LAS ASIGNATURAS PENDIENTES DEL BICENTENARIO Graciela E. Assaf de Viejobueno UNT-UNSTA La celebración del Bicentenario es una ocasión privilegiada para pensar nuestros orígenes, para ver en retrospectiva el camino transitado, para discernir en qué punto nos encontramos, para proyectar nuestro futuro y para hacernos las preguntas fundamentales acerca de nuestro destino. De este análisis, surgen algunos temas que nos interpelan y suscitan nuestro interés. Están inscriptas en el debe del balance. Son las materias pendientes porque aún no fueron resueltas o porque tuvieron un tratamiento insuficiente o porque en ellas sufrimos un franco retroceso. Antes de abordar este panorama complejo que excede el tiempo disponible y para no caer en el desaliento, hay que hacer la salvedad que la vida de los pueblos como la de las personas están hechas de luces y sombras, de marchas y contra-marchas de modo que el señalamiento de las críticas no nos desanime sino que sea el acicate para la reacción positiva. LAS FUNCIONES BASICAS DEL ESTADO Corresponde interpelarnos por los servicios que están en la base y el fundamento del Estado y que él debe garantizar: justicia, educación y seguridad. En lo que respecta a la Justicia, la sociedad percibe que ella no está cumpliendo acabadamente su cometido. Hay casos resonantes vinculados con el poder político que nadie quiere asumir y los esquiva con argucias procesales. Pareciera que el sistema judicial fuera una tela-araña en donde quedan atrapados moscas y mosquitos, pero no los elefantes. Los casos irresueltos son también causa de su descrédito. Es cierto que, a veces la sociedad juzga a la Justicia desde el desconocimiento de lo que es la función judicial. La ingerencia de la prensa y demás medios en los casos judiciales y la enorme repercusión que genera en la opinión pública, dificulta en muchos casos la tarea de los jueces por el grado de exposición pública. La efectiva independencia del Poder Judicial constituye el cimiento sobre el que se estructura el edificio de la Justicia en un Estado de Derecho. Lamentablemente hay que reconocer que estamos muy alejados de la tan mentada independencia de poderes que en el caso del Poder Judicial se acentúa al punto de ser el menos poderoso de los poderes. (En la actualidad somos testigos estupefactos de casos de desobediencia y falta de acatamiento a sentencias emanadas de nuestro más alto tribunal, la Corte de Justicia de la Nación.) Pese a los pasos que institucionalmente se han dado como ser la creación de los Consejos Asesores de la Magistratura, ellos están todavía muy 1 atados a la voluntad política del gobierno de turno y con un marcado sesgo ideológico. Además se han convertido en cuerpos burocráticos, en verdaderas máquinas de impedir que no han dado respuestas aceleradas ni dinámicas para la cobertura de vacantes que cada vez son mayores en número y en cantidad de años en que quedan sin cubrir. Una vez más es el justiciable la verdadera víctima de una justicia lenta e incierta. También es de destacar la excesiva “judialización” reinante que lleva a colapsar las precarias estructuras existentes. La llamada “industria del juicio” y la judialización de las cuestiones políticas se inscriben entre las causantes de esta situación. Asimismo, estamos en deuda con la elaboración de Códigos de Etica que ya lo tienen algunas provincias y que son instrumentos para fomentar el esclarecimiento y la formación de la conciencia. No olvidemos que la fuerza de un juez se basa y sostiene en su integridad moral y en su compromiso con la verdad. El país necesita de una Justicia seria, confiable, conformada por protagonistas con idoneidad profesional y ética y con el coraje cívico para dictar sentencias a contrapelo de lo “políticamente correcto”. En Educación hay la percepción clara de una decadencia que se nota en el deterioro del lenguaje oral y escrito. El endiosamiento de los métodos no dio resultado y es una muestra patente del fracaso de hacer de los medios, fines. Nunca como ahora han sido tantos y tan fecundos los recursos y medios de que dispone la educación y nunca como hoy se ha dado un desencuentro tan hondo y generalizado respecto de la calidad de la educación. Se observa una política educacional errática, falta de