UNA VIDA FRUCTÍFERA Y SUS OBSTÁCULOS (Luc. 8:1-15) INTRODUCCIÓN.En la parábola del sembrador que hemos leído, las personas son comparadas con un terreno. El terreno existe para cultivar en él plantas, y que están crezcan, maduren y den fruto. Así también la vida de los seres humanos está hecha para que en ella crezca y se desarrolle justicia, amor, verdad, paz, alegría, paciencia, bondad, humildad, etc. Vidas que hablen a los que están a su alrededor, para que lleguen a conocer la salvación y los caminos de Dios. Éste es el propósito de Dios para cada uno de nosotros. Pero, como en los terrenos, no es todo coser y cantar. Hay caminos endurecidos por haber sido pisados por las gentes; pedregales donde nada crece debidamente; hierbajos y espinos que quitan la sustancia y la luz, y ahogan el desarrollo de las plantas, para que ni crezcan, ni den fruto. Pero en los terrenos que han sido bien labrados y despedregados también crecen las plantas y dan mucho fruto. Este es el cuadro que Jesús les presenta aquí a las gentes que salían a Él para escucharle. Igualmente, hemos de entender los obstáculos que se interponen en las vidas humanas, para que estas sean fructíferas. Hemos de comprender la situación caída del ser humano, que se produjo en el Edén, pero que todos heredamos. La entrada del pecado en el mundo, y en el corazón de cada cual, es lo que hace que no percibamos a Dios con claridad. Es ese pecado lo que hace que temamos demasiado lo que la gente piense, diga o haga de nosotros. Es lo que hace que busquemos las riquezas, pensando que ellas darán ese fruto, esa seguridad, a nuestras vidas; o tengamos mil y un deseos de conseguir cosas, porque pensamos que ellas darán sentido y felicidad a nuestras vidas. Así que los campos, como la vida de las personas, tienen obstáculos diversos para que lleguen a ser fructíferos. Desde luego, lo más importante es tener una buena semilla, algo que sembrar en los corazones de los hombres. Primero hará nacer una plantita, crecerá, madurará y dará una vida llena de fruto de justicia, amor, verdad, paz, alegría, paciencia, bondad, humildad, etc. Pero, ¿qué es esta semilla que terminará dando esos frutos? En el v. 11 Jesús les explica: “La semilla es la palabra de Dios”. Y Pedro, más tarde, también dijo lo mismo: “Pues habéis nacido de nuevo, no de simiente perecedera, sino de simiente imperecedera, mediante la Palabra de Dios que vive y permanece… para siempre” y les continúa diciendo que “esa palabra es el evangelio que se os ha anunciado” (1ª Pe. 1:23-25) En el N.T. cuando se habla de la ‘Palabra de Dios’ se refiere al mensaje cristiano, es decir, al evangelio de Cristo. No se refiere a un sentido más genérico, como puede ser en el A.T., sino al mensaje de Jesús, recogido luego por sus apóstoles, es decir, a las buenas nuevas de salvación. 1 “Jesús estuvo recorriendo los pueblos y aldeas, proclamando las buenas nuevas del reino” (Lu. 8:1). Hemos dicho otras veces, que “Proclamar las buenas nuevas” significaba que alguien proclamaba una buena noticia. No era un llamamiento a cumplir ciertas normas morales, o religiosas, o algo parecido; simplemente se ‘anunciaba una buena noticia’ que, naturalmente, se esperaba fuera creída por los oyentes. Por ejemplo, si un rey vencía en una batalla lejana enviaba a un mensajero a su pueblo para anunciar su victoria. A esta persona se le llamaba, en griego, evangelista, que quiere decir ‘mensajero de lo bueno’. Pues bien, la buena noticia de Dios es que, ha tenido buena voluntad para con nosotros, ha enviado a su Hijo, para que por su muerte expíe nuestros pecados; por su resurrección, nos impute su justicia perfecta; y por su ascensión nos aporte su seguridad y su poder. A nosotros nos toca creer esta buena noticia y retenerla. Esta es la palabra de Dios, este es el evangelio que puede dar mucho fruto en tu vida y en la mía. Veamos algunas características de esta palabra de Dios. Es una palabra de verdad. “En él también vosotros, cuando oísteis el mensaje (logospalabra) de verdad, el evangelio que os trajo salvación y lo creísteis, fuisteis marcados con el sello del Espíritu Santo prometido” (Efe. 1:13) Es la palabra de la cruz. “El mensaje (logos-palabra) de la cruz es una locura para los que se pierden; en cambio para los que se salvan. Es decir, para nosotros, este mensaje (logos-palabra) es el poder de Dios”. (1ª Cor. 1:18) También es la palabra de reconciliación. “Esto es, que en Cristo, Dios estaba reconciliando al mundo consigo mismo, no tomándole en cuenta sus pecados y encargándonos a nosotros el mensaje (logos-palabra) de la reconciliación”. (2ª Cor. 5:19) Y, desde luego, es una palabra de su gracia. “Ahora os encomiendo a Dios y al mensaje (logos-palabra) de su gracia, mensaje que tiene poder para edificaros y daros herencia entre todos los santificados”. (Hech. 20:32) Creo que es bastante evidente que la palabra de Dios es el evangelio de la verdad, de la cruz, de la reconciliación y de la gracia. Y tiene poder, no solo para darnos vida, sino también para edificarnos, transformarnos, hacernos madurar y hacer que llevemos mucho fruto. Pero también, tanto la tierra como nosotros, que es donde se tiene que dar ese fruto podemos interponer obstáculos para dicho fruto. Veamos pues estos obstáculos. I.