Fidelidad de Dios, Fidelidad de María: La discípula perfecta

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Fidelidad de Dios, Fidelidad de María:
La discípula perfecta que inspira y sostiene nuestra
perseverancia
Madre de la fidelidad, madre de nuestro sacerdocio
La Liturgia de hoy, Fiesta del Dulce Nombre de María, pone ante
nuestros ojos a la discípula perfecta, la discípula modelo según el
Evangelio de Lucas: María de Nazaret. También ella perseveró en el
camino con Jesús, incluso compartiendo las pruebas que resultan de
la profecía que se le dijo: que Jesús sería “signo de contradicción”,
“elevación de unos y caída para otros”, como dice Simeón: “Una
espada te atravesará el alma” (2, 35).
¿Cómo podríamos describir la identidad discipular de María?
Una de las formas que la Biblia tiene para expresar la identidad de una
persona es el nombre. En el relato de la Anunciación (Lc 1,26-38),
María aparece con tres nombres:
- Primero, “María” (1, 27). Es el nombre que le han dado sus
padres. Los progenitores al poner el nombre casi siempre están
pensando en el proyecto de vida que sueñan para esta persona
que ha venido al mundo. El nombre “María” significa “la
exaltada”.
- Segundo, “Llena de gracia” (1, 26). Es el nombre que Dios le da,
la manera como se ve la identidad de María desde el punto de
vista de Dios y que pone en primer plano lo distintivo de la
relación de Dios con ella.
- Tercero, “Sierva” (1, 38; repetido en 1, 48). Es el nombre que
María se da a sí misma, la manera como quiere ponerse ante
Dios y como desea que la llamen.
Para comprender mejor el discipulado de María, la manera como ella
se sitúa en el camino de Jesús y de su Evangelio, vamos a leer el
relato de su vocación. En él podemos ver la tarea que recibió y el
puesto que ocupa en la historia de la salvación, pero también
descubriremos elementos que nos hablan de nuestra propia relación
con Dios y que animan nuestro esfuerzo por la fidelidad (una vez que
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admitimos que así, como con María, Él ha sido primero fiel con
nosotros).
El relato de Lc 1, 26-38 es quizás uno de los más conocidos de los
Evangelios y de toda la Sagrada Escritura. Aparece una y otra vez en
la Eucaristía de muchas fiestas marianas. Lo recordamos en el
comienzo de cada Ave María.
Vamos a detenernos sobre todo en el comienzo y en el final del relato,
tanto el “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” (1, 28),
como el “He aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu
palabra” (1, 38). Ambas frases contienen elementos únicos y
particularmente importantes. En el centro está ciertamente Jesús y el
anuncio de su nacimiento, pero la escena enfoca su atención también
en la persona de María y las bases sobre las que comienza a
construirse el perfil de su discipulado.
La fidelidad de Dios con María: el saludo del Ángel (1, 28)
“Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”
El saludo del Ángel contiene tres elementos: (1) la exhortación a la
alegría, (2) la descripción de la relación de Dios con María y (3) la
seguridad de la ayuda de Dios.
Comencemos con el tercer elemento.
1. “El Señor está contigo”
La expresión es familiar para nosotros los sacerdotes ya que la
repetimos en la liturgia: “El Señor esté con ustedes”. Sus raíces están
en una expresión bíblica. Sin embargo, ¿estamos conscientes del
significado de esta expresión? El uso de este saludo en la Biblia nos
permite ver la profundidad de su significado.
(1) En los anuncios de nacimiento en la Biblia no se le dice a nadie
“El Señor está contigo”
Los anuncios de nacimientos no son frecuentes en la Biblia. Tenemos
los siguientes casos:
- Agar, la criada de Sara, recibe el anuncio del nacimiento de
Ismael (Gn 16, 11).
- Abraham recibe el anuncio del nacimiento de Isaac en dos
ocasiones (Gn 17, 19; 18, 10. 14).
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- La mujer estéril de Manóaj escucha el anuncio del nacimiento de
su hijo Sansón (Jc 13, 5).
- El profeta Isaías le comunica al rey Ajaz el nacimiento de un niño
(Is 7,14).
- En el Nuevo Testamento, José recibe instrucciones sobre el
nacimiento de Jesús (Mt 1, 21).
- Zacarías recibe el anuncio del nacimiento de su hijo Juan (Lc 1,
13).
