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El sujeto activo: Antropología política en Amartya Sen
Andrés Eduardo Saldarriaga Madrigal
resumen
abstract
El artículo presenta la crítica de
Amartya Sen al modelo antropológico que subyace a la concepción de la
economía neoclásica (sobre todo en
sus versiones utilitarista y de la elección racional), para exponer luego
la concepción de sujeto que ofrece
el enfoque de las capacidades y la
noción del desarrollo como libertad.
The paper presents Amartya
Sen’s critique of the anthropological
model that underlies the conception
of neoclassical economics (especially in its utilitarian and rational
choice versions), in order to present
the conception of subject offered by
the abilities approach and then the
notion of development as freedom.
palabras clave
Utilitarismo, elección racional, capacidades, funcionamientos, desarrollo,
antropología política, sujeto.
keywords
Utilitarianism, rational election,
abilities, operations, development, political anthropology, subject.
eidos
issn:
1692-8857
Fecha de recepción: agosto 02 de 2010
Fecha de aceptación: agosto 20 de 2010
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e i d o s n º 13
(2010) págs. 54-75
El sujeto activo: Antropología política en Amartya Sen
Andrés Eduardo Saldarriaga Madrigal*
Universidad de Antioquía, Medellín (Colombia)
La crítica al tonto racional
A
pesar del hecho de que Amartya Sen no ha formulado una
filosofía de la persona ni una concepción completa de la justicia,
sus investigaciones son de gran importancia para el programa de
una concepción no reduccionista de la persona, es decir, para el
desarrollo de una antropología política coherente, la cual, en virtud
de dicha coherencia, estaría en el lugar favorable para conectarse
de manera adecuada con reflexiones acerca del problema de la
justicia social. Entre los elementos importantes de la formulación
de Sen se encuentran, a mi modo de ver, dos que constituyen el
núcleo de su propuesta, a saber: una concepción no económica
del desarrollo y una comprensión instrumental de la libertad, la
cual, sin embargo, no se reduce a igualar libertad práctica con
racionalidad de medios y fines1.
Entre los dos elementos mencionados se establece una relación de reciprocidad, la cual está enmarcada en una concepción
perfeccionista de la naturaleza humana, es decir, se considera que
existe un núcleo que define la naturaleza humana y que las facultades y capacidades agrupadas en dicho núcleo son susceptibles
*[email protected]
Dirección: Instituto de Filosofía, Universidad de Antioquia. Calle 67 N° 53-108,
Medellín (Colombia)
1
Esta concepción de la libertad se puede resumir bajo la fórmula ser libre para:
se trata de la libertad para decidir y para actuar. Esta idea corresponde a la división
clásica entre libertad positiva y libertad negativa. Aquí me refiero a la primera, la
segunda se identifica con la ausencia de obstáculos para decidir y para actuar, o con
la ausencia de heteronomía.
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de desarrollo y perfeccionamiento. La concepción no económica
del desarrollo personal tiene la función de articular la tendencia
perfeccionista de esta interpretación, mientras que la comprensión
instrumental de la libertad impulsa el aumento y el aseguramiento del desarrollo individual y social. La reciprocidad se expresa
también mediante el hecho de que el desarrollo individual y social
asegura las distintas libertades, es decir, las libertades políticas,
económicas, culturales, etc.
La concepción de Sen se orienta en primer lugar contra la
reducción teórico-económica de la persona llevada a cabo bajo
la figura del homo oeconomicus. Esta forma específica de reduccionismo antropológico afirma «que cada agente está movido sólo
por su propio interés» (Edgeworth, 1881, citado por Sen, 2004,
p. 172). En el centro de esta visión del hombre encontramos la
presuposición de que las personas, en situaciones donde deben
tomar decisiones, siempre escogen la alternativa que maximiza su
ganancia personal. El maximizador de utilidades observa a sus congéneres como medios para el aumento de sus ventajas, y al mundo
como un conjunto de recursos por los cuales es válido competir
sin miramiento alguno. El supuesto de que las personas orientan
su comportamiento electivo siempre hacia la maximización de sus
ventajas hace de la socialización un fenómeno imposible2.
Tradicionalmente se ha denominado este modo de pensamiento
elección racional. Característico para este tipo de racionalidad es el
establecimiento de una correlación entre la decisión individual y
una jerarquía de preferencias. Según esta concepción, la racionalidad de una decisión se puede reconocer en el hecho de que articula aquellas preferencias que representan la alternativa preferida
dentro de una escala de preferencias. Este modelo se basa en dos
2 Sen ilustra la negación de una vida social que conlleva esta perspectiva con el siguiente diálogo entre dos representantes de la especie del homo oeconomicus: «¿Dónde
queda la estación del tren? —preguntó él. —Allá —respondí yo, mostrándole la oficina de correos —¿y podría usted despachar esta carta por mí? —Claro —respondió
él, con la intención de abrir el sobre para verificar si había algo adentro que pudiera
ser de valor para él» (Sen, 2004, p. 196).
