LIBRO DE BUEN AMOR Comienza el libro con una plegaria a Dios y a la Virgen, en cuaderna vía a la cual sigue el prólogo en prosa, donde el Arcipreste expone sus ambiguas intenciones. Escogiendo y deseando con buena voluntad salvación y gloria del paraíso para mi alma, compuse este nuevo libro en el que van escritas algunas maneras y maestrías y sutilezas engañosas del loco amor del mundo, que usan algunos para pecar. Leyéndolas y oyéndolas, el hombre o la mujer de buen entendimiento que se quiera salvar, escogerá su conducta [...]. Por otra parte, los de poco entendimiento no se perderán, leyendo y observando el mal que hacen o tienen en el propósito de hacer [...], recobrarán la memoria y no despreciarán su propia honra, pues muy cruel es quien su fama menosprecia [...] No obstante, puesto que es humana cosa el pecar, si algunos quisieren ( no lo aconsejo), usar del loco amor, aquí hallarán algunas maneras para ello. Y ruego y aconsejo a quien lo leyere u oyere, que guarde bien las tres cosas del alma: lo primero, que quiera bien entender y bien juzgar mi intención por qué hice el libro y la moraleja que de él se saca, no el feo sonido de las palabras, pues, según derecho, las palabras sirven a la intención y no la intención a las palabras. Y Dios sabe que mi intención no fue hacerlo para dar pauta de pecado ni por mal hablar, sino para [...] dar ejemplo de buenas costumbres y consejos de salvación. Ambiguo es, en efecto, este programa; y, por supuesto, Juan Ruiz es mucho más brillante cuando trata del loco amor que cuando moraliza. Tras el prólogo, otra plegaria en que el poeta pide gracia a Dios para componer el Libro, y unos gozos de la Virgen. He aquí algunos fragmentos de unos de estos, donde resplandece la sencillez y gracia popular del poeta. ¡Oh María!, luz del día sé me guía toda vía . Dáme gracia y bendición, de Jesús consolación, que ofrezca con devoción cantares a tu alegría. El primer gozo se lea: en ciudad de Galilea, Nazaret creo que sea, tuviste mensajería del ángel que hasta ti vino, Grabiel, santo peregrino, trajo mensaje divino, y te dijo: «¡Ave María!» Desde que el mensaje oíste, humilde lo recibiste; luego, virgen concebiste al Hijo que Dios envía [...] Todavía, en la fábula que sigue a estos gozos, el poeta insiste en que no se le interprete mal. Va a contar cosas divertidas, especialmente de sus amores. Sus aventuras, sin embargo, resultan fallidas por indiscreciones y torpezas suyas o por ligereza de las damas (cada episodio va ilustrado por fábulas y comentarios morales). Una vez, por ejemplo, se enamoró de la «non sancta» panadera Cruz, y rogó a su amigo Ferrón García que le sirviera de intermediario; pero este se la birló; por lo cual exclama Juan Ruiz en una cantiga: Mis ojos no verán luz pues perdido he a Cruz. Cruz cruzada, panadera, quise para compañera: senda creí carretera como si fuera andaluz. 1 Con una embajada mía mandé a Fernando García le rindiese pleitesía y me sirviese de dux. Dijo lo haría de grado: de Cruz llegó a ser amado, me obligó a rumiar salvado y él se comió el pan más duz. Le ofreció, por mi consejo, mi trigo, que ya era añejo, y él le regaló un conejo ¡el traidor, falso, marfuz! ¡Dios confunda al mensajero tan astuto y tan ligero! ¡Dios no ayude al conejero que la caza no me aduz! Una noche se le aparece don Amor, y el Arcipreste lo increpa: es destructor, hace penar a los hombres. Juan Ruiz lo acusa de provocar todos los pecados del mundo (codicia, soberbia, avaricia, etc.), y ejemplifica sus acusaciones con fábulas. Pero don Amor no se va, y le aconseja qué debe hacer para enamorar: tiene que regalar a las damas, no ha de ser perezoso, ni cobarde, ni bebedor; será, por el contrario, cortés y nada mezquino. Pero también necesita para triunfar en el amor la ayuda de una vieja, que pueda entrar en las casas de las damas sin llamar la atención, intercediendo en su favor. Toma una de esas viejas, le dice, que andan por las iglesias y saben de callejas; con gran rosario al cuello, saben muchas consejas, con llanto de Moisés encantan las orejas. Estas pavas ladinas son de gran eficacia, plazas y callejuelas recorren con audacia a Dios alzan rosario, gimiendo su desgracia ¡Ay!, las pícaras tratan el mal con perspicacia. Toma vieja que tenga oficio de herbolera, que va de casa en casa sirviendo de partera, con polvos, con afeites y con su alcoholera mal de ojo hará a la moza, causará su