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La gaceta
21 de mayo de 2012
Violines de altos vuelos
Les Violons du Roy ejecutaron con rigor obras de Vivaldi y del clásico tanguero Astor Piazzolla.
Del jazz barroco que permite la interpretación del maestro italiano, a la precisión y limpieza de
las notas del argentino, fue una noche memorable para el Festival Cultural de Mayo
ROBERTO ESTRADA
L
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Eric Paetkau,
mientras dirige
a Les Violons du
Roy. Foto: Jorge
Alberto Mendoza
música
o confieso. En lo primero que pensé
cuando me enteré de que las conocidas
como Las ocho estaciones, serían interpretadas en el Teatro Degollado, es
que tal vez no habría que hacerse muchas ilusiones, pues estas obras de Vivaldi y Piazzolla,
rebautizadas en una simple suma al compartir
el escenario, se han tocado y grabado una y otra
vez, con diferentes versiones instrumentales;
con afortunadas y medianas interpretaciones.
Lo acepto. Me equivoqué. La sensación sonora
que la orquesta Les Violons du Roy me provocó
fue demasiado emotiva y placentera; tan directa sobre mis sentidos como para ahondar mis
dudas sobre qué pueden tener en común un
compositor italiano del barroco y uno argentino contemporáneo, a los que separan no sólo
cientos de años, sino también una geografía
que confronta las temperaturas climáticas y
culturales de sus estaciones.
Enunciar los datos históricos alrededor de
Antonio y Astor, tal vez aportaría más cuestionamientos que claridad sobre la musicalidad
de ambos. Me dijo Eric Paetkau, el director
huésped de Les Violons du Roy, que interpretar a Piazzolla le resulta visceral, mientras que
Vivaldi es algo más elevado. Estoy de acuerdo con el conductor de esta orquesta quebequense, pues el compositor argentino arrancó
su música al tango, una suerte de melodrama
constante surgido del arrabal, mientras que el
veneciano se mueve en su tiempo entre conceptos humanísticos y espirituales.
Tal vez no sean tan opuestos estos dos autores:
si el barroco se distingue por ser sobrecargado en
sus formas, ¿acaso el tango no es excesivo en su
discurso desgarrador? Y si Stravinsky se atrevió
a decir de la vasta obra de Vivaldi que en realidad
sólo escribió un concierto en su vida, al que le hizo
cientos de variaciones, se puede decir que la música de Piazzolla pareciera ser toda una gran suite de tango. Género del que por algún tiempo se
avergonzó y de ser bandoneonista, dedicándose a
escribir sinfonías y sonatas, hasta que Nadia Boulanger le hizo ver que esas obras sólo se parecían a
las de otros, pero que el verdadero Piazzolla era el
tanguero con el que formó su vocación de músico.
Sin duda las cuatro estaciones porteñas buscan evocar a las de Vivaldi, pues el recurso del
tempo rápido-lento-rápido usado por Vivaldi en
sus movimientos, lo retoma Piazzolla, además de
introducir entre puentes armónicos reminiscencias de las originales estaciones. Pero también
existen marcadas diferencias acústicas e inter-
pretativas, y de lo cual están muy conscientes
Les Violons du Roy, que han sido reconocidos
por su calidad y rigor en la ejecución de las obras.
Por eso, en escena se dieron alteraciones
en la disposición de la orquesta –tal vez poco
advertidas– entre la ejecución de Vivaldi y
Piazzolla, en los que se invirtió el lugar de los
chelos y bajo con el de las violas, que normalmente estarían al centro, además de alejar el
clavecín del grupo, y las copias de los arcos
barrocos cedieron el lugar a los modernos. El
primer cambio atiende a destacar la acústica
de unas voces sobre otras; el segundo a modificar la cualidad tímbrica y la dinámica por la
tendencia que de años atrás persiguen algunas orquestas, para recuperar la musicalidad
de instrumentos originales.
Sin embargo, es un elemento el que hace la
diferencia entre las estaciones italianas y las argentinas: la improvisación. Se podría pensar que
es Piazzolla el que la admite, pero no es así. Con
el autor sudamericano, cada nota que se toca está
escrita exactamente así en la partitura. Vivaldi en
cambio, ofrece mayor libertad, ya que no se hacía
uso de muchas indicaciones para el intérprete en
esos momentos, por lo que las cadenzas que ofrece permite el lucimiento virtuoso de los instru-
mentistas; un jazz barroco para los que piensan
que la música antigua es obsoleta.
La idea que cruzó mi mente después del concierto fue que aquello sonaba como una grabación, y mejor por la calidez interpretativa que
en las repetidas tomas de un estudio podría perderse en aras de la perfección. Se lo comento a
un amigo violinista que encuentro en el teatro,
y medio en broma pregunta si aquello es real. Y
es que Les Violons du Roy es una orquesta que
además de ser joven, se siente compacta, unida.
Posee una gran precisión y limpieza en la ejecución, en la afinación, que para un conjunto de
cuerdas no es fácil lograr.
A Eric Paetkau, un tipo muy alto que mientras conduce parece bailar, lo imagino más como
un basquetbolista en smoking, que con buen ritmo se abre paso en el área contraria. Dice que
tal vez no toquen como los italianos o los argentinos, pero que ellos tienen su estilo canadiense,
y con el que se sienten cómodos por la influencia
inmigrante que hay en su país. No puedo evitar recordar la vieja canción de Astor Piazzolla:
“Vuelvo al sur como se vuelve siempre al amor,
vuelvo a vos con mi deseo, con mi temor, llego
al sur como un destino del corazón, soy del sur
como los aires del bandoneón”. \
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