Apuntes García Márquez

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GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ
Gabriel García Márquez nació el 6 de marzo de 1928, en Aracataca, un pueblo de la costa
atlántica colombiana. Perteneció a una familia de clase media, de padre inmigrante y madre
perteneciente a una familia eminente del lugar, pero de humilde oficio, telegrafista. Su infancia la
pasó junto a sus abuelos y él recuerda a su abuelo como “la figura más importante de mi vida”. De
esos primeros ocho años de infancia prodigiosa surge lo esencial de su posterior universo narrativo
y mítico: el abuelo como prototipo de patriarca familiar, la abuela como modelo de las “mamás
grandes” civilizadoras, la vivacidad del lenguaje campesino, o la natural convivencia con lo mágico,
así como el mundo caribeño, desmesurado y fantasmal de Aracataca, aparecerán transfigurados por
la ficción, en muchas de sus obras.
Lo enviaron a estudiar bachillerato a diferentes internados y él recuerda este tiempo como
años de reclusión, soledad y lectura. En Bogotá empezó a estudiar Derecho y aunque llega hasta el
final de los cursos, no llegó a graduarse; le aburría la carrera. Sin embargo, este periodo le permitió
conocer a algunas personas que fueron decisivas en su vida, como Camilo Torres -el que luego será
cura guerrillero, cruelmente asesinado- y Plinio Apuleyo Mendoza. Asimismo, es el momento en
que empieza a escribir, para el periódico El Espectador, sus primeros cuentos y cuando comienza a
participar en manifestaciones políticas, a raíz del asesinato de Jorge Eliecer, político progresista
aspirante a la presidencia de Bogotá.
Al comenzar la década de los 50, en un viaje por Barranquilla, conoce a un grupo de
periodistas que van a orientar su vida hacia el periodismo y la literatura: aparece el columnista el El
Heraldo y el escritor de la primera novela, La hojarasca. Empieza a leer a Kafka, James Joyce,
Faulkner, Virginia Wolf y Hemingway y a asistir a las tertulias del Café Colombia. Allí, también
será donde conozca a Mercedes Barcha, quien es su compañera, hasta el momento actual.
De vuelta a Bogotá, en 1954, empujado por Álvaro Mutis, regresa a Bogotá, y al periódico
El Espectador, trabajando como reportero y crítico de cine. Esta apasionada dedicación, literatura y
periodismo, será determinante en obras como El náufrago (1955), Crónica de una muerte
anunciada (1981) o Noticia de un secuestro (1997).
En 1955 viaja, por primera vez, a Europa y, el que tenía que ser un breve viaje para alejarlo
de las iras gubernamentales que había levantado la publicación de El relato de un náufrago, se
convierte en una estancia de cuatro años, entre Ginebra, Roma y París. En la última se queda y
escribe La mala hora (1961) y, a partir de un episodio de esta obra, una de sus mejores novelas: El
coronel no tiene quien le escriba.
En 1958, regresa a América, entre otras cosas, porque sentía que se le “enfriaban los mitos”.
Al poco tiempo de instalarse en Caracas (Venezuela), es testigo del asalto al Palacio presidencial y
el derrocamiento del dictador Pérez Jiménez. Conocer estos hechos en su trabajo de periodista, le
llevó a fraguar una novela de tiranos, que reflexiones sobre el misterio del poder y la capacidad de
fascinación hipnótica de los tiranos; otras experiencias le ayudan a entender mecanismos de la
dictadura: el poder supremo del pontífice en Roma, la fanática pervivencia del culto a Stalin...
Tardará diecisiete años, pero de aquí surge la quinta de sus novelas: El otoño del patriarca (1975).
En 1960, triunfó la revolución cubana y él llegó a Prensa Latina, agencia de noticias creada
por el gobierno cubano, para contrarrestar la propaganda contra Cuba. En 1961, se instala en Nueva
York, como corresponsal de la agencia. Es el momento de mayor campaña anticastrista y las
continuas amenazas de la CIA y de los exiliados cubanos le hacen temer por la seguridad de su
familia.
