Mozambique : 10 años de paz El 4 de octubre de 1992, fiesta de San Francisco de Asís, se firmaba en Roma el Acuerdo General de Paz, que ponía fin, bajo los auspicios de la Comunidad de San Egidio, a las largas negociaciones entre los dos partidos contendientes por el poder en Mozambique: el Frelimo y la Renamo. Y, ante todo, terminaban 16 años de guerra civil. ¿Ha crecido en estos diez años el árbol de la paz plantado aquel día? La monumental estatua en bronce del navegante Vasco de Gama reposó por años, en posición supina, en los almacenes de la comandancia marítima de la Isla de Mozambique. Allí había ido a parar, con una pierna rota, víctima de la fobia anticolonialista de los primeros años de independencia. Ahora se la puede contemplar, solemne y con la pierna recompuesta, en su antiguo pedestal delante del que fuera colegio de los jesuitas y hoy es Museo Nacional. Esta reposición es todo un símbolo de los muchos y dramáticos cambios de timón a que ha sido sometido este sufrido país en los últimos treinta años de su historia. De todos ellos son todavía bien visibles las cicatrices. Unas imágenes y unas fechas Sur de la provincia de Sofala, a orillas del río Buzi. Se avanza fatigosamente por una pista llena de profundos surcos hechos por las ruedas de los coches. Durante las lluvias, la pista se hará impracticable. Se recorren kilómetros y kilómetros, 60, 70, 80..., en medio a una interminable llanura pantanosa que parece sembrada de hierbajos. De vez en cuando, emergen las ruinas de un grupo de casas, de unos almacenes, de una fábrica. Todo aquello fueron otrora prósperas plantaciones de arroz y caña de azúcar. Un ferrocarril pasaba por medio para transportar las cosechas. No fue la guerra lo que redujo todo aquello a un yermo. La plantación fue nacionalizada tras la independencia y la producción cayó en picado, hasta su total paralización. Mozambique accedió a su independencia frente a Portugal en 1975, después de 10 años de lucha armada, liderada por el movimiento guerrillero del Frelimo (Frente de Liberación de Mozambique). Los mozambiqueños tenían razones más que suficientes para estar resentidos con los colonizadores portugueses. La guerra había sido cruel; en ella imperaron los odios, las venganzas, las matanzas injustificadas. Nada de extraño que la estatua de Vasco de Gama fuera enviada a reposar a los almacenes del puerto. La independencia fue celebrada por todo el pueblo como una liberación. Pero pronto se demostró que esa liberación no traía ni mayor prosperidad económica ni siquiera una mayor libertad social. El nuevo gobierno del Frelimo adoptó los dogmas del más rígido marxismo “científico”. Lo nacionalizaron casi todo: haciendas, fábricas, escuelas, hospitales,....; hasta las iglesias y las casas de misión. Pronto la incompetencia, la incuria y la corrupción dieron al traste con lo poco de bueno que habían heredado de la colonia. Ante el descontento general, el Frelimo recurrió a medidas represivas como los trabajos forzados y las deportaciones en masa de campesinos... Ése era el campo abonado para que echase raíces la Renamo (Resistencia Nacional Mozambiqueña), un grupo guerrillero filocapitalista, criatura de la Suráfrica del apartheid y la Rhodesia (hoy Zimbabue) de Ian Smith. Durante toda la década de los 80, la Renamo practicó un sistema de guerrilla basado en el terror. Atacó principalmente todo lo que podía representar las conquistas del Frelimo: la educación, la salud, los transportes... Profesores y enfermeros fueron raptados o muertos, los autobuses asaltados. De las 5.886 escuelas primarias de la nación, 3.498 (el 60 por ciento) fueron destruidas o cerradas. En algunas zonas llegó al 90 por ciento. Las represalias del Frelimo sobre la población sospechosa de colaborar con la Renamo añadieron más dolor a una población martirizada. Todo acabó degenerando en bandas que rivalizaban en la tarea de robar, destruir y matar. Iapala, al oeste de la provincia de Nampula: unas tiendas rudimentarias a lo largo de la calle principal ocultan parcialmente una fila de estupendas construcciones semiderruidas: oficinas, residencias... hasta un teatro. Esto es lo que queda de Iapala, una próspera villa con estación ferroviaria y centro de distribución de mercancías hacia el norte de la nación. Un grupo de la Renamo entró en ella en 1989 y, en cuatro días de ocupación, quemaron todo lo que había que quemar. Al marcharse, prendieron también fuego a un almacén con dos mil toneladas de cereales. Se podría haber salvado casi todo, pero el Frelimo se negó a que la gente apagara el fuego. Ardió durante tres meses, monumento siniestro a la inconsciencia de los unos y al orgullo estúpido