SIGLO XX: MIRADAS Y PERSPECTIVAS El siglo XX ha sido, y sigue aún siéndolo, objeto de numerosos análisis y controversias. Atravesado por crisis económicas de diverso sesgo, por coyunturas políticas y sociales novedosas, por la muerte y el nacimiento de paradigmas científicos, historiográficos y filosóficos, su significación es tal que muchos de los cambios epocales que se manifestaron durante su curso se encuentran vivamente instalados hoy. De esta manera, y sabiendo que la mejor luz que puede iluminar este presente cargado de incertidumbres es la que se enciende con el diálogo fecundo entre las ciencias, proponemos un trabajo para todo el Departamento de Historia . El mismo consiste en la lectura y reflexión del material que se presenta a continuación, y que incluye tres miradas sobre la centuria desde la historia, la filosofía y la economía. Decadencia Y Fin De La Historia: Dos Miradas Sobre El Tiempo En El Transcurso Del Siglo XX Prof. María Fernanda López Goldaracena “Yo soy, en el fondo, todos los nombres de la historia” Nietzsche Decadencia y fin de la historia son dos de los grandes problemas que la filosofía se ha planteado a lo largo del siglo XX. Haciendo una lectura simplificada, parecieran resultar expresiones que hacen referencia a un mismo acontecer: la culminación de un presente. Surgidos en los extremos del “siglo corto” de Hobsbawm (principio y finales del XX), los contextos histórico – filosóficos en los cuales tienen nacimiento fueron completamente diferentes. Frases tales como “Todo tiempo pasado fue mejor” ó “El futuro ha llegado” que refieren, la una a un tiempo originario o mítico, la otra a un tiempo escatológico con pinceladas apocalípticas, serán esgrimidas por ciertos cultores de la decadencia o del fin de la historia respectivamente. Pero, ¿qué diferencias y qué semejanzas, si las hay, existen entre ambas categorías? ¿Por qué se puso en discusión la idea de decadencia, nuevamente, en el siglo XX ? ¿Podría pensarse en estos términos hacia fines del mismo? Las respuestas que podamos encontrar a estos y otros interrogantes planteados, nos permitirán desentrañar la manera en la que el hombre ha definido y define su pertenencia en el tiempo. A efectos de acercar una aproximación al problema hemos elaborado el presente trabajo, estructurado conforme al siguiente esquema: 1. La idea de decadencia en la historia 2. Spengler y Toynbee: pensadores de civilizaciones decadentes 3. Fin de la Historia: el presente en términos de esperanza 4. Decadencia y fin de la historia: dos categorías para el 5. Conclusión 6. Bibliografía debate 1. La idea de decadencia en la historia “El concepto de decadencia es uno de los más confusos que hayan sido aplicados al campo histórico”. De esta manera J. Le Goff inicia el Capitulo III de su obra “El orden de la memoria” en el cual el historiador recorre el entramado de esta categoría compleja aplicada al declinar de formas históricas ( sociedades , imperios, civilizaciones). Si bien es en el medioevo cuando, ligada a una problemática religiosa, se acuña el término “decadentia”, ya en la antigüedad grecorromana historiadores, pensadores y mentalidad colectiva tenían una cierta idea de degradación del mundo (Los Trabajos y los Días, Hesíodo, siglo VII A.C.). Esta conciencia acerca de una declinación se verá reforzada más tarde, ya que “Griegos y romanos fueron testimonios (¿testigos?) de dos grandes acontecimientos históricos susceptibles de un análisis en términos de un declinar: el fin de la independencia del mundo griego conquistado por los romanos, y la destrucción del imperio romano de Occidente, por parte de los bárbaros” siendo este último el eje central alrededor del cual se articulará la producción historiográfica de la decadencia. El hombre advierte la necesidad de remitir esta idea a un sistema de referencia; pero ¿cuál o cuáles?,¿dónde hallar una metáfora sencilla y a la vez cercana con la cual establecer paralelismos y analogías? Encontrará las respuestas en dos sistemas naturales: el biológico y el astronómico que aluden el uno al envejecimiento y la muerte y el otro a la declinación u ocaso del sol (Polibio, Séneca el Viejo, D´Alembert, San Cipriano). Las analogías con otros elementos de la naturaleza, tales como metales y minerales, es también frecuente en la producción literaria de la decadencia (mito de las razas en Hesíodo, teoría de los cuatro imperios en el Libro de Daniel, Polibio y Sulpicio Severo). También se torna habitual el paralelismo entre edades del mundo y edades del hombre (San Agustín, San Isidoro de Sevilla, Beda, siglos V, VII y VIII respectivamente). Con referencia a las causas “Burke ha recordado que para los pensadores de los