saben que mi niña también es médico. Pero Gabi ya parece ganada. Hay niños que nada más verte se esconden detrás de las piernas de los padres, se escapan. Otros, más decididos, entran al juego. Observo que lleva algo colgando del cuello, a manera de collar, con una especie de instrumento del tamaño de un bolígrafo grueso. Me dirijo a ella: — Gabi, ahora te voy a hacer unas fotos. Vas a tener que estarte muy quieta. Te voy a poner unas fotos de Dora Exploradora y me tienes que decir cuándo aparece. Salta la madre: “Por favor, háblele despacio y alto que tiene problemas de sordera”. La niña me contesta: no le entiendo bien. Claro, si no se oye bien, no se desarrolla el lenguaje de una manera normal. Por tanto, tiene problemas de audición y de habla. Ya son dos problemas. Ya se duplica mi mal cuerpo. — Gabi, acércate el micrófono para hablar de manera que el doctor te pueda entender. Interviene la madre. Se acerca el aparato y ya le entiendo algo mejor. Es una especie de micrófono que le provoca una voz metalizada. No encaja con la dulzura de una niña, con la mirada 65 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos limpia y curiosa de una pequeñaja. Vistos los derroteros que iba tomando la exploración la interrumpo, me giro y miro a los padres. La madre se lanza a explicar. — Es que tiene problemas de oído. No sabían lo que le pasaba; no hablaba, no se desarrollaba. La han visto muchos pediatras y no entienden lo que le pasa; todo era normal, pero oía poco y en consecuencia no aprendía a hablar. Le hicieron muchas pruebas; llevamos mucho luchado. Los pediatras de aquí son muy buenos. La vio también un neurólogo infantil, pero como no nos decía nada la llevamos a la clínica de Pamplona. Allí nos dijeron lo mismo, pero nos dieron este aparato y desde que lo usa está mucho mejor; ya habla mucho más. Se maneja muy bien. La maestra nos dice que en la escuela se le nota la mejoría. Está yendo a clases de foniatría con un especialista. La cosa se pone más fea. Resulta que no es una pequeña sordera, que hay algo más, pero que todavía está por descubrir. — Entonces ya le han hecho todo tipo de exploraciones ¿verdad?, inquiero. Para un oftalmólogo liberarse del peso de tener que liderar una exploración general con objeto de descartar otras patologías es importante. Automáticamente piensas que una sordera puede ser de tipo neurológico y sabe dios a qué te puedes enfrentar. Pero si ya tenemos el visto bueno de todo el mundo -pediatras, neurólogos, etc- podemos respirar; nos dedicamos a sus ojos y ya está. Hasta ahora todo está bien en la exploración. La agudeza visual es del 100 %; tiene una leve hipermetropía que no creo que precise gafas, porque es normal para la edad; por tanto no es miope, lo que sería un problema a esta edad. No tiene ojo vago, y siempre es un latazo para los niños tener que taparles un ojo con un parche. No tiene problemas en la motilidad ocular, en los movimientos de los ojos y, por tanto, tampoco tiene estrabismo. Parece normal. ¡Qué gusto poder darles una buena noticia a estos padres! La verdad es que es de esas cosas que te gustan; decirles: tranquilos, todo es normal. Vuelvo a la carga. — Venga, Gabi, apoya aquí la barbilla que te voy a alumbrar con una luz; es para hacerte la foto. Tú mira por este cristal que tengo metido un Lunni; si sabes cuál es, te lo regalo. Gabi estaba con la barbilla apoyada en la mentonera donde exploramos a los pacientes. La estaba observando con nuestro microscopio. Exploras el segmento anterior: todo normal. No se observa alteración patológica. Después coges la lente 66 “Tus ojos” La visión personal (es como una lupa) que te permite ver el fondo del ojo. Raro sería que tuviera algo en el fondo de ojo, en la retina. Pocos, poquísimos niños tienen problemas de fondo de ojo, porque son muy graves. Le pongo la lente delante de la pupila y miro la parte más posterior del fondo de ojo; es normal. La mácula, también normal. Nervio óptico, normal. Todo bien. Pero de repente observas en la periferia una mancha negra, con aspecto de un insecto, con ramificaciones. Notas que te aceleras; no puede ser. Comienza a latirte con fuerza el corazón, como cuando se te complica una intervención quirúrgica. Sigues analizando, confías en que sea un hallazgo aislado, carente de significado, pero no. Aparecen más, aparecen muchas. La retina está tapizada por estas manchas. Además ves la retina pálida, las arterias muy finas, estrechadas, el aspecto del fondo de ojo es inequívoco. Te vas al otro ojo; por lo menos que sea unilateral, que afecte sólo a un ojo. Pero no, se confirma: es bilateral. Gabi tiene una enfermedad conocida con el nombre de retinosis pigmentaria. Está condenada a la ceguera, y en los dos ojos; es una situación irreversible, progresiva, no tiene tratamiento. El término retinosis pigmentaria engloba una serie de enfermedades congénitas, de base genética, que afectan a la retina y provocan la muerte de sus células, lo que da lugar a la ceguera. Hay muchas formas de enfermedad, pero cuando aparecen en edades tan tempranas son muy agresivas, especialmente si van asociadas a otras enfermedades como la sordera. Pues eso es lo que le iba a pasar a Gabi, a la niñita que tenía delante. Estaba quedándose sorda, casi no hablaba e iba a quedarse ciega, sin remedio. Es brutal; ver esas malditas manchas con forma de insectos negros es letal. Es sinónimo de ceguera. Recuerdo a la madre de cuatro hermanas con retinosis pigmentaria. Cada vez que venían a revisión y observaba las manchas negras en el monitor del microscopio de exploración, le oía decir: ¡malditas manchas negras! Y luego oía un sollozo; siempre se echaba a llorar. Ellas oían perfectamente y, por supuesto, hablaban de forma absolutamente normal. Podían hacer una vida de relación normal, todas estaban casadas y con hijos, trabajaban en la ONCE ¡Bendita organización! Al fin y al cabo “solo” estaban ciegas. Pero Gabi se iba a quedar desconectada del mundo. Iba a perder los dos sentidos más importantes del ser humano: la vista y el oído, y con ellos la característica que nos diferencia del resto de los animales: el habla. Solo le iba a quedar el tacto, solo iba a poder comunicarse por el tacto. Se iban a cerrar todas sus vías de conexión con el exterior. Se iba a quedar totalmente a oscuras y en absoluto silencio. 67 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos Todo eso lo piensas en los segundos durante los que prolongas la exploración. Tienes claro el diagnóstico, pero no quieres darte la vuelta y encontrarte con la cara de los padres. Mientras, miras y remiras a la niña, sin apartarte del microscopio. No quieres que se te note, pero te cuesta mantener el tipo. No quieres retirarte porque cuando te retires tienes que hablar, y no sabes qué decir, mejor dicho, sabes lo que tienes que decir pero no quieres decirlo ni sabes cómo. Los padres traían a la niña porque no estaban de acuerdo con que usara las gafas, no querían a su niña sorda y además con gafas, y tú les tenías que decir que se iba a quedar ciega. Entonces te das cuenta de que ya no te puedes demorar más, que ya no puedes estirar más el tiempo, que tienes que decir algo. En consecuencia, te retiras del microscopio, le das las gracias a Gabi por lo bien que se ha dejado explorar, te das la vuelta y te encuentras con la mirada inocente de los padres. Sin sospechar lo que acabas de ver, de lo que les tienes que decir, de lo que les va a pasar. Los miras y quieres cumplir. Y cumples, pero delegas en otros explicar la trascendencia del hallazgo, y eso es una forma de cobardía. Les comunicas el diagnóstico, pero el pronóstico se lo dejas a los otros, a los pediatras, a los neurólogos pediátricos y a los otorrinos pediátricos. La verdad es que tampoco puedes hacer mucho más; es un paciente muy complejo que depende de varios especialistas. — Bueno, aparece un problema en el fondo del ojo, en la retina de Gabi. Tiene una hipermetropía como ya sabéis, pero es leve y no precisa corrección con gafas. El problema es el del fondo de ojo; tiene una enfermedad degenerativa que está relacionada con su sordera. Esta niña tiene que estar en manos de sus pediatras. Yo os voy a dar un informe con lo que le encuentro y ellos ya os explicarán la situación. Lo mismo que le pasa en los oídos le ocurre en los ojos. Así que Gabi tiene que estar atendida por un equipo multidisciplinario, un equipo grande que le oriente sobre su educación y sobre cómo superar las dificultades. — Vale, vale, dicen los padres, pero no sé si son conscientes de la magnitud del problema. Les entregué un informe extenso, para ellos y para sus pediatras. Además le solicité una serie de exploraciones complementarias. Los cité para una revisión en seis meses. Otra cosa no se puede hacer, al menos por el momento. ¿Es cobardía no haber sido capaz de comunicar estas pésimas noticias? No sé si fue eso o compasión, pero no me quedé nada contento conmigo mismo. 68 “Tus ojos” La visión personal Los pacientes sordo-mudos-ciegos merecen una atención especial. No son enfermos, son discapacitados. Son unos casos de especial relevancia social, en los que las leyes de dependencia, el apoyo del Estado, de las instituciones públicas y privadas, es fundamental, en los que la solidaridad de la sociedad en su conjunto y de todos y cada uno de nosotros individualmente ha de ser clave. Porque ya no se trata de que sus familias puedan o no hacerse cargo de su manutención y cuidados. Es un drama humano. Son personas con todas sus capacidades físicas y mentales, que deben ser desarrolladas, que deben ser sacadas a la luz, que no deben ser tratadas como seres inútiles. Hay que buscar formas de comunicarse con ellos, hacerles llegar la información del mundo exterior, en resumen, que vivan como vivimos el resto de los seres humanos, aunque tengan un muro rodeándolos, un muro levantado por la genética y la mala suerte. Cuando estén disponibles los tratamientos con células madre o los trasplantes de retina hablaremos de rehabilitar a Gabi, pero mientras tanto ¿qué hacemos? Pues mientras tanto educarlos, estimularlos, apoyarlos. Hay un lenguaje para comunicarse con ellos, el lenguaje de los signos a través del tacto. Por ejemplo, existe el alfabeto Lorm, que toca en la palma de la mano del “lector” y cada letra del alfabeto tiene asignadas partes o puntos de la palma de la mano. Para los interesados vale la pena estudiar el caso de Helen Keller, una escritora norteamericana sorda, muda y ciega cuya vida se relata en la película “El milagro de Anna Sullivan” (The Miracle Worker, en su título original), que fue su educadora. La película se filmó en el año 1962 y fue dirigida por un excelente director, Arthur Penn. Es toda una loa a la educación y a la perseverancia ante “lo imposible” y que nos llena de esperanza en las posibilidades del ser humano. Cada vez que releo esta historia, cada vez que tengo que revisar a Gabi, se me pone mal cuerpo. Me anima pensar en el papel que desempeña la ONCE, cómo acoge a estos pacientes, el apoyo fundamental que les da a estos pequeños pacientes y a sus familias. Nos tranquiliza las conciencias. Pensar que allí a donde no podemos llegar los oftalmólogos, allí donde nosotros fracasamos, están ellos para ayudarles. Esta lectura también me estimula a estudiar, a investigar, a dirigir tesis doctorales, a formar grandes oftalmólogos, entre los que incluyo a mis hijos, para que a medio plazo podamos aportar soluciones a estos problemas. Estamos entrando en Cataluña. El paisaje empieza a cambiar. Cuando toca historia triste mis contertulios se quedan tocados anímicamente. A veces los que se quedan ciegos son los cobardes, a veces se quedan ciegos aquellos a los que les ha tocado una mala herencia, una desdichada carga genética. Sin embargo, y aunque parezca mentira, estos pacientes sobrellevan su enfermedad con una entereza impresionante. 69 “Tus ojos” La visión personal 4. Los valientes recuperan la vista La catarata, la reina de la Oftalmología, la cara de la moneda. Cuento 7. Doña Eudosia, la maestra del pueblo. El grupo permanece casi inalterable. Algún paciente aprovecha este inciso para prepararse para bajar del tren en Lérida, nuestra próxima estación. Sin embargo, el núcleo duro sigue al pie del cañón; parece que no les aburre el tema. El protagonismo del interrogatorio sigue en manos del pasajero-periodista científico. — Bueno, nos queda por hablar un tema muy importante que no he querido dejar para el final porque es clave, muy conocido pero al tiempo un gran desconocido: la catarata. Todo el mundo habla y opina sobre ella. Supongo que también habrá muchos mitos. — Por supuesto. La catarata es la reina de la Oftalmología. — ¿Por qué la llama la reina de la Oftalmología? — Podríamos decir que es la perla, la joya de la Oftalmología. Si no existiera tendríamos que inventarla. Es el paradigma de la Oftalmología, es su máximo exponente, su más perfecta representación. El compendio de la Oftalmología. Toda la Oftalmología en un cuadro clínico; la ceguera y su lucha, la victoria contra el envejecimiento, esa es la catarata. Si hace 30 años cuando me inicié en la Oftalmología me llegan a decir que íbamos a operar de esta manera habría pensado que el que lo dijera estaba loco. La evolución ha sido tan impresionante que no parecería ciencia-ficción sino simplemente una locura. — Pero al margen de toda esa filosofía, ¿por qué es tan importante la catarata? — Porque todos acabamos teniéndola. Por tanto, es una afección tremendamente frecuente, que deteriora mucho la visión de los pacientes, que les limita la vida, pero que tiene un tratamiento muy eficaz: la cirugía. Y la cirugía de la catarata es la reina de la Oftalmología. — Vayamos por partes, profesor. ¿Qué es una catarata? 71 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos — La catarata es la opacificación del cristalino. El cristalino es una lente que hay dentro del ojo. Es igual que una lupa y tiene dos características: es transparente y es flexible. Con la edad… — ¡Ya estamos con la edad!, me interrumpe una pasajera que quiere ser permanentemente joven. — Sí, sobre todo con la edad pierde la transparencia; a esto es a lo que llamamos catarata. A la opacificación del cristalino. — ¿Y qué nota el paciente? ¿Duele? — La sintomatología es escasa. Son tres los síntomas más frecuentes: sensación de visión neblinosa, disminución de la visión de lejos (acompañada casi siempre de una mejoría en la visión de cerca) y deslumbramiento. — ¿Cuándo hay que operar una catarata? — Para encontrar el momento idóneo dos son los criterios más importantes. Uno de los criterios depende del paciente y el otro del oftalmólogo. — ¿Cómo es eso; es el paciente el que decide? Siempre creí que era el oftalmólogo el que tenía la última palabra. — Cuando la visión ya no es buena, cuando el paciente ya no puede desarrollar su vida normalmente, hay que operar. Y en ese aspecto es el paciente el que decide. Por ejemplo, nosotros operamos a mi propio padre cuando tenía un 100 % de visión, pero la catarata que tenía le producía un deslumbramiento muy importante que le dificultaba la conducción; por ello no esperamos a que perdiera más vista. — ¿Y cuál es el criterio que depende del oftalmólogo? — Sobre todo las características de la catarata. No se debe esperar mucho. Si la catarata se va endureciendo es mejor quitarla, porque después es más complicado. Incluso aunque el paciente diga que todavía ve bien, ya que casi siempre lo dice por cobardía. También intervienen otros criterios: la edad del paciente, la actividad que desarrolla y, como decía antes, las condiciones del ojo. Si va a ganar suficiente visión o si el ojo va a soportar la operación. — ¿Por qué es importante que no se haga demasiado dura? 72 “Tus ojos” La visión personal — Actualmente eliminamos la catarata deshaciéndola, haciéndola papilla. Gracias a los ultrasonidos la rompemos, casi la pulverizamos y la absorbemos. Todo ello a través de una mínima incisión de 2 mm que no necesita puntos. Pero si la catarata es muy dura, los ultrasonidos no pueden deshacerla y hay que sacarla entera. En ese caso la incisión es de 8-10 mm, hay que dar puntos y tiene más riesgo. En las situaciones intermedias, cuando todavía no se ha “pasado” la catarata, hay que aplicar mucho tiempo los ultrasonidos, y eso es dañino para el ojo. Por eso lo ideal es aplicar la menor dosis de ultrasonidos, tanto en intensidad como en tiempo. — ¿Pero todas las cataratas son iguales; todas aparecen en gente mayor? — Hay muchas formas de cataratas. Unas evolucionan muy rápido, otras de forma muy lenta. No todas son duras, las hay también blandas. Con respecto a la edad, sin duda las más frecuentes son las seniles, que empiezan a partir de los 70 años, pero también las hay congénitas, juveniles, preseniles, postraumáticas, diabéticas y con mucha frecuencia las miópicas. — ¿Y la operación cuánto dura? ¿Qué anestesia se utiliza? — La cirugía no es una carrera contra reloj, en la que el mejor cirujano es el más rápido. Normalmente los cirujanos demasiado rápidos son más bruscos y ahorran tiempos o maniobras que reducen la seguridad del procedimiento. Por el contrario, los demasiado lentos hacen que el tiempo quirúrgico se prolongue innecesariamente y realizan demasiadas maniobras muchas veces repetitivas, lo que también incrementa el riesgo. Es parecido a la conducción: ir demasiado rápido o demasiado lento no es bueno. Cumplir los protocolos de eficacia y seguridad es lo ideal. Para una cirugía de catarata normal el tiempo medio es de 10-15 minutos, pero hay ojos más complicados que requieren más tiempo. La anestesia, según los casos y el cirujano, puede ser con gotas, tópica. Si no, la alternativa es anestesia local; se duerme la zona del ojo y la órbita. En ambos casos, si el paciente es nervioso, el anestesista, que siempre debe estar presente, aplicará una sedación. Solo en casos excepcionales se utiliza anestesia general. — ¿Y qué es eso de la lentilla intraocular? ¿Hay que ponerla siempre? — Sí, siempre. Si quitamos el cristalino hay que sustituirlo por una lentilla intraocular con las dioptrías que necesita el paciente. El objetivo de la lente intraocular es dejarlo con la menor graduación, y si es posible sin ninguna. — ¿Y esa lentilla se nota, molesta algo? ¿Hay que cambiarla o dura para siempre? Es que me han dicho que hay que limpiarla. 73 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos — ¿Y corrige la miopía? ¿Y también la vista cansada? Vuelven a dispararse. Es un auténtico bombardeo. — No molesta nada; está en el interior del ojo. Si el paciente nota algo puede ser la cicatriz de la incisión por donde metemos la lentilla, pero no la lentilla. Dura para siempre; te va a sobrevivir. Aunque para que la gente nos entienda decimos que “limpiamos la lentilla”. Realmente lo que hacemos es eliminar unas opacidades que se adhieren a la cápsula donde está apoyada la lentilla. Una vez “abierta” la cápsula, ya queda abierta para siempre. — ¿Y cómo se hace? ¿Hay que volver a operar? — No, no, en absoluto. Con una luz láser, sin tocar el ojo, en consulta, en unos segundos, damos unos “chispazos de luz” y con ella “limpiamos la lentilla”. El paciente ni se entera. ¿Cuál era la otra pregunta? — Si corregía la miopía y la vista cansada. — Sí, puede corregir además ambas cosas. Las lentes que implantamos para sustituir al cristalino tienen graduación, es decir, tienen dioptrías, y con ello pretendemos anular las dioptrías que tenía antes el paciente, sean de miopía, hipermetropía o astigmatismo. Desde hace ya algunos años disponemos además de lentes multifocales. Lentes que te corrigen, además de la miopía, la hipermetropía o el astigmatismo, la vista cansada. Estas lentes llevan incorporadas todas las graduaciones, con lo que el paciente no precisa gafas ni para lejos ni para cerca. — ¿Pero eso funciona?, porque yo no me he adaptado nunca a las lentes progresivas. — No, no tienen nada que ver con las progresivas. No marean. Son lo más avanzado que hay, aunque nunca nos dan una visión igual a la que teníamos a los 25 años. — ¿Por qué decía que los resultados dependen del ojo, si no ha habido complicaciones? ¿No queda todo el mundo bien? — Los resultados van a depender de las condiciones del ojo; hay cataratas complicadas y ojos complicados. Ojos que tienen otras enfermedades que o dificultan la cirugía o hacen que los resultados no sean todo lo buenos que querríamos. Y eso hay que transmitírselo al paciente antes de la intervención, no justificarlo después. Por ello es fundamental una buena exploración. 74 “Tus ojos” La visión personal — Pónganos un ejemplo, por favor. — La catarata suele aparecer con la edad, pero con la edad también aparece la degeneración macular. Y en muchos pacientes coinciden las dos alteraciones. Si la mayor parte de la pérdida de visión se debe a la degeneración de la mácula, el paciente no recuperará. Si es por la catarata, el paciente mejorará, pero es posible que no tanto como él esperaba, con lo que tampoco quedará satisfecho. — Por cierto, tengo otra de esas historias que me hicieron mella. El relato de una paciente luchadora. Una maestra que no se rindió y luchó al límite. Quiero que la conozcáis. Es la antítesis de Jesús. Cuento 7. DOÑA EUDOSIA, LA MAESTRA DEL PUEBLO Uno de los primeros éxitos del profesor fue operar a una paciente desahuciada. Era la maestra del pueblo. Todo el mundo en el pueblo la quería y veneraba. Era una mujer fantástica. Todos habían aprendido a leer con ella, todos habían descubierto la escritura con ella, todos habían dejado de ser analfabetos con ella. Todos le debían su cultura y su formación humana. Y ahora todos lloraban porque se le cerraban los ojos a aquella que se los había abierto a ellos. Que les abrió los ojos a la vida y al conocimiento, aquella que con un esfuerzo sobrehumano, por la falta de medios, y con una voluntad y perseverancia dignas de batallas más importantes, aquella que había entregado su juventud y madurez a educarles, aquella que nunca se quiso ir del pueblo porque “todavía había mucho que hacer” a pesar de que le ofrecieron puestos mucho más relevantes y mejor pagados en la capital. Aquella a la que todos adoraban estaba ciega. Le habían dicho que lo suyo era irreversible. Que no tenía remedio. Que los últimos años de su vida iba a estar acompañada por la oscuridad. Ella que había sido adicta a la lectura incluso en las condiciones más adversas, después de la guerra, cuando no había electricidad; leía a la luz de un candil. Ella que había recorrido todos los días diez kilómetros a pie, cinco de ida y cinco de vuelta (una hora para ir y otra para volver), sola, encapuchada ya hiciera un frío que helaba o un calor que derretía los cerebros, para ir a la escuela del pueblo vecino durante su infancia y juventud para salir de la ignorancia, para ayudar a salir de la ignorancia a todos sus convecinos. Ahora no veía ni para vestirse, ni para comer, ni para asearse. Sólo se manejaba en su casa porque conocía los pasos. No salía a la calle. Le daba rabia y un poco de vergüenza que la vieran en esas condiciones. No quería dar pena. Y vivía encerrada en su casa. Había perdido muchos kilos. La artrosis empezaba a apoderarse de ella y acechaba la peor de todas las enfermedades: la enfermedad de la tristeza, 75 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos la depresión. Empezaba a perder la cabeza. No tenía ilusión por nada ni por nadie. Su pelo cano y largo estaba desarreglado, su color era cetrino porque no salía a la luz del día. Se había convertido en un mueble inservible, en una especie de vegetal. Comenzaba a perder también audición. Poco a poco se iba desconectando de este mundo. Además tenía una diabetes que la estaba consumiendo. No caminaba nada y así no quemaba el azúcar que ingería. La diabetes le estaba dañando también el riñón y la circulación de las piernas. Su médico, el clásico médico de pueblo, honrado, capaz, voluntarioso y encariñado con sus pacientes y convecinos, era incapaz de sacarla adelante. Su hija, María, vivía amargada al ver a su madre en esas condiciones. Y con ella, y por culpa de la depresión que la atenazaba, su marido y sus hijos. Para María ver a su madre en ese estado era desgarrador. Tenía a su madre totalmente idealizada y mitificada. Era lógico. Una mujer excepcional, decía ella, que lo había sacrificado todo por los suyos. María, de tanta admiración que tenía por su madre había seguido sus mismos pasos. Era en ese momento la maestra del pueblo. Tampoco se quiso ir de su pueblo para continuar la labor de su madre. Era una mujer igualmente querida. Y, también con ella, el pueblo estaba preocupado. Hay que conocer la estructura de los pueblos de la España más profunda, la de la gente de raza, noble y sobria. De ahí la importancia de la figura del maestro y el médico. Lo del cura ya no se estila tanto. Como decía don Gregorio Marañón, son las vocaciones por excelencia. Aquellas en las que se rinde un servicio clave, que solo los mejor formados pueden dar, y se hace de forma casi gratuita, ya que los sueldos son miserables. Por eso, porque son vocacionales y el lucrarse con el servicio es muy difícil, tienen un enorme prestigio. Todos decían que estaba ciega por culpa de ellos, porque de tanto estudiar y tantas horas dedicadas a que ellos estudiaran, para sacarlos de la “burremia”, se había consumido su visión. Estaban totalmente convencidos y se culpaban. Se mostraban dispuestos a hacer lo que fuera para sacarla de aquella situación. Lo que fuera posible. La situación de doña Eudosia había empeorado en los últimos meses. Si malo es estar a oscuras, peor es el dolor. Le había dado el “dolor del clavo” en su ojo izquierdo. Con el dolor del clavo la gente se refiere a un dolor que, como su nombre indica, se asemeja al que sentiríamos si nos metieran un clavo en el ojo. La culpa la tenía una catarata que se “había pasado” asociada al daño muy grave que produce la diabetes en el ojo. Cuando ataca el dolor del clavo, el paciente no puede ni vivir. El dolor es constante, agudo, penetrante; es un dolor neurálgico que no cede con analgésicos. Persiste durante el día y la noche, se agrava con cualquier estímulo -frío o calor-, no hay postura ni maniobra que ayude a rebajar su intensidad. El simple 76 “Tus ojos” La visión personal hecho de masticar, el movimiento de la mandíbula, incrementa el dolor, con lo que los pacientes dejan de comer. Pues así llegó a estar doña Eudosia. Sin ver, sin oír, sin poder comer ni dormir, con el azúcar descompensado, deprimida y con ganas de morirse. Ella no, porque era una mujer luchadora y de principios, pero muchos pacientes, cuando llegan a esta situación, amenazan con inyectarse una doble dosis de insulina y quitarse la vida provocándose una bajada brusca del azúcar. La única solución que le ofrecían a doña Eudosia era algo que ni ella ni su familia estaban dispuestos a aceptar: quitarle el ojo para que no le doliera. María y ella misma rechazaron la posibilidad. Una amputación es siempre una amputación y ella no quería perder su ojo. El médico del pueblo, don Urbano, hombre sereno, entregado, experimentado y siempre afanado en mejorar su formación, acababa de asistir a un curso en Mérida organizado por la consejería de Sanidad de la Junta de Extremadura. El curso estaba presidido por el consejero, un forense, profesor de Medicina Legal que luego llegaría a ser presidente de la Comunidad Autónoma y que había apoyado al profesor de Oftalmología desde su llegada. Este curso estaba también promovido por él. Desde que se enteró que el nuevo profesor que había llegado a la facultad era un experto en las enfermedades oculares producidas por la diabetes lo apoyó incondicionalmente. Don Urbano acudió puntualmente a la cita. Siempre iba ilusionado por aprender algo que le sirviera para atajar los problemas de sus pacientes-amigos. Mientras conducía hacia Mérida, iba dándole vueltas a los temas. Nada más aparcar empezó a encontrar compañeros de los pueblos vecinos. Entraron juntos en la sala del hotel donde se celebraba la reunión. No habían terminado de hablar cuando subieron al estrado el consejero, D. Guillermo Fernández Vara, el presidente del colegio de médicos, D. Pedro Hidalgo, ilustre médico de Azuaga, y el profesor. A don Urbano le sorprendió la imagen y le defraudó un poco. El profesor era muy joven, tendría entre 30 y 35 años, de estatura media y con cara de niño; parecía un poco inexperto. La imagen del profesor mejoró algo tras la charla. Después, en el tiempo dedicado a las preguntas y a la discusión mejoró algo más porque contestaba con soltura y se veía que conocía el tema. Pero persistía en él cierta desconfianza. Había asistido muchas veces a conferencias de “teóricos” que sabían mucho, que tenían grandes conocimientos adquiridos en los libros, pero que no resolvían en la práctica. 77 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos Así pues, don Urbano salió con un sabor agridulce del hotel. Él, que presumía de psicólogo, no sabía a qué carta quedarse, no supo con qué concepto quedarse del profesor. Al llegar a casa se lo comentó a su mujer que trabajaba con él como ATS del centro de salud. Don Urbano le comentó: “Me parece muy joven, la conferencia fue interesante y se ve que conoce el tema. Fue muy didáctico. Pero no sé si tendrá suficiente experiencia para resolver el tema de doña Eudosia. Y yo tampoco quiero mandarla para que la vea si no va a resolverle nada. Ella no está para desplazamientos ni quiero ofrecerle falsas esperanzas. Tampoco me gustaría que experimentaran nada con ella. Y no sé si este doctor tiene suficiente experiencia, no sé qué hacer”. — Coméntalo con María y que ellos decidan. El lunes, nada más llegar al centro de Salud, llamó a María para que pasara por allí al terminar las clases de la mañana. Ese día dio la casualidad de que durante la consulta dos pacientes del pueblo le trajeron recetas prescritas por el profesor y le comentaron que estaban muy contentas porque les había resuelto su problema. Estos comentarios decidieron a Urbano a aconsejar a María que su madre fuera a ver a este oftalmólogo. Eso sí, le advirtió de que no se creara falsas esperanzas y que no se arriesgaran, ya que la delicada situación de doña Eudosia podría terminar por deteriorarse definitivamente si algo se complicaba. A María le asaltó la duda. Ella quería lo mejor para su madre. Aún no había asumido la ceguera e invalidez casi absoluta de su madre, cuando la situación se deteriora hasta el punto de que no puede vivir con ese dolor. Ya está cansada de peregrinar por oftalmólogos y nadie le da solución satisfactoria, nadie se atreve. Es muy arriesgado, le dicen. Y ahora se abre una puerta a la esperanza, pero detrás está un doctor al que no conoce. Y para qué voy a hacerla ir otra vez a otra consulta. Sabe dios qué pruebas van a hacerle, va a sufrir, le vamos a dar falsas esperanzas y cuando vuelva a no tener remedio, otro batacazo psicológico. ¿Y si le proponen operarse? ¿Y si se complica? ¿Y si es peor el remedio que la enfermedad? Por otra parte, ¿y si hay algo nuevo? Siempre están saliendo cosas. La medicina avanza que es una barbaridad... No hay que ser cobardes y renunciar de antemano. María tenía la cabeza loca, sin parar. Se le agolpaban cientos, miles de recuerdos, de escenas de su madre. Siempre leyendo, siempre estudiando. Una mujer vital, llena de energía, a veces excesiva, y ahora verla apagada y llena de dolores... Y así hasta que se muera. 78 “Tus ojos” La visión personal Hay que ser valientes. No perdemos nada por intentarlo. Pero si no nos garantizan el resultado no vamos a hacer caso. No voy a arriesgar a mi madre para que padezca más. María pensó para sus adentros ¿tendré demasiado miedo y estaré demasiado a la defensiva? Doña Eudosia al final no decidía nada. Estaba fuera de este mundo. María tenía que tomar la decisión sola. Y decidió que sí, que había que intentarlo. Esa habría sido la decisión de su madre caso de no estar deprimida. Salieron de casa muy nerviosas. Le pidieron a una prima que las acompañara para soportar mejor las malas noticias. Cuando tras 45 minutos de viaje llegaron a la puerta de la clínica, María y doña Eudosia se santiguaron y rezaron un padrenuestro. Durante el trayecto no habían articulado palabra. La tensión que soportaban era tremenda. A su llegada a la clínica María estaba traspuesta, totalmente bloqueada. Fue la prima la que dio los datos de filiación. Durante la primera fase de la consulta le hicieron múltiples preguntas sobre las razones de su asistencia a la clínica. “Quitarle el dolor y que vea algo”, repetía insistentemente María. Le preguntaron muchas más cosas que María iba respondiendo casi mecánicamente. Pasaron después a una estancia llena de aparatos de exploración. Al poco tiempo entró un ayudante del doctor. Intentó varias veces medirle la tensión ocular y no podía. Una medida para calcular las dioptrías y el aparato tampoco captaba imágenes. Así todas las pruebas. El ayudante lo intentó varias veces, hasta que dijo: “No consigo nada. El deterioro de sus ojos es tan grande que no responde a los aparatos. Voy a hablar con el profesor a ver qué opina que debamos hacer”. Los escasos dos minutos que tardó el médico en volver le sirvieron a María para convencerse de que no había nada que hacer. Volvió a arrepentirse de haber llevado a su madre y hacerla pasar otra vez por ese mal trago. Total, pensó ella, otro gasto para nada. Creo que sería mejor irse ya. No tengo esperanzas. El mundo se le vino abajo a María cuando el doctor intentó medir lo que veía su madre. Le puso unas letras enormes y no vio ninguna. Le preguntó si veía mover la mano, y tampoco. Cada prueba era como una cuchillada en la moral de María. Una cosa es suponer lo que está pasando y otra ver tan claramente que tu madre no ve nada, absolutamente nada. Por fin, el médico cogió una luz potente y se la dirigió al ojo derecho. Ahora sí, por lo menos veía la luz. Repitió la exploración en el ojo izquierdo y aquí volvió a no ver nada. Ni la luz. “Vamos a dilatar la pupila. Aunque suponemos que va a dilatar muy mal por el estado de los ojos y porque los diabéticos dilatan mal”. 79 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos Tras esa larga espera sucedió lo de siempre. No dilataba nada la pupila, con lo que era imposible saber qué podría pasar dentro de esos ojos. El médico les alentó levemente: “no se preocupen, estamos acostumbrados a ver a pacientes diabéticos muy complicados. Llevo con el profesor diez años y tenemos mucha experiencia”. Este comentario y varios otros que escuchó a pacientes en la sala de espera les animó algo. Por fin, tras una interminable espera pasaron al despacho del profesor. El profesor cogió la mano de doña Eudosia y cariñosamente le ayudó a sentarse. Una vez colocada le arrimó varios aparatos cuya finalidad María desconocía. Después de varios minutos, ya había perdido totalmente la noción del tiempo. El profesor conectó un aparato y se pudieron ver los ojos de la paciente a través de un monitor de vídeo. Sobre esas imágenes el profesor les explicó. “En el ojo derecho, el menos malo, tiene una enorme catarata totalmente opaca, la pupila no se ha dilatado nada porque está pegada a la catarata. En consecuencia, no podemos ver el fondo del ojo y por tanto no sabemos en qué situación se encuentra. En ojo izquierdo la situación es más delicada. El ojo está dañado externamente por una subida de tensión ocular brutal y porque la catarata se ha descolocado y caído hacia la parte anterior del ojo y es la causante del dolor”. María en este punto ya no entendía nada, estaba aturdida. De hecho, el profesor se dirigía más a la prima que a ella, porque tenía la mirada perdida. Estaba esperando con ansiedad creciente la noticia de siempre: no hay nada que hacer; lo único es sacarle el ojo a su madre para quitarle el dolor. Estaba deseando que todo acabara para salir corriendo de la consulta y volver a casa a seguir sumidos en la tristeza. ¿Qué soluciones tenemos?, planteó el profesor. Primero hablaremos del ojo izquierdo y después del derecho. El ojo izquierdo está irremisiblemente perdido. La única solución en estos casos es hacer una pequeña operación para intentar aliviar el dolor. En una segunda fase, podríamos pensar en operar el ojo derecho para ver si ganamos algo de visión, aunque no les oculto que la situación es compleja y, si el resultado no es el apetecido, el ojo derecho se convertiría en doloroso igual que el izquierdo. Sin embargo, soy muy luchador y dejar a esta mujer así de por vida me parece inhumano. Yo lo intentaría. María inmediatamente pensó: “Está diciéndonos lo de todos”. ”Está todo perdido, no puede recuperar visión y propone quitarle el ojo”. Entonces preguntó: 80 “Tus ojos” La visión personal — ¿Usted qué propone? — Operarle del ojo izquierdo para quitarle lo que le provoca el dolor, contestó el doctor aliviado al ver una respuesta por parte de la hija. Creyó que iban a poder hablar y llegar a alguna conclusión. En ese momento la hija rompió a llorar desconsoladamente; sin articular palabra cogió a su madre, se levantó y salió del despacho. Cuando salía miró al doctor y balbuceó: “Lo siento; no puedo hacerle eso a mi madre”. La prima se disculpó: “Perdónela, doctor, pero está pasándolo fatal con el tema de su madre”. Al profesor se le quedó cara de tonto. No comprendía la reacción de la hija. Se quedó pensativo ante una reacción tan extraña. Qué podía estar pasando. Qué cosa tan rara. Se dio cuenta de que sucedía algo raro. Saltó como un resorte de su asiento, salió rápidamente a la sala contigua y abordó a María: — ¿Pero qué ha entendido usted?, le preguntó. La mujer, con sus ojos llorosos, miró a los del doctor con mirada de sufrimiento y contestó: — Yo no quiero que le quiten el ojo a mi madre. El profesor le echó la mano sobre el hombro y le dijo: — No, mujer, yo no he dicho eso. Entre conmigo otra vez y le volveré a explicar lo que planteo. Con ese gesto, y sin saberlo, el doctor consiguió romper el recelo que había acompañado durante todo el tiempo a María. Su semblante se relajó, se desbloqueó y pudo entenderse mejor con el doctor. El doctor comenzó a explicarle otra vez: — Lo que he dicho es que hay que quitarle la catarata que, al estar descolocada, está provocando una inflamación muy grave y una subida de tensión que provoca el dolor del clavo. Si su madre después queda contenta y le pierde el miedo, podríamos operar el ojo derecho, pero no compliquemos las cosas. Lo primero es quitarle 81 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos el dolor, pero sin quitarle el ojo, bromeó el doctor al comprobar que María se había relajado del todo. María se despidió del doctor apretándole fuertemente la mano y le dijo: — ¿Puedo darle un beso doctor? La cirugía del ojo izquierdo se desarrolló con normalidad. Aunque el ojo tenía un gran deterioro y a pesar de la diabetes subyacente, la repuesta fue buena y ya al día siguiente había remitido el dolor y la tensión estaba controlada. La cara de doña Eudosia había cambiado radicalmente, lo mismo que la de su hija. Seguía sin ver, pero el dolor que le atormentaba había desaparecido. Las revisiones postoperatorias fueron motivo de constante alegría. Salvo las típicas molestias de los puntos y de la lógica inflamación postoperatoria no hubo otras novedades. Tanto es así que pasados quince días doña Eudosia tomó la iniciativa. — ¿Y no se podría hacer algo para recuperar visión por el ojo bueno, doctor? Tras el miedo y la desconfianza iniciales se volcaron con el doctor. Confiaban ciegamente en él. — Doña Eudosia, su ojo derecho lleva mucho tiempo sin funcionar, por lo que no sabemos el grado de deterioro que pueda llegar a tener. No sabemos si ha sufrido por la tensión ocular, no sabemos cómo estará su retina... Solo sabemos que tiene una catarata muy avanzada, muy grande y dura. Por otra parte, si la operación sale mal puede complicarse el ojo y ponerse como el izquierdo. — ¿Y si no me opero qué puede pasar? — En primer lugar, renunciamos a luchar para ganar un poco de visión y, en segundo lugar y vista la evolución espontánea del ojo izquierdo, es posible que la catarata “se pase de madura” y provoque nuevamente otro ataque agudo de glaucoma, otro episodio de “dolor del clavo”. Hay un signo que me da cierta esperanza: el ojo es capaz de percibir luz; eso quiere decir que no está totalmente muerto y la retina no está desprendida tal como vimos en la ecografía. — Entonces me opero. ¿Es difícil la intervención; me va a doler? — Mejor será que lo piensen en casa con la familia. Por lo demás, la operación es parecida a la que hemos hecho; por tanto, no debería ser dolorosa. 82 “Tus ojos” La visión personal — No hay que pensarlo don José, terció María, ya lo hemos estado hablando todo este tiempo y todos apoyamos la decisión de mi madre. Incluso la gente del pueblo dice que ayudarán si es una intervención costosa. Están todos entusiasmados, todos nos animan. El trato ya no era de doctor o profesor, ya era de don José, como a los médicos del pueblo. Eso significaba que lo consideraban como algo de ellos. — Por el coste no se preocupen; si todo va bien, el costo de la intervención es muy asequible; igual que la otra y lo pueden pagar a plazos. Pero yo quisiera que lo pensaran algo más. No quiero que tomen la decisión influidos por la euforia del éxito de la primera. Me disgustaría que las cosas salieran mal. En el fondo al profesor le daba miedo la posibilidad del fracaso. Nunca le habían gustado las euforias excesivas, ni que consideraran que él era un mago que podría arreglarlo todo. Procuraba evitar siempre los triunfalismos excesivos consciente de que la medicina da palos inesperados a médicos y pacientes, y que no siempre se consigue lo que se quiere. Sin embargo, él nunca fue un cobarde y no se planteó esa cuestión. Le animó la posibilidad de seguir ayudando a esta familia. Pero ellos ya estaban entregados. Confiaban en él. Querían asumir el riesgo. Ya no fue necesario repetir los análisis, ni la exploración preoperatoria. Podían ponerse manos a la obra. Por fin llegó el martes de la intervención quirúrgica. No estaban especialmente nerviosos; era una más del parte quirúrgico de aquel día. Sin embargo, la pusieron la última para dedicarle todo el tiempo preciso. Sin agobios de que hubiera otros pacientes esperando. Por otra parte, aunque siempre practicaban cirugía ambulatoria, en el caso de aquella paciente, debido a su mal estado general, decidieron que pasara la primera noche ingresada en la clínica. Por tanto no había prisa. La tarde se dio bien, sin complicaciones y todo iba sobre ruedas. Cuando llegó doña Eudosia en su cama de ruedas portada por un celador, se hizo más patente lo consumida que estaba. Casi no se la veía envuelta en las sábanas como estaba. La saludaron y ella, mucho más lúcida desde que no estaba atenazada por el dolor y dando muestras de su coraje e inteligencia, dijo: — Sólo con haber llegado hasta aquí me doy por satisfecha. Se ha hecho y se va a hacer lo humanamente posible. Que sea lo que dios quiera. 83 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos A partir de ese momento no se habló nada. La concentración fue absoluta. Mientras se lavaban no hicieron las bromas de costumbre. Todos estaban totalmente concentrados y se podía apreciar cómo intentaban mentalmente reproducir todo aquello que se podían encontrar para estar preparados. Incluso Vicente, el anestesista, habitualmente bromista y eterno contador de chistes, apreció la tensión ambiental y no contó ninguno. Todo estaba perfecto. La paciente, la anestesia, el equipo, el instrumental. — Comenzamos, dijo como de costumbre el profesor. Dirigiéndose a la paciente le dijo: “A partir de ahora no debe moverse. Puede hablar si lo necesita, pero mejor si no lo hace”. — Pinza y cuchillete de 15 grados, suero, adrenalina con cánula de 28 g, visco elástico; no dilata, ganchos. Se rompe la pupila, no es suficiente; tijera de Vanas. Bien, no sangra; dilatadores, cistitomo, suero. Que no se seque la córnea; recordad que es diabética. Las instrucciones del profesor era lo único que se escuchaba en el quirófano. Por fin, con paciencia, desplazaron la parte dura de la catarata a la cámara anterior. Con los ultrasonidos deshicieron el núcleo. La maniobra no fue sencilla, pero al final se consiguió. Hubo un suspiro profundo de todo el mundo; las caras que estaban tensas se relajaron. Incluso Vicente, el anestesista, volvió a lo suyo, a la broma, al chiste: — Doña Eudosia, el profesor lo ha conseguido, es un cabezota; cuando se lo propone no para. La doctora Ana, Maite la auxiliar, Abraham el celador y todos los que habían estado observando la maniobra por el monitor de vídeo no aplaudieron porque no pegaba romper el respeto del quirófano. — Tiene buen reflejo de fondo, apuntó Jesús. — ¿Eso qué quiere decir?, preguntó Abrahan interesado como nunca en la cirugía. — Que no hay hemorragias en el fondo del ojo y que tampoco hay desprendimiento de retina. Después colocaron la lente intraocular con cierto miedo, ya que debía quedar perfectamente soportada por la cápsula y no estaban totalmente seguros de su indemnidad. La lente se alojó bien en su sitio. 