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suposiciones básicas: primero, que existe una correspondencia
absoluta entre decisiones y preferencias; y segundo, que todas
las preferencias personales son de tipo egoísta. Según esto, las
decisiones de una persona servirían siempre sólo para mejorar su
situación. La condición de esta correspondencia absoluta es expresada comúnmente bajo el criterio formal de la consistencia interna.
La teoría de las preferencias reveladas ofrece una formalización
de este enfoque. Cada preferencia personal es interpretada en el
marco de este enfoque como si efectivamente revelara la preferencia más valorada. En este contexto las preferencias surgen a partir
de la representación de la persona de aquello que considera como
lo más ventajoso para ella. El egoísta racional conforma sus preferencias en el marco de una consideración acerca de las estrategias
para el mejoramiento de su situación personal, sin tener en cuenta
las consecuencias de ello para los demás. Las preferencias resultan
entonces jerarquizadas según maximicen la utilidad personal. A
partir de la correlación entre preferencias y decisiones surge la
identificación de las decisiones como única fuente sobre las preferencias y el bienestar personal. En este modelo la personalidad de
los individuos se constituye sólo a través de decisiones y se expresa
sólo en ellas. Para la teoría de las preferencias reveladas una decisión que no maximice la utilidad personal sería una contradictio
in adjecto: las decisiones son siempre preferencias articuladas y la
esencia de una preferencia se encuentra en la maximización de la
utilidad propia; las decisiones son siempre en esencia máximas para
la acción orientada a la multiplicación del beneficio propio. De
acuerdo a esto, dicho enfoque fundamenta una visión del hombre
como un animal egoísta.
Si alguien en una situación elige la opción a., y luego en una
situación semejante escoge la opción b., para luego en una situación
igual regresar a la opción a., se ha comportado entonces según el
modelo de la elección racional de una manera irracional. El criterio de la coherencia interna exige que en situaciones similares se
escoja siempre la misma alternativa. En este modelo las personas
no pueden cambiar sus preferencias, no porque no sean capaces,
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sino porque —en tanto son seres racionales— no pueden querer
cambiarlas. Si alguien cambiara sus preferencias, destruiría con ello
su propia racionalidad y a la vez los fundamentos de su estructura
personal: en este modelo el cambio de preferencias equivale a la
autodestrucción. La racionalidad en el sentido de este modelo estático exige elegir siempre las mismas opciones según patrones de
decisión pre-establecidos. La idea de racionalidad de este enfoque
exige también que la cantidad de situaciones donde es necesario
tomar decisiones permanezca siempre igual, ya que si se presentan
situaciones inesperadas o desconocidas, en las cuales no es posible
vislumbrar ningún patrón de elección racional, el egoísta racional
no sabría qué hacer. El egoísta racional puede producir consistencia interna, pero no se puede desenvolver en el mundo real: el
egoísta racional es sencillamente un tonto racional. Según Sen, este
enfoque presupone a la vez demasiadas cosas y demasiado poco:
«esto último porque hay algunas fuentes de información sobre la
preferencia y el bienestar diferentes de las elecciones, tal como
suelen entenderse estos términos; y lo primero porque la elección
puede reflejar una transacción entre diversas consideraciones, una
de las cuales puede ser el bienestar personal» (Sen, 2004, p.182).
El tonto racional es un ser moral y socialmente subdesarrollado.
Para que sólo las decisiones del individuo fueran la única fuente de
información sobre su estructura motivacional y moral profunda,
tendría que tratarse de una estructura personal extremadamente
simple. Sólo así se podría garantizar el cumplimiento constante de
la condición de la consistencia interna. El mundo del tonto racional es igual de simple: contextos en donde se requiere la toma de
decisiones son siempre cadenas de hechos predecibles, controlables
y calculables que se repiten de manera inmutable. La concepción
del hombre como un egoísta racional desarrolla de este modo
una simplificación insostenible y exagerada tanto en el plano del
individuo como en el plano del mundo objetivo.
La simplificación subjetiva y objetiva del modelo de la elección
racional se expresa de dos modos. En el plano del sujeto implica
la incapacidad moral del tonto racional para desarrollar compro-
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misos, lazos sociales o compasión. El tonto racional, como buen
representante de la especie homo oeconomicus, se encuentra totalmente aislado, ya que los otros son importantes para él sólo en la
medida en que representan medios o contrincantes. Otro tipo de
relación social es inconcebible en el reino del homo oeconomicus. En
el plano del mundo objetivo la simplificación mencionada conlleva
la imposibilidad de establecer cualquier criterio normativo con el
fin de probar la calidad moral de las relaciones entre los individuos.
