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Palabras de apertura
XX Certamen Literario “P. Cosme”
Buenas tardes, de nuevo el Colegio de Nuestra Sra. de la Piedad abre su puertas
y nos acoge para celebrar la entrega de premios del Certamen Literario P. Cosme,
que este año cumple su vigésima edición. Podemos mirar con satisfacción el paso
de estos veinte años de nuestro certamen pues en este tiempo se ha ido
consolidando gracias a su renovación y apertura no sólo a los centros de nuestra
Congregación sino a la participación libre de todas aquellas personas que han
tenido conocimiento de él a través especialmente de nuestra página web, de ahí
que este año los participantes han procedido de muy diferentes lugares de la
geografía española: Oviedo, Valencia, Salamanca, Gijón, Cádiz, Badajoz, Zaragoza,
Burgos, Huesca, Alicante, Almería… junto a los centros de la Congregación en
España, Venezuela y Colombia.
Esta numerosa respuesta en la participación pienso que se debe, por una parte, a
que el certamen literario P. Cosme cada vez es más conocido y valorado y por
otra parte en que la actualidad del tema “El mundo está herido, tú puedes curarlo”
ha sido un aliciente para reflexionar, proponer y caer en la cuenta de la realidad
que vivimos y de nuestra responsabilidad ante esta situación de dolor, deterioro
e injusticia en que se ve implicada toda la humanidad y nuestro planeta.
Una realidad es que de alguna forma, todos nos sentimos responsables. Si,
nuestros participantes han señalado muchas heridas de nuestro mundo causadas
por el ser humano: un ser que bombardea a sus semejantes, que tortura, que
mata…; un ser humano poco tolerante, poco respetuoso, que generaliza y
condena a los que no piensan como él; un ser humano que no diferencia entre
muertos y daños colaterales; que maltrata a los animales y extingue especies; que
no gestiona equitativamente los recursos de la tierra, que va siempre demasiado
deprisa para conseguir las cosas, sin pararse a pensar que en su derroche provoca
el hambre y la miseria de los demás…Heridas causadas por el egoísmo, por
buscar sólo nuestros propios intereses, por mirar hacia otro lado o ser indiferente
ante el dolor de nuestros semejantes…pero lo más hermoso de estas reflexiones
plasmadas en los trabajos literarios ha sido el comprobar que sí, hay curación para
todas estas heridas y una curación que pasa por el compromiso personal, por
mirar cada uno dentro de sí mismo y comprobar que podemos curar nuestro
mundo, podemos curar el dolor de nuestros hermanos, podemos curar y sanar
muchas heridas. Así nos lo recuerda una de nuestras premiadas: “La cura está en
nuestras manos…sólo debemos saber cómo usarla para reparar la herida del
mundo que se desangra, antes de que no se pueda volver atrás… quizás el mundo
sólo necesita que abramos los ojos y demos la cara por él, para poder sanarlo”.
Por eso el tema tratado en este año es también una puerta abierta a la esperanza,
al comprobar que a lo largo de la historia y también en la actualidad existen
personas que día a día y con un trabajo anónimo y desconocido tratan de curar
las heridas de los que encuentran en su camino, así las encontramos en nuestras
familias: personas que siempre están disponibles para consolar, animar, echar una
mano, facilitar las relaciones…; en nuestro trabajo: los que siempre tienen tiempo
para escuchar, los que se prestan a hacer lo que nadie quiere, los que alegran el
ambiente y tienen la palabra oportuna... tanto bien que se hacen realidad gracias
a centenares de personas voluntarias que dan su tiempo para acompañar a los
ancianos, ayudar a los emigrantes, repartir alimentos, cuidar enfermos, propiciar
actividades de tiempo libre y una interminable lista de actividades de acción
social fruto especialmente de la solidaridad y el amor.
En nuestra mente estamos recordando muchas de estas personas y hoy queremos
evocar de forma especial a una de ellas, que nos ha convocado y reunido aquí, en
su casa: Cosme Muñoz, un hombre que supo ver las heridas de su mundo y
escuchar el grito de los que más sufrían, entregando su vida a sanar y curar a los
más desprotegidos. Son múltiples los testimonios que encontramos en su
biografía de su caridad extrema: desprendimiento de sus bienes en favor de los
pobres vergonzantes, entrega de limosnas, alimentos y medicinas a un buen
número de familias para cubrir sus necesidades, visita a los pobres encarcelados a
los que socorría con alimentos, asistencia a las mujeres arrepentidas, cercanía y
consuelo a los enfermos y leprosos. Pero especialmente serán las niñas
huérfanas y pobres a quien entregará toda su vida y sus fuerzas para
proporcionarles un presente digno, con sus necesidades básicas cubiertas y una
formación cristiana y humana a través de la educación que les facilitará un futuro
con recursos materiales y espirituales para enfrentarse a la vida con seguridad y
preparación.
En esta tarde agradezcamos y celebremos el recuerdo de nuestro Fundador y de
tantas personas que han posibilitado y siguen haciendo un mundo más sano, más
alegre, más solidario y más humano con su esfuerzo y compromiso personal.
Estamos en Adviento, el tiempo de la esperanza, una esperanza que nos conduce
hacia la Navidad donde cada año recordamos que Dios apostó por nuestro
mundo y abrió el camino de la fraternidad universal, llamando a todos los
hombres y mujeres de buena voluntad a trabajar por la reconciliación y la paz, el
perdón y la curación.
Termino recordando una frase del Papa Francisco que proponía uno de los
participantes: “El mundo nos necesita, siempre hay un camino, nada es imposible.
La fuerza del amor mueve el mundo”.
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