Trudy de Bandayán - Centro de Estudios Junguianos

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Del Realismo Mágico al Realismo Trágico
Trudy O. de Bendayán
Como he podido hacer patente, tanto a nivel personal como colectivo la impotencia y
el resentimiento, esos sentimientos irracionales que surgen de los abismos más
profundos de nuestro ser y constituyen el sustrato de conductas agresivas, pueden
hallar un cauce idóneo a través de la militancia o simpatía política como en este caso
concreto. Pues, bajo el amparo de pseudo-ideologías resulta falible dar rienda suelta a
las emociones más sombrías. Ya en el pasado me aboqué al estudio de las patologías
del liderazgo carismático, en esta ocasión, me enfocaré más bien a una tesis en
particular: el resentimiento (del líder y de sus seguidores) y sus trágicas
consecuencias en nuestro actual clima colectivo.
Nietzsche estima que el acto vengativo más cruel del individuo impotente, mediocre y
resentido contra aquel que considere su enemigo es el de una radical transvalorización
de los valores sostenidos por las naturalezas fuertes y “nobles” como él las denomina.
Como resultado, quedaría invertida la lógica de los juicios morales genuinos que
nunca pueden estar basados en el resentimiento. Así, en lugar de los valores positivos
tales como la nobleza, la bondad, el éxito, la excelencia, el legítimo poder, la belleza,
la libertad, la independencia, la felicidad se exalta la pobreza, la miseria, la impotencia,
la indigencia, la ignorancia, la violencia, la marginalidad. Los rasgos sombríos son
elevados por los resentidos y mediocres al cénit de la escala valorativa. (cf. GM 7).
“Nivelar para abajo” parece ser la consigna. Una vez que el individuo resentido haya
asumido el poder, es falible decretar, acorde a Nietzsche: “’Los señores’ están
liquidados; la moral del hombre vulgar a vencido” (GM 9). Tal acto de trasvalorización
es propio del resentimiento pues para el resentido queda vedada la auténtica reacción,
la reacción de la acción y por ende, se desquita no de manera directa. Por ello,
Nietzsche concluye que la venganza del impotente contra su adversario será siempre
in effigie (en ausencia). Por su parte, el también filósofo alemán Max Scheler en su
obra magistral “Ressentiment”, en línea con Nietzsche, concluye que los sujetos
posesos por el resentimiento usualmente no son los criminales que actúan su violencia
sobre el otro de manera directa sino, más bien, son aquellos que se encuentran detrás
de los actos delictivos. Incitan a los demás a cometerlos. No obstante, el hombre
noble, quien también puede sentir resentimiento, sin embargo, en éste, acorde a
Nietzsche, “se consuma y se agota en una reacción inmediata [de retaliación] y, por
ello, no envenena. Con todo, ni siquiera aparece en innumerables casos en los que
resulta inevitable su aparición en los débiles e impotentes” (cf. 10). Y añade: “en las
naturalezas fuertes y plenas….hay una sobreabundancia de fuerza plástica,
remodeladora, regeneradora. Una fuerza que también hace olvidar…. Un hombre así
se sacude de un solo golpe muchos gusanos que en otros, en cambio, anidan
subterráneamente” (ibid). Ese sentimiento invasivo de odio, envidia, malicia y
desprecio sobre los cuales se levanta el resentimiento puede darse a nivel personal o
colectivo. Cuando el resentido asume el poder lo hace generalmente de forma
totalitaria y su inversión de valores se traduce en una suplantación o redefinición de
todos los organismos autónomos en un esfuerzo por privar a la sociedad de cualquier
vestigio de autonomía. Se produce un cambio radical y se desnaturalizan cuerpos
tales como el ejército, el poder judicial, las universidades, los centros informativos, de
cultura, la organización empresarial, el mundo financiero e industrial, el social y laboral,
los centro de asistencia médica, etc. En nuestro caso hemos llegado a una redefinición
incluso de nuestros símbolos patrios, nombre del país y hasta huso horario. Todo debe
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funcionar bajo el régimen de la trasvalorización o inversión de todos los valores. Es
decir, toda la moral colectiva se configura a partir de las emociones más negativas y
peligrosas de la naturaleza humana y no en alguna ideología de índole altruista.
