COLOR 4/4/07 09:43 Página 1 Les Demoiselles d’Avignon Las señoritas cumplen cien años Enrique del Río e auténtico acontecimiento hay que considerar el centenario del nacimiento de la obra más influyente de Pablo Picasso: Les Demoiselles d’Avignon. Y no únicamente por la valía o el prestigio que ha adquirido durante estos cien años, sino por la relevancia que este verdadero manifiesto pictórico ha tenido en el devenir del arte. Con las incoherencias propias de un estilo emergente y las referencias primitivistas al arte africano, Picasso lanza el más formidable ataque de la historia contra la representación mimética y la tradición clásica. De esta forma, la obra se traduce en una declaración de principios que establece las bases para el futuro desarrollo de la pintura de vanguardia. Sin embargo, en contra de lo que pudiera parecer, no es tanto la fealdad de las máscaras o el ambiente terrorífico que irradia la obra lo que adquiere tanta importancia y deja en testamento al posteriormente llamado cubismo —y éste, a su vez, a las demás generaciones—; lo más relevante e influyente es su innovación en los aspectos puramente teóricos y formales de la pintura y, sobre todo, la anulación del espacio tridimensional tradicional a través de los cuerpos de las figuras, tratados de forma geométrica y carentes de volumen, adaptándose al plano bidimensional que, por otro lado, será lo más característico de las pinturas que, de aquí en adelante, hará Picasso. Además, el autor malagueño hace algo insólito, algo que provoca un efecto claustrofóbico devastador: convierte el tema del desnudo femenino, tradicionalmente representado como una exaltación de la alegría de vivir en la naturaleza, en un interior urbano, que es asimismo un prostíbulo. D Picasso pintó Las señoritas de Aviñón en el verano de 1907. Lo más relevante e influyente es, sobre todo, su innovación la anulación del espacio tridimensional tradicional a través de los cuerpos de las figuras, tratados de forma geométrica y carentes de volumen, adaptándose al plano bidimensional, lo que dejó absolutamente perplejos a los pocos colegas e íntimos que tuvieron el honor de contemplar la obra. En su centenario, esta reacción se sigue produciendo en todas y cada una de las personas que se sitúan ante ella. Picasso antes de Picasso Las señoritas de Aviñón es el resultado de una gran ambición. Desde que era muy joven, casi adolescente, Picasso sintió la imperiosa necesidad de distinguirse de todos aquellos que le rodeaban, incluyendo su padre, pintor de clase media con el cargo de maestro en la filial en Barcelona de la Academia de Bellas Artes de San Fernando: la Escuela de La Lonja. A ella se debió la estancia, de casi diez años, de la familia del artista en la capital catalana, donde se relacionó, contando sólo 19 años, con la vanguardia catalana de artistas como Ramon Casas, Santiago Rusiñol, Joaquim Mir o Hermen Anglada Camarasa, sin la cual habría sido prácticamente imposible su salto a París, cuna del arte y de la vanguardia a finales del siglo XIX y principios del XX. Cuentan de Picasso que llegó a afirmar, hablando de su propio talento, que él siempre había considerado estar dotado de la virtuosidad en la técnica de artistas como Rafael o Leonardo y que su deseo era, más bien, despojarse de ella para encontrar su propia personalidad pictórica. COLOR 4/4/07 09:44 Página 2 Les Demoiselles d’Avignon (junio-julio de 1907). Óleo sobre lienzo. 243,9 x 233,7 cm. Nueva York. Museum of Modern Art (MoMA). Tanto es así que fue esta ambición la que, cuando tenía 25 años y se había asentado definitivamente en la capital francesa, le llevó a querer distinguirse del ambiente parisino de la época; coincidiendo, además, con una de las crisis personales más dramáticas de su vida. La relación con su primera mujer, Fernande Olivier, fracasa estrepitosamente y, en lo que respecta a su actividad artística, pasa varios meses sin pintar ni un solo cuadro, manteniendo durante este tiempo todos sus lienzos de cara a la pared de su estudio. No fue así en lo relativo al dibujo. De este período se conserva la insólita cifra de 16 cuadernos, perfectamente catalogados, que Picasso utilizó en la elaboración de los bocetos y ensayos necesarios para pintar, posteriormente, Las señoritas. Boceto de Les Demoiselles d’Avignon. COLOR 4/4/07 