ESCENA 2. SALA DE TERAPIA. INT. DIA. El doctor Heywood Floyd está reunido con su grupo de terapia. Los siete se sientan formando un círculo irregular. Floyd tiene alrededor de cuarenta y cinco años, es atractivo y tiene cierto parecido con Steve McQueen. Viste de forma elegante y lleva bata blanca desabrochada con estudiado desaliño. Se sienta de espaldas a un gran ventanal a través del cual se divisa parte del campo de golf, algunos pinos y cipreses. El día es soleado, espléndido, una cálida mañana en la costa de California. A su derecha se sienta Clarisa Norton, que evita mirar al exterior, se sienta con las piernas cruzadas, casi enroscadas y fuma un cigarrillo. A su izquierda se encuentra Ludwig, nervioso, ejecutando un reiterado tic consistente en golpear una de sus piernas con su dedo índice. Siguiendo la secuencia nos encontramos con Skinner, locuaz y divertido; Emma Tomkins, pendiente de su pelo y jugando con un elástico; Frank Bowman, cohibido, silencioso; y Linda Montag, junto a Clarisa Norton, que asiste a la sesión con evidente desgana, lleva puestas unas inevitables gafas de sol y trata de no encender otro cigarrillo. Todos los residentes visten el uniforme de la Fundación, cuyo uso es inexcusable, y que consiste en camisa y pantalones blancos, y zapatillas de lona del mismo color. El uniforme es unisex y sólo están permitidos los pequeños detalles que cada residente trae consigo: relojes, pulseras, gafas de sol, colgantes… La sesión de terapia ha comenzado hace un rato, desconocemos cuál es el tema a debate pero la escena arranca con una intervención algo irónica y desenfadada de B.F. Skinner. SKINNER:… En realidad no creo que nadie deba tomarme en serio, yo mismo no lo hago jamás, pero es evidente que la tensión en este grupo es notoria… Ludwig, ¿tienes un cigarrillo? Mierda, me muero por un pitillo. LUDWIG:(sin dejar de tamborilear con el dedo) No. ¿Por qué me lo pides? Sabes que no fumo. SKINNER: ¿No fumas? Oh, lo siento, lo siento de veras, Ludwig. (HEYWOOD) FLOYD: Skinner… No se trata de hacer amigos en el grupo, eso es algo que todos deberíamos tener claro. Tampoco estamos aquí para compartir experiencias… SKINNER: Estuve una temporada acudiendo a Alcohólicos Anónimos… algo verdaderamente fascinante… (soltando una carcajada) Aquello sí que era compartir experiencias. ¡Vaya si lo era! Una competición por compartir la experiencia más abracadabrante, la gente se peleaba por revolcarse en el fango y resultar miserable… EMMA (TOMKINS): ¿Y qué pasó? SKINNER: No completé el periodo de prueba, no tenía experiencias lo suficientemente desagradables que contar y alguien me invitó a una copa. FLOYD: Nadie está aquí para contar su caso… Este grupo lo he elegido yo, discutimos y hablamos, nada más. No hay nada que os defina como grupo, dejando de lado el hecho de que todos habéis intentado mataros, pero eso es una circunstancia que cada uno ha vivido de forma distinta. Tratamos de resolver problemas. LUDWIG: Sólo soy capaz de tomar decisiones negativas. FLOYD: Exacto Ludwig, esa era la cuestión, y quisiera que todos aportáramos algo… Frank, ¿qué tienes que decir? Aún no has dicho nada. FRANK (BOWMAN): (se rebulle en su silla, se retuerce las manos, le cuesta hablar, está sensiblemente azorado) Es… como, es como si el pensamiento se estrechase, como si no tuviera otra dirección. Es… no sé, todo lo acabas relacionando. No puedes pensar de otra manera. LUDWIG: Adquieres un nuevo modo de expresarte, aunque yo lo llamaría una forma de vida negativa que sabes hacia dónde conduce. Es como un juego, te dejas llevar. EMMA: Yo sabía muy bien hacia dónde me llevaba todo ello, encuentras que la situación es insostenible y te asustas, pero no