"La crisis de confianza en los negocios y la visión de Caritas in Veritate" Por Cdor. Fernando Di Pasquale Director de la carrera de Contador Público y de la Carrera de Graduado en Organización Bancaria de la Pontificia Universidad Católica Argentina Dada la relevancia del tema parece oportuno comenzar por hacer un breve comentario respecto de las relaciones interpersonales y los negocios. Las personas, como agentes económicos, se encuentran en el mercado para intercambiar bienes y servicios, buscando satisfacer sus necesidades y deseos y estableciendo entre sí una compleja red de relaciones, la mayor parte de las cuales se formalizan en contratos. Este sistema de relaciones interpersonales que se forja en el mercado, para funcionar en modo armónico, debe basarse en la existencia de una confianza recíproca y generalizada, sin las cuales el mercado no puede cumplir plenamente su propia función económica. Hoy resulta evidente que las fallas de mercado que, a partir de setiembre de 2008 con la caída de Lehman Brothers, produjeron el estallido de la crisis global en la que aún estamos inmersos y cuyas graves consecuencias todavía siguen siendo impredecibles; tuvo entre sus causas una importantísima pérdida de confianza, en los cuales incidieron componentes subjetivos, característicos de los vínculos interpersonales que se establecen en el mercado. Tal es así que en el documento elaborado por el G-20 en abril de 2009 denominado "Una crisis global exige una solución global", menciona en el punto cuarto que: “se compromete a hacer lo que sea necesario para: restablecer la confianza, como aspecto prioritario de una serie de compromisos para que , entre otras cuestiones , se apuntale la prosperidad; y construir una recuperación inclusiva, ecológica y sostenible. Podemos recordar que cuando se expusieron los Financiero de USD 700 mil millones por parte del el presidente de la Comisión Bancaria del Senado, Dodd subrayó que el “origen de la crisis reside en negligencia de las regulaciones públicas”. fundamentos del Rescate Gobierno Norteamericano, el demócrata Cristopher la codicia privada y la Para superar los daños producidos por la crisis, no parece que alcance con las iniciativas adoptadas o propuestas por gobiernos, organismos multinacionales y expertos, tales como la inyección de cuantiosos fondos para reducir agujeros negros en entidades o el establecimiento de nuevas normas y procedimientos regulatorios. A esas y otras medidas tendientes a atenuar los efectos de la crisis, es preciso sumar acciones que apunten a remover sus causas más profundas, que son de naturaleza subjetiva, personal, cultural y espiritual. Para discernir esas causas mediatas y considerar el modo de actuar sobre ellas, encontramos una valiosa fuente de inspiración en la reciente carta encíclica “Caritas in veritate” de Benedicto XVI, quien tardó casi 2 años para terminarla , seguramente porque debió revisar y reescribir tras el inesperado “tsunami” financiero producto seguramente de la crisis de valores. Dice ahí el Papa que “la crisis nos obliga a revisar nuestro camino, a darnos nuevas reglas y a encontrar nuevas formas de compromiso, a apoyarnos en las experiencias positivas y a rechazar las negativas. De este modo, la crisis se convierte en ocasión de discernir y proyectar de un modo nuevo. Conviene afrontar las dificultades del presente en esta clave, de manera confiada más que resignada”. Desde esa perspectiva, sin quitar nada a las indispensables intervenciones de regulación y a las necesarias formas nuevas de control, que esperemos no terminen sofocando al mercado financiero global, conviene tener en cuenta la necesidad de intervenir sobre los componentes de la matriz cultural del sistema económico-financiero que condujeron a la actual crisis, para impedir que surjan en el futuro episodios análogos. Uno de los factores que incidió en establecer aquella matriz cultural fue la creciente separación entre finanzas y producción de bienes y servicios, que en las últimas décadas se extendió a casi todo el sistema económico y condujo a una búsqueda constante de resultados financieros cada vez más rápidos y desmedidos. Afrontar ese y otros desvíos requiere asumir, como lo plantea la encíclica papal, que “toda decisión económica tiene consecuencias de carácter moral” y que “la ganancia es útil si, como medio, se orienta a un fin que le dé un sentido, tanto en el modo de adquirirla como de utilizarla”. En contraste, “el objetivo exclusivo del beneficio, cuando es obtenido mal y sin el bien común como fin último, corre el riesgo de destruir riqueza y crear pobreza”. Los efectos destructivos y empobrecedores de las ganancias mal habidas y que no atienden al bien común, quedaron probados con la incidencia que esos tipos de comportamientos tuvieron en el desencadenamiento de esta crisis y sus efectos deletéreos por ejemplo el desempleo y la pobreza, entre otros. Preocupantes son las situaciones hipotéticas respecto del desempleo si las actuales tendencias a la baja continúan sobre la base de los datos actualmente disponibles a nivel mundial. El número de desempleados en el mundo alcanzó cerca de 212 millones en 2009 tras experimentar un incremento de 34 millones comparado con 2007, en vísperas de la crisis global, dice la Organización Internacional del Trabajo OIT en su informe anual. En los Países Desarrollados y la Unión Europea, se espera que