84 “Tus ojos” La visión personal Por fin todo quedó en orden. Le pusieron gotas, le taparon el ojo para pasar la noche y quedó ingresada por miedo a una descompensación del azúcar. Ningún miembro del equipo había mirado la hora de comienzo y por supuesto ninguno miró la duración de la intervención. No importaba. El profesor, aún con la bata y los guantes, salió a la sala para hablar con la familia. Es una de esas imágenes impactantes; siempre. Al acabar la intervención el cirujano sale a la sala para dar la noticia, sea buena o sea mala. Siempre, nada más abrir la puerta, se encuentra con ojos que se clavan en él. Ojos que expresan duda, desasosiego, temor a la noticia. La diferencia entre una buena y una mala es tan simple como una pequeña maniobra no bien realizada, una respuesta anormal, un movimiento intempestivo realizado por el paciente, una cánula que no está bien sujeta a la jeringa. Pueden pasar tantas cosas, que la diferencia entre la buena y la mala noticia es mínima, aunque su repercusión en las personas y en sus vidas es máxima. En este caso la noticia era semibuena; era incompleta. La cirugía había sido complicada, por lo difícil, pero había ido todo bien. Pero solo significaba eso, que la paciente no había sufrido y que se había conseguido el objetivo: extraer la catarata e implantar la lente. Al día siguiente tendríamos más noticias. Se cambiaron todos y se fueron. Ya era hora. Al profesor aún le esperaba Maricarmen para despachar asuntos de trámite administrativo. Y aunque estaba cansado, sabía que era mejor hacerle caso y rematar la faena. Cual perro de presa que era, no iba a abandonar su tarea hasta que el profesor claudicara. Como ya la conocía desde hacía tiempo, prefirió rendirse sin oponer resistencia. Al día siguiente, en la clínica, los primeros pacientes para revisión son los operados del día anterior. Tras revisar a todos le tocó el turno a doña Eudosia. La cara de la familia era un poema. El doctor les advirtió: — Hoy no sabremos casi nada sobre el resultado final; por tanto ni hay que hacerse ilusiones ni defraudarse. Solo comprobaremos cómo va la herida, si el ojo está o no muy inflamado, controlaremos la tensión y poco más. La recuperación suele ser muy lenta. María sentó a su madre en el sillón de exploración. El profesor se acercó y lentamente fue retirándole el vendaje. El ojo estaba completamente cerrado, con el párpado superior totalmente caído, por efecto de la anestesia y de la inflamación. 85 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos Entonces, cuidadosamente, con la ayuda de un gasa humedecida con suero que le había preparado Raquel, fue despegando el párpado y abriéndolo. Cuando menos se lo esperaba oyó decir: — Veo mucha luz y colores. El profesor, que estaba inclinado sobre la paciente, se retiró. Y doña Eudosia volvió a decir: — Veo bultos, os veo allí a vosotros al fondo. Al profesor no le gustaban los milagros ni la euforia y procuró cortar la escena. — Espere un momento, doña Eudosia, que quiero ver el ojo con mis aparatos. En el fondo desconfiaba de que fuera cierto que veía. Era demasiado rápida la respuesta. Por un momento creyó que podían ser alucinaciones de la paciente. — Ciertamente el ojo está respondiendo muy bien. Doña Eudosia, dígame cuantos dedos hay en mi mano. — Los cinco. — ¿Y ahora? — Dos. — ¿Tengo los ojos abiertos o cerrados? — Ahora se los veo cerrados. — ¿Cuántas personas están en el fondo de la habitación? — Están mi hija, mi yerno y mi nieta. Aquí a mi lado veo a una señorita vestida de blanco. Doña Eudosia ya no pudo continuar; rompió a llorar al igual que María, que ya llevaba varios minutos con lágrimas en los ojos. — Mamá, no llores que te puede hacer daño a los ojos, balbuceó María. 86 “Tus ojos” La visión personal — No se preocupe, dijo el doctor intentando no dejarse llevar por la emoción del momento, las lágrimas son buenas para el ojo. Lo malo es tener motivos para llorar. Pero si se llora de alegría es buenísimo. Para entonces todos se habían acercado a abrazar a doña Eudosia. — Gracias, don José. Esto es un milagro. Justo lo que don José no quería oír. Pero no era cuestión de polemizar en ese momento. — Hay que tener en cuenta que por lo de ahora esto va sorprendentemente bien. Pero todavía no podemos cantar victoria, hay que ser prudentes, las cosas pueden complicarse y debemos extremar las precauciones. Les vamos a dar por escrito todas las instrucciones, pero ya puede utilizar sus ojos todo lo que quiera, puede ver la televisión o lo que quiera. No le perjudica hacer esfuerzos visuales, pero debe evitar hacer esfuerzos físicos. — ¿Puedo leer, don José? — ¿Puede intentarlo, pero no se haga ilusiones ni se desespere si no lo consigue. Más adelante le pondremos gafas para leer. — Ella ya tiene unas de antes. ¿Puede usarlas?, intervino la nieta. Don José comprobó en la historia clínica la graduación antigua y estimó que sería muy parecida a la que necesitaría actualmente. — Puede usarlas, aunque es mejor que comience poco a poco y si le marean que lo deje. De todas formas no le pueden hacer daño. Aurora les explicó cómo deberían hacerle las curas en casa, Montse les dio la cita para la revisión de la semana y se fueron dando las gracias a todo el mundo. Pasada la semana volvieron a revisión. El escándalo ya se había producido en el pueblo. Nadie se lo podía creer y todos fueron a comprobarlo. Doña Eudosia desde el día siguiente a la revisión salía toda orgullosa con una silla al portalón de su casa a leer el periódico. Para que la viera todo el pueblo, para que todos pudieran comprobar que había vuelto a ver, que podía leer y que estaba dispuesta a recuperar todo el tiempo perdido. Además volvió a salir, iba a misa sola, a la compra (sin cargar pesos aclaró a un don José alarmado por la demostración). 87 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos Don Urbano fue otro de los que recibió la visita embargado por la emoción al recibir la gratitud de la familia por haber sido el promotor. El pueblo se volcó. Pero por si fuera poco el efecto logrado, Guillermo, uno de los personajes más famosos, influyente, querido y original del pueblo puso un cartel en su tienda que con grandes rasgos agradecía el “milagro”. Cada persona que entraba en su tienda, que era casi todo el pueblo, recibía una explicación pormenorizada del milagro. Y cada vez la versión iba “in crescendo” en dramatismo y espectacularidad, llegando poco después a parecerse escasamente a la realidad con todos los aderezos que ponía Guillermo en el relato. Esta historia con final feliz les encantó a mis pasajeros. Teniendo en cuenta las tristes historias previas de Jesús y Gabi, esta les hizo sonreír. Incluso me pareció ver varios pañuelos que, discretamente, secaban algunas lágrimas. Es notable el silencio que se crea cuando leo los cuentos. Durante la tertulia siempre hay pasajeros que se mueven, que hacen comentarios entre ellos, que comprueban los móviles a la espera de un mensaje o que beben un sorbo de la botella de agua. Pero durante la lectura de los cuentos el silencio es estruendoso y la inmovilidad sorprendente. Los comentarios numerosos y variados. Todos destilaban admiración y cariño. — La verdad es que la maestra se lo merecía, ¡eh, doctor! — Debía de ser toda una personalidad. Es cierto, no se puede ser cobarde. Hay que luchar. — Menuda diferencia con el realizador de televisión. — El que algo quiere algo le cuesta. 88 “Tus ojos” La visión personal 5. La ceguera silenciosa El glaucoma: La enfermedad con nombre feo. (El testimonio de Carmen) Doctor, hace unos días se celebró la Semana Mundial del Glaucoma y casualmente leí un artículo de una gran periodista titulado “Glaucoma”. Conozco a su autora desde hace años, es una escritora y periodista incisiva y me quedé aturdido al leer su testimonio. También parece que uno de los personajes de la prensa rosa está afectado, según comentó en un programa de televisión. Escribía Carmen Rigalt en su columna de El Mundo con motivo de la Semana Mundial del Glaucoma “Desde este rinconcito quiero colaborar en la campaña. Yo también padezco glaucoma. Lo supe cuando mi situación era irreversible y la vida pasaba como a través de un túnel. Fue hace menos de un año. Demasiado tarde, dijeron. Hasta ese momento nunca había prestado atención a la palabra glaucoma. Era algo ajeno a mi mundo, como eran ajenos los ciegos de las novelas viejas. Ahora sé, porque me he preocupado en recordarlo, que durante los tres meses anteriores al diagnóstico tropezaba con todo y tenía las piernas llenas de moratones. Un día choqué con una columna en plena calle y le pedí perdón; otro día, en un restaurante, me llevé por delante una mesa con gran estrépito de cristales. A todas horas caminaba palpando el aire y me desorientaba con frecuencia, especialmente al atardecer, cuando mayor era mi aturdimiento. Hoy vivo pendiente de un colirio nocturno que por el momento mantiene estabilizada mi tensión ocular. Es el hilo de visión que me queda. A través de él espero disfrutar de las últimas páginas bellas de la vida.” “El glaucoma, la ceguera silenciosa”. La pérdida progresiva de visión, sigue hablando nuestro periodista-pasajero. — ¿Puede explicarnos algo sobre esta enfermedad de nombre tan feo? Porque esa terminación “oma” suena muy mal. Suena a cáncer de ojo. — Efectivamente, el nombre es muy feo. Pero no tiene nada de cáncer aunque sí de enfermedad grave y progresiva. Se produce por un aumento de la tensión ocular. — Entonces, ¿es como la tensión arterial?, inquiere otro contertulio. — No, no tiene nada que ver. Solo se parecen en el nombre. El glaucoma es una enfermedad típica del ojo, con mínimas relaciones con el estado general. 89 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos Se produce por un aumento de la presión dentro del ojo y ese aumento de la tensión daña al nervio óptico. — ¿Cómo es ese proceso? — El ojo por dentro está relleno de un líquido transparente, el humor acuoso, que está renovándose constantemente. Se produce y elimina con gran velocidad. Se produce por detrás de la pupila y a través de ella pasa a la parte anterior del ojo. Allí hay un desagüe con un filtro, por donde se evacúa. — Uf, me he enterado de poco, doctor. Es que soy muy torpe. No me hago idea. — Vamos por partes. Esta es una enfermedad en la que pasan dos cosas, que sube la tensión y que se daña el nervio óptico, ¿de acuerdo? — Sí, pero ¿por qué sube la tensión?, se adelanta otro contertulio. — Porque se obstruye el filtro, el desagüe, pero sin embargo se sigue produciendo el acuoso. Es como si tuvieras un recipiente cerrado y lo llenaras con un grifo que no para de echar agua, pero lo que entra no sale. — Y entonces sube la presión dentro del ojo. — Así es. Y el ojo se pone duro, muy duro. Y entramos en el segundo componente, el daño en el nervio óptico. Al estar hipertenso el ojo comprime al nervio óptico, que está en el fondo del ojo. El nervio óptico es un cable relleno por un millón de fibrillas. La presión lo aprieta y “ahoga”. Es como si cogemos un cable y lo pisamos con fuerza, acabaremos cortándolo. Pues al nervio óptico le sucede algo similar: va perdiendo fibras, hasta que se queda sin ninguna. Y entonces el ojo se queda desconectado del cerebro. Ya no hay transmisión de imágenes y el paciente se queda ciego. Durante unos segundos se produce el silencio característico de cuando están interiorizando la explicación. Después empiezan a disparar, preguntan atropelladamente: — ¿Y por qué se obstruye el filtro? — ¿La pérdida de las fibras es muy rápida? ¿Aparece de repente? — ¿Qué nota el paciente? 90 “Tus ojos” La visión personal — ¿Es doloroso? — ¿Qué podemos hacer para evitarlo, dejar de tomar sal o café? — Vamos por partes. En primer lugar, no sabemos por qué se obstruye el filtro. Y es una de las grandes incógnitas de la Oftalmología. Llevamos muchos años investigándolo pero en ese tema hay pocos avances. — Con respecto a la velocidad de progresión de la enfermedad, hay que diferenciar dos grandes tipos de glaucoma. El glaucoma más frecuente, el denominado de ángulo abierto, que es de evolución muy lenta; y el glaucoma de ángulo estrecho, que es mucho más raro pero que aparece de forma aguda, con gran dolor y pérdida brusca de visión. Nos referiremos al frecuente, al que no avisa. En este caso la pérdida de fibras suele ser muy lenta, por lo que suele dar tiempo a reaccionar, la clave está en el diagnóstico precoz. — Qué más preguntabais, que ya he perdido la cuenta. — Que cómo se nota, aunque ya ha dicho que no avisa. Si se puede prevenir, si hay que evitar tomar café o alcohol, o alguna comida, sal… — No, no debemos confundir la tensión ocular con la tensión arterial; solo se parecen en el nombre, no tienen nada que ver. No influye para nada ni la dieta ni ningún otro factor conocido. Por lo tanto, se puede hacer vida normal. — Con respecto a lo que nota el paciente. El paciente va perdiendo campo visual, no agudeza visual. Y eso es lo que resulta engañoso. El paciente pierde poco a poco la visión más periférica, por eso no se da cuenta. La agudeza visual depende de la retina central, y esas fibras son las últimas en perderse. Por tanto, el paciente es capaz de leer con perfección, ver la televisión, identificar las caras, pero como no ve por los lados va chocando con las cosas, como decía Carmen Rigalt. — La verdad, doctor, es que no me hago idea de lo que es el campo visual, de la diferencia entre perder la agudeza visual y el campo visual. — Trataré de explicarlo. Ponte aquí delante de mí, a un metro aproximadamente. Ahora mírame a los ojos y no los muevas. Al tiempo que me los miras, eres capaz de ver el resto de mi cuerpo y todo lo que me rodea ¿verdad? Pues tu capacidad de ver con detalle mis ojos es la agudeza visual. Todo lo que me rodea, es el campo visual. Pero si quieres saber cómo ven las personas con glaucoma avanzado es muy sencillo: haz con tu mano como si tuvieras un catalejo, 91 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos como un “un cañón de escopeta”, allí a donde diriges la mirada ves, pero la parte lateral está tapada; pues así es la visión en el glaucoma. — Entonces, ¿qué es lo que hay que hacer? Como siempre, doctor, ¿qué recomendaciones daría? — En primer lugar, definir a los sujetos de riesgo, que son sobre todo aquellos con antecedentes familiares puesto que hay factores hereditarios. También lo son los grandes miopes. En general, a partir de los cuarenta años aumenta la incidencia de glaucoma, por lo que cada dos años todo el mundo debería tomarse la tensión ocular. — En segundo lugar, hay que evitar la utilización de corticoides. La cortisona y sus derivados producen aumento de la presión intraocular, por ello no se deben tomar ni por la boca ni en colirio sin prescripción y adecuado control oftalmológico. — ¿Y qué es lo que dice la periodista de un colirio por las noches?, ¿ese es el tratamiento?, ¿se puede operar el glaucoma? — Una vez establecido el diagnóstico de glaucoma, que se establece tomando la tensión ocular, midiendo el campo visual y analizando el nervio óptico, empezamos con el tratamiento. Casi siempre con colirios. Gotas que reducen la tensión ocular, sea porque aumentan la eliminación del acuoso, sea porque reducen su producción. En los casos en los que con el tratamiento la tensión no baja de los límites normales (la tensión media es de 15-16 mm Hg y los límites de 21-22 mm Hg, aunque depende de cada paciente), entonces aplicamos láser o intervenimos. El objetivo es abrir una nueva vía de desagüe. Pero la operación la hacemos para bajar la tensión, no para recuperar la vista perdida. — Es decir ¿que la vista perdida no se recupera con la operación? — Efectivamente. Por eso es tan importante el diagnóstico precoz, y por eso Carmen Rigalt dice que tiene que acostumbrarse a vivir con ese “hilito de visión”. — Pero en la operación de catarata sí que se recupera, ¿no? Por eso no hay prisa en operarla, se puede esperar, ¿entonces esto no es igual? — No, es completamente distinto. Y ese es el error de muchos pacientes. Se creen que están perdiendo visión por la catarata y no le dan importancia y cuando vienen a consulta ya no hay nada que hacer. 92 “Tus ojos” La visión personal — ¿Y no es una locura que Carmen Rigalt siga escribiendo, no se le va a estropear la poca vista que le queda, esa con la que quiere aguantar hasta el final? — No, las personas con glaucoma pueden hacer una vida completamente normal. Solo tienen que hacer los controles y el tratamiento que le prescriba su oftalmólogo. Aunque deben tener mucho cuidado con la conducción, porque una pérdida significativa del campo visual es una contraindicación para poder conducir. 93 “Tus ojos” La visión personal 6. Los ojos y los accidentes de tráfico ¡Qué caro se paga no cumplir las normas! Cuento 8. Arantza, la chica vasca con cuatrocientos puntos en la cara. — Continuamos, doctor, interviene de nuevo el periodista-pasajero-entrevistador. — Otro tema candente: el tráfico y la vista. Hace poco se emitió un informe diciendo que no se controlaba suficientemente la visión de los conductores, que muchos conducían en malas condiciones, ¿qué hay de cierto en todo esto? Qué consejos podemos dar a los conductores, qué precauciones hay que tomar antes de ponerse en viaje. Supongo que habrá situaciones de alto riesgo y pequeños trucos que nos ayuden. Aspectos y conceptos que todos debamos conocer — El de la conducción es un tema clave, del que todavía sabemos poco, que todavía no se ha estudiado con profundidad. — Pues parece mentira porque con la de coches que hay, conductores, y la de accidentes… es increíble. ¿Pero por qué lo dice?, todo el mundo tiene que pasar una revisión para que te renueven el carné. — Bueno, al margen de consideraciones legales, vamos a intentar dar algunos consejos para mejorar nuestras “prestaciones visuales”, algunos son conocidos, pero otros no tanto. En primer lugar, es fundamental tener la mejor visión posible para la conducción, no solo una buena visión. Esto es una obviedad pero no siempre se cumple. Hay pacientes que conducen sin cumplir las condiciones, por ejemplo, pacientes con importantes limitaciones visuales suelen decirnos: “Si yo veo suficiente”, “Si yo el bulto de un coche lo veo”, “Si es un camino conocido, si hay poco tráfico…”; otros nos dicen que saben que no ven bien, que les falta algo, pero que se apañan. Deberían usar gafas para conducir, pero no las usan porque les resultan molestas. — Pues eso es lo que me pasa a mí. Tengo gafas que uso para la televisión, me dijeron que me vendrían bien para conducir. Pero yo los coches los veo. — Pero esas gafas que tienes para lejos, ¿las usas para ver la televisión? 95 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos — Sí, porque si no veo con poca definición las caras o los mensajes de texto que ponen en los programas. — Es decir, para ti es más importante ver la televisión que conducir. En algo en lo que te juegas tu vida, o la de otros, no te las pones pero para ver la tele sí. — Pero no es así la cuestión, doctor. No me va a comparar el tamaño de las letras de los mensajes de la televisión con el tamaño de un coche. — Claro que sí, por supuesto que son comparables. El resto de los pasajeros me miran con extrañeza. Evidentemente dicho así parece absurdo, aunque es cierto. Pero precisamente por eso he querido tenderles una pequeña trampa. Para hacerles reflexionar. — Aunque os extrañe, todo está relacionado. La agudeza visual es la capacidad que tiene el ojo para identificar detalles. Y esa agudeza visual es la misma para ver el televisor que para conducir. Los oftalmólogos medimos la agudeza visual en porcentaje. Imaginaros por ejemplo una señal de carretera que mida un metro. Si una persona puede verla cuando está a 100 metros, decimos que tiene un 100 % de visión. Si para ver ese mismo cartel se tiene que acercar a 50 metros, decimos que tiene un 50 % de visión. Si se tiene que acercar a 10 metros, solo tiene un 10 % de visión. Y añado: — Cuando viene un paciente con mala visión, que no debería conducir suelo asustarlo diciendo que, aunque él no tenga la culpa del accidente, se la van a atribuir a él y con todas las consecuencias legales. Porque todos dicen aquello de “si es que voy con mucho cuidado”. Pero si no ves a un niño que cruza indebidamente una carretera, al final te caerá a ti la condena. Interviene otro pasajero: — Ha descrito perfectamente el problema que tenemos con mi padre. Se empeña en conducir a pesar de que tiene una degeneración macular. Se lo han dicho por activa y por pasiva. Pero él “erre que erre”, que él ve los obstáculos, que se conoce el camino, que para ir a su parcela con lo que ve es suficiente. Voy a tratar de asustarlo con eso que dice usted. — Entonces, ¿las gafas deberían ser obligatorias, aunque el defecto sea muy pequeño? 96 “Tus ojos” La visión personal — Un pequeño defecto te puede permitir ver bastante bien, pero te produce cierto cansancio. Para un trayecto corto puede no ser necesario, pero si vas a conducir un rato largo sí se deben usar. — Vamos a por el segundo consejo: el cansancio visual es muy peligroso. No solo es que perdamos visión, sino que el esfuerzo prolongado produce irritación ocular y sequedad y la tendencia es a que se cierren los ojos, el cerebro lo interpreta como somnolencia y es más fácil quedarse dormidos. — Tercer consejo: ocurre un fenómeno similar en caso de que pongamos el aire acondicionado o la calefacción del coche, cuando nos va dando en la cara, esa sensación de sequedad y somnolencia se agrava. — Cuarto consejo: por la noche se reduce automáticamente la agudeza visual, todos vemos peor, se produce un fenómeno que conocemos con el nombre de miopía nocturna, pero las personas con defecto visual lo notan mucho más. Recientemente, la Dirección General de Tráfico ha emitido un spot publicitario advirtiendo que la agudeza visual por las noches se reduce un 30 %. — Quinto consejo, muy simple pero muy importante: el cristal del parabrisas debe llevarse muy limpio. Cuando está sucio, por polvo, por mosquitos, por la formación de una película que enturbia la transparencia, se produce un deslumbramiento brutal y súbito cuando nos da el sol de frente y perdemos casi totalmente la visión. — Sexto consejo: el color de los coches es importante. Los coches de colores claros se ven con más facilidad que los coches oscuros. Es un problema de contraste. Un coche oscuro no contrasta con respecto al color del asfalto, pero los colores claros sí que contrastan. También hay una forma muy fácil de resolver el problema, que es llevar las luces de posición encendidas siempre. — Séptimo consejo: tener gafas de sol a mano. Hay distintos colores de cristal y distinto porcentaje de absorción. Cada uno debe escoger aquella combinación con la que se encuentre mejor, teniendo en cuenta que un cristal demasiado oscuro reduce la visión. — Octavo consejo: cuidado con los conductores que acaban de perder la visión de un ojo. Con un solo ojo se puede conducir bien. Pero no se tiene visión binocular, no se tiene sensación de profundidad, que es muy importante por ejemplo para calcular un adelantamiento. Las personas que ya están acostumbradas no tienen problemas, pero los que no lo están tienen que tener cuidado hasta que se habitúen. 97 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos — Noveno y último consejo: sobre todo cumplir con las normas de tráfico y de seguridad vial. Una tontería os cambia la vida. Por cierto, ahora que me acuerdo, y al hilo de este último consejo, os voy a contar una historia que me impactó cuando era un joven oftalmólogo. Solo es apta para los que os guste la cirugía, aunque evitaré aspectos truculentos. Cuento 8. ARANTZA, LA CHICA VASCA CON CUATROCIENTOS PUNTOS EN LA CARA (O cómo un cinturón te puede cambiar la vida) Fue una de esas experiencias que te impresionan tanto que aprendes y que te hacen cambiar tus hábitos. Era un fin de semana de verano. Yo tenía 26 años. Estaba de guardia en el hospital Universitario de Santiago de Compostela. Nuestras guardias eran cómodas, estabas en casa y te llamaban para que acudieras en caso de necesitarte. Recibí una de esas llamadas y me fui para el hospital. Entras por la puerta de urgencias, un maremágnum de personas. Nadie te hace ni caso. Gente esperando en el aparcamiento, en la puerta, en los pasillos, niños, jóvenes, adultos, abuelos, fumando, comiendo o bebiendo, algunos dormitando… Llegas, casi ni te conocen. — Soy el oftalmólogo de guardia, dices. Ni caso. Sigues buscando, celador, recepcionista... — No sé por qué te han llamado. Pregunta en cirugía general o en trauma. De ojos no hay ninguna llamada. Por fin localizas a la coordinadora de urgencias. — Me habéis llamado, ¿qué pasa? — No sé. No hay ningún paciente de ojos, vamos a llamar al cirujano de guardia. Al final estás esperando que haya sido un error. Cuando te llaman de trauma o de cirugía general, mala cosa, siempre son potenciales desastres. 98 “Tus ojos” La visión personal — Te están esperando en quirófano de cirugía general. Que subas urgente. Ya están operando. Parece que es un politraumatizado, accidente de tráfico. Subes a toda pastilla. Ya se te ha disparado la adrenalina. Ya no ves, no oyes, no piensas, ya estás concentrado, ya no te molesta el caos. Ya no te lamentas, ya no piensas en el latazo, ya no haces otras consideraciones. Eres otro, te has transformado. Vas como una bala. Llegas a la puerta de los quirófanos. — Soy el oftalmólogo, ¿qué pasa? — Cámbiate rápido, es un accidente de tráfico, una chica. Dice el cirujano que le parece que tiene un ojo perforado. Lleva tres horas con la paciente. Mala cosa. Muy mala cosa. Tres horas. Sabe dios lo que te encuentras. Entras en el vestuario. Te cambias. Está todo bien preparado. Pijama, calzas, gorro, mascarilla… estás acostumbrado a tu quirófano, al de Oftalmología, este es otra cosa. Es como tu propia casa o la del vecino. No te sientes a gusto. Y eso es importante para darte seguridad. Como los equipos de fútbol cuando juegan en casa o en campo contrario. Ya cambiado sales al pasillo, hay cinco o seis quirófanos. Entran y salen celadores, auxiliares, enfermeras, cirujanos, anestesistas, un frenesí… camas aparcadas en los pasillos, pacientes medio anestesiados, conectados a monitores, goteros colgando, de vez en cuando gritos, murmullos, enfermeras cogiendo vías, celadores conduciendo las camas con o sin pacientes, chocan con las puertas, las abren a golpes…: este no es nuestro hábitat. Esto parece un quirófano de guerra, el nuestro, el de Oftalmología, es un quirófano de precisión, sin ruidos, sin movimiento, tranquilo, pausado. Sin dolor, sin vómitos, sin anestesias generales… Ves a Paco Ruiz, un anestesista amigo. — ¿Qué pasa, Pepiño? Me dice ¡entra, entra en el tres, que te están esperando! — ¿Qué es?, le pregunto. — Un traumatismo facial. Tiene la cara destrozada. Llevan cosiéndola desde antes de que entrara yo de guardia. Abres la puerta abatible del quirófano. Ves al traumatólogo afanado en la tarea. — Venga, lávate que ahora te toca a ti. Llevo casi cuatro horas suturando, Reme, la enfermera, dice que llevamos cuatrocientos puntos. Tiene la cara, el cuello y el 99 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos cuero cabelludo completamente destrozado. Creo que tiene el ojo derecho perforado, está muy blando. Por lo demás no hay fracturas craneofaciales, ni en ningún otro sitio. Todo para ti. Para demostrármelo abre los párpados y mete el dedo en el ojo, lo aprieta y está blando, muy blando. Doy un respingo. — ¡Coño!, exclamo, no aprietes, que me lo vacías. Estos traumatólogos son muy brutos. Se creen que todo es hueso y piel. Cuando discutimos con ellos nos dicen que nuestra cirugía es cosa de señoritas delicadas. Veo a Arantza, la cabeza rapada, la cara totalmente deformada. Cientos de puntos cerrando decenas de heridas, largas, cortas, lineales, anfractuosas, desgarradas… vaya trabajo ha hecho el traumatólogo. Me deja para mí los párpados y, por supuesto, los ojos. Me lavo. Bata estéril. Guantes. Colocas todo, material, microscopio, te pones cómodo. No hay más remedio, espera una cirugía larga. Un ojo perforado es una caja de sorpresas. Puedes arreglarlo en diez minutos o puedes tirarte dos horas. — Pintad la cara y los párpados con betadine, abundante, por favor. — ¿Qué edad tiene? — 25 años. — ¡Joder!, se me escapa, ¿qué le ha pasado? — Parece ser que estaba de vacaciones y han tenido un accidente de tráfico, decían que había sido poca cosa, contesta Reme. — Pues si llega a ser mucho… venga empezamos. Espera antes voy a ver el otro ojo. La parte izquierda de la cara estaba menos afectada. En los párpados solo había erosiones, no cortes profundos como había en el derecho. Casi me olvido de explorar este ojo. ¡Hombre, sería el colmo de la mala suerte!, ¡nunca he visto un paciente con los dos ojos perforados! Lo abro. — ¡Joder!, se me escapa otra vez, ¡qué put…! Mira, le digo a Reme. 100 “Tus ojos” La visión personal El otro ojo también está perforado. No está tan destrozado. Pero tiene un cristal clavado en la córnea. — Dios santo, exclama Reme más delicadamente. Todo el mundo en el quirófano se acerca a la camilla, saltan como un resorte. — Qué vas a hacer, cómo va a quedar. ¿Verá por algún ojo?, ¿podemos salvar algo?, ¿se quedará ciega? Rompiendo la rutina le digo a Reme: — Empezamos por el izquierdo. Por lo menos hay que salvar uno, el mejor. Un ojo perforado debe estar en esas condiciones el menor tiempo posible. Y ya llevaba mucho. Ponemos el paño estéril alrededor del ojo. Pinzas para abrir los párpados. — Reme, por favor, mucho cuidado, no aprietes, que se nos vacía. Te tranquilizas. Escrutas todo, al milímetro, lavas con suero, necesitas ver bien, muy bien, no quieres que nada quede oculto, no quieres que se te escape detalle. Explico la estrategia. Vamos a rellenar el ojo con viscoelástico muy denso (una especie de gelatina espesa) para evitar que se vacíe cuando quitemos el cristal. — Reme, dame viscoelástico y un cuchillete de 15 grados. Con una cánula rellenamos la cámara anterior del ojo con el viscoelástico. Lo metemos a presión, hace que el cristal se externalice un poco. Con una pinza empezamos a tirar del cristal, poco a poco. Sacamos todo el cristal y la córnea mantiene su forma. — Vamos a suturar, nailon de 10-0. Es la sutura más fina. Su diámetro es como el de un pelo. Dificilísima de manejar. Comienzas, primero un punto de aproximación, tienes que dejarlo firme pero no apretado, el punto debe ir en el tercio medio del grosor corneal, ni superficial, ni profundo. La córnea es fina, mide 500 micras (medio milímetro), has de calcular la profundidad, debe ser en el tercio medio. Después vas al centro, repartiendo los puntos. 101 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos Poco a poco vas relajándote. Ves que el ojo tiene forma. La córnea queda bastante bien. Has dado 12 puntos. Parece que ya está, que no filtra. Bien cerrada. Das unos puntos a los párpados para reconstruirlos de la mejor forma posible. Pero quieres ir rápido, te falta el otro ojo, el que está hecho trizas. Te genera ansiedad pensar en lo que te vas a encontrar. Por fin terminas. Quedas contento, has hecho lo que podías, pero no sabes si es suficiente. No sabes si volverá a ver. Por si acaso inyectamos dosis masiva de antibiótico. Ponemos una lente de contacto terapéutica para que cuando le quitemos el vendaje los puntos rocen lo menos posible. No sé si verá, pero por lo menos que no le moleste. Sin solución de continuidad pasamos al ojo derecho. No sé el tiempo que llevamos. Pierdes la noción del tiempo. — ¿Cuánto tiempo más vas a necesitar? para calcular la anestesia, pregunta Paco, el anestesista. — Ni idea, ¿cuánto tiempo llevamos? — Casi una hora. — Pues calcula que al menos dos horas más. Repetimos las maniobras ahora en el ojo derecho. Lavado con betadine. Paño estéril. Pinzas para los párpados. Ojo destrozado. Aquí la estrategia cambia. Lo primero limpiar y cerrar. Cerrar todas las heridas. Recomponer el globo ocular ¿acabará necesitando una prótesis? Se acabó. Se acabó la cirugía. Se terminó. Respiras. Te quedas vacío. Te has vaciado. Miras a Reme. Te mira. No dices nada. No has tenido ni frío ni calor, no has tenido ni hambre ni sed, hemos luchado. Hemos dado lo mejor de nosotros. Nadie dice nada. Ves como las enfermeras le ponen la pomada y la venda en los ojos. Después le vendan la cabeza rapada, tachonada por cientos de hilos y nudos, igual que la cara, desfigurada, hinchada, amoratada… Y tiene 25 años… Casi siete horas desde el comienzo, Paco Ruiz empieza a despertar a la paciente. Son muchas horas de anestesia, eliminarla va a costar mucho tiempo. La ventaja es 102 “Tus ojos” La visión personal que no ha afectado a órganos vitales, pero espera algo malo… ¿cómo va a reaccionar la paciente cuando se vea así?, ¿cómo quedará? Te levantas del sillón, estás anquilosado, entumecido, te quitas los guantes, de forma mecánica das las gracias al anestesista y al resto del equipo que te ha ayudado, es la costumbre, al tiempo que empujas la puerta abatible por la que entraste. Sales abatido. Sabes que pase lo que pase es una desgracia. Desde que te dijeron que te esperaban en quirófano hasta ahora mismo has sido un técnico, una persona fría que actuaba conforme a sus conocimientos, no has sentido ni padecido, estabas en una burbuja que te aislaba del mundo. La adrenalina que empezaste a liberar cuando te llamaron a quirófano y que ha durado hasta que dijiste “se acabó” te ha estado llevando en volandas, te ha estado protegiendo. Solo pensabas en los ojos, en hacer bien tu trabajo. Pero ya no tienes adrenalina. Se te acabó. Se quedó sin combustible el coche. Y ahora qué. Y ahora te queda la segunda parte, quizás la peor desde el punto de vista humano. Hasta ahora has luchado por unos ojos, sabías que pertenecían a una persona, pero solo eran unos ojos, unas heridas que había que curar, un trabajo delicado, trascendental, pero solo un trabajo, un problema técnico. Pero ahora le vas a poner cara al dolor, vas a conocer a la familia y después a ella, a Arantza. ¿Cómo son?, ¿cómo se lo van a tomar?, ¿qué les puedes decir?, ¿qué les vas a decir? Y ¿cómo? Les das esperanzas o se las quitas. Ellos te van a rogar, te van a suplicar que les digas algo, van a necesitar que les digas algo. La incertidumbre ante el futuro es peor que el propio futuro. Pero tú mismo no sabes lo que va a pasar. En principio creo que voy a ser bastante realista. Es una situación complicada pero entre los padres, hermanos y pareja, se van a apoyar y lo sobrellevarán mejor. Tengo que ser un poco duro, porque la situación es dura. No puedo andar con paños calientes. Mañana o pasado cuando le destapemos y le vean la cara y los ojos se van a encontrar con la realidad y no quiero que se sientan engañados, se van a alarmar muchísimo así que es preferible que se vayan mentalizando. Entre todos tienen que aguantar el tirón. Pero ya no tienes tiempo, tienes que salir, te están esperando angustiados, te gustaría tener unos minutos para recomponerte y planear qué les vas a decir. Pero no puedes hacerles esperar. Eso vas pensando mientras sales del quirófano, atraviesas el antequirófano, abres la puerta y sales al pasillo… Salir al pasillo es como un rito. Tiene una solemnidad que a veces los cirujanos no valoramos. Sales a dar una noticia fundamental para una persona o para una 103 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos familia. Algo que puede cambiar decisivamente sus vidas. Cuando sales a dar una buena noticia es algo fantástico. Sales henchido. Con fuerza. “Lo hemos conseguido”, dices, sonríes, “todo ha ido bien”, insistes, te encanta el momento. Es lógico, es tu pequeño momento de gloria. Has curado algo a alguien y eso te llena de satisfacción. Pero cuando es al contrario es un calvario. Cuando abres la puerta y sales al pasillo notas que se crea un silencio que se cortaría con un cuchillo, todas las cabezas se giran, notas que se te clavan los ojos, hay varios grupos de personas, familias de distintos pacientes, algunas personas se ponen en pie acercándose, todos con cara de angustia. Normalmente conoces a las familias y te diriges a ellos. Pero esto es urgencias, nadie conoce al cirujano. Yo no conocía a Arantza ni a su familia. Lo desconocía todo sobre ellos. Entonces se te hace más complicado, Por fin, sin mirar a ningún sitio, miras al infinito, elevas el tono de voz y dices: ¡familiares de Arantza! Y casi no pasa nada. No se aprecia el movimiento. ¿Qué pasa? Al fondo de la sala se levanta un chico, de mi edad, desencajado, hundido, harto de llorar, encogido, viene solo, ¡está solo! ¡Se lo tiene que tragar solo! Toda mi miniestrategia de comunicación al garete, la estrategia de liberarte compartiendo la tensión con la familia no sirve. Por un segundo pienso, habrá salido el resto de la familia a tomar algo, a descansar… me da tanta pena que le pregunto antes de abordar el informe. — ¿Y el resto de la familia? — Estoy yo solo, me dice con voz entrecortada. No somos de aquí, somos de San Sebastián, estamos de viaje de bodas. Pero, por favor, ¡dígame cómo está! ¡Ahora sí que la hemos liado! Yo pensaba liberarme un poco de la presión psicológica de esta tragedia traspasándosela a la familia y me encuentro que no puedo descargarla sobre este pobre chico. ¿Y ahora qué? Encima es de fuera y está de viaje de bodas… — Ella está bien. Su vida no corre peligro. Empiezo intentando ser positivo. — Pero vivirá verdad, me corta. Yo respiro, por lo menos le estoy dando una buena noticia. — Es que cuando la sacaron del coche y la recogió la ambulancia sangraba por todas partes y me asusté muchísimo, creí que se iba a desangrar. — En ese aspecto estate tranquilo porque no tiene lesiones de gravedad. El problema radica en que todo el golpe se lo ha llevado en la cabeza. Es todo muy super- 104 “Tus ojos” La visión personal ficial pero tiene muchos cortes. Se ha hecho mucho daño en la cara y en los ojos. No te puedo decir si volverá a ver o no, si las heridas le dejarán muchas secuelas en los ojos y en la cara. Para una chica eso es muy importante. Ahora tú juegas un papel fundamental. Tienes que ser fuerte, tienes que mantenerte fuerte para tirar de ella, para que no se hunda. Yo no sabía qué categoría de persona era el marido. Pero pareció que iba a responder. Se secó las lágrimas y dijo: — Tiene razón. No me va a ver llorar. ¿Cuándo puedo verla? — Ahora está en reanimación, pronto la pasarán a planta porque no hay riesgo. Entonces podrás hablar con ella. Vete ya para la habitación y espérala allí, yo me pasaré dentro de un rato. Fin del segundo asalto, sabor agridulce. No sé si el marido era consciente. En las próximas horas, y superado el susto y el miedo a un potencial fallecimiento, sabremos cómo reacciona a las posibles secuelas. Faltaban el tercer y el cuarto asalto. Decírselo a ella y a las 24 horas destaparle los ojos. Bajé a urgencias para cerciorarme de que no había más pacientes para mí. Resolví un par de pequeños problemas de cuerpos extraños y me fui al control de enfermería de la planta. Pregunté por Arantza, las enfermeras me asediaron a preguntas, ¿qué le va a pasar? Estaban todas impresionadas. Todas se sentían vulnerables, todas se sentían Arantza. Es una de esas tragedias humanas que se contagian, que crean solidaridad. Veinticinco años, la cara destrozada, los ojos destrozados… te llega muy adentro. Ya la habían pasado a la planta. Me armé de valor. Entré en la sala. Estaba allí, todavía dormida. El marido con la imagen que todos podemos suponer. Con la mano entrelazada con la de su mujer. Me miró, no sabía qué decirme. Era la mirada de una persona aturdida, noqueada, que no sabe qué está pasando, que no sabe qué va a pasar. Solo, completamente solo, sin nadie con quien hablar. Cuando te llaman para una urgencia, desde el mismo momento que sales de casa estás deseando volver. Pero cuando estás allí ya te olvidas de todo, ya no piensas en volver, por eso me acerqué a Jon, porque no soportaba verlo tan solo. Le pregunté si se había despertado algún momento. — Bueno, a ver qué tal se despierta. Supongo que estará molesta. No te asustes si se queja bastante. Las enfermeras ya tienen orden de darle los analgésicos que 105 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos necesite. Todo lo que tiene es en la cara y en los ojos, como ya te dije. Por lo demás no te preocupes, no tiene ni un hueso roto. — Doctor, ¿cómo va a quedar?, ¿se quedará ciega? Cuando la sacaron del coche creí que se moría. Sangraba por todas partes, era impresionante. Jon estaba intacto. No tenía ni un rasguño. Era rara la situación. Ella la cara destrozada y nada más, ninguna otra herida o fractura, ¿qué podía haber pasado? — No sé, no sé qué va a pasar. Pero ahora no lo pienses. Tenemos que ir día a día, sin adelantar acontecimientos. En los próximos días iremos viendo la respuesta. Ahora lo importante es que no lo pase mal, que no tenga dolores, y que no se agobie al despertarse. Ten en cuenta que al estar vendada totalmente no va a ver. Si no fue consciente del accidente se va a despertar muy desorientada. Y como te decía va a ser fundamental tu entereza para que no se hunda. Era importante saber qué tipo de accidente había sido, para calibrar el daño en el ojo. No tenía ganas de hacerle recordar a Jon lo que había pasado, pero parecía buen momento. Aunque vuelvo a decir que era raro todo. Él intacto, ella intacta menos la cara y los ojos. ¿Qué tipo de accidente habrían tenido? — ¿Cómo fue el accidente?, me decidí a preguntar. ¿Os salisteis de la carretera o fue un choque frontal? ¿Ibais rápido? — Qué va, me contestó. Íbamos atravesando un pueblo, se atravesó un niño. Pegué un volantazo, el coche se me fue y chocamos contra una pared, contra una casa. No iba rápido, no iba rápido, lo juro. No pudo continuar, se echó a llorar. Pero parecía que tenía ganas de hablar de ello, de liberarse de culpa, de justificarse. Daba la impresión de que le avergonzaba, de que se sentía un traidor porque ella estaba así y él sin ningún traumatismo. Estoy seguro de que se hubiera cambiado por ella. — Arantza no llevaba puesto el cinturón de seguridad –balbuceó–. Nunca lo lleva. Le resulta incómodo. Dice que le agobia. Siempre me enfado con ella por eso. Tenía que haberle insistido más. No tenía que habérselo tolerado… Yo no iba rápido, se lo juro. Ella iba mirando por la ventanilla, haciendo fotografías. Me cabrea muchísimo. No me hace caso. Va cambiando de postura constantemente, se recuesta, se levanta, se mueve mucho, es muy nerviosa. Una vez explicado el accidente también comprendí el mecanismo. Al no llevar el cinturón de seguridad, el impacto la despidió hacia adelante, seguramente rompió 106 “Tus ojos” La visión personal el parabrisas con la cabeza y el propio cristal le desgarró la cara y los ojos. Maldita sea, por no ponerse un puñetero cinturón, porque el golpe fue leve. No tenía otras roturas, el marido ni una simple contusión; efectivamente, no había habido exceso de velocidad, ni negligencia, solo imprudencia… pero ¡vaya con las consecuencias! — No te preocupes, no te martirices. Tú no has tenido la culpa. La mala suerte se nos cruza en el camino. No hay que malgastar fuerzas en buscar culpas, las necesitareis para tirar para adelante. Procura olvidarte de todo, piensa ahora solo en ella. Tómate algún ansiolítico, se lo diré a las enfermeras. Tenía que marcharme. En ocasiones te sientes tan involucrado que te gustaría estar allí para cuando Arantza se despierte. Pero no puede ser. A veces la pasión te mueve, pero tienes que ser un poco frío. Por ello a los cirujanos no nos gusta diagnosticar u operar a nuestra familia. Porque estás lleno de prejuicios, de emociones, no tienes la claridad mental necesaria. — Mañana por la mañana vuelvo a veros. Que descanses, Jon. El hospital ya no es un hervidero, las calles ya están vacías, todo se ha relajado. Ya es de noche. La gente se ha ido a su casa. Cuando vuelves las sensaciones son totalmente diferentes a las que tenías al venir. Ahora ya no te importa que te hayan importunado, que hayan interrumpido tu actividad. Vienes roto, ahora relativizas todo. ¡Has visto la desgracia tan cerca! Cuando llegas a casa no tienes ganas de nada, ya no puedes ni estudiar. Sigues con las escenas grabadas en la retina y procesadas en el cerebro. ¿Habré hecho algo mal?, ¿me habré dejado algo por hacer? ¿Podría haber hecho algo más?, ¿cómo serán sus padres?, ¿cómo responderá?... una y otra vez te vuelven las preguntas, revives la escena, recuerdas cuando fuiste hacia el hospital, cuando entraste en quirófano, como en una película, secuencia a secuencia, fotograma a fotograma. Intentas distraerte, llamas por teléfono a Juanito Cuevas, un amigo, que tiene la ventaja de que te suelta cualquier burrada y te hace sonreír, incluso te puede hacer reír. El domingo por la mañana, cuando te despiertas, estás agotado. No has descansado, has tenido una noche de perros porque no te has relajado. Normalmente los domingos por la mañana el hospital es totalmente distinto al de los sábados por la tarde. A mí me gustan más, están arreglando el hospital, está fresco, ventilado, preparan a los pacientes, las habitaciones, no es la hora de las visitas, no hay gente alborotando, ni dormitando, ni merendando. Es todo más plácido. Sin embargo iba con un cosquilleo desagradable en el estómago, como con un nudo, como cuando vas a ver la nota de un examen del que no has salido totalmente satisfecho. 