Espacio Editorial Este artículo debería citarse como: Flichtentrei, Daniel. “¿Qué quieren los pacientes”.”. Disponible en World Wide Web: htpp://www.errorenmedicina.anm.edu.ar, Octubre 2005. CIE. Academia Nacional de Medicina, Buenos Aires. Qué quieren los pacientes? Dr. Daniel Flichtentrei Médico Cardiólogo Universitario UBA Jefe de contenidos médicos de IntraMed [email protected] www.intramed.net Es posible que todo médico que ejerza su profesión en estos días se haya planteado alguna vez este interrogante: ¿Qué quieren los pacientes? La desorientación respecto de qué es enfermedad y qué salud se instala a ambos lados del escritorio. Entrenados en el reconocimiento de los signos “duros” de la enfermedad como hecho biológico, en la búsqueda meticulosa de los indicadores objetivos de la patología, los médicos nos enfrentamos a diario con demandas de la gente que no cumplen ni con uno ni otro criterio. Este conflicto permanente entre lo que sabemos buscar y lo que los pacientes traen se expresa rotundamente en la frustración que, unos y otros, experimentan sobre el acto médico tal como lo concebimos hasta hoy. Gran parte de las consultas médicas son la puesta en escena, a menudo de un modo patético, de alguien que busca donde no está, aquello que ha perdido en otro lugar. Tal parece que, en esos casos, o la enfermedad es más de lo que reconocemos como tal, o las personas acuden a la consulta por motivos que no son enfermedades. O la definición de enfermedad se expande como una mancha de aceite hasta prácticamente abarcarlo todo, o la sociedad debe ofrecerse pautas de reconocimiento de esos otros problemas con que aquella se confunde. Es lícito pensar que, disueltas otras instancias donde las personas buscaban el apoyo, el consuelo y hasta la reparación del daño, la Medicina ha quedado como él único farol que aún ilumina un vasto territorio de oscuridad. 1 También podría pensarse que, sometida la relación entre médicos y pacientes a transformaciones estructurales de las que ni uno ni otro son responsables, aquello que se encontraba en la consulta médica es actualmente imposible de hallar. Entrevistas acortadas hasta su mínima expresión, insatisfacción laboral, imposibilidad de una escucha sincera, en fin, la institución de la “consulta video clip” conforma un ambiente particularmente inapto para el contacto intersubjetivo entre personas. Aunque, como la mayoría de las veces, es probable que el problema sea mucho más complejo que las pobres hipótesis que intentan explicarlo. Nada impide suponer que ambos motivos, y aún muchos otros, convivan a la hora de encontrar explicaciones verdaderas. El Golem, El Quijote y los relojes blandos: La velocidad como rasgo esencial de las relaciones, la líquida fluidez de los vínculos superficiales, la sustitución de la mirada humanizada por el tecnoojo protésico, la degradación de la palabra como instrumento de conocimiento no podía generar otros resultados. Pero, lejos de lo que la crítica superficial y el prejuicio sobre el modelo médico suelen opinar, estos rasgos de fragilidad implícita del vínculo afectan por igual a médicos y a pacientes. Ya no es cierto – muchas veces – que se llegue a la consulta en busca de una relación profunda y un conocimiento mutuo. No es verdad que siempre se reclame un espacio de sosiego y de escucha recíproca y, ambos, estén dispuestos a invertir el tiempo necesario para construirlo. Tradicionalmente los médicos han recibido, (muchas veces con razón), las críticas más duras respecto de su incapacidad para escuchar, para generar esos espacios de intercambio reflexivo que la gente supuestamente reclamaba. Hoy ya no serían posibles. No por que el médico haya adquirido habilidades superadoras, sino más bien por que ya pocos las reclaman. Es incómodo y hasta irreverente formular una crítica de la crítica, una metacrítica capaz de irritar a alguien pero, ¿no valdrá la pena pensarlo un poco antes de descartarlo sin más? Hoy, (como un Golem que devora a su propio creador), son los pacientes, - ahora im-pacientes -, los que reclaman resultados rápidos, sin esfuerzos personales, sin interrupciones indeseables al vértigo de sus propias existencias. Sumergidos en las mismas aguas, médicos y pacientes, flotan en la deriva de un eterno presente. Ya nadie reclama evitar el naufragio desde que no hay viaje. Ya nadie pide el acompañamiento hasta la tierra firme