catequesis cuadro

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Pedro Orrente: La multiplicación de los panes y los peces
1.626-1631
Óleo sobre lienzo: 1,10x1,47m.
Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de la Asunción. La Guardia (Toledo)
Exposiciones: Exposición diocesana de arte antiguo, Palacio de Fuensalida, Toledo 1968. El Toledo
del Greco, Hospital Tavera e iglesia de San Pedro mártir, Toledo, 1982. Eucaristía y arte en Toledo,
Posada de la Hermanadad, Toledo, 1992.
La pintura del pintor murciano Pedro Orrente que guarda la parroquia de la
Guardia, fechada entre 1626 y 1631 representa el milagro de la multiplicación de
los panes.
A Orrente se le considera el Bassano español, puesto que en su viaje a Venecia
bebió de las fuente de los hermanos Bassano, los mejores intérpretes de los tipos
populares, pastores y animales, que tanto influyeron en el Greco. Orrente llenó sus
lienzos de estos personajes y los presentó en clave naturalista, como no podía ser
menos tras la revolución de Caravaggio, en la que las gentes de la calle se
conviertieron en protagonistas de lo sagrado con gran expresividad y dramatismo,
bajo la luz de un poderoso clarooscuro: el tenebrismo caravaggesco.
No solo los hermanos Bassano le contagiaron su interés por lo popular, sino que la
influencia del Veronés con sus complejas composiciones, de múltiples figuras e
indumentarias exóticas, también se percibe en ésta pintura.
Orrente fue amigo de «mudar tierras», puesto que hay noticias de su trabajo en
Murcia, Toledo, Venecia y de nuevo Murcia, Toledo y Valencia desde el año 1.600
hasta su muerte, 45 años después. Hijo de un mercader de origen marsellés
establecido en Murcia, pintó para la Catedral de Valencia donde rivalizó con
Ribalta. En Toledo lo encontramos desde 1617 recibiendo el encargo de la Catedral
de pintar el Milagro de Santa Leocadia, sorprendente en sus escorzos, tono
tenebrista, y la gestualidad de una Leocadia de grandes ojos luminosos llenos de
espíritu. Aquí trabó amistad con Jorge Manuel Theotocópuli, el hijo del Greco,
siendo incluso padrino de dos de sus hijos, tal como aparece consignado en los
libros de Bautismos de Santo Tomé de los años 1627 y 1629. Este mismo año
contrató los retablos del convento de franciscanos de Yeste en Albacete, en parte
conservados, titulándose pintor de Su Magestad, quizá por encontrarse sus
pinturas decorando el Palacio del Buen Retiro por orden del conde Duque de
Olivares. Las últimas noticias de su estancia en Toledo son de 1632, cuando
contrata un retablo para el convento de San Antonio de Padua del que nada se
conserva. Antes había pintado para la capilla de los Reyes Nuevos un Nacimiento
de Cristo y un San Juan Bautista, que podemos ver hoy en la exposición del Greco Arte
y oficio. En 1645 viudo y sin hijos, muere en Valencia.
De los seis relatos evangélicos que narran el hecho de la multiplicación de los
panes (Jn 6,1-15; Mat 15, 32-39; Mc 8, 1-9; Mt 14, 13-21; Mc 6, 34-44; Lc 9, 10-17),
parece seguir fielmente el del evangelista Juan, donde ante la pregunta de Cristo a
Felipe al levantar los ojos y ver que venía hacia él tanta gente: “¿Dónde nos
procuraremos panes para que coman todos estos?”. Andrés, el hermano de Simón
Pedro, le presenta a un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces.
La escena sigue un método muy habitual en la narrativa artística que es la ley de
simultaneidad, por la que en una misma pintura se incluyen los distintos
momentos del episodio: los alimentos le son presentados a Cristo por el joven,
Cristo los recibe y con el gesto de su mano, aprueba y bendice, la gente distribuida
en pequeños grupos ya se ha recostado y se inicia el reparto a la multitud por los
discípulos que se encaminan hacia el fondo, cargados con cestos que rebosan de
panes.
El grupo de la izquierda equilibra la diagonal que conforma el muchacho de los
peces en el grupo de Cristo, logrando una V compositiva que nos invita a entrar en
este paisaje de pradera y a recorrerlo. Es un paisaje delicadamente armonizado,
construido mediante la sucesión de distintos planos iluminados alternativamente
para lograr la sensación de espacio en profundidad. Podemos caminar
deteniéndonos y recreándonos en los distintos grupos, distribuidos en los claros
luminosos a diferentes alturas entre las zonas de sombra.
