En el umbral del nuevo milenio

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Fundación Manuel Buendía, A.C.
Revista Mexicana de Comunicación
RMC 49 (Junio-Julio de 1997)
http://www.cem.itesm.mx/dacs/buendia/rmc/rmc49/enrique.html
EN EL UMBRAL DEL NUEVO MILENIO
Algunos retos de la investigación mexicana
Enrique E. Sánchez Ruiz
Profesor e investigador del Departamento de Estudios de Comunicación Social de la
Universidad de Guadalajara.
El estudio de la investigación mexicana en comunicación vive actualmente una
etapa efervescente y productiva. Basta constatar -como lo revelan los análisis de
Raúl Fuentes Navarro- que de todos los productos publicados sobre el tema hasta
1994, el 84 por ciento se produjo desde 1980. Pareciera que se han sentado las
bases para una maduración firme. Es tiempo, entonces, de hacer un alto para
reflexionar sobre la brecha recorrida y los retos por venir. Por ello, la
Universidad Iberoamericana convocó a varios investigadores mexicanos a
reflexionar sobre los escenarios -pretéritos, actuales y futuros- de la
investigación en comunicación en nuestro país, con la idea de publicar sus
consideraciones en la revista Mexican Journal of Communication, que editan la
Fundación Manuel Buendía y la Revista Mexicana de Comunicación. De ese foro,
destinado a la comunidad de estudiosos internacionales, reproducimos enseguida
una versión abreviada de tres de los ensayos en donde sus autores hacen un
recuento de la actividad académica y plantean los desafíos -tanto teóricometodológicos como socioculturales-, que es preciso superar a fin de que el
quehacer investigativo en comunicación adquiera mayor presencia, madurez y
rigor científico.
Hace relativamente pocos años, Raúl Fuentes y quien esto escribe concluíamos que, a
pesar de una serie de problemas y obstáculos, desde estructurales hasta
institucionales -la mayor parte de los cuales están lejos de haberse resuelto-, la
investigación de la comunicación en México, “como la Tierra de Galileo, sin embargo,
se mueve“.
Algunos de los datos de que partíamos en ese entonces se originaron de la
sistematización documental1 que Fuentes acababa de publicar, misma que incluía una
muestra de 877 trabajos, de 1956 a 1986, con sus respectivos abstracts. Nuestro
documentalista por excelencia publicó ya un volumen de seguimiento de ese trabajo,
ahora de 1986 a 1994, que incluye 1019 nuevos escritos emanados del campo 2. Una
parte del análisis que intentaremos aquí se basará en tales fuentes privilegiadas.
La primera observación, que de tanto repetirse parece “verdad de perogrullo”, pero que
es importante seguir recordando, es que los procesos y productos que han ido
constituyendo el campo sociocultural3 de la “investigación de la comunicación en
México”, en realidad son históricamente nuevos. Si reunimos las dos grandes muestras
antes aludidas, casi el 85% de los documentos fueron producidos a partir de 1980, y el
resto durante los treinta años anteriores.
El crecimiento de los documentos a través de los años es exponencial, al igual que sus
aportaciones cualitativas para el mejor entendimiento del dominio al que pretenden
referirse (privilegiadamente, aquel de los llamados medios de comunicación). Entonces,
pese a su juventud, a una situación de -por lo menos- “triple marginalidad”4 y a otros
problemas, este campo “se mueve”. Pero pretender triunfalistamente que ese joven
terreno crece y progresa sin más, sería caer en la autocomplacencia y no reconocer los
muchos retos que tenemos por delante. Algunos de estos retos son, por necesidad,
comunes a las ciencias sociales más en general, aunque hay otros más específicos del
campo.
Hay problemas y obstáculos -retos- más difíciles de vencer, como puede ser el que la
sociedad mexicana produzca o no un excedente económico y que los agentes
decisores -en el gobierno, pero también en el sector privado- asignen una parte del
mismo al fomento de la investigación y de la educación superior, dentro de políticas
públicas neoliberales que privilegian la aplicabilidad y rentabilidad inmediatas y que no
consideran la generación básica de conocimiento de mucha importancia.
Hay otros retos, sin embargo, que pueden estar más cerca de nuestra capacidad o
agencia para afectar y transformar las circunstancias que delimitan nuestras acciones.