sé si lo hacía por llamar la atención… Me lo he preguntado muchas veces, lo que sucede es que llega un momento en el que no puedes dar marcha atrás. SKINNER: ¿Crees que tu marido se merecía tanta atención, Emma? EMMA: ¡Cerdo! SKINNER: (sonriendo) Cerdo me va bien CLARISA (NORTON): Todos queremos llamar la tención… por eso estamos aquí, ¿no es cierto? Matarse es una forma de hacerlo. SKINNER: Mi final iba a ser apoteósico, pero se me rompió la cuerda, algo lamentable. LINDA (MONTAG): (bajándose las gafas de sol) No eres nada persistente Skinner, si a uno se le rompe la cuerda lo vuelve a intentar. SKINNER: Querida… estaba completamente borracho. Ahora sí que necesito un cigarrillo, ¿Ludwig? LUDWIG: ¡No fumo! CALRISA: ¿Qué te pasa Skinner? SKINNER: (disculpándose) Ya os lo dije… no me toméis en serio FLOYD: (mirándose el reloj) Bien… supongo que no avanzaremos más hoy… Creo que es la hora. Les recomiendo que sigan el programa, saben que no es obligatorio, pero ocupar el tiempo es muy importante. Por la puerta asoma la cabeza una enfermera ENFERMERA: (casi en un susurro) ¿Doctor Floyd? Heywood Floyd asiente a la enfermera y se levanta. Inmediatamente todo el mundo hace lo mismo. Linda Montag sale dispara sin decir nada, tras ella salen Emma Tomkins, Frank Bowman y el doctor Floyd. En la habitación permanecen Ludwig, Skinner y Clarisa. Ludwig se queda mirando el ventanal, no sabe muy bien qué hacer, Clarisa invita a Skinner a un cigarrillo. SKINNER: (mientras enciende el cigarrillo) ¿A qué parte del programa se refería Steve McQueen? Meditación, introspección, psicodrama… ayer estuve dos horas tratando de respirar correctamente, casi me muero de asco. CLARISA: ¿De qué te quejas? Tú estás aquí porque quieres. Mi padre me obliga a seguir una terapia SKINNER: ¿Puede hacer eso? CLARISA: Claro que puede… SKINNER: A mí me dijeron que dejaría de ver pequeños insectos correteando por el suelo de mi apartamento CLARISA: ¿Y lo han conseguido? SKINNER: Supongo que sí, ahora estoy en un sanatorio de lujo y hago terapia con la ex de Jimmy Spector y con Linda Montag, es fascinante. Ya no veo a mis insectos, les echo de menos. CLARISA: Todo un logro SKINNER: ¿A quién crees que ha ido a ver Floyd? Parece que tenía mucha prisa. CLARISA: Tienen a alguien importante encerrado SKINNER: ¿Aquí o en el edificio de al lado? CLARISA: Aquí, por supuesto. SKINNER: Oh, vamos ¿a quién? CLARISA: No lo sé Skinner… y si lo supiera no te lo iba a decir. Y ahora, si me permites, voy a encerrarme en mi habitación y pasarme el día viendo la televisión, tengo agorafobia. SKINNER: ¿Y el programa? CLARISA: ¡A la mierda el programa! Clarisa se marcha sin decir nada más. Skinner se acerca a Ludwig, que mira absorto el campo de golf. LUDWIG: Esto no me gusta SKINNER: Tómatelo como unas vacaciones… haz como yo. LUDWIG: (sin dejar de mirar por el ventanal) Es el lugar, simplemente no me gusta. ESCENA 3. UN PASILLO EN EL PABELLON B. INT. DIA La enfermera y el doctor Floyd recorren el pasillo desierto de forma apresurada, tienen prisa, Floyd va delante y la enfermera intenta seguirle. FLOYD: ¿Están todos? ENFERMERA: Sí, bueno, el doctor Gott no ha podido venir, pero el resto ya están esperando. FLOYD: ¿Y Brigid? ENFERMERA: Como siempre, más o menos tranquila. ESCENA 4. UNA HABITACION EN EL PABELLON B. INT. DIA Habitación de la paciente Brigid O’Shaugnessy. Junto a ella, que permanece sentada en la cama, se encuentran los doctores James Clerk Maxwell y Torsvan Maruth. Cerca de la ventana hay dos personas elegantemente vestidas, una de ellas es Everett Nash, consejero delegado de la Schwarz Corporation, el otro se llama Marks, de la CIA. El doctor Floyd entra con la enfermera, y es