El destino detrás de unas tijeras

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El destino detrás de unas tijeras
El destino detrás
de unas tijeras
Algunos eligieron este trabajo como una alternativa rápida dentro del
mercado laboral. En otros casos, el oficio los eligió a ellos y los hizo
famosos. El “Centro Patronal de Peinadores de Montevideo” tiene 500
socios y la “Unión de Peinadores del Uruguay”, otros tantos. Se calcula
que en cada peluquería hay de uno a cuatro trabajadores detrás de las
tijeras. Aquí les presentamos diferentes anécdotas e historias de estos
simpáticos personajes.
El clon de Einstein
Heber Vera
Trabajó en una tienda de
ropa y luego manejó el taxi
de su padre. A los 23 años se
enamoró de una peluquera,
la vio trabajar y le gustó. Era
1956 cuando aprendió en una
academia y empezó a trabajar
en un barrio montevideano.
Hoy es un reconocido estilista
que hasta tiene un espacio en un
programa de TV. Ahí aconseja
sobre cortes y tratamientos a
las mujeres. “Raramente quedo
conforme con mis cortes, suelo
ser muy crítico. El día que me
guste todo lo que hago dejaré
de hacerlo porque ya no podré
seguir creciendo”, dice este
hombre, idéntico a Albert
Einstein. Una de esas veces que
sí quedó plenamente satisfecho
con su trabajo fue cuando en el
año 2000 llevó a una modelo
uruguaya a Berlín. Presentó un
peinado extravagante que le
valió varios premios. Aún hoy
se ríe de aquella ocurrencia.
“Tengo un estilo propio. Si esto
fuera fútbol sería un 10 creador”,
se compara. Sus cortes son caros
(850 pesos, unos 43 dólares) pero
sus manos, al parecer, lo valen.
Las especialidades de Heber
son varias: le gusta cambiar el
look, recuperar una cabellera o
aconsejar tratamientos para la
salud capilar. Ha trabajado con
modelos de teatro, TV y cine,
y ahora ¡aceptó una propuesta
para ser actor de comedia en un
programa de tele! “Cortarle el
pelo a una mujer es como entrar
a su mundo íntimo y verle el
alma”, afirma.
El sueño de niña
Claudia Paredes
Claudia tenía 6 años. En lugar
de ir a jugar a las muñecas
con sus amigas, se pasaba las
tardes colgada de la ventana
de la peluquería mirando hacia
adentro. “La gente estaba feliz,
todos reían. Las peinadoras
eran lindas, usaban tacos y
maquillaje”, cuenta hoy en su
propia peluquería del centro de
Montevideo. Sus padres querían
que fuera médico o abogada,
pero cuando Claudia perdió
varios exámenes de liceo, se
pudo dedicar a su vocación.
“¡Algo tenés que hacer!”, le dijo
su papá. “Quiero ser peluquera”,
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le contestó. “Él respiró hondo y
me dijo ‘bueno’”. Hizo un curso
de tres meses organizado por
el Ministerio de Cultura para
personas con bajos recursos
y cinco meses después tenía
empleo: la contrató Lina
Pacella, una afamada peluquera
uruguaya. Después de 12 años,
se animó al negocio propio. “No
tenía ni un peso, pero sí una
birome para firmar préstamos.
Dice que a diario escucha con
paciencia las desgracias de sus
clientas que se quejan de la falta
de hombres interesantes y fieles.
Claudia confiesa que le gusta
escuchar a sus clientas, pero lo
que más disfruta es “verle la
cara de contenta a la gente que
se va de la peluquería”.
Un peluquero de reality
Alejandro Rivero
Al abandonar la secundaria,
Alejandro
probó
en
la
carpintería de su hermano.
Pero no era lo suyo. Entonces se
fue a trabajar con su hermana
a su peluquería. Desde hace 11
años tiene su propio negocio
en un barrio de clase obrera
en Montevideo. Los cortes no
pueden ser superiores a los
100 pesos (cinco dólares). El
local está muy bien decorado,
tiene buena música de fondo,
café y revistas. Confiesa que
quiere mudarse a barrios
donde seguramente el público
podrá pagar más. Alejandro
está siempre vestido de
estricto negro. Es parte del
encanto de su peluquería, dice.
“Trato que la gente se sienta
bien y vuelva. Acá vienen a
relajarse, a cortarse el pelo
como terapia. Los muchachos
del barrio vienen a pedirme
consejos para estar con una
chica”, cuenta. Alejandro es
popular en el vecindario. Sobre
todo desde que hace tres años
participó de un reality show
en TV. Era un certamen entre
peinadores y sus modelos. “El
día que perdí, le desarme el
peinado a mi compañera a los
insultos. Insulté al jurado, a la
producción del programa, ¡a
todos! Hasta que me di cuenta
que tenía el micrófono abierto
y había salido todo al aire. Me
quería morir”, confiesa. En las
semanas posteriores recibió
decenas de nuevos clientes.
“No sabían ni cómo cortaba,
pero me habían visto en tele y
querían cortarse conmigo”.
De sol a sol
Victoria Gruperi
Rocío Juste, 31 años, era la
cajera de confianza de una
peluquería. Nunca agarró
una tijera en su vida, pero el
negocio le pareció rentable
y abrió su propia peluquería.
La bautizó Diva’s y también
imitó el horario de 6.00 AM a
12 PM, todos los días. “Todas
las peluquerías están abiertas
en el horario en que la gente
trabaja. Por eso atendemos a la
gente antes que entre a trabajar
o a última hora de la noche.”
Victoria Gruperi, 26 años, es
una de sus peluqueras con más
trabajo. Ella hubiese deseado
ser una profesional, pero debió
salir rápido al mercado laboral
para ayudar a sus padres, que
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tenían una precaria situación
económica. Hace un año tuvo
como clienta a la ex ministra
de Salud Pública, María Julia
Muñoz. Dice que –como con
todos- debió estudiar su estado
de ánimo. “A veces venía
callada y había que dejarla en
paz, y otras veces estaba muy
conversadora y te contaba
hasta de sus nietos”, revela.
Victoria gana una comisión
extra, además de su salario, por
cada corte o producto vendido.
Esa motivación la obliga a
esforzarse por llevarse bien
con sus clientas. “A algunas yo
no les caía bien, pero terminé
conquistándolas. Con otras no
hubo caso: a una mujer le estaba
lavando el pelo y ya no había
química. Lo mejor en esos casos
es decirle a tu jefa y tratar de
simpatizar con otra”.
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