Deseo enfatizar aquí los que se relacionan con lo específico de nuestra actividad de
investigación, en particular aquellos que se refieren al desarrollo teórico y metodológico
del campo. Por ejemplo, si deseamos obtener mayor legitimación en las instituciones
(usualmente aquellas de educación superior) en las que laboramos, en especial entre
los otros campos -los más consolidados- de las ciencias sociales, debemos mostrar
una solvencia mínima en las capacidades que, en principio, nos definen como
investigadores: desde las aportaciones teóricas y empíricas de la propia labor de
indagación, pasando por algún grado de solidez metodológica y finalmente (“last, but
not least“, como dicen los anglosajones) el manejo mínimanente adecuado de las
técnicas de investigación.
¿Qué disciplina? ¿Cuál objeto?
El nombre de la licenciatura que se estudia en las universidades mexicanas es ciencias
de la comunicación. Posiblemente sea el más acertado, en la medida en que el plural
utilizado denota, así sea muy implícitamente, que para entender la comunicación
humana es preciso recurrir a una multiplicidad de ciencias de lo humano y de lo social;
pero también lo contrario: que no hay probablemente nada humano ni social, que no
pueda entenderse mejor sin tomar en cuenta la comunicación entre los humanos (por lo
menos).
Hasta la fecha, no conocemos un marco disciplinario que pueda llamarse LA ciencia de
la comunicación, a pesar de que haya una multiplicidad de teorías de la comunicación.
Personalmente creo que es mejor así, para no esquematizar y simplificar la enorme
riqueza y complejidad de las múltiples formas y niveles posibles de comunicación entre
los humanos. Lo que falta es proponer síntesis críticas y creativas entre los diversos
enfoques, teorías, disciplinas, puntos de vista, niveles, etcétera, que han servido ya
para conocer y entender un poco mejor la comunicación humana. Posiblemente la
formulación de Wilbur Schramm en los años sesenta, de que el campo de la
comunicación es más que nada una encrucijada (“crossroads”) a la que potencialmente
puedan concurrir y contribuir todas las ciencias sociales y humanas, siga teniendo
vigencia.5 No tenemos, entonces, ni hemos tenido hasta ahora, (una) disciplina, sino un
campo problemático a partir del cual ha ocurrido la generación histórica de un campo
sociocultural conformado por una multiplicidad de agentes sociales (investigadores y
estudiosos de los fenómenos y procesos comunicativos) que, en diversas partes del
mundo, y en particular en México, interactuamos y cooperamos, luchamos por la
hegemonía y las recompensas académicas, etcétera. Por otra parte, en la medida en
que en las escuelas de comunicación en México se enseñan más bien técnicas de
intervención comunicacional, especialmente, aunque no sólo a través de los medios,
alguna proporción del conocimiento generado afuera y en el país es útil, y ha sido
aprovechado, aunque no sea posible traducir todo el conocimiento en formas y
fórmulas inmediatamente aplicables. De cualquier manera, es ya casi un lugar común,
por lo menos en México, que lo que se enseña en las escuelas de comunicación suele
no tener mucha relación directa con lo que se investiga en el campo (ni viceversa) 6 Se
habla, pues, de una desarticulación múltiple que incluye, además de la enseñanza y la
investigación, los campos profesionales -de hecho, también diversos- de los
comunicadores.
De todo lo anterior se derivan una primera serie de retos fundamentales para quienes
poblamos este campo sociocultural de la investigación de la comunicación. Uno es
reconocer, y asumir como reto, que no tenemos, ni hemos tenido, un campo disciplinar
propio, sino un dominio de estudio, más o menos común, alrededor del cual se ha
conformado nuestro campo sociocultural. Y dos, que tal dominio ha sido, es y
probablemente tendrá que seguir siendo, una encrucijada inter y transdisciplinaria,
dentro de las ciencias sociales y humanidades, lo que hace el reto aún mayor, en la
medida en que exige de cada uno -dependiendo de los objetos más específicos de
investigación- el desarrollo de un amplio espectro de capacidades teóricas y
metodológicas.