107 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos En el control de enfermeras preguntas qué tal ha pasado la noche. Las enfermeras de la mañana son distintas de las que dejaste por la noche, han cambiado de turno. Pero están todas al tanto de lo sucedido. Están acostumbrada a los fallecimientos, a los grandes traumatismos, a enviar pacientes inconscientes a la UVI. Pero una chica joven con los dos ojos perforados es algo que impresiona. Cuando llego las enfermeras y auxiliares salen disparadas. — Doctor Vigo, vaya follón, ¿va a ver? Es el saludo con el que me reciben. — Hoy, desde luego, no, contesto. Aunque siempre te queda la esperanza de que surja la sorpresa. De que se obre el milagro y de que al destaparla te diga: “Le veo, doctor”. A todos nos gustan las historias con final feliz. Pero es casi imposible. Al menos por ahora. Cuando aún estoy leyendo la historia clínica, de reojo veo en el alféizar de la puerta de la habitación a Jon. Cuando me ve se retira. Me imagino su impaciencia, si yo estoy intranquilo, cómo estará él. — ¿Sabe algo la chica?, pregunto. — Creo que no. El marido siempre le dice que tiene que tener calma hasta que tú le expliques. — ¿Ha llegado más familia? — No, solo está el marido. — Pero ¿llegarán? Pregunto casi angustiado, no quisiera que todo el mal trago se lo tuvieran que pasar enterito ellos dos solos. Bueno, me digo a mí mismo, trámites resueltos, ¡vamos allá! — ¿Quién me ayuda? Una de las enfermeras y la auxiliar empujan el carro de curas. En ocasiones me persigno antes de entrar en el quirófano, antes de entrar a ver un postoperatorio complicado, antes de destapar un ojo. No es que yo sea un gran practicante, pero te gusta encomendarte a algo o a alguien que te ayude. 108 “Tus ojos” La visión personal Entro y veo a Jon con cara de esperar buenas noticias, como si le pudiera traer buenas noticias. Arantza reposa en la cama. Toda la cabeza vendada, solo se le ve la boca, como una momia. — ¿Qué tal, Aranzta, puedes hablar?, pregunto. — Habla con dificultad pero se le entiende, contesta Jon. — ¿Cómo te encuentras, te duele? — Noto un malestar por toda la cara, me tira mucho. Los ojos me escuecen, como si tuvieran pinchitos, responde Arantza. Por favor, doctor, dígame cómo estoy. No sé nada. Y se echa a llorar. — Bueno, Arantza, ahora te vamos a destapar la cara, te puede doler un poco porque tienes muchas heridas. No te pongas nerviosa, por ahora no podrás ver nada, simplemente vamos a ver si las heridas están cerradas, que no estén infectadas. Lo que le decía era solo parcialmente cierto. En el fondo esperaba que me dijera que veía algo. ¡Por dios que me diga que ve algo! — Jon, es mejor que esperes fuera, le digo. Temes que caiga redondo cuando vea el rostro de su mujer. Al margen de la gravedad que pudiera tener este caso por la afectación ocular, las heridas de la cara y de los párpados son extraordinariamente escandalosas, se hinchan, salen moratones, la cara se deforma totalmente, los primeros días están irreconocibles. — Por favor, quiero verla, quiero estar con ella, reclama el marido. — Mejor que salgas, dice la enfermera acudiendo en mi apoyo. — Te avisaremos cuando le hayamos limpiado las heridas y efectuado las curas. Aprietas los dientes, pones cara de póker, que no se te note nada en la cara, ni para bien ni para mal. Mientras trabajas los ojos de los pacientes o de los familiares te escrutan detenidamente, analizan cada gesto, cada mueca, cada movimiento. Y tú no puedes, no debes, dejar que se te note algo. La enfermera empieza a quitarle la venda que rodea la cabeza y la cara, cuando llevas 3-4 vueltas empiezas a ver que esta pegada, adherida. Cada vez cuesta más trabajo, hay que dar pequeños tirones, empiezan a molestarle. Sigue despegando 109 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos poco a poco, con cuidado. Yo no me fijaba en las heridas del cuero cabelludo, ni tan siquiera en las de la cara, miraba a los ojos. Todavía faltaba para llegar a ellos, pero se hacía eterno. Por fin solo le quedaba la venda de los ojos. Ahí empecé yo. Le quitas las tiras de esparadrapo que comprimían el vendaje, las gasas que habías doblado para ponerle sobre los párpados. Cuando le quitas todos te encuentras un panorama desolador. Los párpados hinchados, inflamados, rodeados de hematomas, como si le hubieran dado una paliza, surcados por heridas profundas, suturadas, irregulares. La cara totalmente deformada. Menos mal que no está Jon para verla. Pero falta lo peor, lo que me obsesiona. Tengo que verle los ojos. Si me dijera que ve algo sería una buena señal, aunque sea muy poco lo que ve. Si no habrá que seguir esperando, pero el pronóstico será peor. Abrir los párpados en estas condiciones es muy difícil, casi no veo nada, el ojo está hundido, aparece pequeño, deformado, con mal aspecto. Pero era lo esperado, ese ojo estaba reventado. Milagro sería que no hubiera que ponerle una prótesis. Pero el importante es el otro, el izquierdo, el que puede mantenerla viva, autónoma o el que puede condenarla a la ceguera absoluta. Lo abro, el aspecto es distinto, pero se ve opaco, no está transparente, es normal, intento animarme. Ahora es cuando debería decirme que ve algo, pero no dice nada, no quiero preguntarle. No quiero oírle decir que no, no quiero provocar su desilusión. Sigue tensa, esperando a que nuestras maniobras le produzcan dolor. Vuelvo a abrir los párpados, sigue sin decir nada. — ¿Te molesta? Le pregunto intentando provocar una respuesta sobre la visión. — Un poco, pero no mucho. Noto toda la cara tirante y me pesan mucho los párpados. Menos mal que me advirtió que no iba a ver, porque si no me estaría llevando un susto, trata de bromear. Ese comentario confirma mis temores. Todavía no ve nada, y ya debería ver algo. Me cae como un jarro de agua fría. Tenía le esperanza, la necesidad, de haber salido con una buena noticia. — Ya te dije que iba a estar todo muy inflamado y que en los primeros días era imposible que vieras. Le miento con todo el dolor de mi corazón. Lo lógico era que viera algo. ¡Jobar! Que bien me habría venido que me dijera que me ve, o que ve un bulto. Ese gesto de sorpresa y satisfacción de los pacientes cuando les destapas y dicen: “Le veo, doctor, veo los muebles, veo a mi familia al fondo”. Como en el caso de doña Eudosia. Pero esta vez no tocaba. Había que seguir sufriendo. ¡Maldita sea, ya podía ver algo! Me 110 “Tus ojos” La visión personal sereno, al menos lo intento. Tengo que disimular mi desánimo ante Jon. Me acerco a la puerta. Jon está en el pasillo. Le invito a pasar. — No te impresiones, ya puedes imaginarte que está muy desfigurada. Tiene los ojos vendados. No te preocupes, todas esas heridas y hematomas desaparecerán con el paso de las semanas. Haz lo que dijimos, anímala. No te vengas abajo. Él, con la tensión, no me preguntó por la visión. Tenía prisa por verla. Yo tampoco lo mencioné. La cara de Jon se mudó cuando la vio. Supongo que seguía teniendo el recuerdo de Arantza, de su mujer, la de antes, la de siempre. Jon se desmoronó, se echó las manos a la cara, la cara se le crispó y empezó a llorar. Se abrazó a ella con cuidado pero intensamente. Con desesperación Arantza preguntó: — Pero, Jon, ¿tan mal estoy?, ¿qué pasa? A todos se nos hizo un nudo en la garganta. Ninguno nos atrevíamos a contestar. Fue la enfermera la que dijo: — No, mujer, es que está muy nervioso y lleva horas esperando para verte. — No es cierto, debo de estar muy mal, Jon nunca se pone así. Por favor, doctor, ¿qué pasa?, ¿qué me va a pasar? Díganme algo, por favor. — No, Arantza, no te preocupes. No pasa nada. Jon se ha tragado solo todas estas horas y está destrozado. Solo estaba deseando verte. Tienes muchos puntos en la cara e impresionas un poco. Es muy llamativo al principio, pero en 48-72 horas se te habrá deshinchado la cara y serás otra. Tienes que tener paciencia. — Venga, Jon, que no se diga. Que se cree que estás asustado. Pero Jon no levantaba cabeza, era incapaz de articular palabra, era un llanto espasmódico, intenso, incontrolable, eterno. ¿Cuánto habrá llorado este chico en las últimas horas?, ¿qué cuerpo puede tener al ver a su mujer así? Yo también estaba en el fondo, en el pozo. No puedes involucrarte tanto, tienes que ser más frío, pero cualquiera es capaz de permanecer impávido. Arantza también lloraba. Semiabrazados, allí podrían quedarse horas y horas. Yo ya no sabía qué hacer. Por fin le cogí por el brazo y le dije que me acompañara, que tenían que darle la medicación a ella. 111 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos Me lo llevé al control de enfermería, pedí un ansiolítico para él. Le reñí con cariño. Le recordé lo dicho al salir del quirófano. Comenzó a serenarse. Dio un resoplido final y dijo: — Ya está, no me va a volver a ver llorar. — Así me gusta. Por cierto, ¿va a venir más familia? — Sí, llegarán esta tarde los padres y un hermano. También viene mi madre. Respiré más tranquilo. Iban a estar más arropados. Pero ahora también pensé en los pobres padres, ver a su hija así. ¡Con lo que duele un hijo!, más mucho más, incomparablemente más que lo que te pase a ti, a tu pareja o a tus padres. Es desgarrador. Una desgracia en los adultos lo llevas mucho mejor, pero en tus hijos... Y todo por un maldito cinturón. Atendí varias urgencias más y me volví a casa, a rumiar mi sensación de fracaso. Que no viera nada me había defraudado. El resto del domingo fue muy tranquilo. Siempre temiendo la llegada del lunes. Vuelves a dormir mal, no te atreves a tomar nada para relajarte, porque sigues de guardia. El lunes es un día completamente diferente. Ya es la rutina. Ya eres un equipo, tú eres el responsable de Arantza, pero ya tienes una estructura funcionando, un hospital es como una gran máquina, con miles de personas trabajando. Ya estás más arropado. No te encuentras solo. Fuimos a pasar la visita a planta. Tenía otros pacientes ingresados que había operado la semana anterior. Dejamos a Arantza para la última. Cuando entramos estaba acompañada de su madre y de su suegra. No estaba Jon. Como era de esperar la cara de la madre era un poema. Angustia y pena, creo que era eso los que reflejaba. Parece que pedía un milagro, esperaba un milagro. La saludamos, muy respetuosa se levantó y me pidió hacer un aparte, salimos al pasillo. — ¿Qué cree, doctor?, ¿cómo quedará?, ¿tendrá algo de vista mi hijita?, preguntó compungida, con los ojos enrojecidos por el llanto. — Estamos dispuestos a lo que sea. La llevaremos al mejor sitio, díganos qué podemos hacer, añadió. 112 “Tus ojos” La visión personal Intenté tranquilizarla, pero sin engañarla. Le pedí unos minutos para que me dejara explorar a su hija, ya que yo aún esperaba el milagro. Le indiqué que esperara fuera. Mientras mi residente Rafart, ayudado por Mary Sotelo, nuestra enfermera favorita, estaba quitándole la venda de los ojos a la chica. — ¿Cómo estás Arantza?, ¿cómo pasaste la noche?, ¿has tenido dolores? — No, doctor, pero estoy muy intranquila. Era cierto, a pesar de los tranquilizantes, se la veía muy nerviosa, tensa. — ¿Cuándo voy a ver algo, doctor? Aunque solo sea por un ojo, preguntó sollozando con angustia. — Bueno, Arantza, ahora no pienses en esas cosas. Ya te dije que puede ser cuestión de mucho tiempo. Ahora tranquilízate y déjame ver cómo están esos ojos. El aspecto de la cara y la cabeza había mejorado mucho, como era de esperar. La piel y los músculos recuperan pronto. Pero los tejidos nobles como los ojos y el sistema nervioso son delicadísimos y su respuesta muy lenta. Volví a persignarme. Los párpados seguían con hematomas, pero la hinchazón había remitido muchísimo. Mary abrió un poco los párpados y le puso una gota de anestésico en ambos ojos. — Te va a escocer un poco, le dijo Rafart con su cerrado acento catalán de Vich. Pero luego te permitirá abrir los ojos más cómodamente y te los podremos ver mejor. Unos segundos después pudimos abrirle los párpados del ojo derecho. Pudimos ver el globo ocular, deformado, de reducido tamaño, hundido en la órbita. Mal aspecto. Tet y yo nos cruzamos la mirada. Fuimos a por el ojo izquierdo. Mientras Mary lo abría Tet iluminaba con la linterna, vimos la córnea, estaba muy opaca, pedimos a Arantza que mirara hacia abajo, para poder explorar mejor. El aspecto era aceptable. Yo seguía esperando que dijera aquello de: “Le veo, doctor”, pero no. — ¿Ves nuestra luz?, le pregunté. — Sí, respondió, pero la veo muy nublada. Tet la apagó. — ¿Y ahora?, volví a preguntarle. 113 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos — Ahora no. Pero ¿está ahí?, ¿tenía que verla? — Tranquila, la hemos apagado para ver si era cierto que veías la luz. — ¿Pero qué significa? ¿Qué solo voy a ver esto?, inquirió asustada. Esa era exactamente la misma pregunta que yo me hacía. ¿Cuándo y cuánto va a volver a ver? El hecho de ver la luz significa que el ojo está vivo. Que aún hay esperanza. Decimos los oftalmólogos: “El ojo percibe luz”, eso quiere decir que no todo está perdido. Cuando un paciente no percibe ni la luz el ojo está muerto, no hay nada que hacer. Mal cuerpo, sales con mal cuerpo. — Hay que seguir esperando. Después vendremos a hacerle una ecografía. Le vamos a dejar el ojo izquierdo destapado, comenté a la madre en el pasillo. Nos fuimos. Salimos de la planta. Le pedí a Mary que prepararan el ecógrafo para llevarlo a la habitación cuando estuviera libre. — José, el ojo izquierdo no tiene mal aspecto, me dijo Rafart, normalmente pesimista. Con eso me animé algo. Mary salió escopetada detrás de nosotros. — ¡Vigo!, ¡Vigo!, está fatal ¿no? — Mary, no fastidies, mujer, que ya estoy yo bastante disgustado. Avísame para la eco que quiero saber cómo está el fondo del ojo, por favor. La mañana se me estaba haciendo muy larga en consulta, estaba deseando hacer la ecografía de una vez, necesitaba quedarme más tranquilo. La visión era demasiado mala como para estar tranquilo. ¿Habría alguna hemorragia interna?, ¿estaría la retina desprendida?, ¿habría penetrado un cuerpo extraño intraocular? ¡ya sería el colmo de la mala suerte! — Por favor, Piño, encárgate de que lleven el ecógrafo a la habitación, pedí a un doctorando. Le hicimos la ecografía. Era todo normal. El fondo del ojo no nos guardaba ninguna mala sorpresa. La retina, el vítreo, el nervio óptico, todo normal, sin hemorragias, 114 “Tus ojos” La visión personal sin desprendimiento, sin cuerpos extraños. ¡Por fin una pequeña gran noticia! Podíamos atribuir casi todo a la córnea, que no es poco. — Hay que esperar, les dije. El ambiente estaba más relajado. La familia ya nos conocía. Jon parecía más fuerte, o más resignado. El día siguiente teníamos quirófano. Toda la mañana. No vimos a Arantza hasta las tres de la tarde. Todo evolucionaba lento. Por lo menos no aparecían otras complicaciones. Pero la visión seguía sin venir. El miércoles más de lo mismo. Poco avance, tampoco retroceso. El ojo derecho mal, como estaba previsto. El izquierdo lento, muy lento. Todos armados de paciencia. Empezamos a hablar del traslado a San Sebastián, a su tierra. Era muy duro para ellos estar fuera de casa, sin apoyo. El ojo izquierdo estaba bastante estable. Las heridas de la cara y la cabeza curaban rápidamente. El aspecto era distinto al de las primeras horas. Solo era una cabeza tachonada de suturas. Los párpados con hematomas, caídos, pero nada más. El jueves por fin pudimos verla con detalle, estaba lo suficientemente bien de estado general para bajar a consulta. Ella estaba algo más animada, ya distinguía los bultos. Era poco, pero era algo. En la valoración en consulta vimos que el ojo estaba aceptablemente bien. Ya no podíamos hacer más, esto iba para largo. Había que pensar en el traslado, en devolver a Arantza a su casa. Este ojo no podría volver a ser operado hasta pasados unos meses. Hasta la estabilización total del proceso. Había que tener paciencia. — En San Sebastián hay un equipo excelente, allí está el Dr. Javier Mendicute, un gran experto en córnea. Pueden tener absoluta confianza, pueden llevar el caso con total garantía, le dije a Jon y a la madre. — ¿Y si vamos a Estados Unidos?, nos hemos enterado de un hospital en Miami que es muy bueno y en el que hablan español, terció la madre. Es que queremos lo mejor para ella, no tenemos grandes posibilidades económicas, pero es nuestra hija y se puede quedar ciega. — En ese caso no es necesario irse a Estados Unidos, en España el nivel oftalmológico tiene poco que envidiar a los americanos. Pero especialmente en córnea tenemos a los mejores cirujanos. Hace poco he estado en una magnífica conferencia sobre “Reconstrucción postraumática del segmento anterior”, que es justo el problema de Arantza, dictada por un profesor español líder mundial en este tipo de cirugía, el 115 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos profesor Joaquín Barraquer, de Barcelona. No se preocupen, tengo muy buena relación con Mendicute de San Sebastián y con Barraquer de Barcelona, podemos ponernos en contacto con ellos para que entre todos saquemos a Arantza adelante. Así fue. Dos días después nos despedíamos de Arantza, de Jon, de su familia. Dejar la labor a medias te deja un enorme sabor agridulce. Arantza se iba. Un ojo perdido, en el otro veía los bultos, podía contar los dedos de la mano. Una visión totalmente insuficiente para poder hacer una vida relativamente normal, es lo correspondiente al 1 % de visión. Le pedimos que nos escribiera, que nos contara su evolución, nos pusimos a su disposición para volver a conectar con Mendicute o con Barraquer. Qué mal, qué mal. No podíamos hacer nada más. No podíamos ayudarles nada más. Se había acabado aquí nuestra triste historia con Arantza. Una desgracia que me ha dejado impactado para toda la vida. Cada vez que doy una clase en la facultad de Medicina sobre traumatología ocular, desde hace casi 30 años sin faltar ni una sola vez, me refiero al caso de Arantza, la chica vasca con cuatrocientos puntos en la cara. Explico a los alumnos la importancia del cinturón de seguridad, la trascendencia que tiene cumplir las normas de tráfico para evitar accidentes terroríficos por sus consecuencias, evitar los innumerables accidentes de tráfico y sus infinitas secuelas físicas y emocionales. No cumplir con las normas de tráfico, aún con las más pequeñas, tiene un precio tan alto que no compensa pagarlo ni en tres vidas que tuvieras ¡y todo por un cinturón! Adenda Arantza cumplió su promesa. Nos escribió. Iba a visitar el Centro de Oftalmología Barraquer. Meses después recibí un informe remitido por el profesor Barraquer en el que detallaba las tres cirugías que hubo que hacerle en el ojo izquierdo de Arantza, una reconstrucción del segmento anterior del ojo con el que consiguieron una visión de un 30 %. ¡Bendito sea dios! Por lo menos tenía visión para manejarse. 116 “Tus ojos” La visión personal 7. Sobre miopía, gafas y otras leyendas El papel de los ordenadores, los estudios y la forma de vida. Cuento 9. La segunda peor noticia en la vida de Pedro. El tren ha seguido su camino. Nuestra conversación se ve interrumpida por el anuncio de la próxima parada en Tarragona. Se produce cierto grado de relax. Yo ya me he olvidado del objeto de mi viaje. El matrimonio parece más relajado. El periodista relee las notas. La madre se acerca a comprobar si sus hijos todavía permanecen con vida ya que el ensimismamiento en el que están sumidos, entre la consola y los auriculares de la tablet, los tiene alejados del mundo. Otros contertulios se levantan para mover las piernas cuando perciben que el tren se para en el andén de la estación. Yo también aprovecho para estirarme un poco. No se producen altas ni bajas en el pasaje en esta parada. Pasados unos minutos la megafonía advierte de la próxima reanudación del viaje. Se han formado pequeños corros. El marido de la pasajera diabética aprovecha para recordarle lo del ejercicio. Se nota el suave desplazamiento del tren, increíble la perfección técnica del AVE, ningún signo del traqueteo típico de los trenes clásicos, si te das cuenta de que ya arrancamos es por la sensación de que se mueve el paisaje, ya hay movimiento, todos nos sentamos. Y todos en el mismo sitio. — Bueno, doctor, ¿continuamos? Al periodista se le ve con ganas. Ha estado releyendo las notas y ha escrito lo que supongo son nuevas preguntas. Ha debido poner en orden sus ideas y tiene más claro que el reportaje no debe transcurrir solo por el tema de la ceguera. Hay muchos otros mensajes que dar en la Oftalmología, otros muchos tabúes y conceptos poco claros. Su tono se parece más al de una entrevista que al de una tertulia. — Dejemos la parte tan trágica de la Oftalmología, porque supongo que además de todo aquello que comentó en la lista del principio habrá otras cuestiones importantes pero de menor calado. Interesantes, más frecuentes. Por ejemplo, lo que decía usted sobre la miopía, las gafas y otros problemas más comunes. — Sin duda uno de los capítulos más interesantes para la gente común, por su frecuencia de aparición, son los defectos de refracción. Y es una de las parce- 117 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos las donde hay más mitos y leyendas urbanas. Podemos hablar de la miopía, la hipermetropía, el astigmatismo y la vista cansada. — Perfecto, hablemos del problema más frecuente de la Oftalmología. La conocida miopía. ¿Qué pasa con la miopía?, ¿es verdad que cada vez hay más miopes?, ¿que todo produce miopía? Qué les podemos decir a los padres que se acaban de enterar de que su hijo es miope y que les agobia cómo va a acabar, y sobre todo los malditos ordenadores, a mí me están destrozando la vista en mi trabajo. Además, ¿todos esos remedios caseros clásicos tienen algún fundamento? — Para, para. No te lances. Este es un tema interesante ya que es el defecto más conocido y extendido. Por ello hay tal cantidad de leyendas urbanas y mitos, de conceptos erróneos, que es importante que los centremos un poco. Contestando a tu pregunta, sí es cierto que cada vez hay más miopes. En los estudios más recientes las cifras están alcanzando niveles alarmantes y algunos países empiezan a considerarlo un verdadero problema sanitario y social. Aunque parezca mentira no hay estudios muy serios. Pero en Estados Unidos la tasa se ha duplicado en los últimos veinticinco años, y en Taiwán ha llegado a triplicarse. — Pues ahí tenemos la prueba, los ordenadores son los culpables, porque me está hablando de países donde el uso de ordenadores es muy frecuente. — Te equivocas, la cuestión está en que el problema se estudia en países avanzados, y por ello se detecta. Evidentemente en los países desarrollados hay más ordenadores, pero no es una relación causal. La ceguera por miopía no corregida es de las causas más frecuentes de incapacidad visual en los países más pobres. Y allí no tienen ordenadores. — Entonces, usted sostiene que los ordenadores no son malos para los ojos, que no provocan miopía a pesar de que estamos forzando la vista de cerca constantemente. Pues todo el mundo lo dice. — Fíjate, llevamos siglos investigando la miopía y aún no conocemos las causas… pero ¿por qué van a ser los ordenadores?, ¿por la distancia? Entonces, ¿qué pasa con los libros?, cuando lees un libro estás a menos distancia; en consecuencia, los libros también son causantes… — Bueno pueden ser las pantallas. — Ya, pero son las de los ordenadores, pero no las de la televisión ¿verdad?, no las de los teléfonos móviles. ¿Tú crees que si hubiera indicios reales pondría- 118 “Tus ojos” La visión personal mos ordenadores a los niños en las escuelas? Como te decía, llevamos siglos estudiando todo lo relacionado con la miopía y sabemos relativamente poco. Fíjate en los últimos estudios, se demuestra que hay factores genético-familiares: cuantos más antecedentes hay en la familia, más posibilidades tienes. Te voy a dar unos datos: en niños a los 14 años hay un 6 % de miopes, pero si uno de los padres es miope la cifra sube al 18 %, si lo son los dos padres, llega al 33 %, y en gemelos se da en el 90 %. Pero solo la genética no explica todo. Se ha estudiado de todo: desde el consumo de algunos alimentos, a la ausencia de lactancia materna, pasando por no practicar deportes, luz nocturna, trabajo intenso de cerca, no realizar actividades al aire libre, en relación con el estrés en la educación, coeficiente intelectual, el peso corporal, la envergadura, la forma inicial del ojo, que los padres fumen… así que a pesar de que los estudios científicos no han sabido dar respuesta, la razón la tiene lo que dice la gente en la calle. — Pues un amigo mío dice que dejó de crecerle cuando le pusieron gafas con menos dioptrías. — Pues tampoco nadie ha demostrado eso. Por qué crece demasiado un ojo es un mecanismo biológico muy complejo que todavía no conocemos. Hablamos de millones de personas en el mundo que tienen este problema y la gente lo simplifica diciendo que son los ordenadores, los estudios y los embarazos. — Pues tiene razón, lo de los embarazos es otro de los mitos. — Hay tantos miopes hombres como mujeres y a ambos nos crece la miopía. Además, la demostración la tenemos en las mujeres cuando se operan de miopía. La mayor parte de ellas se quedan embarazadas en algún momento después de la cirugía y no se detecta que la miopía se vuelva a reproducir de forma significativa. — Y esos atriles y sistemas que anuncian para frenar la miopía. — Son un fraude. — Pero hay casos en los que la miopía se reduce, baja. — La verdad es que yo no conozco ninguno, ¿tú sí? — Claro que sí y eso lo sé seguro. Un primo mío era miope, usaba gafas constantemente y ahora ya no las usa. — Será que no las necesitaba. 119 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos — Estoy seguro de que las usaba. La miopía le desapareció totalmente, mi tía dice que desde que empezó a alimentarse bien. El caso es que un oculista se las quitó. De hecho, no las usa y conduce sin ellas. — La miopía no puede desaparecer. Como siempre, hablamos en términos generales ya que puede haber excepciones. Ahora me acuerdo de un caso que te va a sacar de dudas, porque fue un paciente que me impactó por la mala suerte. Cuento 9. LA SEGUNDA PEOR NOTICIA EN LA VIDA DE PEDRO (O la importancia de hacer bien las cosas) Me mira con cara de extrañeza, de sorpresa, debe estar pensando, ¿pero qué me está diciendo este doctor? Tarda varios segundos en hablarme, pero parecen minutos. — Es la segunda peor noticia de mi vida, me dice Pedro. Me quedo absolutamente sorprendido. Yo creo que no me ha entendido. No sé qué estará pensando. A veces los pacientes quieren oír lo que vienen preparados para oír, pero si les cambias el “chip”, si les dices otra cosa, se quedan aturdidos, bloqueados. No saben cómo reaccionar y tú también te quedas estupefacto, porque ellos no entienden y tú tampoco. Lo cierto es que en este caso Pedro tenía razón para quedarse así. Me explico. Pedro es un chico de 30 años, abogado, de Badajoz, que viene a una revisión rutinaria. Dice que últimamente ve peor, que se le desenfocan las imágenes cuando lleva un rato leyendo. Trabaja mucho con el ordenador. Al atardecer le empieza a doler la cabeza. Es un dolor que se concentra en la zona frontal, en el entrecejo. Acaban escociéndole los ojos. Usaba lentillas pero ya no las tolera, solo las lleva cuando hace deporte o cuando tiene que ir “más arreglado”. — Ser presumidos no es monopolio de mujeres, dice. Usa unas gafas de miopía de dos dioptrías. Se encuentra mucho mejor para ver de cerca si se las quita. Los fines de semana casi no le duele la cabeza. Él lo relaciona con el ordenador, “que le está destrozando la vista”, y el estrés “porque en el bufete lo explotan laboralmente”. Está pensando en dejar el trabajo y está preocupado porque, como ve peor, cree que le está aumentando la miopía. Está barajando la posibilidad de operarse. Su madre, con una miopía de quince dioptrías, ha tenido un desprendimiento de retina y ha perdido totalmente la visión de un ojo y él cree que le puede estar pasando lo mismo. Está hecho un mar de dudas. Está muy preocupado. 120 “Tus ojos” La visión personal Tras la exploración todo encaja. Pero siempre te queda esa pequeña incertidumbre de saber si hay algo que no has visto, que ha permanecido oculto, algo que puede hacerte errar en el diagnóstico. No somos dioses, no somos infalibles. Pero un error nuestro puede cambiar la vida de una persona. A veces un error tonto, tontísimo, como es el caso de Pedro, tan tonto que es lógico que se le quedara esa cara. Por eso, hacer las exploraciones completas es fundamental, aunque te dé más trabajo, aunque el paciente proteste porque se le hace larga la exploración, aunque le molesten las gotas de dilatar o las luces con las que le vemos el fondo del ojo, aunque parezca que todo es muy simple y que simplemente viene a cambiarse unas gafas. Pero sigo con el caso de Pedro. — Pedro, le digo, tengo una buena noticia para ti. ¡No eres miope! — ¿Cómo? Me suelta más alarmado que sorprendido. ¿Que no soy miope?, si lo llevo siendo desde los dieciocho años y siempre me han dicho que el defecto no puede desaparecer. — Es cierto. El defecto espontáneamente no desaparece, solo lo hace con operación. Lo que pasa es que nunca lo has sido. Has estado usando unas gafas que no necesitabas. Así que a partir de ahora tienes que empezar a deshabituarte. Hasta que tus ojos se acostumbren puedes encontrarte raro. El usar gafas no te ha perjudicado, pero eran las culpables de tus dolores de cabeza, de tu cansancio visual, no lo eran ni el ordenador ni tu agobiante trabajo. — Pero eso es imposible, insiste. Me han revisado muchas veces en estos años, ¿no puede usted estar equivocado? — Eso sí que es posible. Pero fíjate, te lo voy a demostrar. Le vuelvo a hacer la exploración que minutos antes le había hecho mi optometrista, un profesional con gran experiencia. Le demuestro que su agudeza visual sin gafas es del 100 % en cada ojo y eso que está con la pupila dilatada. — ¿Alguna vez te han dilatado la pupila para explorarte? inquiero. — No, nunca. — Pues esa es la razón. Si no se dilata la pupila, no relajamos el músculo que hace el enfoque del ojo, y entonces hace un esfuerzo, un espasmo que lo deja contracturado y parece que eres miope. — Entonces, repite Pedro, no soy miope ni lo he sido nunca. 121 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos — Eso es, no lo eres ni lo has sido. — Es la segunda peor noticia de mi vida, me dice Pedro. — Pero ¿por qué?, si es una buena noticia. No necesitas gafas, no necesitas operarte, ¿por qué es una mala noticia? — Porque mi ilusión de toda la vida fue ser piloto, desde niño, y me preparé para ello, y por ser miope no me dejaron serlo. Y esa fue la primera mala noticia. Y ahora usted me dice que no lo soy. Y esa es la segunda mala noticia, que podría haberlo sido y haber cumplido mi sueño, pero no lo he podido cumplir. Como decía antes, Pedro se quedó sin palabras. Con razón. Una cosa tan tonta le había impedido ser lo que él quería ser, cumplir su ilusión de toda la vida. El caso de Pedro lo traigo aquí porque es un caso muy tonto. Cómo un pequeño simple error puede cambiar tu vida. A veces la cambian grandes tragedias o grandes errores tuyos o de tus médicos. A veces la cambian cosas sin importancia, aparentemente sin trascendencia. Nunca una exploración médica debe hacerse incompleta. Por muy simple que sea. Aunque sea valorar una gripe, cambiar unas gafas o recetar un analgésico. Un acto médico siempre es algo complejo, puesto que sus consecuencias pueden cambiarte la vida, aunque sea una tontería… ¡ah! Y acuda siempre a buenos profesionales, no a los que más se anuncian. — Tiene razón, vaya una tontería de situación. Pero no acabo de entender. Qué es eso de un sistema de enfoque. Defínase por favor, las gafas ¿hay que usarlas o no? — En primer lugar, usar gafas no es bueno ni malo. Las gafas no son un tratamiento, son una ayuda. Hay que dejar aparte algunos casos concretos, por ejemplo, niños con ojo vago y otras circunstancias especiales. Pero las gafas lo único que hacen es ayudarte a ver mejor o a que no te canses demasiado y acabes teniendo molestias o dolor de cabeza. El cansancio viene causado por el esfuerzo del sistema de enfoque. — Pero ¿qué pasa?, ¿que el ojo tiene un sistema de enfoque?, ¿como una cámara de fotos? — El ojo ve bien cuando las imágenes llegan enfocadas a la retina. Si tenemos defectos (miopía, hipermetropía o astigmatismo), las vemos desenfocadas 122 “Tus ojos” La visión personal y tratamos de enfocarlas. El ojo funciona de forma más parecida a una cámara de vídeo que a una de fotos. Cuando enfocamos de lejos, por ejemplo un paisaje, el vídeo enfoca automáticamente, y gracias a un pequeño motor, hace que las lentes del sistema de enfoque se ajusten para lejos, cuando queremos hacer un primer plano, por ejemplo una cara, entonces se activa el motor del sistema de enfoque y enfocamos para cerca. El ojo tiene el mismo sistema. No tenemos un motor, tenemos un músculo, denominado ciliar. Y tenemos una lente, el cristalino. Por tanto cuando el músculo se contrae o se relaja mueve al cristalino y así la imagen se enfoca según sea para lejos o para cerca. Vamos a poner algún ejemplo: 1. En una persona normal: el ojo ve bien de lejos sin esforzarse (el músculo está relajado); para ver bien de cerca se contrae, hace un esfuerzo. Por eso nos cansamos cuando llevamos mucho rato leyendo o trabajando con el ordenador. 2. En una persona miope: el ojo ve mal de lejos pero ve bien de cerca. La imagen está totalmente desenfocada para lejos, pero está enfocada automáticamente para cerca, sin hacer esfuerzo. Aunque el ojo quiera enfocar la imagen de lejos no puede. Para ver de lejos la única solución está en ponerse gafas que le ayuden a enfocar lo que el músculo no puede (otras soluciones son usar lentillas u operarse). 3. En una persona hipermétrope: el ojo ve bastante bien de lejos (incluso bien) y mal de cerca, pero siempre haciendo un esfuerzo para enfocar. Para lejos el esfuerzo es pequeño o moderado, pero para cerca es muy grande. Por eso el hipermétrope casi nunca usa gafas para lejos y sí las usa para cerca. 4. En un persona astígmata: este defecto es diferente. El ojo no es redondo como un balón de fútbol, sino que es un poco ovalado como un balón de rugby. 5. En una persona con presbicia (mal llamada vista cansada): el ojo ve bien de lejos pero es incapaz de enfocar de cerca. Es un ojo normal, pero con años. La vista cansada, como las canas o las arrugas, llega siempre con la edad (por encima de los cuarenta y cinco años). En este caso el paciente présbita va perdiendo fuerza en el músculo. No por el uso, al revés, cuanto más lo hayamos utilizado, más tiempo va a funcionar. La vista cansada tiene una especie de tope, aproximadamente de 3 a 3,5 dioptrías como máximo que se alcanzan alrededor de los 60 años. Aunque si está asociada a otros defectos puede ser mayor. Como veo que hay algún miope entre nuestros contertulios quiero aclarar una cuestión, la miopía simple, la normal, es un defecto de refracción. No tiene 123 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos nada que ver con la miopía magna (la de muchas dioptrías, de diez hasta treinta dioptrías), que es una verdadera enfermedad en la que se producen grandes problemas. — O sea, que la miopía no desaparece, ¿y las lentillas no frenan la miopía? Tampoco. Por qué iban a frenar el crecimiento del globo ocular, es como si te pones un sombrero y por eso dejas de crecer. — Y que es mejor llevar pocas dioptrías o muchas. ¿Se ve mejor cuando te ponen más dioptrías? — Buena pregunta. Muchos pacientes con enfermedades graves de la visión nos vienen pidiendo siempre unas gafas con más dioptrías, como si por poner más dioptrías fuéramos a ver mejor. Por ponerte un zapato más grande no andas más rápido ¿verdad? Al contrario, andas peor. Pues lo mismo sucede con las dioptrías. Si te ponemos de más, lo único que conseguiremos es marearte pero no que veas mejor; si te ponemos de menos, no verás bien. — Y si no me pongo las gafas, ¿me puedo quedar ciego? ¿Qué hay de cierto en esto? — Como os decía antes, las gafas son una ayuda. No un tratamiento, salvo en circunstancias especiales. Por tanto, si un adulto no quiere ponerse gafas no pasa nada. No verá bien, pero no se estará dañando la vista. El defecto no va a ir ni a más ni a menos. Pero si no usarlas le produce molestias oculares, dolores de cabeza o cansancio, entonces que se las ponga el rato que las necesite. Esta afirmación tiene una excepción fundamental: la conducción. Siempre hay que conducir en las mejores condiciones, por ello la gafa es obligatoria en la conducción. — Bueno, y una vez establecida la miopía, qué podemos hacer, pregunta el periodista tratando de poner orden en este flujo de información. — Hay tres grandes grupos de medidas que el paciente puede escoger según sus hábitos y necesidades: las gafas, las lentes de contacto o la cirugía. La miopía, al igual que la hipermetropía y el astigmatismo, pueden ser compensadas con corrección con gafas o con lentes de contacto. Es decir, puedes usar unas prótesis que te permitirán ver bien siempre que las uses. La cirugía eliminará el defecto de forma muy definitiva. — ¿Cuáles son las ventajas e inconvenientes de cada una de esas soluciones? 124 “Tus ojos” La visión personal — Cada paciente tiene una motivación. Hay pacientes que se encuentran satisfechos con las gafas, no les molestan y ven bien. Para aquellos pacientes con bastantes dioptrías, las lentes de contacto les permiten tener mejor visión que con las gafas, y estéticamente suelen ser más agradecidas. Sin embargo, requieren varias precauciones: esencialmente moderación en su uso, no sobrepasar las 8-10 horas de uso diario, y unos cuidados exquisitos en cuanto a limpieza. El abuso puede dar lugar a pequeños problemas como molestias, sequedad e irritación ocular, o a graves problemas como úlceras o infecciones corneales que pueden llevar incluso al trasplante de córnea. — ¿Y la cirugía?, ¿qué opina usted de la cirugía de la miopía? Porque ahora parece estar de moda. Hay grandes campañas publicitarias, como si se tratara de un producto de consumo. — La cirugía refractiva, es decir, la cirugía que practicamos para corregir los defectos de refracción como la miopía, la hipermetropía y el astigmatismo, es un gran avance que se ha producido en los últimos veinticinco años gracias a la incorporación del láser. Un instrumento que nos ha permitido mejorar enormemente los resultados de una técnica que anteriormente se realizaba de forma manual. Es una cirugía muy segura y eficaz, siempre y cuando la practiquen cirujanos experimentados y alejados de intereses y campañas comerciales. — Y el láser, ¿sirve para todos los casos? — No, hay que cumplir unos requisitos muy rigurosos que se deben controlar con exploraciones muy completas y complejas. Por ello es fundamental recurrir a profesionales muy cualificados y huir de campañas publicitarias agresivas que esconden intereses puramente comerciales alejados de la ética profesional. En general, el láser se puede utilizar hasta ocho dioptrías de miopía, cuatro dioptrías de hipermetropía y hasta seis dioptrías de astigmatismo. Siempre y cuando, repito, se cumplan otras muchas condiciones. — Y los que tienen más dioptrías, ¿no tienen solución? — Sí, existen las lentes intraoculares. A diferencia del láser, es una cirugía intraocular, por tanto, es una cirugía con algo más de riesgo en teoría. Pero tiene ventajas, por ejemplo, casi no tienen límite de las dioptrías que se pueden eliminar y es una cirugía reversible. Hoy en día se disponen de lentes extraordinariamente seguras y eficaces ya que se obtiene una calidad de visión excelente. — ¿Y hay mucha gente que se opera con lentes? 125 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos — Cada vez más. Se les va perdiendo el miedo, aunque se debe mantener el respeto. Hay varios tipos de lentes que se colocan en diversas partes del ojo. Por ejemplo, de la marca más conocida se ha calculado que se implanta una cada veinte minutos en el mundo. — Entonces, es cierto que se opera mucha gente. — Con láser se estima que ocho millones de personas anualmente. — Bueno, doctor, qué me recomienda que haga con esos hijos míos que llevan desde que salimos de Madrid pegados a la consola y a los auriculares. — ¿Y qué puedo hacer yo para que mis empleados no se quejen tanto de los ordenadores?, pregunta un pasajero con aspecto de ejecutivo que ha permanecido en silencio. — Como siempre, es el sentido común el que debe reinar. Con respecto a los ordenadores de las empresas, toda esa legión de informáticos, administrativos, consultores, contables, hay que tener en cuenta cuatro aspectos: la postura que adoptan ante el ordenador; la sequedad que se produce por el escaso parpadeo; la necesidad de tener bien corregida la vista; y la necesidad de descansar periódicamente. Los ordenadores no son malos en sí mismos. Los usamos mal. Cuando la gente dice que los ordenadores producen sequedad ocular, no quiere decir que los ordenadores nos absorban las lágrimas, quiere decir que no parpadeamos. Por ello la lágrima se evapora, el ojo se reseca, se enrojece por irritación, se nubla y nos acaba molestando sensiblemente. El parpadeo es como el limpia parabrisas del coche. Excuso decirte si el paciente usa lentes de contacto. La lentilla necesita todavía más lágrima, ya que si no, roza en la córnea y la intolerancia es mucho mayor. Volvemos a la tertulia desordenada y anárquica. En este tema todo el mundo opina, todos tienen algo que decir, todos tenemos alguna experiencia de miopes, de ordenadores, de gafas o de lentes de contacto. En mitad de esa sana y alegre algarabía se oye la voz metálica de la megafonía: “En los próximos diez minutos el tren llegará a su estación de destino en Barcelona”. Se arma el revuelo, algunos saltan de sus asientos, van a preparar la llegada, el tiempo ha pasado rápidamente, nuestra tertulia llega a su fin. La mayor parte de los contertulios tienen el mismo reflejo, mirar el reloj. Se oyen los típicos comentarios: 126 “Tus ojos” La visión personal — Pero ¿ya hemos llegado? — ¡Qué corto se me ha hecho el viaje! Hago ademán de recoger, de ir cerrando el ordenador. Los pasajeros se levantan. Vuelven a estirarse como en todas las paradas. Pero no todos se ponen en pie. Algunos se hacen los remolones, parecen no tener prisa. ¿Qué pasa? Barcelona es la última estación. El viaje no continúa. Para los interesados en la miopía, sus causas y su tratamiento Como hemos dicho, la miopía sigue siendo una incógnita. Si conociéramos sus causas, podríamos descubrir tratamientos para evitar su aparición. Lo cierto es que actualmente disponemos de sistemas quirúrgicos para eliminarla. Expongo a continuación los aspectos más relevantes de la investigación más reciente sobre los factores que condicionan la aparición de la miopía. Aunque son un poco técnicos pueden resultar útiles para los interesados en el tema. Tres son los grandes grupos de investigación que han publicado a lo largo de los últimos veinte años. Un grupo de la Universidad de Ohio y otro de Boston, los dos en Estados Unidos, y un tercer grupo que ha llevado a cabo un enorme estudio en Sidney (Australia). ¿Y cómo está la cuestión actualmente? Pues muy interesante ya que disponemos de datos muy relevantes. La conclusión es muy clara. Las actividades en el exterior protegen de la miopía si se comparan pacientes similares en cuanto a herencia familiar, trabajo de cerca y etnia. El grupo de Boston publicó en junio de 2010 que los niños no miopes dedicaban más horas a la actividad deportiva/aire libre durante el curso escolar, lo que puede proteger contra el desarrollo de la miopía. El grupo de Ohio, probablemente el más activo, publicó un estudio con especial hincapié en la herencia familiar. En este trabajo demuestran la 127 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos importancia de la herencia familiar, es decir, si los dos padres son miopes el hijo tiene mayor tendencia a desarrollar miopía, y las actividades al aire libre le protegen menos de la miopía que a los que no tienen antecedentes familiares. Posteriormente publicaron un segundo trabajo que podemos resumir de este modo: los trabajos basados en visión de cerca no influyen ni en la aparición ni en la progresión de la miopía. Por tanto, ni la lectura ni los ordenadores/consolas provocan miopía. Las actividades al aire libre, y en menor medida el deporte (posiblemente porque también se hace al aire libre), reducen la tendencia a convertirse en miopes. Bueno, por tanto, ya sabemos bastantes cosas. Con respecto a los factores que condicionan la aparición de la miopía la mala prensa de los ordenadores es falsa, por el contrario sabemos que debemos ser menos “urbanitas” y potenciar las actividades al aire libre. La expresión clásica, y despectiva, “vivir encerrado entre cuatro paredes”, refiriéndose a lo “insano” de vivir en espacios cerrados adquiere toda su dimensión en la Oftalmología. Por otra parte también sabemos algo que siempre se ha dicho: hay que controlar el esfuerzo visual. Los resultados en este aspecto no son tan concluyentes, pero lo que dice la normativa laboral parece lógico. Trabajar unos 45 minutos en visión próxima y relajar los ojos cambiando de actividad durante 10-15 minutos (siempre podemos diversificar las tareas), parece una medida saludable. 