Ya que al tonto racional sólo le interesa realizar sus preferencias
personales y maximizar sus beneficios, no está capacitado para
percibir el deterioro moral de las condiciones sociales, políticas o
económicas que le rodean. Al mismo tiempo, es imposible fundar
y mantener algo como la esfera pública, es decir, un espacio donde
la libertad política pueda ser ejercida, por ejemplo, bajo la forma
de la autodeterminación y la colegislación, pues el tonto racional
carece de las capacidades necesarias para establecer la política y
la vida en sociedad. Ambos fenómenos, lo político y lo social,
pueden incluso significar, desde esta óptica particular, peligros para
la maximización de beneficios individuales. Por lo tanto, el tonto
racional encontraría su hábitat correspondiente o en un estado de
naturaleza puro o en la isla donde Ronald Dworkin (2000) supone
su abstracto y a la vez extravagante experimento de la subasta. Con
otras palabras: el tonto racional sólo puede sobrevivir allí donde
el cálculo del beneficio y el atomismo son no sólo aspectos sino
estructuras racionales de validez absoluta. Sen (2004) lo afirma
de la siguiente manera:
Se asigna un ordenamiento de preferencias a una persona y,
cuando es necesario, se supone que este ordenamiento refleja sus
intereses, representa su bienestar, resume su idea de lo que debiera
hacerse y describe sus elecciones y su comportamiento efectivo.
¿Podrá hacer todo eso un ordenamiento de preferencias? Una
persona así descrita puede ser racional en el sentido limitado de
que no revele inconsistencias en su comportamiento de elección,
pero si no puede utilizar estas distinciones entre conceptos muy
diferentes, diremos que es un tonto. En efecto, el hombre puramen-
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te económico es casi un retrasado mental desde el punto de vista
económico. La teoría económica se ha ocupado mucho de este
tonto racional arrellanado en la comodidad de su ordenamiento
único de preferencias para todos los propósitos. Necesitamos una
estructura más compleja para acomodar los diversos conceptos
relacionados con su comportamiento” (En: Hahn & Hollis. 2004,
pp. 172-217)3.
El tonto racional encarna lo que se podría denominar un monismo de preferencias, el cual, como se ve, no hace justicia a la
compleja estructura que intuimos en la base de nuestra existencia
en tanto nos designamos a nosotros mismos y a los demás como
personas. La autocomprensión de la persona, en la cual se articulan
preguntas por la forma de una vida buena, así como su relación
con los otros, donde toman forma sus valoraciones y actitudes
prácticas ante los demás, son asuntos demasiado complejos como
para ser reducidos al cálculo de beneficios y a ordenamientos de
preferencias. Sobre la base del modelo antropológico que nos
ofrece la figura del tonto racional no se puede definir de manera
adecuada ni lo que significa llevar una vida buena, ni lo que son
relaciones intersubjetivas moralmente aceptables o por lo menos
jurídicamente estables. La superación de este modelo exige otra
definición de la naturaleza humana. La propuesta de Sen contiene, como se verá, también una exigencia a la teoría de la justicia
social, pues su concepto de persona se refiere de manera explícita
a las condiciones institucionales y económicas que son necesarias
para el desarrollo de la naturaleza humana.
El sistema de las funciones y las capacidades
El tonto racional sólo conoce una cara de la libertad. Si bien la
maximización de beneficios sólo es concebible bajo la condición
de una ausencia de obstáculos, la función constitutiva de la cohePara la crítica de Sen a la economía neoclásica véase también Sen, A. (1999 b).
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rencia interna hace imposible generar una auto-relación reflexiva.
Gracias a una auto-relación de este tipo sería posible superar el
monismo preferencial. Pero el tonto racional, al igual que su padre
arquetípico, el homo oeconomicus, sólo conoce la libertad en cuanto
ausencia de determinación externa y le es totalmente extraño el
sentido positivo de la libertad, es decir, el de ésta como autonomía.
La crítica al tonto racional lleva pues, de manera inevitable, a
una nueva formulación del concepto de persona o, dicho de manera
más general, a la propuesta de una antropología política distinta. El
intento teórico de Sen se basa en el argumento aristotélico acerca
de las capacidades humanas. Para este enfoque es definitiva la
caracterización funcional de los recursos económicos en pos de
la realización de oportunidades, tal como la presenta Aristóteles
en la Ética Nicomáquea: « […] la vida de negocios [destinada a
hacer dinero], es algo violento [es en sí algo forzado, artificial] y
es evidente que la riqueza no es el bien que buscamos, pues es útil
en orden a otro [es un medio para un fin]» (Aristóteles, EN 1096a).
El significado funcional de los recursos económicos consiste en
que deben posibilitar la consecución de ciertos fines. Aristóteles
identifica el fin supremo, el máximo bien, con la felicidad y justifica
esta identificación mediante la definición de felicidad como aquel
estado de perfeccionamiento de lo humano, donde se realiza la
función propia del hombre. Esta función específica del hombre,
en cuanto ser dotado de razón, consiste en una cierta vida, considerada no como mera reproducción y conservación, sino en un
sentido activo: para Aristóteles la realización de este ideal de vida
es «una actividad del alma de acuerdo con la virtud» (Aristóteles,
EN 1098a).