El que hayamos podido constituir durante los últimos decenios una comunidad
científica, que estemos en un arduo proceso de institucionalización y de
profesionalización, y que estemos comprometidos en una lucha por la legitimación de
nuestro trabajo y nuestros productos, dice que el campo de estudio (dominio) es de
hecho potencialmente rico e importante, no sólo para nosotros mismos, sino en
términos sociales. Pero es mucho lo que falta por lograr y consolidar. Primero,
necesitamos intentar nosotros mismos proponer nuevas síntesis teóricas,
metodológicas, epistemológicas, que a su vez constituyan intentos de arrojar nuevas
luces hacia lo que de comunicacional tiene lo que nos rodea, pero sin olvidar y tirar a la
basura todas las aportaciones previas, las cuales con frecuencia soslayamos en aras
de supuestas novedades.
Varios de nosotros hemos criticado ese desfile de modas, que a veces padece nuestro
campo académico. Esto se logra con mayor y mejor formación.7 Esas síntesis teóricas
tendrán que alimentarse, claro, de las propuestas que existen en la literatura
internacional especializada, pero también y fundamentalmente a partir de la
investigación empírica sobre nuestro entorno inmediato, a fin de que sean pertinentes y
útiles para la mejor comprensión -y eventual influencia en los cambios- de este entorno
cada vez más interconectado globalmente. Todavía más, si pretendemos que nuestro
conocimiento producido sirva también para contribuir a cambiar la realidad. Pero
también es importante, como sostenemos después, que las nuevas propuestas tengan
por necesidad que alimentarse -como siempre lo han tenido que hacer- de otras
fuentes disciplinarias: de las ciencias sociales y las humanidades.
No hemos tenido una disciplina, sino una encrucijada interdisciplinaria, pero sí hemos
ido construyendo objetos de estudio, que a su vez han ido dando forma al dominio de la
realidad que más o menos nos ha ido definiendo como miembros de una comunidad de
investigadores de la comunicación. ¿Cuál ha sido ese pedazo de realidad que hemos
privilegiado para constituirnos en comunidad de investigadores?
“Resolución” disciplinaria
Tal como ha sido el caso, quizás, en prácticamente todo el mundo, el principal objeto
de análisis de los investigadores de la comunicación mexicanos han sido los medios.
Por ejemplo, de 1956 a 1986, Fuentes daba cuenta de que 63% de los documentos
producidos por investigadores mexicanos se referían a los “medios de comunicación”.
De 1986 a 1994, esa proporción era ya del 74%. Es más teniendo en cuenta otros
actores institucionales estudiados:
[...]aproximadamente el 85% de los documentos sistematizados sobre la `investigación de la
comunicación' refiere a objetos de estudio construidos sobre fenómenos que `circunscriben' o
intervienen en los procesos comunicativos, pero esos trabajos no los analizan como tales (...) queda
claro que en la mayor parte de los casos lo que se analiza son las instituciones que intervienen en la
comunicación y no la comunicación misma.8
Esta es simplemente una corroboración empírica de una afirmación que muchos de
nosotros hemos venido haciendo sobre bases más intuitivas. Tengamos en cuenta el
predominio durante los años setenta y ochenta -en la investigación mexicana y
latinoamericana sobre medios- de los enfoques periodísticos y críticos: los primeros,
tratando de incidir directamente en las políticas públicas, en contra de los “monopolios”
y las transnacionales, y en favor de una mayor participación estatal en los medios; los
segundos basados en alguna variante del marxismo, a los que les interesaba analizar
principalmente aspectos políticos (aun aquellos orientados a desvelar ideologías) o de
“economía política”.9 Entonces, de hecho, la investigación mexicana de la
comunicación ha sido muy poco investigación de la comunicación, y más de los
medios.
En la medida en que los medios, las industrias culturales y todo el complejo tecnológico
del entretenimiento y la información en que han devenido -insertos a su vez en los
procesos globalizadores actuales-, son de hecho procesos altamente complejos,
multidimensionales, su estudio ha requerido, requiere y seguirá requiriendo el recurso a
las ciencias y campos sociales y humanísticos necesarios para en cada caso
comprender cada una de esas dimensiones y sus posibles articulaciones con otras.
Aquí lo que me interesa subrayar es la necesidad de estudiar, conocer y ampliar
herramientas teórico-metodológicas que se han generado en campos disciplinarios muy
específicos y que nuestro propio entrenamiento, a veces estrecho en relación con las
ciencias sociales más en general, no nos ha proveído.