Los términos de todas estas comunicaciones tienen mucho en común
entre sí y con el relato de la anunciación a María (Lc 1, 31-33). Sin
embargo, ninguno de todos estos anuncios contiene la frase: “El Señor
está contigo”. Sólo María recibe esta expresión de ayuda de parte de
Dios; Dios está con ella en el acontecimiento del nacimiento de Jesús.
¿Por qué esta excepción?
(2) En los relatos vocacionales en los que Dios dice “El Señor está
contigo” ninguno tiene que ver con un nacimiento
La expresión “El Señor está contigo” aparece en una serie de pasajes
vocacionales, pero éstos no tiene que ver con un nacimiento. Veamos:
- Cuando Dios se le aparece a Moisés y lo llama desde la zarza
ardiente, Dios le asigna una tarea: “Ahora, pues, ve; yo te envío
al faraón para que saques a mi pueblo, los israelitas, de Egipto”
(Ex 3, 10). Sin embargo, Moisés pone una objeción: “¿Quién soy
yo para ir al faraón y sacar de Egipto a los israelitas” (3, 11).
Entonces Dios le responde: “Yo estaré contigo” (3, 12).
- Cuando Josué recibe su tarea de parte de Dios, se le dice: “Pasa
ese Jordán, tú con todo este pueblo, hacia la tierra que yo les
doy” (Jos 1, 21). Al mismo tiempo Dios le asegura: “Lo mismo
que yo estuve con Moisés estaré contigo; no te dejaré ni te
abandonaré” (1, 5).
- Cuando Jeremías es llamado, Dios le dice:”Yo profeta de las
naciones te constituí” (Jr 1, 5). El profeta pone objeción: “Ah,
Señor Yahvé! Mira que no sé expresarme, que soy un
muchacho” (1, 6). Entonces Dios le dice: “No les tengas miedo,
que contigo estoy para salvarte” (1, 8).
- Cuando Jesús envía a sus discípulos en misión, les infunde
confianza: “Y yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin
del mundo” (Mt 28, 20).
En estos textos vemos dos cosas:
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- Que la expresión siempre proviene de Dios, con ella manifiesta
su intervención definitiva y extraordinaria a favor de su pueblo:
o el pueblo que sale de Egipto y entra a la tierra (Moisés y
Josué),
o el pueblo que había perdido la fe y regresa a su Señor
(Jeremías y otros profetas),
o todos los pueblos que deben ser conducidos a Jesús, el
Hijo de Dios crucificado y resucitado (Mateo).
- Que las personas a quienes se les dice la expresión
comprometen completamente y para siempre sus vidas en una
misión. Frente a ella, ellos se percatan de su debilidad e
incapacidad.
Pues bien, Dios no sólo da una tarea sino también la fuerza
necesaria para poder llevarla a cabo. Así es la fidelidad de Dios: no
abandona a quienes llama, ni los empuja por el túnel de un fracaso por
causa de su tarea, más bien permanece con ellos sosteniéndolos con
su divino poder. Dios en persona viene en ayuda de su pueblo a través
y junto con aquellos que él ha llamado y elegido para una tarea
específica en la historia de la salvación.
(3).Cómo ocurre de forma concreta esa asistencia del poder
divino
Cuando el Ángel le dice a María “El Señor está contigo”, Dios le está
asegurando la especial asistencia del poder de Dios porque a ella se
le dará una tarea especial. Desde el puro comienzo María se
caracteriza porque “Dios está con ella”.
Apenas el Ángel le ha dado esta seguridad a María, enseguida le
anuncia en qué consiste la tarea especial para la cual fue escogida:
“Concebirás y darás a luz un Hijo, al cual le pondrás el
nombre de Jesús. Será grande y será llamado Hijo del
Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David su Padre y
su reino no tendrá fin” (Lc 1, 31-33).
María ha sido elegida para ser la Madre de aquel que es Hijo del
Altísimo, a quien Dios enviará como Mesías, como el último y definitivo
rey de su pueblo, y a través de él Dios concede a todos la plenitud de
la vida y la salvación. El interés de Dios por la salvación de su pueblo
es el trasfondo en el cual María ejercitará su servicio específico.
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La pregunta de María: “¿Cómo será esto, puesto que no conozco
varón?” (1, 34), expone que ella está consciente de su incapacidad
para llevar a cabo esta tarea, dada su condición virginal ella no lo
puede hacer por su propio poder.
