Acortando distancias o de cómo Santa Cruz y El Alto no están tan alejados Ana María Lema Garrett, Sucre [email protected] El libro está conformado por tres estudios encargados por el PNUD en el marco de una serie de investigaciones en torno al tema de la desigualdad y la movilidad social en Bolivia. Los tiempos de cambio que vivimos no solo se expresan en el ámbito de la vida política: el escenario social es un laboratorio constante en el que día a día se van construyendo nuevas relaciones de poder. Los dos primeros estudios se refieren a la ciudad de Santa Cruz de la Sierra y el tercero evoca la realidad de la ciudad de El Alto. En los tres casos, los autores han desarrollado trabajos anteriores sobre temáticas afines y su profundo conocimiento de las realidades estudiadas permite señalarlos con solvencia como especialistas de los mismos. Es difícil resistirse a estudiar Santa Cruz o El Alto. Las dinámicas de estas sociedades invitan a la reflexión, al análisis diario, urgente, a los cuestionamientos constantes. Santa Cruz de la Sierra es indudablemente la ciudad más diversa del país, como lo señala el prólogo del libro, y eso se disfruta en cada esquina de la extensa urbe. Ciertamente, el desarrollo económico del departamento no es ajeno a esta diversidad, nacida de migraciones internas y externas. En el caso de El Alto, estamos frente a una ciudad cuantitativamente y auto reconocida como aymara, con un fuerte movimiento económico basado en el comercio, sobre todo, al tratarse del “puerto seco” del país. Sin embargo, en ambos casos, no es el componente económico el prioritario en la lectura de estos trabajos. Al contrario, estos se detienen en los esfuerzos desarrollados por cruceños y alteños en definir su identidad urbana a partir, por ejemplo, de pautas de consumo. La cultura cruceña de consumo según Waldmann En 2008, Waldmann publicó su tesis doctoral referida al Habitus camba, un estudio etnográfico sobre la sociedad cruceña. En esa investigación, ha recurrido a la técnica del “collage” de charlas a partir de entrevistas realizadas a personas específicas. Este collage permite recoger, a través de varias voces juntadas posteriormente, percepciones y experiencias comunes a un determinado grupo social. Esta materia prima es objeto de un cuidadoso análisis a partir de una base teórica. En el trabajo titulado “Estilos de consumo y conformación de identidades en Santa Cruz de la Sierra”, el autor retoma la misma metodología, para estudiar las prácticas de consumo de un grupo definido. El punto de partida de la investigación fue, como señala el mismo autor: “si la emergencia de nuevos estilos de consumo en Santa Cruz, a través de los cuales se evidencia la existencia de una nueva clase media en términos socioeconómicos, da lugar al desarrollo 1 de nuevas formas de identificación social asociadas a estos nuevos estilos de consumo” (p.15). La elección del eje del consumo como modo de abordaje del estudio de la sociedad cruceña en proceso de cambio es interesante en la medida en que el consumo es una de las “debilidades” más productivas, por así decirlo, de una sociedad joven. Las entrevistas dirigidas a un grupo específico de jóvenes consumidores. Los consiguientes collages giraron en torno a la identificación de una cultura de consumo cruceña relativa tanto a objetos (ropa, bebidas gaseosas), servicios (educación superior, consumo de hamburguesas, Magníficas, gimnasios), espacios (Cine Center, discotecas de moda, Carnaval, Fexpo), tecnologías y medios de comunicación (celulares, pero de último modelo, programas de televisión, uso del Facebook) y el consumo específico en subculturas juveniles. Intenta ver si los entrevistados establecen distinciones en torno a los estilos de consumo de las clases sociales altas, medias y bajas con relación al resto de la sociedad y, finalmente, pone sobre el tapete el concepto de consumo anómico en la sociedad urbana cruceña, en torno al caótico tráfico vehicular por un lado y al robo casi crónico de celulares por otro lado: es decir, la falta de reglas claras genera