mentesana.17

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e spec i a l
los
beneficios
de la
gratitud
La gratitud es un sentimiento gozoso
que impregna todos los aspectos de la vida.
Pero no es solo una emoción, sino también una
actitud que podemos desarrollar y que
nos hará más felices, como muestran los estudios
realizados en los últimos años.
C
rosa rabbani
Doctora
en Psicología
y especialista en
terapia familiar
sistémica. Autora
de Maternidad y
trabajo (Icaria).
uenta Esopo en una de sus fábulas la
historia de Androcles, un pobre esclavo
romano que fue llevado por su amo a vivir al norte de África, de donde decidió
escapar hacia la costa para, desde allí, tratar de regresar a Roma. Sabía muy bien que, si lo apresaban,
le matarían, y por eso esperó a que llegaran las noches oscuras y sin Luna para salir secretamente de
la casa de su amo, atravesar cautelosamente la ciudad y llegar a campo abierto. En medio de la oscuridad, apresuró su marcha, pero al llegar la luz del día
se dio cuenta de que, en lugar de haber huido hacia
la costa, había penetrado en el interior del país, donde había un desolado desierto. Rendido, hambriento
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y sediento, divisó a lo lejos la entrada de
una cueva en la que se adentró a descansar. De repente, un terrible rugido le despertó de su sueño y, al ponerse en pie de
un salto, vio en la entrada de la caverna
un enorme león de color oscuro.
Androcles había dormido en la madriguera de aquella fiera y sabía que no
tenía escapatoria posible porque la bestia
cerraba el paso. Solo le quedaba aguardar, sumido en el terror, que el animal se
abalanzara sobre él y le destripara. Pero
el león permanecía inmóvil. Se quejaba y
lamía una de sus garras, que vertía sangre. Al verlo sufrir, Androcles olvidó su
pavor y se acercó a la fiera; esta levantó
la zarpa en busca de auxilio. Entonces se
percató de que el animal tenía clavada,
en el cuerpo, una gran espina. Con un
rápido movimiento extrajo la espina y
luego detuvo el flujo de la sangre. Aliviado
de su dolor, el agradecido león salió de
la caverna y, a los pocos minutos, volvió
con un conejo muerto que puso a los pies
de Androcles. Cuando el pobre esclavo
asó el conejo y hubo saciado su hambre,
el león le condujo a un lugar en la colina, donde había un manantial de agua
fresca. Durante tres años, según Esopo,
hombre y fiera vivieron juntos. Cazaban
y comían de día, y juntos reposaban en la
noche. El agradecido león, tendido junto
a su bienhechor, movía su enorme cola
en señal de mansedumbre.
Un día Androcles sintió deseos de hablar con sus semejantes y dejó la cueva.
Capturado poco después por unos soldados, fue enviado a Roma acusado de ser
un esclavo huido, y los antiguos romanos
no tenían piedad de ellos. Lo llevaron al
Coliseo para ser despedazado por las fieras
el primer día de fiesta. La muchedumbre
acudió a presenciar el espectáculo; entre
los espectadores figuraba el emperador de
Roma, que tenía en el Coliseo su asiento
imperial y desde el cual contemplaba la
cruel escena, rodeado de senadores.
Androcles se encontraba en medio de
la arena; pusieron en sus manos una lanza
para que se pudiera defender del terrible
animal al que habían tenido varios días
sin comer para acrecentar su fiereza. El
esclavo tenía, por lo tanto, muy pocas
probabilidades de sobrevivir. Cuando el
hambriento león salió de la jaula, Androcles
tembló y la lanza se le cayó de las manos.
Pero el león, en vez de atacarlo, agitó amigablemente la cola y le lamió las manos.
Androcles se percató entonces de que
era el mismo con el que había vivido en
la cueva; le acarició el lomo, inclinó la
cabeza sobre él y lloró. El pueblo quedó
impactado y maravillado ante tan prodigiosa escena, y el emperador mandó llamar a Androcles para que le explicara lo
sucedido. El gobernante, sorprendido con
el relato de inmensa gratitud, concedió a
Androcles la dignidad de un hombre libre.
En palabras de Lao Tse, el agradecimiento es la memoria
del corazón. No obstante, perdida ya la cuenta de las veces
que a lo largo de la vida habremos dado las gracias o las
habremos recibido, estas palabras parecen haberse vaciado
de sentido de tanto emplearlas. Y ello a
pesar de que tales sentimientos de gratitud no reflejan por completo los grandes
y numerosos motivos que, en nuestras
vidas, apelan a ella.