ceguera. Procura mensajera de esas negras pacatas que tratan mucho a frailes, a monjas y beatas, son grandes andariegas, merecen sus zapatas: esas trotaconventos hacen muchas contratas. Donde están tales viejas todo se ha de alegrar, pocas mujeres pueden a su influjo escapar; para que no te mientan las debes halagar, pues tal encanto usan que saben engañar. La figura de la tercera o alcahueta, mediadora entre dos enamorados, tiene antiguos orígenes. Aparece en la literatura latina, y en bastantes obras de la Edad Media europea. Sus trazos principales están ya en la comedia latina del siglo XII, Pamphilus. Y es esta comedia la que Juan Ruiz convierte en un relato famosísimo. Él, transformado en don Melón, asedia a doña Endrina con la ayuda de la vieja Urraca, la Trotaconventos. Nuestro poeta enriquece, con datos observados en la vida castellana, a su modelo latino. (Este personaje inspirará en el siglo XV La Celestina de Fernando de Rojas, donde alcanza una plasmación inmortal.) Haciendo caso, pues, a don Amor, Juan Ruiz ha contratado los servicios de Trotaconventos para que le ayude a conquistar a la viudita doña Endrina de Calatayud. La ha visto en una plaza y se ha enamorado de ella: 2 ¡Ay Dios, cuán hermosa viene doña Endrina por la plaza! ¡Ay qué talle, qué donaire, qué alto cuello de garza! ¡Qué cabellos, qué boquita, qué color, qué buena andanza! Con saetas de amor hiere cuando los sus ojos alza. Don Melón de la Huerta (en quien, como hemos dicho, se ha transformado el Arcipreste) se decide a hablarle, pero ella se muestra reacia a sus requiebros. En vista de ello, pide ayuda a Trotaconventos. La cual no es —como será en la Celestina— un personaje diabólico. Juan Ruiz poseía un talante jovial, y pinta una vieja urdidora y entrometida, con rasgos repugnantes compensados por el hecho de que los amores de Melón y Endrina acabarán en boda. (Todo el episodio tiene la intención moral de prevenir contra esas mujeres perversas que, con piadosa apariencia, minaban la voluntad de las jóvenes incautas.) Pero hela ya aquí comenzando su trabajo: La buhona con su cesto va tañendo cascabeles y revolviendo sus joyas, sus sortijas y alfileres. Decía: “—¡Llevo toallas!, ¡Compradme apuestos manteles!!” Cuando la oyó doña Endrina, dijo: “—Entrad, no receledes”. Una vez la vieja en casa le dijo: “—Señora hija, para esa mano bendita aceptad esta sortija y, si no me descubrís, os contaré la pastija que esta noche imaginé”. Poco a poco, así la aguija. — “Hija, a toda hora estáis en casa, tan encerrada que así, sola, envejecéis; debéis ser más animada, salir, andar por la plaza, pues vuestra beldad loada aquí entre estas paredes, no os aprovechará nada. En aquesta villa existe juventud, cortesanía, mancebillos muy apuestos y de mucha lozanía; en toda buena costumbre progresan de día en día, en ningún tiempo se ha visto tanta noble compañía Muy bien me reciben todos en esta mi mezquindad; el más noble y el mejor en linaje y en beldad es don Melón de la Huerta, caballero de verdad: a los demás aventaja en hermosura y bondad. Doña Endrina no se fía ni de la vieja ni de las intenciones de Don Melón. Pero acaba yendo a casa de Trotaconventos. El mancebo finge pasar por casualidad, y llama con gran violencia. He aquí su maligno asombro al encontrar allí a su amada: —«¡Mi señora doña Endrina! ¡Vos aquí, mi enamorada! Vieja, por eso tenías, para mí, puerta cerrada. ¡Qué día tan bueno es hoy, en el que hallé tal tapada! ¡Dios y mi buena ventura me la tenían guardada!» Los designios de don Melón y de la vieja se cumplen, y Endrina increpa así a ésta: Doña Endrina dijo entonces: —¡Ay, qué viejas tan perdidas! A las mujeres traéis engañadas y vendidas; ayer mil razones dabais, mil medios y mil salidas, hoy, como ya estoy burlada, todas resultan fallidas. 