Aquí reside la diferencia fundamental entre el neoaristotelismo de corte comunitarista y el enfoque aristotélico de Sen: el
comunitarismo enfatiza el vínculo constitutivo entre individuo y
comunidad, Sen resalta el principio del perfeccionamiento de la
naturaleza humana, sin por ello negar o absolutizar el valor del
vínculo comunidad-individuo. Mientras que la argumentación
comunitarista se orienta por un concepto de eticidad objetiva —por
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ejemplo bajo la forma de lealtades y obligaciones naturales respecto
a la comunidad, o según la idea de la nación, de la tradición o de
la estructura interna de las esferas sociales— y con ello le cierra el
paso a cualquier forma de universalismo, el enfoque aristotélico
de Sen va más allá, en tanto para él lo decisivo es el rendimiento
específicamente humano. Con ello penetra en un nivel más profundo que el comunitarismo y, por decirlo de alguna manera, salta
sobre el concepto de una eticidad objetiva, para formular la idea
del desarrollo humano a un nivel de validez ostensiblemente más
general, a saber, al nivel de unas ciertas características humanas
definitorias, las cuales no dependen de formaciones culturales
concretas, tales como razón, moralidad, socialidad, política. Lo
específicamente humano residiría en el desarrollo de estas cualidades. La interpretación de Sen refleja la tesis aristotélica de que los
recursos materiales constituyen las condiciones de posibilidad del
desarrollo de una vida bien lograda. En síntesis: si el comunitarismo se puede definir como neoaristotelismo político, el enfoque de
Sen puede ser caracterizado como un neoaristotelismo esencialista.
Sen presenta una reconstrucción de la estructura de la naturaleza humana de la mano de los conceptos funciones y capacidades.
Dichos conceptos poseen un potencial tanto descriptivo como
evaluativo, ya que gracias a ellos es posible, de un lado, describir
las condiciones específicas de una vida humana y, de otro lado,
examinar mediante su aplicación formaciones sociales concretas
en cuanto a su estándar y a su calidad de vida. Este par conceptual
posee, pues, tanto ventajas teóricas como prácticas.
Las funciones y las capacidades se relacionan de manera recíproca.
Sen describe las capacidades como el conjunto de posibilidades que
están a disposición de una persona respecto a lo que ella puede
hacer o ser. Las posibilidades realizadas constituyen las funciones
de la persona. Las capacidades son entonces combinaciones alternativas de funciones y pueden ser definidas como las posibilidades
de elección con las que cuenta una persona. La opción realizada
consiste en la función correspondiente. Esta división conceptual
está basada en una definición específica de vida bien lograda, según
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la cual la combinación de varios modos de hacer y de ser conforma
la calidad de una vida en concreto. Con otras palabras: la calidad
de vida consiste en la capacidad de realizar actividades o formas de
vida elegidas de manera autónoma. La raíz aristotélica del enfoque
se deja comprobar también desde una perspectiva terminológica, y
es así como en el artículo “Capacidad y bienestar” afirma Sen en una
nota al pie lo siguiente: «Aunque en el momento que me propuse
este enfoque no me di cuenta de sus relaciones aristotélicas, es
interesante observar que la palabra griega dunamin, que Aristóteles
empleó para tratar un aspecto del bien humano y a la que a veces
se traduce como potencialidad, puede también traducirse como
capacidad para existir o actuar» (Sen, 1996, p. 54).
Se debe tener en cuenta que el concepto de función presenta una
diferenciación interna: de un lado tenemos un tipo de funciones que
podemos denominar basales, las cuales posibilitan la disposición
sobre la propia persona, como por ejemplo estar bien nutrido o
saludable. Este tipo de funciones forman el fundamento biológico
de toda existencia personal y consecuentemente son tenidas por
valiosas de un modo irrestricto. De otro lado existen funciones
estructuradas, gracias a las cuales son posibles formas complejas de
existencia personal como, por ejemplo, la consecución de autoestima o la integración social. En este punto Sen argumenta desde
la base de la antropología aristotélica: mientras que las funciones
basales nos remiten de manera inmediata a la autoconservación,
las funciones estructuradas tienen que ver con contextos de toma
de decisiones y de acción que van más allá de la mera autoconservación. Para Aristóteles el campo de las funciones basales fue de
modo explícito el de la supervivencia; el campo de las funciones
estructuradas, el de la vida buena. Dentro de las más importantes
en este último ámbito se cuenta la realización de opciones electivas.
En el centro del enfoque de las capacidades se encuentra el
concepto de la libertad positiva. En el estudio de 1987 titulado
“Commodities and Capabilities” Sen define el asunto así: «Es importante enfatizar que esta libertad no es vista aquí en el sentido
negativo que usualmente es presentado en la literatura que trata de
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libertad y no interferencia. El punto aquí es la habilidad positiva
para elegir» (Sen, 1999 a., p. 58). La libertad de las personas se
reconoce precisamente en las capacidades que pueden realizar.