situaciones de riesgo que dificultan la convivencia. La elección de algunos de estos indicadores puede parecer trivial pero en realidad, son los gestos de la vida cotidiana los que constituyen nuestra realidad. Los testimonios revelan que pese a existir grandes diferencias socioeconómicas en la sociedad cruceña, la oferta para el consumo es tan amplia que todos o casi todos pueden participar en la misma de modo a satisfacer sus necesidades. Cada vez más gente puede acceder a una gama amplia de productos o servicios. Esto se ve reforzado por la visión tradicional del cruceño derrochador, gastador y vividor que prefiere gastar a ahorrar. Se trata de una sociedad vitrina en que se precisa ser visto (en la tele, en los suplementos sociales o en Facebook) para poder existir, ser reconocido, gozar de la confianza ajena y de su crédito. Los consumos culturales (festivales, ferias) son exitosos en la medida en que son escenarios de reconocimiento. Luego de analizar los insumos de estos collages a partir de los aportes de Bourdieu, Durkheim y Waldman padre, las conclusiones a las que llega Waldmann señalan por un lado que existen tres variantes de integración de la cultura de consumo: la cohesión, la diferenciación y la cohesión diferenciada, un término medio entre las primeras. No entraremos en detalles, creo que es mejor que lo lean. Por otro lado, la cultura de consumo cruceña ha heredado un legado estamental que caracteriza esta sociedad. Se reconoce claramente la existencia de un sector llamado de “clase alta” que se diferencia del resto; la frontera interna entre ambos es cambiante pero no deja por ello de existir y de ser visibilizada, por ejemplo por los medios; además de haber sido heredada del pasado más decimonónico que colonial, diría, discrepando con el autor. Pero, como señala Waldman, este sector no parece general sentimientos de frustración o de rencor, sino, como dice el autor. “en vez de ser considerada objeto de críticas y percibida como una fuente de discriminación en términos de consumo, la distinción imaginada entre una clase 2 alta y el resto de la sociedad ejerce una fascinación sobre la mayor parte de la sociedad cruceña” (p.108). Finalmente, el sentimiento de pertenencia regional compartido y contagioso es producto de una identidad corporativa manejada también en términos de marketing y de consumo que vale la pena tomar en cuenta. Algo que me llamó la atención en esta investigación es que en ningún momento ha mencionado el concepto de “elite” comúnmente aplicado a los cruceños, fuera del departamento, como un estereotipo1. Rompiendo esquemas en Santa Cruz, según Peña En estos últimos años, Claudia Peña ha producido, tanto de manera individual como en trabajos colectivos, varias contribuciones al estudio de las relaciones de poder en la sociedad cruceña desde una perspectiva profundamente cualitativa. El trabajo titulado “Un baile sobre la cuerda floja. Individuos rompe esquemas en Santa Cruz” constituye un aporte más para entender los mecanismos de funcionamiento de la sociedad cruceña, al dedicarse al estudio de personas productoras de alteridad, disidentes o cuestionadores de la “causa” cruceña o “rompe esquemas” como los llama la autora. En realidad, divergen bastante de los consumidores de Waldman que, al contrario, buscan encajar en los moldes. Se trata de personas que, desde el arte, la vida intelectual y la política, pese a sus raíces y su vivencia cruceña, difieren del conjunto. Creo que ella podría fácilmente haber entrado a formar parte de este conjunto. Peña parte de una reflexión sobre la construcción de la sociedad cruceña y cómo está ha sido estudiada en diferentes momentos de su historia reciente. Destaca, al igual que Waldman, el contraste entre la novedad/modernidad y la tradición a la que se rinde tanto culto, y que es un insumo fundamental de la identidad cruceña. Además, subraya que en Santa Cruz, la identidad se afirma como una postura política en contra del Estado nacional (tanto en general y más aun en la coyuntura política actual). Los personajes entrevistados, cuyas