128 “Tus ojos” La visión personal 8. Los tímidos y las preguntas fin de trayecto El daltonismo. O cómo romper el mito del rojo-verde. Cuento 10. El daltónico que quería ser marinero. El hipertiroidismo. La molesta visión doble. Cuento 11. Maruja, la mujer con cara de loca. Hay un colectivo típico en toda reunión científica sea cual sea el formato: tertulia, congreso, clase, charla, conferencia, debate. Son los tímidos. Espectadores, oyentes, alumnos, pacientes... Cualquiera que sea la modalidad, hay siempre un grupo de personas que te abordan al acabar tu intervención. En nuestro tren no podían faltar. No faltan nunca. Son aquellas personas que han seguido con verdadero interés el objeto de la disertación, que tienen alguna preocupación, alguna duda, alguna cuestión, pero que su timidez no les permite hacer la pregunta en voz alta, en público. El miedo a meter la pata, a preguntar una simpleza, al ridículo en definitiva, les hace adoptar un comportamiento característico. Cuando terminas la charla se suceden invariablemente unos hechos, a modo de ritual. Siempre, inexorablemente. En primer lugar, los organizadores te felicitan efusivamente, casi siempre de forma exagerada, lo cual te sonroja con la misma intensidad. Recibes con halago los aplausos que te rinde el público, a veces merecidos y otras no. Nunca lo sabes hasta pasados unas horas o unos días. En ocasiones sabes que has estado brillante pero en otras desconoces si has acertado. Desde luego, las manifestaciones del primer momento no sirven, la felicitación efusiva de los organizadores y el aplauso del público hay que considerarlos siempre como una expresión de cortesía (a veces te entra la duda de si realmente aplauden porque deseaban que acabaras…); hay que esperar a la “segunda ronda” de opiniones. Pero volviendo a nuestros tímidos. Forman parte del protocolo, del paisaje. Mientras estás recogiendo el material, apagando el ordenador, observas que hay 3-4 personas que sin mirarte directamente, en lugar de enfilar la puerta de salida de la sala, se acercan al pie del estrado desde el que has intervenido. El más decidido, el más motivado, es el que se atreve en primer lugar. Hace una pregunta corta, discreta, muchas veces de tipo personal. Si es un oftalmólogo, alguna posible solución a un caso complicado que tiene. Si es un alumno, alguna duda sobre el tema expuesto y que teme que caiga en el examen. Si es un 129 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos paciente, alguna cuestión sobre algún problema que tiene o enfermedad que padece. Representan el colectivo contrario a los que, para hacerse notar, hacen preguntas en voz alta, muchas veces carentes de interés. Pues algo similar sucedía en nuestro viaje. Había un pequeño grupo de pasajeros anónimos, que no intervinieron, pero cuya presencia se percibía. Son los que cuando la megafonía anunció nuestra próxima llegada a la estación de Sant Camps no se movieron. Cuando la mayor parte se levantó para irse y dejaron huecos en los asientos más próximos, se acercaron con discreción a la primera fila. El primero es un hombre joven, con gafas y barba. Hago una apuesta conmigo mismo, seguro que me va a preguntar algo más sobre la cirugía de la miopía con láser. — Doctor, ¿puedo preguntarle algo que me intriga desde hace tiempo? — Sí, claro, le contesto. — ¿Cómo ve un daltónico? porque el mito dice que confunden el rojo y el verde. Por ejemplo, un semáforo ¿cómo lo ven?, ¿ven arriba el verde y abajo el rojo?, ¿son peligrosos? Es que tengo un hijo que es daltónico y no acabo de entender el problema. ¿Es posible que tenga ceguera a los colores? — Efectivamente, la gente cree que ser daltónico es confundir el rojo con el verde. No es así, los daltónicos no es que confundan el rojo con el verde, es que son incapaces de ver algunos colores y sus combinaciones. Por eso la gente pregunta ¿entonces cómo ven los semáforos?, como formulación paradigmática del problema. La cuestión de la visión de los colores es un proceso muy complejo y hay varias enfermedades de muy distinta gravedad. Hay pacientes que tienen ceguera a los colores, lo ven todo en blanco y negro. Es muy grave pero muy infrecuente. Los daltonismos normales no tienen importancia. No es que confundan el rojo y el verde. Es que no perciben diferencias entre unos colores y otros. Los daltonismos son problemas genéticos. En la retina tenemos dos tipos de células: los conos y los bastones. Los bastones solo sirven para diferenciar luz y oscuridad, no ven colores, se ponen en funcionamiento en condiciones de baja luminosidad. Es como si viéramos en distintas tonalidades del gris, en la gama del blanco al negro. 130 “Tus ojos” La visión personal Los conos, que son las células de la retina encargadas de la visión de los colores, son de tres tipos. Unos tienen pigmento verde, otros lo tienen rojo y otros lo tienen azul. Ellos son los que colorean nuestro mundo, mezclan los colores y así vemos toda la gama del arco iris y millones de posibles combinaciones de colores. Pero hay algunos pacientes que nacen con un defecto. Les falta un tipo de conos, los conos que pintan de un color determinado (rojo, verde o azul). Por ello esos pacientes no son capaces de ver en esa gama de colores. — Si no le importa, profundicemos un poco más, me interesa no solo por lo de mi hijo, es que soy biólogo y me gustan estos temas. — Básicamente, los colores los vemos como una combinación de tres: el rojo, el verde y el azul. Este concepto te resultará conocido porque son los colores que se manejan con los ordenadores. Supongo que habrás visto los cables y conexiones RGB, pues esas son las iniciales de los colores (red, green, blue). De esa combinación de colores surge la inmensa gama de colores y de tonos que el ser humano es capaz de percibir. Es decir, tenemos tres colores básicos que están gestionados por tres tipos de conos, los conos verdes, los conos rojos y los conos azules. Los humanos vemos una gama de colores que van desde el rojo al azul-violeta. Pero eso no significa que sean los únicos colores de la naturaleza. La visión del ser humano, con ser muy depurada, no es ni mucho menos la más perfecta de los seres vivos. Por ejemplo, la visión de colores de las aves es mucho más completa que la del ser humano. La mayor parte de las aves son tetracromáticas (tienen cuatro colores básicos) mientras que el hombre es tricromático (tenemos tres colores básicos) y hay algún tipo de palomas que son pentacromáticas, es decir, que ven en cinco colores, con la combinación de cinco colores. — ¿Y qué colores son esos?, tampoco me lo puedo imaginar — Pues son los colores denominados infrarrojos (longitud de onda más larga que el rojo) y los ultravioletas (longitud de onda más corta que los azules). Hay muchos aparatos como cámaras de fotografía y cine o aparatos militares que permiten ver la radiación infrarroja, que permiten ver durante la noche o en la oscuridad. En el otro extremo de la luz visible, el ser humano llega a ver el azul y el violeta, pero más allá está la luz ultravioleta, que es un color que ven las aves pero nosotros no. Por tanto, es evidente que hay animales más perfectos que los humanos para la visión de los colores. Pero tampoco somos los peor dotados, hemos dicho que somos tricromáticos porque nos manejamos con tres 131 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos tipos de conos, pero hay mamíferos que son bicromáticos, solamente tienen dos conos, por tanto su capacidad de ver colores es inferior a la del ser humano, y por supuesto a la de las aves. Puf, vaya rollo os he metido. Pero era una introducción para ver si consigo explicaros el daltonismo, porque es una cuestión que incluso a los oftalmólogos nos cuesta trabajo entender. Bueno ¿hasta dónde me habéis entendido? — Yo he entendido que el ser humano tiene tres tipos de conos, que son como el cable RGB (rojo, verde y azul), y vemos con la combinación de esos colores. Hay animales que tienen más, por ejemplo las aves, y otros, por ejemplo los bovinos, que tienen solo dos. — Perfecto. El problema de los daltónicos es que les falta uno de los conos, y en lugar de ver con la combinación de tres colores, ven solo con la combinación de dos. Su gama de colores es menor. — Entonces, ¿cómo ve un daltónico con una alteración del color verde? — Ve combinaciones de colores sin la aportación del verde. Imagínate una serie de cinco globos puestos en fila. El primero es amarillo, el segundo naranja, el tercero verde, el cuarto rosa y el quinto azul. Un daltónico vería: el primero amarillo, el segundo amarillo más pálido, el tercero un poco amarillo-beige, el cuarto beige más pálido y el quinto azul. Es decir, los globos con colores rojizos o verdes los ven todos de un color parecido en la gama del amarillo. Y el azul siguen viéndolo perfectamente. No es que confundan el rojo y el verde, es que no los diferencian. — Doctor ¿y eso en la vida tiene alguna importancia?, ¿mi hijo va a tener alguna limitación? — En general no, pero sí es cierto que en algunas profesiones se exige tener una visión cromática normal y por ello es un criterio de exclusión, por ejemplo, no podrá ser patrón de embarcaciones. Por cierto te voy a contar una historia que me sucedió hace años. Cuento 10. EL DALTÓNICO QUE QUERÍA SER MARINERO ¡Era lo que faltaba! Primero me mandan a hacer autopsias y ahora me mandan a hacer reconocimientos médicos. Pero qué hago yo, si soy oftalmólogo y no me atrevo con otras cosas. Pero cualquiera se niega. En el Ejército no te piden la opinión. Te dicen: 132 “Tus ojos” La visión personal ha fallecido un soldado y hay que hacerle la autopsia. Y allí vas. No has hecho ni una en tu vida, pero no te vas a negar. Ahora a hacer reconocimientos médicos… Yo era médico de plaza, años 80. Alférez médico en prácticas durante la “mili”. En La Coruña. A las órdenes de las autoridades militares. Sin posibilidad de poner peros. Me citaron en la Comandancia de Marina. Eran candidatos para sacar el título de patrón de embarcaciones náuticas. La exploración era sencilla. Además era gente joven y sana. No habría problemas. Primera prueba: una auscultación. Debían de ser 30 candidatos. Todo iba normal. Nada destacaba. Estábamos acabando y de pronto algo se sale de la norma. Un candidato a marinero se pone nervioso. Está pálido, sudando. No comprendo lo que le pasa. Le ausculto, tiene una taquicardia, una aceleración de los latidos cardiacos enorme. Sin embargo, la auscultación es normal. Le pregunto si está nervioso, él asiente. No entiendo por qué. Me dice que se pone nervioso por cualquier cosa. “Bueno, pienso, eso no es un motivo de exclusión”. Lo doy por bueno. Pasamos a la segunda prueba. Esta es más interesante. Por lo menos es oftalmológica. Medirles la agudeza visual, es decir, la visión de lejos, y la visión de los colores. Es normal que deban ver bien y además deben discriminar los colores dado que muchas veces los mensajes se transmiten mediante banderas de colores. Para medir la visión utilizamos cartillas con letras de distintos tamaños. Para saber si tu percepción de los colores es normal, es decir, si no eres daltónico, utilizamos otras cartillas con diferentes números de colores sobre otro fondo de colores parecidos. Todos los candidatos pasan la prueba sin problemas. ¿Todos? No. Menos uno. El mismo chico que tenía taquicardia. Le vuelvo a explicar la prueba y vuelve a fallar. Lo miro, está sudando otra vez. Le comento lo que pasa. Parece que es daltónico, que no diferencia los colores. Me contesta resignado: “¿Por qué crees que estaba nervioso y con el pulso acelerado?”. Y ahí se acabaron sus sueños de ser marinero. — Mire, doctor, si no le importa, quería hacerle una pregunta, es solo un momento. Ahora la que se acerca es una mujer de 45-50 años. Se sienta en las primeras filas, donde estaba la madre de los niños-permanentemente-adheridos a sus tablets. — Es que tengo un problema que noto últimamente, creo que coincidiendo con la menopausia: veo doble. No me pasa siempre, pero cada vez se agudiza 133 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos más. No sé qué me pasa, pero cuando se produce me mareo mucho. No puedo andar, tengo una enorme sensación de mareo, de que me voy a caer. Cuando tengo que coger una cosa no acierto, porque veo dos. Soy incapaz de llenar un vaso de agua porque no calculo la distancia y lo vierto fuera. ¿Qué me puede estar pasando?, ¿será la menopausia?, ¿será el estrés? Últimamente estoy muy acelerada. — La tensión nerviosa, el estrés, produce grandísimos problemas a todos los niveles en el organismo, especialmente si se tiene algún problema general como hipertensión arterial, diabetes, hipertiroidismo. — Que yo sepa no tengo nada de eso. Pero no entiendo por qué veo doble. — Te explico. Normalmente los ojos están paralelos gracias a que tenemos seis músculos en cada ojo que trabajan conjunta y coordinadamente para desplazar los ojos de forma simultánea. Esos músculos están estimulados por unos nervios. Esos nervios se pueden dañar y, consecuentemente, se paralizan los músculos. ¿Por qué se dañan? Los factores más comunes son la diabetes y la hipertensión, también el estrés y los traumatismo craneales, enfermedades neurológicas. Y también el hipertiroidismo. — ¿Pero el hipertiroidismo no es un problema de tiroides?, ¿qué tiene que ver con los ojos? — Trataré de explicártelo con otro caso clínico de una paciente a la que tengo gran cariño. Y ya será el último cuento, que tenemos que bajarnos. Cuento 11. MARUJA, LA MUJER CON CARA DE LOCA Venían de Talavera de la Reina. Eran alfareros. Entraron el matrimonio y una hija. La paciente era ella, se le notaba. Tenía una cara característica. La hija era antigua paciente nuestra y traía a su madre porque estaba muy preocupada. Decía que a su madre le pasaban cosas muy raras, que estaba muy nerviosa y de constante trifulca con el padre, que no sabían si estaba perdiendo la razón. Cuando le daban esos ataques de furia, se ponía muy mal y le entraban sofocos y aceleraciones del pulso. Maruja, la paciente, no tenía aspecto agresivo, al contrario parecía pacífica y se le notaba que sufría. Nos contó que veía doble. Decía que eso le ponía muy nerviosa, que le estaba amargando la vida. Contaba que al tener visión doble no se atrevía a salir a la calle porque no calculaba las distancias, no sabía cuál era el bordillo o el escalón verdadero, cuando quería coger un vaso de agua con la mano lo tiraba 134 “Tus ojos” La visión personal porque no acertaba a cogerlo porque veía dos vasos. Al pasar una puerta tropezaba y así sucesivamente. Pero lo que más le fastidiaba, lo que más nerviosa le ponía y lo que le sulfuraba era lo que le decía su marido, ¡que se le ponía cara de loca! El marido, cara de pillo, sonriente, se había quedado en un discreto segundo plano, como queriendo pasar desapercibido. Cambió su cara cuando escuchó la acusación, no se lo esperaba. No creía que su mujer fuera capaz de decir eso al médico. Y se defendió: “Es que, doctor, cuando se enfada, se le tuerce un ojo para arriba, se le pone muy saltón y da miedo mirarla”. Con dificultad tuve que contener la risa. En parte tenía razón. La cara de Maruja era un poema. Los oftalmólogos la definimos como “cara de susto”. Todo encajaba. No había duda. Después de completar la exploración, en la que se confirmaron las sospechas, les explicamos: hay una enfermedad que afecta a la tiroides, que se llama hipertiroidismo, que provoca un exceso de producción de una hormona que produce varios efectos. En primer lugar es una hormona muy potente y estimulante que provoca un estado de nerviosismo, de ansiedad, el paciente “está acelerado”. El corazón sufre taquicardia, se produce sudoración, mal dormir, lo que le provoca una alteración de su comportamiento habitual. Y, por otra parte, produce una inflamación muy importante de los músculos que mueven los ojos. Estos músculos están dentro de las órbitas, por detrás de los ojos. Cuando se inflaman aumentan de tamaño y “expulsan” los ojos hacia fuera, hacia delante. Entonces aparece la facies característica: cara de susto, de terror. Los ojos están muy abiertos y muy saltones, sobresalen mucho. Parece que se salen de las órbitas. Además los músculos, al estar inflamados, funcionan muy mal y hacen que los ojos se tuerzan, como si tuvieran estrabismo. Y hacen ver doble. Todo estaba aclarado. Maruja fue a un endocrino que le reguló el problema tiroideo. Nosotros le operamos el estrabismo. Los ojos volvieron a su sitio. Y la situación se normalizó. La pobre Maruja tenía cara de loca, pero no lo estaba. Tras los tratamientos mejoró su carácter y su cara. Una vez resueltos los problemas la vemos en revisión todos los años. Somos amigos. Tenemos ya una importante colección de vasijas y botijos de barro regalados con mucho cariño. 135 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos Definitivamente hay que concluir. No podemos seguir enrollándonos. Mientras cierro el ordenador oigo comentar otra vez: — Qué pena que se acabe. A mí me quedan algunas preguntas, doctor. — Y a mí, ¿no tiene algún sitio, alguna página web o dirección de correo donde pudiéramos hacerle las preguntas que nos quedan? De nuevo, interviene el periodista: — ¿Por qué no me da su correo electrónico?, puedo enviarle varias preguntas más y las vamos publicando. — Se me ocurre otra idea mejor, le contesto. Voy a hablar con mis compañeros catedráticos de las distintas universidades españolas y les plantearé que escriban cada uno un cuento sobre uno de sus casos clínicos favoritos. Los publicaremos y así daremos a conocer la Oftalmología. — Pues se van ustedes a forrar, porque a todo el mundo le interesa la salud de sus ojos. — Bueno, pues para que no haya dudas donaremos los beneficios a las ONG de Oftalmología más representativas. — Perfecto, le tomamos la palabra. Esperamos ver plasmada en un libro esta conversación, sentencia con solemnidad el periodista. — Lo prometo, respondo yo. 136 “El ojo clínico” La visión del experto “El ojo clínico” La visión del experto INTRODUCCIÓN José Fernández-Vigo López Lo prometido es deuda. Me fastidia faltar a mi palabra. Recuerdo con enorme agrado aquel viaje tan especial. Cada vez que me subo a un tren, cada vez que viajo, surge la imagen de aquella tertulia, del pasajero con miedo a la ceguera, de su angustiada mujer, del pasajero-periodista, de la madre de los niños de la tablet. Repito una y cien veces la historia del viaje en tren Madrid-Barcelona a los amigos, a la familia, a pacientes, a todo el que me quiere escuchar. Me siento en deuda permanente con ellos y conmigo mismo. Pero entre tanto congreso, seminario, curso, consulta, quirófano, no es fácil encontrar un hueco; sin embargo, soy hombre de palabra. Adquirí un compromiso moral y tengo que cumplirlo. Así que ¡manos a la obra! Comienzo la quíntuple labor, a saber: transcribir la conversación, convencer a los catedráticos, conseguir financiación, llegar a un acuerdo con la editorial y contactar con las ONG. La labor no es sencilla. Quizás la más difícil sea convencer a los catedráticos de que pierdan el sentido del ridículo, de que sean capaces de abrirse y expresar sus sentimientos y exponerlos al público escribiendo su capítulo, su caso clínico. Parafraseando una cita podríamos decir “Se necesita un gran coraje para mostrar tus sentimientos a alguien más”; conseguirlo no ha sido fácil. Ha sido notable la diferente respuesta. Algunos se han volcado desde el primer momento, otros han sido reticentes, pero al final lo han conseguido. Otros no han sido capaces. Ha habido catedráticos que media hora después de hablar con ellos me enviaban su historia. Los ha habido que quisieron tirar la toalla considerándose incapaces. Basada en nuestra amistad, mi insistencia llegó a ser insoportable y, al final, el miedo se superó y escribieron historias preciosas. Los ha habido que en este periodo han tenido problemas familiares graves, compromisos científicos ineludibles, expediciones a África, todo tipo de tareas, pero, como se puede comprobar, han respondido de forma espectacular. Conseguir financiación no ha sido tarea fácil. La “maldita crisis” azota a todos los estamentos. Muchas ONG han cerrado por falta de medios, sus fuentes, sus recursos se han agotado. No hay medios, no hay dinero, ni público ni privado. Y en estas condiciones yo le voy a pedir a la industria oftalmológica que saque fondos, no para publicitar sus productos en congresos, sino para escribir un libro de pronóstico incierto cuyos beneficios se destinarán a ONG de lucha 139 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos contra la ceguera. Ciertamente, la sensibilidad de muchos de los responsables de estas empresas ha sido loable. En consecuencia, el objetivo de esta segunda parte del libro es conocer algunas de las enfermedades más frecuentes escritas por los catedráticos, las personas más cualificadas para explicarnos su experiencia con casos clínicos reales que les han hecho pensar. Y los ponen a disposición de todos los que lo quieran leer para reflexionar algo más sobre la vida y sobre los ojos. 140 “El ojo clínico” La visión del experto 1. El glaucoma El glaucoma es una enfermedad caracterizada por un aumento de la tensión ocular que provoca daño en el nervio óptico. Este daño se manifiesta en forma de deterioro del campo visual, que representa la visión periférica del ojo, hasta llegar a producirse la pérdida completa de la visión. El paciente normalmente no nota nada hasta que la pérdida es muy grave. Y en ese momento la situación ya es irreversible. Hay varias formas de tratamiento. El tratamiento médico con gotas, el tratamiento con láser o la cirugía. Para evitar la ceguera es fundamental: 1.- La prevención con controles periódicos de la tensión ocular en toda la población por encima de los 40 años y especialmente en los casos donde haya antecedentes familiares. 2.- Seguir el tratamiento médico propuesto por el oftalmólogo con absoluta disciplina. 3.- En caso de que el tratamiento con gotas o con láser no sea suficiente para controlar la tensión, aceptar la cirugía como única manera de evitar la progresión hacia la ceguera, sabiendo que la intervención solo consigue bajar la tensión y con ello frenar la evolución, pero no recuperar visión. Los relatos de nuestros expertos en glaucoma inciden en dos de los problemas: la imperiosa necesidad de cumplir con la pauta de gotas prescrita y la de no ser cobardes demorando injustificadamente la cirugía. 141 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos ¿DÓNDE ESTÁN LAS GOTAS, MATARILE? Prof. Manuel González de la Rosa Universidad de la Laguna. Tenerife Martes — ¡María…! ¿Dónde están las gotas de los ojos? — ¿Y me preguntas a mí? La última vez que las vi fue cuando las compramos en la farmacia. — Es que mañana tengo hora en el oculista. — Mira a ver en el cajón de debajo, en la mesa de noche. — Pues no. No están. — ¿Y en el armario del cuarto de baño? — Tampoco. — ¿Has mirado junto al cepillo de dientes? — ¿Qué cepillo? — ¡Guarro…., qué eres un guarro! Miércoles — Tiene usted la presión ocular muy bien, pero el nervio óptico tiene signos de que la atrofia continúa y el campo visual ha empeorado. ¿Cuándo se puso las gotas la última vez? — Anoche, como usted me dijo. — ¿Y lo hace regularmente? — ¡Claro! ¡Siempre… como usted me dijo! 142 “El ojo clínico” La visión del experto — Pues tendremos que operarle para intentar bajarle la presión un poco más. Está claro que en su caso parecen intervenir otros factores que hacen que la presión que nos habíamos planteado como objetivo resulte insuficiente. — La verdad, doctor, es que me asusta un poco la operación. ¿Y si esperamos unos meses más a ver si esto mejora? — La pérdida de visión que produce el glaucoma es irrecuperable. Creo que tendrá usted que afrontar la realidad del problema y operarse. Moraleja El tratamiento médico del glaucoma solamente reduce la presión durante unas horas. Si no se administra regularmente, la presión continúa actuando sobre el nervio dañándolo. Es un problema que sucede a largo plazo, pero no llevar el tratamiento con rigor es casi lo mismo que no tener ninguno. Engañar al oculista no sirve de nada. El que lo intenta se está engañando a sí mismo. La intervención quirúrgica podría haberse evitado, y el oculista posiblemente lo sospecha, pero en algunos tipos de pacientes puede ser la única opción con garantías para preservar su visión. 143 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos JACINTO, MEJOR NO ARRIESGAR Prof. Julián García Sánchez Universidad Complutense. Madrid Un día cualquiera del año 2003 se presenta Jacinto en la consulta. Nos cuenta que está diagnosticado de glaucoma desde un par de años antes, que lo han venido tratando con diferentes colirios y que viene en busca de otra opinión pues se encuentra algo desorientado y no tiene muy claro lo que tiene que hacer. Tenía 58 años de edad y, quizá por sus preocupaciones, aparentaba ser mayor. Le explico que necesitamos hacerle una exploración completa, con campo visual y otras muchas pruebas, algunas un poco molestas y fatigosas, pero todas necesarias para que al final, y en función de los resultados, podamos comentar las posibles soluciones. Jacinto, quizá saturado de tantas pruebas sufridas en la búsqueda de una solución, nos responde que, tal y como sospechábamos, está cansado de tantas y tantas exploraciones sin que nadie le dé una solución satisfactoria y, dado que lo único que pretende es una opinión, no ve por qué tenemos que repetir todas las pruebas. Dispuesto a dialogar, le pido que me enseñe las pruebas para valorar hasta qué punto hay que repetirlas o si nos sirven las que trae para poder darle nuestra opinión, completando únicamente las que falten para una valoración más correcta y así no fatigarlo tanto. Muy a regañadientes nos confiesa que no tiene las pruebas y, por fin, consiente en iniciar la serie de exploraciones: agudeza visual, campimetría, biomicroscopía, gonioscopia, fondo de ojo, etc. El resultado es un poco decepcionante pues salvo la agudeza visual y la biomicroscopía del segmento anterior, todo lo demás está seriamente afectado. En resumen, nos encontramos: • Agudeza visual: 10/10 en ambos ojos, sin corrección óptica. • Segmento anterior: normal. • Fondo de ojo: severa atrofia del nervio óptico. 144 “El ojo clínico” La visión del experto • Presión intraocular: ojo derecho de 18 mm Hg; ojo izquierdo de 19 mm Hg con tratamiento máximo. • Campo visual: afectación muy avanzada. Con todos estos datos en la mano, le comentamos a Jacinto que, dadas las circunstancias, tenemos muy pocas alternativas, el tratamiento médico es prácticamente el máximo posible pues las pastillas únicamente se recomiendan para periodos cortos de tiempo, como por ejemplo para dar tiempo a hacer las pruebas a la espera de una operación. El láser en una persona de su edad no suele ser suficiente pues aun en el supuesto de ser eficaz, su efecto suele ser pasajero, por lo que pensamos que en su caso lo más recomendable es la cirugía y lo único que se puede valorar, de acuerdo con el cirujano, es qué tipo de operación se le puede realizar, pero, en nuestra opinión, no se debe demorar mucho tiempo la solución pues la situación es lo suficientemente grave como para tomar una decisión lo más pronto posible. Jacinto, que probablemente había oído con anterioridad este mismo consejo, con argumentos más o menos similares en boca de otros compañeros a los que había consultado previamente, suelta por fin la pregunta que tan celosamente había reservado en la recámara desde que puso el pie en el hospital. — Mire, doctor, efectivamente he estado en otros especialistas y unos opinan como Vds., pero otros me aseguran que si sigo bien el tratamiento, sin olvidarme de las gotas, puedo mantenerme como estoy, sin correr el riesgo de una operación que nadie sabe cuál va a ser el resultado. Dicho de otro modo, doctor, ¿qué garantías me dan Vds. de que voy a quedar bien y no voy a tener complicaciones? Cuando le hago esta pregunta a los que opinan que me tengo que operar, todos coinciden en que no se me puede garantizar absolutamente nada. La esposa, que le acompañaba y se había mantenido expectante hasta ese instante, apostilla: — Comprenderá, doctor, que siendo la vista algo tan delicado, no pueden pretender que Jacinto consienta en operarse sin unas claras garantías de que todo va a salir bien y por cierto, doctor, ¿ha leído Vd., el documento que hay que firmar consintiendo la operación? ¿Cree que alguien con su sano juicio es capaz de firmar eso?, así que haga el favor de decirnos claramente qué clase de garantías nos dan Vds. Pues, si como dicen, en este hospital hacen las cosas tan bien, se supone que nos podrán asegurar que todo irá bien. Aunque contra ese tándem la empresa era de gran dificultad, dado que a lo largo de los años había tenido que contestar a esa misma pregunta cientos o quizá miles de veces, sin dudar ni un segundo la respuesta les digo: 145 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos — Efectivamente, los compañeros que le han recomendado la cirugía no les han engañado, las operaciones de glaucoma ni garantizan el resultado ni la falta de complicaciones y también es cierto lo que dice el documento del consentimiento de que es posible hasta perder el ojo. Sin embargo, ya que me piden una garantía se la voy a dar, incluso por escrito si lo desean: “Les garantizo que si Jacinto no se opera en un plazo razonable de tiempo se va a quedar ciego”. Jacinto, que ya había tomado previamente la decisión de “no arriesgar”, toma la palabra para hacerme una nueva pregunta: — ¿Y si tienen razón los doctores que opinan que haciendo bien el tratamiento me voy a mantener con la vista que tengo y que, si en algún momento vemos que todo se tuerce, estoy a tiempo de operarme, asumiendo el riesgo cuando ya está todo perdido? Todo el arsenal de argumentos, que tan útiles nos habían sido en otros casos, mencionando la irreversibilidad de las lesiones, la progresión lenta, que uno no nota cómo va perdiendo vista, la opinión de otros compañeros expertos en glaucoma visitados anteriormente, que esperar la llegada a la situación límite carece de lógica pues no se puede recuperar la vista, que, sin ninguna duda, va a ir perdiendo, que el hecho de haber tenido ya que recurrir a las pastillas supone que la tensión ya ha superado en ocasiones el nivel de tensión seguro, etc., se estrellan contra el frente común del matrimonio, que se aferra una y otra vez al argumento de “la falta de garantías”. Jacinto y su esposa se van y nos quedamos con el desconsuelo de no haber sido capaces de encontrar ni los argumentos ni las palabras adecuadas, de no atinar con ese sonido subliminal que sin saber cómo ni por qué, en la mayoría de las ocasiones, somos capaces de hacer llegar a algún lugar recóndito del cerebro del paciente o del familiar, que les hace cambiar de “chip” y les hacer asumir los riesgos y las inseguridades de la cirugía como algo natural a pesar de la falta de garantías. Tras dos o tres años de silencio, sin noticias, un buen día Jacinto aparece de nuevo acompañado de su esposa, que le va ayudando a caminar y lo dirige hasta la silla, ayudándole a sentarse. Les pregunto el motivo de la visita, pues era evidente que se había quedado ciego, imaginando que quizá tenía dolores o efectos secundarios adversos por una medicación que ya era inútil. Tras un breve silencio, como si estuviese pensando lo que venía a decir, habla Jacinto: — Doctor, vengo a darles la razón, Vds. me habían garantizado que si no me operaba me quedaría ciego y, efectivamente, así ha sido, desde hace unos meses ya no veo nada, creo que ni siquiera distingo ya la luz, aunque a veces creo verla un poco... 146 “El ojo clínico” La visión del experto Bueno, la realidad es que tal y como me aconsejaron algunos de sus compañeros, que opinaban que me operase cuando ya no hubiera nada que perder, voy a seguir la recomendación y ya vengo dispuesto a dejarme operar, pues ya no me puedo quedar peor de lo que estoy. Sentí una profunda tristeza, por una parte me dolía el no haber sido capaz de convencerles, por otra me frustraba no haber podido o sabido, a pesar de nuestros esfuerzos, hacerles entender que la operación tenía que haberse realizado mientras se conservaba algo de visión para tener sentido, pues, en contra de lo que les habían hecho creer esos compañeros de los que se habían fiado, cuando ya “no hay nada que perder”, nosotros tampoco tenemos “nada que ofrecer”, pues en esta enfermedad, no es como en las cataratas, lo perdido no se puede recuperar. Nos había fallado el “sonido” que se transmite acompañando la información y, lamentablemente, o bien nosotros no lo enviamos adecuadamente o los receptores del matrimonio estaban bloqueados; en cualquier caso, nos apuntamos un fracaso, quizá compartido con Jacinto y su esposa, pero un fracaso al fin y al cabo. Moraleja El verdadero riesgo, en muchas ocasiones, consiste precisamente en “no arriesgar”. Quizá la vida y, ¿cómo no?, la Medicina consiste en asumir cada día riesgos, incluso mucho más allá de la evidencia; si tropezamos nos levantamos, si nos damos de bruces contra un muro, lo derribamos o lo rodeamos, siguiendo siempre el camino que nos hayamos trazado. Todo es válido con la condición de no quedarnos parados. 147 “El ojo clínico” La visión del experto 2. Infecciones e inflamaciones intraoculares Hay un grupo de enfermedades caracterizadas por la aparición de infecciones e inflamaciones en el ojo. Su gravedad es muy variable según se afecte el ojo por dentro o por fuera: las infecciones externas, como las típicas conjuntivitis, suelen ser muy leves; por el contrario, las intraoculares pueden ser muy graves, de hecho, hay infecciones intraoculares que pueden provocar, no solo la pérdida de visión, sino también la pérdida del ojo en 48 horas. Las causas son muy variadas. Las conjuntivitis infecciosas más frecuentes son como “catarros” que afectan al ojo y pueden ser bacterianas, víricas…, las hay también inflamatorias, de las que las más conocidas son las conjuntivitis alérgicas. Estas conjuntivitis generalmente curan en unos días y su tratamiento son colirios de antibióticos, antiinflamatorios o antialérgicos. Por el contrario, las afecciones intraoculares suelen ser muy graves. Las hay infecciosas, que suelen ser gravísimas, o inflamatorias, que no son tan graves aunque suelen ser crónicas y pueden afectarte durante toda la vida apareciendo en forma de brotes, se las conoce como uveítis y suelen estar relacionadas con procesos como los reumatismos y otras enfermedades generales autoinmunes. Sin duda, las más graves son las infecciones intraoculares. El profesor Díaz Llopis, catedrático de la Universidad de Valencia, es un reconocido experto en infecciones e inflamaciones intraoculares. Nos expone su caso clínico favorito referido a una paciente muy complicada en la cual se mezclan infecciones sucesivas de varias causas por una disminución de las defensas del organismo. Entre ellas una infección provocada por el VIH, virus del sida, y por un parásito intraocular, el toxoplasma, que procede de la poca higiene, de la ingesta de carne cruda o poco cocinada o de agua contaminada y de los animales domésticos, como los gatos, que suelen transmitir la infección a través de las heces. La infección tanto del VIH como del toxoplasma puede ser mortal y afecta, como decíamos antes, a personas con déficit de inmunidad. 149 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos YABO Prof. Manuel Díaz Llopis Universidad de Valencia La tranquilidad de un sueño conciliado durante una noche de guardia en el Hospital La Fe de Valencia se vio interrumpida por la visita de una urgencia… eran las cuatro de la mañana. Una pequeña joven de color no había podido venir antes de esa hora porque su trabajo no se lo permitía. Yabo era camarera de un bar de copas. Desde hacía días no veía bien por su ojo derecho. En realidad no veía nada. Apenas era capaz de identificar el movimiento de la mano frente a su ojo derecho. Pero por suerte su ojo izquierdo sí tenía una visión normal. Todo su ojo derecho tenía signos de gran inflamación. Yabo era natural de Guinea Ecuatorial y tenía veintiocho años de edad. Cuando llegó a España, tres años antes, tuvo que dedicarse a la prostitución. Todos los detalles de su historia personal hacían sospechar alguna enfermedad de transmisión sexual. Tuve que ponerle gotas en el ojo para dilatar la pupila y poder examinar el aspecto de la retina. Pero era imposible. La inflamación dentro del ojo impedía percibir algún detalle. Pero una cosa sí se vislumbraba… una imagen de “faro en la niebla” que en los libros se describe como propia de la toxoplasmosis. ¿Sería una toxoplamosis ocular? Para confirmarlo sacamos sangre a Yabo. Además de los anticuerpos frente a toxoplasma, también decidí hacerle un estudio de enfermedades de transmisión sexual que podrían afectar al ojo: sífilis y sida. Pero mientras esperábamos los resultados, lo mejor parecía ser empezar a tratarla como si fuera una toxoplamosis ocular. Mejoraba cada día. Ya se podía ver el fondo de ojo. Y ahora sí podía pensar que realmente era una toxoplasmosis porque se veía la típica lesión bien delimitada por un borde negro con centro blanquecino. Lo que me inquietaba era que la lesión estaba justo en el centro de la retina, en la mácula. Yabo preguntaba si podría volver a ver. Ella y yo sabíamos que nunca más vería bien con ese ojo. Se preguntaba si venía todo de su época de prostituta, a lo que se vio obligada por su falta de recursos. Pero la toxoplasmosis no es una enfermedad sexual; así es que no, no era por eso. Mientras seguía mejorando la inflamación, llegaron los resultados de las pruebas de infecciones: no tenía sífilis pero sí tenía sida. Al final posiblemente aquella época 150 “El ojo clínico” La visión del experto de la que Yabo no quería ni acordarse sí tenía la culpa de lo que la pasaba. Gracias a la infección de su ojo se pudo diagnosticar pronto su sida. Ella no se creía que estuviera infectada por el VIH. Se encontraba bien… salvo por el ojo. Y el ojo era toxoplasmosis, que no era por “aquello”. No quería tomar medicamentos para el VIH. Fui con ella a hablar con la doctora especialista en enfermedades infecciosas. Le intentamos convencer de lo importante que era que se tratara. Pero ella estaba segura de que nos equivocábamos. Yabo había visto morir en Guinea a amigos suyos infectados con el VIH y a ella no le pasaba nada de lo que vio. Desapareció sin contestar a las llamadas de teléfono. Pero volvió dos meses más tarde. El ojo se había puesto peor. Yabo había dejado de tomar los medicamentos para tratar su toxoplamosis ocular. Se encontraba mal en general. Tenía fiebre por las noches. Y de nuevo no veía absolutamente nada por su ojo derecho. Hablé con ella. Le expliqué que el sida no tenía que matarla si ella no quería. Que los medicamentos contra el VIH podían evitarle acabar como sus amigos de Guinea. Accedió a volver a hablar con la doctora especialista en infecciones, que le recetó el tratamiento del sida y Yabo aseguró que lo tomaría. Y así lo hizo. Tras muchos controles y analíticas, cinco años más tarde Yabo volvió a una revisión. Su enfermedad estaba controlada. Y Yabo estaba embarazada. Podría tener a su bebé. Gracias a seguir las órdenes de sus médicos y confiar en ellos, salvó su vida y pudo seguir adelante y formar una familia. Al final, Yabo nunca volvió a ver bien con su ojo derecho, pero gracias a eso Yabo sigue viviendo en Valencia hoy en día con una preciosa niña: Sofía. 151 “El ojo clínico” La visión del experto 3. Aparato lagrimal La lágrima es uno de los mecanismos de defensa de los que dispone el ojo. Tiene múltiples funciones: por una parte, la protección de la superficie ocular de infecciones y agresiones externas y, por otra, la nutrición y lubricación de la córnea y la conjuntiva. Por ello resulta muy importante para el ojo. La lágrima se produce y se elimina constantemente. Hay un aparato productor compuesto por la glándula lagrimal principal y múltiples microglándulas accesorias, y un aparato excretor compuesto por las vías lagrimales, una especie de conductos ubicados en los párpados por donde se evacúa la lágrima residual. Cuando se obstruyen los conductos de salida, se produce el molesto lagrimeo. Cuando se reduce la producción de lágrima, se produce la sequedad ocular. Un cuadro clínico extraordinariamente común, que puede ser muy grave y que siempre resulta enormemente molesto, hasta llegar a alterar significativamente la calidad de vida del paciente. El profesor Benítez del Castillo es un consumado investigador clínico de la superficie ocular y del aparato lagrimal, y nos relata la historia de María para que comprendamos los problemas relacionados con la sequedad ocular. 153 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos EL OJO QUE NO LLORA Prof. José Manuel Benítez del Castillo Sánchez Universidad Complutense. Madrid Érase una vez María, una señora de 64 años que apareció en mi consulta un día de noviembre de hace unos cuantos años. Venía acompañada por su marido, Juan, un bancario de aproximadamente su misma edad. Les hice pasar a la consulta e inmediatamente ella me espetó: —Doctor, no tengo ninguna fe en que me vaya a curar. Entonces, pensé, ¿para qué habrá venido? Continuó: — Pero quiero intentar que me libere del infierno que vengo padeciendo desde hace más de seis años. Me contó que había visitado a más de diez oftalmólogos e incluso algún oculista. Le expliqué que los oftalmólogos eran iguales que los oculistas, diferentes palabras, de origen griego y latino respectivamente, para una misma profesión. Y que otra cosa eran los ópticos optometristas. Ni me contestó, de inmediato abrió una bolsa llena de colirios (más de veinte) y extrajo de su bolso un trozo de papel con una lista de múltiples lágrimas artificiales que había empleado sin resultado alguno. Comencé a preguntarle por sus síntomas (la historia clínica es la parte más importante de la exploración médica y no podía ser menos en Oftalmología). Me contestó, no sin cierto recelo, que tenía sensación de arena en los ojos, sequedad, escozor y ardor que aumentaba según pasaban las horas del día. Le dije que eso era típico de los ojos secos, su enfermedad, ya que la producción lagrimal disminuía según avanzaba el día. — Eso ya me lo han dicho varios colegas suyos. Pero nadie da con la solución. Aquí está la primera lección, el paciente tiene que saber que, en la actualidad, el ojo seco es una enfermedad crónica que no tiene cura pero sí alivio sintomático. Se quedó sorprendida, eso no se lo había dicho nadie y siempre buscaba la “bala mágica”, una medicación que acabara de una vez por todas con sus síntomas y, al no encontrarla, le generaba ansiedad. 154 “El ojo clínico” La visión del experto Me dijo, además, que tenía que hacerse unas nuevas gafas de cerca, que ya no leía bien con las que tenía. A mi pregunta de que si parpadear mejoraba su visión de cerca, su respuesta fue que sí, pero solo unos segundos. Le expliqué que ese problema era también por el ojo seco, que si fuera por unas gafas inadecuadas no mejoraría con el parpadeo. Por otra parte, empleaba un colirio para el tratamiento del glaucoma que usaba dos veces al día. Posteriormente, le pregunté por sus síntomas y medicaciones generales. — ¿Y eso qué tiene que ver con los ojos? Le dije que existían muchas causas de ojos secos, unas locales y otras generales. Dentro de las locales estarían la blefaritis (inflamación del borde de los párpados) y la conjuntivochalasis (exceso de conjuntiva), y dentro de las generales encontraríamos determinadas enfermedades reumatológicas, hipertiroidismo y diabetes. Me contó que además tenía la boca seca y, en voz baja, que tenía sequedad de todas las mucosas, incluyendo la vaginal. Era hipertensa y para ello usaba diuréticos, además, para el estrés que le generaba la enfermedad de los ojos, tomaba ansiolíticos (benzodiacepinas). Le dije que ambos fármacos producían sequedad de ojos y que, por lo tanto, no eran lo mejor para ella, que hablase con los especialistas que se los habían recetado para intentar ajustarlos o sustituirlos por otros. Le pedí unas pruebas para descartar enfermedades sistémicas que se relacionan con el ojo seco. Al cabo de unos días acudió con el diagnóstico de síndrome de Sjögren, infrecuente enfermedad general que se relaciona con ojo seco, boca seca y otras sequedades. Le instauré tratamiento con lágrimas artificiales sin conservantes (los conservantes son tóxicos para la superficie ocular y deben evitarse en enfermedades de tratamiento prolongado como el ojo seco), además sustituí su colirio conservado del glaucoma por otro sin conservantes, añadí limpieza palpebral y colirios antiinflamatorios (alguno de formulación magistral, como la ciclosporina, ya que no existe en España), ya que hoy en día sabemos que el ojo seco es una enfermedad inflamatoria, al menos en parte, de la superficie ocular y, por lo tanto, debe ser tratada con antiinflamatorios. Además le mandé un secretagogo oral, una sustancia que hace que otra sea liberada, específico para el síndrome de Sjögren que ella padecía. Al cabo de unas semanas la paciente volvió a la consulta. Se la veía más tranquila. A mi pregunta de que cómo se encontraba, respondió: 155 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos — Mejor, aunque tengo días, pero por fin sé que no tengo que esperar curación, pero sí mejoría de mis síntomas y de mi calidad de vida. Los pacientes con ojo seco tienen mala calidad de vida. Se ha visto que los pacientes con ojo seco leve tienen una calidad de vida similar a la de los pacientes con psoriasis, y los pacientes con ojo seco moderado tienen una calidad de vida equivalente a pacientes con angina de pecho moderada. Los americanos emplean la palabra “miserable” para calificar la calidad de vida de los pacientes con ojo seco, ya que no pueden hacer aquellas tareas en las que debemos fijar la vista como el uso del ordenador, leer, ver la televisión y conducir. El que no tenga cura es lo mismo que ocurre en otras muchas enfermedades relacionadas con la edad, como la hipertensión arterial y la diabetes, en las que el tratamiento es para siempre. El ojo seco es más común con los años y además es más frecuente en mujeres (las hormonas masculinas protegen del ojo seco). Tras la exploración, pude comprobar que su superficie ocular estaba mejor y pude implementar otras medidas para el tratamiento del ojo seco, y así lograr que la paciente tuviera más días buenos que malos. Los días malos se relacionan con ambientes secos, con humos y con el empleo de aires acondicionados; la humedad ambiental, al disminuir la evaporación de la lágrima, mejora los síntomas del ojo seco. Para ello, le puse unos tapones en los puntos lagrimales (que retendrían la poca lágrima que ella tenía). Al terminar, la paciente se fue más feliz, se sentía comprendida y sabía lo que le pasaba. A la salida, el marido, Juan, que hasta entonces no había dicho nada, me llevó a un rincón y me agradeció el tratamiento con el secretagogo oral ya que habían mejorado sus relaciones amorosas. Dicho medicamento, si bien tiene una efectividad reducida en la producción de lágrima y algunos efectos adversos, resulta efectivo en la producción de saliva y otras secreciones. Moraleja Como moraleja de esta historia real, pienso que debemos escuchar a los pacientes más de lo que habitualmente hacemos, y en el caso de los enfermos con ojo seco, la enfermedad oftalmológica más frecuente, explicarles la naturaleza crónica de su enfermedad e intentar mejorar la calidad de vida de los mismos con todas las opciones terapéuticas disponibles, no solo con las lágrimas artificiales. PD. Los pacientes con ojo seco también pueden relatar que tienen los ojos llorosos (pero eso sería motivo de otra historia). 