El siglo XIX constituye una etapa especialmente agitada en la historia europea: revolución industrial, consolidación del capitalismo, auge de la burguesía y del proletariado (anunciando lo que será la lucha de clases)… En este escenario tan convulso surge, en el último cuarto del XVIII, el Romanticismo, un movimiento filosófico y literario que reacciona contra la razón ilustrada, incapaz de eliminar los problemas de los hombres y de explicar y ordenar el mundo. Nace un nuevo espíritu caracterizado por su poder creador, irracionalista y subjetivo, que da prioridad a la imaginación, el sentimiento y la pasión, lo que supone, estéticamente, una ruptura con el Neoclasicismo. El Romanticismo en España, aunque tardío y fugaz, dejó tras de sí algunos géneros importantes: el drama en el del teatro, la novela histórica y la leyenda en el terreno de la narrativa, y el romance, casi olvidado durante el siglo XVIII, para la poesía. Y no se puede olvidar la recuperación de valores como el subjetivismo y la liberación de la pesada carga que supuso el didactismo durante todo el siglo XVIII. El drama fue uno de los géneros más característicos del Romanticismo: los autores románticos se rebelaron contra las normas del teatro neoclásico (división de la obra en jornadas (actos), que oscilaban además entre una y siete y que se dividían, a su vez, en diversos cuadros; mezcla de verso y de prosa, ruptura con la regla de las tres unidades, mezcla de lo cómico y lo trágico…) y sus tramas (muchas de origen histórico o legendario) se componen de amores imposibles, pasiones ilícitas, venganzas, choques con la autoridad y destinos trágicos de unos personajes misteriosos, rebeldes y marginales. Entre todas los dramas románticos destacan, por su importancia y éxito, Don Álvaro o la fuerza del sino (1835), del Duque de Rivas y Don Juan Tenorio (1844), de Zorrilla. El primero trata sobre la fatalidad, la venganza y el honor (don Álvaro, enamorado de doña Leonor, la hija de un noble sevillano que se opone a su relación, mata a éste accidentalmente, momento desde el cual los hermanos de Leonor buscarán una venganza que acabará con la muerte de todos); en el segundo se aborda el mito de don Juan, pero la conversión final del protagonista antes de morir, redimido por su amada doña Inés, termina con la visión trágica de las principales obras románticas y es, de hecho, el último gran drama romántico. En la narrativa, la atracción por el pasado histórico y la influencia de Walter Scott propiciaron el desarrollo de la novela histórica, centrada sobre todo en la época medieval, una época que los románticos idealizan y en la que lo heroico se mezcla con lo legendario, como en El señor de Bembibre (1844) de Enrique Gil y Carrasco. El aumento en esta época de la edición de libros y el desarrollo del periodismo ayudaron a difundir la novela de folletín (las condiciones del proletariado eran el tema favorito, con una tendencia al maniqueísmo de buenos y malos, a la sentimentalidad y a los elementos melodramáticos). Ligados al periodismo también podemos encontrar los cuadros de costumbres, breves textos descriptivos que reflejan distintos aspectos de la sociedad de la época (modos de vivir, costumbres populares o tipos representativos). Los autores más destacados de este costumbrismo que alaba lo tradicional y los castizo frente a los efectos del progreso o las influencias extranjeras fueron Mesonero Romanos (Panorama matritense y Escenas matritenses) muy centrado en la ciudad de Madrid) y Estébanez Calderón (autor de Escenas andaluzas). Por su labor ensayística, Larra es considerado el creador del artículo literario en España. Su obra suele dividirse en tres bloques: los artículos de crítica literaria (la mayoría centrados en obras teatrales), los artículos políticos (que reflejan su ideología liberal) y los artículos de costumbres (que, lejos de la mera intención descriptiva y pintoresca de los cuadros de costumbres, suponen una fuerte crítica contra la ignorancia, el atraso, la ramplonería y los valores y usos sociales de la época). Mención aparte merece la obra prosística de Bécquer, que desarrolla en la segunda mitad del XIX, cuando ya el Realismo llama a la puerta. Destacan sus leyendas, veintiocho relatos con claros rasgos románticos, como el amor imposible (El rayo de luna), lo misterioso y sobrenatural (Maese Pérez el organista; el Miserere) o lo exótico (El caudillo de las manos rojas); fueron publicadas en su mayoría durante su época como redactor de El contemporáneo (1860-1865). La poesía de la primera mitad de siglo se caracteriza por la mezcla de géneros y estilos. En un primer momento, destaca la poesía narrativa e histórica, que recreó leyendas, tradiciones, cuentos populares y romances, e incorporó elementos maravillosos o fantásticos (como El estudiante de Salamanca, de Espronceda). Otra tendencia es la poesía filosófica, de tipo social, que denuncia los defectos de la sociedad moderna y lucha contra la injusticia. En esta poesía destaca El diablo mundo (también de Espronceda), el poeta romántico más importante junto con Bécquer. Finalmente, la tercera tendencia de la poesía romántica es la poesía lírica, centrada en los conflictos entre el individuo y el mundo (con un marcado retoricismo caracterizado por un tono elevado y declamatorio del que constituye un buen ejemplo las canciones de Espronceda y sus protagonistas: piratas, mendigos, reos de muerte, verdugos, cosacos y cautivas, tipos todos ellos marginales). Hacia mediados de siglo, la poesía del alemán Heine (con composiciones breves de estructura simple, intimistas y subjetivas) y el gran interés que suscitó la lírica popular, marcó en la poesía romántica española un nuevo camino en pos de la sencillez temática y la concisión expresiva. Los principales cultivadores de este tipo de poesía fueron Rosalía de Castro (con poemarios como Cantares Galegos (1863), Follas novas (1880) y En las orillas del Sar (1884), en los que se mezclan sentimientos de nostalgia con los de dolor y desengaño) y Gustavo Adolfo Bécquer, acaso el poeta más importante del XIX, autor de las Rimas. Frente a la poesía altisonante y grandilocuente del primer Romanticismo, Bécquer crea una poesía sencilla, depurada de todo retoricismo vano, una poesía de la que bebieron las más destacadas figuras poéticas del siglo XX, desde Juan Ramón Jiménez hasta muchos poetas de la Generación del 27 (Cernuda, Alberti, Salinas), pasando por Antonio Machado. En cuanto a la influencia del primer Romanticismo (el de la primera mitad del XIX), aunque muchos de sus aspectos parecen anclados inevitablemente en la sensibilidad de un momento preciso, hay que tener en cuenta que ese momento fue, en cierto modo, el estallido estrepitoso de muchas cosas con las que entramos en nuestra contemporaneidad. Así, en el teatro, nunca más se volverán a defender conscientemente las llamadas “reglas clásicas”, y se investigarán sin cesar nuevas libertades en la construcción escénica. En la poesía, el giro hacia un lirismo subjetivo (unido a la depuración retórica de Bécquer de la que acabamos de hablar) no dejará de tener vigencia hasta hoy. Y en cuanto a la prosa, ya hemos visto el decisivo papel de Larra en la creación del artículo literario y del periodismo crítico.