De esta manera, dirá Sen en “Capacidad y bienestar”, que «la
libertad de llevar diferentes tipos de vida se refleja en el conjunto
de capacidades de la persona» (Sen, 1996, p. 44). El desarrollo de
la libertad depende entonces de las capacidades de la persona: si
la persona dispone de suficientes funciones para desarrollar sus
capacidades, entonces su estándar de vida es de manera correlativa
alto; si por el contrario le faltan las funciones necesarias, ya no se
puede hablar más de una vida con calidad.
Sin embargo, se debe tener en cuenta que hay una distinción
fundamental entre bienes (commodities) y el par conceptual capacidades-funciones. Ninguno de estos dos últimos términos designa
recursos materiales, sino que se refieren a estados determinados
en la vida de las personas, en los cuales los bienes tienen un rol
determinado. Con ello Sen quiere evitar el fetichismo de los recursos
—tal como éste aparece por ejemplo en Ronald Dworkin (2000)—
y, más exactamente, en la medida en que centra su análisis en el
hacer humano. Según el enfoque de las capacidades, no es posible
por consiguiente medir el estándar de vida según criterios como el
ingreso, el bienestar o la propiedad, sino según una comprobación
de las posibilidades de elección y de las posibilidades realizadas.
Los bienes son sencillamente medios que mediante el ejercicio de
funciones, posibilitan el desarrollo de capacidades. La diferencia
específica se puede formular entonces de la siguiente manera: «Una
función es un logro de una persona: lo que ella o él consiguen ser
o hacer. Ello refleja una parte del estado de esa persona. Se lo debe
distinguir de los bienes, los cuales son empleados para conseguir
dichas funciones» (Sen, 1999 a., p. 6).
De otra parte, el vínculo entre bienes y capacidades es de naturaleza relativa: varía de persona a persona y mucho más de sociedad
a sociedad. El carácter definitorio de las capacidades se puede
identificar, sin embargo, como un estado de cosas universalmente
válido. Ellas encarnan una tendencia teleológica que se puede
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comprobar de manera general independientemente de los medios
utilizados para su realización. El enfoque de las capacidades logra
evitar las limitaciones del contextualismo en la medida en que
se apoya en elementos fundamentales de la naturaleza humana.
El vínculo entre capacidades y funciones toma forma en el concepto de bienestar (well-being). Sen utiliza este término de manera
consciente para apartarse de algunas concepciones del bienestar,
por ejemplo de aquellas que pretenden medir dicho estado según
el establecimiento de cuotas de satisfacción, como en el caso del
utilitarismo en general o de aquellas otras que intentan determinar el bienestar según criterios objetivos, por ejemplo, según la
cantidad de recursos disponibles, tal como sucede en la teoría de
Ronald Dworkin (2000). En ambos casos se debe hablar más bien
de bienestar en el sentido del vocablo inglés welfare.
El concepto de bienestar utilizado por Sen puede, en contraste,
ser denominado un concepto amplio, es decir, no limitado a la
satisfacción de las necesidades, al quantum de placer o a categorías
económicas, sino que hace alusión al estado total y, por lo tanto,
complejo de la persona. El bienestar en sentido limitado tiene
que ver con la medición de factores y se basa en una concepción
reduccionista de la naturaleza humana, según la cual sólo un aspecto es relevante y revelador. En una perspectiva ética amplia,
ambos conceptos conducen a distintos lugares: la idea amplia del
bienestar lleva a una concepción de la vida buena que encuentra
su expresión contemporánea en la denominación estándar de vida,
mientras que el bienestar en sentido limitado se puede encontrar
resumido en la noción de nivel de vida. Si bien a primera vista puede parecer un simple juego de sinónimos que no afecta en nada
el asunto en cuestión, se trata de una diferencia que resume la
separación o convergencia entre una concepción económica y el
problema fundamental de la ética, a saber, ¿cómo debo vivir?
La noción estándar de vida considera elementos que no son
cuantificables, con lo cual facilita su inclusión en una antropología
política no reduccionista, mientras que la idea de nivel de vida, en
cuanto se centra en indicadores cuantificables, como por ejemplo
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el ingreso o la propiedad, excluyendo de su foco de visión otros
elementos, reduce la multiplicidad y complejidad de la vida de una
persona a criterios objetivos. Bienestar en sentido amplio remite,
por lo tanto, a las capacidades realizadas mediante el ejercicio de
funciones.
La tesis del perfeccionamiento de la naturaleza humana tiene
un significado fundamental para este enfoque y determina su estructura —mediante el par conceptual funciones-capacidades— así
como la interpretación del ser humano que está a la base del enfoque mismo. Así, puede verse que el enfoque de las capacidades
está organizado alrededor del concepto positivo de libertad, cuyo
contenido consiste en el desarrollo de potencialidades y facultades
humanas, y cuya figura concreta se presenta bajo la forma de una
vida conducida de manera autónoma. Gracias a la introducción
de las nociones capacidad y función, Sen logra sortear el economicismo que termina por obstaculizar las buenas intenciones de otras
teorías de la justicia social. Al mismo tiempo, logra reconducir la
reflexión acerca del problema de la pobreza y de la justicia a su base
antropológica, en cuanto enfatiza el valor que tiene el concepto de
libertad positiva para una concepción adecuada de la persona. Por
esta razón, Sen caracteriza la totalidad de su proyecto como una
comprensión de la economía y del proceso de desarrollo desde la
perspectiva de la libertad.