siglos XV–XVIII –y esto puede extenderse a todos los períodos en los que se han discutido sobre la decadencia– las causas podrían ser de tres tipos: divinas, naturales [biológicas y astronómicas] y humanas”. Así, según la época, la idea de castigo de Dios a los pecados del los hombres (Flavio Biondo); la mutua recriminación por la no observancia de sus respectivos cultos entre paganos y cristianos; los placeres, el lujo y la caída demográfica con el consecuente abandono de la justicia y de la virtud (Platón, Polibio); el alejamiento del modelo de iglesia primitiva; la corrupción interna de los distintos tipos de gobierno y el envejecimiento de los imperios; la declinación de la lengua, la literatura y el arte (Lorenzo Valla, Antonio de Nebrija, Le Clerc, D´Alembert, Diderot); fueron señaladas como causas del declinar de las sociedades. Hasta el siglo XVIII la idea de decadencia, en general, seguirá gozando de buena salud, aunque comienzan las primeras refutaciones a la postura organicista de asimilación de las formas históricas a organismos vivientes. Sin embargo, la llegada de la revolución industrial le hará perder sentido y significación. Los adelantos científicos y técnicos que se producen a lo largo del siglo XIX van delineando una trampa ideológica: la del progreso indefinido de la humanidad. El hombre no puede pensar en términos de decadencia: sería irracional que así lo hiciese. Por un lado se verifica el triunfo del proyecto moderno, del historicismo iluminista, idealista, positivista o marxista, de la historia concebida en términos de universalidad para un sujeto capaz de aprehender todos los horizontes en tanto se respalda en verdades absolutas. Por otra parte, en un momento en el que la religión se ve opacada por el triunfo de la “diosa ciencia, diosa razón”, el hombre no necesita recibir más explicaciones que las que le brindan estas nuevas divinidades. Cualquier fundamento referido a un tiempo originario o mítico, o a un tiempo escatológico o apocalíptico que puedan ofrecerle los sistemas de creencias se convierte en un sin sentido. Pero los acontecimientos del siglo XX (Primera y Segunda Guerra Mundial) dejan al hombre sumido en la perplejidad; es por eso que en la primera mitad surge con profunda intensidad la problemática de la decadencia, y hacia sus postrimerías nace una nueva, la del fin de la historia. 2. Spengler y Toynbee: pensadores de civilizaciones decadentes En su obra “La Decadencia de Occidente” (1918-1922), Spengler realiza un juego de oposiciones entre naturaleza y vida, mecánico y orgánico, privilegiando una postura organicista por sobre el mecanicismo de la civilización occidental del siglo XIX. Para él las sociedades, los pueblos, las culturas, las civilizaciones son seres con alma propia, la cual se manifiesta a través de su sino. “Las culturas son organismos” afirma, distinguiendo ocho, (entre ellas la occidental o fáustica) sin conexiones entre sí, lo cual no impediría establecer semejanzas y diferencias entre ellas utilizando su “método comparativo”. Todas atravesarían por una primavera, un verano y un otoño para “vivir” finalmente el invierno. Y así “morir”. El invierno de una cultura sobreviene cuando se convierte en civilización, y es aquí cuando comienza su decadencia. Massot sintetiza esta idea diciendo que para Spengler “...la civilización resulta una prolongación brillante, pero decadente, de la cultura; es el reino del dinero abstracto erigido sobre y en desmedro de la antigua tradición, pero supone, además, la irrupción cientificista, que eclipsa las concepciones metafísicas, litúrgicas y dogmáticas de antaño.” Esta oposición entre cultura y civilización no sería nueva en el pensamiento alemán. El historiador francés Fernand Braudel señala: Desde Herder, la lengua alemana designa bajo el término cultura el progreso intelectual y científico al que se muestra inclinada a separar de todo contexto social; entiende preferentemente por civilización tan sólo el aspecto material de la vida de los hombres. Desprecia a uno de los términos, exalta al otro... Esta toma de posición responde a la dicotomía, familiar en su genio, entre espíritu y naturaleza (GEIST y NATUR). Para Spengler, Occidente es el área de la cultura fáustica y sus horizontes abarcan los de Europa Occidental; habiendo nacido como civilización allá por el siglo XVIII habrá de morir en el año 2200, cuando llegue su invierno. La decadencia de la civilización occidental es para el filósofo un hecho irreversible: La experiencia nos enseña también que la civilización, extendida hoy sobre toda la faz del orbe, no constituye una tercera edad, sino un período necesario de la cultura occidental exclusivamente, período