El paisaje es idílico, amplios celajes azulados entre blancas nubes en los que
despliegan sus alas los pájaros, cubren un paisaje arbolado de montañas y valles de
suaves ondulaciones interpretado con pinceladas fluidas y toques prietos de
pincel. Nuestra mirada descansa en esta pradera soleada. La suntuosidad colorista
veneciana, en ocasiones estridente ha dejado paso a una gama apagada de ocres
terrosos y tonalidades tostadas, interrumpidas ocasionalmente por manchas de
azul, rojo intenso y blancos brillantes.
Levantad los ojos, mirad el horizonte con el que el pintor quiere expresar este
misterio. ¡Cuánta belleza, un paisaje idílico en la naturaleza, este regalo de Dios
donde el hombre se recrea, donde encontramos descanso. ¿cuántas veces
necesitamos pasear, respirar a campo abierto. El alma se hincha y reposa a la vez,
los agobios parecen menores. Todo nos habla de Dios, esas nubes blancas. Parece
que se están moviendo por una suave brisa. Sentimos el calor y protección de Dios
Padre, junto al Hijo de rostro tan bello y sereno, tan digno de ser amado, mecidos
por el viento del Espíritu Santo. Se está agusto. A otros en cambio les pesan los
rigores del sol, tanto tiempo escuchando al maestro, siguiéndolo... Desde que
salimos, hace ya tiempo, de nuestra casa, de nuestra comodidad, quizas de la
noche, de nuestra noche del alma. Es posible que tengamos ya hambre…
Como fruto de este aprendizaje veneciano y de las nuevas modas romanas
extendidas por los seguidores de Caravaggio, estamos ante un escenario en el que
el episodio del milagro se ha transformado en una escena de género de ambiente
pastoril en la que entre los apóstoles y Cristo con su habitual iconografía y
vestiduras de mantos ampulosos, se introducen personajes pintorescos, habituales
en la Italia barroca, con sus capas pardas, sus telas tostadas y sus tocados algo
exóticos. Son gentes contemporáneas, tipos de la calle, que hacen que la vida
cotidiana vuelva a estar cerca de Cristo, como cada generación, hombres como
nosotros que siguen acercándose al que es el Pan vivo, para que les dé el alimento.
El relato de la multiplicación de los panes se consideró desde la más antigua
tradición como prefigura del pan eucarístico, de ahí que la pintura de la Guardia
tenga su complemento en otra pintura también de la mano de Orrente, con la
escena del milagro de las Bodas de Caná como prefigura del vino nuevo eucarístico.
Los milagros del Pan y del vino la Eucaristía, porque en la figura del pan, en
palabras de San Cirilo de Jesuralén, se te da el cuerpo y en la del vino la sangre para
que al tomar el Cuerpo y la Sangre de Cristo te hagas un solo cuerpo y una sola
sangre con Él. Y así al distribuirse su Cuerpo y su Sangre por nuestros miembros,
somos hechos Cristóferos y según palabras de Pedro, partícipes también de la
naturaleza divina.
El equilibrio entre sombras y claros, entre volúmenes y aperturas en el espacio es
muy armónico. Todo sigue un ritmo discursivo ondulante que Cristo con su mano
desata, las figuras se ponen en marcha y hasta la naturaleza se hace eco expectante
de la bienaventuranza que la humanidad va a recibir. Los grupos se han
dispersado, son todos distintos, y entre ellos hay espacio suficiente para acoger a
más hermanos. ¡Qué hermoso el paisaje de nuestra querida Iglesia con sus grupos,
sus distintos carismas, que el Espíritu se encarga de acomodar y dispersar cada
uno en su sitio, hasta las “periferias”! Y cada familia es de su padre y de su madre
como se suele decir, pero a todos nos une que comemos el mismo pan del cielo, un
mismo Padre nos reúne para alimentarnos, para saciarnos. Nos une que, como ese
perro, tradicional símbolo de la fidelidad a Cristo, que descansa recostado a sus
pies, esperando solícito las migajas que caigan de su mano, todos necesitamos
sentarnos a la sombra del maestro, de nuestro Pastor, de nuestro Arzbispo, de
nuestro párroco, porque es un gozo escuchar su Palabra que es la única que nos da
vida eterna y dejarnos inundar de la misericordia que se derrama a borbotones en
el sacramento del perdón y vivir un instante de cielo en la tierra en la Eucaristía
que nos alimenta y diviniza.