156 “El ojo clínico” La visión del experto 4. La córnea La córnea es la capa transparente que recubre la parte anterior del ojo. Tiene forma de lente de contacto. Ella misma es una lente muy potente que sirve para enfocar las imágenes que llegan del exterior, hacerlas converger y “meterlas” dentro del ojo. Su capacidad de enfoque es enorme ya que equivale a una lente de una potencia de 45 dioptrías. Los problemas de la córnea proceden de dos tipos de procesos fundamentalmente. Cuando la córnea deja de ser transparente y se hace total o parcialmente opaca, y cuando se deforma, con lo que se transforma en una lente irregular que produce una imagen igualmente irregular. En ambos casos se produce una severa pérdida de visión. Las causas que opacan la córnea son muy variadas: infecciones, inflamaciones, traumatismos, quemaduras, degeneraciones…, y las que deforman la córnea, al margen de las mencionadas, unas enfermedades de características genéticas, conocidas con el nombre de queratocono. La ventaja de la córnea es que puede ser trasplantada, tanto total como parcialmente. Así pues si la patología es suficientemente intensa como para provocar pérdida de visión, siempre hay una solución. Es una forma de ceguera que consideramos reversible. Los profesores Barraquer Moner y Durán de la Colina son excelentes cirujanos expertos en córnea. El profesor Barraquer es un referente mundial en el trasplante de córnea desde hace muchos años y el profesor Durán, un estudioso del queratocono desde hace décadas. 157 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos FE, CONFIANZA, DISCIPLINA, FIDELIDAD, ALTRUISMO, PERSEVERANCIA Prof. Joaquín Barraquer Moner Universidad Autónoma. Barcelona Nos situamos a mediados de la década de los 60. Nuestra protagonista, una paciente que nació el mismo año que yo: 1926. ¿Casualidad? Al igual que muchos de los pacientes que acuden a la consulta, nuestra protagonista, a quien le vamos a poner el seudónimo de “FE”, venía de lejos, tenía que cruzar más de 350 km para venir a buscar nuestra opinión, cuando en los años 60 las distancias no se recorrían con las mismas facilidades que en la actualidad, ya que no se disponía de vías rápidas, ni de trenes de alta velocidad, ni el uso del avión estaba al alcance de todos. Era mucho el tiempo que debía dedicar al viaje para llegar a destino, un viaje que no siempre era rápido ni cómodo y, sobre todo, tenía que calcular el tiempo que debía permanecer en el destino, que suponía un largo periodo de ausencia de su hogar, lejos de la familia. Era una joven de 38 años con muy baja visión a causa de un trastorno corneal tipo queratocono con lesiones de vértice. FE era silenciosa, reservada, con mirada apenada, pero con esperanza. Tras la exploración general y oftalmológica pertinente efectuada por los especialistas del Centro, se le propuso llevar a cabo un trasplante de córnea en ambos ojos. Era una técnica casi desconocida para el gran público pero era la única alternativa que le podía permitir mejorar su visión, y que en aquel entonces podía llegar a requerir un ingreso hospitalario de casi dos meses, si todo iba bien. La paciente regresó a su ciudad llevándose con ella nuestra opinión y propuesta. A los dos meses y medio, vuelve con la decisión ya tomada, nerviosa -¿quién no lo está ante una intervención?-, pero preparada para llevar a cabo su objetivo, recuperar la calidad de visión. Fue ese momento en el que las circunstancias la hicieron ser receptora de una de las córneas del Prof. Ignacio Barraquer Barraquer, oftalmólogo, hijo y padre de oftalmólogos. Era un jueves, el 13 de mayo de 1965. Hacía unos instantes que D. Ignacio había fallecido, era mi padre, mi maestro, mi instructor, quien me había enseñado el significado de la vida, de la ilusión, del perseguir los sueños, los propósitos y no desistir. Su pasión por su trabajo, por la Oftalmología y 158 “El ojo clínico” La visión del experto por ayudar al prójimo, no solo estuvo presente durante su existencia, sino incluso una vez fallecido. No solo fue una referencia para mí, sino para todos y cada uno de los que pasaron por su consulta, por su vida; personas conocidas, anónimas, pero todos importantes y únicos para él. Así quedó demostrado públicamente en la ceremonia de su funeral. Su última voluntad fue dictada y ejecutada. Dejó dicho que le fueran extraídas sus córneas para ser donadas y así fue, cuando no habían pasado ni ocho horas de su defunción, personalmente, cuando aún estábamos velando su cuerpo, llevé a cabo la extracción pertinente para practicar dos trasplantes de córnea: uno, en uno de los ojos de la joven FE; y el otro, a un joven de origen árabe, a quien perdimos el rastro al cabo del tiempo. FE era de pocas palabras, pero su mirada cambió cuando a los dos meses de recibir la córnea, y haber seguido una estricta pauta medicamentosa tanto tópica como general y un control exhaustivo de la evolución, constató a través de su ojo izquierdo que de ver de lejos menos del 1 % con la máxima corrección posible con gafas, pasó a ver un 40 % con una mínima corrección con gafas. Las manchas y la borrosidad, que en aquel entonces habían dominado su día a día, se transformaron en formas y siluetas. Volvía a ver las caras y a reconocer a las personas como antaño. Fue una paciente fiel, constante, siempre pendiente de sus ojos y siguiendo los controles periódicos y tratamientos pertinentes de forma estricta y sin excusa alguna que lo impidiera. Al cabo de menos de dos años se programa la cirugía para su otro ojo, el derecho, con lo que regresa a Barcelona para llevar a cabo el trasplante de córnea en el momento que se recibiese una donación óptima para su caso. Y, una vez más, la coincidencia vuelve a aparecer en su vida, acababa de fallecer un gran amigo, doctor y colaborador del Prof. Ignacio Barraquer Barraquer con quien había trabajado codo a codo desde sus inicios en la especialidad, y que fue el donante para el ojo derecho de FE. Hay quien cree en casualidades, y hay quien no, esto lo dejamos a criterio de cada uno, pero a FE la vida la puso en nuestro camino, o a nosotros en el suyo, y su fidelidad, no solo a nosotros, sino a sus ojos, a su deseo de ver, y su constancia y disciplina, le permitieron conservar su visión hasta edad avanzada. A sus 43 años de edad, cuando ya habían transcurrido tres años de la segunda intervención, FE veía de lejos con su ojo derecho un 55 % y, con su ojo izquierdo, un 159 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos 60 %, con solo añadir una mínima corrección con gafas. De cerca alcanzó a tener una visión del 100 % sin corrección. A sus 70 años y todo un camino vivido mantenía una visión del 25 % en su ojo derecho y de un 35 % en el izquierdo. Cabe decir que a medida que fueron pasando los años se fueron sumando otras patologías tanto a nivel general como oftalmológicas. Se le diagnosticó glaucoma, patología que en muchas ocasiones es silenciosa y que gracias a controles rutinarios se puede diagnosticar a tiempo y pautar tratamiento. Esta patología debe seguirse de forma estricta ya que, si no es así, tenemos la seguridad de que cualquier alteración no controlada puede afectar al campo visual, reduciéndolo con rapidez a consecuencia del daño irrecuperable que origina la presión intraocular elevada en el nervio óptico. Otra patología diagnosticada fue la diabetes que, como todos sabemos, puede afectar a todos los órganos del cuerpo, entre ellos a los ojos, que si no se controla tanto a nivel general como local puede generar un daño irreversible en la retina. Y cómo no, apareció la catarata en ambos ojos, para lo que siguió pauta preoperatoria teniendo presente antecedentes, se extrajeron los cristalinos cataratosos y, en su lugar, se implantaron las lentes intraoculares correspondientes a las necesidades de cada ojo. Cuando llegó el momento en el que su salud general le redujo su movilidad, impidiéndole el poderse desplazar, su marido nos escribió para pedir consejo. Fuera como fuera, por poco que fuera, su fe y su constancia le permitieron mantener la visión a pesar de las diversas patologías que le fueron siendo diagnosticadas. FE puso en práctica lo que el Prof. Ignacio Barraquer Barraquer nos enseñó, no te rindas, sigue siempre adelante, sé constante y seguro que llegarás. Su decisión y su comportamiento ante las circunstancias de su vida le permitieron recuperar la alegría y la felicidad. Su visión le permitió realizar sus quehaceres habituales y disfrutar de su familia hasta edad avanzada. Sin rendición. El Prof. Ignacio Barraquer Barraquer fue un ejemplo de bondad. En este caso era un hombre conocido internacionalmente, pero no olvidemos que hay otros miles y miles de donantes en el mundo entero que aun siendo anónimos son únicos y excepcionales para el receptor, a quien gracias a un gesto altruista de un dador su vida recobra luz. Y os dejo con la frase con la que concluyo siempre mis conferencias: “El camino que ilumina la fe nos lleva a la gloria con paz, serenidad y amor”. 160 “El ojo clínico” La visión del experto EL A3 DE GABRIEL Prof. Juan Durán de la Colina Universidad del País Vasco Entró en el concesionario con las ideas claras y los labios sonrientes. Desde la primera vez que lo vio, Gabriel sabía que ese era el coche que quería tener. Había terminado su residencia de Anestesia hacía dos años y en ese tiempo su trabajo y su sobriedad le habían permitido ahorrar lo suficiente para poder satisfacer su primer gran capricho. De una familia modesta, sabía también que era una forma de demostrar a sus padres que los esfuerzos tenían al fin una recompensa. A pesar de los problemas visuales, las lentes de contacto habían permitido a Gabriel obtener el carné de conducir. Otro sueño conquistado: conducir, hacer lo que para cualquier persona era normal. Por fin tenía su A3 y no podía ni quería evitar mostrar su satisfacción. Ansiaba que llegara el fin de semana. No veía el momento de aparecer por el pueblo y que todos conocieran la noticia: Gabriel se había comprado un A3. Su alegría solamente se perturbaba por el hecho de que su visión mermaba mucho por las noches o los días de lluvia. Con las gafas no se arreglaba bien y no toleraba las lentillas todo el día. Las noches de guardia no las podía usar y solo, gracias a su habilidad y a los trucos adquiridos con inteligencia, desarrollaba su trabajo sin incidencias ni riesgos. A las pocas semanas del gran acontecimiento, su compañero Pablo le llamó: estaba de guardia y con tremendo trancazo. “¿Me puedes sustituir?” Eso no era un problema para Gabriel, su trabajo le gustaba y no podía negarle el favor a su amigo y compañero. Comenzaba a anochecer y estaba sin lentillas pero no importaba. Se sentó al volante de su A3 ya que a pesar de su limitada visión pensaba que podía ir al hospital con los ojos cerrados. Al doblar por la primera esquina apenas tuvo tiempo de distinguir en el paso de cebra una sombra que apareció justo delante de él. Tras el frenazo, la mirada de un niño, paralizado a pocos centímetros del coche, que, como una visión, desapareció de su campo visual a los pocos segundos. Un bocinazo le devolvió a la realidad. Temblando, Gabriel prosiguió lentamente su camino al hospital, aparcó y se alejó del coche sabiendo que no podía conducirlo más. “Ya lo hemos hablado, Gabriel. El problema es que tu queratocono está muy avanzado en ambos ojos y, en tu situación, solamente queda la opción del trasplante de córnea”. Eso, que ya lo había oído varias veces, le decía a los pocos días del incidente con el coche cuando me vino a visitar, compungido. El diagnóstico de 161 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos queratocono había sido hecho poco tiempo después de comenzar sus estudios de Medicina. Se había iniciado como una miopía que cada vez resultaba más difícil de corregir con gafas. Encima, se añadía un astigmatismo que dificultaba el uso de sus lentes de contacto blandas. Por medio de una topografía corneal se pudo confirmar el diagnóstico: las córneas mostraban una deformidad típica que no dejaba lugar a dudas. El impacto que supuso pasar de tener miopía a sufrir una deformidad corneal hizo que en esos momentos se planteara cambiar los estudios. Recobró cierto ánimo tras la adaptación de lentes de contacto rígidas permeables, que no sin ciertas dificultades le permitió recuperar tanto una buena visión como la confianza. Pero la enfermedad progresaba. La córnea se hacía más cónica, su calidad visual con las gafas se reducía y le obligaba a cambios de las lentillas, cada vez más complejos y peor tolerados. Además, por aquella época sufría enormes picores oculares y, a pesar de las advertencias y de los colirios, había momentos en que necesitaba frotarse los ojos agresivamente. “Las otras opciones de tratamiento no están indicadas”. Es una pena que no existiera el “crosslinking” en aquel momento porque se podrían haber reforzado las córneas y reducido el riesgo de progresión. “Tampoco se pueden introducir anillos porque actualmente las córneas están muy finas, demasiado deformadas y presentan opacidades”. “Gabriel”, le decía, “convéncete, el trasplante es la mejor opción a tu problema corneal. La tasa de éxitos en estos casos es muy alta y hoy en día la técnica permite mantener tus células originales, lo que hace casi imposible el rechazo”. A los pocos días me confirmo su decisión de operarse. Bien mirado, se trataba de un procedimiento con anestesia local, sin ingreso y con oclusión del ojo durante 24 horas, sin apenas molestias y la aplicación de un colirio como tratamiento postoperatorio. En unas semanas le realicé el trasplante en su ojo derecho. En pocos días ya notaba la mejoría visual y poco más tarde se reincorporaba al trabajo. Estaba entusiasmado. Así que antes de los seis meses le hice el trasplante en el otro ojo. Las gafas le permitían una visión muy aceptable y, en cuanto a las lentillas, aquello era otra cosa: la adaptación volvía a ser sencilla y las podía portar durante largos periodos sin problemas. Gabriel se sentía curado, recuperaba la normalidad, esa sensación que uno apenas recuerda cuando la pierde. Pero lo que de verdad, de verdad le satisfacía, era volver a conducir su A3. El queratocono es una deformidad de la córnea, normalmente bilateral, que se inicia como miopía y astigmatismo generalmente durante la segunda década de la vida. La causa no está bien aclarada pero se asocia a menudo a alergia, y el frotamiento ocular puede influir en su empeoramiento. Para evitar la progresión, además de tratar la alergia ocular, se puede emplear la técnica “crosslinking”, que 162 “El ojo clínico” La visión del experto consiste en la aplicación de una sustancia en la córnea, que se activa por medio de luz ultravioleta. El objetivo es endurecer la córnea. Las lentes de contacto rígidas compensan la deformidad corneal y ofrecen una calidad visual muy buena, pero su adaptación y tolerancia no siempre es posible. En fases de más estabilidad, siempre que el proceso no esté muy avanzado, se pueden introducir anillos o segmentos en la córnea. Estos actúan regularizando la óptica corneal y, por lo tanto, la visión. Cuando todo lo anterior no es posible, como ocurre en el caso de Gabriel, se ha de plantear una queratoplastia o trasplante de córnea. Actualmente la técnica permite separar y conservar la capa más profunda de la córnea, precisamente la que contiene las células propias. De esta forma, es menos probable el rechazo, si ocurre es menos agresivo, reacciona mejor al tratamiento y ya no supone un riesgo de fracaso de la intervención. El pronóstico visual de Gabriel es, por lo tanto, muy bueno a largo plazo y esperamos que pueda seguir conduciendo toda su vida. 163 “El ojo clínico” La visión del experto 5. Neurooftalmología La neurooftalmología es una subespecialidad de la Oftalmología que linda y colabora con la neurología. Su objetivo preferente son las enfermedades del nervio y de la vía óptica, la estructura que une el globo ocular con la corteza cerebral y que transmite la información recogida por el ojo para ser distribuida en todos los centros cerebrales relacionados con la visión. Las enfermedades degenerativas, las infecciones e inflamaciones del nervio óptico, sus tumores y accidentes vasculares son las enfermedades más frecuentes. Casi todas estas enfermedades son muy graves y a la pérdida de visión se asocian complicaciones neurológicas. El profesor Miralles de Imperial, de la Universidad de Murcia, en colaboración con el doctor José Javier García Medina, del Hospital Princesa Sofía, nos presentan un caso sorprendente de complicaciones tras un ictus cerebral. Dentro del grupo de enfermedades neurooftalmológicas se esconden un grupo de pacientes que presentan una patología inexistente, es decir, son simuladores. Pacientes que sin presentar enfermedades simulan padecerlas, algunas veces con una capacidad de engaño, con un realismo, verdaderamente impresionantes. Hasta que detectamos la simulación, la situación es agobiante para la familia y para el médico, ya que suele parecer una enfermedad muy severa en la cual no se encuentran las posibles causas. Se realizan todo tipo de pruebas y exploraciones siempre con resultados negativos. Recuerdo el caso de un niño que estuvo más de un mes ingresado, al que le hicieron varias punciones lumbares e innumerables pruebas sin encontrarle nada, hasta que lo enviamos a un psicólogo infantil. El profesor Muñoz Negrete, de la Universidad de Alcalá de Henares, experto en glaucoma y neurooftalmología, nos presenta un aleccionador caso, no infrecuente, dentro del grupo de niños simuladores que pueden llegar a autolesionarse, a provocarse a sí mismos el daño, para llamar la atención. Como colofón de este capítulo, el profesor Sánchez Salorio de la Universidad de Santiago de Compostela nos refiere dos casos que nos hacen reflexionar sobre los aspectos psicológicos de la enfermedad oftalmológica. El profesor Salorio, eminente oftalmólogo y brillante humanista, profundiza en el comportamiento humano y nos explica en dos casos clínicos, con Sigmund Freud al fondo, como la mente nos gobierna somatizando y desviando la atención para protegerse, nos explica como “el síntoma se convierte en el núcleo del conflicto y la mente se escapa del problema verdadero”. La sagacidad del oftalmólogo radica en encontrar por qué esos pacientes quieren cerrar sus ojos para no ver la realidad. 165 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos MARÍA Y SU MUNDO IZQUIERDO (Síndrome de heminegligencia) Prof. Jaime Miralles de Imperial Mora-Figueroa Universidad de Murcia (En colaboración con J. J. García Medina. Profesor asociado) Sonó fuerte el despertador. Las siete de la mañana de un día de febrero. María lanzó su mano derecha para apagarlo de cuajo. Le gustaba remolonear unos minutos y después desperezarse poco a poco. Se levantó con el pie derecho como desde hacía unos seis meses. Y no por buscar esa pizca de suerte que a todos nos puede cambiar el día. En su camino al cuarto de baño se golpéo en dos ocasiones contra la pared izquierda del pasillo. Al entrar a la ducha tocaba siempre el agua con la mano derecha, como si de un rito iniciático se tratase. Y no lo era, pues ya se había quemado con anterioridad al valorar si el agua estaba caliente con la mano izquierda. Al acabar de asearse María se vestía, impecablemente la prenda en su parte derecha del cuerpo, arrugada y sin estirar la prenda en su parte izquierda. Se peinaba la mitad. Se pintaba solo la parte derecha de sus labios. Se maquillaba solo la parte derecha de la cara. María desatendía su mundo izquierdo desde hacía seis meses. Todo empezó con un aborto cuando María casi rondaba ya los cuarenta. Era el hijo que tanto habían esperado ella y Antonio, su amor de juventud, el hombre de su vida. Ya se conocían desde chicos, pues vivían los dos en el mismo pueblo. Aunque iban a colegios distintos, él de curas y ella de monjas, solían coincidir por las tardes en la plaza mayor. Esas tardes interminables de Andalucía que aún no estaban amenazadas por los videojuegos ni por los teléfonos móviles, sino simplemente por los deberes y por la noche. No siempre se habían gustado. Entre rayuelas, patinetes y carreras poco caso se hacían, a veces solo para dedicarse algunas burlas, hasta que, con los años, por los fueros caprichosos de las miradas y las curvas fueron notando la irresistible sensación de que serían inseparables el uno del otro. 166 “El ojo clínico” La visión del experto El aborto fue un mazazo. Los médicos en principio lo atribuyeron a que, quizás, ya era algo mayor para concebir. Aunque le harían más pruebas. A Antonio le pareció escuchar que se referían a ella como “añosa”. Cuando oyó esta palabra pensó cómo contrastaba con los bucles rubios del pelo de María, sus ojos avellena y su piel lechosa y firme. Y con sus ganas de disfrutar de la vida. María, como siempre, no se desanimaba. Le susurraba a Antonio, dándole ánimos: — Cariño, el que la sigue la consigue. Tú sigue, sigue -con un tono jocoso que escondía un cierto vacío-. Y es que los estudios universitarios y luego las oposiciones les llevaron su tiempo. Por eso se casaron tarde. Ambos eran profesores de instituto, él de matemáticas y ella de literatura, y se demoraron en tener hijos. Como tantas parejas que prefieren dejar anclados sus destinos a un trabajo y a una ciudad antes que aumentar la familia. Sobre todo ahora, en tiempos de crisis. Sin embargo, lo peor estaba por llegar. Unos meses más tarde, una mañana María sintió, antes de salir de casa, cierto hormigueo en su mano izquierda que en poco tiempo se convirtió en falta de fuerzas y en no poder mover su brazo y pierna izquierdas. En seguida Antonio la llevó al hospital. Tras extracciones de sangre y pruebas de imágenes los médicos le dijeron que había tenido un ictus, es decir, un infarto cerebral. Y que se podría relacionar causalmente con el aborto anterior pues su sangre tenía tendencia a formar coágulos. Estuvo ingresada unos días. Tan mal se sentía que su buen humor, difícilmente cambiante, se tornó algo turbio: — ¿Cómo me puede estar pasando esto a mí? ¿Qué he hecho yo para merecer esto? Es un sueño, exclamaba internamente. Los síntomas empezaron a mejorar y poco a poco ganaba fuerza en los miembros. Lo mismo ocurría con el ánimo. Pronto ya le susurraba a Antonio postrada en la cama: — Cuando estemos en casa te voy a preparar un puchero que verás. Yo para la cocina tengo mano izquierda. Desconocía María qué premonitoria sería esta frase. Algo extraño en su comportamiento sucedía mientras estaba aún ingresada. Antonio se dio cuenta de que María, excepto cuando el alimento era líquido, solo se comía la mitad del plato. ¡Y se quejaba de que tenía hambre! 167 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos En alguna ocasión pidió agua y la auxiliar se la dejó en la mesita de noche, que estaba a su izquierda. María no se daba cuenta y comentaba con desdén: — Esta enfermera no me hace mucho caso, no me trae el agua. Tenía un desapego a sus miembros enfermos, como si no fueran suyos. Alguna vez exclamó refiriéndose a su brazo izquierdo: — Antonio, quita ese brazo de la cama. Antonio la animaba a que leyera en voz alta, para estimularla, como hacían con frecuencia los sábados por la tarde con libros de todo tipo. Les encantaba leer en voz alta el uno al otro y hacer juegos de palabras y reírse, reírse mucho. Lo cierto es que realizaba la lectura de forma fluida en cada frase, pero saltando las dos o tres primeras palabras y, a veces, para buscarle sentido a la frase, insertaba alguna palabra de su cosecha. Perdía pronto el interés en leer. Se excusaba diciendo que aún se encontraba cansada. Durante los días que estuvo ingresada recuperó casi por completo la fuerza en los miembros pero su actitud seguía siendo extraña. Los neurólogos recomendaron a María una visita al oftalmólogo pues por su edad quizás estaba empezando la presbicia y por eso se fatigaba al leer. Su oftalmólogo de toda la vida, don Damián, un hombre mayor, de buen porte, la recibió unos días más tarde del alta hospitalaria y le hizo muchas exploraciones incluyendo una que divertía especialmente a María, pues se le presentaban infinidad de puntos luminosos intermitentes. Cuando los veía ella tenía que apretar un botoncito. Esto del campo visual es como jugar a los marcianitos, le susurraba alegremente a la enfermera. Mientras Antonio le explicó a don Damián el extraño comportamiento de su mujer. Don Damián, a la vista de los resultados, se quedó pensativo. Consultó su historia clínica y las pruebas de imagen en el ordenador. En seguida recordó algo que había leído en una revista médica y algunas conversaciones de hace tiempo. Y se dispuso a consultar inmediatamente internet. — Lo tengo -pensó- concuerda. 168 “El ojo clínico” La visión del experto Explicó a María que no necesitaba gafas de cerca, pero que no veía bien por su parte izquierda según el campo visual. Y además le hizo unas pruebas más. En un test, María era incapaz de delimitar el punto medio de un segmento y siempre señalaba la mitad hacia el extremo derecho. En otro test, María no encontraba las letras A en la parte izquierda de una sopa de letras. Sí las rodeaba con soltura con su bolígrafo en la parte derecha. Don Damián lo tuvo entonces claro. — María padece heminegligencia izquierda. Es un cuadro raro que puede aparecer tras un ictus en la parte derecha del cerebro, en concreto, el lóbulo parietal derecho. Se manifiesta porque los pacientes no atienden a estímulos que proceden de su espacio izquierdo. Y a veces no reconoce como suyos los miembros afectados. Entonces cuando el lóbulo parietal derecho se daña, como es el caso de María, ya no puede atender a la parte derecha e izquierda del espacio pero el lóbulo parietal izquierdo indemne sí puede recibir información de la parte derecha. Por eso usted ignora los estímulos espaciales y visuales izquierdos -les explicó en un discurso afable-. María le respondió aún tratando de comprender el discurso: — Ya le decía yo, don Damián, que estos remos no son los míos. Don Damián, le aclaró: — Esto necesitará rehabilitación pero por el momento no debería conducir, María. Me comentaba un médico amigo mío que tuvo conocimiento de un paciente con este síndrome sin diagnosticar que tuvo varios accidentes con el coche. Tenía dificultades serias al mirar el retrovisor y finalmente tuvo un choque frontal contra otro vehículo que circulaba en sentido contrario. Es peligroso. — No se preocupe, don Damián -se apresuró a exclamar María, con gracia, como si le diese un pase natural- me llevará mi Antonio. Desde entonces Antonio, como cada día, con esmero, le iguala la ropa al vestirse, acaba de peinarla y de maquillarla. María le suele decir entre risas: — Me siento como un cero a la izquierda, ¿o más bien a la derecha? Antonio le responde cariñosamente: 169 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos — ¡Qué cosas tienes, María! A lo que María replica: — ¡Ay! ¿qué haría yo sin mi media naranja? PD. Nota del autor explicando la complejidad del cerebro: el lóbulo parietal derecho del cerebro se especializa en la atención de los estímulos que proceden de ambos lados del espacio y el lóbulo parietal izquierdo solo en mantener la atención de los estímulos que vienen de la parte derecha, quizás porque el lóbulo parietal izquierdo se ocupa también de la comprensión del lenguaje ¡y bastante tiene! 170 “El ojo clínico” La visión del experto SANDRA, LA ADOLESCENTE DE LOS SECRETOS INCONFESABLES Prof. Francisco Muñoz Negrete Universidad de Alcalá de Henares. Madrid A todo padre le angustia cualquier dolencia que puedan tener sus hijos. De eso son bien conscientes los niños. Esta angustia muchas veces nos deja ciegos ante la realidad. Sandra era una niña de 15 años, hija de un cirujano que hacía unos años se había divorciado de su madre. Hacía un mes y medio que había perdido visión en su ojo izquierdo y además la pupila de ese ojo se le había quedado dilatada. Como son nuestros hijos, primero te pones en lo peor, los quieres tanto que no puedes aceptar que le haya pasado algo a ellos. ¡Seguro que es un tumor cerebral! ¡Hay que llevarle al neurólogo! Este, por supuesto, lo primero que hace es ingresar a la adolescente y realizarle una batería completa de exploraciones, entre las que no puede faltar una resonancia magnética. Como la resonancia y la angiorresonancia (resonancia con inyección de contraste) eran normales, hubo que hacerle una punción lumbar. Tanto los padres como la niña harían cualquier cosa que lograra determinar la causa de su patología. — Todas las exploraciones han dado resultados normales. — Pero mi hija no ve, tiene la pupila dilatada, ¿no habrá una causa oculta que la resonancia no detecte? Acude a un oftalmólogo amigo suyo y le dice que el estudio de las pupilas no es lo suyo, que siempre le ha dado miedo que se le pueda escapar algo, que no encuentra una explicación. Entre tanto, por si al primer neurólogo se le escapó algo, mejor visitar otro, que le recomienda una prueba de imagen de más resolución. Dado que el oftalmólogo conocido no ha resuelto el tema, piden cita simultáneamente a dos neurooftalmólogos en Madrid. La espera de un mes no es tole- 171 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos rable, por lo que acuden a todos sus amigos e influencias para que les adelante la cita. Cuando Sandra entra en la consulta, se la ve muy tranquila, todo lo contrario que la madre, que antes de empezar la exploración empieza a preguntar: — Mi hija ¿tiene un tumor?, ¿una esclerosis múltiple?, ¿por qué no ve?… — Tranquila, primero vamos a explorarla y luego hablamos. La pupila izquierda no reaccionaba a la luz, pero sí la derecha al iluminar cualquiera de las dos. Efectivamente había perdido la visión de cerca con ese ojo, no podía leer, pero con una gafa de vista cansada leía hasta las letras más pequeñas. La pupila no se lograba contraer con gotas de pilocarpina, el fondo de ojo era normal, los campos visuales normales, la popular OCT normal. Ningún signo alarmante y el diagnóstico cada vez más claro. La madre cada vez más angustiada: — Mi hija tiene algo grave, estamos pendientes de una resonancia de última generación. Le pregunto si ha tomado algún medicamento, si ha tenido contacto con plantas, si ha utilizado parches para el mareo. Sandra lo niega todo. Entonces hablo con la madre a solas y le digo: — Su hija se está poniendo una gota de un colirio anticolinérgico (que dilata la pupila) en el ojo izquierdo, probablemente atropina por la duración tan larga del efecto. — La madre incrédula dice: “Imposible, ella qué sabe”. — ¿Le habían dilatado la pupila a su hija antes? — Sí el año pasado, en la consulta del oftalmólogo. — Pues debió de ser cuando se dio cuenta de cómo actuaban esas gotas. En estas edades, los niños tienen formas muy particulares de llamar la atención, especialmente ante algún acontecimiento familiar que les perturba. No indagué so- 172 “El ojo clínico” La visión del experto bre su situación, pero espontáneamente salen a relucir circunstancias que a Sandra le podían preocupar. Les insisto en que busquen el colirio en casa, y la hermana mayor se compromete a actuar como detective. Pero la madre no me cree y le realiza la segunda prueba de neuroimagen, de mejor resolución y mayor precio; como era previsible, fue normal. Mientras tanto se acerca la cita de la segunda opinión de otro neurooftalmólogo, que da la casualidad de que es mi pareja. Le pongo en antecedente sobre la paciente que va a atender esa tarde. Justo unas horas antes de la cita llaman para anularla: “La hermana había encontrado el colirio de atropina”. La adolescencia es una edad difícil y no es infrecuente que los niños reclamen nuestra atención si piensan que no les estamos prestando la atención que merecen o si alguna circunstancia les perturba. Es muy habitual que simulen trastornos de visión, a veces simplemente lo que desean es usar gafas como su amiga íntima, pero en ocasiones su habilidad llega más lejos, como en este caso. Como padres nos resultará difícil creer que nuestros hijos están simulando una enfermedad, y la obligación de padres y médicos es asegurarse de que no existe patología, pero ¿hasta dónde debemos llegar en nuestras exploraciones? El empecinamiento de unos u otros puede llegar muy lejos y no todas las exploraciones son incruentas. 173 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos DOS HISTORIAS CON SIGMUND FREUD AL FONDO “He who knows histeria knows medicine” (William Osler) Prof. Manuel Sánchez Salorio Universidad de Santiago de Compostela Caso número 1 El paciente acaba de cumplir cincuenta años. Es un abogado que trabaja en un bufete bastante exitoso en una ciudad en la que todo el mundo se conoce. Llega a la consulta acompañado de su mujer. Mejor sería decir traído por su mujer. En el interrogatorio el paciente apenas habla. A mis preguntas contesta con monosílabos. Está claro que no quiere hablar y todo el tiempo permanece como ausente con los ojos medio cerrados. La mujer incrimina con acritud al marido su mutismo y asume ella todo el protagonismo. Dice que hace unos tres meses el marido empezó a no poder abrir los ojos, que ya “lo llevó” a varios oculistas que le recetaron varios colirios, especialmente lágrimas artificiales, pero que cada día está peor. Aunque con evidente desgana el paciente colabora bien en la exploración de la agudeza y del campo visual, que son normales. También lo son el fondo del ojo y la motilidad ocular. Cuando le digo que abra los ojos, apenas hace un ligero movimiento. Observo que las cejas no se mueven. No contrae el músculo frontal como haría cualquier paciente que tuviese una ptosis palpebral. Me entero de que el descenso del párpado superior no aumenta a medida que transcurre el día ni tampoco lo hace después de pedirle que cierre y abra los ojos varias veces. No parece una forma inicial de Miastenia gravis. Tampoco hay el menor signo de blefaroespasmo. La imagen es la de aquel a quien el sueño le impide mantener abiertos los ojos. Creo que el problema es psicógeno y por eso me analizo a mí mismo. Percibo que me causa pena y tristeza pero no hay más signos de que se trate de una depresión, en la que los síntomas no aparecen de repente, lo hacen poco a poco. Además el paciente no se queja, ni ha perdido peso ni tiene trastornos del sueño. También noto que no me irrita por lo que no debe de ser un querulante o un simulador. No sé lo que tiene pero no lo envío a un psiquiatra ni pido una resonancia magnética. No le digo que no tiene nada –sería un insulto a su orgullo– pero sí le digo que poco a poco se va a curar, que tiene que hacer algún esfuerzo de su parte y, para ganar tiempo, le receto unas vitaminas. 174 “El ojo clínico” La visión del experto A las dos semanas la esposa llama por teléfono diciendo que quiere hablar a solas conmigo y que es urgente. Cuando la recibo me dice que ha sucedido algo terrible; su marido ha empezado a rechazar clientes y no quiere llevar ya ningún pleito. Me explica con detalle lo que eso significa en la economía doméstica, y ya en plena diatriba contra su marido me dice: “Fíjese a lo que ha llegado. De nuestro hijo, al que usted conoce ya no dice que es un niño difícil sino que es un sinvergüenza”. Recuerdo vagamente a un niño que se comportaba de modo insoportable en la consulta y del que los padres presumían de haberlo llevado incluso a la consulta del doctor López Ibor. Pero no reviso la historia. Cojo un papel, le ruego a la señora que se concentre y le pido que escriba con la mayor exactitud posible la fecha en la que su marido dijo que el hijo era un sinvergüenza y en la que empezó a no poder abrir los ojos, y resulta que entre una y otra fecha habían transcurrido solo dos días. La violencia simbólica del suceso es apabullante. Justamente el día que ve con claridad el conflicto que le plantea el problema de su hijo, el subconsciente decide cerrar los ojos para no verlo. Eso es la conversión; un conflicto psicológico con una intensa carga emocional se convierte en un trastorno físico. Se somatiza. Caso número 2 Antes de consultar a la paciente yo ya conocía algo sobre el caso. En los ambientes highlife de la ciudad se comentaba que la hija de un matrimonio muy conocido se había quedado ciega de repente, hasta el punto de que cuando salía a la calle tenían que conducirla llevada de la mano. Cuando acompañada de su madre y una tía entra en la consulta, el diagnóstico casi está hecho ya. Se trata de una chica joven extraordinariamente atractiva que aprieta con fuerza los párpados y que, si no se lo impiden, choca con las paredes y los muebles. Digo que el diagnóstico ya está hecho porque, como todo el mundo sabe, los ciegos no ven pero no son tontos. Ante el peligro de chocar o de caerse, adelantan la mano o se quedan quietos esperando la ayuda de los demás. Además, el blefaroespasmo compulsivo bilateral cede o desaparece en los momentos en los que la muchacha no ocupa el centro de la escena. En la exploración la paciente niega percibir la luz pero las pupilas se contraen normalmente. La madre trae consigo una colección completa de las maravillas que hoy en día aportan las técnicas de imagen y diagnóstico, tanto en el cerebro como en la retina. Pero sigue temiendo que la niña pueda tener un tumor cerebral. Digo la niña porque aquella exuberancia que yo creía propicia de una muchacha de al menos dieciséis años se había producido en una niña con apenas trece años. Y entonces sucede una cosa bien curiosa. Cuando le digo a la madre que creo que el 175 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos trastorno es psicógeno, no solo no me cree sino que se incomoda. Deduzco que para la madre la hipótesis del tumor cerebral era terrible pero al menos era una enfermedad honorable. El trastorno psíquico representaba un “estigma” difícil de aceptar. Casi no puedo hablar con la paciente y abandonan la consulta sin concretar tratamientos ni nuevas revisiones. A los pocos días la madre, a quien conozco desde antiguo, me llama por teléfono y me pide que vuelva a ver a la niña y les diga lo que deben hacer. Solo pongo una condición: poder hablar a solas con la niña. La cito a una hora en la que ya no hay otros pacientes esperando y, en contra lo esperado, la conversación desde el principio resulta cómoda y fluida. Me da la impresión de que la niña está contenta porque sin la tutela de la madre se siente importante. Desaparece el blefaroespasmo. Pronto me doy cuenta de que el conflicto no está en la familia sino en el colegio. De llevar muy buenas notas había pasado a recibir varios suspensos. Pero sobre todo no quería volver al colegio. La negativa era absoluta y compulsiva. Y cuando yo creí que iba a aparecer un desengaño amoroso con un muchacho en el horizonte, lo que apareció fue… una monja. Pero no necesariamente un caso de pederastia. La niña era la predilecta de la monja. Esa predilección era comentada por las compañeras de curso y llegó a oídos de la madre superiora quien advirtió a la monja que debería evitar esa predilección. Para curarse en salud la monja no solo cortó bruscamente la predilección afectiva sino que también solo escribió suspensos donde antes firmaba sobresalientes. La niña no lo soportó y optó por no querer verlo. Con todas sus fuerzas cerró los ojos. No resultó difícil corregir que los volviese a abrir. Comentario Tanto el término como el concepto clásico de histeria han desaparecido de los manuales de Medicina y de Psiquiatría. Ahora se nombran y se entienden como “trastornos somatoformes” cuando predominan las manifestaciones físicas, tanto motoras como sensitivas, y como “trastornos disociativos” cuando lo hacen síntomas mentales (amnesia, despersonalización, diversidad de personalidades). También en la clínica oftalmológica cotidiana casi han desaparecido los cuadros clínicos clásicos como pueden ser los dos casos arriba descritos. En los últimos años solo he visto algunos casos de ambliopía en niños pequeños pero en todos ellos el conflicto originario estaba muy claro y también lo estaba la motivación del síntoma: reclamar atención, la de sus padres. Más parecían casos de simulación que fenómenos histéricos verdaderos. Todos se resolvieron en cuanto los padres fueron capaces de no hacer caso a lo que contaba el niño. Pero conviene recordar que el fenómeno de la conversión sigue -y seguirá- 176 “El ojo clínico” La visión del experto existiendo porque cumple una función. La reacción psicógena que convierte un conflicto emocional en un trastorno físico desplaza el lugar de la amenaza. El síntoma aberrante se convierte en el núcleo del conflicto y la mente se escapa del problema verdadero. Que el paciente no sea consciente del proceso refuerza la eficacia del fenómeno. Por eso el histérico no se queja. Acepta su trastorno “with placid aceptance”. Cuando el subconsciente elige la ptosis, el blefaroespasmo, la fotofobia o el hormigueo sabe lo que hace. Dos palabras tan solo sobre el tratamiento. Está claro que casos de larga duración deben ser referidos al psiquiatra, pero aquellos que aparecen como coyunturales creo que al menos en primera instancia deben ser afrontados por el oftalmólogo. Porque la clave radica siempre en que se llegue a establecer una alianza entre el médico y el paciente, y en un trastorno ocular la autoridad del oftalmólogo favorece y jerarquiza esa alianza. Pero para tratar a estos pacientes hace falta tener tiempo, curiosidad, sentido común, algún conocimiento sobre el ser humano y… una buena dosis de paciencia. Quizás eso sea lo que explique que rara vez esos enfermos sean vistos o tratados en los ambulatorios o consultas externas de los hospitales. Ignoro si en estos tiempos de Oftalmología súper tecnificada el relato de estos dos casos les será de utilidad en la práctica cotidiana. Espero que al menos sirva para recordarles la complejidad del comportamiento del ser humano. www.sansalorio.com 177 “El ojo clínico” La visión del experto 6. La retina La retina es la estructura clave del ojo y de la visión. En el globo ocular todo está organizado y estructurado para que la retina funcione adecuadamente ya que es la encargada de recibir las imágenes que proceden del exterior, de transformarlas en estímulos y de remitirlas al cerebro a través de la vía óptica. Es una membrana extraordinariamente compleja que recubre el ojo interiormente. Está dividida en dos grandes territorios: la retina central, donde se ubica la mácula, y la retina periférica, causante de uno de los cuadros clínicos más graves, los desprendimientos de retina. Tiene una arquitectura exquisita y una organización casi perfecta con millones de células ordenadas en diez capas superpuestas. Por ello es enormemente delicada. Al contrario que otras estructuras del ojo, como la córnea o el cristalino, la retina no puede ser trasplantada ni sustituida, por lo que una vez producido el daño suele ser irreversible. Así, las enfermedades de la retina son temibles. Hay múltiples patologías, enfermedades degenerativas, metabólicas, infecciosas, inflamatorias, vasculares, congénitas, traumáticas, etc. Entre todas ellas destacan cuatro grupos por su frecuente implicación con la ceguera: la degeneración de la mácula, el desprendimiento de la retina, la miopía magna y la retinopatía diabética. El desprendimiento de la retina, quizás la más temible de las enfermedades de la retina, se produce en dos fases. En el primer tiempo la retina se rompe, se produce un agujero o un desgarro. A partir de ese momento el líquido intraocular se filtra por ese agujero y provoca la segunda fase, el desprendimiento de la retina. En este proceso nueve de las diez capas de la retina se caen, se sueltan de su anclaje en la pared del globo ocular. La retina desprendida pierde su capacidad de nutrirse y se produce su muerte si no se recoloca en los primeros días tras su aparición, igual que cuando arrancamos una planta. La ceguera puede ser total y se considera de tratamiento quirúrgico urgente. Es, en definitiva, una enfermedad gravísima. La cirugía ataca a los dos frentes. Trata de recolocar la retina en su posición y de taponar la rotura. Se puede hacer con técnicas extraoculares, es decir, desde fuera del ojo tratando de acercar la pared del ojo a la retina desprendida, o con técnicas intraoculares, como la vitrectomía, que trata de eliminar el gel vítreo causante en muchas ocasiones de la rotura y el desprendimiento. Los “retinólogos” son oftalmólogos con especial dedicación a las enfermedades de la retina, cuya superespecialización requiere una intensa y extensa formación. El profesor Piñero Bustamante de Sevilla, la profesora Capeáns Tomé de 179 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos Santiago de Compostela, el profesor Pastor Jimeno de Valladolid, y el profesor García Arumí de Barcelona son reconocidos como unos de los cirujanos más experimentados y brillantes de este país y nos escriben su historia favorita. Es resaltable la coincidencia en la reflexión que cada uno de ellos hace sobre la extraordinaria relación médico-enfermo que se genera en el mundo de la retina. El agradecimiento inmenso de los pacientes y el sentimiento del cirujano, que conocedor del bien que ha hecho, se siente íntimamente gratificado por el reconocimiento a su labor mostrada por sus pacientes. No en vano en la pirámide de la jerarquía de valores de Maslow el penúltimo de los cinco escalones se refiere precisamente al reconocimiento, a la necesidad de estima que todo ser humano precisa para lograr su equilibrio, y que en muchas ocasiones nos dan nuestros pacientes. 