El ángel continúa y le comunica de forma más concreta lo que ya
estaba implicado en la frase “El Señor está contigo”:
“El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te
cubrirá con su sombra, por eso el que va a nacer será Santo
y reconocido como Hijo de Dios” (1, 35).
Es gracias a una libre decisión que Dios envía a su Hijo y es de esta
única manera que se dirige a la humanidad para entrar en comunión
con todas las personas. Todo proviene Dios y de Dios depende.
María llega a ser Madre, no por la cooperación de un hombre, sino por
la obra del Espíritu Santo, es decir, por el poder creador de Dios. Su
tarea es acoger en ella esta acción divina para llegar a ser la virginal
Madre del Hijo de Dios.
Todo lo que Dios hace por medio de aquellos a quienes les promete
su presencia y asistencia (“Yo estaré contigo”) es una preparación de
su obra. A través de María, Virgen y Madre, Dios comienza el
cumplimiento de su obra de salvación y envía su Hijo al mundo como
Salvador y Señor (Lc 2, 11).
(3) Una tarea única, envolvente e irrepetible en el marco de la
historia de las relaciones de Dios con la humanidad: la madre
virginal del Hijo de Dios
La frase “El Señor está contigo” se refiere a la manera como María
concibe virginalmente a su Hijo y se convierte en la madre del Hijo de
Dios.
Misión
La concepción es sólo el comienzo de una tarea y de una relación que
no terminará nunca. En consecuencia, el poder de Dios acompañará a
María durante toda su vida. Siempre la podremos reconocer como una
persona con la que Dios siempre está, y lo está en relación con su
misión de Virgen Madre del Hijo de Dios.
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Nadie más puede compartir esta misión con María y éste es su
servicio al pueblo de Dios.
Con la concepción comienza la misión de María de ser la Madre del
Hijo de Dios. Pero ella también lo acompaña en todas las fases de su
desarrollo humano. Puesto que los deberes de una madre cambian
según la etapa del desarrollo en que se encuentre su hijo, María tiene
una tarea que nunca acaba y que implica la persona entera de ella,
todas sus energías y capacidades.
La misión de María, como la de toda madre, no consiste en una acción
externa y transitoria, sino que involucra todo el ser de la madre y deja
una profunda huella, un gran efecto, en toda su vida. Por tanto, la
frase “El Señor está contigo”, que le asegura a María que la poderosa
asistencia de Dios en todos los detalles de su vida, quiere decir, en
última instancia que en su Hijo, el Hijo del cual se ocupa por encargo
de Dios, en este Hijo el Señor está con ella.
Pero todavía hay más. En el conjunto de textos que vimos antes y que
nos ayudan a contextualizar la frase nos permitió ver: (1) que en
ningún anuncio de nacimiento en la Biblia se le dijo a nadie “El Señor
está contigo” y (2) que en todos los relatos vocacionales en los que
siempre apareció el “El Señor está contigo”, ninguno de ellos tenía que
ver con un nacimiento. Entonces podemos decir con absoluta certeza
que:
-(En común con todos) María está al nivel de las grandes vocaciones y
tareas que Dios asigna en el Antiguo Testamento. Con ella, como
ocurrió con los otros llamados, Dios hizo avanzar la historia de la
salvación.
- (A diferencia de todos) El servicio específico para cual Dios la elige
no tiene parangón, no tiene antecedentes ni puede ser repetido.
Cuando llega la plenitud de los tiempos Dios envía a su Hijo (Gal 4,
4) por medio del nacimiento en una mujer, no por medio del oficio
de un varón. Dios llamó a María para ser la madre virginal de aquel
que es el único nacido como Hijo de Dios y a través de quien Dios
quiso permanecer unido de forma inseparable a la humanidad.
Es así como Dios nos da la plenitud de la vida y de la alegría.
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2. “Llena de gracia”
El “Ave María”, en el que se combinan el saludo del Ángel (1, 28) con
el Isabel (1, 42), comienza diciendo: “Dios te salve, María, llena de
gracia, el Señor está contigo”. Aquí insertamos el nombre de María,
aunque el Ángel dice nada más “llena de gracia”, el Señor está
contigo”. El Ángel no usa el nombre propio de María sino que hace
referencia a una cualidad particular de la persona. Además de éste,
sólo tenemos otro texto bíblico en el que se saluda a una persona con
un calificativo: “El Señor está contigo, hombre fuerte y valiente”
(Jueces 6, 12), le dice el Ángel a Gedeón.