de la otra orilla desde que no hay otra orilla. En un puro devenir, navegantes en la frágil inmediatez, sólo nos queda acompañarnos en el vértigo y la ceguera. Es cierto que la tradicional actitud paternalista del médico no facilita la transformación de un paciente en un sujeto activo, comprometido con su tratamiento y rehabilitación. Pero no es menos cierto que actualmente muchos enfermos demandan soluciones que los eximan de ese compromiso. El lugar del esfuerzo personal, del trabajo sobré sí mismo para el logro de metas, se diluye en una serie de reclamos, de respuestas inmediatas y a menudo ficticias. Una nueva clase de pacientes llega a los consultorios aunque, ni tan nueva, ni sólo pacientes, una nueva clase de individuos habita nuestras sociedades. El tiempo como escenario del esfuerzo, y este como requisito del logro, parecen desaparecer para 2 dar lugar a un cortocircuito vital que, ignorándolos, habilita una supuesta “vía reggia” entre el deseo y la satisfacción. Es por lo menos sintomático que desde diversas áreas se reclame simultáneamente por la falta de contracción al esfuerzo personal tendiente al logro de objetivos. Padres y maestros son un ejemplo más de sectores que advierten sobre el fenómeno. Sin embargo la hora de las explicaciones ingenuas y las recetas culpabilizadoras parece haber llegado a su fin. Incluso en patologías crónicas graves como la hipertensión arterial o la diabetes se observa una tasa de abandono del tratamiento verdaderamente alarmante. La propia naturaleza de una enfermedad crónica queda definida por el intervalo prolongado entre la causa y la aparición de sus consecuencias. Este retardo, inherente a la enfermedad de largo curso, impide a muchos pacientes, pero también a muchos médicos, construir una representación sólida de los nexos causales entre enfermedad y complicaciones. Restricciones progresivas al tiempo de consulta y demanda de soluciones inmediatas constituyen una combinación perfecta para el fracaso en enfermedades crónicas o en situaciones de riesgo potencial. ¿Cómo actuar hoy para obtener beneficios lejanos en el tiempo? ¿Cómo obtener representaciones eficaces de las consecuencias que el presente teje sobre el futuro? En fin, cómo construir conciencia del encadenamiento temporal de la historia de una persona en un mundo de acontecimientos inconexos y de temporalidad fragmentaria. No es infrecuente la incomprensión de la necesidad de organizar estrategias que contemplen cambios conductuales y tratamientos farmacológicos de manera articulada. Tampoco resulta excepcional que muchos pacientes prefieran los segundos a los primeros y, al cabo de poco tiempo, abandonen ambos. ¿Es la falta de adherencia a la prescripción un fenómeno de des-obediencia? ¿Es el fracaso en el control de enfermedades crónicas un tema de carencia de recursos? Ciertamente los médicos tenemos mucho para hacer, mucho por aprender pero, alguien debería mencionar que los parámetros culturales que rigen la sociedad no son impuestos por los médicos y que resulta a todas luces excesivo asignarles la tarea de modificarlos o responsabilizarlos por el fracaso en el control de sus dramáticas consecuencias. De las numerosas contradicciones que el ejercicio actual de la Medicina plantea hemos mencionado, y de manera completamente superficial, sólo dos casos: 1. Como el Hidalgo Caballero que tomaba los rebaños por ejércitos, con frecuencia tomamos malestares sociales por enfermedades y luego cuantificamos los fracasos sin percibir la diferencia. 2. En otra dimensión, la de las enfermedades crónicas más prevalentes y devastadoras del escenario epidemiológico en que nos toca vivir, médicos y pacientes aplicamos o reclamamos, resultados inmediatos sobre cuestiones inexorablemente alejadas en el tiempo. 3 En un momento de transformaciones aceleradas y relojes blandos sería prudente detenernos un momento y, contradiciendo la tendencia general, volver la mirada sobre nuestra propia práctica y ponernos a pensar. El escaso tiempo y la velocidad, causas evidentes del problema que planteamos, no pueden, no deben ser admitidos como excusas para no hacerlo. La imagen de un tiempo desdibujado y frágil, el vértigo centrífugo de una existencia que licua la posibilidad de la pausa reflexiva no deberían clausurar el ejercicio prudente de la razón ni la firme decisión de sustraerse a la seducción de los abismos. 4