[14] —Disputaban D. Quijote y el Duque sobre el lugar que D. Quijote se resistía a ocupar en la cabecera de la mesa, y se rió el traidor Sancho, y narró un cuento, que vino a parar en que, empeñada una disputa igual entre un hidalgo y un labriego, y resistiéndose tenazmente el labrador a ocupar el sitio del noble, este le puso impacientado ambas manos sobre los hombros, y lo encajó del golpe en el asiento de honor, con estas palabras: “Sentaos, majagranza, que donde quiera que yo me siente seré vuestra cabecera.”—A cuyo cuento rió mucho el Duque, y se montó en cólera el bueno de Quijano.—Muy castellano parece este cuento.—Pero es el caso que en inglés hay una frase que revela la existencia del suceso y de la anécdota en tierras inglesas; y la frase es vieja, y tiene ya virtud de proverbio. Dice la frase inglesa: “donde quiera que Mac-Gregor se siente, será él la cabeza de la mesa.” —Tropiezan nuestros ojos con una frase de Thiers que merece ser recordada. Le cumplimentaba el corresponsal del The Times en París por la facilidad pasmosa con que pronunciaba largos discursos improvisados que no había tenido tiempo para meditar. —“No me hace U. un cumplimiento,”—respondió Thiers: “es criminal en un hombre de Estado improvisar discursos sobre asuntos públicos. Esos discursos que U. llama improvisados, hace cincuenta años que me levanto a las cinco de la mañana para prepararlos.” —Poesías y hojas arrancadas de mi diario, se llama el último libro de Oscar, el rey de Suecia. —De Jorge Eliot, la mujer de alma bondadosamente disciplinada y pluma elegantísima que ha rivalizado con Jorge Sand en todos los géneros de la novela, y en ninguno se ha mostrado inferior a ella, y ha creado en Adam Bede un modelo de idilio, tierno como La Mare au Diable, y en Daniel Deronda, una maravilla de análisis; de Jorge Eliot, esta dama inglesa, melancólica y meditabunda, que tomó de su compañero Jorge Lewes su nombre, como del apellido de Sandeau tomó el suyo la novelista francesa,—dice en un trabajo reciente el buen crítico Frederic Myers: “Nos dio lo mejor que tenía; nos dio todo lo que tenía; ella no tuvo nunca más placer, ni más deseo, que dar.” Tres profetas ha tenido en estos últimos tiempos Inglaterra: Carlyle, “que veía con su ojo profundo en las entrañas de los hombres y en las entrañas de la tierra”; “Ruskin, que ha dicho la verdad en el arte, y le ha dado código; y ella, generosa María Ana Evans, la penetrante Jorge Eliot. Carlyle sabía sacudir, y Ruskin adivinar; pero ella supo amar. Nadie estudió a los hombres con mirada más segura, ni los consoló con bondad más providente. Ella dio a los humanos las lecciones que estos necesitan con mayor urgencia, las lecciones de la bondad deliberada, de la verdad cuidadosa, del inquebrantable esfuerzo.” —Los críticos ingleses y norteamericanos creen que la mejor composición poética publicada en estos últimos años en los Estados Unidos es “La corriente de los años”, un admirable poema de William Cullen Bryant, un poeta pensador que se detuvo muchas veces, en su perpetua ilusión poética, a ver pasar los siglos, y sorprendió, y cantó en imperecederos versos, majestuosos y sobrios, el espíritu de las edades. La Opinión Nacional. Caracas, 19 de noviembre de 1881 [Mf. en CEM]