En el núcleo de esta concepción encontramos las capacidades
necesarias para un hacer y ser autónomos. De esta manera, los
elementos teóricos y prácticos del enfoque de las capacidades se
encuentran resumidos en la visión de la persona como agente,
como un sujeto activo:
Basándonos en la distinción medieval entre el paciente [patiens] y el
agente [agens], esta interpretación de la economía y del proceso de
desarrollo basada en la libertad es una teoría que se apoya en gran
medida en el concepto de agente. Con suficientes oportunidades
sociales los individuos pueden configurar en realidad su propio destino y ayudarse mutuamente. No tienen por qué concebirse como
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receptores pasivos de las prestaciones de ingeniosos programas de
desarrollo. Existen, de hecho, poderosas razones para reconocer el
papel positivo que desempeña la agencia libre y viable, e incluso
la impaciencia constructiva (Sen, 2000, p. 28).
Por naturaleza le corresponde al hombre la capacidad para ser
de un modo activo y éste es el principio fundamental de la antropología aristotélica, el cual reproduce el enfoque de las capacidades
de forma compacta bajo la idea del agente o del sujeto activo. El
concepto de actividad, o de agencia, es básico en ambos enfoques.
El modo en que Sen usa el término concomitante agente lo hace
aún más evidente. En Desarrollo y libertad señala lo siguiente:
La expresión agente a veces se emplea en la literatura sobre economía y sobre la teoría de los juegos para referirse a una persona
que actúa en representación de alguna otra (dirigida quizá por un
principal) y cuyos logros deben evaluarse a la luz de los objetivos
de alguna otra (el principal). Aquí no utilizamos el término agente
en este sentido, sino en el más antiguo —y elevado— de la persona
que actúa y provoca cambios y cuyos logros pueden juzgarse en
función de sus propios valores y objetivos, independientemente de
que los evaluemos o no también en función de algunos criterios
externos (Sen, 2000, p. 35).
Es por esto que la reflexión de Sen «se refiere especialmente
al papel de agencia del individuo como miembro del público [de
la esfera pública] y como participante en actividades económicas,
sociales y políticas (que van desde participar en el mercado hasta
intervenir directa o indirectamente en actividades individuales o
conjuntas en el terreno político y de otros tipos)» (Sen, 2000, p. 35).
La capacidad, tomada en el sentido general de poder ser de un
modo activo, necesita estar rodeada por condiciones que la posibiliten. Por ello no basta con disponer de muchas y variadas opciones
para elegir, sino que se trata ante todo de estar en condiciones de
hacerse con las posibilidades y realizarlas de manera autónoma.
En este punto se revela de manera fugaz la dialéctica entre libertad
negativa y libertad positiva: la ausencia de determinación externa
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no genera por sí sola autonomía y esta última no puede realizarse
sin que la primera esté dada. La política de la justicia social se ve
entonces confrontada con la tarea de ofrecerle al individuo las
condiciones materiales e institucionales necesarias para que pueda
realizar las opciones que libremente ha escogido.
La capacitación de la persona como
tarea de la teoría de la justicia
La capacitación de la persona para un modo de ser autónomo
conforma el objetivo práctico y político del enfoque de las capacidades. Las libertades individuales obtienen de esta manera una
función crítico-social. En palabras de Sen, dichas libertades son la
piedra angular del enfoque mismo y, en un sentido más amplio,
«el éxito de una sociedad ha de evaluarse, desde este punto de
vista, principalmente en función de las libertades fundamentales
de que disfrutan sus miembros» (Sen, 2000, p. 35). Mediante
esta distinción el enfoque de las capacidades crea una base de
información esencialmente distinta a la utilizada por los enfoques
normativos usuales, los cuales utilizan variantes como el beneficio
(utilitarismo), la libertad de procedimientos (Nozick) o los recursos
(Dworkin, 2000).