El significado de la expresión
¿Cuál es el significado del “llena de gracia”? Yendo al grano,
enseguida podemos decir que esta expresión no es una traducción
literal del original griego, donde leemos “Kejaritomene” (el participio
perfecto pasivo del verbo “Jaritóo” que significa: “hacer bella” o
“amable” a una persona). En el saludo de Isabel, tenemos el término
“Eulogemene” (también un participio perfecto pasivo, en este caso del
verbo “eulogeo”, “bendecir”), en cuyo caso la traducción exacta:
“Bendita tú eres entre todas las mujeres”.
La acción de Dios en la persona de María
Para entender estas expresiones un poco más, tenemos que recordar
la costumbre judía de los tiempos de Jesús: no se pronunciaba el
nombre de Dios, en cambio acudía a ciertos eufemismos con el darle
una vuelta al problema. Una de las formas para evitar el nombre divino
es el uso del pasivo (lo llamamos “pasivo divino”): en vez de decir
“Dios te ha bendecido”, se dice “Bendita” (o “tú eres bendita”); de esta
manera se evitaba la pronunciación del nombre del autor de la
bendición. Por tanto, al comienzo de su saludo, Isabel expresa cómo
Dios ha obrado en María: “Dios te ha bendecido entre todas las
mujeres”.
De la misma manera, el Ángel se refiere a la acción de Dios en la
persona de María y le dice: “Dios se ha complacido contigo… Dios te
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ha hecho hermosa, encantadora”. La cualidad que caracteriza a María
es precisamente ésta. De ahí que el saludo “Llena de gracia” no sea
un vago cumplido sino la referencia una acción de Dios específica. El
Ángel expresa dos veces seguidas y complementarias, con dos títulos
diferentes, cómo es la relación que Dios tiene con María: “Dios te ha
hecho agraciada, el Señor está contigo”. Claro está, estas dos
expresiones están a la base de la exhortación: “Alégrate”.
Primero la gracia, no el mérito… La fidelidad fundante
María es agraciada a los ojos de Dios. El amor, la gracia, la
benevolencia, la complacencia de Dios se encuentra en ella. El Ángel
del Señor le dice con autoridad que ella puede estar segura de eso,
que el ser amada por Dios de esta manera, no es el resultado de sus
méritos o de su comportamiento previo ante Dios, sino de la obra de
Dios: “¡Dios te ha hecho así!”. Entonces no depende de María sino
completamente del don de Dios, es entonces un dato del que se
puede estar cierto.
Y, por supuesto, este hecho se convierte en una fuente inmensa e
inagotable de María, es parte del misterioso designio de la elección de
María: Dios la ha creado de tal manera que su amor y su benevolencia
están dirigida hacia ella como no lo ha hecho con ninguna otra
criatura, que es de esta manera que ella está unida a Dios.
La persona y la misión
El “Llena de gracia” sustituye el nombre de María, ella se llama
simplemente: “Llena de gracia”, la única que sido creada así,
completamente llena, colmada, impregnada hasta lo más profundo de
su ser por el infinito amor de Dios.
En el mundo bíblico el nombre generalmente expresa una
característica de la persona, de ahí que el Ángel deje claro el hecho
ésta sea la característica más destacable de María. Uno puede decir,
como lo anotamos al principio, que “María” es el nombre que María
recibió de sus familiares y que “Llena de gracia” es el nombre que Dios
le dio.
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Tanto el “Llena de gracia” como “El Señor está contigo” establecen las
coordenadas de la relación de Dios con María, teniendo en vista que
su vida es una referencia hacia el Hijo con el cual tiene una tarea de
servicio encomendada por este mismo Dios. Ahora podemos decir que
el “Llena de gracia” tiene en vista a la persona de María y que “El
Señor está contigo” a su papel en el plan de salvación.