de los otros... Los difíciles acuerdos Finalmente, la paloma de la paz voló sobre los cielos mozambiqueños. Llegó el 4 de octubre de 1992, en Roma, con la firma del llamado Acuerdo General de Paz entre el Frelimo y la Renamo. La Comunidad de San Egidio había trabajado por dos años largos para conseguir la reconciliación de los dos obstinados contendientes. Y la paz vino para quedarse. Mozambique es el único país de la historia reciente que ha conseguido hacer la transición de 16 años de guerra a una situación de paz duradera donde los acuerdos tomados se han aplicado y han funcionado. Se la puede citar como ejemplo de que la paz y la reconciliación son posibles incluso allá donde menos probables parecen. Mientras otras naciones se dotaron de comisiones de verdad y reconciliación que arrojaran luz sobre el pasado, Mozambique no lo hizo; prefirió correr un velo sobre el pasado y mirar hacia el futuro. No siempre fue fácil la paz; hubo momentos en que parecía que la violencia iba a arrollar de nuevo al país. Algunos de esos momentos calientes fueron las elecciones de 1994, ganadas por el Frelimo; las de 1999, ganadas también por el Frelimo y cuyos resultados todavía hoy no han sido reconocidos por la Renamo. Otro episodio peligroso fueron las manifestaciones de Montepuez, en el 2000, en las que murieron centenares de personas en circunstancias nunca del todo aclaradas. Pero, poco a poco, los políticos han ido aprendiendo a discutir sus diferencias en el Parlamento y no en los campos de batalla. Esa fue una adquisición básica para la democracia. A cualquiera que se le pregunte en Mozambique si volverá la guerra, le dirá inmediatamente que no. Y la razón esgrimida casi invariablemente será que el pueblo no quiere la guerra. Una razón hermosa pero, por desgracia, poco operativa, si no la refuerzan otras razones más pragmáticas. Hay, de hecho, esa otra razón para confiar que la paz será duradera. Y es que no hay intereses externos que la pongan en peligro. El Frelimo hace mucho tiempo que ha renunciado a los dogmas marxistas. La economía nacional y la estructura política están controladas por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Y la vecina Suráfrica, el mayor factor potencial de desestabilización, está ahora lejos de querer desestabilizar Mozambique. Tras diez años de paz Una autopista recién inaugurada une Maputo con Johannesburgo. Confortables autobuses cubren cada día los aproximadamente seiscientos kilómetros que separan las dos capitales. Suráfrica ha invadido Mozambique: con sus productos, con sus negocios, con sus inversiones. Han comprado empresas mozambiqueñas; han adquirido tierras para sus nuevas granjas agrícolas, más rentables que en Suráfrica. También están llegando los granjeros blancos de Zimbabue, despojados de sus tierras por Mugabe. El presidente Chissano les abrió las puertas y ha dicho que les trataría como a cualquier otro inversor, sin mirar a su procedencia o filiación política. Han llegado innumerables ONGs. Y han llegado las ayudas y los préstamos del Banco Mundial y del FMI, a cuyas consignas Mozambique se ha plegado hasta ser un modelo de obediencia. Portugal adiestra a las fuerzas armadas...¿Cómo maravillarse de que Vasco de Gama haya vuelto a su pedestal? Todo esto ha creado la apariencia de gran movimiento. Alternando con las muchas ruinas pasadas y recientes, surgen por todas partes nuevos edificios: oficinas, escuelas, hospitales, residencias privadas... El tranquilo paseo que en la ciudad de Maputo corre a lo largo del mar se está llenando de lujosos chalets. A ras de pueblo, todavía se vive la euforia de la paz conquistada. Para quien ha vivido la pesadilla de la guerra, el simple hecho de moverse sin restricciones ni peligros, el volver a sembrar los propios campos..., es ya un bien inapreciable. Y sin embargo... Sin embargo, los puestos de trabajo han disminuido y los salarios también, mientras los precios han subido. Si bien la salud y la escuela han hecho progresos, distan mucho de estar al alcance de todos. Hay muchas armas en manos de privados, que se usan para robar. Mientras se multiplican por el país los bien abastecidos supermercados Shoprite, cada vez son menos los que pueden comprar sus productos. En Mozambique se calcula que hay un 5 por ciento de ricos : políticos, empleados de organismos o firmas internacionales y algún empresario; un 20 por ciento de clase media y un 75 por ciento que se precipita en un nivel cada vez mas extremo de pobreza. Mia Couto, el mejor novelista mozambiqueño de nuestros días, en su última novela El último vuelo del flamenco, pone en la pluma de un administrador de distrito estas expresivas palabras, dirigidas