Soy una guarra en bicicleta

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Soy una guarra en bicicleta
Laia Vila i Espí
Generalmente, voy a trabajar en bicicleta. La mayor parte del trayecto la hago por el antiguo cauce
del río Turia, ahora convertido en un parque que cruza la ciudad de Valencia. Hasta ahí todo
normal. De hecho, “normal” es todo lo que les voy a contar y es precisamente ahí donde radica el
problema, en que esto es lo “normal”.
Un martes concreto, en una distancia de unos tres kilómetros me dio tiempo, bueno, a mí no, a
ellos -a tres de ellos en concreto- les dio tiempo a propinarme tres comentarios gratuitos sobre mi
persona. Comentarios en los que expresaban una opinión que nadie les había pedido.
Nada más bajar al río me encontré a otro compañero ciclista que pedaleaba en dirección opuesta
a la mía. Este debió de pensar que ando algo falta de cariño y decidió lanzarme un par de besos.
Pues lo que no debía saber este hombre es que un par de besos rancios no van a suplir las
carencias afectivas masculinas que tenga. Aunque dudo que realmente lo hiciera por mí, para
hacerme sentir mejor. De hecho, lo único que consiguió fue incomodarme, o ¿acaso pretendía que
le devolviera el bonito gesto y le lanzara un beso de vuelta? Aparté la mirada con vergüenza, eso
fue todo lo que pude hacer.
Continúo la marcha y paso por delante de un grupo de chavales sentados en el césped. Vale que
esa mañana no me había duchado -suelo hacerlo por la noche-, pero dudo que oliera mal y mi
ropa no estaba sucia, eso seguro. Pues uno de ellos me gritó “¡guarra!”. No me dio ni tiempo a
reaccionar, yo iba en bici y pasé rápido por delante de ellos, pero luego pensé: “Y a mí, ¿por qué
me llaman guarra?”. Guarro/a es un adjetivo que, generalmente, se utiliza para calificar a una
persona sucia y desaliñada o que, en femenino, es sinónimo de golfa, zorra, una cualquiera...
-nótese la diferencia de significado de estos adjetivos en masculino-. Yo no iba desaliñada, así que
descartada la primera acepción del término, supongo que se referían a lo segundo. Pero no me
conocían de nada esas personas, no saben cómo soy ni cómo me comporto con los hombres -o
con las mujeres-, ¿quiénes son ellos para juzgarme?, ¿será porque llevo la falda muy corta y al
pedalear enseño demasiado muslo? No sé, pero me sentí bastante mal y, sobre todo, incómoda.
Ya toca salir del río y seguir pedaleando por el carril bici hasta mi trabajo. Era a principios de
noviembre y hacía un día maravilloso, así que yo llevaba una camiseta de manga corta a rayas
horizontales que es bastante ceñida. Me encanta esa camiseta, me queda estupenda y, sí, me
hace unas tetas preciosas. Tengo bastante pecho, soy consciente; soy yo la que, para salir a
correr, se gasta más de 40€ en sujetadores deportivos que parecen arneses, la que no puede
llevar vestidos sin espalda porque no llevar sujetador es algo que ni contemplo, la que asegura el
botón de su camisa con un imperdible para que no se abra en un descuido... Así que, sí, sé lo que
hay y vivo con ello cada día. Bueno, pues el chico que pasaba en su coche, mientras yo esperaba
en el semáforo, debió de pensar que, a mis 27 años, aun no me he dado cuenta de que tengo una
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buena delantera y me comentó a gritos: “¡Vaya tetas!”. Pues vaya que sí, amigo conductor, ya me
había dado cuenta, pero gracias por anunciar lo evidente a todos los que esperaban conmigo en
el semáforo y por, una vez más, hacerme sentir incómoda. Igual debería evitar las rayas
horizontales y ponerme camisetas más anchas, así no pasaría vergüenza.
Tres kilómetros, tres comentarios que me hicieron sentir incómoda, insegura y avergonzada. La
media sale a comentario por kilómetro recorrido, ¡casi nada! La cuestión es que yo no le pedí un
beso al señor de la bici, ni había insultado nunca al chaval del césped, ni tampoco le había
preguntado qué le parecían mis pechos al chico del coche, así que no entiendo por qué ellos se
creyeron con derecho a convertir mi agradable paseo hacia el trabajo en una carrera de
obstáculos en forma de comentarios inoportunos y desagradables. No me pienso dejar de poner
una camiseta que me gusta tanto, suficientes inseguridades tengo respecto a mi cuerpo como
para sumarle una más; no pienso dejar de llevar falda el día que vaya en bici, ni pienso sonreír
cuando me lancen eso que ellos consideran un piropo, porque no me hace gracia y no me sube la
autoestima. Pero, sobre todo, no pienso dejar que ningún machirulo perpetuado que necesita inflar
su ego mirándome a mí con desdén o lanzándome besos lascivos que invaden mi espacio, me
incomode NUNCA MÁS. Así que si todo esto me convierte en un GUARRA, entonces sí, soy una
guarra montada en bicicleta.
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