La primera, “Llena de gracia” sólo está dirigida a María y describe la
acción y la actitud de Dios hacia ella. La segunda, “El Señor está
contigo”, también aparece en otros lugares de la Sagrada Escritura,
donde se asigna una tarea especial en la historia de salvación, siendo
un respaldo divino a la persona que necesitará de la poderosa ayuda
de Dios para poder cumplir con su misión. En ambos casos el
Evangelio nos invita a contemplar admirados y agradecidos la manera
como Dios se inclina hacia la persona de María y de qué manera ella
entra en relación con él.
3. “Alégrate”
La primera palabra que el Ángel le dirige a María aparece en griego
como “Jaire”, literalmente: “Alégrate” o “regocíjate”. La traducción
latina dice “¡Ave María!”, retomando el saludo habitual latino y no
propiamente el texto bíblico. La diferencia se puede explicar en el
hecho de que “Jaire” (y “Jaírete”) es la forma como se saluda en el
mundo griego, la cual no es traducida al latín sino sustituida por la que
en esta lengua se usaba: “Ave”. No es traducción literal sino funcional.
Pero dejemos de lado esa anotación inicial y veamos más bien el
sentido de la exhortación del Ángel a María: ella es invitada a la
alegría (y más adelante será fuente de alegría: por lo que le ocurre a
Isabel y a Juan en la visitación y por lo que ella misma dice en el
Magníficat: “Todas las generaciones me llamarán dichosa”).
Antes de la entrada de Jesús en el mundo, Dios envió a su Ángel tres
veces: a Zacarías, a María y a los pastores. La primera y la tercera, el
Ángel aparece explícitamente como un mensajero de alegría:
- A Zacarías le dice: “Será para ti gozo y alegría y muchos se
gozarán en su nacimiento” (1, 14).
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- A los pastores les dice: “No teman, pues les anuncio una gran
alegría, que lo será para todo el pueblo” (2, 10).
En este contexto uno no puede pensar que el Ángel, realizando su
misión más importante, quiera empezar su tarea con un saludo banal.
Por tanto, en conformidad con la naturaleza de la misión de María, el
anuncio de alegría ya es parte del mensaje, o mejor, el anuncio está
permeado por este sentimiento. Todo lo que el Ángel le anuncia a
María es una razón de regocijo para María misma y para toda la
humanidad.
Este llamado a la alegría muestra que Dios no ve a María como si
fuera un instrumento impersonal e insignificante para el cumplimiento
de su plan divino. Todo lo contrario: Dios involucra a María como
persona, su humanidad es respetada completamente. La alegría es
una de las emociones más vibrantes e íntimas de una persona. El
llamado a la alegría es la invitación para participar de forma personal e
intensa en la misión que ha recibido y no cumplirla como una tarea
impuesta desde fuera. La misión involucra todas las dimensiones de la
persona de manera profunda e íntima, es un motivo de inmensa
alegría.
El Ángel invita a María a alegrarse. Sin embargo su primera reacción
no es la alegría, sino la sorpresa, el estupor. María se pone a
reflexionar sobre el significado del saludo recibido. Es que la alegría
no puede ser impuesta, no es un mandato. María necesita tiempo para
que brote, crezca y se desarrolle en ella la alegría. Especialmente,
necesita reflexión y comprensión.
Es por eso que María se pregunta por el sentido del saludo. Su gozo
se va haciendo cada vez más intenso y profundo, y por lo tanto real,
en la medida en que penetra en la comprensión de la tarea que el
Señor le ha confiado.
Un primer momento culminante del regocijo de María ocurre cuando
su corazón vuela en las hermosas palabras del Magníficat: su espíritu
se alegra, su corazón exulta de alegría. Esta alegría se manifiesta en
palabras de alabanza y glorificación a Dios porque su divino poder
está actuando en ella (1, 46-49).
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En primer lugar, pongámonos ante la obra de Dios con María,
admirados y gozosamente agradecidos ante tamaña manifestación del
poder de Dios: lo que Dios ha hecho en ella es único. Dios está unido
a María de una manera especial, ella tuvo una misión particular al
convertirse en la Madre Virginal del Hijo de Dios.
