e spec i a l los beneficios de la gratitud La gratitud es un sentimiento gozoso que impregna todos los aspectos de la vida. Pero no es solo una emoción, sino también una actitud que podemos desarrollar y que nos hará más felices, como muestran los estudios realizados en los últimos años. C rosa rabbani Doctora en Psicología y especialista en terapia familiar sistémica. Autora de Maternidad y trabajo (Icaria). uenta Esopo en una de sus fábulas la historia de Androcles, un pobre esclavo romano que fue llevado por su amo a vivir al norte de África, de donde decidió escapar hacia la costa para, desde allí, tratar de regresar a Roma. Sabía muy bien que, si lo apresaban, le matarían, y por eso esperó a que llegaran las noches oscuras y sin Luna para salir secretamente de la casa de su amo, atravesar cautelosamente la ciudad y llegar a campo abierto. En medio de la oscuridad, apresuró su marcha, pero al llegar la luz del día se dio cuenta de que, en lugar de haber huido hacia la costa, había penetrado en el interior del país, donde había un desolado desierto. Rendido, hambriento e spec i a l y sediento, divisó a lo lejos la entrada de una cueva en la que se adentró a descansar. De repente, un terrible rugido le despertó de su sueño y, al ponerse en pie de un salto, vio en la entrada de la caverna un enorme león de color oscuro. Androcles había dormido en la madriguera de aquella fiera y sabía que no tenía escapatoria posible porque la bestia cerraba el paso. Solo le quedaba aguardar, sumido en el terror, que el animal se abalanzara sobre él y le destripara. Pero el león permanecía inmóvil. Se quejaba y lamía una de sus garras, que vertía sangre. Al verlo sufrir, Androcles olvidó su pavor y se acercó a la fiera; esta levantó la zarpa en busca de auxilio. Entonces se percató de que el animal tenía clavada, en el cuerpo, una gran espina. Con un rápido movimiento extrajo la espina y luego detuvo el flujo de la sangre. Aliviado de su dolor, el agradecido león salió de la caverna y, a los pocos minutos, volvió con un conejo muerto que puso a los pies de Androcles. Cuando el pobre esclavo asó el conejo y hubo saciado su hambre, el león le condujo a un lugar en la colina, donde había un manantial de agua fresca. Durante tres años, según Esopo, hombre y fiera vivieron juntos. Cazaban y comían de día, y juntos reposaban en la noche. El agradecido león, tendido junto a su bienhechor, movía su enorme cola en señal de mansedumbre. Un día Androcles sintió deseos de hablar con sus semejantes y dejó la cueva. Capturado poco después por unos soldados, fue enviado a Roma acusado de ser un esclavo huido, y los antiguos romanos no tenían piedad de ellos. Lo llevaron al Coliseo para ser despedazado por las fieras el primer día de fiesta. La muchedumbre acudió a presenciar el espectáculo; entre los espectadores figuraba el emperador de Roma, que tenía en el Coliseo su asiento imperial y desde el cual contemplaba la cruel escena, rodeado de senadores. Androcles se encontraba en medio de la arena; pusieron en sus manos una lanza para que se pudiera defender del terrible animal al que habían tenido varios días sin comer para acrecentar su fiereza. El esclavo tenía, por lo tanto, muy pocas probabilidades de sobrevivir. Cuando el hambriento león salió de la jaula, Androcles tembló y la lanza se le cayó de las manos. Pero el león, en vez de atacarlo, agitó amigablemente la cola y le lamió las manos. Androcles se percató entonces de que era el mismo con el que había vivido en la cueva; le acarició el lomo, inclinó la cabeza sobre él y lloró. El pueblo quedó impactado y maravillado ante tan prodigiosa escena, y el emperador mandó llamar a Androcles para que le explicara lo sucedido. El gobernante, sorprendido con el relato de inmensa gratitud, concedió a Androcles la dignidad de un hombre libre. En palabras de Lao Tse, el agradecimiento es la memoria del corazón. No obstante, perdida ya la cuenta de las veces que a lo largo de la vida habremos dado las gracias o las habremos recibido, estas palabras parecen haberse vaciado de sentido de tanto emplearlas. Y ello a pesar de que tales sentimientos de gratitud no reflejan por completo los grandes y numerosos motivos que, en nuestras vidas, apelan a ella. La actitud de gratitud es una emoción positiva que ha inspirado numerosas aproximaciones teóricas y filosóficas a lo largo de la historia. Sin embargo, pese a que ya Cicerón la describiera como una de las mayores