180 “El ojo clínico” La visión del experto EL EMBARAZO Y EL MANDO Prof. Antonio Piñero Bustamante Universidad de Sevilla Hace algún tiempo un mes de septiembre se presentó en la consulta una mujer joven de 34 años con un embarazo gemelar de treinta semanas. Era su primer embarazo y venía acompañada de su marido, un joven alto y fuerte. Refería que era miope y que desde antes del verano estaba viendo peor con los dos ojos. La exploramos, no mejoraba con nueva refracción ninguno de los dos ojos, el segmento anterior era normal y le dilaté ambas pupilas para explorar el fondo del ojo, para ver la retina. Mientras dilataba me comentaron que estaban muy ilusionados con los dos hijos varones que venían, que les había costado tiempo conseguirlo y que posiblemente le adelantarían el parto. Una vez dilatada me asomé con el oftalmoscopio binocular y pude identificar lo que tenía, un desprendimiento de la retina inferior en ambos ojos. Le coloqué el cristal de tres espejos, una lente que nos permite analizar la retina con más detalle, y comprobamos la existencia simétrica de dos focos degenerativos inferiores con roturas en su lecho. Es decir, la retina se había roto en dos zonas de extrema debilidad y a partir de ahí se había desprendido. Bueno, pues mientras la paciente se limpiaba sus ojos de los restos de metilcelulosa, comencé a comentarle lo que había visto en el fondo y le dije sin aspavientos y quitándole hierro al asunto: — Tiene usted un desprendimiento de la retina en ambos ojos que debemos resolver. En ese momento a mi espalda oí un golpe enorme, el marido se había caído de boca, había sufrido un desmayo por la impresión de la noticia. Se había roto la nariz y la cara estaba en un charco de sangre cada vez más grande. Había roto en su caída una silla, desplazado un taburete y por muy poco no me cae encima con lo alto y grande que era. Pálido y bradicárdico se fue espabilando poco a poco, le limpiamos la cara, le taponamos la nariz y cuando parecía recuperado le dio un ataque de nervios y se puso a llorar. La mujer con su enorme barriga intentaba serenarlo, él sollozando repetía una tras otra la misma pregunta: ¿y ahora qué va a pasar? ¿y ahora qué va a pasar? 181 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos Ella, muy serena en todo momento, debió de cansarse de ver el espectáculo que estaba dando su marido, había transcurrido entre una cosa y otra una media hora, y de pronto levantándole la voz le dijo: “¡Ya está bien de tonterías, fulano!, ¡llevas media hora haciendo el tonto!”. El marido se fue calmando y pude explicarles lo que debíamos hacer a pesar de estar embarazada; ella en seguida me dijo que cuando podía ser y él hizo todo tipo de preguntas sobre qué le podía pasar a las criaturas que esperaban y en ningún momento parecía preocuparle el verdadero problema que su mujer tenía. Y lo hicimos, la intervenimos de ambos ojos en el mismo acto con anestesia locorregional sin sedación, colocándole en ambos ojos un procedimiento circular con crioterapia y drenaje del líquido subretiniano. Curamos ambos ojos y en las consultas del postoperatorio el marido era todo euforia, no paraba de hablar y de pedir disculpas. La mujer, serena, lo mataba con la mirada. Dio a luz a dos niños de casi tres kilos cada uno y en la primera consulta tras el parto me los trajo para que los conociera. El marido en esa consulta me hizo el siguiente comentario: — Le he dicho a mi mujer que porque no le ponemos a uno de los niños de nombre Antonio como usted. La mujer no lo dejó acabar y una vez más con un tono de voz algo más elevado le dijo: — Ya te he dicho que no, pues lo que me faltaba es recordar toda mi vida el espectáculo que diste. Me pareció acertado. ¡Los hombres, cómo somos los hombres! 182 “El ojo clínico” La visión del experto FAUSTINO, COMO UN ABUELO Prof. María del Carmen Capeáns Tomé Universidad de Santiago de Compostela Faustino era un paciente anciano que atendí hace más de 30 años que vino enviado desde otro hospital por pérdida de visión en su único ojo. Aunque no recuerdo su profesión (probablemente agricultor) tenía, sin embargo, una punta de refinamiento y resultaba tremendamente tierno. Me contó que había perdido la vista en el ojo derecho por un desprendimiento de retina hacía tres años, y que había notado hacía algo más de una semana chispazos, una sombra oscura que le fue subiendo desde abajo hacia arriba, dejándole ciego en dos días. No estaba operado de catarata y nunca había usado gafas. Observándole el fondo de ojo, encontré la retina completamente desprendida con una rotura en la periferia superior. Le comenté que se trataba de una enfermedad ocular grave, que le podía llevar a la ceguera (como él ya sabía) y que el único tratamiento era la intervención quirúrgica. Le realicé una cirugía extraescleral, aplicando frío sobre el desgarro, colocando radialmente una esponja de silicona. Tras la cirugía, la retina volvió a aplicarse y el paciente alcanzó una visión que le permitió volver a hacer su vida habitual. Faustino seguía revisiones regulares, más frecuentes en el postoperatorio inmediato y luego más separadas en el tiempo. Aunque se refería a mí como “Dña. Carmela”, yo percibía una relación de cercanía como tuve con pocos pacientes. En cada visita siempre buscaba un lugar recogido, sin testigos, para entregarme unas rosquillas, una tableta de chocolate… Cada vez que entraba en nuestra cabina y me entregaba estos detalles, yo recordaba con nostalgia cuando era niña y mi abuelo materno, cada vez que venía a 183 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos Santiago a visitar a su hermana, regresaba a casa siempre con alguna chuchería para todos los hermanos. Sin embargo, la vivencia que tuve con él que más me impresionó fue cuando en una de las últimas visitas me entrega una pera, una única fruta grande y hermosa. Yo le digo: — ¿Y esto, Faustino? Me contesta agobiado, algo avergonzado: — Es la única fruta que tuve en toda mi huerta. — ¡El único fruto de su huerto y me lo trae para mí! Faustino, ¿por qué tiene que traerme siempre algo? A lo cual me contestó rotundo: — Vd., para mí, es lo mejor de mi vida, el destino me quitó la vista y Vd. me la ha devuelto. La burocracia hizo que yo no pudiese seguir revisando a Faustino. Una vez que su proceso se estabilizó tuvo que seguir consultándose con el especialista de su área sanitaria. 184 “El ojo clínico” La visión del experto MI “AMIGO” ANTONIO TIENE LA “VISTA BORROSA” Prof. José Carlos Pastor Jimeno Universidad de Valladolid Una llamada de teléfono me sorprendió una noche en casa, a unas horas en las que solo mi familia suele tener ese privilegio. Cogió mi hija mayor que al cabo de un rato me dijo: — Papá, preguntan por ti, un amigo tuyo que se llama Antonio. — Sí, sí, contesté yo. ¿Quién eres? — Soy Antonio, un compañero tuyo, ¿Te acuerdas de mí? Horror, pensé. Antonio, ¿qué Antonio? Conozco cientos de Antonios y la verdad es que no considero a ninguno de ellos amigo mío. — Sí, hombre, sí, le contesté fingiendo e intentado demostrar una seguridad que seguro no coló. Se hizo un silencio, que apenas debió de durar unos segundos, pero que a mí me pareció una eternidad. — Me ha costado mucho encontrar tu número de teléfono, me espetó la voz. Bueno, pensé para mis adentros, menos mal que mis sistemas para proteger mi intimidad funcionan razonablemente. Pero más dudas asaltaron mi cabeza. Si no conoce mi número del móvil, mal andamos para ser amigo mío. — Bueno, tú me dirás, le solté. Y aún más, ¿en qué puedo ayudarte? — Me gustaría que me vieras el ojo -acabáramos, pensé, se trata de eso- llevo varios días con sensación como de niebla y estoy preocupado. Bueno, es tarde, noche de invierno. De ese invierno vallisoletano que invita a un buen libro en la cama y con la calefacción a tope. Ten paciencia, me avisa el subconsciente. Tiene que estar muy “agobiado” para molestarte a estas horas. Hala, deja el libro y ponte el “mono de faena”. Empieza por 185 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos enésima vez el rito de la anamnesis, de la historia clínica, vamos. Así por teléfono, a ver si puedes orientar la cosa y marcharnos los dos a la cama. — O sea, que ves como niebla, ¿verdad? — Sí, efectivamente. — Ya, vale. Una cosa: ¿te duele el ojo? Respuesta inmediata: — No. — Perfecto. Segunda pregunta: — ¿Se te ha puesto rojo? Otra vez con decisión: —No. — ¿No te habrás dado un golpe?, ¿verdad? — Pues no. No al menos recientemente. Y si me lo he dado no lo recuerdo. Vale, vale, sigamos con esta apasionante conversación (y el libro esperando), mientras parte de mi cerebro intenta averiguar quién puede ser el tal Antonio. Pues nada, ni la más remota idea de quién es mi “amigo”. Como ya peino canas, sigo dándole vueltas al “síntoma-guía”, es decir, la cuestión principal (quién es Antonio) mientras mis labios siguen desgranando preguntas mil veces repetidas: — Oye, ¿eres diabético? — Sí, claro (¡ah!, claro). — ¿Desde cuándo? — Desde hace cinco años. 186 “El ojo clínico” La visión del experto Ahora ya te tengo, pienso en mi interior. Le voy a “tirar” la pregunta clave: — ¿Te habrá visto algún oftalmólogo? — Claro, hombre, claro, si me han operado de cataratas, ¿no lo sabías? Caray, quién será Antonio, amigo mío, operado de cataratas y diabético. — Oye, una pregunta rutinaria: ¿te miraron el fondo de ojo? — Claro, muchas veces y nunca me han dicho que tenga lesiones por la diabetes. Vaya, primer error diagnóstico. No me parece eso en lo que estaba pensando. Y ahora ¿qué hago? Volver al síntoma guía, pero esta vez de verdad, el que refiere Antonio, sea quien sea. — Oye, me has dicho que ves borroso, ¿verdad? — ¡Sí, sí! Y he perdido visión. Y tengo que cerrar el ojo para poder leer, porque me estorba, me lanza en tromba. — Vale, vale. No te agobies. Oye ¿la pérdida de visión ha sido brusca, de repente? — No, hace dos días noté como una sombra en la parte inferior. Creí que tenía sucio el cristal de las gafas y me las limpié, pero seguía notando lo mismo. ¡Ah!, sigue, sigue, me seguía susurrando “mi oficio”. — Ayer seguía con la misma sensación y le dije a mi mujer Ana, ¿sabes quién es, verdad? Por supuesto, dije yo con un aplomo fingido: — ¡Tu esposa! — Claro, claro, asintió “mi amigo”. — Bueno, pues le dije que me mirara a ver si se me había metido algo en el ojo y me dijo que no veía nada. Y me puso unas gotas de esas de lágrimas que venden en las farmacias (y yo me pregunto: ¿en qué otro sitio pueden vender lágrimas artificiales?), pero no se me pasó. Y hoy dando clase me he dado cuenta de que veía muy 187 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos mal con ese ojo. Me he preocupado bastante y me he puesto a buscarte. Y, por cierto, me ha costado mucho localizarte, dijo con un tono de franco cabreo. Bueno, calma, será la angustia, me dijo mi otro yo. — Bueno, bueno, le corté la conversación. Mira, creo que tienes algo serio pero no me parece muy urgente como para que salgamos los dos ahora de casa. Si quieres te veo mañana. Eso sí -mentí descaradamente- si te agobias mucho, puedes llamarme cuando quieras, a la hora que sea no me molesta. (¡Mentiroso!, me dijo mi subconsciente, si te llama a una hora “no cristiana” te lo meriendas!). Colgué el teléfono y me quede pensando en el diagnóstico probable y sobre todo en quiénes serían Antonio y Ana. Al día siguiente a las 9 de la mañana llegué a las consultas del Instituto con una buena dosis de curiosidad. Obviamente me preocupaba el diagnóstico, pero sobre todo aclarar el enigma de mi “amigo” desconocido. Allí me encontré a un señor de unos 65 años, con su señora, cuyas caras no me sonaban ni de lejos pero que me saludaron afectuosamente, aunque eso sí con cara de preocupación. — Hola, ¿cómo estás?, les sonreí intentando ser amable. (Ni remota idea de quiénes eran). — ¿Qué tal estás? — Igual que ayer, pero más preocupado. — Bueno, tranquilo. Ahora viene una enfermera, te toma los datos de la historia y luego te exploraré yo. ¿Vale? — Vale. Busco a la enfermera. Está Eva. Perfecto. Vallisoletana, un poquito “recia” de carácter, pero eficiente y rápida. 188 “El ojo clínico” La visión del experto — Oye, Eva, con discreción, como tú sabes. A la par que le exploras intenta averiguar quién es. Dice que es mi amigo pero te juro que no tengo ni la más remota idea de qué me conoce. — Tranquilo, jefe. Mirada de cierta comprensión. Este jefe se nos hace mayor, ya no sabe ni quiénes son su amigos. Quince minutos más tarde regresa Eva con una sonrisa de “misión cumplida” (no esperaba menos). Es profesor de Industriales y dice que formó parte de la Junta de Gobierno de la Universidad cuando Ud. era vicerrector. Total ayer. Es decir 22 años. ¡Jo, qué alivio! No es mi memoria. Como para acordarme de aquellas reuniones tediosas, largas, insufribles y encima con la gente fumando. ¡Olé los tiempos modernos! — Por cierto, Eva, ¿qué crees que tiene? — No sé, jefe, yo soy una humilde “nurse” pero para mí que tiene un desprendimiento de retina. ¡Chapeau! Su historia reveló que era miope, que fue operado de cataratas en ambos ojos y que definitivamente se llama Antonio. Tras la exploración adecuada, llega el momento del veredicto: — Antonio, tienes un desprendimiento. Cara de estupor en mi “amigo” y de angustia en su mujer. — Pero, ¿cómo?, ¿si no me he dado ningún golpe?, ¿si no he hecho ningún esfuerzo? — Ya, pero es que la mayoría de los desprendimientos no tienen relación con ningún golpe. Eres miope, te han operado de cataratas y tienes ya una cierta edad. Así que tienes muchos de los números de esta lotería. — Pero, ¿así?, ¿de repente? — Sí, Antonio, así de repente. Bueno, es posible que hayas notado algo en estos días… 189 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos — Sí, ahora que lo pienso, llevo un par de semanas viendo luces en la parte interna de la visión de ese ojo y hace una semana tuve un montón de “moscas”, como decís vosotros. (Bueno, yo como soy un “cursi” digo miodesopsias, pero me callo). — Bueno, Antonio, no hay más solución que el quirófano. ¡Hay que operarte! En ese momento irrumpe Ana y se echa a llorar: — No, ¡no puede ser! Va a ser horrible. Antonio no lo va a soportar. Tú no le conoces. Y sigue llorando desconsoladamente. Yo efectivamente no conozco a Antonio pero no salgo de mi asombro. La enfermera al oír los lamentos entra, observa la situación y se me queda mirando fijamente. Pone cara de estar pensando: ¡la que has liado, majo! Yo pongo cara de ¡a mí que me registren! No lo entiendo. Pero da igual. Mi historia de profesor duro que hace llorar a algún alumno acaba de completarse con un nuevo capítulo. — Oye, Ana, intento mediar, tranquilízate, no te pongas así que no es para tanto. Ana interrumpe su llanto y cambia su expresión por la de enfado. — ¡Me lo vas a contar a mí! A mi padre le operaron de lo mismo y estuvo tres meses en la cama con los dos ojos vendados. ¡Se quería morir! Y casi lo lográis los médicos ya que al levantarse le dio una trombosis pulmonar. ¡Acabáramos! Vaya alivio ¡era eso! — Bueno, Ana, la Medicina ha cambiado muchísimo y ahora la intervención ya no se parece en nada. Ana deja de llorar y me mira con cierta curiosidad. — Ahora operamos con anestesia local, el paciente no ingresa y el mismo día de la cirugía puede pasear sin ningún problema. Ahora la cara es de recelo (este tío me está tomando el pelo). 190 “El ojo clínico” La visión del experto — ¡Ah, no!, interrumpe Antonio. Yo soy muy nervioso y exijo que se me duerma entero. — Mira, Antonio, fíate de mí. Los médicos seleccionamos siempre lo mejor para nuestros pacientes, y lo mejor te lo aseguro es la anestesia local. Estarás sedado, un par de pinchazos cerca del ojo y no tendrás dolor en la cirugía. Antonio duda, recela. — Que no, que yo no soporto el dolor, que verás cómo a mí me duele y entonces ¡me moveré! — Mira, Antonio (me la estoy jugando, la enfermera me sigue mirando), aquí el médico soy yo. Hazme caso y verás cómo no será una experiencia desagradable. ¡Te lo prometo! (y a mí no me gusta prometer). Antonio recela, refunfuña y al final acepta. La cirugía transcurrió sin problemas. Antonio se marchó a su casa. Vino al día siguiente para quitarle el parche y aseguró no haber tenido dolor ni haber tenido que tomar analgésicos. — Y ¡eso que eres un quejica!, apostilló Ana. Al mes y medio tras explorarle le dije: — Antonio, creo que esto está resuelto. Si los desprendimientos recidivan lo suelen hacer en el primer mes tras la cirugía y no es tu caso. ¡Enhorabuena! — Gracias, me dijo Ana. ¿Sabes una cosa? — No. — No nos fiamos de lo que nos contaste con respecto a la cirugía y localizamos ese día a dos pacientes que tú habías operado y nos dijeron que era verdad. Perdónanos, pero la historia de mi padre me dejo traumatizada para toda la vida. Y aunque digas que tu mejor regalo es que los pacientes queden bien, te hemos traído un detalle. — Gracias. Caja del Corte Inglés alargada… corbata de un azul cobalto y con arabescos. 191 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos — ¡Glup!, digo ¡preciosa! No me la pongo ahora porque no me va con la camisa, pero mañana mismo la estreno. Mentiroso. Solo conozco a un amigo mío, esta vez amigo de verdad, que se atreva a llevar esa corbata. Enseña Oftalmología en Extremadura. 192 “El ojo clínico” La visión del experto EL NEONATO Y LA RETINA Prof. José García Arumí Universidad Autónoma de Barcelona ¡Cuánta es la alegría de los padres cuando nace un hijo! Creo que hay pocas cosas que puedan igualarse. Lo primero que miramos todos es si tienen todos los dedos de las manos y los pies y, si son niños, que todo esté en su sitio. En algunas clínicas, creo que en la mayoría, para conseguir sacarles algo más de dinero a los padres, les ofrecen hacer una fotografía de la retina, que es más un recuerdo para unir a las otras fotos del nacimiento que otra cosa. Sin embargo, ese no fue el caso de Joaquín, un recién nacido de Valencia, al que después de hacerle las fotos al oftalmólogo le pareció que en un ojo tenía un desprendimiento de retina. Los padres, gente con capacidad económica, decidieron ir a Londres para comprobar si era cierto, y si precisaba algún tratamiento. Allí les dijeron que efectivamente la retina estaba desprendida en el ojo derecho, pero que todavía era muy joven para operarlo. Muy angustiados, y en busca de una tercera opinión, acudieron a mí. El perfil del padre era el del triunfador que no comprende que las cosas no le puedan ir bien a su hijo, y estaba destrozado. La madre era muy guapa y agradable, comprendía la situación, pero no se resignaba a que su hijo se quedara ciego de un ojo. Exploramos su retina, y nos llamó la atención la distribución del desprendimiento, que afectaba solamente a la retina posterior, y que parecía una retina muy adelgazada. Nos pareció que podía tratarse de una retinosquisis, separación de las capas de la retina, que ocurre solamente en el sexo masculino, tiene un origen hereditario y, en casos muy excepcionales, puede empezar a esta edad. Le expliqué a los padres lo que pensaba, que no se había operado nunca un caso como el de su hijo, pero que creía que debía operarse si queríamos conseguir que la visión central se recuperase. El padre, persona con carácter ejecutivo, convenció a su mujer para que hiciéramos la intervención quirúrgica. Le hicimos una vitrectomía, que consiste en introducirnos en la cavidad del ojo, quitar la gelatina de su interior, y aspiramos el líquido que separaba las capas de la retina. Para conseguir que las capas de la retina permanecieran unidas, introdujimos en la cavidad ocular una sustancia que es aceite de silicona. Al cabo de unos meses extraje el aceite de silicona y la retina tenía un aspecto prácticamente normal. 193 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos A estas edades no puedes preguntarle al niño si ve mejor después de la operación, por razones obvias, por lo que hicimos unas pruebas electrofisiológicas para saber si había recuperado vista, y las pruebas nos dijeron que ¡la visión era casi mejor que la del otro ojo! Explorando con un escáner la retina del otro ojo, observé que estaba pasándole lo mismo que en el primero, que también estaba iniciando una retinosquisis. La angustia de los padres aumentó, pues ellos pensaban que el ojo izquierdo era normal y que, a pesar del problema del ojo derecho, el niño podría hacer una vida como los demás con la visión del ojo bueno. Les planteé a los dos operar el ojo izquierdo y, muy animados por la recuperación del primer ojo, decidieron que también operáramos el segundo. La convivencia con los padres y el niño ha sido importante, teniendo en cuenta que hemos operado al niño dos veces de cada ojo, y que estábamos realizando una técnica nueva por lo que controlábamos más a menudo a Joaquín para saber su evolución. En general los padres lo dan todo por sus hijos, pero en especial los de Joaquín, que siempre mostraban una cara risueña, aunque la procesión fuera por dentro, preguntando cosas lógicas pero sin un momento de duda de que lo que estábamos haciendo era lo correcto, sin importarles los múltiples viajes que tuvieron que realizar a Barcelona para controlar a sus hijos. Me comentó el padre que le encantaba la ciudad de Barcelona, y que estaba pensando comprar un apartamento cerca de la clínica, en una zona en la que se divisa el mar y el puerto. La verdad es que era un niño muy agradecido, porque a pesar de que le habíamos operado los ojos, tapado con vendajes… siempre estaba riendo. También fue agradecida la retina del ojo izquierdo, ya que pudimos restablecer su anatomía, y así ha permanecido durante los seis años que lo he ido controlando. Los buenos resultados que obtuvimos y que hemos publicado en una revista científica han animado a otros oftalmólogos en todo el mundo a realizar esta intervención que no se atrevieron a hacer en Londres. Joaquín es un buen deportista y en una competición de su colegio ganó una medalla de oro en natación, y me la quiso regalar como muestra de agradecimiento. Cuando lo veo en la consulta me ilumina la tarde, por su carácter alegre y el agradecimiento de toda la familia. Está cursando una escolarización normal, con una visión del 50 % en el ojo izquierdo y del 60 % en el ojo derecho. 194 “El ojo clínico” La visión del experto Su padre, entre otros negocios, tiene barcos atuneros y cada año por navidades me regala unos bogavantes vivos, que son el terror de mi mujer cuando llegan a casa, porque no sabe qué hacer con ellos. Al final decidimos que el mejor método para matarlos era meterlos a hervir en una olla vivos, lo cual no debe ser una muerte muy agradable, pero están riquísimos. La gran suerte que tenemos los médicos y, en especial los cirujanos, es la capacidad de mejorar la salud de nuestros pacientes, y la relación médico-enfermo, que en algunas ocasiones es una de las facetas de nuestra profesión que más aprecio. 195 “El ojo clínico” La visión del experto 7. La mácula La mácula es la parte más importante de la retina. Se ubica en su centro, justo en el eje visual. Tiene una extensión de poco de más de un milímetro cuadrado y es la responsable de la agudeza visual y de la visión de los colores. Gracias a la mácula podemos leer, identificamos los detalles, reconocemos las facciones de las caras de las personas, cosemos o miramos la hora en el reloj. Hay muchas enfermedades que afectan a la mácula, desde enfermedades congénitas (niños que nacen con pérdida severa de visión por enfermedad de la mácula) a enfermedades degenerativas asociadas a la edad, pasando por maculopatías infecciosas, inflamatorias, vasculares, metabólicas… Actualmente las enfermedades de la mácula han adquirido gran notoriedad dada la enorme incidencia que tiene en la población occidental la degeneración de la mácula, la causa de ceguera más frecuente en los países desarrollados. En la degeneración de la mácula, la conocida DMAE (degeneración macular asociada a la edad), se produce un proceso degenerativo en la retina central con especial afectación en el milímetro cuadrado más importante del ojo, la mácula. Por múltiples causas, pero sobre todo por la edad, la mácula se degenera y se pierden las capacidades descritas. Con esta enfermedad no se llega a la ceguera absoluta, siempre queda un resto de visión que suele permitir hacer una vida parcialmente independiente. Sin duda, es de menor gravedad que un desprendimiento, pero tenemos pocas alternativas terapéuticas eficaces. El paciente en las primeras fases nota cierta disminución de la agudeza visual pero sobre todo una deformación de las imágenes. Los objetos dejan de verse regulares, especialmente las líneas rectas como los marcos de las puertas, y comienzan a hacerse irregulares, abombados, deformados, en definitiva. Es un síntoma conocido como metamorfopsia y es muy indicativo de que comienzan los problemas en la mácula. Hay dos grandes formas de degeneración macular asociada a la edad: la forma seca y la forma húmeda. En la forma seca, la mácula se atrofia, se debilita; en la húmeda, por el contrario, se produce una membrana, una lesión que crece progresivamente por debajo de la mácula hasta destruirla por medio de hemorragias, líquido o cicatrices fibrosas. Clásicamente se consideró que la degeneración de la mácula carecía de tratamiento. Actualmente la inyección intraocular de antiangiogénicos puede fre- 197 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos nar la progresión de la forma húmeda de la degeneración macular. La forma seca, generalmente menos agresiva, carece de tratamiento, aunque el uso de sustancias antioxidantes parece proteger la mácula del progresivo deterioro. Dentro de los expertos en retina hay algunos que han hecho del estudio de la mácula su leitmotiv. Lo saben todo sobre la mácula. El profesor Gómez-Ulla de Irazazábal de la Universidad de Santiago de Compostela es un claro ejemplo de estudioso de la mácula y nos relata su caso clínico favorito. El profesor Piñero Bustamante de la Universidad de Sevilla, además de experto cirujano, tiene también gran experiencia en el tratamiento de la mácula y nos cuenta un caso donde se centra en los aspectos paralelos de la enfermedad, en los aspectos más humanos del problema, dándonos una pequeña gran lección de la relación médico-paciente y que justifica el gran cariño que le profesan sus pacientes. 198 “El ojo clínico” La visión del experto LA PINTURA DE TURNER Prof. Antonio Piñero Bustamante Universidad de Sevilla En el trabajo hospitalario diario nos encontramos con todo tipo de pacientes, pero son pocos con los que acabamos estableciendo una relación amigable fruto del carácter del personaje, de la confianza y del agradecimiento, y de los años que llevamos atendiéndolo por su patología. Este es el caso de D. Manuel al que conocí como paciente hace siete años. Realmente no sé cómo llegó a mis manos ya que no le correspondía el hospital, pero la verdad es que desde el primer día nació una relación médico-paciente como debe ser. Este “como debe ser” lo defino como manifestación de confianza por parte del paciente y sentirte, como médico, libre para planificar el mejor tratamiento posible para su patología. D. Manuel, es un arquitecto, en la actualidad con 77 años, que había dejado de ejercer como tal hacía ocho años y desde entonces se dedicaba a su afición favorita, la pintura. Es curioso que en nuestra labor diaria en el trato con el paciente, al menos en mi caso, nos interesemos más por sus aficiones que por el trabajo que desarrollan o desarrollaron. En nuestro medio es frecuente: la cacería, el mar, el campo, los caballos, los distintos deportes y un sinfín de aficiones curiosas. Pues bien, D. Manuel es un gran aficionado a la pintura y da gusto hablar con él de los distintos museos que acaba de visitar en Londres, París, Madrid, Roma o San Petersburgo, prolongándose a veces la consulta más de la cuenta con estos temas que realmente me entretienen y que, a su vez, dan protagonismo al paciente diluyendo de alguna manera la preocupación que traen. D. Manuel suele visitar las exposiciones monográficas que realizan estos museos y aprovecha que su hija vive en Londres para disfrutar de la Tate Gallery donde le apasionan los paisajes de Constable y la pintura vaporosa de Turner; y la National Gallery, donde encuentra un popurrí de las mejores obras pictóricas de la historia desde el siglo XV hasta el impresionismo. Durante estos años, he podido ver algunos de sus cuadros de hace años, son paisajes vivos, algún retrato y algunos intentos de pintura que quieren ser impresionista. No es ningún aficionado, maneja bien el color y la perspectiva, y se le nota estudio y técnica. D. Manuel estaba diagnosticado de una degeneración macular asociada a la edad (DMAE) la primera vez que le vi. Había sido visto en otro centro y acudía con una situación seria, su ojo derecho tenía un cuadro de degeneración disciforme con 199 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos una visión menor de 0,05 y su ojo izquierdo, el que le preocupaba, mantenía en ese momento 0,4. Tras su estudio, protocolizamos los dos ojos con inyecciones de fármacos antiangiogénicos. Le expliqué que del ojo derecho esperábamos muy poco y del izquierdo, que la situación se convertía en una guerra con muchas batallas por delante y que tendríamos que ir ganando una a una. Pero las preguntas eran inevitables: — ¿Me quedaré ciego?, ¿podré seguir leyendo y pintando?, conducir no me preocupa tanto pero poder pintar sí. Y todas esas preguntas que un hombre con nivel intelectual alto realiza. Pues bien, en estos años hemos podido frenar la degeneración: en la última consulta mantenía una visión de 0,16 en el ojo derecho y de 0,3 en el ojo izquierdo, evidentemente esta visión cuantificada en el optotipo no tiene nada que ver con la visión subjetiva y visión de contraste. Pero D. Manuel es un luchador, es consciente de esta situación y la acepta como buena después de siete años y un número tremendo de inyecciones. Esta historia es una más de los muchos paciente con DMAE que tenemos en la clínica diaria, pero lo que me llamó siempre la atención son algunas circunstancias de este paciente. Siempre, en estos siete años, acudió solo a la consulta, es como si tratara de demostrarse a sí mismo su fortaleza, que era capaz, que mantenía su necesidad de autonomía, contra la que ha estado luchando todos estos años. Qué distinto de otros pacientes que tiran la toalla desde el primer día, de aquellos que se deprimen y hacen que la familia sufra con él la enfermedad, aquellos que logran enfrentar a la familia con el médico ante el fracaso, para ellos, de la terapia, aquellos que estando informados hasta la saciedad no se han querido enterar de lo que tiene su padre o madre, o aquellos que quieren que les resuelvas los problemas sociales y económicos que la enfermedad ocasiona en la familia. D. Manuel es un caballero, culto y educado, que es consciente de lo que le ocurre y jamás ha demostrado ni la más mínima duda ante las decisiones que tomábamos: — ¡D. Manuel, hay que volver a pinchar! — Qué le vamos a hacer, píncheme porque realmente he notado que veo algo peor. Y esta conversación se ha repetido muchas veces durante estos años. 200 “El ojo clínico” La visión del experto Un día me planteó una duda, creía que en su pintura las cosas estaban cambiando notablemente, y me trajo dos cuadros de esta nueva época y realmente había cambiado, la pintura era más oscura, con mucha menos definición de objetos y paisajes pero seguía trabajando con gran afición. Ante esta duda, que más que duda era preocupación, le dije que no me disgustaba esta nueva pintura y que me recordaba mucho a la pintura de Joseph Mallord William Turner cuando no es el “pintor de la luz” ni el pintor considerado como un prefacio romántico al impresionismo y deja de pintar paisajes idílicos y pinta oscuridades y formas, cuadros como “Llanberis” (1799), “Fisherman at sea” (1796), “Castillo de Dolbadern, North Gales” (1802), “Phaestum in a Storm” (1830-1835), etc. Este comentario le mudó la cara, entendí que D. Manuel había recibido la mejor “inyección” de su vida. Le había encantado mi comentario no intencionado, lo hice porque realmente me recordaba la pintura de Turner, salvando las distancias. Me agradeció de veras la inyección de ánimo y me di cuenta, una vez más, de la importancia del papel del médico en estas circunstancias dolorosas para los pacientes que cada día que pasa piensan que su visión se va apagando un poco más. Y, sobre todo, de lo necesario que es en los paciente una actitud de lucha constante y entender, como en este caso, que cualquier circunstancia o palabra amable hace que el pintor con el que D. Manuel disfrutaba en sus visitas a la Tate Gallery le había proporcionado esperanzas e ilusión para seguir ganándole batallas a la DMAE. 201 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos GUSTAVO, EL PACIENTE-MÉDICO OPTIMISTA Prof. Francisco Gómez-Ulla de Irazazábal Universidad de Santiago de Compostela Eran las ocho de la tarde de un lluvioso día de enero de hace cinco años. Solo habían pasado ocho días de la celebración de una fiesta tan tradicional en nuestro país como es la noche de Reyes. Lo recuerdo bien porque ese año había cogido las vacaciones más tarde y me acababa de reincorporar el día anterior al trabajo. Había sido un día agotador y me disponía a irme a mi casa cuando mi enfermera me llamó al despacho diciéndome que el doctor Gustavo Fernández (nombre imaginario) quería hablar conmigo urgentemente. El Dr. Fernández era un buen y viejo amigo con el que había compartido muchos días de hospital y de quirófano durante muchos años. Aunque no era oftalmólogo, tenía bastantes conocimientos de Oftalmología y, a pesar de sus casi 76 años, seguía ejerciendo la profesión de médico con notable profesionalidad y eficacia. Entró en mi despacho y me dijo que desde hacía una semana veía nublado y las cosas torcidas con su ojo derecho y que, por lo tanto, debía de tener un problema en la mácula. Efectivamente, al examinarlo su visión era de 20/60 en ese ojo y de 20/25 en el ojo izquierdo y en el estudio de imagen con OCT y angiografía fluoresceínica se observaban drusas blandas en ambos ojos y DMAE húmeda en el ojo derecho en su variante proliferación angiomatosa retiniana (RAP). En cuanto le expliqué cuál era el diagnóstico y el tratamiento a aplicar, su reacción me sorprendió. Me sonrió y me dijo: — Bueno, soy un afortunado al pasarme ahora, pues hace tres años no hubiera tenido ninguna posibilidad de frenar esto. Pínchame ahora mismo, lo que yo quiero es seguir trabajando y jugando al golf. Hacia menos de un año que Lucentis® había sido aprobado en España y todavía no teníamos suficiente experiencia de su verdadera eficacia y manejo en los RAP. Pensé que con la confianza que nos unía, el acto de la inyección intravítrea iba a convertirse en una prueba para mis coronarias. Sorprendentemente me dijo que le pusiera mucho anestésico, dejase actuar el betadine y que hacia dónde tenía que mirar, -evidentemente venía bien documentado y dispuesto a luchar contra su enfermedad-. La fina aguja de 30G atravesó sin problema las paredes del ojo y pude depositar la pequeña cantidad de Lucentis® en el interior de la cavidad vítrea sin que su ojo se moviese un milímetro. Al acabar la inyección me dijo: 202 “El ojo clínico” La visión del experto — No me ha molestado nada, he visto como ha entrado el líquido y veo además un pequeño punto negro en la parte inferior, refiriéndose a una pequeña burbuja de aire que a veces queda alojada en las paredes de la jeringa y sin ninguna importancia penetra en el ojo al realizar la inyección. Cinco días más tarde, era domingo, estaba comiendo tranquilamente con unos amigos y el sonido de mi móvil me recuerda que Gustavo requiere mi atención. Contesto por si hubiese algún problema y me dice: — Francisco, esto es milagroso, acabo de terminar de jugar mi partida de golf y veo también que he ganado la comida. Muchas gracias, el mes que viene nos vemos. Al cabo de un mes, un nuevo examen oftalmológico revela que ha doblado la visión en ese ojo y que ya no hay líquido en el OCT ni signos de actividad en el estudio del fondo de ojo. Como en los RAP no tenemos tanta experiencia en la frecuencia de inyecciones y ante la buenísima respuesta terapéutica, decidimos no hacer la fase de carga de poner una inyección al mes los tres primeros meses y a cambio vigilarle mensualmente. Se despide de mí dándome un abrazo y diciéndome: — Ves como yo tenía razón de que soy afortunado de que me haya pasado ahora y de tener amigos como tú…. Durante los cuatro meses siguientes no hubo cambios apreciables, pero al quinto mes volvió con una recaída importante y una pequeña hemorragia en el área macular que le ha obligado a ponerse desde entonces y hasta el día de hoy, en que estoy escribiendo este relato, 27 inyecciones más en estos cinco años de seguimiento, así como nuevas angiografías, para reevaluar el diagnóstico y varios cambios de tratamiento (como terapia fotodinámica) para ver si podíamos conseguir una mejor respuesta. Su visión se mantiene cuatro letras por debajo de la inicial y siempre acude a mí con una sonrisa en los labios y un abrazo al despedirse. A los seis meses del inicio de su enfermedad apareció el mismo problema en su ojo izquierdo, se trató con fase de carga y una cuarta inyección y sorprendentemente no ha tenido necesidad de nuevos tratamientos desde entonces y su visión en su ojo izquierdo se mantiene en 20/25. Lo veo a menudo como amigo, de vez en cuando comemos juntos, y siempre me dice que su vida ha sido la de un hombre con suerte por tener las enfermedades en el momento oportuno en que hay tratamientos para ellas y además poder seguir 203 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos haciendo lo que más le gusta en la vida, estar con sus amigos y disfrutar del golf, su verdadera pasión. — Gracias a ti, al momento en que me pasó y a la constancia de los dos para luchar contra esta enfermedad crónica, sigo haciendo lo que deseo y a mis 81 años puedo seguir conduciendo, leyendo y disfrutando de esta larga vida que Dios me dio. 204 “Los ojos que no existen” La visión solidaria “Los ojos que no existen” La visión solidaria LAS ORGANIZACIONES NO GUBERNAMENTALES (ONG) DEDICADAS A LA LUCHA CONTRA LA CEGUERA INTRODUCCIÓN José Fernández-Vigo López En la tercera parte de nuestro libro queremos que conozcan las ONG dedicadas a la lucha contra la ceguera que van a ser las beneficiarias de los fondos obtenidos con la venta de este libro. Para ello, el doctor Julio Yangüela, presidente de la ONG Visión Mundi y presidente de la Sociedad Española para la Prevención de la Ceguera en Países en Desarrollo, nos explica los objetivos que tienen y las funciones que desarrollan estas ONG. Posteriormente presentamos las actividades de las tres ONG seleccionadas, dentro de las muchas que existen en la Oftalmología española. La doctora Elena Barraquer, el profesor Fernández-Vega y los doctores Julio de la Cámara y García Sánchez nos detallan la historia de sus respectivas ONG y nos relatan su experiencia escribiendo un diario de alguna de sus expediciones. 207 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos Los retos de las ONG españolas para la prevención de la ceguera Dr. Julio Yangüela Rodilla Presidente de la Sociedad Española para la Prevención de la Ceguera en Países en Desarrollo Pocas especialidades médicas tienen la posibilidad de hacer tanto por la gente necesitada como nosotros los oftalmólogos. Quizás por esto, cada vez somos más los que nos interesamos por la cooperación al desarrollo y que encontramos en ella un verdadero sentido a nuestro trabajo, en un momento en que nuestra sociedad está muy necesitada de referentes y valores. En el mundo hay más de 285 millones de personas afectadas por problemas severos de visión. Treinta y nueve millones están ciegas, la mayor parte a causa de cataratas. Ciento cuarenta y seis millones padecen baja visión debido a un problema médico y otros cien millones más por defectos de refracción. En algunos países africanos, más del 1 % de la población está ciega. Un 90 % de las personas afectadas de ceguera vive en países en desarrollo, donde la posibilidad de quedarse ciego es entre cinco y diez veces mayor que en los países industrializados. Estas cifras van en aumento: proyecciones de la OMS indican que la ceguera puede afectar a más de 75 millones de personas en el año 2020, como consecuencia del crecimiento demográfico y del envejecimiento de la población, a menos que se emprendan medidas urgentes y coordinadas. La OMS considera que junto con las vacunaciones, la lucha contra la ceguera es la acción sanitaria más eficaz para luchar contra la pobreza. En muchos países pobres las personas ciegas son apartadas de la sociedad. Un niño que no ve bien no va a poder educarse adecuadamente y va a ver limitado todo su futuro. El 60 % de los ciegos son mujeres. En muchas culturas, es la mujer la que se encarga de la educación de los niños, con lo que su falta de visión va a perpetuar la espiral del subdesarrollo en las siguientes generaciones. La buena noticia es que más del 80 % de las causas de ceguera o baja visión son tratables u operables a bajo coste. En la actualidad, entre 20-25 grupos diferentes de oftalmólogos españoles realizan algún tipo de cooperación. Sin embargo, el impacto de nuestras ac- 208 “Los ojos que no existen” La visión solidaria ciones en la erradicación de la ceguera es todavía muy limitado. Entre todos realizamos menos de 20.000 cirugías de catarata/año en todo el mundo, cuando hacen falta entre 4.000-5.000 cirugías /millón de habitante para disminuir la carga de ceguera por cataratas en un área concreta. Como respuesta al creciente número de acciones promovidas en el exterior por oftalmólogos y ONG españolas, doce ONG españolas de Lucha Contra la Ceguera decidimos unir esfuerzos y crear en el año 2010 la Sociedad Española Contra la Ceguera en Países en Desarrollo (www.poderver.org). Nuestro objetivo es ser un punto de encuentro donde nos podamos conocer, formarnos y tratar de aunar esfuerzos para mejorar la calidad de las acciones que realizamos en diferentes lugares del mundo. (En www.poderver.org se puede encontrar un directorio con las principales ONG españolas). Los expertos insisten mucho en que la cooperación al desarrollo requiere formación específica para que sea eficaz y que no es lo mismo cooperación que caridad. Así, por ejemplo, programas bienintencionados de cirugía de cataratas gratuita o de donación de gafas pueden, en algunos casos, ser contraproducentes, ya que a su limitado impacto unen el que desincentivan la creación de proyectos sostenibles y educan a la gente en la cultura de la subvención, en vez de la de luchar por sus propios medios para salir del subdesarrollo. Los países en desarrollo en los que está disminuyendo la ceguera son aquellos en los que se está apostando por capacitar personal local, en vez de acudir nosotros a realizar las cirugías. Debemos apostar, allí donde sea posible, por ir a formar más que a operar. Sin duda, la cooperación al desarrollo en Oftalmología va a tener una importancia cada vez mayor dentro de nuestra sociedad. De alguna manera somos embajadores de nuestra cultura y de nuestro país allí donde viajamos. Tenemos que encontrar mecanismos para que esta importante labor sea valorada y cuente con un respaldo decidido por parte de nuestras autoridades. Desde la Sociedad Española Contra la Ceguera en Países en Desarrollo, intentaremos ayudar a que nuestras acciones tengan cada vez una mayor calidad y eficacia. Solo me queda por último felicitar a los promotores de este libro por su excelente idea, un nuevo y novedoso paso en la lucha contra la ceguera que se realiza desde nuestro país. 209 “Los ojos que no existen” La visión solidaria 1. Fundación Barraquer Dra. Elena Barraquer Compte Barcelona HISTORIA El profesor José Antonio Barraquer Roviralta fue el primer catedrático de Oftalmología de la Universidad de Barcelona y probablemente de España. Entre los años 1919 y 1923, fue sucedido como catedrático interino por su hijo, el conocido oftalmólogo don Ignacio Barraquer y Barraquer. Este último ejerció desde 1928 como jefe del Servicio de Oftalmología del Hospital de la Santa Cruz y San Pablo y, al dejar sus funciones allí, para abrir una gran clínica en el ámbito monográfico de su especialidad, no quiso que los pacientes con menos recursos económicos se vieran apartados de los beneficios de la más moderna Oftalmología, a la que podían acceder en su nuevo Centro. Así nació, en 1941, el reputado Dispensario de la Clínica Barraquer. Más adelante, esta institucionalización de una obra social en la Clínica Barraquer de Barcelona se hizo extensiva a la Clínica que su hijo José Ignacio, también oftalmólogo, estableció en la ciudad de Santafé de Bogotá, en la lejana Colombia. Con esa historia previa de tradición social y asistencial, en el año 2003, el Prof. Joaquín Barraquer, la Dra. Elena Barraquer y el Dr. Rafael I. Barraquer deciden aumentar el ámbito de actuación directa del Dispensario, aplicada hasta entonces sobre españoles e inmigrantes, sobre las poblaciones más desfavorecidas de otros países, y así constituyen la Fundación Barraquer. Ese mismo año el profesor Joaquín Barraquer vendió el Mercedes-Benz 540K Autobahn Kurier heredado de su padre, y del que solo se conocen tres modelos en el mundo, a un coleccionista americano. Con el producto de la venta creó una entidad sin ánimo de lucro, la Fundación Barraquer, con el fin de continuar la labor iniciada en 1941 a través de la Obra Social del Dispensario Barraquer. Existen dos versiones de cómo el coche llegó a manos del profesor Ignacio Barraquer: unos dicen que fue regalo del Rey Farouq I de Egipto y otros que el mismo profesor Ignacio Barraquer lo compró directamente en el año 1938 durante el salón del automóvil de París. En cualquier caso, don Joaquín consideró que sería un mejor homenaje a la memoria de su padre y maestro destinar el valor del coche a una ampliación de su obra social que retenerlo como un recuerdo personal. 