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Homilía de Mons. Emil P. Tscherrig, nuncio apostólico en Argentina.
Asunción: VIII Encuentro Nacional de Docentes Universitarios Católicos
(ENDUC-8) 17 de mayo de 2015
Estimados Docentes Universitarios,
Queridas hermanas, queridos Hermanos en Cristo:
Lo considero un privilegio especial poder celebrar la fiesta de la Ascensión del
Señor con Ustedes, los Docentes Universitarios Católicos de la Argentina. Les
saludo cordialmente en nombre del Papa Francisco que, ya como Arzobispo
de Buenos Aires, ha siempre manifestado una profunda pasión y gran amor
para todos los niveles de educación. Él conoce el desafío que la educación en
general, y aquella católica en particular debe afrontar en nuestros días, los
acompaña con su solicitud de pastor y les envía su Bendición Apostólica.
Según la primera lectura de hoy, Cristo ascendió al cielo después de haber
dado sus últimos instrucciones a los Apóstoles (Hech 1, 1-11). Además, dio
muchas pruebas que vivía, apareció a los discípulos y les habló del Reino de
Dios. Les pidió no alejarse de Jerusalén y esperar la promesa del Padre: el
don del Espíritu Santo. Por medio del Espíritu serán testigos de Jesús hasta
los confines de la tierra. Después de haber dicho esto, relatan los Hechos de
los Apóstoles, ellos lo vieron elevarse, y una nube lo ocultó de su vista. Y
aparecen dos hombres vestidos de blanco, que les preguntaron: “Hombres
de Galilea, ¿por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido
quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto
partir” (v. 11). La descripción de la Ascensión en el evangelio de Marcos es
mucho más concisa: Él simplemente relata que Jesús fue llevado al cielo y
está sentado a la derecha de Dios (Mc 16, 15-20).
El Nuevo Testamento describe el lugar hacia el cual la nube llevó a Jesús
usando el lenguaje del salmo 110,1 que dice: “Palabra del Señor a mi Señor:
Siéntate a mi derecha y ve cómo hago de tus enemigos la tarima de tus pies”.
Por lo tanto ¿qué cosa significa el “estar sentado” o “estar de pie” a la
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derecha de Dios? - El Papa emérito Benedicto XVI, en su libro “Jesús de
Nazaret” (p. 238 edición inglesa), explica que ello no se refiere a cualquier
distante espacio cósmico, donde Dios ha puesto su trono y donde ha dado a
Jesús un lugar a su lado. No, Dios no se encuentra en un espacio entre otros
espacios. Dios es Dios, el es el origen y el fundamento de todo lo que existe,
pero el mismo no es parte de eso. Dios se relaciona con todo espacio como
Señor y Creador. Por lo tanto su presencia no es espacial, sino divina. Estar
sentado a la derecha de Dios significa por tanto participare de este dominio
divino sobre el espacio. Jesús resucitado que asciende al cielo no se va hacia
una estrella lejana, sino que él entra en la comunión de poder y vida con el
Dios vivo y verdadero. Entonces, Él no “se marchó”, sino que ahora y por
siempre, por su propio poder de Dios, Jesús permanece con nosotros. Él se
ha ido para venir a nosotros como Dios y Salvador hasta el fin del mundo.
Queridos profesores, la Iglesia católica desde el inicio de la evangelización de
estas tierras ha contribuido substancialmente al desarrollo histórico de la
Argentina. El corazón de toda esta obra de la Iglesia era y sigue siendo Cristo
resucitado, el Señor de la historia, en el cual y por el cual todo lo que existe
ha sido creado. El anuncio central de esta verdad debe por lo tanto
impregnar todos los servicios de la Iglesia, y sobre todo el ámbito de la
educación. Precisamente por eso la educación es una misión, por la cual el
bautizado, con el testimonio de su propia vida, da esperanza a los jóvenes,
los anima a buscar la verdad y a construir su vida sobre fundamentos seguros
que resistan la corrupción del tiempo.
Por eso me parece importante que Ustedes vean en sus alumnos personas
que no son solamente el futuro de la nación, sino personas que por su propia
vocación están destinadas a la plenitud de la vida con Dios. La educación de
los jóvenes que ponen su vida en sus manos no puede limitarse a formar
solamente técnicos y expertos, sino hombres y mujeres que también
adquieren la capacidad de pensar independientemente, de vivir como
cristianos y ser solidarios con los demás. Su misión nunca es sólo la
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transmisión de información o la preparación de los estudiantes para la vida
económica de la sociedad, sino que siempre es formación “a vivir en
plenitud”, trasmitir esta sabiduría que los ayude a conocer al Creador
porque”, como dice bien el autor del antiguo Libro de la Sabiduría, ”en sus
manos estamos nosotros y nuestras palabras y toda la prudencia y destreza
de nuestras obras” (Sab. 7, 16). El Papa Francisco habla de plenitud de la
existencia humana que supera “la mentalidad tecnicista juntamente con la
búsqueda del mesianismo profano” (Bergoglio, Educar: Exigencia y pasión”, 9)
y continúa diciendo que “La tentación de la educación es ser gnóstica y
esotérica, al no saber manejar el poder de la técnica desde la unidad interior
que brota de los fines reales y de los medios usados a escala humana” (idem).
Desde siempre la Iglesia ha percibido con claridad esta dimensión
trascendente de la educación. Pero ¿cómo enseñar esta dimensión de la fe
en las disciplinas propias y despertar la sensibilidad por las cosas
trascendentes en nuestros estudiantes? - ¿Come enseñar la presencia real y
creativa en el mundo del Cristo que ascendió a la derecha del Padre? - Creo
que el prólogo al evangelio de San Juan nos pueda ayudar en esta empresa.
