Desde que estalló esta última crisis, la mayoría de los trabajadores hemos sufrido despidos, EREs, o, al menos, un importante deterioro en nuestros salarios y condiciones laborales. Es cierto que muchas empresas tienen dificultades para vender sus mercancías, pero no lo es menos que los empresarios están aprovechando la coyuntura para fusionar capitales y aumentar sus ganancias a costa de empeorar la situación de los obreros. Por eso, es justo que los asalariados nos sintamos indignados y exijamos a nuestra representación sindical que lleve a cabo una demostración de fuerza frente a la arrogancia de la patronal. Por eso, los comunistas consideramos muy oportuna la movilización general convocada por CCOO y UGT para el 12 de diciembre, bajo la consigna: “¡Que no se aprovechen de la crisis!” y llamamos al conjunto de la clase obrera a participar en ella de manera combativa. Que no nos engañen Sin embargo, los comunistas advertimos que, para defender los intereses de los trabajadores, es insuficiente el análisis de la crisis que hacen las direcciones sindicales convocantes, así como las medidas que proponen para resolverla. El hundimiento del sistema financiero desregulado no ha sido la causa última de la actual “gran crisis de principios del siglo XXI”, sino su desencadenante último y la consecuencia de una crisis en la propia producción (réplica del “terremoto” económico que estremeció al mundo capitalista en los años 70). Hace mucho tiempo que el capitalismo transformó la pequeña producción individual en gran producción social. La propiedad privada del trabajador sobre su propio producto ha cedido su lugar a la propiedad privada de un puñado de capitalistas sobre el producto del trabajo colectivo de millones de asalariados. Si, antiguamente, la suerte del productor-propietario en la competencia mercantil sólo tenía consecuencias para él mismo, una vez que el capitalismo se ha desarrollado, el éxito de la producción en el mercado beneficia exclusivamente a sus usurpadores, mientras que su fracaso lo sufren los trabajadores en forma de despidos y rebajas en salarios y condiciones laborales. Las gigantescas fuerzas productivas (mercancías, empresas, tecnología, empleos…) que el capital ha promovido –no para satisfacer las necesidades la mayoría, sino para procurarse ganancias- reclaman que se las dirija conforme a su nueva naturaleza social: no de la forma caótica y antagónica que corresponde a los intereses privados de sus actuales dueños, sino mediante la posesión colectiva de los medios de producción por el conjunto de la sociedad y su utilización planificada. A la espera de que esto ocurra, el capitalismo salva periódicamente este conflicto mediante crisis económicas en las que destruye masas de esas fuerzas productivas para poder volver a ponerse en marcha. La Segunda Guerra Mundial le aseguró tal destrucción que progresó a todo vapor durante unos treinta años. Pero, desde entonces, la producción capitalista tropieza con los mercados – principalmente, con la escasa capacidad de compra de los trabajadores- y sufre achaques cada vez más graves. Trata de sortearlos mediante sucedáneos financiero-especulativos (burbujas) que nos abocan a la catástrofe. Así que, si bien es cierto que el hundimiento de unas finanzas “desreguladas” y los “excesos” de los ricos han arrastrado a la producción, previamente, lo que ha llevado al capital a esta orgía financiera ha sido su incapacidad para mantener sus ganancias mediante la venta de su stock de mercancías (aunque las necesite la población, carece de dinero suficiente para comprarlas). Por eso, reclamar un mercado con reglas, un Estado no “raquítico” (en realidad, sólo es raquítico para proteger a los trabajadores pero no para beneficiar a los capitalistas), un cambio de actitud de las organizaciones empresariales, unas políticas más ambiciosas por parte de los gobiernos, etc., sólo es justo para conseguir movilizar a las masas menos conscientes y más engañadas de la clase obrera, para que comprueben por su propia experiencia la verdadera naturaleza del capitalismo. Pero se convierte en una grave ingenuidad cuando se alimenta en ellas la ilusión de que podemos hallar una salida a la crisis que sea satisfactoria tanto para los trabajadores asalariados como para la oligarquía financiera y la clase capitalista en general. Éstos, lejos de escurrir el bulto ante la crisis, se implican en su “solución”, aunque no sea la que nos conviene: más despotismo patronal, más impuestos para las rentas bajas, otra reforma laboral para redoblar la explotación de los trabajadores, etc. El Gobierno y la oposición derechista comparten esta solución, con la única diferencia de que el PSOE la disfraza con una hipócrita defensa de los derechos de la clase obrera, mientras que el PP y la CEOE defienden abiertamente que enriquecer al capitalista es lo mejor para el trabajador asalariado. Es evidente que, sin capital, no puede haber trabajo asalariado ni la miseria que conlleva. Pero sí que es posible el trabajo y la prosperidad del trabajador si prescindimos del capital y, como clase obrera, tomamos en nuestras manos la dirección de la producción social para satisfacer las necesidades del conjunto de la población. Tomemos la iniciativa Para evitar que los capitalistas devalúen o deterioren nuestra situación, los proletarios no debemos mendigar acuerdos con ellos sino arrancarles concesiones mediante nuestra lucha masiva y contundente. Pero, aun así, esas concesiones sólo serán temporales, mientras que prevalecerá la tendencia a empeorar nuestras condiciones de vida y de trabajo si la dominación capitalista persiste. No existe una solución aceptable a la vez para explotadores y para explotados. O nos sacrifican para salvar al capital o sacrificamos a éste para salvarnos. Debemos desconfiar de la clase capitalista y de sus políticos a sueldo, y asumir la necesidad de unirnos como clase contra ellos para avanzar hacia la reorganización socialista de la economía, hacia el poder obrero. En los últimos años, la conciencia de clase de las masas trabajadoras ha retrocedido mucho. Es inevitable que esto haya debilitado la firmeza política de los sindicatos de masas, más allá de la parte de responsabilidad que tienen por ello muchos dirigentes sindicales y de la evidente corrupción en algunos casos. Además, si los grandes sindicatos deben movilizar a la mayoría de los trabajadores en la defensa de sus reivindicaciones cotidianas, no podemos exigirles un programa directamente socialista. Pero, al mismo tiempo, los proletarios más conscientes debemos combatir toda actuación que comprometa la futura recuperación del movimiento obrero como movimiento de clase, independiente, insobornable y revolucionario. Para esto, no se necesita crear nuevos sindicatos que fragmenten todavía más a la clase obrera, sino, al contrario, basta con reunir la mayor parte de los existentes, partiendo de las empresas, en un frente sindical de clase, primero esporádico y, luego, permanente. Organizar esta labor, y llevarla hasta el objetivo de construir la unidad de la clase obrera en una sola Confederación Sindical confrontada a la clase capitalista, exige que los proletarios más avanzados vayamos superando nuestras divisiones del pasado mediante la discusión, la autocrítica y la acción común para reconstituir el gran Partido Comunista que se merece nuestra clase social. Esta necesidad se abrirá camino a pesar de las dificultades. Unión Proletaria seguirá luchando por realizarla, ofreciendo en sus filas un puesto de combate a quien comprenda que es la verdadera prioridad. ¡Que no se aprovechen los capitalistas de la crisis! ¡Abajo las ilusiones conciliadoras! ¡Viva la lucha de la clase obrera! ¡Por la república democrática y el socialismo! Diciembre de 2009 www.unionproletaria.net [email protected] Apdo. Correos 51498 - 28080 Madrid