Sen interpreta la libertad positiva en un sentido doble: en dicho
concepto está contenida, por un lado, la idea de ciertos procedimientos, los cuales hacen posible la libertad de elección y la libertad
de acción, y, por otro lado, la noción de las oportunidades reales
que las circunstancias específicas ofrecen a las personas, entre éstas
se cuentan tanto las circunstancias individuales como las sociales
y políticas. La igualdad formal, que constituye el resultado al que
penosamente arriban la ética del discurso, así como las teorías de
Rawls y de Dworkin, es introducida en el enfoque de las capacidades bajo la figura de las oportunidades reales y con ello se le da la
forma de un criterio material. La igualdad en este caso no queda
ya limitada al aseguramiento de igual seguridad jurídica (como
sucede por ejemplo en Hobbes y Kant), sino que recibe una nueva
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definición, en el sentido de un poner a disposición las condiciones
necesarias para un funcionamiento autónomo. El enfoque de las
capacidades vincula las perspectivas institucionales y subjetivas,
en la medida en que el entramado institucional de la sociedad se
ve reforzado mediante el desarrollo de las libertades individuales,
y en cuanto el desarrollo de las libertades individuales está influido
por el entramado institucional. Sen lo refiere así:
La libertad individual es esencialmente un producto social, y existe
una relación de doble sentido entre 1. los mecanismos sociales para
expandir las libertades individuales y 2. el uso de las libertades
individuales no sólo para mejorar las vidas respectivas sino también para conseguir que los mecanismos sociales sean mejores y
más eficaces. Las concepciones individuales de la justicia y de la
propiedad, que influyen en el uso específico que hacen los individuos de sus libertades, dependen, además, de conexiones sociales,
especialmente de la formación interactiva de la opinión pública y
de la comprensión compartida de los problemas y de las soluciones. El análisis y la evaluación de la política económica y social
ha de ser sensible a estas diversas conexiones (Sen, 2000, p. 49).
La idea de la libertad recibe una función instrumental, en
tanto se le otorga el estatus de una fuerza para el desarrollo social
y político. La ampliación de las libertades individuales puede ser
entonces examinada según dos aspectos: como fin supremo y
como medio más importante del desarrollo. En razón de esto se
puede hablar de una auto-teleologización de la libertad: se trata
de un medio que es a la vez fin. La acumulación de este medio se
denomina precisamente desarrollo (development).
Para precisar la noción de desarrollo y distinguirla de una
concepción meramente instrumental, técnica o económica, se
puede hacer la siguiente comparación: en el estado de naturaleza
hobbesiano encontramos la misma lógica de la acumulación, pero
referida a un objeto distinto y organizada desde una perspectiva
diferente. En el estado de naturaleza es el poder el medio por excelencia y su objetivo es precisamente adquirir más poder. También
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aquí hay un proceso de auto-teleologización, dentro del cual el medio acumulado es condición de sí mismo, siendo así el fin supremo
al mismo tiempo. Bajo las condiciones del estado de naturaleza, la
acumulación de poder se puede caracterizar entonces como progreso (progress), con el fin de señalar el carácter mecanicista y fisicalista
que subyace a esta concepción. En Sen encontramos la lógica de
la acumulación, pero desde una perspectiva práctica y orgánica,
ajena a una reducción monetarista de la idea de desarrollo: « […]
la expansión de la libertad es tanto el fin primordial del desarrollo
como su medio principal. El desarrollo consiste en la eliminación
de algunos tipos de falta de libertad que dejan a los individuos
pocas opciones y escasas oportunidades para ejercer su agencia
razonada. La eliminación de la falta de libertades fundamentales
[…] es una parte constitutiva del desarrollo» (Sen, 2000, p. 16).
Hay que señalar que el carácter no monetarista del enfoque no
implica una subvaloración de los factores económicos en el proceso
de desarrollo de las libertades, sino que enfatiza la idea de su papel
relativo y de la función central de otros factores. Escuchemos en
extenso a Sen:
El crecimiento del PNB o de las rentas personales puede ser, desde
luego, un medio muy importante para expandir las libertades de
que disfrutan los miembros de la sociedad. Pero las libertades
también dependen de otros determinantes, como las instituciones
sociales y económicas (por ejemplo, los servicios de educación y de
atención médica), así como de los derechos políticos y humanos
(entre ellos, la libertad para participar en debates y escrutinios
públicos). La industrialización, el progreso tecnológico o la modernización social pueden contribuir significativamente a expandir
la libertad del hombre, pero la libertad también depende de otros
factores. Si lo que promueve el desarrollo es la libertad, existen
poderosos argumentos para concentrar los esfuerzos en ese objetivo
general y no en algunos medios o en una lista de instrumentos
especialmente elegida. La concepción del desarrollo como un proceso de expansión de las libertades fundamentales lleva a centrar
la atención en los fines por los que cobra importancia el desarrollo
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y no sólo en algunos de los medios que desempeñan, entre otras
cosas, un destacado papel en el proceso. El desarrollo exige la
eliminación de las principales fuentes de privación de libertad:
la pobreza y la tiranía, la escasez de oportunidades económicas
y las privaciones sociales sistémicas, el abandono en que pueden
encontrarse los servicios públicos y la intolerancia o el exceso de
intervención de los Estados represivos. A pesar de que la opulencia
mundial ha experimentado un aumento sin precedentes, el mundo
contemporáneo niega libertades básicas a un inmenso número de
personas, quizá incluso la mayoría (Sen, 2000, p. 19).
Se puede decir entonces que el progreso no es en sí mismo
condición suficiente para el desarrollo y que, en muchos casos,
las sociedades llegan incluso a sacrificar el desarrollo en aras del
progreso.