De los 889 documentos de que constaba el primer recuento de Fuentes en 1988,
33.5% tenían en la clasificación de mi colega un enfoque sociológico, por 23% que
tendrían uno comunicacional (con otros enfoques quedaría el 46.5% restante). En el
recuento más reciente, suponiendo que Fuentes aplicó los mismos criterios, el enfoque
sociológico habría crecido a casi la mitad de los trabajos (45.4%), mientras que el
comunicacional habría decrecido al 15.5%. El restante 39% estaría enmarcado desde
otros puntos de vista. Es decir, que lo sociológico aumentó, lo comunicacional
disminuyó, y también hubo un decremento en los otros enfoques (histórico, educativo,
antropológico, etcétera) y por lo tanto dispersión. Curiosamente, mi conclusión difiere
de la de quien produjo esos datos: Fuentes Navarro encuentra una “disolución
disciplinaria”10 donde yo observo más bien una “resolución” disciplinaria, es decir, un
proceso muy claro de sociologización de la investigación mexicana de la
comunicación.11 Más que posdisciplinarización, entonces, ha ocurrido un proceso de
disciplinarización hacia la sociología.
El reto, pues, es que no hemos recibido, necesariamente, entrenamiento como
sociólogos, antropólogos, historiadores, etcétera, y se esperaría que nuestro trabajo
académico tuviera por lo menos la misma solvencia teórica, metodológica y técnica que
el de quienes sí se han desarrollado en tales ciencias sociales.
Vacuna contra el maniqueismo
Otro reto que considero importante para la investigación mexicana de la comunicación
es el de lograr un equilibrio entre teoricismo, empirismo, ensayismo y cientificismo. Es
más o menos conocida la reticencia que hemos tenido tradicionalmente los
latinoamericanos hacia la investigación empírica, en especial al uso de las técnicas
cuantitativas. La comunidad de investigadores mexicanos en comunicación hemos ido,
muy poco a poco, asumiendo el reto de asomarnos más, sistemática y rigurosamente,
a la realidad,12 dejando de repetir fórmulas y llaves mágicas que nos decían cómo era
esa realidad, sin necesidad de ningún tipo de verificación.
Muchos de los problemas que encontramos en nuestra revisión hace casi una década,
para la realización de trabajo de campo (que se podría traducir más en general a la
investigación empírica), tanto estructurales como institucionales y profesionales, siguen
ahí. Continúa habiendo pocos recursos para apoyar la investigación; aunque se ha
avanzado, nuestra capacitación técnica y teórico-metodológica sigue siendo
relativamente deficiente; a pesar de existir ya una serie de bibliotecas y centros de
documentación bien dotados en sus acervos, una gran mayoría de los profesores de
las escuelas de comunicación en México no tienen fácil acceso a ellos. El reto, pues, es
que los que ya estamos un poco más “desarrollados” propiciemos, mediante
organismos como el CONEICC y la AMIC, un desarrollo mayor en todo el país, y no
sólo en la Ciudad de México y Guadalajara (o el Occidente del país, incluyendo el
grupo de Colima), como hasta ahora.
Sin caer en una postura cientificista, es necesario ejercer con más sistematicidad y
rigor las herramientas de nuestra profesión. Sin caer en un empirismo abstracto, es
necesario dar cuenta de esa realidad, que deseamos conocer y comprender y, quizá,
cambiar. Pero también es necesario usar y producir teoría y de repente dejar volar la
imaginación utópica en el ensayo libre, en la medida en que podamos diferenciar
claramente cuando hacemos un reporte de investigación de cuando nos acercamos
más al trabajo literario.
En general, creo que lo importante es dejar atrás la razón dualista, maniquea, que
solamente ve blanco y negro cuando el mundo no es ni siquiera una gama de grises,
sino un enorme arcoiris. Por ejemplo, hoy día la lucha es entre cualitativos y
cuantitativos, como antes lo fue entre funcionalistas y marxistas, o entre empiristas y
dialécticos. Pero, ¿alguien tiene la llave de la verdad absoluta?