otras 3 millones de personas se queden sin trabajo durante el año 2010. El informe de la OIT señala además que 633 millones de trabajadores y sus familias vivían con menos de 1,25 dólares estadounidenses por día en 2008. Según este último informe otros 215 millones de trabajadores estaban en riesgo de caer en la pobreza en el año 2009. Esos efectos son también resultado de la difusión de la eficiencia como criterio último y casi único de justificación de la realidad económica, lo que condujo a legitimar a la codicia como si fuera una virtud cívica y a aceptar la instalación de cierto afán desmedido por la maximización de ganancias en el cortísimo plazo. Como señaló el secretario de Estado de la Santa Sede, cardenal Bertone al presentar la encíclica “Caritas in veritate” al Senado de Italia, esa matriz cultural tendió a que el greed market (mercado codicioso) sustituyera al free market (mercado libre), validando la frase de Gordon Gekko, personaje de la película "Wall Street" de 1987, cuando decía: "Greed is good, greed is right" (“La codicia es buena, la codicia es justa”). Entre los desafíos que nos plantea la crisis actual está lograr que los actores del sistema económico y financiero, recuperen el apego a principios tradicionales de la ética social, como la transparencia, la honestidad y la responsabilidad. En pocas palabras: La economía necesita de la ética para generar confianza y lograr un correcto funcionamiento en caso contrario se enfrenta a la sociedad. En palabras de Benedicto XVI se trata de procurar que “los agentes financieros redescubran el fundamento ético de su actividad para no abusar de aquellos instrumentos sofisticados con los que se podría traicionar a los ahorristas” y demostrar que “recta intención, transparencia y búsqueda de los buenos resultados son compatibles y nunca se deben separar”. La economía no es éticamente neutra, ni inhumana o antisocial por naturaleza, sino una actividad humana cuyas consecuencias dañosas no deben ser achacadas a “la economía” misma, al “mercado libre” o al “sistema capitalista”, sino a las personas que gestionan, a su conciencia moral y su responsabilidad personal y social, quienes en ocasiones toman decisiones contrarias al bien común, a impulso de una razón oscurecida. No fueron infrecuentes tales comportamientos entre quienes integran cierta clase cosmopolita de dirigentes de empresas, que a menudo responden sólo a las pretensiones de los nuevos accionistas, compuestos generalmente por fondos de inversión anónimos. Pero también deben ser reconocidos aquellos empresarios que, comportándose conforme a criterios más previsores y responsables, adoptaron cursos de acción que posibilitaron la continuidad en el tiempo de esas entidades y no se desentienden de los lazos que las empresas que administran tienen con las comunidades del territorio o los territorios donde desarrollan su actividad. En conclusión, si es verdad que la responsabilidad esencial de la crisis es atribuible a las personas que adoptaron las decisiones erróneas que produjeron su estallido, también lo es que el recurso estratégico para superarla de modo sustentable serán las buenas decisiones que tomen las personas que componen el capital humano. Un capital humano que en la actual sociedad del conocimiento y la globalización, pasó a ser el factor productivo decisivo y una fuente de riqueza más importante que el capital financiero y el capital físico. Tal cual dice Benedicto en la Encíclica: “el primer capital que se ha de salvaguardar y valorar es el hombre, la persona en su integridad: «Pues el hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económico-social». Creemos que la mejora de la calidad de crecientes dotaciones de capital humano es uno de los caminos principales para superar esta crisis y sobre todo para evitar recaer en ella y en el logro de ese objetivo, el sistema educativo tiene un papel de especial significación. En especial las Universidades, en las que se forman muchos de quienes son o serán los responsables de las principales tomas de decisiones. Habría que pensar si nuestras universidades deberían reforzar sus estrategias a partir de la crisis, en la perspectiva de formar no solo buenos profesionales sino también futuros hombres de negocios y dirigentes de empresas que adhieran a valores y procuren el bien común, capaces de tomar decisiones que tiendan al equilibrio y la armonía entre el interés individual y el interés general, conscientes de sus deberes, honestos, competentes y con un sentido de lo social que evite que los ciegue el amor a la riqueza. Es por ello que destaco el rol de los ámbitos universitarios en el soporte para el logro de estos objetivos, el cual debe estar a su vez sustentado por políticas públicas claras que acompañen. En tal sentido estoy convencido que nuestro gran desafío es mejorar la calidad del capital humano de quienes trabajamos o estamos de alguna manera relacionados con la educación de futuros dirigentes-empresarios. Al decir educación me refiero no sólo a la instrucción o a la formación para el futuro profesional o laboral , que son causas importantes para el desarrollo, sino a la formación completa de la persona, como dice la Encíclica. Como conclusión creo que debemos acercar aún más el vínculo del saber con la ética y los negocios. Celebro nuevamente tipo de encuentros. la discusión de estos temas y la organización de este