211 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos Gracias a esa decisión altruista y generosa, en estos diez años de actividad, como veremos más adelante, la Fundación Barraquer ha desarrollado un extenso programa de caravanas solidarias asistenciales a zonas deprimidas de África y Asia, en muchas ocasiones apoyando la actividad de otras ONG para asegurar, con sus recursos profesionales y técnicos, una mayor eficiencia en estas acciones. Con el mismo objetivo, se han instituido programas y becas de formación en el Instituto Barraquer de Barcelona para que médicos y técnicos de aquellos países puedan recibir la necesaria actualización en la moderna Oftalmología, a fin de extender y perpetuar los beneficios de esos desplazamientos asistenciales, haciéndolos más eficaces mediante la posibilidad de una selección previa de los casos a atender y una atención posterior de los operados. En esta actividad exterior hay que considerar también a los pacientes que, por la complejidad del caso, son trasladados a Barcelona y tratados por el equipo facultativo del Centro de Oftalmología Barraquer en las mismas condiciones de gratuidad. Para quien ha nacido en un país del primer mundo, en ocasiones, resulta difícil entender que unas cataratas, que se solucionan de manera sencilla y rápida, puedan ser un escollo insalvable en la supervivencia. Sin duda, se trata de la causa principal de ceguera en los países en vías de desarrollo y supone, en consecuencia, el no poder acceder a un puesto de trabajo que permita a un adulto mantener a su familia. La salud visual de los niños es también un objetivo muy importante, pues sin la buena visión que proporcionan en muchos casos unas gafas adecuadas no pueden atender a la escolarización y aprendizaje que, posteriormente, les abrirá un futuro a través del trabajo. Así pues, podemos concluir que estas acciones inciden directamente en dos puntales del crecimiento socioeconómico de un país: la salud y la educación. Esta conciencia social que desde siempre ha inspirado a la organización Barraquer es hoy uno de los pilares para la definición de excelencia en las empresas, la Responsabilidad Social Corporativa, pero más allá de cualquier consideración debemos tener presente la absoluta necesidad de estas acciones y de la colaboración de todos para que el mundo, siendo más justo, sea también más seguro. Como dice el lema de la Fundación Barraquer, en esta tarea “Todos tenemos mucho que ver”. ÁMBITOS DE ACTUACIÓN Fundamentalmente, los objetivos son: 1.- Facilitar asistencia oftalmológica a personas con recursos económicos escasos. 212 “Los ojos que no existen” La visión solidaria 2.- Dar apoyo a investigaciones oftalmológicas. 3.- Conceder becas para la formación de especialistas. 4.- Concienciación de la sociedad a favor de la donación de ojos. 5.- Establecer acuerdos con otras instituciones para alcanzar sus objetivos. LÍNEAS DE ACTIVIDAD ASISTENCIAL 1.- Expediciones oftalmológicas a áreas desfavorecidas. 2.- Actuación local en el Centro de Oftalmología Barraquer. PROYECTOS DE COOPERACIÓN Durante los diez años de vida de la Fundación, su labor ha ido aumentando. En el año 2004 se realizaron las dos primeras expediciones a Senegal y a Camerún con un total de veinte operaciones de cataratas realizadas (aproximadamente). Dos años después, en el 2006, se empezó a viajar a la India y el número de operaciones fue casi del triple. Gracias al apoyo de otras fundaciones y ONG, la Fundación ha ido consolidando su labor y creciendo en el número de operaciones y países de actuación. Nuestras primeras colaboraciones y viajes fueron con el Colegio de Enfermería de Barcelona, Fundación SOS, Sonrisas de Bombay y Association Education Santé. En el año 2008 viajamos dos veces a Camerún de la mano de Fundación Recover. Gracias a la colaboración con África Digna, en el 2009 se sumó Kenia a los países receptores de nuestra ayuda. En el año 2010 con la colaboración de Fundación Ibo, comenzamos a operar en Mozambique, en Malawi con Active Africa, en Gabón con la Fundación Amissa Bongo y en Marruecos. Durante ese año los números de pacientes tratados fueron de casi seis mil y quinientas treinta y nueve las cataratas operadas. Al año siguiente, en 2011, además de repetir todos nuestro destinos del 2010, empezamos a colaborar con la Dominicas Mexicanas en Ayene (Guinea Ecuatorial). En el 2012 se une Níger y gracias a la Fundación Wodaabe-Níger superamos el millar de cataratas operadas ese año. 213 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos Gracias a la colaboración con la multinacional UNILEVER, en el año 2013 hemos podido operar durante una semana en Bangladesh en un barco hospital que pertenece a la Fundación Friendship, y también en el Congo con la Asociación F.AEMP, por lo que, aunque quedan pendientes dos expediciones a Mozambique y Níger, 2013 será, sin duda, el año en el que batamos todos los récords: de operaciones en un día, por expedición y en total. Nuestras técnicas han ido mejorando con los años, el equipo ha conseguido consolidar su labor en estos países, por lo que el número de países que nos solicitan nuestra ayuda crece cada año. Actualmente colaboramos en Marruecos, Senegal, Níger, Camerún, Guinea Ecuatorial, Gabón, República Democrática del Congo, Kenia, Malawi, Mozambique, India y Bangladesh. El próximo año tendremos tres destinos nuevos: Cabo Verde, Sierra Leona y Argelia, gracias al acuerdo firmado entre Equatorial Coca-Cola Bottling Company, S. L. y Fundación Barraquer, y estamos estudiando abrir una nueva sede de la Fundación en República Dominicana para poder atender el área del Caribe, centro y sur de América desde allí, con médicos formados por el Instituto Barraquer. En estos diez años, hemos realizado un total de cincuenta y una misiones humanitarias, con 3.684 operaciones de cataratas, 22.062 consultas oftalmológicas y unas 7.571 gafas entregadas. CAPTACIÓN DE FONDOS La Fundación organiza numerosas actividades como cenas benéficas, exposiciones artísticas, conciertos, torneos deportivos, mercadillos, cestas de Navidad, etc. Gracias a estas actividades y a las donaciones de particulares y entidades en el año 2012 se obtuvo una cifra récord de fondos. También es pionera en ofrecer a sus socios nuevas maneras de ayudar sin repercutir en sus bolsillos, gracias a las nuevas tecnologías, como shopciable o chad2win. Ha lanzado también, conjuntamente con la firma Castañer, un bolso y una alpargata solidaria; constantemente está buscando nuevas maneras de conseguir financiación. Nuestros eventos se han convertido, no solo en una manera de conseguir fondos, sino también en una manera de hacer que nuestros socios y amigos lo 214 “Los ojos que no existen” La visión solidaria pasen bien pudiendo ayudar. Durante uno de nuestros mercadillos benéficos una de las clientas asiduas nos daba la gracias por, no solo tener la oportunidad de comprar cosas a muy buen precio, sino también poder ayudar a una buena causa. La mayor parte de estos fondos proceden de los actos promocionales, que representan el 47 % del total. Es destacable que el 33 % del total es una aportación de particulares. 215 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos RELATO DE UNA EXPEDICIÓN: KENIA 2013 Dra. Elena Barraquer Compte Barcelona Domingo Esta es la cuarta vez que la Fundación Barraquer viaja de expedición asistencial a Kenia, en colaboración con África Digna, una ONG de Barcelona con proyectos sociosanitarios en el país. Llegamos a Nyeri, una población de 120.000 habitantes al noroeste de Nairobi, cerca del Monte Kenia, un domingo por la mañana después de dos vuelos de cuatro horas y media cada uno y un último trayecto en minibus de más de dos horas. En el hospital provincial de Nyeri nos esperan un par de misioneros con treinta Samburu que han viajado por carretera casi tanto como nosotros. Uno de ellos luce, muy orgulloso, un collar del cual cuelgan los botes de colirios (vacíos) que dimos el año anterior a otro miembro de su tribu. Es su única pertenencia superflua. Tenemos que examinarlos y valorar quiénes necesitan una intervención de catarata, la causa principal de ceguera en estos países. Para minimizar los gastos de su estancia en la ciudad y el alquiler del autobús que han utilizado para su desplazamiento deberíamos operarlos hoy mismo, así mañana, una vez controlado el resultado, podrán regresar a su región, al norte del país. El equipo de la Fundación Barraquer está compuesto en esta ocasión por siete personas: Nacho, el anestesista; Marta, la oftalmóloga que se encargará de la consulta; Maite, la instrumentista; Jesús, Stefano y Rodrigo, voluntarios encargados de limpiar y esterilizar el instrumental, dilatar las pupilas, movilizar a los pacientes y asumir esas funciones que en nuestro entorno habitual ya damos por hechas; y yo misma, Elena, la cirujana. A pesar de que el cuerpo nos pide a gritos una buena cama, después de un almuerzo ligero a base de samosas, empanadillas de carne típicas del lugar, equipamos el quirófano con todos los aparatos, instrumentos y material quirúrgico que hemos traído de Barcelona (unos 450 kg) y empezamos la sesión. Los Samburu tienen ojos difíciles, con córneas poco transparentes, lo que dificulta la extracción de las cataratas, casi todas muy avanzadas. Pero conseguimos terminar los quince casos que “solamente” tenían catarata a las siete de la tarde. Por desgracia, hemos tenido que excluir otros tantos que por presentar glau- 216 “Los ojos que no existen” La visión solidaria coma avanzado no habrían mejorado o que tenían córneas tan opacas que impedían la intervención. Llegamos al hotel, un “tres estrellas cutre africano” donde nos espera una cena decente y al menos sábanas limpias en las camas. Lunes El despertador suena a las 6:30 de la mañana. ¡Hace un frío pelón! Estamos en el hemisferio sur y a casi dos mil metros de altura. Por suerte hoy tenemos agua caliente en la ducha, ¡un lujo! Después de un buen desayuno “a la americana” porque el almuerzo del hospital deja mucho que desear, estamos dispuestos a empezar una nueva jornada. Hoy han llegado más misioneros con Samburu y Turkana, casos parecidos a los de ayer. Marta los va examinando con ayuda de Rodrigo, quien ha aprendido a utilizar el Tonopen para medir la presión y a agilizar la visita. Yo voy operando catarata tras catarata en armoniosa coordinación con Maite, también veterana de estas lides. El ritmo es bueno y Nacho casi no da abasto con las anestesias. Jesús y Stefano no paran de lavar y esterilizar el instrumental. Suerte que hemos traído con nosotros un Statim, aparato de autoclave que en nueve minutos realiza una perfecta desinfección. Los operados de ayer están todos relativamente bien, con más o menos inflamación postoperatoria, pero todos muy contentos y peleando entre ellos como niños para decidir quién ve más a lo lejos. Los misioneros se despiden muy agradecidos hasta el año que viene. Por la tarde nos toca algún caso más complicado y el ritmo se enlentece. He operado a un par de pacientes jóvenes, con cataratas traumáticas hipermaduras y fibrosadas a las que literalmente ha sido difícil “hincarles el diente”. Pero afortunadamente no hemos tenido ningún problema que no hayamos podido resolver. Acabamos el día a las 21:30 h con treinta y siete cataratas operadas, cansados pero felices por haber mejorado la calidad de vida de esta pobre gente. La cena está amenizada con anécdotas de la jornada y regada con Tusker, la cerveza local, ligera y refrescante. 217 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos Martes Los Samburu y Turkana operados regresan a sus regiones equipados con los colirios para el tratamiento postoperatorio que también hemos traído de Barcelona y unas gafas de sol para protegerse. Las gafas provienen de donaciones particulares y las hay de todo tipo, modelo y color. A una mujer bajita le han tocado unas enormes de Armani, a otra, unas con la bandera de EE. UU.; están muy graciosas. Un operado nos regala su bastón: dice que como ahora ya puede ver, no lo necesita. Es emocionante. Hoy nos toca operar a los Kikuyu, gente local quienes por suerte no tienen los ojos hundidos de los Samburu ni sus córneas veladas. Pero las cataratas son muy duras, tanto que en un par de casos he tenido que revertir a la técnica extracapsular, con incisión grande y suturas, porque los ultrasonidos no hacían mella en ellas. Esto hace que la intervención se alargue y la recuperación visual sea más lenta. No terminamos las treinta y ocho cataratas que nos habíamos propuesto operar hasta pasadas las once de la noche, con el tiempo justo para una cena rápida antes de caer agotados en la cama. Miércoles Seguimos operando sin parar, unos casos más difíciles que otros pero sin complicaciones importantes. Los Kikuyu son menos primitivos que los Samburu y entienden más fácilmente las indicaciones que les damos. En quirófano tenemos un par de ayudantes locales que hacen de traductores. Además, Mercedes, presidenta de África Digna, ha preparado un listado con instrucciones básicas en swahili: “abre los ojos, cierra los ojos, recuéstate aquí, no te muevas…”, frases indispensables para tener a mano, porque un pequeño movimiento de la cabeza durante la operación puede ser un desastre. A la hora de almorzar se acerca Karanja, el técnico en Oftalmología del hospital, para anunciarme que tengo una paciente “ilustre”: la madre de un médico del Ministerio de Salud Pública, un hombre muy agradable entrenado en Inglaterra. Aunque podría pagar la intervención, en el hospital no disponen de facoemulsificador, el aparato de ultrasonidos que pulveriza la catarata y con el cual se obtienen mejores resultados. Es lógico que prefiera ser operada por nosotros con las técnicas más modernas. Le invito a entrar en quirófano durante 218 “Los ojos que no existen” La visión solidaria la preparación e intervención de su madre y está encantado: no para de hablar, explicando y preguntando mil cosas. Es un alivio cuando ella ya está lista y los dos se van. ¡Puedo volver a escuchar la música que siempre me acompaña, arias de ópera y pop rock de los años setenta! Terminamos la jornada habiendo extraído treinta y seis cataratas más y a tiempo para que las “mamás”, las pacientes operadas que se quedan a dormir una noche en el hospital compartiendo cama de dos en dos, nos deleiten con unas canciones tradicionales. Jueves Hoy es el último día de quirófano. Las pocas horas de sueño se van acumulando pero el agradecimiento de los pacientes nos mantiene en forma. Sin olvidar las dosis de vitamina B, que además nos evitan las picaduras de mosquitos. La cola de pacientes para ser examinados no parece mermar. Pero en algún momento hay que cerrar el cupo porque nuestro tiempo es limitado. Marta me pregunta a quién dar prioridad entre un chico de 28 años con una catarata traumática que solo le permite ver la luz y el otro ojo sano y una mujer de 50 años con catarata bilateral y visión únicamente de bultos. Creo que la mujer prácticamente ciega lo necesita más. Pero como no me gusta hacer de rey Salomón decido que opero a los dos. En estos países los traumatismos están a la orden del día y el chico puede perder su otro ojo en cualquier momento. Una chica embarazada se marea con la anestesia local y nos obsequia con una gran vomitona que perfuma todo el quirófano. Las dos últimas pacientes, mujeres de mediana edad, esperan su turno para la anestesia charlando animadamente, como si estuvieran en la peluquería. Nos preguntamos que estarán diciendo y nos inventamos una historia: “¿Tú prefieres que te pongan una lente con filtro amarillo? A mí me gustaría un anillo capsular”. Bromeando, el tiempo pasa más rápido… Hoy hemos extraído otras treinta y seis cataratas, que suman un total de ciento sesenta y dos, muchas horas de trabajo y muchísima satisfacción que compensa el cansancio. Al acabar la sesión celebramos una fiesta con aperitivo y reparto de diplomas a todos los voluntarios y personal sanitario del hospital que han participado en 219 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos la campaña. Todos están emocionados y encantados con sus certificados de acreditación y nos ruegan que regresemos también el próximo año. Viernes Nos permitimos una hora más de sueño antes de llegar al hospital para recoger el quirófano, embalar los aparatos y destapar el ojo de los pacientes operados ayer. El material que ha sobrado lo dejaremos en el hospital almacenado para el año que viene; así evitaremos algo de exceso de equipaje. Entre besos y abrazos nos despedimos de las enfermeras y técnicos e iniciamos el largo viaje de regreso a casa. Dejamos muchas caras felices, hemos podido devolver la luz a muchos ojos. Y dejamos también la semilla de la esperanza para muchos otros, que podrán ser operados en años venideros. 220 “Los ojos que no existen” La visión solidaria 2. Fundación Fernández-Vega María Victoria Cueto-Felgueroso Botas Oviedo Alguna vez, en nuestras vidas, todos nos hemos planteado una cuestión: ¿Cómo podríamos ayudar a la gente necesitada? Este fue el hilo de Ariadna que ha seguido el Instituto Oftalmológico Fdez.Vega hasta que varios de sus componentes, allá por el año 1995, unidos por la determinación de la esposa del profesor Luis Fdez.-Vega, Victoria Cueto-Felgueroso Botas, tomaron la decisión de reunirse, y de sus ideas y proyectos conjuntos salió a la luz la Fundación Fernández-Vega. Fue creada en el año 1996 para aglutinar y estructurar la labor social que los Fdez.-Vega ya desde el siglo XIX, época en la que data la primera generación de oftalmólogos de esta saga, venían prestando a los más necesitados. De esta forma este servicio altruista hacia sus semejantes se convirtió estructural y organizativamente en una Fundación. La Fundación Fernández-Vega, desde entonces y como tal Institución, ha desplegado sus acciones humanitarias dentro y fuera de nuestras fronteras. Comenzamos la explicación de su andadura más allá de nuestras fronteras y por su primer proyecto: Camboya. Esta iniciativa se desarrolló gracias a la amistad de la familia Vega con Monseñor Figaredo –Kike–, prefecto de Battambang, provincia situada en el noroeste del país asiático, en la que con su gran humanidad ha dedicado su vida a una población castigada y mutilada por las guerras. En esas tierras, las minas antipersonas causaron estragos en la salud de sus habitantes, muchos de ellos jóvenes y niños. Monseñor Figaredo no solo se ocupó de la curación de estas personas, sino también de su formación, de la creación de escuelas, de su alimentación, etc. Y en esa necesidad de asistencia oftalmológica a estas personas del continente asiático, creyeron los Fdez.-Vega que era necesario ayudar a mejorar la calidad de la visión de sus habitantes. Por ello Camboya se convirtió en el primer objetivo solidario y ya han sido varias las expediciones realizadas a Battambang, en las que médicos oftalmólogos y optometristas del Instituto Fdez.-Vega han viajado cargados de maletas repletas de material quirúrgico y medicinas apropiadas a cada sintomatología para curar sus enfermedades. 221 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos Todo les sirve a aquella pobre gente que nada pide: colirios, fármacos y gafas graduadas, entre otras cosas… La ayuda es interminable, pero todos los días, desde el amanecer, que es cuando comienzan su tarea, los médicos que allí se desplazan pueden atestiguar que están cargados de emoción, de la emoción que produce servir a los demás y al mismo tiempo de la alegría producida por la gratitud y el agradecimiento del que nada tiene. Y de Asia a Sudamérica, pues otras de las directrices de ayuda de la Fundación Fernández-Vega es la realizada por parte de los médicos del Instituto en colaboración con la Asociación “Acovaperú” en Ayacucho-Perú, y que justamente este verano del 2013 comenzó su primera singladura. Esta comunidad está dirigida por la Madre Covadonga, misionera dominica y poseedora de unos 85 vitales años de los que 60 lleva luchando en Ayacucho con colectivos de riesgo de exclusión así como ayudando a personas discapacitadas. El equipo que este verano se ha desplazado procedente del Instituto Fdez.Vega ha intentado paliar las patologías oculares de los habitantes de Ayacucho en colaboración con el Hospital Regional de la ciudad. Una tercera directriz de ayuda nos lleva a Angola, país con el que se ha colaborado en ayuda humanitaria cuando se les ha requerido. Y para terminar, y ya dentro de nuestras fronteras, el Instituto Fdez.-Vega también presta asistencia oftalmológica a diversos colectivos como la Asociación Nora de Apoyo a Personas con Parálisis Cerebrales y Discapacitados y también las Hermanitas de los Ancianos Desamparados y la Asociación Arbolar de Discapacitados Psíquicos. La Fundación Fernández-Vega seguirá este camino manteniendo presente en sus vidas las palabras de la Madre Teresa de Calcuta: “Bienaventurados los que dan sin recordar y los que reciben sin olvidar”. 222 “Los ojos que no existen” La visión solidaria CHARLIE, UN ENCUENTRO QUE CAMBIÓ SU VIDA Prof. Luis Fernández-Vega Sanz Oviedo “Estábamos a 800 km del punto de civilización más próximo, era uno más de mis viajes africanos, en esta ocasión a Tanzania, tierra de paisajes maravillosos y exóticos”. Así empieza mi padre el relato de esta historia curiosa y con final feliz. A veces las cosas ocurren porque sí. Una mirada, un gesto, hacen que la vida cambie y tome otro rumbo. Los destinos se cruzan de manera caprichosa respondiendo a algo que desconocemos y aquel día la vida quiso que el destino de Charlie se cruzara con el de mi padre en un polvoriento camino de la sabana africana, un caluroso otoño de 1986. — ¡Para el coche, para! Mi padre dio la orden que fue traducida por el cazador blanco al conductor del todoterreno que les llevaba, siguiendo la pista de un leopardo. Habían colocado los cebos la noche anterior y acudían desde el campamento a ver si había rastro del animal. Un niño de corta edad, agitaba un pañuelo blanco a un lado del camino. “Será algún pastor”, le comentaron y el jeep siguió su camino rumbo al objetivo. Ya de regreso al campamento, y en otro punto del recorrido, de nuevo el niño llamó la atención de la expedición al paso del coche. Su ojo de cazador lo atisbó a lo lejos, pero su ojo clínico, presintió algo más. — Mira ese chico, ¿qué le ocurre? Charlie no medía más de metro y medio, caminaba descalzo, sucio, semidesnudo, ayudado por un bastón. 223 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos — Dejadme bajar. Ante la atónita mirada del resto de la expedición, mi padre se bajó del coche y cogiéndole por un brazo le ayudó a subir al jeep. No sé si la casualidad existe, y quiero creer que alguien maneja los hilos de nuestras vidas desde allá arriba, pero lo cierto es que aquel caluroso día de verano tardío, sea por el motivo que fuera, el destino de Charlie y el de mi padre se encontraron en esa encrucijada y viraron en el mismo sentido. Se sentó a su lado en el coche y al mirarle esos ojos negro azabache, contrastando con una pupila blanca, lo comprendió todo. Charlie tenía cataratas congénitas, estaba prácticamente ciego. Por eso caminaba torpe, con un bastón, solo, y en el camino prohibido donde era presa fácil para cualquier animal salvaje. La posibilidad de que un niño ciego encuentre un oftalmólogo en medio de la selva en una expedición es de una entre… ni sé…, pero allí estaban los dos mano a mano, sentados uno al lado del otro y empezando a escribir las primeras líneas de una conmovedora historia que hoy, y en homenaje a mi padre, quiero plasmar en este libro. Una vez en el campamento pudo explorarle con más detenimiento. “Como siempre que viajo, vaya donde vaya, y más en África, llevo un pequeño equipo oftalmológico para visitar al final del safari alguna misión. De esa forma trato de paliar modestamente algún problema de estas gentes”. Charles Mwaja, Charlie, había sido repudiado por su familia y por su tribu Wagogo. Su ceguera le incapacitaba para realizar las labores cotidianas y le consideraban un ser inútil, no servía. Pero era muy inteligente. Logró sobrevivir en plena selva del Kisigo, a mil kilómetros del Kilimanjaro, hacia donde se adentró buscando su salvación. “Su fe indestructible en Dios justificaba su forma de proceder”. Es curioso, pero así fue. 224 “Los ojos que no existen” La visión solidaria Isabel Quintanilla, mujer de Tony Ariño, el cazador blanco, lo organizó todo. Y tras cuatro meses de burocracia, papeleo y trámites para poder traer a Charlie a operarse a España, por fin aterrizó en el aeropuerto de Ranón, en medio de una espesa bruma y una gran expectación. Los días posteriores a su llegada los pasó en el convento de las monjitas del Naranco, una residencia de ancianos, donde tuvo el primer contacto con nuestro mundo, siendo su llegada arrolladora al romper la monotonía del lugar y dando un soplo de alegría. Con una lista de veinte palabras en swahili, se le enseñaron los conceptos básicos para poder realizar una exploración y evaluar el resto visual que tenía. El chico era listo y aprendía rápidamente. El pediatra le reconoció y aunque aparentaba no más de doce años, calculó que tendría catorce o quince. De ahí pasó a vivir los días previos a la cirugía con D. José, el párroco de la iglesia de La Argañosa, quien se encariñó tremendamente con él y a quien ayudaba haciendo de monaguillo. Y por fin llegó el gran día de la cirugía. He de reconocer que para todos supuso un momento de gran emoción y esperanza. Mi padre le había encontrado. Yo le iba a operar. Le hice una cirugía extracapsular con implante de lente intraocular monofocal. Poder dar luz y color a una vida vivida en tinieblas, poder poner cara a unas voces sin dueño y ver un amanecer, un atardecer de esos que no hay otros como los de África…. y ser parte integrante de la historia, la verdad es que emociona. Y cuando se le quitó la venda a aquel primer ojo operado en la primavera del 87, rodeado de las monjitas de toca blanca que ayudaban en la clínica donde se realizó la cirugía, y de todo el personal que ayudó a la misma, lo primero que dijo en un español casi ininteligible, recién aprendido, fue “pero si no sois blancos, blancos como eso…” y señaló las tocas de las monjas que reían a su lado. Charlie empezó a descubrir el nuevo mundo que se abría ante él, no solo de luz y colores, sino también de cultura y forma de vida. Aprendió las letras y a leer muy rápido. Después vino el otro ojo y todo fue bien. Tras una rápida recuperación y una temporada en España, llegó la hora de la marcha. 225 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos Mi padre le despidió con la esperanza de encontrarse de nuevo. Nunca se perdieron la pista. Charlie era un gran creyente, confiaba en que Dios le ayudaría a encontrar a alguien que solucionara su problema en medio de la selva, y allí encontró a mi padre. 226 “Los ojos que no existen” La visión solidaria RELATO DE UNA EXPEDICIÓN Prof. Luis Fernández-Vega Sanz Oviedo A toque de campana ya sea un templo budista, en mitad de un arrozal, en la cárcel o en la propia misión de la iglesia católica de Kike, durante el tiempo que estamos allí y que siempre se queda corto, se visita de sol a sol (y nunca mejor dicho) a todo aquel que acude a la “consulta de campaña” que se organiza para tal fin, y aunque el trabajo es agotador, el pago con una sonrisa de esa gente, pobre y desfavorecida, compensa todo el esfuerzo. La experiencia es única y la satisfacción del trabajo bien hecho y el deber cumplido te reconforta. El siguiente paso es empezar a operar. Aquí los problemas son más de índole burocrática con el hospital de víctimas de guerra, ahora en manos de los japoneses, y que esperamos poder solucionar a corto plazo. Ver las cosas desde otro ángulo cambia la dimensión y la perspectiva de lo que ya tenemos. Aquello a lo que no le dabas ninguna importancia, de pronto adquiere un gran valor, y aquello que tenía un gran valor, de pronto carece de él. Cualquier ayuda es poca, no podemos mirar a otro lado cuando hay tanto por hacer. La colaboración con Perú en Ayacucho también está en marcha. Nos vamos en unos días. Todo el equipo está preparado y con ilusión pensando en la ayuda que podemos aportar. Tenemos pensado hacer cientos de cirugías. Os lo contaremos a la vuelta… 227 “Los ojos que no existen” La visión solidaria 3. Fundación Proyecto Visión Dr. Julio de la Cámara Barcelona HISTORIA Proyecto Visión (P. V.) fue fundada en 1995, en Barcelona, por un grupo de personas, entre ellos oftalmólogos y enfermeras, con la finalidad de actuar contra la ceguera evitable en aquella zona de Tigray en Etiopía que habíamos visitado con anterioridad y que es uno de los lugares más pobres de la tierra. Etiopía acababa de salir de una guerra que había durado casi treinta años y había dejado un país destruido. A ello se había añadido una tremenda hambruna que había dejado multitud de muertos en aquella zona. Llegamos allí de casualidad. El Dr. Luis Cuadrado, de Salamanca, había conocido aquel lugar y había comenzado a trabajar en St. Louise Eye Clinic, en Mekelle (Tigray), que es la región del norte de Etiopía vecina a Eritrea. La situación sanitaria era deplorable. Solo había un oftalmólogo para una población de más de cinco millones de personas e inicialmente trabajaba en St. Louise, pero cuando se constituyó P. V. ya se había trasladado al hospital público en la localidad cercana de Quiha. Con él mantuvimos estrechas relaciones. La Clínica que nos acogió estaba dirigida por Sister Margaret Coney, monja irlandesa de enorme personalidad, extraordinaria voluntad y valía que construyó un dispensario donde especialmente trataba y operaba a multitud de pacientes con tracoma. Al año siguiente se añadió el Dr. Román Blanco y al siguiente año les acompañé. De regreso a Barcelona, impresionados por el grado de pobreza que habíamos presenciado, decidimos organizarnos y crear una ONG que fue declarada de interés público y que nos dio la posibilidad de presentarnos a ayudas públicas. La constitución de esta organización respondía a la conciencia de que siendo todos los hombres iguales, estábamos obligados a dar parte de nuestros conocimientos y trabajo a los más desfavorecidos. P. V. es una organización que se caracteriza por estar constituida únicamente por voluntarios que no reciben ninguna contraprestación económica. 229 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos El equipo gestor que permite el funcionamiento de la organización lo hace de manera totalmente voluntaria. Los oftalmólogos y enfermeras que se desplazan a Etiopía se costean sus viajes, no hay intereses particulares. La sede, en Barcelona, es cedida de forma gratuita por una de nuestros socios. Los colaboradores de P. V. que organizan eventos para financiarnos lo hacen de forma totalmente gratuita y aportan a la organización los beneficios obtenidos. La evolución de P. V ha sido satisfactoria. Poco a poco han ido conociendo la organización muchos oftalmólogos españoles que han aportado sus conocimientos, ilusión y ganas de trabajar. A St. Louise Eye Clinic han ido más de 60 oftalmólogos de todo el país, bastante de ellos continúan colaborando y formando grupos estables que cada año se desplazan a Etiopía. Actualmente unos ocho equipos van cada año. En estos diecinueve años la actividad de P. V. no solo no ha cesado sino que ha continuado incrementándose cada día más. En estos momentos de grave crisis que ha impedido la actividad de muchas organizaciones en el ámbito de la cooperación, P. V. mantiene su actividad. Ello nos hace pensar que la línea emprendida es la correcta, aunque siempre estamos atentos a mejorar cualquier aspecto de la organización y de sus objetivos. ST. LOUISE Convento y dependencias de las Dauthers Of Charity, entre ellas St. Louise Eye Clinic, donde vivimos y trabajamos. La relación con la comunidad religiosa es muy agradable y respetuosa. La Clínica se ha triplicado con la financiación de P. V. y consta de dos salas de más, salas de exploración con cuatro lámparas de hendidura, dos refractómetros, biómetro, queratómetro, paquímetro, YAG-láser, dos oftalmoscopios binoculares, etc. La zona quirúrgica cuenta con dos quirófanos con sus correspondientes microscopios, esterilizadores, entre ellos dos estatines, y aparato de ultrasonidos para la limpieza del instrumental. En zona aparte está la sala de esterilización de ropa de quirófano. También la farmacia, el almacén y el pequeño quirófano donde se operan los tracomas. 230 “Los ojos que no existen” La visión solidaria Cuando los equipos españoles llegan la actividad de la clínica es muy intensa. Previamente los Ophthalmics Medical Assistance (OMA) de la clínica se desplazan a lugares lejanos para visitar y citar a los pacientes que luego se han de intervenir. En los días de estancia de los oftalmólogos españoles, diariamente a las siete de la mañana los OMA pasan visita y hacen la biometría de todos los pacientes. Seguidamente los médicos revisamos y seleccionamos los que se tienen que operar y a continuación son atendidos por una auxiliar que se encarga de la dilatación y aseo de todos ellos. Una vez operados ingresan hasta que al día siguiente son visitados y dados de alta si no existe contraindicación. Recordemos que casi todos los pacientes vienen de poblados lejanos andando o en autobuses cuyo viaje es costeado por P. V. Esta es, en líneas generales, la actividad de nuestra actividad asistencial. Operamos básicamente cataratas, con cierta frecuencia faco, aunque lo más generalizado es la cirugía extracapsular sin sutura. Glaucomas, pterigiums, estrabismos, capsulotomías Yag, etc., en función de las características de cada equipo. Dentro de este apartado es importante señalar que debido a la acción continuada de P. V., el gobierno nos ha encargado la atención oftalmológica de una tercera parte del Tigray. Supone atender a un millón y medio de personas, operar cientos de tracoma y darles la medicación costeada por P. V. Anualmente intervenimos a unos mil doscientos pacientes y visitamos unas cuatro mil personas. Además, la plantilla de la clínica, visita y da medicación a unas treinta mil personas a lo largo de todo el año. QUIHA: ESCUELA Y HOSPITAL Escuela A unos 15 km de la Clínica St. Louise de Mekelle se encuentra el pueblo de Quiha. Allí está un hospital que años atrás estaba dedicado a Pediatría, Medicina General y Oftalmología. La Oftalmología estaba dirigida por el único oftalmólogo, el Dr. Fitsum, que atendía a toda la población del Tigray con la ayuda de un equipo de enfermeros/as 231 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos formados por él. Fuera de aquí no existía la posibilidad de la mínima atención de las enfermedades oculares. Ni siquiera un cuerpo extraño podía ser extraído. Por ello decidimos implantar una titulación: Ophthalmic Medical Asisstance. Esta titulación es como un máster de un año en Oftalmología. Orientado a las enfermeras/os, después de un examen, se seleccionan los diez mejores que durante un año reciben la enseñanza médico-quirúrgica. Cuando finalizan sus estudios, el gobierno los distribuye por todo el territorio del Tigray. En la actualidad hay unos setenta OMA a lo largo del Tigray capacitados para operar tracomas y atender las patologías más simples. Al cabo de unos años de instaurada esta titulación, P. V. construyó una escuela, con cocinas, biblioteca, salas de estar, veinte habitaciones, aulas en donde los estudiantes viven y reciben la formación teórica. El hospital se encuentra a unos metros de la edificación. Hasta ahora hemos financiado los estudios y mantenimiento de la Escuela, pero últimamente por la injerencia de una organización austriaca hemos dedicado nuestros recursos a otras parcelas de la Escuela. Hospital De acuerdo con Aravind y el gobierno del Tigray, decidimos construir un hospital monográfico de Oftalmología, junto a la Escuela de OMA, que era preciso por las condiciones lamentables del hospital de Quiha y con el fin de ampliar la capacidad quirúrgica. El hospital fue inaugurado hace dos años. Consta de dos plantas. En la primera se sitúan las consultas, incluido el laboratorio y una tienda de gafas. En la otra planta está la hospitalización y los quirófanos. El hospital fue construido con el único fin de cedérselo al Gobierno para mejorar la asistencia pública oftalmológica del Tigray. Otra actividad de P. V. ha sido realizar un estudio epidemiológico sobre el tracoma en colaboración con los epidemiólogos del Tigray y publicado en Ophthalmic Epidemiology (Ophthalmic Epidemiology 2006; 13: 173-181). También se han publicado varios trabajos sobre la incidencia del síndrome pseudoexfoliativo en la población del Tigray. 232 “Los ojos que no existen” La visión solidaria FINANCIACIÓN Inicialmente tuvimos la ayuda de La Caixa, gracias a la cual pudimos construir la Escuela. Más tarde recibimos subvenciones de la Generalitat de Cataluña pero desde hace varios años decidimos prescindir de solicitar ayudas públicas. ¿Cómo nos financiamos? En primer lugar, tenemos una base de socios cuya aportación es fundamental para cumplir nuestros objetivos, uno de ellos financió la mitad del hospital. En segundo lugar, el trabajo de nuestros colaboradores más próximos como el equipo de Sevilla, que regularmente organiza “mercadillos”, exposiciones u otras actividades, o las exposiciones o conciertos del equipo de Córdoba. En tercer lugar, con ayudas de organizaciones privadas como la Fundación Roviralta, Caja Sol o la ONCE. Esta última nos sufragó la edición de “Los ojos que no ven”. Gracias a los fondos obtenidos con él, hemos podido financiar parte del año. Este libro está siendo distribuido por los propios voluntarios de P. V. Para terminar es imprescindible recalcar la inmensa labor de las Daugthers of Charity; sin ellas, P. V. no existiría. Quiero acabar agradeciendo sinceramente a todas las personas que a lo largo de los años han colaborado con P. V. su trabajo y dedicación. 233 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos RELATO DE UNA EXPEDICIÓN: VIAJANDO A MEKELLE (ETIOPÍA) Julián García Sánchez Madrid Aunque las vivencias de una aventura tan fascinante, como es el viaje al mundo de las ONG, no se pueden transmitir con facilidad y, cada cual las vive y las interpreta de forma diferente, vamos a intentar una aproximación a los avatares que se nos han ido presentando desde que empezamos los preparativos hasta nuestro regreso, el último año. Para formar parte del personal facultativo de la ONG, antes del primer viaje, es necesario legalizar nuestra situación para poder practicar la Medicina en el país de destino y para ello, hemos de enviar debidamente compulsados los títulos de Licenciado en Medicina y Cirugía, Especialista en Oftalmología, Certificado de Colegiación y de no haber sido sancionado o suspendido durante todos los años de ejercicio de la Medicina en el país de origen, expedido por el Colegio Oficial de Médicos, además del Certificado de estudios de Inglés. Esta documentación queda registrada y sirve para años sucesivos, no siendo necesaria su renovación. Con toda la documentación en regla, pasamos a la lista de vacunaciones, sin olvidar el tratamiento profiláctico antimalaria que en Mekele no es imprescindible por no ser zona de riesgo, pero sí recomendable. Lo más correcto es acudir al Servicio Territorial de Sanidad y Bienestar Social en donde, las personas que allí trabajan que aúnan profesionalidad y amabilidad en sus actuaciones, tras la oportuna consulta de los mapas actualizados de riesgo de las zonas a visitar, nos realizan las vacunaciones correspondientes. En los últimos años, la mayor parte del material necesario para la cirugía se puede conseguir allí y las monjas (Hijas de la Caridad) lo suelen tener a punto. Siempre hay carencias que tratamos de subsanar, llevando en nuestro equipaje el material que conseguimos de los laboratorios que, cada año, nos proporcionan desinteresadamente y camuflamos como podemos, entre el equipaje de mano y el facturado, para traspasar las aduanas. Material viscoelástico, lentes intraoculares, agujas de retrobulbar y subtenoniana, cefuroxima, acetilcolina, etc., forman parte cada año de nuestra aportación. El pasado año llevamos también un tonómetro de aplanación para medir la presión intraocular, pues 234 “Los ojos que no existen” La visión solidaria solamente en la Clínica Saint Louise teníamos uno y temíamos que algún día se pudiese averiar y además un paquímetro para medir el grosor de la córnea. Ambos instrumentos, con un valor de más de cinco mil euros, los adquirimos con nuestro propio dinero. El año 2011 llevábamos una maleta con el material presuntamente autorizado, con las firmas y los sellos correspondientes para entrar en Etiopía “sin problemas” que, después de horas en la aduana, clasificándolo para que el funcionario comprobase que cuadraban los números, paseos por la ciudad para obtener una serie de papeles, que finalmente no sirvieron para nada y colas interminables para lograr cada papel, tuvimos que rendirnos a la evidencia y dejar abandonado todo ese material en manos de los ultraescrupulosos funcionarios. Con la lección aprendida, en 2012 retornamos a la táctica de años anteriores de no declarar nada y llevar disimulado y bien repartido, entre el equipaje de los cinco, todo el material que habíamos conseguido recopilar en nuestras peticiones a los laboratorios que generosamente colaboran con nosotros. Todas las personas que trabajan en Proyecto Visión, incluidos nosotros como es natural, lo hacemos de forma totalmente altruista, es decir, no percibimos ningún salario por nuestras actuaciones y nos pagamos el desplazamiento hasta Etiopía y, hasta el año 2011, también pagábamos la manutención. Proyecto Visión nos proporcionaba los desplazamientos en el interior del país y el alojamiento en los locales propios, anejos a la Clínica, y desde 2012, las Hijas de la Caridad se hacen cargo de nuestra alimentación. Llega el gran momento, con todo más o menos “atado y bien atado”, partimos hacia nuestro objetivo, con el equipaje sobrepasando los límites de peso, haciendo maravillas para “meter y sacar” cosas de unos a otros para “escurrir el bulto”, lo que nos permitió junto a las dotes de persuasión de Ignacio que hace años ha superado a los que vendían neveras a los Lapones, ser capaces de partir pagando algo simbólico y, en este último año, sin tener que pagar ningún recargo. Tras una larga escala de unas horas en Roma, el jueves a las 12 de la noche entramos en el avión de las Líneas Etíopes que nos conducen a Addis Abeba, son seis horas de viaje en un avión relativamente confortable, con una atención buena por parte del personal. Está amaneciendo cuando llegamos al aeropuerto de destino, una larga cola para pagar las tasas de entrada y por fin, con el equipaje a la aduana, allí comenzamos las maniobras de distracción, evitamos cruzar todos juntos, observamos detenidamente en qué cola está el funcionario “más permisivo o distraído”, vamos cruzando sin problemas hasta que…. 