trayectorias familiares y ocupacionales son cuidadosamente analizados por la autora, cuestionan y difieren de los patrones comunes descritos por Waldman y su modo de ser/ desempeño/ actividades son precisamente la prueba de la apertura de esta sociedad. Ahora, en algunos casos, sobre todo en el de los políticos, el precio a pagar por esta libertad ha sido la “muerte civil”2, prueba de una intolerancia hacia la no conformidad que lamentablemente ya no es sólo propia de Santa Cruz. 1 Haciéndose la burla del mismo, en Chuquisaca se ha popularizado el uso de poleras que dicen “Soy oligarca”, cuando es sabido que la oligarquía chuquisaqueña es un mito; si existe una elite económica chuquisaqueña, ella está en Santa Cruz. Ahora, como en el siglo XVI o XVII, los poderosos en Sucre son potosinos. 2 Creo, sin embargo, que el poder de regeneración y de cicatrización del tejido social cruceño es más fuerte que en otros lados como Chuquisaca, donde el fenómeno de la muerte civil ha dejado profundas huellas y donde heridas que datan de 1899 todavía siguen abiertas. 3 La movilidad social según Guaygua El retrato de la ciudad de El Alto elaborado por Guaygua es muy esclarecedor para los que, como yo, solo la conocemos de paso, de tránsito. Ciudad de doble cara, a la vez rica y pobre, ciudad compleja, ciudad extrema, ciudad problema, es para muchos la de los sueños no cumplidos. Ciudad precaria y desigual, que presenta problemas como desocupación, inestabilidad de ingresos, informalidad en el mercado de trabajo que, reflexión hecha, son compartidos por muchas ciudades del país como Santa Cruz, por ejemplo. La diferencia radica tal vez en los estigmas que, según el autor, vive la ciudad y sus habitantes: el de la discriminación y la exclusión, que parten de la idea que esta es una ciudad indígena y que lo indígena sigue siendo objeto de marginación. Pero al interior de esta urbe que se está “comiendo” a La Paz, existen manifestaciones culturales ligadas al consumo en las que se refuerzan lazos identitarios propios, como las ferias de comercio o las fiestas religiosas o sociales, que constituyen vitrinas, al igual que en Santa Cruz, del poder económico, del capital social y simbólico pero que a la vez son espacios de desigualdad. Un aspecto interesante y llamativo que señala el autor es la relación desarrollada por ciertos sectores sociales alteños hacia la educación, y específicamente la educación superior. Si bien ésta fue por años un factor de diferenciación y de ascenso social teórico (un vinculo entre el origen social y el logro ocupacional, en palabras del autor), en la actualidad, está claro que las actividades comerciales dan más réditos que los títulos profesionales. Pese a los éxitos económicos, sigue existiendo una frustración que es superada mediante la movilidad social entendida como búsqueda de integración y de reconocimiento social. En este sentido, las fiestas urbanas populares en El Alto, escenarios de verdaderas inversiones económicas (salones, decoraciones, bebidas y comidas, vestimenta, música, invitaciones, etc.), muy similares en el fondo en lo que se ha podido constatar en Santa Cruz (y que de hecho, se prolongan allá, como en la Entrada del 16 de julio) son cumplen a la vez una función de vitrinas de la riqueza adquirida en el trabajo que permiten, incluso, intervenir espacios públicos (por ejemplo cortando el tráfico): Si Waldman estudiara El Alto, constataría quizás consumo anómico en ciertos casos. La estética alteña es la de la competencia, basada en el lujo, la seducción y el derroche, que contradice la idea de pobreza que es generalmente la primera imagen que se viene a la cabeza al pensar en esta ciudad. Y es que es una ciudad de contrastes, de contradicciones y de exclusiones internas, en la que las clases medias, subdivididas en altas, medias y bajas, no terminan de definirse. Lo que no queda claro es donde queda lo indígena, lo andino. La afirmación de la etnicidad de las nuevas elites aymaras es parte de una identidad flexible que, como dice Guaygua, se enorgullece de la rebeldía alteña pero al mismo tiempo, reniega de lo sus raíces indígenas rurales pues estas han sido y son objetos de discriminación. El “nosotros” alteño no es una realidad homogénea, pero no sé si debería serlo. 