La actitud de gratitud es una emoción
positiva que ha inspirado numerosas aproximaciones teóricas y filosóficas a lo largo
de la historia. Sin embargo, pese a que ya
Cicerón la describiera como una de las
mayores virtudes, tradicionalmente ha
sido la más descuidada de entre todas
ellas por las investigaciones de la ciencia
empírica, algo que parece haberse remediado levemente en los últimos años. La
gratitud, junto al agradecimiento como su
expresión, se encuentra entre las variables
más identificadas en la totalidad de las
investigaciones y estudios empíricos que
se han realizado en torno al bienestar y la
felicidad. Para mí destacan los estudios de
Robert Emmons y Michael McCullough, recogidos en su libro The Psychology of Gratitude
(Psicología de la gratitud). En sus seminarios dividieron a los participantes en
cuatro subgrupos al azar. A los miembros
del primer grupo les pidieron que antes de
dormir escribieran cinco cosas ocurridas
a lo largo del día por las cuales se sentían
agradecidos. A los del segundo, que cada
noche anotaran cinco cosas negativas de
entre todo lo que les había sucedido. El tercer grupo debía apuntar cinco cosas que
consideraban haber hecho mejor que los
demás aquel día. Y, por último, los integrantes del cuarto grupo, o grupo control,
debían apuntar cinco cosas, cualesquiera, que les hubieran ocurrido durante la
jornada. Las variables medidas fueron el
grado de satisfacción vital expresado por
los participantes durante el estudio y lo
felices que decían ser, su nivel de optimismo, la efectividad en alcanzar sus metas,
el estado de salud física y lo generosos y
benevolentes que se mostraban.
El grupo que peores resultados reflejó en
todas las medidas fue el que apuntó cinco
problemas cada noche en contraposición
a los mejores resultados en satisfacción,
optimismo, éxito en alcanzar las metas
propias, estado físico saludable y alto
grado de benevolencia y generosidad
exhibidos por aquellos que anotaron
cada noche cinco razones por las que se
sentían agradecidos. He aquí los espectaculares efectos de una acción que apenas nos puede llevar dos o tres
minutos al día.
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Irvin Yalom, escritor y eminente profesor de Psiquiatría en la
Universidad de Standford (EE. UU.), trabajó en algunas de sus
investigaciones más importantes con enfermos terminales,
a quienes se pronosticaba entre tres y seis meses de vida.
La mayoría de los sujetos que formaban
parte de la muestra expresaban una máxima común: por primera vez en su trayectoria vital sentían estar verdaderamente
vivos. Curiosa declaración, teniendo en
cuenta el momento trágico que atravesaban. Añadían que, por primera vez,
sentían aprecio, se daban cuenta de que
respiraban, disfrutaban de los paseos y
valoraban la presencia de amigos y allegados. ¡Sentían que estaban vivos! Así, la
pregunta es: ¿necesitamos que algo extraordinario –por lo general dramático–
ocurra en nuestra vida para ser capaces
de apreciar los dones responsables de
nuestra felicidad o para estimar las bonanzas que nos acompañan en nuestras
vidas cotidianas? La obviedad de la respuesta es patente. No obstante, requiere
de una condición que no es tan obvia: que
necesitamos cultivar el hábito y ejercitar
asiduamente la actitud de gratitud.
A menudo propongo a mis pacientes
tan saludable práctica con sus hijos o
con sus parejas. Y he podido comprobar los efectos positivos a los que
este hábito les conduce –ahora ya
disponemos, incluso, de las evidencias científicas que explican
dichos impactos–. Preguntar a nuestro
hijo qué ha sido lo más divertido del día
o expresar a nuestra pareja lo que apreciamos de ella es un ejercicio infalible
que acrecienta notablemente nuestra
percepción de bienestar y mejora notoriamente nuestras relaciones.
Recuerdo el caso de Ana, que hace
algún tiempo acudió a mi consulta para
aclarar las dudas que le atormentaban sobre su matrimonio. Decía haberse casado
muy joven e inconsciente, y que el paso
de los años le dejaba entrever que tenía
muy poco en común con su esposo, del
que creía haberse desenamorado. A este
hecho se le añadía que se había fijado en
un compañero de trabajo con el que sí
parecía tener muchas cosas en común.
En aquella primera entrevista le propuse listar aquellas cosas que apreciaba de
su marido y las experiencias agradables
que había compartido con él. Superando
mis expectativas, se quedó sumida en
sus pensamientos, y le sugerí seguir reflexionando sobre el asunto. Después de
aquel primer encuentro no volvió a mi
consulta, pero varios años más tarde me
llamó para hablar sobre unas cuestiones
que afectaban a uno de sus hijos.