Distinguimos con mayor claridad el grupo de la izquierda en primer término. Está
formado por dos mujeres, que conversan al tiempo que una de ellas amamanta a su
niño. Dar la vida, alimentar a otros. Junto a ella un muchacho elegantemente
vestido acompaña a un hombre que nos da la espalda en su conversación con un
anciano, otro joven semidesnudo, cubierto por un manto a la manera de Juan el
Bautista se sienta sobre la roca mientras observa desde lo alto al grupo. Es la
familia de la Iglesia, están todas las edades, vocaciones y condiciones, como
compendio de la humanidad que va a recibir todos los beneficios de la salvación.
Y aquí estamos nosotros, un pueblo con sus pastores, dispersos por el mundo,
agotados en el desierto de la vida, cansados de la lucha diaria, de los sinsabores del
trabajo, de la persecución y la injusticia, esperando un maná que nos conforte y
nos sacie. “Mucha gente le seguía porque veían los signos que realizaba en los
enfermos” (Jn 6,2). Y no nos vamos a ir, porque el maestro pronuncia palabras de
vida eterna, y el eco de esta Palabra sigue resonando en nuestras iglesias y da
sentido a nuestras vidas, y nos regala un vigor nuevo, unas ganas de vivir, de
servir, de donarnos, nos reviste de gracia y santidad.
Un niño dice tener 5 panes de cebada y 2 peces. La exégesis tradicional interpretó
los cinco panes como los cinco libros de la Torah, es decir la Ley, a la que se suma
Cristo, el pez, ambos manifestación máxima de las perfecciones divinas (Sal 19). Un
muchacho joven, el más pequeño, el más débil, entrega generoso su escaso
alimento. La pobre naturaleza humana interviene queriendo, dando un paso al
frente, extendiendo las manos a Jesús para que éste haga el milagro. Sin nuestra
voluntad Jesús no actúa, no violenta el devenir de nuestra vida.
Espera el momento oportuno, quizás inesperado. A veces preparados, llenos de
alimento espiritual, llenos de Gracia, dispuestos para compartir estos frutos de
gracia, para evangelizar, para llevar el alimento que nos sobra que rebosa de
nuestra medida, a quien tenemos al lado, a nuestro vecino, al alejado… O a veces
inesperado, sin apenas alimento para nosotros, cuando pensamos que no tenemos
ni para nosotros. Como la viuda de Sarepta solo con unos restos de harina, un
recuerdo, una experiencia de Dios de otros tiempos… ¡Dios viene hoy a tu
encuentro! Como nuevo Elías, a pedirte esta harina, esta debilidad que sientes, este
miedo al futuro, a la muerte, débil como la viuda. ¡Viene este profeta, entonces
Cristo, hoy, ahora, Cristo Resucitado, vencedor de la muerte, del miedo al futuro,
del cansancio, del miedo al fracaso… para convertir tu Orza vacía, en un recipiente
rebosante de alimento, donde queden trozos sobrantes, hasta doce canastos,
imagen de los doce apóstoles en misión. Que tengas, por la gracia de Cristo,
alimento para ti y para tus hijos, tus amigos, tu parroquia, y para todo el mundo.
¡ Levanta hoy los ojos y mira a Cristo! ¡Sólo necesita de ti y de mí un sí! Aquí tienes
lo que tengo, mi realidad, mi situación concreta, con lo que busco alimentarme…
huyendo del pan duro de la cruz, incapaz de cargar con el pecado del hermano que
tengo al lado, incapaz de amar sin esperar nada a cambio.
“Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces: pero ¿qué es
eso para tantos?” (Jn 6, 9) ¿Qué es mi pobre servicio en la parroquia para tantos,
qué mi escaso tiempo para visitar enfermos, qué mis pobres palabras para dar
catequesis, que mi escasa voz para cantar en la liturgia, qué mi pobreza para
ayudar a los pobres, qué mi cobardía para hablar a los miles de alejados? Tú
dámelo, tu dame tus cinco panes y tus dos peces, tú ámame, vive para mí, sé otro
Cristo, ama la Torah, cumple la ley, dame tu pan y tus peces, dame tu cuerpo de
esclavo y yo te revestiré de mí. Ya haré yo el milagro, ya multiplicaré tus fuerzas, tu
tiempo, ya moveré yo los corazones, ya haré yo germinar el amor de tu semilla con
una medida rebosante.
Qué bien se está aquí, en estos campos de hierba fresca de la Iglesia, pero después
de alimentarnos… ¿cómo no levantarse y coger el canasto y llevar el alimento del
amor de Dios incondicional, a los alejados? Levantad los ojos porque en estos
campos que ya blanquean para la siega, corrillos de hermanos se ponen en
movimiento para la misión. Derrama Señor tu Espíritu sobre esta Iglesia de Toledo
y con la ayuda de tu Madre, alma de la familia de Nazaret, renueva nuestras
parroquias como familia de familias en la entrega a la evangelización.
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