virtudes, tradicionalmente ha sido la más descuidada de entre todas ellas por las investigaciones de la ciencia empírica, algo que parece haberse remediado levemente en los últimos años. La gratitud, junto al agradecimiento como su expresión, se encuentra entre las variables más identificadas en la totalidad de las investigaciones y estudios empíricos que se han realizado en torno al bienestar y la felicidad. Para mí destacan los estudios de Robert Emmons y Michael McCullough, recogidos en su libro The Psychology of Gratitude (Psicología de la gratitud). En sus seminarios dividieron a los participantes en cuatro subgrupos al azar. A los miembros del primer grupo les pidieron que antes de dormir escribieran cinco cosas ocurridas a lo largo del día por las cuales se sentían agradecidos. A los del segundo, que cada noche anotaran cinco cosas negativas de entre todo lo que les había sucedido. El tercer grupo debía apuntar cinco cosas que consideraban haber hecho mejor que los demás aquel día. Y, por último, los integrantes del cuarto grupo, o grupo control, debían apuntar cinco cosas, cualesquiera, que les hubieran ocurrido durante la jornada. Las variables medidas fueron el grado de satisfacción vital expresado por los participantes durante el estudio y lo felices que decían ser, su nivel de optimismo, la efectividad en alcanzar sus metas, el estado de salud física y lo generosos y benevolentes que se mostraban. El grupo que peores resultados reflejó en todas las medidas fue el que apuntó cinco problemas cada noche en contraposición a los mejores resultados en satisfacción, optimismo, éxito en alcanzar las metas propias, estado físico saludable y alto grado de benevolencia y generosidad exhibidos por aquellos que anotaron cada noche cinco razones por las que se sentían agradecidos. He aquí los espectaculares efectos de una acción que apenas nos puede llevar dos o tres minutos al día. espec i a l Irvin Yalom, escritor y eminente profesor de Psiquiatría en la Universidad de Standford (EE. UU.), trabajó en algunas de sus investigaciones más importantes con enfermos terminales, a quienes se pronosticaba entre tres y seis meses de vida. La mayoría de los sujetos que formaban parte de la muestra expresaban una máxima común: por primera vez en su trayectoria vital sentían estar verdaderamente vivos. Curiosa declaración, teniendo en cuenta el momento trágico que atravesaban. Añadían que, por primera vez, sentían aprecio, se daban cuenta de que respiraban, disfrutaban de los paseos y valoraban la presencia de amigos y allegados. ¡Sentían que estaban vivos! Así, la pregunta es: ¿necesitamos que algo extraordinario –por lo general dramático– ocurra en nuestra vida para ser capaces de apreciar los dones responsables de nuestra felicidad o para estimar las bonanzas que nos acompañan en nuestras vidas cotidianas? La obviedad de la respuesta es patente. No obstante, requiere de una condición que no es tan obvia: que necesitamos cultivar el hábito y ejercitar asiduamente la actitud de gratitud. A menudo propongo a mis pacientes tan saludable práctica con sus hijos o con sus parejas. Y he podido comprobar los efectos positivos a los que este hábito les conduce –ahora ya disponemos, incluso, de las evidencias científicas que explican dichos impactos–. Preguntar a nuestro hijo qué ha sido lo más divertido del día o expresar a nuestra pareja lo que apreciamos de ella es un ejercicio infalible que acrecienta notablemente nuestra percepción de bienestar y mejora notoriamente nuestras relaciones. Recuerdo el caso de Ana, que hace algún tiempo acudió a mi consulta para aclarar las dudas que le atormentaban sobre su matrimonio. Decía haberse casado muy joven e inconsciente, y que el paso de los años le dejaba entrever que tenía muy poco en común con su esposo, del que creía haberse desenamorado. A este hecho se le añadía que se había fijado en un compañero de trabajo con el que sí parecía tener muchas cosas en común. En aquella primera entrevista le propuse listar aquellas cosas que apreciaba de su marido y las experiencias agradables que había compartido con él. Superando mis expectativas, se quedó sumida en sus pensamientos, y le sugerí seguir reflexionando sobre el asunto. Después de aquel primer encuentro no volvió a mi consulta, pero varios años más tarde me llamó para hablar sobre unas cuestiones que afectaban a uno de sus hijos. e spec i a l Ana acudió a mi consulta acompañada de su marido y, para