que se diferencia del período correspondiente en las demás culturas sólo por su grandísima extensión. Y aquí termina la experiencia. Sin embargo, ¿existe alguna luz de esperanza en el horizonte spengleriano? Algo de ello deja entrever cuando habla sobre su método comparativo: No sabemos tampoco si en la existencia del orbe sobrevendrá de pronto un acontecimiento que produzca una forma completamente nueva. Pero el hecho de que ante nosotros se ofrece el espectáculo de ocho grandes culturas, todas de igual tipo constructivo y de evolución y duración homogénea, nos permite hacer un estudio comparativo y nos da un conocimiento que se extiende hacia atrás sobre épocas desaparecidas, y hacia delante sobre períodos por venir, siempre en la hipótesis de que un sino de orden superior no venga a sustituir este mundo de formas por otro completamente nuevo. De todas maneras, lo que sigue será novedoso. La civilización occidental está destinada a desaparecer. Spengler descree del progreso decimonónico y por lo tanto de una lectura lineal de la historia. Su concepto de decadencia es vertical, de arriba hacia abajo, según algunos autores (Le Goff), cíclica según otros (Massot). Descree del progreso y por lo tanto de las relaciones de causalidad que establece el cientificismo del siglo XIX. Entonces, ¿sería adecuado preguntarse acerca de las causas de la decadencia en la filosofía spengleriana? A pesar de haber incurrido en el establecimiento de relaciones causales al elegir una postura organicista, y de caer en la contradicción al negar el principio de causalidad, pueden citarse como síntomas de la declinación de las civilizaciones el pasaje de patria al cosmopolitismo; la revolución; la vida citadina disipada y sofisticada como consecuencia de las comodidades y el lujo. Arnold Toynbee en su obra Estudio de la Historia (1934-1939) adopta una postura diferente de la de Spengler. Enmarcado en los inicios de la Segunda Guerra Mundial, su pensamiento se centra en que las culturas han pasado o pasarán (aunque no necesariamente) por dos fases de decadencia: la declinación y la desintegración. Distingue fundamentalmente veintiséis de tipo civilizaciones religioso. Si con bien ciertas conexiones emplea términos entre ellas, tales como “supervivientes”, “agonía” y “crecimiento” para referirse a la decadencia de las civilizaciones, su postura no es organicista: refuta en este sentido a Spengler , afirmando que “...las sociedades no son en ningún sentido organismos vivos. ...Declarar dogmáticamente que toda sociedad tiene un tiempo de vida predestinado es tan absurdo como sería declarar que toda pieza dramática está obligada a tener un número determinado de actos.” A diferencia de Spengler, no opone cultura y civilización. Por el contrario: la civilización sería la fase más elevada a la que una sociedad puede aspirar. Sin embargo, puede “colapsar”, aunque no necesariamente. Según Toynbee “podemos desechar la teoría de que los colapsos ocurren cuando las civilizaciones se acercan al final de su tiempo de vida, porque las civilizaciones son entidades de una clase que no está sometida a las leyes de la biología...” para infundir más adelante una esperanza dirigida a la civilización occidental: ‘Las civilizaciones muertas no han muerto por su destino, o ”en el curso de la naturaleza”, y por tanto nuestra civilización viva no está condenada inexorablemente de antemano a “sumarse a la mayoría” de su especie. Aunque dieciséis civilizaciones puedan haber muerto ya, por lo que conocemos, y otras nueve pueden estar ahora a punto de morir, nosotros – la vigésimosexta- no estamos obligados a someter el enigma de nuestro destino a la ciega decisión de la estadística. La chispa divina está aún viva en nosotros’. Marca el inicio de nuestra civilización occidental hacia el siglo VIII (alrededor del año 775). Heredera de la civilización “helénica”, abarcaría Europa Occidental, con ramificaciones en América (en especial los EE.UU.) ¿Qué es lo que produce la decadencia? Toynbee descarta como causas aquellas ajenas al control del hombre (fuerzas cósmicas, agentes externos): “En todos los casos examinados, lo más que ha realizado un enemigo extranjero ha sido dar su coup de grâce a un suicida expirante.” A pesar de refutar la teoría organicista declara que, en efecto, las sociedades se suicidan a raíz de una pérdida de su autodeterminación, de un cisma del alma. Las causas, por lo tanto, serían intrínsecas (distinción para nada novedosa). Si bien Toynbee acepta la idea de continuidad en la historia “para emplear una frase aceptada”, duda de un progreso lineal indefinido; de ahí la sentencia: “Dieciséis civilizaciones ya han muerto”. 