1 LOS ESPACIOS EN “LA CASA DE BERNARDA ALBA”

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LOS ESPACIOS EN “LA CASA DE BERNARDA ALBA”
El espacio donde ocurren los hechos desempeña un papel predominante en un doble plano: el
lugar físico donde transcurren los tres actos y el lugar simbólico, ámbito de represión, laberinto
y prisión, regla y norma que no deja esperanza a ninguna de las mujeres que la habitan. Para
esas leyes ajenas e impuestas. Asimismo, la casa, como espacio simbólico, era el lugar propio de
las mujeres, donde debían estar para ser consideradas decentes. Por otra parte, según la
interpretación psicoanalítica, las casas y habitaciones se asocian al cuerpo femenino, y cuando
no tienen ventanas, representan la virginidad.
A) Lugar físico. Localización real
Según el relato de un autor a un amigo, en la aldehuela próxima a Granada existía una casa,
vecina a la propiedad de sus padres, donde vivía una viuda con sus hijas solteras, a las que
sometía a una tiránica vigilancia privándolas de toda libertad. Desde un pozo seco medianero que
había en el confín del patio de la casa, Lorca las espiaba intrigado. Esta casa real fue la que le
inspiró el escenario del drama.
A pesar de que el hecho no tenga relevancia en el contenido de la obra, puede afirmarse que ésta
es una casa de un pueblo de Andalucía por algunos datos del diálogo y, sobre todo, por las
acotaciones del primer acto: habitaciones “blanquísimas” y los muros muy gruesos, costumbres de
los lugares de clima caluroso; las cortinas son de yute (tejido hecho con fibras de plantas que
crecen en zonas cálidas) y las sillas de enea. Utilizan como adorno los volantes, característico de
los vestidos andaluces, y los madroños, iguales que los que adornan las mantillas españolas y las
monteras de los toreros. La casa tiene un pozo, característico de las casa ricas de Andalucía.
Este espacio trasciende el localismo realista y adquiere un valor simbólico válido para otras tierras
de España.
B) Valor simbólico del espacio interior
La acotación que el dramaturgo coloca, entre paréntesis, al comienzo del acto primero, para
describir el lugar de la acción, es de una elocuencia sintomática:
Habitación blanquísima del interior de la casa de Bernarda. Muros gruesos. Puertas en arco con
cortinas de yute rematadas con madroños y volantes. Sillas de anea. Cuadro con paisajes
inverosímiles de ninfas o reyes de leyenda. Verano. Un gran silencio umbroso se extiende por la
escena. Al levantarse el telón está la escena sola. Se oyen doblar de campanas.
Quienes habitan este espacio visten de negro, color que contrasta con el blanco de las paredes en
un fondo fotográfico. En cada uno de los actos se diseñan secuencias como estampas fijas
(fotografías de la época). Ejemplo de ello es la escena del responso (acto I), la secuencia inicial
del acto segundo, con las hijas de Bernarda y Poncia cosiendo…
Como indica la acotación, la habitación interior está aislada de la calle por “muros gruesos”; no
tiene ventanas-símbolo de virginidad- y “puertas en arco”. En este escenario se incrustan los
personajes, formando parte de él, como defiende la teoría de la fotogenia. Cada uno de ellos es
un muro que coarta la libertad, movimientos y actuación de los demás. Unos arcos, signo de
incomunicación (Anderson, 1988) y de muerte, rompen las gruesas paredes. Son casi entradas de
calabozo, puertas que nunca conducirán a la calle, siempre a otras habitaciones más adentro,
donde no hay salida. Y si en el primer acto se fingen escapes a la fantasía en los cuadros
colgados de las paredes, después sólo éstas encierran los caminos imposibles.
La clausura del espacio de la casa es anterior al momento de la acción (“Desde que murió el
padre de Bernarda no han vuelto a entrar las gentes bajo estos techos”) y Bernarda desea que lo
siga siendo después (“¡Andar a vuestras cuevas a criticar todo lo que habéis visto! ). El luto-la
condena impuesta por la madre- no supone, por tanto, sino reforzar un aislamiento preexistente
que para la mujer se concibe como lugar natural de su existir. La casa-isla no posee un significado
unívoco. Para Bernarda protege del exterior, posesión heredada (“Esta casa levantada por mi
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padre”). Es vínculo físico, no afectivo, para las hijas, a un tiempo cárcel (espacio impuesto) y
convento (espacio de la virginidad). Poncia tiene en ella su medio de vida y establece el contacto
con el mundo exterior. Su situación es dual: pertenece y no pertenece a la comunidad, como
Bernarda le hace ver. Para la mendiga, finalmente, la casa es el paraíso en el que recibe sustento
y del que la Criada la expulsa sin contemplaciones (“Por la puerta se va a la calle”)
La puerta de la calle se abre al principio de la obra para que entren las protagonistas de la obra a
cumplir la condena dictada por su madre. Sólo vuelve a abrirse al final del acto segundo cuando
Bernarda permite e incita a sus hijas a salir, a apalear y matar, junto con la gente del pueblo, a la
hija de la Librada.
Las otras puertas dan a los dormitorios y al patio, lugares de la casa más internos. Las puertas
harían posible la salida, por eso están vedadas a las hijas y sirven más para cerrar que para abrir.
