Religión Moral Pura

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¿QUÉ ES EN ESENCIA LA RELIGIÓN?
Lectura 1
RELIGIÓN MORAL PURA'
Manuel Kant
Contra esta exigencia de mejoramiento de sí mismo, la Razón, que por naturaleza se encuentra
desazonada en relación al trabajo moral, pone en juego, bajo el pretexto de la incapacidad natural, toda clase
de ideas religiosas impuras (a las cuales pertenece la idea de que Dios mismo pone el principio de la felicidad
por condición suprema de sus mandamientos). Pero todas las religiones pueden dividirse en: la Religión de la
petición del favor (del mero culto) y la Religión moral, esto es: la Religión de la buena conducta de vida. Con
arreglo a la primera el hombre se adula pensando que Dios puede hacerlo eternamente dichoso sin que él
tenga necesidad de hacerse un hombre mejor (por la remisión de sus deudas), o también, si no le parece que
esto sea posible, pensando que Dios puede hacerlo un hombre mejor sin que él mismo tenga que hacer nada
más que rogárselo, lo cual -pues, ante un ser que lo ve todo, no es nada más que desear- propiamente no sería
nada hecho; en efecto, si con el mero deseo se consiguiese, todos los hombres serían buenos. En cambio,
según la Religión moral (tal es, entre todas las religiones públicas que ha habido, sólo la cristiana) es principio
lo que sigue: que cada uno ha de hacer tanto como esté en sus fuerzas para hacerse un hombre mejor; y sólo
cuando no ha enterrado la moneda que le ha sido dada al nacer (Luc., XIX, 12-16), cuando ha empleado la
disposición original al bien para hacerse un hombre mejor, puede esperar que lo que no está en su capacidad
sea suplido por una cooperación más alta. Y no es absolutamente necesario que el hombre sepa en qué
consiste ésta: quizá sea incluso inevitable que, si el modo en que ella acontece ha sido revelado a una cierta
época, en otra diversos hombres se hagan conceptos diversos de ellos, y ciertamente con toda sinceridad. Pero
entonces vale también este principio: "No es esencial, y por lo tanto no es necesario para todo hombre, saber
qué es lo que en orden a su beatitud hace o ha hecho Dios", pero sí saber qué tiene que hacer él mismo para
hacerse digno de esta asistencia.
La fe religiosa pura es ciertamente la única que puede fundar una iglesia universal; pues es una mera fe
racional, que se deja comunicar a cualquiera para convencerlo, en tanto que una fe histórica basada sólo en
hechos no puede extender su influjo más que hasta donde pueden llegar, según circunstancias de tiempo y
lugar, los relatos relacionados con la capacidad de juzgar su fidedignidad. Pero una particular debilidad de la
naturaleza humana tiene la culpa de que no se pueda contar nunca con esa pura fe tanto como ella merece, a
saber: fundar una iglesia sobre ella sola.
Los hombres, conscientes de su impotencia en el conocimiento de cosas suprasensibles, aunque
conceden todo el honor a esa fe (como a la que ha de ser convincente para ellos de modo universal), no son
fáciles de convencer de que la aplicación constante a una conducta moralmente buena sea todo lo que Dios
pide de los hombres para que éstos sean súbditos agradables a él en su reino. No pueden, por lo tanto, pensar
para sí su obligación de otro modo que como el estar obligados a algún servicio que han de hacer a Dios, en
donde no importa tanto el valor moral interior de las acciones como más bien el que son hechas a Dios para,
por indiferentes moralmente que tales acciones puedan ser en sí mismas, complacerle al menos mediante una
obediencia pasiva. Que cuando cumplen sus deberes para con hombres (ellos mismos u otros), justamente por
ello ejecutan también mandamientos de Dios, que por lo tanto en todo su hacer y dejar, en cuanto tiene relación
con la moralidad, están constantemente en el servicio de Dios, y que además es absolutamente imposible servir
a Dios más de cerca de otro modo (pues los hombres no pueden obrar ni influir sobre otros seres que los del
mundo, no sobre Dios), no les entra en la cabeza. Porque todo gran señor del mundo tiene una particular
necesidad de ser honrado por sus súbditos y ensalzado mediante pruebas de sumisión, sin lo cual no puede
esperar de ellos tanta docilidad a sus órdenes como necesita para poder dominarlos, y además el hombre, por
razonable que sea, encuentra siempre en las demostraciones de honor un placer inmediato, por eso se trata el
deber, en tanto que es a la vez mandamiento divino, como gestión de un asunto de Dios, y así surge el
concepto de una Religión del servicio de Dios en vez del concepto de una Religión moral pura.
Puesto que toda Religión consiste en que consideramos a Dios, en relación con todos nuestros deberes,
como el legislador que ha de ser universalmente venerado, importa en la determinación de la Religión con miras
a nuestro comportamiento conforme a ella saber cómo quiere Dios ser venerado (y obedecido).- Pero una
voluntad divina legisladora ordena o por medio de una ley que en sí es meramente estatutaria o por medio de
una ley puramente moral. Atendiendo a la última puede cada uno conocer por sí mismo mediante su propia
Razón la voluntad de Dios, que está a la base de su Religión; pues propiamente el concepto de la divinidad
procede sólo de la conciencia de estas leyes y de la necesidad racional de aceptar un poder capaz de
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proporcionarles todo el efecto posible en un mundo, efecto concordante con el fin último moral. El concepto de
una voluntad divina determinada según meras leyes morales puras nos permite pensar, así como sólo un Dios,
también sólo una Religión, que es puramente moral. Pero si aceptamos leyes estatutarias de Dios y hacemos
consistir la Religión en nuestro seguimiento de ellas, entonces el conocimiento de las mismas no es posible
mediante nuestra propia Razón solamente, sino sólo por revelación, la cual, haya sido dada a cada uno en
secreto o públicamente para ser propagada, entre los hombres mediante la tradición o la escritura, ha de ser
una fe histórica, no una fe racional pura. -Aunque se admitan también leyes divinas estatutarias (que se dejan
reconocer como leyes divinas no por sí mismas en cuanto que son obligatorias, sino sólo en cuanto voluntad
divina revelada), sin embargo la legislación moral pura, por la cual la voluntad de Dios está originalmente escrita
en nuestro corazón, no es sólo la condición ineludible de toda Religión verdadera en general, sino que es
también lo que constituye propiamente ésta, y aquello en orden a lo cual la ley estatutaria puede contener
solamente el medio de promoción y extensión de ello.
Así pues, si la cuestión de cómo quiere Dios ser honrado debe ser respondida de modo universalmente
válido para todo hombre considerado meramente como hombre, no hay ninguna duda de que la legislación de
su voluntad debe ser meramente moral; pues la legislación estatutaria (que supone una revelación) sólo puede
ser considerada como contingente y como una legislación que no ha llegado o puede llegar a todo hombre, por
lo tanto no como una legislación que ligue al hombre en general. Así pues: "no los que dicen: ¡Señor, Señor!,
sino los que hacen la voluntad de Dios"; por lo tanto, los que buscan serle agradables no por la glorificación de
él (o de su enviado como un ser de procedencia divina) según conceptos revelados, que no todo hombre puede
tener, sino sólo por la buena conducta, respecto a la cual todos conocen su voluntad, ésos serán los que le
rindan la verdadera veneración que él pide.
(Tomado de La religión dentro de los límites de la razón, Madrid, Ed. Alianza, 1969, PP. 60-106).
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