Comenzado por el propio líder totalitario quien dirige a una mesmerizada sociedad de
masas. El profesor de antropología Charles Lindholm , pone a Hitler como ejemplo del
nefasto alcance del hombre resentido: Hitler “fue un huérfano, un marginado, quien
había sido rechazado por la academia de artes donde había depositado todas sus
esperanzas, sin familia, vocación ni amigos; tímido, vacilante, indeciso… se hallaba
impulsado por sentimientos de odio, envidia y resentimiento” (1990, 149). Como
podemos apreciar, el resentimiento, es el común denominador de todos los
movimientos totalitaristas. De tal manera, el líder resentido “actúa como autoparlante
que proclama los deseos más secretos, los instintos menos admisibles…. de toda una
nación” (ibid., 145). El dirigente y sus seguidores se encuentran aliados en una
comunión empática dentro de lo colectivo. El líder les provee “enemigos para odiar y
camaradas para amar” (Lindholm 1990, 151). La venganza y la auto-reparación se
convierten en imperativos categóricos. El objeto no comulgante o diferente es asumido
falsamente como la causa de las privaciones sufridas. Atacar, destruir, suplantar,
controlar, atemorizar es una meta en sí y ninguna otra, por más que se desee justificar
las acciones psicopáticas bajo falsas consignas. El líder, a través de frenetismos
histriónicos o de furias conduce al ciego rebaño al rechazo de soluciones tolerantes.
La masa permanece aglutinada por un factor común: la mediocridad y el resentimiento.
Pues, los seguidores de un sistema totalitario, suelen estar entre los hombres
desmoralizados, alienados de la sociedad, humillados, fracasados, impotentes y
mediocres que no han podido lograr remontase a las cimas de la excelencia sea en el
campo personal, económico, social, cultural o profesional. En general, la masa está
constituida por aquellos quienes poseen la baja auto-estima característica de los
excluidos.
Los individuos resentidos o hambrientos de poder, siguen las convicciones ofrecidas
por un líder carismático capaz de capitalizar para sus propios fines el resentimiento de
los sectores marginados de la sociedad. Cegados e impermeables a la razón como
suelen serlo los enamorados infatuados, el rebaño acaba poseso por las más
absurdas convicciones y “las convicciones son enemigas más peligrosas de la verdad
que las mentiras”, nos recuerda Nietzsche. Y, bajo una “euforia engañosa” como la
llama el conocido neurólogo y autor Oliver Sacks, esta masa de resentidos, al igual
que su líder, también experimenta una sensación de omnipotencia capaz no sólo de
exaltar los instintos más bajos sino, además, de llevarlos a la acción. Lindholm señala
al respecto: “a través de la identificación con el líder, los seguidores también pueden
escapar los límites del carácter y la moralidad civilizada y compartir la proteica gama
de emociones e intensos estados psíquicos que el líder manifiesta” (ibid. 97). De tal
manera, la intrusión de elementos irracionales de la urdimbre psíquica en la trama de
la existencia, característica del mágico realismo, al perder todo rasgo de lo real
maravilloso, acaba por ser transfigurada en un realismo trágico bajo la influencia del
poder ejercido por el detritus humano. Pues, a partir de los testimonios históricos y de
nuestras propias vivencias, hemos podido apreciar que la búsqueda en los sistemas
totalitarios, aunque se disfracen de entes democráticos, no está orientada al bienestar
y progreso colectivo sino a una especie de acción retaliativa y catártica por parte de
los grupos carismáticos y de sus líderes simbólicos la cual no sólo ofrece licencia sino,
además, estimula la expresión y acción de las pasiones más adversas. El líder refleja
las fantasías más oscuras del soberano y viceversa. La pregunta es ¿si el
resentimiento queda abolido a través de la catarsis, la inversión de los valores y la
“decapitación” de los todos los oponentes y organismos autónomos? La respuesta
pareciera ser que no. El resentimiento, a diferencia de la envidia y la venganza poseen
objetos específicos, mientras que el resentimiento pareciera no estar atado a objetos
definidos con excepción, de acuerdo a Scheler, de la envidia de orden existencial. El
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pensador estima que ésta es la mayor generadora de resentimiento pues, está dirigida
contra la naturaleza propia del objeto envidiado. Scheler señala que “es como si
continuamente susurrara: ‘Puedo perdonar todo, pero nunca lo que tú eres –el hecho
de que seas como seas- y que yo no sea lo que tú eres. En definitiva, que no soy tú”
(2003, 30). Esta forma de envidia busca destruir al otro pues su sola existencia
representaría para el resentido un espejo de sus propias faltas constitucionales o
existenciales.