saciar mi curiosidad, me explicó que aquel ejercicio de gratitud había sido determinante: le había ayudado a valorar en su medida real aspectos de su vida que constituían sus más preciadas posesiones y que, sin embargo, durante años había dado por asentados o de recibo. Y es que, en palabras de Tal Ben Sahar, uno de los máximos exponentes de la psicología positiva, cuando valoramos lo bueno, lo bueno se revaloriza. Atesoramos un sinfín de dones de valor inestimable en nuestro interior y a nuestro alrededor que no siempre somos capaces de apreciar. Apreciar en el sentido de considerar, estimar y agradecer, pero también en su segunda acepción, que es la de incrementar el valor. Esta acepción no solo es aplicable a los bienes materiales sino también a los intangibles, espirituales. Cuando apreciamos lo bueno en nuestra vida, lo bueno aumenta de valor. Y cuando ignoramos o damos por hecho las bendiciones vitales que nos envuelven, lo bueno se deprecia y devalúa. Desafortunadamente, esto nos ocurre con frecuencia, deteriorando la calidad de nuestra vida, de nuestras relaciones y de nuestro trabajo. La gratitud apela a la abundancia. Cosas tan simples como no sentir dolor, respirar sin dificultad, tener movilidad; disponer de la luz del sol y de agua; contar con el cariño de los tuyos; encontrar aparcamiento con facilidad; presenciar cómo florece una planta en tu balcón o comprobar que tus hijos se llevan mucho mejor últimamente, no debe, en caso alguno, darse por asegurado. De hacerlo, nos centraríamos en lo que nos falta, en los deseos, en las expectativas y en lo que no tenemos, incurriendo en la fatal negligencia de dejar de lado la incuestionable abundancia en la que vivimos. La gratitud, por lo tanto, lejos de ser únicamente una emoción, es una actitud que adoptamos ante la vida y que nos hace tener una mejor autoestima y una mayor sensación de valía personal; incrementa nuestra conciencia ética, mejora nuestros vínculos con los demás, ayuda a afrontar el estrés y la adversidad, inhibe las comparaciones negativas con los demás, nos estimula a adaptarnos a las nuevas circunstancias y nos ayuda a combatir las situaciones negativas. Dice un proverbio de Persia, mi país: “Maldije el hecho de no tener zapatos hasta que conocí a un hombre que no tenía pies”. Apreciemos y hagámonos conscientes de todas las sencillas razones que la vida nos regala a diario para hacernos sentir afortunados. i cómo cultivar una actitud agradecida 1 Hazte consciente de lo positivo en tu vida Presta más atención a tu alrededor para que puedas ser capaz de identificar y apreciar, de modo consciente, todos los detalles por los que puedes expresar tu gratitud. Se trata de poner en práctica lo que nos decían de niños para cruzar la calle: “Parar, mirar y continuar”. Pues párate un momento, aprecia de forma consciente el instante actual, lo que estás haciendo, pensando, sintiendo, y continúa con tu vida cotidiana. 2 Lleva un diario de la gratitud 3 Escribe una carta de agradecimiento Apunta cada día las razones por las que te sientes agradecido. Esta práctica te ayudará a concentrarte en las cosas positivas y aumentará tu fortaleza interior, lo que te servirá para alcanzar las metas que te propongas. Dirígete por escrito a una persona con la que te sientas agradecido por algo. La escritura tiene un efecto terapéutico porque nos ayuda a dar forma y estructurar las ideas, y traducirlas en palabras concretas. No hay necesidad de entregar la carta o de enviarla, si bien es cierto que hacerla llegar a la persona implicada aumenta los efectos positivos y mejora las relaciones con ella. 4 Intenta que los demás te sigan 5 Sé claro y sincero con tus palabras Apela a los motivos de gratitud de las personas de tu entorno, preguntando a tus seres más allegados (pareja, hijos, padres, amigos más próximos) sobre las razones por las que se sienten agradecidos. Expresa abiertamente a las personas tu agradecimiento por lo que hacen o han hecho por ti: sus detalles, sus cuidados, su amabilidad. Explicítales el efecto que tiene o ha tenido en tu vida. Esto requiere una pequeña dosis de valentía porque, a menudo, la falta de costumbre nos hace sentir vergüenza o rubor al expresar cosas positivas, incluso a los más cercanos. Pero, con este ejercicio, en breve verás potenciada tu inteligencia emocional. No se trata de un “gracias” cuando nos devuelven el cambio en la tienda, sino de una gratitud mucho más profunda y consciente.