De literatura a còmic Convertiu un tros de conte en historieta La celadora Después de apagar las luces la celadora merodeaba por el pasillo como una pantera tratando de captar un susurro tras la puerta de un dormitorio, y bien pronto supimos que sus facultades auditivas eran tan fenomenales que nos valía más estarnos callados. En una ocasión, tras apagarse las luces, un valiente llamado Wragg salió de puntillas de nuestro dormitorio y regó de azúcar todo el linóleo del pasillo. Cuando volvió Wragg y nos dijo que el pasillo había quedado convenientemente espolvoreado de azúcar de una punta a la otra, me eché a temblar de emoción. Permanecí acostado y despierto en la oscuridad, esperando largo rato a que la celadora emprendiera su ronda sigilosa. Nada acontecía. Tal vez, decíame a mí mismo, esté en su cuarto, sacándole otra mota del ojo al señor Victor Corrado. De pronto, desde el fondo del pasillo llegó un resonante ¡crunch! a nuestros oídos. Crunch, crunch, crunch, sonaban los pasos. Era como si un gigante caminara sobre gravilla. Luego sentimos la voz estridente y furibunda de la celadora, todavía lejos: -¿Quién ha hecho esto? -gritaba-. ¡Cómo os atrevéis a hacer esto! Siguió con pasos crujidores por el pasillo adelante, abriendo a patadas y empellones todas las puertas de los dormitorios y encendiendo todas las luces. La intensidad de su cólera era aterradora. -¡Venga! -vociferaba, recorriendo el pasillo de un extremo a otro con sus pisadas crujientes-. ¡Confesad quién ha sido! ¡Quiero el nombre del monicaco asqueroso que ha echado el azúcar! ¡Decídmelo inmediatamente! ¡Vamos! ¡Que confiese quien sea! -No confieses -le dijimos a Wragg al oído-. ¡No te delataremos! Wragg guardó silencio. Y no se lo reprocho. De haber confesado, su suerte habría sido sin duda terrible y sangrienta. Pronto se hizo comparecer al director. La celadora, resoplando y echando chispas, clamó pidiéndole ayuda, y mandaron salir al colegio en pleno al largo pasillo, todos en pijama y descalzos y muertos de frío, y nos tuvieron allí de pie mientras el culpable o culpables obedecían o no la orden de dar un paso adelante. Nadie se movía. Yo veía perfectamente que el director estaba cada vez más irritado, a punto de perder los estribos. Aparecían rosetones encarnados en todo su rostro, y al hablar salpicaba de saliva a diestro y siniestro. -¡Está bien! -tronó-. ¡Id todos ahora mismo por la llave de vuestro cajón particular! ¡Entregáis las llaves a la celadora, que las guardará hasta la terminación del curso! ¡Y de hoy en adelante todos los paquetes que os manden de casa quedarán confiscados! ¡No estoy dispuesto a tolerar esta conducta! Entregamos nuestras llaves y durante las seis semanas que quedaban pasamos bastante hambre Roald Dahl: Boy (Relatos de infancia)