Loa Lazos que Unen Nuestros Corazones

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Los lazos que unen nuestros corazones en
una comunidad verdadera (1 Pedro 2:4-10)
Introducción: “Comunidad” se refiere a un grupo
de personas que tienen algo importante en común
que los une y los mantiene juntos. Por ejemplo,
características étnicas, culturales o religiosas. El
corazón humano busca la comunidad verdadera, y
esto es justo lo que Dios quiere reestablecer. Es el
sentido de la encarnación y la cruz. Es el propósito
y el poder de la palabra de Dios. Un antiguo himno
dice: “Benditos los lazos que unen nuestros
corazones en amor Cristiano”. Existen muchas
formas de comunidades humanas, pero solamente
una nos reconecta con Dios, con toda la familia
humana y con toda la creación.
• Hace poco estaba haciendo cola en Correos, y
enseguida surgieron comentarios sobre la lentitud
de los funcionarios. Todos nos habíamos dado
cuenta de que había empleados al fondo sin hacer
nada. El público no era su prioridad. De repente
teníamos algo en común: era “nosotros contra
ellos”, nuestras quejas sobre el mal servicio,
nuestra indignación y la necesidad de que se dieran
prisa y nos atendieron. Se formó una pequeña
“comunidad de críticos” porque habíamos hecho
común la causa contra nuestro enemigo común.
Pero esta pequeña comunidad de Correos se
desmoronó en cuanto abrieron otra ventanilla y
comenzaron a atender a los clientes un poco más
deprisa. Nuestra comunidad se basaba en la crítica
común, y una comunidad construida sobre la crítica
no perdura.
• Nuestro hijo Michael forma parte de un equipo de
fútbol sala en la ciudad donde va al colegio. Es una
oportunidad para él de aprender cómo trabajar en
equipo con un objetivo común, y el sacrificio de los
entrenamientos del equipo. Así que, de algún modo
se ha formado una comunidad entre los jugadores
del equipo, siempre con un enemigo común,
intentando contentar a un entrenador común,
compartiendo una pasión común por darle patadas
a un pequeño balón y tirar a puerta. Las
comunidades basadas en las lealtades deportivas
pueden ser muy fuertes, ¡incluso fanáticas! Pero
son excluyentes y si la temporada ha sido negativa,
tu comunidad no te proporciona mucha
satisfacción.
• La semana pasada emitieron en televisión una
película sobre el tráfico humano, fiel a la realidad y
trágica. Mostraba redes de secuestro al estilo
mafioso que operaban en Asia, Europa, África y los
Estados Unidos, formando “comunidades”
violentas, sedientas de dinero, entre criminales y
“comunidades” desesperadas entre las prostitutas,
quienes se aferran unas a otras en su sufrimiento y
esclavitud común.
• ¡Qué grande es nuestra necesidad de pertenecer a
una comunidad, de establecer lazos con otras
personas, lazos que se mantengan y nos
reconforten, de dar significado a nuestras vidas y
de mantenernos en el buen camino! Esto es lo que se
supone que debe ser una familia: La unidad de
comunidad inicial de Dios, donde aprendemos las
lecciones básicas de amar, servir a los demás y
trabajar por el bien común.
• Desde los primeros tiempos bíblicos, Dios utilizó a
las familias para construir una comunidad del pacto
que reflejara Su carácter santo, que dieran cuerpo a un
orden mundial alternativo y que sirvieran como señal
de Su propósito redentor en la historia (Abraham,
Moisés, David). Este propósito se cumplió finalmente
en la entrega de Cristo en la cruz para purificar para sí
un pueblo elegido, dedicado a hacer el bien (Tito
2:14). En otras palabras, en el boceto de Dios, la
iglesia no se creó para ser una institución jerárquica o
centrada en edificios monumentales que
impresionaran o intimidaran. La iglesia tenía que ser
un “linaje escogido, real sacerdocio, nación santa,
pueblo que pertenece a Dios”, que declarasen las
alabanzas a quien les rescató de las tinieblas a esta
maravillosa luz. Por ejemplo una comunidad
contracultural de discípulos unida por su lealtad
común a Jesús. Nuestro Rey dio su vida por toda la
humanidad para ofrecernos una comunidad duradera.