Everett Nash quien hace las presentaciones. NASH: Heywood… ¿Cómo estás? FLOYD: Perdona el retraso Everett NASH: ¿Conoces a Marks? En nuestro valedor en la Compañía MARKS: Me han hablado mucho de usted, doctor Floyd FLOYD: Confío en no haber quedado demasiado mal. Todos sonríen. Brigid O’Shaugnessy, una mujer de unos cuarenta años, permanece ajena a todo. Sentada en la cama se distrae arrugando la sábana con ambas manos y volviéndola a arreglar. Se ríe, emite pequeños gritos y efectúa un movimiento reiterado con el cuello, como si fuera un tic mientras repite “Brigham… en el valle” MAXWELL: (carraspeando y dirigiéndose hacia Nash y Marks) Bien… la paciente, Brigid, padece una esquizofrenia hefebrénica severa, lleva en ese estado desde hace años. Como ven presenta una conducta desorganizada, posee alucinaciones y delirios fragmentados, se comunica de forma inconexa y pierde con facilidad la capacidad asociativa. Brigid es capaz de entendernos, pero no logra salir de este estado. No es consciente de su situación… Hasta el momento ha sido inútil cualquier tipo de terapia… Normalmente estos casos se tratan con hipnóticos… FLOYD: Que dejan al paciente en un estado lamentable, aunque manejable. MAXWELL: Así es. FLOYD: Hace dos meses incluimos a Brigid en el Programa de Psicoterapia Experimental… y respondió de forma asombrosa MAXWELL: Brigid era capaz de recordar algo de su pasado mientras estaba bajo los efectos del LSD… Seguía presentando un comportamiento desorganizado, pero, por decirlo de alguna manera, lograba construir un discurso medianamente coherente… alucinatorio, tal vez, pero coherente. MARKS: Sí, todo eso ya lo sabemos MAXWELL: Es cierto… pero la semana pasada, ante los excelentes resultados, decidimos que Brigid fuera la primera paciente en experimentar con PSY-9. Hay miradas de interrogación y sorpresa, nadie se atreve a hablar mientras Brigid sigue ajena a todo lo que ocurre. FLOYD: Brigid O’Shaugnessy no tiene familia que la reclame, ha ido rebotando por multitud de centros psiquiátricos durante años y fue derivada aquí desde Sacramento. Estaba prácticamente desahuciada… NASH: Entiendo… MAXWELL: Nuestra política en estos casos… NASH: Conozco nuestra política doctor Maxwell, prosiga. ¿Qué ocurrió? MAXWELL: Algo asombroso… Brigid, bueno, es difícil de explicar, sin duda estaba sujeta a las alucinaciones provocadas por el PSY-9, pero su reacción fue totalmente inesperada. Experimentó un viaje, pero no parecía haber rastro de la esquizofrenia… luego todo volvió a la normalidad. BRIGID: Brigham… en el valle. FLOYD: Vamos a repetir la experiencia, por lo que sabemos no debería ser peligroso, ni provocar en Brigid un mal viaje… ESCENA 5. HABITACION DE CLARISA NORTON PABELLON A. INT. DIA Clarisa está tumbada en su cama viendo un programa de televisión. La habitación es austera, pequeña, casi monacal, pero no exenta de detalles exclusivos, como el acabado de las lámparas que cuelgan del techo como lágrimas de leche. Unos goterones de diseño que a Clarisa le causan verdadera nausea. No hay aristas, ni objetos punzantes, ni forma humana de colgar una cuerda en ningún sitio. La única manera de matarse es estamparse contra la pared. Hay un ventanal en la pared opuesta a la cama que Clarisa ha tapado con las cortinas, y un espejo clavado en la pared que no inspira ninguna confianza. Clarisa se ha descalzado e intenta liar un canuto de marihuana mientras está pendiente de las evoluciones de Pedro Picapiedra en su troncomóvil. De improviso la emisión televisiva se corta, hay interferencias, Pedro Picapiedra se deforma y parece desvanecerse. Tras unos segundos de desconcierto la imagen desaparece por completo, la pantalla se funde en negro. CLARISA: ¡Mierda! Con el canuto a medio liar Clarisa se acerca al borde de la cama y pega los manotazos de rigor al televisor, se ha fundido. Pero un ligero zumbido se deja oír dentro de la caja, algo sumamente extraño. Un leve pitido que va subiendo de intensidad mientras experimenta una modulación en el tono… y que poco a poco se va adueñando de todo el espacio de la habitación. Clarisa está perpleja, asiste asustada a la conversión del sonido en algo sólido: ¡¡¡ZZZZZZZZZZUUUUUUUUUUUMMMMMOOOOOOAAAAAAAAAGGGG!!! Tras el espasmo, de nuevo el silencio. Segundos después vuelven a aparecer en pantalla los Picapiedra. Como si nada hubiera ocurrido. La picadura de marihuana, comprada expresamente en San Diego, de excelente calidad mexicana, cae al suelo sin que Clarisa logre mover un solo músculo. CLARISA: ¡Qué fuerte! ESCENA 6. UNA HABITACION EN EL PABELLON B. INT. DIA Habitación de la paciente Brigid O’Shaugnessy. Brigid permanece acostada en su cama. Duerme, aparentemente. Los doctores Floyd, Maxwell y Maruth se sientan junto a ella, una enfermera le toma el pulso. Algo más alejado Everett Nash, de la Schwarz Corporation, asiste intrigado al experimento, Marks fuma apoyado en la ventana. Nadie dice nada. Brigid parece revivir… abre los ojos y sin decir nada mira curiosa a todos los reunidos. Se incorpora y se sienta en la cama. FLOYD: ¿Brigid? ¿Me puedes oír? Pero Brigid no contesta, esboza una sonrisa, se siente algo abrumada y confusa. Mira a su alrededor parece no ver a nadie, su atención parece reducirse a los detalles que hay en la habitación: el suelo, las arrugas de la sábana, su mano, la pata de una silla… MAXWELL: Brigid… ¿sabes dónde te encuentras? NASH: ¿Qué le ocurre? Está como ida MARKS: (irónico) Está de viaje. Sin embargo algo sucede, todos son conscientes de ello, incluso la enfermera, que asiste perpleja a la transformación. Del rostro de Brigid O’Shaugnessy ha desaparecido cualquier atisbo de locura. Ese nudo inextricable de risas y balbuceos ha sido sustituido por la expresión serena y tranquila de una mujer que se fija en los detalles de una habitación que parece ser la primera vez que la ve. Brigid se levanta, se arregla la ropa, se alisa el pelo, parece preocupada por su aspecto pero todavía no ha reparado en el público que la observa absorto. Poco tiempo después parece fijarse en el doctor Floyd… se dirige hacia él. Vuelve a arreglarse el pelo. FLOYD: Brigid… BRIGID: Esto que me han dado es… es muy fuerte. Es algo serio. FLOYD: Brigid, ¿sabes dónde estás? BRIGID: Claro… por qué no iba a saberlo. MAXWELL: ¿Qué ves Brigid? BRIGID: (sin mirar al doctor Maxwell) Todo esto es patético, ¿no cree? FLOYD: ¿El qué? BRIGID: Yo… todos nosotros, no jueguen con nosotros. FLOYD: ¿Qué significa “Brigham… en el valle”? BRIGID: (sonriendo) Oh, vamos, ahora no doctor… ¿No se da cuenta? MARKS: (boquiabierto) Tengo que dar parte de esto… ESCENA 7. PASILLO EN EL PABELLON A. INT. NOCHE. El celador nocturno Thomas Pynchon recorre en penumbra uno de los pasillos del Pabellón A mientras fuma, sin preocuparse de quien le pueda ver, un canuto de marihuana. Oye un ruido, algo así como burbujeo seguido de un tic… luego un gemido. La secuencia de sonidos se repite de forma regular y Pynchon se pregunta si no será a causa de la marihuana. Apaga con cuidado el canuto y se lo guarda en el bolsillo. Pero la curiosa melodía sónica se repite una y otra vez. Tras una indagación por los pasillos, algo nublada por los efectos del canuto, logra dar con el origen de los ruidos… Una puerta entreabierta, lo justo para asomarse por ella. Thomas Pynchon acerca la cara a la abertura. Zoom de cámara, podemos ver con toda claridad la expresión de asombro de su rostro.