imaginación y proclive a imitar experiencias educativas foráneas y perimidas. En el afán de innovar se tiró por la borda hábitos tradicionales que daban buenos resultados. La escuela y la familia, dos espacios privilegiados de humanidad, están transitando por una profunda crisis. Las estadísticas nos proporcionan datos alarmantes: indican que un niño pasa frente a la pantalla (del televisor o de la computadora) el triple del tiempo que está en la escuela. Los medios de comunicación se han convertido hoy en la “competencia desleal” de padres y maestros. La magia del audio-visual los atrapa con tal fuerza que ante ella pierde predicamento la palabra aburrida de los padres y educadores. Su contenido “basura” está realizando una tarea de de-construcción con el propósito de atacar, ridiculizar o parodiar modelos y referentes clásicos para sustituirlos por los nuevos paradigmas de la revolución cultural gramsciana. En materia de Seguridad es cada vez más preocupante la incapacidad que desde hace años y cada vez en forma más manifiesta y grave, demuestra el gobierno a través de sus servicios de seguridad en el rol fundamental del mantenimiento del orden social, en especial, de asegurar la vida, el patrimonio y la libertad de las personas. Día a día, a lo largo y a lo ancho del país, se suceden hechos delictuosos que tienen como víctimas al ciudadano común inerme, indefenso, a merced de delincuentes precoces y dispuestos a todo. La ignorancia junto con la indigencia y las adicciones se combinan en un peligroso coctel que lleva a la delincuencia fomentada por la impunidad. 2 La impunidad está ligada a la desvirtuación del sistema policial, del sistema carcelario y del sistema penal. La policía ya no reprime, que es una de sus tareas esenciales y el Derecho Penal está pasando por una profunda crisis. Las teorías garantistas están llevando al abolicionismo de la pena. El Dr. Siro de Martini, que ha estudiado este tema en profundidad dice que la impunidad se debe a tres causas principales: -La ineficacia del Estado para resolver los delitos y capturar a los delincuentes. En efecto, hay estadísticas que dan cuenta que no todos los delitos se denuncian. De los delitos denunciados, una ínfima parte se resuelve, y de éstos un pequeño porcentaje, se condena. -La inacción frente a cierto tipo de delitos y la protección de ciertas categorías de delincuentes. -La ideologización de la administración de justicia que lleva a la interpretación y a la aplicación de la ley penal de un modo que la tergiversa y que impide hacer justicia.1 “En suma, la sociedad percibe que la justicia penal y sus auxiliares, constituye un inmenso aparato de protección del delincuente.”2 Como se ve, el problema de la seguridad es una cuestión compleja. No sólo está ligado a cuestiones socio-económicas sino también a aspectos que tienen que ver con el correcto accionar de policías, jueces y guardiacárceles. NUESTRAS ACTITUDES Y PROCEDERES Si bien es cierto que las funciones básicas a las que acabamos de referirnos, son junto a la salud, los servicios que debe garantizar el Estado, en la construcción del bien común, corren obligaciones por parte de nosotros, los ciudadanos. Y aquí también nos encontramos con materias pendientes que tienen que ver con nuestros comportamientos que nos alejan de una ética ciudadana. En este sentido hay que destacar la tarea de la Iglesia Argentina que ha tomado la causa del Bicentenario como una ocasión para pensar nuestra Patria. También desde otros sectores se vienen realizando desde tiempo atrás foros donde se plantearon con seriedad y anticipación los problemas morales, políticos y sociales del momento. En un documento de nuestros obispos: “De habitantes a ciudadanos”, nos anima al espíritu de diálogo y de construcción conjunta asumiendo el compromiso que nos compete como socios integrantes de la comunidad política, en nuestra calidad de ciudadanos. Construir ciudadanía es un esfuerzo conjunto para alcanzar una ética ciudadana, que excede el ámbito de nuestra vida privada para incursionar en nuestras actitudes y procederes, en nuestros comportamientos públicos. Ser buenos ciudadanos debería ser nuestro propósito colectivo, un proyecto posible que abarca: Siro de Martini: “Pena, justicia y sociedad” Cap. XXVII