235 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos una de las maletas no aparece. En este punto, tenemos la suerte de que en Addis Abeba tenemos una especie de ángeles de la guarda que son la familia Rahmeto, una señoras amigas de M.ª Jesús (Chus para los amigos) que nos esperan cada año, nos llevan a todas partes, nos invitan a sus casas y que en esta ocasión fueron fundamentales para llevar a buen término la reclamación de la maleta sin ningún tipo de problema de comunicación, solucionando en minutos lo que, sin duda, a nosotros nos hubiera costado mucho más tiempo para hacernos entender. Superado el trance, nos hacemos conscientes de que estamos en Etiopía cuando nos vemos envueltos en “ese olor” que no nos abandonará hasta por lo menos una semana después de haber regresado a casa. Es un olor de difícil definición, una mezcla de aroma de café, humo, incienso, especias variadas y, como el buen vino, multitud de otras esencias que únicamente los catadores son capaces de clasificar; no se trata de un olor desagradable, simplemente es diferente y, creo que reconocible por cada uno de los que visitamos el país pues, al menos para nosotros, es diferente al de cualquier otro lugar que hayamos visitado. Como hasta el domingo no tenemos que acudir a Mekelle, pues nuestro trabajo comienza el lunes, aprovechamos para visitar la ciudad, ir de compras, comer con nuestras amigas, cambiar el dinero, consultar con nuestras linternas y un oftalmoscopio a algunos familiares y amigos de las Rahmeto y empleados del hotel en el que nos alojamos, que en unos minutos, al correrse la voz, se transforma en un ambulatorio, y de los dos o tres recomendados pasamos a más de una docena que, en la mayoría de los casos, lo único que pueden recibir de nosotros es algún que otro consejo, suficiente casi siempre para hacerles felices. La mañana siguiente llega con la buena noticia de la aparición de la maleta, vamos al aeropuerto, nos dirigen a un mostrador en donde tras varias búsquedas por la pantalla del ordenador, comprobar la documentación, la tarjeta de embarque, el papel que nos habían dado la víspera, etc., llegan a la conclusión de que todo está correcto y nos señalan a una estanterías de varios pisos y unos 100 m de longitud atestadas de maletas, informándonos de que está allí, que la busquemos y una vez hallada, regresemos con ella, para comprobar que es efectivamente la nuestra; afortunadamente nuestras horas de vuelo nos han enseñado a colocar las oportunas señales identificativas en el equipaje y apenas tardamos un minuto en localizarla y, esta vez en 30 segundos, para nuestra sorpresa, el funcionario fue capaz de comprobar que efectivamente era la correcta y nos indicó que, como era natural, tendríamos que pasar con la maleta a través de la aduana. Como el camino para llegar al mostrador de las reclamaciones, transcurría por fuera del camino de las aduanas, haciéndome el despistado 236 “Los ojos que no existen” La visión solidaria y sobre todo teniendo en cuenta que el funcionario estaba ocupado y distraído atendiendo a los siguientes, me pareció que saliendo por donde había entrado me evitaba, por un lado, la cola de la aduana y, por otro, el que el funcionario no estuviese tan permisivo como la víspera, así que con toda la naturalidad del mundo y sin apurarme, yendo lo más despacio que fui capaz, me dirigí a la salida sin que a nadie pareciese preocuparle que alguien con una maleta llevase el camino inverso al habitual. El domingo por la tarde, después de haber llevado a Enrique de visita turística incluyendo a la “joven Lucy” del Museo de Addis, pues por ser su primer año no conocía apenas nada de la ciudad, nos vamos a Mekelle; en poco más de una hora llegamos a nuestro destino. Nos está esperando SisterHiwot, es la nueva encargada de la Clínica pues la del año anterior se había despedido de nosotros por e-mail, quizá por el exceso de trabajo o la falta de fe para mantener lo que exige la congregación, había retornado a la vida civil. La primera impresión de esta nueva “sister” fue magnífica, como corroboraríamos en los días siguientes, al verla trabajar y convivir con nosotros. Con el todo-terreno abarrotado con nuestro abultado equipaje, nos dirigimos a la Clínica en donde nos reciben con gran alegría el resto de las Hermanas. La tarde de la llegada es frenética, hay que colocar el equipaje, visitar la Clínica, llevar, clasificar, ordenar y situar adecuadamente el material que traemos, asegurarnos del correcto funcionamiento de los aparatos para evitar sorpresas la mañana del lunes y, por fin, con todo en orden vamos a cenar con las Hermanas, que nos tienen preparada un cena sin lujos pero, dentro de lo que se puede esperar, muy nutritiva y sabrosa con predomino de vegetales y pasta. Las cocineras, que conocen nuestras debilidades, nos tienen una gran fuente de patatas fritas y unos fritos que por su aspecto externo llamamos “ortiguillas” y todo ello con una friísima cerveza Saint George. La cena, precedida de la correspondiente oración y finalizada con la lectura del Evangelio, siguiendo un turno entre las hermanas y nosotros, va seguida de una amena conversación y la puesta en marcha del tren de lavado en el que participamos todos, uno lava, el segundo enjuaga, dos se dedican a secar y el resto van colocando todo en su sitio y dejan preparada la mesa para el desayuno del día siguiente. Creo que todos nos hemos quedado íntimamente impactados por la convivencia con las Hermanas, sorprendidos por la naturalidad con la que llevan su vida de sacrificio, siempre alegres, sonrientes. Cuatro hermanas que se reparten la responsabilidad y la dirección de la Saint Louise Eye Clinic, una escuela infantil con más de cincuenta niños, un hospital de Medicina Interna y Pediatría y una escuela de cocina y costura para mujeres. Para todos nosotros, con independencia de ser más o menos creyentes y afines o no a la religión católica, la 237 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos labor de estas cuatro mujeres supera en mucho cualquier idea preconcebida sobre la fe de algunas personas, que les impulsa a llevar adelante una labor de la que no reciben ningún tipo de beneficio material, aunque supongo que sí obtendrán un reconocimiento espiritual que les hace llevar con una entrega total esa carga que ellas mismas se han impuesto. El lunes estamos en pie a las seis de la mañana, tras la ducha, el lavado de ropa y el tendido de la misma, los católicos practicantes del grupo acuden a misa a las seis y media, los no practicantes pueden dormir unos minutos más y, a las siete, desayuno en común con las Hermanas. Ni qué decir que el café es magnífico, no en vano es el país en el que se descubrió esta infusión estimulante, acompañada de la leche condensada y el aceite para las tostadas que traemos nosotros, fruta variada, etc. Finalizado el desayuno, nos dirigimos a la Clínica que está en el propio recinto y allí nos encontramos con el personal, optometristas, enfermeras, auxiliares y, tras unos breves saludos, comienza la tarea. El recorrido está jalonado por los más de cincuenta pacientes y otros tantos familiares que se colocan “por todas partes” hasta la puerta de la sala de exploración. De esos pacientes, suelen ser quirúrgicos entre veinte y veinticinco, cuando nosotros los recibimos, tienen el estudio previo realizado por los optometristas y Birhanu, que es el enfermero principal, capacitado para la cirugía de la catarata y el encargado de las biometrías, queratometrías y el cálculo de la LIO. Confirmamos el diagnóstico y/o la indicación quirúrgica pasando los candidatos a cirugía, con el ojo convenientemente señalizado con un simple esparadrapo pegado en la frente con la indicación del tipo de operación (facoemulsificación si la córnea es suficientemente transparente, extracapsular si las opacidades corneales tan frecuentes por las secuelas de queratitis y traumas, trabeulectomía o EPNP si se trata de un glaucoma, combinada si es un glaucoma con catarata, etc.), pasando a continuación a la preparación para la cirugía. Tan pronto se han visto algunos pacientes y se cuenta con tres o cuatro preparados, dos miembros del equipo se dirigen a los quirófanos, en uno de ellos trabajan M.ª Jesús e Ignacio y en el otro, que dispone de dos camillas, nos turnamos los otros tres, con la enfermera instrumentista Nigisty, que tiene autorización para hacer cirugía menor (párpados, ectropión, etc.) quedando los dos restantes en la consulta para seguir seleccionando pacientes y poder relevar a los que están operando una vez finalizada el estudio y la clasificación de todos los pacientes citados. Seleccionamos los dos pacientes cuya catarata nos parece menos complicada para el enfermero Birhano, que opera bajo nuestra supervisión, aunque 238 “Los ojos que no existen” La visión solidaria el resto del año, cuando no estamos los cirujanos de Proyecto Visión, tiene ya autorización para operar, al haber superado el periodo obligatorio de actuar bajo supervisión. El quirófano funciona ininterrumpidamente desde aproximadamente las ocho de la mañana, con un “banana Break” alrededor de las doce, hasta que se han intervenido los veinte a veinticinco pacientes seleccionados, finalizando la jornada sobre las tres de la tarde. Tenemos que destacar que el personal de la Clínica soporta estoicamente las jornadas maratonianas sin una sola queja ni una mala cara. Por supuesto, el salario de todos los empleados es puntualmente pagado por Proyecto Visión. Los pacientes que tienen posibilidades económicas pagan una tarifa que, para nosotros, puede parecer ridícula, pero allí no lo es tanto, y los que carecen de recursos son intervenidos gratuitamente y, a muchos de ellos, hay que pagarles el billete del autobús pues ni siquiera tienen recursos para ello y la comida de los dos días que van a estar con nosotros. Tenemos noticias de que a partir de este año, otra ONG se va a hacer cargo del traslado y la manutención de estos pacientes sin recursos, lo que aliviará un poco la economía de Proyecto Visión, que podrá dedicar esos recursos a la labor asistencial. Al finalizar la comida, nos esperan las Hermanas para la “ceremony cofee” de bienvenida, que consiste en hacer un café por el método tradicional, con fuego de carbón vegetal sobre una especie de hornillo, colocado en el centro de una alfombra de flores naturales de más de dos metros de ancho, acompañado de palomitas de maíz, galletas y dulces. El café se tuesta directamente en una pequeña sartén que se pasa a todos los presentes para comprobar su delicioso olor, se muele manualmente en un mortero y una vez conseguido el café, la misma persona que se encarga de la elaboración, lo va sirviendo y se lo pasa a todos los presentes; habitualmente se ofrece una segunda y hasta una tercera ronda, que algunos no llegan a saborear por quedarse dormidos. Quizá por eso agradecen que en los días siguientes no haya “ceremony”, para dormir la siesta. Las dos o tres horas de tiempo libre hasta la hora de la cena las empleamos en pasear por el pueblo, degustar un “maquiato”, que es una especie de café cortado similar a lo que hace unos cincuenta años en España se llamaba “blanco y negro” en alguno de los establecimientos de la ciudad, casi siempre muy animados o tomar una cerveza en alguna terraza de las muchas existentes. Uno de los días asistimos a un partido de fútbol de la copa de África, en uno de esos establecimientos que terminó en fiesta al haber ganado Etiopía, celebramos la victoria con las decenas de aficionados y nos ganamos la amistad del propietario al que llamamos cariñosamente “Rafa”. 239 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos Cada noche, la cena con las hermanas, marca el final de un día que prolongamos un par de horas en nuestro cuarto de estar, con cambios de impresiones, repaso de la jornada, planes para el siguiente día, ayudándonos para recuperar el tono vital, con una copa de las que hemos traído, eso sí con tino para que duren hasta el último día, a veces hasta nos quedan ganas de tocar la guitarra y cantar, antes de caer rendidos en la cama. La rutina diaria únicamente se rompe en dos ocasiones: una el día que invitamos a cenar a todos los empleados de la Clínica, a los que entregamos algunos pequeños obsequios que desde España traemos para ellos, como barras de labios y perfumes para las mujeres y camisetas o bolígrafos para los hombres: la otra es la cena con las hijas de la caridad (que se visten para la ocasión con sus mejores galas), a las que también entregamos algún detalle en agradecimiento por el cariño con el que nos tratan durante los días de convivencia con ellas. Un inciso especial merece nuestra visita al Colegio de Ciegos de Mekelle, Enrique tenía interés en estudiar las causas de ceguera en Etiopía para compararlas con las de Marruecos, en donde había realizado un estudio, y surgió la oportunidad cuando nos traen unos niños del colegio para revisión. Como el sábado la Clínica no funciona por descanso del personal, convencimos a Sister Hiwot y a Birjanu para que nos acompañasen al Colegio para hacer una revisión de todos los niños. Allí tuvimos la ocasión de conocer a Britinish, una joven americana (¿un ángel quizá?) de unos treinta años que había venido a estar más de un año enseñando braille a los niños. Lo sorprendente es que era vidente, tenía un encanto especial para los niños y, como las propias monjas de la Clínica Saint Louise, estamos seguros de que algún tipo de fe especial la movía para llevar a cabo esa labor que sorprende por el espíritu de sacrificio que conlleva. Además, montada en su bicicleta, acudió a la fiesta de nuestra despedida para darnos las gracias por haber ido a ver a todos los niños del Colegio, que eran como sus hijos. Su imagen y la de su entrega a los niños la tendremos para siempre grabada en nuestro corazón. La víspera del regreso es una fiesta continua, en la “ceremony cofee”, con todo el personal y las monjas, nos hacen entrega de obsequios, pulseras, ropa típica etíope y sobre todo mucho cariño por parte de todos y acabamos con la fotografía final de todo la plantilla. A continuación nos toca la despedida de nuestro nuevo amigo “Rafa”, con el que seguimos manteniendo contactos periódicos vía e-mail, que nos obsequió a cada uno con un regalo y una magnífica enyera (comida típica y tradicional que se elabora con un cereal llamado Teff ). Al día siguiente, tras la revisión de los pacientes operados la víspera, llega la verdadera despedida, somos conscientes de que algo nuestro se queda allí 240 “Los ojos que no existen” La visión solidaria para siempre pero los aviones tienen sus horarios y hay que partir. En el aeropuerto de Mekelle los trámites son sencillos, pero en Addis Abeba, comienza el caos, menos mal que hemos llegado con cinco o seis horas de margen; para empezar, tenemos que hacer el recorrido hasta la zona de vuelos internacionales, al entrar se realiza el primer control, maletas, zapatos, cinturones, carteras, bolígrafos, todo a la cinta. Una vez pasado el control hay que dirigirse al área de facturación que consiste en “una cola única” para todos los vuelos con un ritmo lento, que se interrumpe esporádicamente cuando hacen una última llamada a algún destino que produce una auténtica revolución en la cola y que sirve, naturalmente, para hacer nuevas amistades invitando a patatas a unas jóvenes, a galletas a otros, etc., que iban en la S anterior y nos encontrábamos de nuevo cada veinte minutos. Por fin, cuando estábamos al borde de la desesperación, con más de dos horas de minidesplazamientos, nuevamente Ignacio con su desparpajo habitual le pregunta con una franca sonrisa al funcionario encargado de abrir paso si sabe cuándo va a tocar que nos llamen a nosotros; un par de minutos después, nos abre el paso y nos coloca en un lugar, se dirige a uno de los puesto de embarque, habla con la señorita que estaba allí y nos dice que, cuando ese puesto quede libre, vayamos, que ella nos estará esperando, le dimos las gracias efusivamente y como teníamos un bolígrafo que parecía bueno, se lo regalamos por habernos ahorrado al menos una hora de espera. Realizada la facturación, con el peso en regla, era preciso “esquivar” al vigilante que controlaba el peso del equipaje de mano; afortunadamente no supuso mucho problema pues cada vez que detenía a alguien para el control, nos dimos cuenta de que pasaban unos cuantos sin que se dignase a dirigirles una mirada, así que nos mantuvimos expectantes y, tan pronto paró al primer incauto, pasamos “en tromba” por detrás del probo funcionario que cumplía con su deber. Ya en zona de embarque, salvo la tristeza entremezclada con la alegría de regresar sanos y salvos y el deber cumplido, nada aconteció digno de destacar en el viaje de retorno, exceptuando los planes para el próximo año, y una nueva estrategia para intentar pasar la aduana engañando al funcionario de turno. Nos vamos siendo conscientes de formar parte de una gran organización, de la que apenas suponemos una ínfima parte y nos sentimos orgullosos de pertenecer a la misma. Una organización que ha construido un nuevo hospital en Quiha que ha donado al Gobierno, en el que ya trabaja un oftalmólogo desde hace dos años, que ha creado, también en Quiha, una escuela de enfermería especializada en Oftalmología que recibe cada año veinte alumnos y todo esto, 241 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos sin subvenciones oficiales, gracias a la capacidad organizativa del que fue hasta este mismo año presidente, el Dr. Julio de la Cámara. También somos conscientes de que, más allá de las infraestructuras, más allá del esfuerzo de todos y cada uno de los participantes en Proyecto Visión, más allá de las ideas y mucho más allá de los fondos que se logran reunir, están las Hijas de la Caridad, que de la nada fueron capaces con su esfuerzo y quizá también con su fe, de crear una infraestructura para combatir el tracoma, que fue creciendo hasta convertirse unos años después en el centro que lleva la luz a los ojos de cientos de personas en la provincia de Tigray. Julián García Sánchez, Josefa María Vinuesa Silva, Ignacio Vinuesa Silva, Enrique Santos Bueso, María Jesús Andrés Factor. 242 “Los ojos que no existen” La visión solidaria ESPERANZA, LA PACIENTE PSIQUIÁTRICA María José Vinuesa Silva Universidad de Salamanca Eran las 14 horas de un día cualquiera de consulta en el Hospital. Milagros, la ATS, aparece de repente: — Doctora, tiene una paciente nueva que mandan de atención al paciente. Los dos residentes adscritos a la sección de Glaucoma (Luis y Carmen), que ya estaban anotando en sus cuadernos las “vivencias” de la mañana, y organizando a ver quién se escaqueaba antes sin que se notara mucho para aprovechar un descuido en cuanto apareciera algún recomendado de última hora, me miraron con cara de decir: ”Vuelva usted mañana”. — Dice que está aquí desde las diez de la mañana… — Y ¿dónde? — La mandaron a Psiquiatría. — Doctora, yo no estoy loca. Esperanza viene acompañada de su marido (Isidro), 47 años mal cumplidos, mirada triste, cara desconfiada, estatura media y más bien fuerte, como se dice en esta tierra para no ofender a las gorditas. Isidro interviene rápidamente: — Doctora, ella está muy nerviosa, llevamos toda la mañana en el hospital; no sabe los meses que viene arrastrando los problemas y nadie le hace caso, cada día ve peor, más nublado, la cabeza fatal, con dolores, está aturdida, no tiene sosiego para nada; yo no sé qué hacer, ni qué darle. Ayer por fin el médico del pueblo nos dio el volante para venir aquí, pero fíjese…. a Psiquiatría. Ella repite una y otra vez que todo lo que tiene es de la vista, de las dos vistas. Se hace la calma, Luis y Carmen se vuelven a uniformar y empezamos la historia clínica: 243 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos Ningún antecedente de interés, sin tratamientos anteriores, cuatro hijos. Visión del ojo derecho: 0,4, miopía de –7 Dp; ojo izquierdo: 0,5, miopía de –1 Dp. Nunca usó gafas porque dice que ve bien de lejos y de cerca. — Pero…, doctora, veo mucha niebla. Efectivamente, en la exploración se demuestra un edema de córnea aunque no demasiado intenso; se trata de una turbidez corneal que dificulta la visión. — Ah, también veo el arco iris muchas veces. El médico del pueblo me dice que no puedo ver tantas cosas raras..., por eso me mandó al psiquiatra, pero le aseguro que lo que le digo es verdad, yo no necesito ir al psiquiatra. —Tranquila, Esperanza, que ya sé lo que tiene y le confirmo que lleva razón: todo es de la vista. Continuamos la exploración: Presión intraocular (PIO) 50 mm Hg en ambos ojos. Ángulo de la cámara anterior abierto. Campo visual reducido a 10º centrales (también conocido por visión en cañón de escopeta). Fondo de ojo: atrofia óptica glaucomatosa del 90 %. — Esperanza, tiene Vd. un glaucoma en estadio terminal. Isidro me mira con cara triste pero agradecido y Esperanza reacciona rápidamente con energía: — ¿Me voy a quedar ciega?, ¿tiene operación?, ¿me puede operar?, ¿tengo que ponerme gotas?... mi vecina se pone gotas desde hace tiempo y no ha perdido vista. Para un profesional es muy fácil explicar lo que es un glaucoma y lo que representa en la vida de una persona, sobre todo joven como Esperanza (47 años); pero no es tan fácil transmitir la necesidad de asumir un tratamiento de por vida y hacerlo correctamente; y mucho menos convencer que de entrada hay que hacer un tratamiento quirúrgico. — Doctora, interviene Isidro con firmeza: empezamos el tratamiento cuando usted diga, mis hijos todavía necesitan a su madre. — Esperanza, el tratamiento va a ser duro, hay que empezar operando los dos ojos y mientras decidimos la fecha de la operación pondremos un tratamiento máximo con gotas y con pastillas para intentar bajar la tensión del ojo y evitar que pierda todavía más vista. Pero el tratamiento definitivo es la cirugía: haremos una 244 “Los ojos que no existen” La visión solidaria técnica que se llama trabeculectomía, que consiste en hacer una vía de salida para que el líquido del ojo drene por ahí, ya que los conductos normales no están funcionando en su ojo. Primero le operaremos el ojo que consideremos algo mejor y después el otro. Intentaremos operarla cuanto antes. Hace 32 años, el oftalmólogo tenía libertad para poder dar ingresos urgentes/ preferentes y organizar el parte de quirófano. De esta manera fue como Esperanza estaba operada en una semana, no sin antes explicarle con tranquilidad que la cirugía era para no perder más vista y que no recuperaría nada de nada. Por el contrario, todos los síntomas “raros” que tenía sí desaparecerían. — ¿Cómo es que me opero y no voy a recuperar más vista?, preguntaba toda angustiada Esperanza. Eso es lo más difícil de hacerle entender al paciente de glaucoma y aún más difícil cuando se trata de un paciente joven con un glaucoma aún poco evolucionado, con relativa buena función visual pero que vemos que va progresando y que se debe operar para no perder más función visual, teniendo en cuenta que el paciente no es consciente de que va perdiendo vista. Y sobre todo tenemos que explicar que la visión central se conserva hasta fases terminales de la enfermedad y que es el campo de visión lo que se va deteriorando poco a poco, como en el caso de Esperanza, hasta quedar una visión central muy limitada, que imposibilita para la vida normal. El postoperatorio de Esperanza transcurrió con la “normalidad” que suele ser característica de la cirugía del glaucoma, y con un control estricto en cuanto a las gotas antiinflamatorias que Isidro le ponía puntualmente. A mayores, le dijo Enrique a Isidro que lo mejor para la recuperación de la operación de Esperanza eran las ensaladas… — ¿Y de qué tipo? preguntaba Isidro. Y así cada vez que venían a revisión, lo primero que refería Isidro eran todas las ensaladas que le preparaba a Esperanza. — ¿Y las gotas? — Ah, las gotas y el ojo bien; lo más importante para el glaucoma son las ensaladas, lo ha dicho don Enrique. Han pasado 32 años, se han casado sus cuatro hijos, tiene siete nietos y los más pequeños ya hicieron la Primera Comunión. 245 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos — He podido conocer y ver a todos mis nietos, dice Esperanza con lágrimas en los ojos. Un día de primavera el cielo se tiñó de gris y Esperanza tuvo que afrontar la desaparición de Isidro, su amor, su compañero, su esposo... y sus pies y sus manos. Lo pasamos muy mal y tuvimos que recurrir, ahora sí, a la consulta del psiquiatra y con la ayuda de toda la familia Esperanza consiguió salir adelante. Esperanza continúa viviendo en el pueblo y en su casa de siempre, sola, con alguna amiga que la saca a pasear todos los días. Se maneja relativamente bien para lo poco que ve, mantiene un campo central muy reducido, pero lo suficiente para poder ver a sus nietos y pasear por los campos de Castilla. 246 “Los ojos que no existen” La visión solidaria MARÍA Y LOS PÁJAROS (Síndrome de Charles Bonnet Plus) Enrique Santos Bueso Hospital Clínico de San Carlos. Madrid En homenaje y seguimiento a San Juan de la Cruz y en el recuerdo de José Luis Martín Descalzo. La noche había sido tranquila y María había dormido bien. Despierta y aún en la cama quiso descansar un poco más antes de incorporarse a la rutina diaria. Hacer su cama primero, asearse concienzudamente después y por fin preparar un buen desayuno. A pesar de su poca visión, María vivía sola y se manejaba muy bien en su medio conocido; incluso paseaba por el barrio, siempre acompañada de su hija María. Le gustaba sentirse querida por sus vecinos y amigos y en un recorrido casi milimétricamente diseñado, preguntaba al panadero por su hijo enfermo, al frutero por su nuevo bebé, al empleado del banco por la crisis y a su mejor amiga, Carmen, por los achaques que compartían en una especie de competición a ver quién de las dos tenía más dolencias. Pero esa mañana algo era diferente. Un ruido ensordecedor se había apoderado de todo su espacio a pesar de la baja audición que tanto limitaba, además, su vida diaria: — ¡Sorda y ciega!, solía decir con humor ácido. No valgo ni para la chatarra… Su habitación se había llenado de gorriones y jilgueros que cantaban, estos, y alborotaban todo, los otros. Se habría dejado la ventana abierta –pensó– por el calor que poco a poco se había ido apoderando de la noche. No en vano eran los días finales del mes de junio, esos tan largos que tanto le gustaban. Lo pondrán todo perdido –se dijo–… y su hija se enfadaría -pensó- por el descuido de dejar la ventana abierta. Sin embargo, una sonrisa pícara se insinuó en su rostro. Como la diablura de un niño pequeño que pisa un gran charco de agua y barro, por el placer de pisarlo y ensuciarse, a sabiendas de la riña inevitable de su madre. Poder disfrutar del canto de los jilgueros y del alboroto de los gorriones… Como en su infancia en Extremadura antes de emigrar a Madrid, tan pequeña, con sus padres. Ese sonido le devolvía los tiempos perdidos a su memoria, el campo, la plaza de su pueblo, las fiestas, el olor 247 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos de la yerba recién cortada. Y el olor de la lumbre... Y su amiga Carmencita… que no superó la dura posguerra. Nunca quiso tener un pájaro en una jaula. Qué crueldad –decía–, estos animalitos tienen que ser libres y volar. Seguía María absorta en sus pensamientos y disfrutando de la visión de sus inesperados huéspedes cuando su hija alarmada entró en la habitación. Aunque vivía en el mismo edificio, quería dejar a su madre libre para no angustiarla con la sensación de dependencia. Sin embargo, estaba pendiente todo el día de ella y esta mañana le había extrañado no oírla por el patio, con la radio a todo volumen que los vecinos soportaban estoicamente. — ¡Madre, madre! ¿Le pasa algo? ¿Se encuentra bien?, gritó sin ocultar su preocupación. — No, hija, aquí estoy disfrutando de todos estos pájaros que han entrado por la ventana. Mira ese pequeñito qué bien canta… — ¿Qué pájaros, madre? ¿Qué dice? Si aquí no hay ningún pájaro… ¿Se encuentra bien? — Me encuentro bien, hija. Pero ¿no ves los gorriones y los jilgueros? Mira el pequeñito cómo canta… El pánico se reflejó en la cara de ambas. — ¿Se encuentra bien madre? ¿Le duele algo? — No, hija, estoy un poco cansada pero me encuentro bien. Pero… yo sigo viendo y oyendo los pájaros, no me lo invento. María ayudó a incorporarse a su madre y le recomendó que guardara reposo. Con la disculpa de prepararle una tila, se dirigió a la cocina y llamó a su médico de familia. A última hora de la mañana Don Antonio, el médico, entraba en la casa de su paciente haciendo la ronda de avisos a domicilio y visiblemente preocupado por la información que le había transmitido María sobre su madre. Aunque se repetía que no debía hacerlo, ya iba repasando mentalmente el listado de demencias, accidentes cerebrovasculares, tumores, intoxicación por fármacos,… Pero sobre todo en la demencia. Pobre mujer –pensó– aún no es muy mayor. Solo 75 años y solo padece hipertensión arterial, degeneración macular e hipoacusia. 248 “Los ojos que no existen” La visión solidaria Una vez explicado el motivo de la consulta, el médico sometió a la paciente a una exploración rigurosa. Todos los sistemas minuciosamente revisados. Además le realizó el test neurológico MIS de Buscke. — A ver, María: cobre, taburete, natación, dentista. Léalo en alto y dígame cuál es un metal, cuál es un deporte, cuál es una profesión, cuál es un mueble. María fue respondiendo pausada pero correctamente a todas las preguntas de su médico. — ¿Es grave, don Antonio?, le preguntó la paciente. ¿Me estoy volviendo loca?, porque claro los pájaros no existen, son alucinaciones. Y encima cantan y yo los oigo sin el audífono. — Mire, María, la exploración es rigurosamente normal y su cabeza funciona perfectamente. Lo que creo que usted padece es una enfermedad rara pero que estamos diagnosticando cada vez más. Se llama síndrome de Charles Bonnet Plus. Son alucinaciones visuales y auditivas en personas que como usted han perdido mucha audición y visión. Para que usted me entienda, es como si abriera un cajón –su cerebro– y empezara a ver fotos antiguas y recuerdos del pasado. En este caso al tener problemas de oído además oye cómo cantan los pájaros. ¿Recuerda al padre del vecino del primero que le cortaron una pierna y seguía notando los dedos y le dolían incluso? Pues sería una cosa parecida. — Pero, doctor, repite, ¿es grave? A mí la verdad los pájaros no me molestan. Es más me alegran la mañana y me entretienen y me hacen sonreír con sus diabluras. El pájaro más pequeño es mi favorito. Le he puesto nombre incluso. Se llama Manolito. — Bueno, no se preocupe. Las alucinaciones suelen ser por la mañana con la luz del día y pueden durar varios meses. A veces desaparecen de forma brusca y no vuelven a molestarla. Incluso le podemos poner tratamiento médico. — Don Antonio, pero si a mí no me molestan. Además yo no quiero que se vaya Manolito… — Mire, María, voy a mandarla al neurólogo y al oftalmólogo para que le hagan una revisión más profunda, que yo solo soy médico de familia y solo tengo un fonendoscopio y un bolígrafo. Y ellos saben más. — De eso nada, don Antonio, casi le gritó. Usted es mi médico y es el que más sabe, que tiene toda la medicina en su cabeza. Además los especialistas tienen tan- 249 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos tos aparatos y tantas máquinas que uno va a revisarse y ni te miran. Solo ordenadores y prisas. En el hospital solo soy un número. Aquí soy María, su paciente… — Yo se lo agradezco, María, pero hágame caso y tramite la interconsulta, que yo me quedo más tranquilo. María fue diagnosticada de síndrome de Charles Bonnet Plus, una entidad relacionada con las patologías del envejecimiento. Cada vez los pacientes tienen mayor esperanza y calidad de vida y pueden presentar déficit visuales por degeneración macular asociada a la edad, cataratas o glaucoma. Este déficit de estimulación del córtex cerebral por la falta de visión desencadena un fenómeno compensatorio neuronal responsable de las alucinaciones. En este caso además la disminución de la audición producía las alucinaciones auditivas. El escaso conocimiento de esta enfermedad hace que pueda ser confundida con patología psiquiátrica, siendo los pacientes diagnosticados y tratados de forma incorrecta. Todas las mañanas, con el alba, la habitación de María se llenaba de pájaros. Unos alborotando todo, otros cantando. Los recuerdos de su infancia iban y venían, y Carmencita, su amiga querida, y su primer novio, y la iglesia de su pueblo, y sus vecinos… Y la luz de su tierra, tan distinta de la de Madrid. Limpia, pura, luz luminosa. Y los atardeceres en aquellos colores tan imposibles, casi de terciopelo. Y el canto de Manolito le llegaba tan adentro… Y pensaba, soy como tú, pequeño. No valgo nada, no soy nada ya. Pero tengo aún que cantar. Tengo que preguntar al frutero y al panadero y al banquero. — Y mi amiga Carmen no puede ganarme en enfermedades, que ahora me está doliendo una rodilla, no sé cuál, sonrió. Y pensaba en ese manojo de plumas y en la vida que tan rápida se le había ido de entre las manos. Pero tan intensa… Y en aquel poema breve. Y en aquella canción que porque nacía, tenía que morir. Y en el Amor que nunca amarilleaba… Y pensaba en el Halcón y en la Fuente. Y en la Noche Oscura. Y en la Luz. Y no podía reprimir una lágrima. 250 EPÍLOGO Manuel Sánchez Salorio Santiago de Compostela No es un atraco pero se le parece bastante. Pepe Fernández Vigo me pide por teléfono unas palabras como epílogo para este libro. Es fin de semana, el libro está en la imprenta y el editor dice que el lunes se acaba el plazo para cualquier entrega. Siempre ocurre igual: todas las urgencias “caen” en lunes. Tengo un amigo que dice que el infierno es un lugar en el que todos los días son lunes y creo que lleva toda la razón. No tengo tiempo para releer todo el texto y menos aún para intentar su análisis pormenorizado. Pero no quisiera defraudar a quien ha diseñado este proyecto tan generoso como original. Me aíslo, me siento ante los folios en blanco, cierro los ojos e intento rastrear en la memoria lo que haya quedado de una lectura previa tan rápida como fragmentaria. Pronto aparece algo que considero digno de mención. Ese algo es la recuperación de la historia clínica como género literario. El autor del libro ha pedido a sus colegas oftalmólogos docentes la aportación de un caso clínico que considerasen particularmente interesante. Y resulta que al cumplir el encargo ninguno hemos recurrido a dibujos, gráficos o fotografías. Nadie ha “bajado“ nada de la pantalla o del ordenador. Curiosamente todos hemos utilizado un procedimiento que tiene casi treinta siglos de existencia. En el “Libro de las Epidemias” incluido en el Corpus Hippocraticum todavía hoy pueden leerse con provecho las primeras historias clínicas de la historia de la humanidad. Lo cierto es que para exponer nuestra experiencia todos hemos recurrido a lo que literariamente se conoce como un “relato”. Y ahora podríamos preguntarnos: ¿Por qué fue así? Pues probablemente porque el relato es lo que unifica y da sentido a la experiencia. Los datos son siempre, por definición, fragmentarios. El relato es lo que une un antes y un después: lo que unifica. Borges dijo que “el mayor placer de la vida consiste en poder contarla”. En ser capaces de construirla y entenderla como un relato. Algo parecido sucede con la enfermedad. Tener algo que contar es algo muy importante. Hay pacientes que lo único que pueden contar de su vida es su enfermedad. Que la enfermedad sea una amenaza o una desgracia no impide que cumpla esa función. Paquita del Barrio cantaba una copla que decía: “Por tu culpa mi vida se ha convertido en una historia”. Lo mismo puede ocurrir con quien padece una diabetes, una degeneración macular asociada a la edad, un glaucoma o unas crisis de jaque- 251 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos ca. Por eso no resulta del todo irrelevante que el médico sea capaz de hacer entender al paciente su enfermedad como algo que puede ser contado. Pero en este libro ocurre algo más original. En la historia clínica clásica el relato se refiere exclusivamente a lo que sucede al paciente. Aquí aparece también lo que percibe, siente y razona el médico. Son en cierto modo relatos autobiográficos. Esa es la gran novedad. La relación del médico con el enfermo siempre tiene un carácter bifronte. Por un lado tiene un aspecto cognoscitivo -conocer la alteración- y, por otro, un aspecto operativo: corregir eso que aparece alterado. En los relatos de este libro aparece otra dimensión de esa relación: la afectiva. El médico es “afectado” por eso que conoce e intenta corregir. La relación del médico con el enfermo aparece como lo que en alemán se llamaría Weggemeinschaft, una compañía itinerante. La relación de dos que hace juntos el mismo camino. De algún modo la enfermedad no hiere solo al enfermo que la padece sino también al médico encargado de curarla. Y ahora ya metidos en honduras -y también ya para terminar- me van a permitir una divagación. Todos estamos muy orgullosos de reconocer nuestro origen en aquella proeza portentosa que en los siglos V y VI a. de C. realizaron unos médicos geniales en las costas Jónicas del Asia menor. Fueron ellos los que sacaron a la enfermedad del mundo de los dioses para meterla ya para siempre en el de la Physis, el de la Naturaleza. Pero podríamos preguntarnos ¿qué es lo que había antes de esa proeza? Pues en el abigarrado mundo de la mitología griega campeaba un extraño centauro llamado Quirón. Y ese Quirón es quien enseña a curar las enfermedades a Asclepios-Esculapio. Es también quien en “La Iliada” enseña a Aquiles y a Patroclo a curar con hierbas las heridas de la guerra. Ese es nuestro origen más remoto. Una cabeza humana simbolizando la claridad de la razón y un cuerpo de caballo reivindicando las oscuras fuerzas del instinto. Y algo todavía más extraño. El centauro lleva en su flanco una herida incurable: la producida por una flecha de Heracles. La herida en la que la enfermedad del paciente se integra y se hace patente en la vida del médico. Aquí se acaba mi relato y con él se acaba el libro. Un libro que podría llevar ese título: la herida del médico. www.sansalorio.com 252 PERDÓN, GRACIAS Y ADIÓS Solo le pido a Dios Que el dolor no me sea indiferente, Que la reseca muerte no me encuentre Vacío y solo sin haber hecho lo suficiente (León Gieco) Perdón Decía en la introducción que este era un libro importante para mí. Allí daba una parte de las razones, aquí doy las otras. En primer lugar es importante porque es un libro que me permite pedir perdón a todas aquellas personas a las que no he sabido o no he podido ayudar, a quienes me necesitaban y les he defraudado. Hace poco estuve en el homenaje a una autoridad académica, un histórico profesor de otra disciplina recientemente jubilado. Me dio pena y me hizo reflexionar. Tras las alabanzas propias de las autoridades y de sus discípulos, realmente justificadas, tomó la palabra y habló con grandilocuencia y vanidad. Y no pidió perdón… A lo largo de su vida tuvo grandes aciertos, muchísimos, pero también cometió errores, pero no pidió perdón, normalmente no se pide perdón. Y reflexioné ¿puede ser tanta la vanidad y la egolatría que nos hagan perder la humildad? Por eso yo quiero aprovechar este foro para pedir perdón a todos aquellos a los que haya defraudado, pacientes, alumnos, compañeros, opositores, amigos, familia, a todos aquellos que hayan depositado su confianza en mí y a cambio yo no haya estado a la altura. Que conste que siempre intenté hacer lo que creí más honrado y que no escatimé esfuerzos para cumplir con mi obligación. Es algo que aprendí de mis padres y que quiero transmitir a mis hijos. Gracias Este libro también es importante porque me sirve para dar gracias a todos aquellos que han apostado por mí, a todos aquellos que me han ayudado a ir modelándome como persona, a todos aquellos que me han permitido ser útil, que me han dado una razón de ser, que me han permitido encontrar un proyecto externo de vida, que han dado sentido a la vida. El proyecto interno es otra cuestión. “Ser útil, sentirse útil a la sociedad”. Desde siempre mi parábola favorita ha sido la de los talentos de San Mateo. Aquella en la que el amo pide cuentas de los talentos entregados. Si tienes unas capacidades, tu obligación y satisfacción es desarrollarlas en bien de la comunidad. Hay que jugar fuerte. Puedes equivocarte pero ese no es el problema. El problema reside en la inacción. No sé si el libro será útil, solo sé que tenía que escribirlo. Me lo debía a mí mismo, a mi ilusión por la Oftalmología, a mis amigos y pacientes y a mi familia. Para que me conozcan mejor. 253 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos Este libro también me sirve como justificación ante todos aquellos que a lo largo de mi vida han criticado con dureza mi dedicación, a aquellos que no han comprendido “que vivir es crear, gozar y sufrir y que el descanso es empezar a morir”, resumiendo la cita de don Gregorio Marañón. Adiós Este libro, en el que tantas ilusiones he depositado, ha llegado a su fin. Ha llegado el momento de rematarlo y entregarlo. Tengo que decir adiós. Y en este momento me sacude la nostalgia. Este libro me ha acompañado a lo largo de mis últimos ocho años. Lo inicié por entonces, con motivo del nacimiento del tercero de mis hijos, cuando me encontré casi cincuentón con un bebé de pocos meses descansando en el Gran Hotel de La Toja. Momentos en los que la madurez ya es notable y los impulsos se moderan, momentos en los que la biografía te debería hacer cambiar de ciclo y de repente te encuentras que lo reinicias, veinte años más tarde. Si he tardado ocho años se debe a que habitualmente había algo más urgente, nunca nada más importante. Tesis doctorales, congresos, cursos…, siempre había algo con plazo. Y el libro nunca lo tenía. Hasta que llega el momento decisivo, en el que te plantas, el no va más. Este libro me ha perseguido, siempre discreto en mi disco duro, a lo largo de este periodo. No ha habido vacaciones o descansos en los que no escribiera algo, casi siempre con nocturnidad, cuando el ajetreo propio de este segundo ciclo vital cedía. Decíamos al comenzar estas páginas que este libro era un proyecto con un doble objetivo, de salud y solidario. Ahora, al rematarlo te das cuenta de que lo que más ilusión te hace es que sea solidario, es lo que más te llena, lo que más te satisface. Sin duda lo que más me gustaría es que todo el mundo lea estos cuentos, porque así le estaría devolviendo a la sociedad parte de lo que me ha dado, porque la oftalmología me ha permitido desarrollarme como persona, me ha dado amigos, me ha permitido conocer a mi mujer y tener unos hijos maravillosos, y tener un proyecto de vida apasionante, y me ha permitido luchar, luchar y vivir. De una forma diferente, distinta a lo que la gente entiende como una vida normal. Y sobre todo porque cada libro vendido supone unos euros para lo que más adoro: los niños. Y lo que más me duele: los niños. Y por eso quiero que esos euros se vayan a donde se necesiten para que no haya niños ciegos. También por estas razones a los autores les está prohibido que este libro que se les entrega sea objeto de regalo, debe ser adquirido para que su beneficio revierta en donde verdaderamente se necesita. Ojalá al final de mis días pueda cantar con León Gieco: “que el dolor no me haya sido indiferente, que la reseca muerte no me encuentre vacío y solo sin haber hecho lo suficiente”. José Fernández-Vigo López 254 ÍNDICE TEMÁTICO Si está interesado en: Glaucoma: ver los relatos en: La ceguera silenciosa ¿Dónde están las gotas, matarile? Jacinto, mejor no arriesgar Esperanza, la paciente psiquiátrica Catarata: Los valientes recuperan la vista Doña Eudosia, la maestra del pueblo 89 142 144 243 71 75 Lagrimal: Aparato lagrimal El ojo que no llora 153 154 Córnea: Arantza, la chica vasca con cuatrocientos puntos en la cara Fe, confianza, disciplina, fidelidad, altruismo, perseverancia El A3 de Gabriel 98 158 161 Retina: Desprendimiento de retina: El embarazo y el mando Faustino, como un abuelo Mi “amigo” Antonio tiene la “vista borrosa” El neonato y la retina 181 183 185 193 Retinopatía diabética: Antonio, el diabético que fumaba Lucas el pimpollo 34 56 255 Un recorrido en tren por la Oftalmología y otros cuentos Trombosis: Juana, la mujer que perdía vista por culpa de su marido Enfermedades congénitas y hereditarias: El neonato y la retina Gabi, el diagnóstico que no pude comunicar El daltónico que quería ser marinero 256 38 193 64 132 Mácula: Jesús, o la cobardía intolerable La pintura de Turner Gustavo, el paciente-médico optimista María y los pájaros 58 199 202 247 Infecciones: El niño con bichos en los ojos Yabo 50 150 Neurooftalmología: María y su mundo izquierdo Sandra, la adolescente de los secretos inconfesables Dos historias con Sigmund Freud al fondo María y los pájaros 166 171 174 247 Órbita: Maruja, la mujer con cara de loca 134 Defectos de refracción (miopía): La segunda peor noticia en la vida de Pedro 120