¿Cuál sería el sustrato arcaico intemporal o arquetipal del resentimiento? Puesto que
los dioses griegos estaban sometidos a las mismas pasiones humanas pues su
ontología se arraiga precisamente en la psique, así mismo podemos hallar en el
panteón olímpico deidades en las cuales el resentimiento es uno de sus rasgos más
sobresalientes de su bagaje anímico. Entre los mismos cabe mencionar a Ares, a
Hefesto, a Poseidón y a Dioniso. Sin embargo, cuando nos referimos específicamente
a la conjunción entre resentimiento y los efectos colectivos del totalitarismo político es
Dioniso, bajo su aspecto más destructivo, el Zagreo la personificación más idónea
para la comprensión de este nefasto maridaje. El avatar más psiquiátrico de esta
deidad según el mitólogo Walter Otto. Pues, el liderazgo carismático promueve la
autoanulación de sus seguidores a través de un estado de fusión paroxística. Una
catálisis relacionada con el instinto tanático: un fenómeno de regresión a la
indiferenciación primigenia perfora el imaginario social. Lo arcaico asume la delantera
y la historia desaparece como conductora de sentido para dar lugar al advenimiento
fuerte y violento de los acontecimientos. La dialéctica que postula una solución de
compromiso queda excluida de la bacanal activista para dar lugar a la aporía trágica,
es decir, a la inviabilidad del orden racional. La linealidad del progreso se anula para
exaltar el eterno retorno de lo mismo. El movimiento cíclico u urobórico propio de
Dionisos en su calidad de deidad regresiva. Un movimiento que mantiene el
resentimiento siempre vivo. Con respecto al tiempo es necesario considerar que a
pesar de que el tiempo lineal es saturnino (el tiempo del dios cruel, voraz e inflexible
que devora a sus propios hijos), no obstante, sólo Saturno es capaz de liberarnos de la
angustia de la repetición. En el círculo vicioso representado por el eterno retorno, hay
un retorno constante a la herida en una especie de eterno déjà vu: no hay posibilidad
de olvido ni tampoco de conquista. El pasado continúa ejerciendo un poder tiránico y
cruel sobre el presente.
Quisiera finalizar trayendo a escena las “tres metamorfosis del espíritu” descritas por
Nietzsche en su Zaratustra pues encuentro que las mismas nos ofrecen una salida
sanadora. Estas transformaciones buscan la creación de una nueva realidad, un nuevo
fundamento de la vida; tienen lugar en un plano simbólico y Zaratustra impulsa a sus
oyentes a unirse a él en la búsqueda. La primera de las transformaciones la
representa el hombre poseso por el “espíritu del camello”. Tal individuo se moviliza en
la vida a semejanza de una bestia de carga soportando humillaciones y privaciones.
Hasta que lleno de resentimiento, un día logra escapar hacia el desierto donde convive
con el fantasma de todo lo que le ha acontecido. En un espacio de esterilidad como es
el desierto, el individuo-camello experimenta la intensificación del sin-sentido de su
existencia. Entonces surge el deseo de libertad. Así, en lo más solitario del desierto
tiene lugar la segunda transformación: en león se transforma aquí el espíritu, quiere
conquistar su libertad según se conquista una presa, y ser señor en su propio
desierto.1
Con esta transformación, el “Tú debes” del camello pasa a ser, en el león, “Yo quiero”.
El león debe conquistar la libertad surgida del deseo del camello. El león destruye toda
la carga del camello con un “no”. Sin embargo, si bien el león puede destruir lo viejo,
no es capaz de crear nada nuevo. Sólo destruye todo pasado.
1
Ibid.
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¿Quién, entonces, es capaz de crear nuevos valores?
El niño. Por ello, el espíritu del león se transforma en niño: “inocencia es el niño, y
olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda girando por sí misma, un primer
movimiento, un santo decir sí. Sí, hermanos míos, para el juego de crear se precisa un
santo decir sí.2
El espíritu del niño se halla fuera de la historia: tiene una existencia ahistórica y
suprahistórica manifestada en su inocencia y capacidad de olvido. No es un espíritu
reactivo; se ha liberado asimismo del resentimiento y la renuncia del camello y de la
destructiva agresividad vengativa del león. El niño es el “vacío” del llegar a ser: es
portador de todas las posibilidades. En él está presente la alegría de la creación. El
niño, entonces, es el espíritu capaz de crear un nuevo mundo. Un mundo que no carga
con cuentas ni deudas de un pasado.
Vivimos actualmente la etapa del león: hay que destruir todo vestigio de ese pasado
que recuerda el tiempo del camello pero no hay capacidad de creación. Sólo se
suceden aconteceres sin finalidad ulterior. Un mesianismo si telos. ¿Alcanzaremos
alguna vez la etapa del espíritu del niño? ¿O oscilaremos entre movimientos
enantiodrómicos (opuestos) continuamente? ¿Cada polo se abocará tan sólo a cobrar
su deuda? Como no tengo un saber vaticinador, los dejo, y me quedo, con esta
interrogante.
Muchas gracias.
Referencias:
Linholm, C. 1997. Carisma. Barcelona: Editorial Gedisa.
Nietzsche, F. 1998. La genealogía de la moral. Madrid: Alianza Editorial
Scheler, M. 1993. Ressentiment. Wisconsin: Marquette University Press.
2
Ibid.
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