del libro: “Fines de la pena, abolicionismo e impunidad”de AAVV-Ed. Cathedra Jurídica- Bs. As. 2010. Pág.849 1 2 Siro de Martini: “En defensa del Derecho Penal” de AAVV. EDUCA. Bs. As. 2008-Pág. 18 3 -El cumplimiento de la ley, como la obligación primaria y principal. Desde la Constitución hasta las ordenanzas municipales pasando por el pago de impuestos. -El reconocimiento de nuestros derechos, pero también del derecho de los demás y del cumplimiento de nuestros deberes propios e inherentes a nuestro cargo, estado o profesión. Al respecto vemos cómo ha cundido una mentalidad reivindicativa de nuestros derechos sin una condigna observancia de nuestros deberes en los que se fundan aquellos. -Una conducta recta, acorde al derecho y que deje de lado el entuerto, el ilícito, los caminos torcidos, la corrupción de los grandes y las corruptelas de los pequeños. Respecto al primer punto del acatamiento a la ley, debemos reconocer como asignatura pendiente la anomia que se ha instalado en nuestra sociedad acompañada de la consecuente mentalidad transgresora que nos lleva a la desobediencia por la ventaja que se puede obtener o por el simple placer de hacerlo y que forma parte de nuestra “viveza criolla”. El concepto de anomia, en un sentido amplio, no sólo se aplica a la falta de legislación sino a la falta de voluntad en los que tienen que acatarla y en la falta de controles de los que tienen que velar por su cumplimiento. Entonces impera la idea de que la ley no está hecha para ser cumplida. Si tenemos una tendencia transgresora, con mayor razón y mayor celo y esmero deben actuar los encargados de su control. Es en esta omisión y en esta grieta de un deber que no se cumple, de un servicio que no se presta, de un funcionario que no funciona donde se cuela la tentación de la desobediencia. No se cumple la ley y no pasa nada. No se cumple la ley y esa transgresión queda impune. Hace falta, la vigencia de la sanción social o de la sanción moral para que el que incumple sienta al menos el reproche de sus pares. En lo que respecta al tema de la corrupción, si recordamos la Historia, sabemos que los pueblos con decadencia moral fueron camino a su propia destrucción. Roma fue grande cuando fue austera y la decadencia del Imperio corrió paralela a la corrupción de sus costumbres. En cuanto a los niveles de corrupción se puede decir que nunca se vio este grado de “naturalización” en la comisión de delitos contando con el fácil olvido de la gente cuya capacidad de asombro pareciera saturada porque el ilícito de hoy supera al de ayer y así sucesivamente. Otra cuestión preocupante es la falta de confianza pública, la crisis de credibilidad. Se ha roto el contrato social o el contrato moral. Se dice que hay entendimiento societario cuando hacemos lo que la sociedad espera de cada uno de nosotros, cuando colmamos sus expectativas, cuando el médico cura, cuando el maestro enseña. Pero cuando el guardia-cárcel es el que distribuye droga a los presos, el policía que nos tiene que cuidar, nos roba y el político es el que coimea, la gravedad de estas acciones no radica tanto en el objeto sino en el sujeto que las comete, porque son justamente aquellos que nos tienen que proteger cumpliendo un servicio a la comunidad. Dentro del orden legal, que comprende el gran tema iusfilosófico de la ley, hay que decir de un modo previo que la justificación moral de la ley 4 civil no se desprende del solo hecho de la legitimidad de la autoridad que la promulga, sino que recibe su valor vinculante de la fidelidad a la ley natural y la función que ella desarrolla en el servicio del Bien Común que es su finalidad. Cuando se permite legalmente algo que es malo moralmente se produce enseguida la confusión de las conciencias y una degradación de las costumbres en razón de la función pedagógica que cumplen las leyes. Queda como materia pendiente, en este ámbito, el dictado de leyes que motoricen políticas públicas o de Estado para solucionar nuestros problemas estructurales. El primero y principal por su urgencia es el de la pobreza. Recientes investigaciones llevadas a cabo por la UCA dan cuenta del crecimiento de la pobreza. Ella, unida a la ignorancia conducen a la exclusión y a la inequidad social, son gravemente injustas y