- OBSTÁCULOS PARA UNA VIDA FRUTÍFERA. Se nos habla de tres tipos de obstáculos que se interponen para que la vida sea fructífera. El primero, que es representado por el terreno duro del camino, lo explica Jesús como ‘Aquellos que oyen la palabra, pero no la entienden’ (Mat.13:19). O, ‘es quitada por el maligno de su corazón’ (v.12). Por tanto, estos no entienden la buena noticia, y no la creen. Pero tampoco preguntan al Señor, ni buscan. Y aunque la semilla, la palabra, es vida poderosa no 2 tiene el más mínimo efecto en los que son así. Éste es el primer obstáculo para una vida fructífera, y ocurre en muchos. El segundo obstáculo lo representa Jesús con un pedregal. Por encima hay un poquito de tierra, pero inmediatamente hay piedra y no puede enraizarse; por tanto, dura muy poco. Jesús lo explica como aquellos ‘…que que no tienen raíz. Éstos crecen por algún tiempo, pero se apartan cuando llega la prueba’ (v.13) Estos lo que aman sobre todo son sus deseos y su propios propósitos. Porque mientras que la palabra no choque con sus deseos, bien. Pero cuando son puestos a prueba, si lo que oyen choca con sus ideas, o entienden que pueden ser mal vistos por sus amigos, etc., entonces abandonan. El tercer obstáculo es representado por espinos. Esto son plantas salvajes que ahogan la buena semilla que trata de crecer y desarrollarse para llevar fruto. Jesús lo explicó como formas distintas de obstáculo. En conjunto supone, que los intereses temporales, de este mundo, ocupan la primacía, el primer lugar en el corazón. Las preocupaciones de esta vida. Entendemos por ellas la ocupaciones del trabajo, los estudios, con quién nos casamos, como vamos a vivir, etc. Desde luego es totalmente adecuado ocuparnos, bajo la soberanía y voluntad del Señor de estas cosas. Pero, cuando su importancia se agranda y ocupan el centro de nuestro corazón, y nuestro principal deseo, de forma que nos hace perder la perspectiva, y dejan de estar sujetos a la voluntad de Dios, entonces se han convertido en obstáculos reales para una vida fructífera. El engaño de las riquezas, y los placeres, o deseos, de muchas cosas. No se trata de no tener lo que necesitamos para vivir, de acuerdo a nuestras necesidades y responsabilidades. Sino más bien de ser engañados en nuestro corazón pensando que esas cosas darán sentido y felicidad a nuestra vida, de manera que las perseguiremos. Esto, en el mundo actual, es fácil que nos ocurra; ya que los bancos nos anticipan el dinero y resulta fácil conseguir cualquier cosa. Parece que el ojo nunca se cansa de tener cosas. Perseguirlas es una forma de esclavizarnos y también de empobrecernos. En el fondo, esa búsqueda es una sed en la vida, que solo el Señor puede satisfacer y que nosotros, engañados, pensamos que nos lo darán las cosas. No nos damos cuenta que son como recipientes con agujeros, que no pueden retener el agua. Pero lo verdaderamente grave es que eso impide tener una vida verdaderamente fructífera. Debajo de todos esos deseos hay un problema de idolatría de nuestro corazón. La palabra de Dios, el evangelio, no es suficientemente valorado; otras cosas ocupan su lugar y la vida no será fructífera. II.- UNA VIDA FRUCTÍFERA.Las personas llegan a tener una vida fructífera, cuando al oír la palabra, ésta es retenida. “Pero la parte que cayó en buen terreno son los que oyen la palabra con corazón noble y bueno y la retienen; y como perseveran, producen una buena cosecha”. (v.15) El corazón noble y bueno no es quien tiene una gran bondad y nobleza en sí mismo, sino quien por ser consciente de su condición caída, sabe que al único que puede echar mano es al Señor y a su palabra. Esta palabra le da buenas noticias. Le dice que el Señor Jesucristo es el único bueno de verdad. Le dice que por amor ha venido y ha sufrido el castigo que él merecía y le ha 3 revestido, gratuitamente, de la justicia que nunca podría él ser capaz de realizar. El corazón noble y bueno es el que sabe que solo puede confiar en lo que Cristo ha hecho, no en sus propios intentos. Sabe que la vida, el crecimiento y el fruto vienen por la semilla, es decir, por la palabra de Dios, el evangelio, que ha sido sembrado en él. Por eso lo que hace es retener esa palabra. Tenerla siempre presente. Perseverar en retenerla. Y dando gracias por lo que significa para él. De los obstáculos hemos de arrepentirnos, cada vez que aparezcan en nuestro corazón; reconocerlos, confesarlos. Pero es recibiendo, reteniendo, y perseverando en retener, la palabra de la cruz, de reconciliación, de su gracia que, no solo nos hará nacer de nuevo, si aún no estamos seguros de conocer a Dios, sino que nos hará crecer, madurar y transformar si ya somos cristianos. Perseverando en retener el evangelio tendremos una vida fructífera. Amén. 4