3. Fin de la Historia: el presente en términos de esperanza Si a principios del siglo los cuestionamientos giran en torno a cierta idea de decadencia, la problemática, hacia finales del veinte, se instalará en el escenario del llamado fin de la historia. La caída del mito moderno de progreso indefinido, provoca el desfallecimiento de las grandes categorías de la modernidad. Por un lado, es el fin del sujeto que debe elaborar su propio duelo y el duelo del “nosotros”. Según Lyotard, ese nosotros “Parece que será condenado...a permanecer particular, usted y yo (quizás), condenado a dejar fuera de sí a muchos terceros. (...) deberá elaborar el duelo de la unanimidad y encontrar en la melancolía incurable de este “objeto perdido” (o de este sujeto imposible): la humanidad libre.” Elaborar este duelo del “nosotros” desencadena otro de los fines: el de los grandes relatos. Pone además en discusión el problema de la identidad colectiva, que creía en una historia humana como historia universal de la emancipación. En este sentido, Lyotard nos recuerda que: El pensamiento y la acción de los siglos XIX y XX están regidos por una Idea (entiendo Idea en el sentido kantiano del término). ... Esta Idea es la de la emancipación y se argumenta de distintos modos según eso que llamamos las filosofías de la historia, los grandes relatos bajo los cuales intentamos ordenar la infinidad de acontecimientos. ¿Cuáles son esos grandes relatos a los que refiere Lyotard? “...relato cristiano de la redención de la falta de Adán por amor, relato aufklärer de la emancipación de la ignorancia y de la servidumbre por medio del conocimiento y el igualitarismo, relato especulativo de la realización de la Idea universal por la dialéctica de lo concreto, relato marxista de la emancipación, de la explotación y de la alienación por la socialización del trabajo, relato capitalista de la emancipación de la pobreza por el desarrollo tecno - industrial.” Estos relatos pierden su validez pues la historia misma se ha encargado de refutarlos. Cada uno de los grandes relatos de emancipación del género que sea, al que le haya sido acordada la hegemonía ha sido, por así decirlo, invalidado de principio en el curso de los últimos cincuenta años. – Todo lo real es racional, todo lo racional es real: “Auschwitz” refuta la doctrina especulativa. Cuando menos, este crimen, que es real, no es racional. – Todo lo proletario es comunista, todo lo comunista es proletario: Berlín 1953, Budapest 1956, Checoslovaquia 1968, Polonia 1980...refutan la doctrina materialista histórica: los trabajadores se rebelan contra el Partido.- Todo lo democrático es por el pueblo y para el pueblo, e inversamente: las “crisis de 1911, 1929” refutan la doctrina del liberalismo económico, y la “crisis de 1974 – 1979” refuta las enmiendas poskeynesianas a esta doctrina.” Decir “fin de los grandes relatos”, ¿equivale a decir “fin de la historia” y por lo tanto “fin de una identidad colectiva”? La respuesta a estos problemas está en resolver si “existe o no historia humana” y en la cuestión de concebir la “historia como raíz de legitimaciones.” Por de pronto hay fin de la historia en el sentido de fin del historialismo, fin de su sentido unívoco y lineal. Ha cambiado la forma de experimentar y pensar la historia, la temporalidad. Pero esto, ¿la invalida como referente?, la muerte de los grandes relatos, ¿confuta tal invalidación? El hombre es un ser histórico; así lo entiende Vattimo cuando señala: “No se puede declarar “invalidada” toda forma de legitimación por referencia a la historia, como quiere Lyotard, (...), ni puede uno (...) seguir quedándose en el “metarrelato” de la modernidad como hace Habermas...” Vattimo encuentra una salida a partir de los conceptos heideggerianos de AN – DENKEN y VERWINDUNG. Su propuesta consiste en no soslayar el historicismo de la metafísica, sino enfrentar el problema repensándola en otros términos: los de la epocalidad del ser. Esto conlleva a reconocer en los aconteceres su cualidad de eventos y no ver en ellos estructuras eternas del ser; es “recuperación”, “revisión”, “convalecencia” y “distorsión” a partir del REMEMORAR; es considerar el pasado no desde el asumir que ”Esta es la Verdad Absoluta, lo anterior es un error”, sino mirar el ayer, aprehenderlo, con una actitud de PIETAS, lo que equivale a tener una “...atención devota hacia lo que, teniendo sólo un valor limitado, merece ser atendido, precisamente en virtud de que tal valor si bien limitado, es, con todo, el único que conocemos; piedad es el amor que se le profesa a lo viviente y a sus huellas, aquellas que va dejando y aquellas otras que lleva consigo en cuanto recibidas del pasado”; vínculo libre, rememorativo – monumental, de devoción y respeto, “feedback” entre lo viviente y lo no viviente que preserva las identidades (temporales y espaciales). Es que, como señala el filósofo, “...una vez que descubrimos que todos los sistemas de valores no son sino producciones humanas, demasiado humanas, ¿qué nos queda por hacer? ¿Liquidarlos como a mentiras y errores? No, es entonces cuando nos resultan todavía más queridos, porque son todo lo que tenemos en el mundo, (...) ,el único ‘ser’”. 