reveladoras de falta de solidaridad. Su erradicación depende de políticas de Estado que renuncien a utilizarla como instrumento en la lucha por el poder. Requiere de estrategias adecuadas a cada tipo de necesidad. La opción preferencial por los pobres, conlleva necesariamente el sentido de desarrollo social, por lo tanto de bienestar y progreso colectivo. Otro problema gravísimo es el de las adicciones: juego, alcohol y droga: sinónimo de “muerte” como la llamaron los obispos y que sume a nuestra juventud en la mayor de las dependencias. Tampoco en este rubro se nota una voluntad política y una energía férrea para erradicar este verdadero flagelo. MORALIZAR LA POLITICA Para que esto no quede reducido a una retahíla de lamentos, lo propositivo es la moralización de la Política. La Política es la herramienta para la transformación de la sociedad. Tenemos que devolver a la Política el sentido alto y nobilísimo con la que la concibió Aristóteles. Le llamó ciencia arquitectónica porque pone las bases fundamentales y señala los principios (arché) y es también una ciencia práctica porque procura de un modo operativo y por medio de realizaciones concretas la organización del Estado. Para Santo Tomás era la máxima expresión de la caridad ya que su dignidad eminente consiste en ocuparse no del bien particular sino del bien común de toda la sociedad. Lamentablemente en la actualidad el concepto de Política está devaluado porque se la confunde con la política partidaria y por el grado de corrupción en que han caído ciertos dirigentes que ven ella el modo más rápido y fácil de llegara ser “ricos y famosos”, que buscan servirse de ella antes de verla como un servicio a la comunidad. El concepto peyorativo que suele haber de la Política tiene su correspondencia en el plano de los hechos, pues la dedicación a la Política ha llegado a ser, a veces, una lucha por el poder tan encarnizada que se marginan todos los valores morales y todo código. Es de lamentar que de ello se siga la renuncia al intento de restaurarla en su verdadera dimensión humana. Es frecuente escuchar acerca de la “falta de dirigencia” y de liderazgo pero creo que se trata más bien de una “deserción de dirigentes”. Los competentes y los honestos no se involucran y como los espacios nunca quedan vacíos los ocupan los “corruptos y los ineptos”. La levadura no cumple su función de 5 fermento desde afuera sino desde adentro de la masa. “Todos y cada uno tenemos el derecho y el deber de participar en política, si bien con diversidad y complementariedad de formas, niveles, tareas y responsabilidades. La difundida opinión de que la política es un lugar de necesario peligro moral, no justifica en lo más mínimo la ausencia ni el escepticismo en relación con la cosa pública”, dice Juan Pablo II en el Documento Pontificio Christefideles laici. Hay que animarse a participar en la vida pública superando el juicio negativo de nuestra sociedad contra las actividades de este tipo y aun contra quienes a ellas se dedican. La actividad política es central en la vida humana y hay que recuperar una activa participación ciudadana en la cosa pública. “Si no nos ocupamos de la política, la política terminará ocupándose de nosotros”. En ocasión de la crisis del 2001, dijimos que la crisis más que económica era política y más que política era moral. Porque los políticos no eran extraterrestres sino que provenían de nuestras familias, de nuestras universidades, de nuestra sociedad. En el 2001 se había desnudado también la crisis de representatividad de los legisladores y agitó sospechas sobre el sistema político. Toda la clase política estaba cuestionada en el reclamo de que “se vayan todos”, en una muestra del divorcio entre los políticos y la gente. En el 2002 se generó una reflexión colectiva y en ella uno de los reclamos más importantes fue la necesidad de una reforma política que todavía está entre las asignaturas pendientes. La incomunicación y la falta de diálogo es la madre de muchos conflictos. A menudo, los representantes del pueblo hacen oídos sordos a los reclamos y a las peticiones de los ciudadanos, cuando justamente han sido elegidos para ocupar un cargo con la condición de trabajar para el Bien Común. Por último, una exhortación para alcanzar la