09:44 Página 3 El fin-de-siècle en París A pesar de esta crisis, Picasso comienza a erigirse en el líder, junto a su amigo Henri Matisse, del nuevo ambiente artístico emergente de la capital francesa conocido como fin-de-siècle. Hacia 1905, Matisse presenta La alegría de vivir, en donde las figuras femeninas que posan desnudas se sitúan en un paisaje tridimensional junto a los hombres sátiros y la música, de manera que la visión que da de la mujer —positiva y lúdica— se acerca en gran medida a la que tradicionalmente ofrecía el tema de “la bacanal”. La alegría de vivir (1905), de Matisse. La réplica de Picasso —que necesitaba, a toda costa, pintar algo que le parangonase con Matisse— llega, dos años después, con Las señoritas de Aviñón. Parece que esta tela responde, además, a la obsesión del malagueño por las enfermedades venéreas. Sin embargo, es necesario señalar que en esta obra Picasso no parece que establezca ningún tipo de consideración moral sobre el papel de la mujer. En toda su obra, el pintor se limita a considerarlas maravillosas y seductoras, pero en muchos casos, y Las señoritas es uno de ellos, también peligrosas. Es la época en la que la mujer pasa de ser considerada pasiva y receptiva a desvincularse, prácticamente por completo, del peso de la tradición, adquiriendo una libertad antes imposible de imaginar. Quizá fue esto lo que les resultó especialmente violento a todos cuantos, como Picasso, se sintieron agredidos o amenazados por esta nueva situación social que es, en definitiva, la que quiso dejar latente en su obra. “Yo no busco, encuentro” Picasso no fue nunca un teórico del arte al estilo de Kandinsky o De Chirico que planteara o buscara —como él mismo dijo— los problemas de la pintura antes de realizarla. Aun siendo plenamente consciente de la repercusión e importancia de su obra, nunca tuvo la sensación de estar sentando las bases de una nueva pintura. Más bien, quería pintar y dejar plasmado a la manera de los grandes maestros algo que tenía en su interior, par lo que no le servían los métodos de la pintura de su época. Por un mal interpretado y, posiblemente, interesado convencionalismo de la crítica del siglo XX, en muchas ocasiones se han equiparado las novedosas aportaciones que el malagueño realizó en este lienzo con el nacimiento de la primera vanguardia: el cubismo. Pero esto no es así. Es cierto que Picasso fue cubista y que continuó utilizando muchas de las novedades introducidas por primera vez en Les Demoiselles, pero también es cierto que esto fue bastante más tarde. El camino iniciado por Picasso en 1907 con esta obra no tenía por qué haber desembocado necesariamente en el cubismo. Lo hizo, y de manera magistral, pero en cualquier momento podría haber cambiado de rumbo, otorgando al arte, y en concreto a la pintura, unas características totalmente distintas a las que hoy en día posee. Lo que sí es seguro, después de la aparición de esta obra, es la imposibilidad de dar marcha atrás.J COLOR 4/4/07 09:44 Página 4 Cuando Picasso empieza a preparar esta tela, el arte del siglo xx comienza a ver la luz; la pintura moderna tiene, en 1907, su punto de partida con Las señoritas de Aviñón y, por eso, su centenario es también, necesariamente, el centenario del arte moderno. Del Louvre al MoMA Nunca ningún pintor había suscitado tanta polémica y tanto debate con únicamente una obra. Picasso no sólo lo consiguió sino que, transcurrido un siglo, continúa haciendo imposible que críticos, historiadores del arte o los propios visitantes del MoMA se pongan de acuerdo al contemplar Las señoritas de Aviñón, debido a la libertad de interpretación que sugieren todos y cada uno de sus detalles. Esas reacciones y controversias, tan dispares como contradictorias, eran bien conocidas por la dirección del Museo del Louvre cuando, a finales de los años veinte, el coleccionista Jacques Doucet pretendió legar la obra al museo para satisfacer el deseo del propio autor. El Louvre la rechazó, al igual que hizo años antes con numerosos “cézannes”, alimentando la leyenda de Las señoritas y concediendo a Nueva York y al MoMA un honor del que ha sabido beneficiarse magníficamente, haciendo de esta obra —la que da paso a las nuevas creaciones de los llamados por Apollinaire “pintores nuevos”— su emblema institucional por excelencia. www.moma.org