En segundo lugar, reflexionemos en presencia de Dios sobre nuestra
propia vocación y misión. Aunque la vocación de María es única,
también los tres elementos fundantes de su discipulado tienen que ver
con nosotros:
(1)“El Señor está contigo”. El Señor nos confío una misión y una
tarea específica, dentro de las circunstancias de nuestra vida,
como un servicio al pueblo de Dios y la humanidad. No vivimos
para nosotros mismos sino para Dios quien espera de nosotros
la prontitud y la responsabilidad de los siervos. Es posible que
sintamos que no contamos con todos los recursos, pero no
estamos solos para llevar a cabo la tarea, siempre podemos
contar con la ayuda de Dios. En todas las dificultades, y
frecuentemente a la hora de los grandes problemas o cuando las
responsabilidades parezcan superarnos, pidamos la ayuda del
Señor y confiémonos en sus manos. El Señor nunca nos pedirá
hacer algo sin darnos la gracia que necesitamos para llevarlo a
cabo.
(2)“Llena de gracia”. También esto es propio de la relación de Dios
con María. Sin embargo, Dios no nos ve a ninguno de nosotros
de forma genérica o impersonal, él nos mira uno por uno con
cuidado y amor. La prueba más sencilla y elemental es el hecho
de nuestra existencia: existo ante todo porque Dios lo quiso. En
nuestra vida, sin duda alguna, hay muchos signos del amor de
Dios, tenemos que descubrirlos. Tenemos que estar atentos
para descubrirlos y ponderarlos con gratitud. Hay que tener los
ojos abiertos en todo momento para ver y recibir ese amor de
Dios que en cada instante viene a nuestro encuentro. Así
nuestra vida es un continuo abrazo con Dios.
(3)“Regocíjate”. La vocación de María se situó bajo el signo de la
alegría. No hay un motivo más auténtico ni un fundamento más
seguro que el gozo ilimitado que proviene del abrazo de la divina
gracia, del amor y del apoyo de Dios. Cuando se pierden
motivos para la alegría se comienza a perder la llama interna
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de la vocación (o sea de la respuesta a la vocación, porque la
fidelidad es indestructible) y nos precipitamos por la ruta segura
del fracaso. La llamada es para una tarea particular, sin embargo
está ante todo y en primer lugar la relación con Dios que es la
fuente primera de la alegría. No hay llamada de Dios que no sea
en primer lugar un llamado a la plenitud de vida y, por tanto, a la
alegría. Tenemos que descubrir todos los días la alegría de
nuestra vocación y de nuestra misión, lo mejor que nos ha
podido suceder es haber sido llamados como ministros del
Señor.
(4)La alegría del sacerdote muestra cuán sensible es hacia su
vocación, o más exactamente hacia la presencia de Dios en su
vocación. La atención vigilante, la comprensión que profundiza y
la gratitud por todo lo que experimentamos deben marcar el
camino de la alegría, como nos enseña María.
Y termino con esto. Desde niño siempre me resonó con una música
especial el Salmo 43. El descubrimiento de la hermosura del
sacerdocio por medio del sacerdote de la Capilla del Colegio
Salesiano donde era monaguillo estaba acompasada por una oración
al pié del altar al comenzar la Misa: “Introibo ad Altare Dei, ad Deum
qui laetificat iuventutem meam”, que luego cuando se reformó la
liturgia fue un canto de entrada, precisamente este Salmo, que se
repetía mucho: “Subiré al altar del Señor, al Dios que alegra mi
juventud”.
El Salmo dice:
“Envía tu luz y tu verdad, / ellas me escoltarán, / me llevarán a tu
monte santo, / hasta entrar en tu Morada.
Y entraré al altar de Dios, / al Dios de mi alegría. Te alabaré gozoso
con la cítara, / oh Dios, Dios mío”
(vv. 3-4) Cuando llega a la meta anhelada del Templo, el peregrino
siente que tiene dos amigas que lo toman de ambos brazos y lo
conducen hasta la presencia de Dios. Aquí se llaman la señora Luz y
la señora Verdad. En este día solemne me atrevería a hacer una ligera
modificación: las dos amigas que me acompañan, que nos
acompañan, tienen el mismo nombre, se trata de la señora Fidelidad,
sólo que tienen distinto apellido: el señor amigo “Fidelidad de Cristo” y
la señora amiga “Fidelidad de María”.
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Le pido a Él y a Ella que nos tomen en sus manos y sostengan los
pasos vacilantes de nuestra fidelidad en la subida hasta el altar, hasta
el Dios de nuestra alegría, sobre todo hasta la gozosa meta, cuando
llegue el día en que no soltaremos jamás la citara de las manos en la
alabanza gozosa de Nuestro Señor.
Amén.
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