4 Ni tan lejos En este punto, pondré más énfasis en comparar los aportes de Guaygua y de Waldman en la medida en que ambos se preguntan, en el fondo, lo mismo: los bienes de consumo, más allá de su dimensión práctica y su uso, tienen un valor cultural que constituye un elemento de distinción, de categorización. Si tengo esto o voy a tal lugar, es que pertenezco a tal grupo. Si quiero entrar o ser parte de este grupo, es que me conviene, a mí y a mi familia. Y si tengo que sacrificar algo por ello, vale la pena. Consumiendo, fortalezco mi identidad social y enriquezco todos mis capitales. No creo que sean actitudes propias de estas ciudades; creo que son, básicamente, universales. Pero acá se ven exacerbadas y surgiendo con una energía probablemente desconcertante. Santa Cruz de la Sierra fue fundada en 1561 y este año se recordó su 450º aniversario; pero en realidad, su despegue es apenas más antiguo que el de la ciudad de El Alto, en el último tercio del siglo XX. En ambos casos, el impulso demográfico de dichas ciudades se ha desarrollado a partir de corrientes migratorias que han contribuido y siguen contribuyendo a forjar sociedades diversas alimentadas de prácticas aparentemente contradictorias entre sí. Por su dinámica, son ciudades jóvenes en su composición demográfica; enfrentan problemas de desarrollo urbano similares, aunque probablemente con mayores respuestas institucionales en SCZ; comparten problemas de delincuencia y de inseguridad. Pero también comparten el gusto por las apariencias, las festividades, la ostentación en situaciones en que, objetivamente, las prioridades deberían ser otras. El consumo cultural y las inversiones realizadas en gastos suntuarios chocan con el sentido común pero se justifican en la medida en que estrechan lazos y en algunos casos, borran o maquillan las desigualdades. Vamos a tener que lidiar con ellas por un buen rato pero se vislumbran estrategias para construir puentes y acortarlas, por ejemplo mediante la práctica del consumo. Estas culturas urbanas están marcadas por la juventud, no solo de las ciudades estudiadas sino de sus actores. Su relación con el pasado es diferente, más light y menos comprometida, probablemente. Les tocó vivir un momento de mucha oferta de bienes, espacios y servicios de consumo y la globalización les lleva a querer abarcar todo. Su concepto de cultura es diferente al de otras generaciones, más amplio y diverso, sin duda alguna. Nuevas pautas culturales emergen tanto de los comportamientos sociales como las fiestas folklóricas populares tienen también que aprender a convivir con valores culturales más tradicionales, como arquitectura colonial, por ejemplo. Problema radica en la yuxtaposición de distintas visiones en torno a conceptos como cultura y patrimonio (tangible o intangible) que pueden llegar a enfrentarse en la vida cotidiana en una lucha entre la tradición y la modernidad, u otros binomios como conservación vs. desarrollo… pero esto será tema de otro cuaderno, supongo. 5 Asuntos pendientes o pistas para investigar Creo que estos trabajos abren o ahondan brechas interesantes para seguir investigando, tanto en los escenarios ya mencionados como en otros en el resto del país. Y esto no es sólo tarea de geógrafos sociales, urbanistas o sociólogos, cada uno por su lado, sino de manera conjunta. La emergencia de ciudades intermedias en las tierras bajas del país, el fortalecimiento de las elites con base en el comercio/contrabando, la sociología de las familias, las redes sociales en la actualidad son temas que deberían concitar nuestra atención. Finalmente, sobra decir que la lectura de este libro es muy amena y permite descubrir facetas de estas ciudades que revelan tanto sus particularidades o localismos como patrones comunes de comportamiento que no son perceptibles a primera vista. Parece que así es Bolivia. 6