Juan introduce un término griego para describir el misterio de la persona de
Cristo y lo llama “Logos”, es decir razón creadora, palabra. Según el Papa
Benedicto, el cristianismo es la religión del Logos, que “atribuye el origen y el
sentido de la realidad a la Razón creadora, que en el Dios crucificado se
manifestó como amor”. (Discurso del 3 de mayo de 2012, quincuagésimo
aniversario de la Facultad de Medicina de la Universidad del Sagrado Corazón,
Roma).
Por lo tanto, la misma estructura de la creación se abre a la inteligencia
humana porque contiene los trazos del espíritu creador de Dios. Los misterios
ocultos del universo revelan también, en su belleza y majestad, la bondad del
creador y su amor por todo lo creado. Pero atrás de esta fuente originaria de
cada ser encontramos una persona, que por amor se hizo hombre, murió por
nosotros, ascendió al cielo y ahora está sentado a la derecha de Dios Padre.
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Una posición clara sobre Cristo vivo y Señor de la historia nos liberará de los
tantos dioses del nuestro tiempo, de las ideologías, de los fundamentalismos
y del supermercado religioso. El entonces Cardenal Bergoglio advertía
también del sincretismo conciliar “que fascina por su apariencia de
equilibrio” y que “Evita el conflicto no por resolución de la tensión polar sino
simplemente por balanceo de fuerzas” (idem, p. 10-11). Esta manipulación
conduce finalmente a un relativismo que produce “incertidumbre contagiada
de mediocridad, que es la tendencia actual a desacreditar los valores o, por lo
menos, que propone un moralismo inmanente que pospone lo
transcendente reemplazándolo con falsas promesas o fines coyunturales”
(idem, 11).
Por lo tanto es necesario redescubrir en nuestros sistemas de educación la
unidad de las materias a través las huellas del mismo espíritu de Dios que
está presente en todas las cosas. Toda materia enseñada puede entonces
abrir la mente a la fe, por la que el estudiante entra en el misterio de Dios y
de la propia existencia. La enseñanza, sobre todo en las escuelas y
universidades católicas, debería basarse sobre esta racionalidad de la fe que,
como último paso y con la gracia de Dios, debería conducir al encuentro con
la persona del Logos, con Cristo el Hijo de Dios, el camino la verdad y la vida.
Estimados profesores, hacer descubrir a sus alumnos a través de la
racionalidad de las cosas al creador, es una aventura que abre la mente y el
corazón a la belleza y a la bondad del creador y nos pone en sintonía con la
inteligencia divina, cuyos trazos nuestro espíritu es capaz de entender. Así el
estudio sigue la mejor tradición cristiana, que se expresa en la mutua
fecundización entre fe y razón, y que según el Papa Benedicto “llevó al
cristianismo a convertirse en religión universal” (Diálogo con el filósofo
agnóstico italiano Paolo Flores d’Arcais: ¿Dios existe?, Buenos Aires, 2008),
que “atribuye el origen y el sentido de la realidad a la Razón creadora, que en
el Dios crucificado se manifestó como amor”, (Discurso del 3 de mayo de
2012, quincuagésimo aniversario de la Facultad de Medicina de la
Universidad del Sagrado Corazón, Roma).
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Queridos hermanos y hermanas, transmitir como creyentes a sus alumnos
este amor, que es también esperanza y promesa de vida futura, es la parte
más noble de su vocación. Por lo tanto, vale lo que el mismo Papa Benedicto
observó sobre la escuela, cuando dijo: “Una buena escuela educa
integralmente a la persona en su totalidad. Y una buena escuela católica,
además de este aspecto, debería ayudar a todos sus alumnos a ser santos”
(Universidad Santa María, Twickenham, 17.9.2010).
En fin, ustedes saben muy bien que educar significa, en primer lugar, amar.
Amar la profesión de maestro y de profesor, amar la disciplina que se enseña,
amar a la gran familia de la propia comunidad educativa y, finalmente, amar
a los alumnos, cada uno según su personalidad, sus talentos y sus dificultades.
Solamente el amor tiene el poder de cambiar las personas y de elevarlas
hasta poder lograr la plenitud de la vida. Educar por lo tanto es una pasión
que se transmite del maestro al estudiante en forma de enseñanza y
testimonio, la cual abre su mente, da alas al espíritu y hace sobrepasar la
pesadez de la materia. La obra del maestro acompaña al estudiante en el
descubrimiento de nuevos horizontes, les abre los ojos para ver la belleza de
lo creado y la dignidad de la vocación de la persona humana.
Enseñar con pasión no solamente cambia a las personas, sino con ellas
también el mundo, aunque a veces pensemos que hemos logrado nada. Al
respecto quisiera aplicar a su profesión de maestros lo que dice el Papa sobre
la misión. En Evangelii Gaudium escribe: La misión “Es algo que yo no puedo
arrancar de mi ser si no quiero destruirme. Yo soy una misión en esta tierra, y
para eso estoy en este mundo. Hay que reconocer a sí mismo como marcado
a fuego por esa misión de iluminar, bendecir, vivificar, levantar, sanar, liberar.
Allí aparece la enfermera del alma, el docente de alma, el político de alma,
esos que han decidido a fondo ser con los demás y para los demás” (EG, 273).
Es mi oración que su pasión de enseñar y el amor por los alumnos
lleven muchos frutos para el futuro de este querido País, y que el Señor
resucitado acompañe sus esfuerzos con los multiformes dones de su Espíritu
Santo. Amén.
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