Aquellos de nosotros que respondamos a esta oferta
debemos manifestar su alabanza en nuestra forma de
vivir, de trabajar, de adorar y de relacionarnos:
¡siempre dedicados a hacer el bien!
• El Nuevo Testamento utiliza diferentes metáforas
para describir esta comunidad: un templo construido
sobre rocas vivas (somos una comunidad de rocas y
sacerdotes); el rebaño de su propiedad (somos una
comunidad de ovejas); una ciudad en lo alto de la
colina (una comunidad de ciudadanos); la luz del
mundo (una comunidad de velas); la esposa de Jesús
(una comunidad de herederos); el cuerpo de Cristo
(una comunidad de miembros). El prefijo griego syn
significa “juntar” o “unir a”. ¡Los propósitos de Dios
para ti solamente se pueden completar si estás “junto
a” otros creyentes! ¡No debemos dejar de reunirnos
por muy imperfectos que algunos de nosotros seamos!
• Los creyentes tenemos tres cosas en común que nos
sirven como lazos que unen nuestros corazones en una
verdadera comunidad:
1) Somos la comunidad del Libro: La promesa del
pacto de Dios de restaurar la creación a su gobernante
soberano y para su propósito verdadero se hace
realidad a través de Su palabra: el corazón de la
comunidad, su alimento y la herramienta principal de
Dios para lograr la familia que anhela.
• Si no tienes una conexión profunda con la palabra
de Dios no puedes conectarte de forma profunda con
la familia de Dios. ¡La palabra imparte Su poder para
reconectarte con Dios y con los demás! Pablo
aseguraba que “toda la Escritura es inspirada por
Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir
y para instruir en la justicia, a fin de que el siervo de
Dios esté enteramente capacitado para toda buena
obra” (2 Tim. 3:16-17). ¿Cómo podemos asegurar
vivir bajo la autoridad del libro si no hacemos lo que
las Escrituras dicen? Si queremos enseñar la palabra
al mundo, simplemente necesitamos mostrar el
amor de Dios por el mundo (¡la mejor defensa!).
No convenceremos a demasiadas personas
utilizando argumentos o eslóganes en autobuses,
sino con acciones concretas! Por eso Jesús dijo que
sabrán que somos discípulos suyos por nuestro
amor.
2) Somos la comunidad de la Cruz – ¡Donde
Dios hizo lo mejor por nosotros, donde nos une
como hermanos y hermanas por su sangre
compartida! Nos conecta con Dios, con los demás
y con toda la raza humana (¡murió por todos!)
• ¡La muerte de Jesús en la cruz es nuestro modelo
de la fidelidad de Dios en este mundo y nuestra
única esperanza de que seamos capaces de
aprender a amarnos los unos a los otros! “En esto
conocemos lo que es el amor: en que Jesucristo
entregó su vida por nosotros. Así también nosotros
debemos entregar la vida por nuestros hermanos”
(1 Juan, 3:16). La comunidad que se forma en los
pies de la cruz debe tomar su cruz y seguir el
camino que Su muerte define. Esto es lo que une
mi alma con Él, ¡y contigo! Nada hace que mi
compromiso contigo sea más profundo que el
contemplar lo que Jesús hizo por mi en la cruz! Y
yo no tengo nada que no sea igualmente accesible
para ti en la cruz.
• La profunda paradoja de nuestro llamamiento
común es que a ¡los que vivimos, siempre se nos
entrega a la muerte por causa de Jesús, para que
también su vida se manifieste en nuestro cuerpo
mortal (2 Co. 4:11). Este es nuestro patrón para la
vida Cristiana, y también la vocación y la
descripción de la tarea de la iglesia. Seguimos el
ejemplo del auto-sacrificio de Jesús al llevar las
cargas de los demás para así cumplir la ley de
Cristo (Gal., 6:2).