Adela realiza sus deseos al pasar la del corral, pero su trasgresión es purgada inmediatamente
con la muerte tras otra puerta. Las ventanas admiten una comunicación distanciada (no faltan
rejas), a veces permitida o tolerada y en ocasiones prohibida, como sucede con la aproximación
de Adela para hablar con Pepe el Romano. En el acto segundo ese acercamiento y la propia
ventana se constituyen en protagonistas del desvelamiento de lo ocurrido.
Las paredes blanquísimas representan la decisión de Bernarda de custodiar a ultranza la pureza
de sus hijas y la obsesión por mantener la limpieza y la honorabilidad de su casa.
En el acto segundo la acción se intensifica al tiempo que el espacio es aún más cerrado; los
ruidos exteriores se oyen “lejanos, como a través de varios muros”. Las habitaciones sólo
tienen puertas a los dormitorios, lugares donde se desarrollan las tensiones producidas por el
instinto sexual reprimido. El blanco a secas (sin superlativo) de las paredes traslada parte de su
intensidad a los personajes mismos, ahora más llenos de vida. El blanco de las paredes no es tan
puro, pues la pasión erótica devora a las hermanas y arrastra a Adela hacia la consumación de su
deseo, y, por tanto, a la pérdida de su virginidad, y a Martirio hacia una maldad despiadada ante la
imposibilidad de no poder ella también satisfacer sus ansia.
En el tercero, las paredes del patio interior “blancas ligeramente azuladas” que sirven de marco a
la escena indican la llegada de la noche y sugieren premonitoriamente el final, en el que vencen,
sobre el instinto vital, la represión y la muerte. Acaso reflejen también la presencia del sentimiento
religioso-azul celeste- sinceramente sentido y practicado por Prudencia, que hace allí su primera y
única intervención.
C) El espacio exterior
Ese espacio interior, agobiante y represivo, es el único que aparece explícitamente en toda la
obra. Las puertas y las invisibles ventanas conectan los espacios presentes (la sala donde se
despide el duelo, la habitación blanca en que se hace la vida diurna y el patio donde cenan y por
donde transitan a la zona del corral con los omitidos (el corral, el interior de las habitaciones y
la calle).
Estos son los espacios exteriores, de los que proceden normas de comportamiento y tentaciones.
De ellos llegan pasiones elementales, de un erotismo desatado. Pero, a la vez, el mundo exterior
es el mundo del qué dirán, un mundo regido por unas normas implacables de las que Bernarda
será un eco amplificado hasta lo insoportable.
Intermediarias entre los dos espacios son las ventanas. No aparecen en el escenario, pero juegan
un papel importante en la acción central. A través de ellas observan las hijas los pasos del hombre
deseado, y les llegan las voces y los cantos de los segadores que las incitan al amor. “Abrir
puertas y ventanas las que vivís en el pueblo”. Angustias, según manda la costumbre y la
decencia, habla por la ventana con su novio, mientras que Adela se ofrece, a través de la suya, a
Pepe el Romano, de noche, casi desnuda y con la luz encendida. La Poncia excita la sensibilidad
de las muchachas contando la aventura erótica que vivió con su novio la primera noche en que
hablaron por la ventana.
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Son aberturas que comunican con el espacio libre, al tiempo que barreras que impiden el paso
entre dos mundos antagónicos; por eso, “en sus dos caras, como señala Ynduráin, se juntan lo
oferente y lo prohibido, apertura y cierre”.
Muy importantes son los espacios sonoros que alimentan las fantasías (canto de los segadores,
pasos de la jaca de Pepe) o avisan de peligros (linchamiento). Las habitaciones son los lugares
individuales de estos deseos inconfesables y acciones torcidas. El del corral, cuando se escucha
el garañón, se convierte en simbólico, como lo es también en los encuentros furtivos.
Los espacios sonoros indicados son signos dramatúrgicos de gran efectividad. Pero quizá es el
tañido de las campanas el más importante. Ese sonido es el complemento de los silencios de
Bernarda. Al comenzar el primer acto, “se oyen doblar las campanas” y las primeras palabras de
la Criada (“Ya tengo el doble de esas campanas metido entre las sienes”) crean la sensación de
que lo están haciendo mucho tiempo. El clima funerario acompaña durante toda la acción y, al
final del tercer acto, Bernarda dispone:” ¡Avisad que al amanece den dos clamores de
campanas!”. Las campanas, instrumento religioso, enmarcan una obra que puede concebirse
como prolongada ceremonia ritual.
Este otro espacio, invisible, el del mundo exterior, va filtrándose a través de las rendijas y
ventanas y contribuye, por contraste con el primero, a que la situación del encierro de sus hijas
sea más penosa, y a que, por tanto, la tensión dramática aumente hasta llegar al clímax fatal.
El espacio exterior no tiene el mismo referente para todas las mujeres de la casa. Para Bernarda
representa la realidad, el “maldito pueblo sin río, pueblo de pozos, donde siempre se bebe el agua
con el miedo de que esté envenenada”, el de las críticas y la envidia de los convecinos. Para la
abuela y las hijas es el lugar ideal de la liberación de sus deseos insatisfechos. Ansían los
campos, el monte, el río, el mar-símbolos de deleite físico y de la vida en libertad- y los identifican
con el hombre y con el trabajo. En definitiva, contraponen por un lado casa, enclaustramiento; y,
por otro, hombre, libertad y trabajo.
Sin embargo, el espacio final de Adela no está en el interior de la casa, está “fuera”. Adela ha salido al
mundo exterior para consumar su pasión sexual con Pepe el Romano y ha encontrado la muerte.
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