a su superior jerárquico: «Antiguamente, cuando se producía la visita de las estructuras (los políticos) o de los extranjeros, teníamos orientaciones superiores: no podíamos mostrar una nación mendicante, un país con las costillas al aire. En la víspera de cada visita, nosotros todos, administradores, recibíamos la orden: esconder a los habitantes, barrer toda aquella pobreza... Ahora la situación es muy otra. Hay que mostrar la población con su hambre, con sus dolencias contaminantes. Recuerdo bien sus palabras, Excelencia: nuestra miseria está resultado productiva. Para vivir en un país de mendigos, es necesario exhibir las heridas, mostrar los huesos salientes de los niños...» Mozambique tiene algo de niño con cara de bueno que muestra sus huesos. Las inundaciones del año 2000 reforzaron esa imagen de pobrecito necesitado que mueve a la misericordia. Y obtiene mucho. Pero lo que llega de fuera, gratuitamente, difícilmente construye con solidez y , lo que es peor, fomenta la corrupción. La corrupción en Mozambique amenaza con contaminarlo todo. Alguien la describió como «organizada, generalizada y sistemática», porque se practica a todos los niveles: primero, entre los políticos; luego, en la escuela, en los empleos, en la justicia... «Sabemos muy bien lo que los profesores piden al alumno o a la alumna para poder pasar el examen, lo que hay que dar a toda la fila de empleados y enfermeros para poder llegar hasta un médico, lo que hay que soltar para conseguir un documento...» Papel de la Iglesia La Iglesia ha entrado de lleno en la dinámica de la reconstrucción. Ingentes donativos de otras Iglesias e instituciones han llegado a la nación a través de ella. Ha apostado, sobre todo, por el campo de la educación. Se abrió una Universidad Católica con facultades en Beira (Medicina y Ciencias de la Educación), en Nampula (Derecho y Comunicación) y en Cuamba (Agricultura). Se quiso privilegiar las zonas del centro y del norte, menos dotadas de infraestructuras educativas que la zona de Maputo, que ya tiene la Universidad estatal. En 1993, el Gobierno prometió devolver a la Iglesia todo lo que había nacionalizado en la época marxista. Pero la devolución se llevó a cabo muy parcialmente y con diferencias de provincia a provincia. Fueron entregadas sobre todo las iglesias, casas parroquiales, seminarios... pero no las escuelas y hospitales, salvo muy contadas excepciones. Un buen ejemplo de colaboración entre la Iglesia y el Estado en el campo de la educación se está realizando en la provincia de Sofala, en el centro del país. El Gobierno ha devuelto a la diócesis las escuelas confiscadas. La Iglesia se encarga de reconstruirlas o crear otras nuevas; el Gobierno pone los llamados “recursos humanos”, es decir, los profesores, cuyos salarios paga. Con esta fórmula de colaboración, opera el proyecto ESMABAMA, palabra resultante de las iniciales de las cuatro antiguas misiones franciscanas de Estaquinha, Mangunde, Barada y Machanga. Con la ayuda de Caritas Internacional y otros donantes, el proyecto ha reconstruido las viejas escuelas de la misión (todas ellas en estado ruinoso) y ha creado en poco tiempo nuevos puestos escolares para 4.000 alumnos, e internados para 1.500. Los internados son indispensables debido a las grandes distancias que en aquella zona separan a los alumnos de sus escuelas. La capacidad que tiene la Iglesia de educar, a través de la escuela, a una juventud que empieza a abrirse a la modernidad es todavía grande. ¿Y el futuro? Don Matteo Zuppi, el sacerdote de la Comunidad de San Egidio que actuó como principal mediador en los acuerdos de paz de 1992, volvió a Mozambique el pasado mes de junio y celebró en Nampula el décimo aniversario con la presencia de 2.800 jóvenes. Don Matteo les recordó que la paz no es algo conseguido una vez para siempre; es algo que se tiene que ir construyendo día a día y desde dentro. Desde fuera se puede dar una mano, pero serán los mozambiqueños los que deberán reconstruir su país. Palabras más que oportunas para una nación frágil cultural e ideológicamente. Los años de adoctrinamiento marxista y el posterior período de guerra han dado al traste con los valores de la sociedad tradicional. Ahora el país se abre al futuro sin muchos puntos de referencia. Y los peligros de encaminarse por la senda equivocada son muchos. Los políticos tienen la tentación del dinero fácil, de la arrogancia, de la corrupción... El pueblo simple, sintiéndose defraudado, tendrá la tentación de la violencia o la apatía, la corrupción a pequeña escala o el robo puro i simple. El actual presidente Joaquín Chissano ha decidido no presentarse a las próximas elecciones; una