• El sociólogo de la universidad de Princeton
Rodney Stark (The Rise of Christianity) escribe
acerca de la extraordinaria expansión del
Cristianismo de los siglos I al III. Durante las
plagas que asolaron el imperio Romano, en los
años 165 y 251 d.c, los cristianos demostraron su
disposición a ayudar a los demás, mientras los
paganos intentaban evitar todo contacto con los
enfermos. Los cristianos también impactaron
durante los desastres naturales y sociales que
afligieron el mundo greco-romano, dando más
limosnas que nunca jamás antes, no solo para sus
propios pobres, sino también para pobres no
cristianos. Stark concluye que una razón
fundamental para el crecimiento inicial de la
Cristiandad era su “disposición para sacrificarse
por su amor por los demás y por su mundo. Este
sacrificio liberó una explosión de luz y de calor que
el mundo nunca había visto”. ¿Queremos ver esto
hoy en día? La comunidad de la cruz sigue
teniendo el llamamiento a seguir el ejemplo del
Maestro, pero no con nuestras propias fuerzas.
3) Somos la comunidad del Espíritu: La Iglesia
encarna el poder de la resurrección, ¡porque el
Espíritu de Jesús viene a llenar el vacío de nuestras
vidas! El Espíritu nos da la nueva vida en Cristo y su
poder para una vida triunfante aún en este mundo
“todavía no redimido”. Así que la nueva creación está
aquí, pero todavía no de forma completa. Todavía
arrastramos las imperfecciones de nuestra vieja
naturaleza.
• Pablo dice: “sabemos que toda la creación todavía
gime a una, como si tuviera dolores de parto. Y no
sólo ella, sino también nosotros mismos, que tenemos
las primicias del Espíritu, gemimos interiormente,
mientras aguardamos nuestra adopción como hijos, es
decir, la redención de nuestro cuerpo” (Ro. 8:22-23).
“Primicias” significa el principio de la cosecha, ¡el
pago por adelantado que el Espíritu Santo ha hecho
por nuestra herencia! Y Pablo dice que el Espíritu que
vive en nuestros corazones también gime con
nosotros, intercede por nosotros, ansía que
aprendamos la lección de la cruz, de fijar nuestros
ojos en Jesús y dejarle moldearnos a Su imagen. El
Espíritu nos permite ser felices en tiempos de
sufrimiento, tener esperanza cuando las circunstancias
parecen desperadas, y tener confianza aún a pesar de
este mundo tan desastroso.
• Por eso cuando comemos del pan y bebemos de la
copa de la comunión juntos, estamos haciendo un
anuncio importante: estamos proclamando la muerte
redentora del Señor hasta que regrese en la victoria
final. Cuando Jacobo y Juan pidieron privilegios
especiales en el Reino, Jesús les contestó: “¿Pueden
acaso beber el trago amargo de la copa que yo bebo?”.
Su respuesta parecía presuntuosa: “Si, podemos”.
Aunque a nosotros nos pueda parecer arrogante, al
final fijaron sus ojos en Jesús y aprendieron a poner
su confianza solamente en Él. Jacobo murió poco
después de que comenzara el movimiento Cristiano
(martirizado), mientras que Juan no se exilió hasta
casi el final de la era apostólica cuando era un hombre
muy mayor. Pero ambos tuvieron un testimonio que
dar y por la ayuda del Espíritu lo hicieron de forma
fiel, porque pertenecían a esta misma comunidad de
las Escrituras, llevando su cruz al seguir al Maestro,
siempre en proceso de ser transformados por el
Espíritu dentro de ellos.
Conclusión: Ustedes antes ni siquiera eran pueblo,
pero ahora [por la gracia de Dios] son pueblo de Dios!
¿Seremos capaces de beber el trago de la copa?
¿Podremos estar a la altura de este enorme
llamamiento? Nuestra comunidad en Cristo
permanecerá, pero debemos seguir construyéndola en
pero tenemos que seguir construyendo sobre la base
de sus Escrituras (la palabra de Dios), tomando
nuestra cruz e intentando vivir en el poder
transformador del Espíritu de Jesús.
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