concordia política, que es uno de los contenidos del Bien Común Político, a fin de superar nuestras divisiones y el estado de confrontación permanente. El gran anhelo es que nuestros corazones latan al unísono en pos de la consecución de objetivos nacionales que nos unan. ¿Es posible que sólo la Selección Argentina y los eventos deportivos internacionales susciten estos sentimientos comunes? Es de esperar que nos unan otras empresas más trascendentes. La amistad política o concordia, debería ser el tejido conectivo que nos una a todos con sentimientos de fraternidad. Partiendo de la base que ningún gobierno puede enfrentar y solucionar todos los problemas dentro del corto plazo de su gestión, creo que el mejor homenaje que la clase política puede hacer al Bicentenario es un Gran Acuerdo o Pacto Nacional sobre las cosas que nos unen, sobre los objetivos y las empresas comunes, dejando de lado lo que nos separa, en donde las políticas públicas sean consensuadas entre los principales referentes de las fuerzas políticas dentro de un horizonte de tiempo que abarque el corto, el mediano y el largo plazo. La mayoría de los gobernantes gobiernan para la coyuntura, sin planes ni estrategias que no sean a lo sumo, el plazo que media hasta la próxima elección en el afán de perpetuarse en el poder. Se requiere la visión del estadista que planifique para los próximos 30 años. “Habitar la Patria”, el lema elegido para este V Encuentro podría ser nuestro propósito para este Bicentenario. Habitar es mucho más que ocupar un lugar. Tiene que ver con los hábitos o disposiciones estables, que conforman un modo de ser. El Dr. Adalberto Villecco, que ha buceado en la etimología de los términos “ética” y “moral” llega a la conclusión que ambos 6 conceptos, en cierto sentido significarían lo mismo ya que “ethos nos indica a la vez: a) que el hombre reside en un medio ambiente-en su casa ambiental-; b) que tiene su esencia y c) que también se realiza temporalmente, tanto individual como socialmente. La palabra latina mos-moris significa “costumbre” y en castellano la palabra “morar” del latín morare, significa “habitar o residir habitualmente en un lugar”.3 “Habitar o morar la Patria” es de alguna manera, sentirla entrañablemente y practicar la virtud olvidada del patriotismo. “La Patria es un don, la Nación, una tarea” es el documento episcopal que marca un rumbo. En efecto, la distinción entre Patria y Nación, desde el punto de vista semántico es que Patria etimológicamente viene de patres, lo que recibimos de nuestros padres, lo que nos viene dado como una herencia, desde el pasado. Mientras que la palabra Nación deriva de natus y es algo que tiene que ver más bien con los hijos, los herederos y el legado que tenemos que transmitir a las generaciones futuras. Todo pueblo necesita tener un sentido histórico y la Historia está ligada indisolublemente a la temporalidad. Este presente que somos, hunde sus raíces en el pasado que fuimos y se proyecta en el futuro que seremos. La temporalidad que nos constituye es un concepto eminentemente dinámico. Es por eso, que tanto el ser humano como la Nación no es un producto hecho y acabado sino que siempre está en un proceso de construcción permanente y también en un riesgo de disgregación o disolución. Si nos detenemos a pensar en nuestra cultura desde lo fundacional, ella está signada por la herencia hispana de la catolicidad. Se ha dicho, con acierto, que en la Argentina, lo católico, más que un culto es una cultura. La responsabilidad de la generación actual es la de transmitir a las generaciones futuras todo el acerbo de cultura y fe que hemos recibido de nuestros mayores. Es un acto de tradición que etimológicamente significa dar, transmitir, pasar a otro. Tengo la dolorosa impresión que esta tarea no la estamos haciendo bien. Que no estamos pasando debidamente la antorcha. Que no estamos haciendo posta. ¿Será porque ello implica una tarea titánica de marchar contra-corriente o contra la pseudos cultura reinante o será que no ponemos en ello el condigno esfuerzo, dedicación y pasión que esta misión exige o quizás ambas cosas a la vez? El interrogante queda con una respuesta abierta… 3 Adalberto F. Villecco: “Moraléticas” Lucio Piérola Ediciones. Tucumán-2009. Pág. 14 7