Recala en México y prueba suerte con su tercera afición: el cine, llegando a ser guionista de
El gallo de oro, en colaboración con Carlos Fuentes, una historia construida a partir de un cuento de
Juan Rulfo. Continuó con la película Tiempo de morir, de Arturo Ripstein, donde calan sus
obsesiones -la venganza, la muerte, el destino trágico, la soledad-; pero siente como decepcionante
su experiencia con el celuloide.
Entre 1961 y 1965, vive un periodo de sequía literaria, se siente fracasado. Sin embargo,
escapa de ese infierno con la escritura de la que, seguramente, es la más importante de sus obras:
Cien años de soledad (1967). Esta novela se sitúa en la primera línea del “boom” hispanoamericano
al que se debe, en buena parte, la atención que la crítica mundial prestó a la novela. La aparición de
esta novela constituye uno de los más grandes acontecimientos de la novela en lengua castellana.
Los variadísimos episodios, perfectamente hilvanados, cuentan la historia de una familia, los
Buendía, y del mundo que los rodea. La obra es una grandiosa síntesis de todos los elementos que
se han dado en la narrativa americana: la naturaleza, los problemas sociales y políticos, las
realidades humanas más elementales; pero, a la vez, todo ello apareced traspasado por fuerzas
sobrenaturales, por vientos mágicos; y el humor alterna con el aliento trágico, la fuerza vital con el
lirismo...
En 1975, aparece El otoño del patriarca, escrita según la técnica del monólogo mútliple
(voces diferentes que cuentan desde perspectivas diferentes la misma historia) y entre estas dos
últimas novelas un libro de cuentos La increíble y triste historia de la cándida Eréndida y de su
abuela desalmada (1972), que surgen a partir de un episodio de Cien años de soledad.
En 1981, escribe Crónica de una muerte anunciada, novelando hechos reales acaecidos en
Sucre, durante su juventud y asumiendo por primera vez el papel de narrador. En esta fecha, el
gobierno conservador lo acusa de financiar al grupo guerrillero M-19 y García Márquez se ve
obligado a pedir asilo político en la embajada mexicana y abandona Bogotá en medio de un gran
escándalo. Meses después, en 1982, le conceden el Premio Nobel de Literatura. Su discurso de
agradecimiento es un canto de amor a América Latina, en el que expresa, entre otras cosas, “Todas
las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación
porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para
hacer creíbles nuestra vida. Este es el nudo de nuestra soledad”.
Con parte del dinero recibido por el Nobel, decide fundar un diario en Colombia, con
periodistas menores de treinta años, para que adquieran el oficio; pero el proyecto muere antes de
nacer. Por esos años, se encierra a escribir una novela que encierra el difícil noviazgo de sus padres;
El amor en tiempos de cólera (1985).
En 1986, promueve la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano y funda la Escuela de
cine de San Antonio de los Baños, en Cuba, donde, cada año, dirige un taller de guión. En Cómo se
cuenta un cuento (1995) relata una de las experiencias del taller. En 1989 escribe El general en su
laberinto, una nueva novela histórica donde cuenta el camino hacia la muerte de Simón Bolivar, a
los 47 años, por el río Magdalena, el de su infancia.
Publica, entre novela y novela, un artículo semanal que publica en diferentes periódicos. En
1994, publica Del amor y otros demonios, una novela ambientada en Cartagena de Indias, del siglo
XVIII, que cuenta los amores imposibles entre una cura de treinta años y una marquesa criolla de
doce, a la que debe exorcizar. Ya en 2002, publica la primera parte de sus memorias, bajo el título
Vivir para contarlo,que constará de otros dos volúmenes, aún por preparar.
Su última novela fue publicada en 2004, Memoria de mis putas tristes, donde se relata la
relación entre un hombre nonagenario y una niña de doce.
No podemos hablar de un estilo único, porque ni siquiera el propio autor piensa que lo haya;
más bien lo identifica condicionado por el tema que se trate o el estado de ánimo de los tiempos en
que se elabora. Lo que sí queda bastante claro en su obra es que, con temas como la soledad, la
violencia, la cultura, y el compromiso social y político que la envuelve, siempre encontramos la
realidad; por ello en Gabriel García Márquez, podemos hablar de “realismo mágico”, al crear un
mundo semejante al cotidiano, pero, a la vez, diferente. Técnicamente es un realista en la
presentación de lo verdadero y de lo irreal, se desvanecen los límites muy naturalmente entre
ambos.
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