decisión encomiable, pues son muy pocos los presidentes africanos que dejan la silla por su propia voluntad. Le sucede como futuro candidato a presidente Armando Guebuza, un histórico del Frelimo que participó en la guerrilla independentista al lado de Samora Machel. Guebuza fue el representante del Frelimo en las conversaciones de 1992. Don Matteo lo recuerda como un negociador atento y cree que sabrá conservar el espíritu de los acuerdos de paz. Don Matteo es optimista sobre el futuro de Mozambique, y nosotros con él. No sólo sobre un futuro lejano y utópico, sino sobre el futuro que está en continuidad con el presente. Los males de la nación son una realidad; pero es también innegable que estos diez años han significado un importante paso adelante: la paz se ha mantenido; los programas de desarrollo, aun con los correspondientes retrasos, se van llevando a cabo; los partidos políticos van aprendiendo la gimnasia de la democracia; la misma corrupción sobre todo si se la compara con la de otras naciones, está contenida dentro de límites tolerables. Mozambique, ¡enhorabuena por estos diez años y suerte para el futuro! El día que lloré de alegría (P. Constantino Bogaio) Me levanté cuando el sol aún no había calentado la tierra y apenas se veía. A lo lejos se escuchaba el ruido del mar. Salí miré al cielo con la esperanza de oír de nuevo los ruidos de los MIG-17 (aviones de guerra de fabricación rusa), pero vi los pelícanos que pasaban hacia las lagunas más próximas, y ya hacía años que nos los contemplaba. Era el inicio del día que tantos esperábamos, el 4 de octubre de 1992. Por las calles, la gente iba hacia sus trabajos diarios con los receptores de radio pegados al oído. Mis amigos y yo nos pusimos debajo de un mango desgranando el maíz con nuestro xirico (receptor de radio de fabricación mozambiqueña), y todos estábamos pendientes de las noticias procedentes de la Ciudad Eterna. ¿Cómo no íbamos a esperar las novedades de Roma, después de haber pasado casi 16 años viviendo como en una selva, en donde el león se levanta todas las mañanas sabiendo que debe correr más velozmente que la gacela para alcanzarla y tener comida, mientras la gacela se levanta sabiendo que debe correr más velozmente que el león para evitar la muerte? ¿Cómo íbamos a olvidarnos de nuestros campos que nos alimentaban con maíz, arroz, mandioca y verdura, y que, de repente, pasaron a producir minas anti-persona y anti-tanque? Cada vez que íbamos a cultivar no sabíamos si volveríamos vivos. Nuestras azadas se habían transformado en armas. Nos vendían más minas y armas que semillas para el cultivo. Nuestras carreteras se transformaron en auténticas trampas y corredores de la muerte. Viajar 100 kilómetros era como ver una película con coches quemados, restos de bombas y hasta huesos humanos en algunos lugares. Llegar al destino parecía un sueño. En la ciudad, el panorama no era mucho mejor: personas muriendo de hambre, jóvenes con miedo a salir por las calles porque no sabían si los militares y paramilitares los podrían capturar para enviarlos al frente. Se llegó hasta el punto de mandar a nuestros hermanos más pequeños, entre doce y quince años, a luchar y a matar a sus propios padres y hermanos. Las escuelas eran más bien un centro de adiestramiento político y militar. Fue un tiempo en el que se nacía y se moría sin saber por qué. Las víctimas de todo esto fueron todas las familias mozambiqueñas que tuvieron que enterrar a sus seres queridos todos los días sin tiempo siquiera para unas ceremonias sagradas. La gente había aprendido a cantar una serie de lamentaciones monocordes por tantos años de sangre y de lucha. Pero el día había llegado. El sol ya había pasado del mediodía, cuando nuestro receptor anunció que el acuerdo ya se había firmado y que los líderes beligerantes se habían abrazado. No pudimos contener la euforia. Comenzamos a mirarnos unos a otros, y de nuestros ojos brotaban lágrimas de alegría, porque habían pasado dos años de espera. Desde aquella tarde, las armas dejaron de cantar su melodía monocorde de muerte. Vimos a luchadores de ambos lados llegar a nuestras aldeas, ciudades y comunidades eclesiales. Junto con ellos empezamos a tocar nuestra marimba en una auténtica sinfonía de la vida. Nadie debería mostrar su ira, porque todos nos habíamos comportado como leones y gacelas. Nadie debía juzgar al hermano, porque todos fuimos cómplices de la guerra. Desde entonces entendemos que sólo dialogando se conquista la paz; que no son las armas las que solucionan nuestras divergencias, que la reconciliación es el fruto del perdón y de la aceptación de nuestras responsabilidades. P. Juan González Núñez