4. Decadencia y fin de la historia: dos categorías para el debate Concluidos ambos análisis restaría su confrontación para establecer los puntos de contacto, las semejanzas y diferencias. Una primera similitud parecería surgir del significado de las palabras decadencia y fin, en cuanto a terminaciones de algo. La historia concluiría aquí, sea porque la civilización ha llegado a su fin, sea porque la historia ha llegado a su final. Ambas descreen del mito decimonónico de progreso indefinido. Si ya Spengler y Toynbee cuestionan su validez, el curso posterior de los acontecimientos se encargará de refutarlo. Lyotard, en una entrevista en el año 1986 manifiesta con optimismo que: Si ninguna intervención política es capaz de suscitar sentimientos de entusiasmo, esto significa que la política no está dando signos de historia. Al mismo tiempo, sin embargo, precisamente los demás signos (la melancolía, la tristeza, la duda) nos dicen que en el escenario de la historia está sucediendo algo, y este algo es la desilusión por las viejas ideas de progreso de la humanidad. Y esto también puede ser un progreso. La primer gran diferencia entre ambas es la siguiente: los teorizadores de la decadencia piensan, por sobre todo, en una estructura originaria referencial fuerte, invalidante de todo lo que se hubiera alejado de ella. La cultura para Spengler y la civilización en esplendor para Toynbee son superiores a ese presente decadente que respecto de ellas es declinación y caída. El fin de la historia mirado con actitud de pietas supone, en cambio, no sólo una connotación positiva del pasado sino que también una valoración optimista del presente que vincula y construye, que es crecimiento y suma en la rememoración. Segunda distinción: el fin de la historia no puede pensarse en términos de decadencia puesto que si en este fin se ha asistido a la muerte de las grandes categorías modernas (sujeto moderno, grandes relatos) no hay ninguna estructura superior con respecto a la cual la historia hubiera declinado. Tercera diferenciación: el surgimiento en estos últimos tiempos de las historias particulares, historias de la vida privada, historia de las mujeres, ponen en evidencia una nueva dirección del pensamiento, de respeto por las diferencias y los particularismos en contra de la concepción totalizante de historia como historia universal (típica de la decadencia). Cuarta distinción: la muerte del sujeto moderno y la invalidación de las categorías totalizantes tienen en este fin de siglo sus consecuencias positivas. La democratización y el respeto por las minorías, por las diferencias y por el otro, son signos todos que se distinguen del pensamiento de la decadencia en tanto sus teorizadores abogan por líderes o espíritus superiores. CONCLUSIÓN El ser epocal es, al decir nietzscheano, “todos los nombres de la historia”. Es él quien debe asumir las huellas de su pasado, el tránsito por su presente y el proyecto de sí en su futuro, porque le son inherentes y propios. Plantear la historia en términos de decadencia o de fin (como final) es evitar las responsabilidades que le corresponde afrontar por su pertenencia de ser como “ser en el tiempo”. Tampoco puede darle la espalda a las muertes porque son la contracara de la vida: luego de superar las angustias y los temores que le causaron las pérdidas, estará en condiciones de volver a plantearse el sentido y significado de las categorías perdidas en términos de superación. BIBLIOGRAFÍA: ALBIZU, Edgardo. “Fin de la historia ¿angustia milenarista?”. s/e; s/d. BRAUDEL, Fernand. La historia y las ciencias sociales. Alianza, Madrid, 1990. CAGNI, H. y MASSOT, Vicente G. Spengler. Pensador de la decadencia.Gel, Buenos Aires, 1993. CRUZ, Manuel. Filosofía de la historia. Paidós , Barcelona, 1991. LE GOFF, Jacques. El orden de la memoria. Paidós, Barcelona, 1982. LYOTARD, Jean François. «Misiva sobre la historia universal» en La posmodernidad. Gedisa, Barcelona, 1992. TOYNBEE, Arnold J. Estudio de la historia (compendio de D. C. Somervell). Alianza, Madrid, 1991. SPENGLER, Oswald. La decadencia de Occidente. Espasa Calpe, Madrid, 1983. Tomos I y II. VATTIMO, Gianni. 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