3 Pero Trotaconventos pone fin a tanta desesperación, con esta sentencia: “Y si por mí, decís, vuestro daño ha venido, quiero que por mí sea vuestro bien conseguido; sed vos la mujer suya, sea él el marido y así, vuestro deseo, por mí, será cumplido.” Y, en efecto, Doña Endrina e don Melón en uno casados son; y los invitados se alegran en las bodas con razón. Si villanía encintráis, a todos pido perdón, pues lo feo de la historia es de Pánfilo y Nasón " . Juan Ruiz sigue hablando de las mujeres que amó y, en esta especie de repertorio de posibilidades que es el Libro de Buen Amor, llega el turno a las serranas, es decir, a mujeres que vivían en las proximidades de una sierra, y que ayudaban a los viandantes a cruzarlas mediante pago; otras veces dejaban pasar adelante —aunque el paso no ofrecía dificultades— si no les daban regalos o dinero. Este tema de las serranas parece tradicional: hubo una poesía en Castilla, muy antigua, que narraba peripecias entre ellas y los viajeros. A esta tradición, bastante ruda, responde esta parte del libro. En la poesía provenzal existía otro género, el de las pastorelas, que describía el encuentro entre un caballero y una pastora. La tradición castellana de las serranas, unida a la tradición mucho más refinada de las pastorelas, se unirán cien años mas como vimos, en otro gran poeta, el marqués de Santillana, célebre autor de varias serranillas. He aquí el encuentro del Arcipreste con una serrana del Guadarrama: Por el pinar abajo encontré una vaquera que guardaba sus vacas en aquella ribera. Dije: —«Ante vos me humillo, serrana placentera, o me quedo con vos o mostradme carrera.» —«Me pareces muy sandio, pues así te convidas, no te acerques a mí, antes toma medidas, que si no, yo te haré que mi cayado midas: si te cojo de lleno, verás que no lo olvidas.»[…] Me empujó cuesta abajo y me quedé aturdido, allí probé lo malo que es el golpe de oído. [Dijo]: »Vamos a mi cabaña, sin que lo sepa Herroso, te enseñaré el camino, comerás en reposo y te irás a Cornejo; no seas rencoroso.» Cuando la vi contenta alcéme presuroso. Me cogió de la mano y marchamos en uno […] Se acerca la Cuaresma, y Juan Ruiz recibe una carta en que ella desafía a don Carnal, su enemigo; el Arcipreste decide pelear al lado de doña Cuaresma y prepara el singular combate, que es, en definitiva, una parodia (o visión burlesca) de las batallas épicas. Describe ambos ejércitos (con doña Cuaresma militan las sardinas, los puerros, los verdeles, las jibias, las anguilas...; con don Carnal, gallinas, perdices y conejos. patos, cecinas...) y su feroz encuentro: El primero de todos que hirió a don Carnal fue el puerro cuelliblanco, y dejólo muy mal, 4 le obligó a escupir flema; ésta fue la señal. Pensó doña Cuaresma que era suyo el real. Vino luego en su ayuda la salada sardina que hirió muy reciamente a la gruesa gallina, se atravesó en su pico ahogándola aína; después, a don Carnal quebró la capellina.[…] De parte de Valencia venían las anguilas, saladas y curadas, en grandes manadillas; daban a don Carnal por entre las costillas, las truchas de Alberche dábanle en las mejillas. Andaba allí el atún, como un bravo león, encontró a don Tocino, díjole gran baldón; si no es por la cecina que desvió el pendón, a don Lardón le diera en pleno corazón. Vencen las tropas de doña Cuaresma, y don Carnal es hecho prisionero; un fraile le obliga a hacer penitencia, lo cual permite al Arcipreste explicar las virtudes de la confesión. Don Carnal, sin embargo, se escapa, y el día de Pascua entra triunfante en el mundo, acompañado de don Amor. Pasada la Cuaresma, el Arcipreste urge a Trotaconventos para que le procure nuevos amoríos. Ahora serán una dama a la que vio rezando, la monjita doña Garoza y una mora. Pero muere la vieja, y el poeta increpa a la Muerte en versos bellísimos, que responden a otra tradición poética castellana: la de los plantos o llantos funerales (canciones que exaltan al difunto y vituperan a la muerte): ¡Ay muerte! ¡Muerte seas, bien muerta y mal andante!" " Mataste a la mi vieja, ¡matases a mí antes! " ¡Enemiga del mundo, no tienes semejante! de tu amarga memoria no hay quien no se espante [...]. ¡Ay, mi Trotaconventos, mi leal amiga experta! En vida te seguían, mas e abandonan muerta. ¿Dónde te me han llevado? Yo no sé cosa cierta; no vuelve con noticias quien traspone esa puerta. La muerte de Urraca provoca en el Arcipreste una breve meditación acerca de cómo debe vencerse el pecado. Pero su ánimo regocijado se impone enseguida. Todavía toma el Arcipreste un criado, Furón, para que le sirva; pero lo hace mal: Trotaconventos es insustituible. Y el Libro acaba como empezó, con unos gozos a Santa María, porque la Virgen «es comienzo e fin del bien». Pero antes, recomienda a los lectores que presten su obra, que la aumenten o modifiquen cuanto quieran: Cualquiera que lo oiga, si hacer versos supiere, puede más añadir y enmendar, si quisiere; ande de mano en mano, téngalo quien pidiere, cual pelota entre niñas, tómelo quien pudiere. 5