Las faltas de libertades a las que alude Sen se refieren a la
negación de las llamadas libertades políticas y civiles, las cuales
fungen como condiciones de posibilidad de otro tipo de libertades,
como por ejemplo las económicas y culturales. De manera concreta las libertades individuales designan 1. Libertades políticas,
2. beneficios económicos, 3. oportunidades sociales, 4. garantías
de transparencia y 5. seguridad social. Todas estas libertades se
refuerzan las unas a las otras: «Las libertades políticas (en forma
de libertad de expresión y elecciones libres) contribuyen a fomentar
la seguridad económica. Las oportunidades sociales (en forma de
servicios educativos y sanitarios) facilitan la participación económica. Los servicios económicos (en forma de oportunidades para
participar en el comercio y la producción) pueden contribuir a
generar riqueza personal general, así como recursos públicos para
financiar servicios sociales» (Sen, 2000, p. 28).
Conclusión
El enfoque de las capacidades se muestra como una empresa
teórica coherente, en la medida en que por un lado introduce el
problema de las circunstancias concretas de la persona y por otro
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lado puede aspirar a la validez general de un argumento racional. En su estructura no encontramos una división teórica entre
principios ahistóricos de la libertad, fundados en la mera razón, y
sistemas de valoración concretos determinados social e históricamente. No hay, pues, ni una fundamentación jurídico-racional ni
una reducción comunitarista, sino una reciprocidad constitutiva
entre libertades fundamentales y sus articulaciones concretas. El
rasgo aristotélico del enfoque de las capacidades se muestra en el
papel del modo de ser activo en cuanto elemento constitutivo de
la existencia personal y en el principio de la perfeccionabilidad de
la naturaleza humana. Los supuestos universalistas que suscribe
se dejan resumir en el valor preponderante de la libertad: como
tal la libertad —en tanto modo activo de ser— representa un valor
que podría permitir a individuos de diversas culturas y tradiciones
ponerse de acuerdo en torno a la idea de dicho valor como base
de un discurso transcultural.
El individuo alcanza el nivel de sujeto activo en tanto trabaja
en el desarrollo de sus libertades y en cuanto colabora en el desarrollo de su sociedad mediante el ejercicio de sus capacidades.
Por lo demás, el rol fundamental de la participación en procesos
sociales y políticos es un rasgo común a las teorías antropológicas
que se apoyan en la tesis de la perfeccionabilidad de la naturaleza
humana, pues para ellas es la socialidad un medio insuperable
para el perfeccionamiento de las facultades y las potencialidades
humanas. Sólo mediante el actuar en común, la toma de decisiones
en conjunto y el habla compartida pueden llegar a desarrollarse las
facultades y potencialidades que posibilitan tanto la conducción
autónoma de la propia vida como la vida con otros. Sen lo dice
de la siguiente manera:
Tenemos razones para valorar los derechos humanos y la libertad
de expresión y de acción en nuestra vida, y es razonable que los
seres humanos —como criaturas sociales que somos— valoremos
la libre participación en las actividades políticas y sociales. Además, la formación documentada y no reglamentada de nuestros
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valores requiere la posibilidad de comunicarnos y de debatir los
argumentos, y las libertades políticas y los derechos humanos
pueden ser fundamentales para este proceso. Además, para expresar públicamente lo que valoramos y para exigir que se le preste
atención, necesitamos tener libertad de expresión y poder elegir
democráticamente (Sen, 2000, p. 190).
El enfoque de las capacidades presenta exigencias normativas
tanto a la política como a la posible teoría de la justicia social
construida sobre su base y que sería la encargada de realizar sus
dos pilares en las sociedades existentes. Y aunque Sen dice más
bien poco en esta dirección, el programa de una teoría de la justicia
basada en el enfoque de las capacidades se podría estructurar a
partir de lo siguiente:
Hay toda una variedad de instituciones sociales —relacionadas
con el funcionamiento de los mercados, las administraciones,
los parlamentos, los partidos políticos, las organizaciones no
gubernamentales, la judicatura, los medios de comunicación y la
comunidad en general— que contribuyen al proceso de desarrollo
al aumentar y mantener las libertades individuales. El análisis del
desarrollo exige una comprensión integrada de los respectivos
papeles de estas diferentes instituciones y de sus interacciones.
La formación de los valores y la aparición y la evolución de la
ética social también forman parte del proceso de desarrollo que es
necesario examinar, junto con el funcionamiento de los mercados
y de otras instituciones (Sen, 2000, p. 355).
La apuesta por el desarrollo como libertad no es un simple
compromiso institucional, no es un eslogan que haga parte de la
manida retórica reinante; al contrario, tiene que ver con nosotros
mismos, es un compromiso con lo que somos y con lo que podemos llegar a ser.
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Referencias
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Filosofía y teoría económica. México: Fondo de Cultura Económica.
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(2010) págs. 54-75
Gabriel Acuña Rodríguez
Amenaza, Serie “Teorías Contemporáneas”
Técnica: Diseño digital (2010)
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