ECCLESIA IN AMERICA

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E C C L E SI A I N A M E R I C A
MISA DE APERTURA DEL CONGRESO INTERNACIONAL CON MOTIVO DEL 15º ANIVERSARIO
DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS PARA AMÉRICA
Basílica de San Pedro en Roma
9 de diciembre de 2012
“Pueblo de Dios, el Señor vendrá a salvar a todos los hombres. El señor hará oír su voz
majestuosa para dar gozo a vuestro corazón”
Queridos amigos, recibamos esta promesa de Dios que resuena en el corazón del Adviento y que
ya nos llena de esperanza y gozo. La recibimos con júbilo en la fe de Pedro y de María, en el
centro del Catolicismo, al tiempo que traemos aquí las intenciones del Continente Americano y
su respuesta al llamado del Beato Juan Pablo II:
A las puertas del tercer milenio cristiano y en unos tiempos en que han caído
muchas barreras y fronteras ideológicas, la Iglesia siente como un deber ineludible
unir espiritualmente aún más a todos los pueblos que forman este gran Continente
y, a la vez, desde la misión religiosa que le es propia, impulsar un espíritu
solidario entre todos ellos”. 1
Motivados por esta profética visión del Beato Juan Pablo II y comprometidos con su realización,
estamos aquí reunidos obispos, sacerdotes, religiosos y laicos para evaluar el establecimiento de
la Exhortación Apostólica Postsinodal Ecclesia in America. Me alegra saludarlos y agradecerles
sinceramente haber aceptado la invitación de la Comisión Pontificia para América Latina,
apoyada generosamente por los Caballeros de Colón, y pasar unos días de este Adviento de 2012
buscando una comunión y solidaridad más profundas entre nuestras iglesias locales en el
Continente Americano.
El Sínodo de 1999 marcó un hito en la reconciliación y la colaboración efectiva entre nuestras
diócesis de Norte y Sudamérica. Nos complace dar gracias a Dios aquí en San Pedro en Roma e
invocar al Espíritu Santo junto con Nuestra Señora de Guadalupe y San Juan Diego en otra etapa
de la nueva evangelización del gran continente que es el hogar de más de la mitad de los
católicos del mundo.
1
Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Postsinodal Ecclesia in America sobre el encuentro con Jesucristo vivo,
camino para la conversión, la comunión y la solidaridad en América, 22 de enero de 1999, n. 5. Cf. Discurso
inaugural de la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (Santo Domingo, 12 de octubre de 1992),
n. 17: AAS 85 (1993), p.p. 820-821; La Documentation Catholique, n. 89m 1992, p. 1028.
La Palabra de Dios para este segundo domingo de Adviento ilumina el espíritu y las actitudes
que deben estimularnos durante estos días de reflexión y esperanza. Escuchemos al profeta
Baruc:
Levántate, Jerusalén, sube a lo alto y dirige tu mirada hacia el Oriente:
mira a tus hijos reunidos desde el oriente al occidente por la palabra del Santo,
llenos de gozo, porque Dios se acordó de ellos (Bar 5,5).
La Palabra de Dios que nos une es Cristo el Señor, el Deseado de las naciones. Es Él quien se
eleva desde el este como el sol naciente. Al que el Continente Americano conoció y adoptó hace
500 años gracias a la ternura maternal de María, quien se dignó manifestarse a Juan Diego con
los rasgos indígenas de Nuestra Señora de Guadalupe. Conmovido por la divina misericordia
revelada en sus rasgos, desde ese momento, el Continente Americano avanza hacia la esperanza
del Dios que está en Cristo, en el centro de la esperanza y los desafíos de los tiempos presentes.
Porque Dios dispuso que sean aplanadas las altas montañas y las colinas
seculares, y que se rellenen los valles hasta nivelar la tierra, para que Israel
camine seguro bajo la gloria de Dios (Bar 5,7).
Dios decidió salvar a su pueblo y conducirlo por senderos sin obstáculos hacia la gloria de su
Reino. Por eso Cristo hizo su morada en el Continente Americano, especialmente entre los
pobres, y estableció su hogar y su gloria entre los que comparten su amor. Sus grandes brazos se
extendieron en las alturas del Cerro del Cubilete (León, México) y del Corcovado (Río de
Janeiro, Brasil) llamándonos a permanecer fieles al valor de los misioneros, a la perseverancia de
los santos y a la sangre de los mártires que hicieron del Continente Americano una tierra sagrada.
Regocijémonos en su divino corazón recibiendo también el mensaje de Juan el Bautista:
“Preparen en camino del Señor, allanen sus senderos. Los valles serán rellenados, las montañas y
las colinas serán aplanadas” (Lc 3,4-5). La Iglesia en el Continente Americano necesita escuchar
nuevamente el llamado del Sínodo de 1999, que fue revitalizado por la Iglesia universal a través
del reciente Sínodo sobre la nueva evangelización, un llamado a la conversión, a la comunión y a
la solidaridad. Nunca ha existido una Iglesia viviente sin una conversión permanente de sus
miembros al Evangelio de Jesucristo; no puede existir una Iglesia viviente sin una comunión
profunda y frecuente con el Cuerpo de Cristo, la fuente brotante y cristalina de su unidad; no
existirá una Iglesia radiante y misionera en el Continente Americano sin una solidaridad que sea
más concreta y creativa entre el norte y el sur del continente.
Estamos conscientes de estos desafíos, queremos enfrentarlos con la audacia de los hijos de Dios
que confían en su gracia. Por ello, nuestra presencia en esta basílica es antes que nada un acto de
fe en el espíritu del Año de la Fe; es también un ruego al Espíritu Santo por la necesaria
conversión de nuestras iglesias a la comunión y la solidaridad entre todas.
Las palabras de San Pablo a los Filipenses nos llenan de esperanza: “Aquel que comenzó en
ustedes la buena obra la irá completando hasta el Día de Cristo Jesús” (Fil. 1,6).
Queridos amigos, recibamos esta palabra de consuelo y esperanza que pronto será confirmada
por el Santo Padre Benedicto XVI, Sucesor de Pedro y garante de la unidad de toda la Iglesia.
Abramos nuestro corazón como hijos de Dios a la bendición del Santo Padre. Debemos obtener
la mayor gracia de unidad y solidaridad entre nuestras iglesias del carisma de unidad del sucesor
de Pedro. Hace quince años, fue el Beato Juan Pablo II en persona quien trazó el camino para
que el Continente Americano se uniera. Hoy, una vez más, es él, en la persona de Su Santidad
Benedicto XVI, quien confirmará nuestro dinamismo e iniciativas de la nueva evangelización del
Continente Americano. Demos gracias a Dios por la unidad de la Iglesia universal que vive y
protege la comunión y la solidaridad de todas las iglesias locales.
Este congreso está patrocinado especialmente por Nuestra Señora de Guadalupe, Madre del
Continente Americano, Estrella de la Nueva Evangelización. Como sus amados hijos, le
encomendamos humildemente nuestras necesidades y nuestros proyectos de la nueva
evangelización con la seguridad de que nos conducirá seguros al júbilo de su Hijo, que fue
prometido a los pobres. Así, dice San Pablo, serán encontrados puros e irreprochables en el Día
de Cristo, llenos del fruto que proviene de Jesucristo, para la gloria y alabanza de Dios. ¡Amén!
Cardenal Marc Ouellet
Prefecto de la Congregación para los Obispos
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