La vacuna contra el maniqueismo -que se convierte en una suerte de autoritarismo- es
entonces una dosis de pluralismo, acompañada de una dosis de autocrítica (individual y
colectiva). El último reto que deseo señalar se refiere precisamente al hecho de que no
hemos desarrollado todavía, plenamente, una cultura propicia al debate informado, a la
crítica científica fundamentada (lógica y empíricamente). No sólo entre quienes piensan
diferente, sino también entre quienes parten de premisas similares, es importante que
llenemos las páginas de nuestra revista especializada con discusiones e intercambios
en los que se muestre el desacuerdo y el deseo de resolverlo en una aproximación
común a algo más cercano a la verdad. La autocomplacencia es también una forma de
autoritarismo.
NOTAS
1) Fuentes Navarro, Raúl (1988).La investigación de comunicación en México.
Sistematización documental 1956-1986. México. Ediciones de Comunicación.
2) Fuentes Navarro, Raúl (1996). La investigación de comunicación en México.
Sistematización documental 1986-1994. Guadalajara: Universidad de
Guadalajara/ITESO.
3) Fuentes Navarro, Raúl (1995). La emergencia de un campo académico: Continuidad
utópica y estructuración científica de la investigación de comunicación en México.
Guadalajara. Tesis de Doctorado en Ciencias Sociales.
4) Esta “triple marginalidad” se refiere a que, en primer lugar, la investigación científica
en general ha sido tradicionalmente una actividad marginada de las prioridades del
desarrollo nacional; en segundo lugar, las ciencias sociales y las humanidades tienen
un grado ulterior de marginación frente a las ciencias exactas y naturales, tanto en
términos de los apoyos oficiales, como en alguna forma con respecto al estatus de soft
de las últimas. Y entre otras razones, por la misma juventud del campo, los estudios
sobre “comunicación” estarían todavía, como se puede comprobar a partir de
indicadores muy claros, en un plano marginal, de frente a las “disciplinas duras”, como
la sociología, la antropología, etcétera.
5) Schramm, Wilbur (1973). “Investigación de la comunicación en los Estados Unidos”,
en W. Schramm (comp.) La ciencia de la comunicación humana. México: Editorial
Roble.
6) Vease Trejo Delarbre, Raúl (1988). “La investigación mexicana sobre medios de
comunicación: modas, mitos y propuestas”, en E.E. Sánchez Ruiz (comp.) La
investigación de la comunicación en México. Logros, retos y perspectivas. México:
Ediciones de Comunicación/Universidad de Guadalajara.
7) Todavía en los años setenta, alcanzaban los dedos de una sola mano para contar
los investigadores del campo de la comunicación que poseían un doctorado. A
mediados de los ochenta comenzamos a proliferar un poco más quienes poseíamos
estudios de posgrado, pero es hasta el presente decenio cuando más de nuestros
colegas han ido logrando el nivel doctoral. Sin embargo, a la fecha no existe todavía en
México un solo programa de doctorado en Comunicación.
8) Vease Fuentes Navarro, Raúl. La emergencia de un campo académico... Op. Cit.
9) En realidad muchos de nuestros colegas en ese tiempo se podrían colocar en ambos
grupos. Hay que remarcar también que, desafortunadamente, muchos de esos
“estudios” eran, sobre todo, ensayos con muy poco contenido empírico. Otro gran reto
que, como discutimos adelante, hemos ido poco a poco afrontando: dejar atrás el
teoricismo predominante en décadas pasadas, para alimentar las reflexiones con
informaciones empíricas, sin necesariamente dejar de lado una orientación crítica. Por
otra parte, creo que una postura crítica hacia una realidad injusta y desigual como la
que históricamente ha sido la mexicana, es no sólo justificable, sino éticamente
necesaria. Pero bueno, si hemos de cambiar el mundo, es mejor conocerlo primero.
10) Fuentes Navarro, Raúl. “Un acercamiento bibliométrico a la configuración
cognoscitiva del campo académico de la comunicación en México”, en Comunicación y
Sociedad, Núm. 27, Mayo-Agosto 1996.
11) Además, para que haya una “disolución disciplinaria”, antes tendría que haber
existido una disciplina, la cual -creo haber argumentado convincentemente- no hemos
tenido en realidad.
12) El argumento de “asomarse a la realidad”, si bien simplificado, tiene aquí la función
de oponerse al teoricismo que nos llegó a caracterizar, mediante el cual ya no teníamos
qué investigar, sino simplemente deducir (aunque muchos de nuestros colegas
despreciaban la “lógica formal”).
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