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Ana acudió a mi consulta acompañada de su marido y, para
saciar mi curiosidad, me explicó que aquel ejercicio de gratitud había sido determinante: le había ayudado a valorar en
su medida real aspectos de su vida que constituían sus más
preciadas posesiones y que, sin embargo,
durante años había dado por asentados o
de recibo. Y es que, en palabras de Tal Ben
Sahar, uno de los máximos exponentes de
la psicología positiva, cuando valoramos
lo bueno, lo bueno se revaloriza.
Atesoramos un sinfín de dones de
valor inestimable en nuestro interior y a
nuestro alrededor que no siempre somos
capaces de apreciar. Apreciar en el sentido de considerar, estimar y agradecer,
pero también en su segunda acepción,
que es la de incrementar el valor. Esta
acepción no solo es aplicable a los bienes
materiales sino también a los intangibles,
espirituales. Cuando apreciamos lo bueno en nuestra vida, lo bueno aumenta de
valor. Y cuando ignoramos o damos por
hecho las bendiciones vitales que nos envuelven, lo bueno se deprecia y devalúa.
Desafortunadamente, esto nos ocurre
con frecuencia, deteriorando la calidad
de nuestra vida, de nuestras relaciones
y de nuestro trabajo.
La gratitud apela a la abundancia.
Cosas tan simples como no sentir dolor,
respirar sin dificultad, tener movilidad;
disponer de la luz del sol y de agua; contar con el cariño de los tuyos; encontrar
aparcamiento con facilidad; presenciar
cómo florece una planta en tu balcón o
comprobar que tus hijos se llevan mucho
mejor últimamente, no debe, en caso alguno, darse por asegurado. De hacerlo,
nos centraríamos en lo que nos falta, en
los deseos, en las expectativas y en lo que
no tenemos, incurriendo en la fatal negligencia de dejar de lado la incuestionable
abundancia en la que vivimos.
La gratitud, por lo tanto, lejos de ser
únicamente una emoción, es una actitud
que adoptamos ante la vida y que nos hace
tener una mejor autoestima y una mayor
sensación de valía personal; incrementa
nuestra conciencia ética, mejora nuestros
vínculos con los demás, ayuda a afrontar el estrés y la adversidad, inhibe las
comparaciones negativas con los demás,
nos estimula a adaptarnos a las nuevas
circunstancias y nos ayuda a combatir
las situaciones negativas.
Dice un proverbio de Persia, mi país:
“Maldije el hecho de no tener zapatos
hasta que conocí a un hombre que no
tenía pies”. Apreciemos y hagámonos
conscientes de todas las sencillas razones que la vida nos regala a diario para
hacernos sentir afortunados. i
cómo cultivar
una actitud agradecida
1
Hazte consciente
de lo positivo en tu vida
Presta más atención a tu alrededor para que puedas ser capaz de identificar y
apreciar, de modo consciente, todos los
detalles por los que puedes expresar tu
gratitud. Se trata de poner en práctica
lo que nos decían de niños para cruzar
la calle: “Parar, mirar y continuar”. Pues
párate un momento, aprecia de forma
consciente el instante actual, lo que estás
haciendo, pensando, sintiendo, y continúa con tu vida cotidiana.
2
Lleva un diario
de la gratitud
3
Escribe una carta
de agradecimiento
Apunta cada día las razones por las que
te sientes agradecido. Esta práctica te
ayudará a concentrarte en las cosas positivas y aumentará tu fortaleza interior,
lo que te servirá para alcanzar las metas
que te propongas.
Dirígete por escrito a una persona con la
que te sientas agradecido por algo. La escritura tiene un efecto terapéutico porque
nos ayuda a dar forma y estructurar las
ideas, y traducirlas en palabras concretas.
No hay necesidad de entregar la carta o
de enviarla, si bien es cierto que hacerla
llegar a la persona implicada aumenta
los efectos positivos y mejora las relaciones con ella.
4
Intenta que los
demás te sigan
5
Sé claro y sincero
con tus palabras
Apela a los motivos de gratitud de las personas de tu entorno, preguntando a tus
seres más allegados (pareja, hijos, padres,
amigos más próximos) sobre las razones
por las que se sienten agradecidos.
Expresa abiertamente a las personas tu
agradecimiento por lo que hacen o han
hecho por ti: sus detalles, sus cuidados,
su amabilidad. Explicítales el efecto que
tiene o ha tenido en tu vida. Esto requiere
una pequeña dosis de valentía porque, a
menudo, la falta de costumbre nos hace
sentir vergüenza o rubor al expresar cosas
positivas, incluso a los más cercanos. Pero,
con este ejercicio, en breve verás potenciada tu inteligencia emocional. No se trata
de un “gracias” cuando nos devuelven el
cambio en la tienda, sino de una gratitud
mucho más profunda y consciente.
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