La misión de la Iglesia en el Siglo 21

Anuncio
La misión de la Iglesia en el Siglo 21
por Guillermo Cook
«La iglesia --observa uno de los documentos preparatorios del Congreso sobre la
Misión Mundial de la Iglesia realizado en St. Paul, MN, EE.UU., en junio de este
año (1998) -- tiene la obligación de involucrarse continuamente en la tarea de
investigación hermenéutica y reflexión sobre el propósito salvífico de Dios para el
mundo a la luz de las Escrituras y también de las condiciones globales y desafíos de
su tiempo.»1 ¿Cuáles son los desafíos que nos esperan en el siglo XXI? Debemos,
dice Jesucristo, leer los signos de los tiempos. ¿Cuáles son estos signos?«Son
aquellos gestos que tornan la actuación de Jesucristo presente en una época de
transición semejante a la época en que el mismo Jesús apareció», observa J.
Comblin. «Podríamos hacer investigaciones exhaustivas sobre la realidad
contemporánea (económica, social, cultural, etc.) sin descubrir signos. El sociólogo
que hubiese hecho una investigación completa sobre la sociedad del año 30 no habría
visto que Jesús era el signo de los tiempos».2
¿Que señales encontramos, particularmente en la última década del segundo milenio?
Los cambios en los procesos humanos casi nunca son súbitos. Generalmente los
percibimos pos facto, después del hecho. Las transiciones de décadas, siglos y
milenios tienen la función de obligarnos a reflexionar sobre el pasado para poder
discernir mejor el futuro.
I. Signos de los tiempos
Los signos son muchos. Escogemos algunos que nos parecen muy relevantes. La
globalización del conocimiento y de la cultura occidental de los países desarrollados
es el hecho más revolucionario y preocupante de nuestros tiempos y el más
desafiante para la misión de la Iglesia en el siglo 21. La globalización es tecnológica,
económica y religiosa, y sus principales instrumentos son los medios masivos de
comunicación y la expansión vertiginosa del modelo económico neoliberal. La
globalización de la tecnología tiene en sí una contradicción esperanzadora. Mientras
propaga el «evangelio del libre mercado» y los valores de la posmodernidad, sirve
también como medio de búsqueda y de difusión de modelos tecnológicos,
económicos, culturales y religiosos alternativos.
Con el modelo económico neoliberal los estados latinoamericanos «se han visto
obligados a abandonar sus responsabilidades por el bienestar de todos sus
ciudadanos, y en particular aquellos que viven al margen de la economía formal».
2
Doscientos millones de latinoamericanos viven en situaciones de extrema pobreza.
«Ha aumentado la brecha entre ricos y pobres, con la gradual desaparición de la clase
media. Hoy el pueblo es inducido a acomodar sus vidas a las demandas del mercado
y somos dominados por la filosofía del consumismo, que crea necesidades
artificiales y profunda frustración en los que no pueden seguirla».3 La gran mayoría
de los habitantes del mundo tendrá que aguantar ser sacrificada al dios del mercado.
La globalización del libre mercado está fundamentada en una trágica contradicción:
los recursos naturales y económicos no se globalizan. Siguen siendo un monopolio
de la economía dominante que los trasquila en nuestros países y luego los vende a
precios elevados.
El fenómeno de la globalización impacta a las culturas de todos los pueblos --unas
más otras menos-- con su mensaje universalizante. Pero el proceso es de doble vía.
Se globaliza la cultura noroccidental, posmoderna y secular, y también comienzan a
aparecer en todo el mundo las reacciones. Cuanto más se extiende la cultura
dominante, más crecen en todo el mundo las culturas tradicionales y alternativas.
También crecen los nuevos movimientos religiosos, usando los medios de
comunicación global para formar redes y propagar creencias. Esta realidad compleja
presenta un desafío singular para la Iglesia en América Latina. La nueva tecnología
de los medios masivos facilita la comunicación del evangelio, al mismo tiempo que
la pluralidad de culturas hace más difícil su inculturación. Ante semejantes desafíos
¿cómo puede la Iglesia ser profética y al mismo tiempo encarnacional?
La fuerza motriz de cualquier cultura, aun las «materialistas y ateas», es su
espiritualidad. Esto es también cierto en culturas donde la globalización tiene un
«evangelio de salvación» que anunciar, profetas que lo proclaman, sus propios ritos
y sacerdotes practicantes. ¿Qué pasa cuando los elementos de esta nueva «religión de
consumo» se confunden con los fundamentos de una auténtica fe cristiana? ¿Cuál
será el papel de la religión en esta nueva aldea global? Tenemos hoy un
supermercado de ofertas religiosas, incluso en regiones del mundo como América
Latina que antes fueron patrimonio de religiones hegemónicas. En su modo, la
cristiandad católica romana fue durante siglos una cultura globalizante. La
religiosidad popular católica es una expresión de esta cristiandad y también una
protesta contra ella. Hoy la cristiandad católica está en crisis. Advierte René Padilla:
Ahora que el protestantismo adquiere fuerza, no sólo en el campo religioso
sino también en lo político, debemos indagar si hay razones para pensar que
una especie de cristiandad protestante irá a reemplazar la cristiandad católico
romana... La ambición del poder esta, asombrosamente, ganando terreno en
las filas evangélicas.4
Los medios masivos de comunicación nos han hecho más conscientes del impacto
sobre el medio ambiente de todas nuestras acciones en la aldea global. Sólo en las
últimas décadas del presente milenio la raza humana ha comenzado a percatarse de la
interrelación global de factores ambientales y comportamiento humano. Hemos
comenzado tardíamente a preocuparnos por la destrucción de la naturaleza que Dios
3
creó y su impacto sobre nuestra sobrevivencia. Al concluir dos milenios de historia
cristiana, ¿qué mensaje tiene la Iglesia frente a los vaticinios de catástrofes naturales
en el próximo siglo?
II. Desafíos para el nuevo siglo
¿Qué significa evangelizar en un mundo que es al mismo tiempo globalizante y
pluralista? ¿Cuál es el mensaje evangélico dentro de una cultura que se universaliza
y que al mismo tiempo se fracciona en innumerables subculturas? Permítanme
compartir algunas reflexiones a partir de los aportes de diversos misionólogos. La
primera consigna para la Iglesia del nuevo siglo tendrá que ser: «Regresemos a
nuestras raíces; regresemos a la Palabra de Dios».
Retorno a la fe bíblica
El gran problema de la Iglesia protestante latinoamericana durante las últimas
décadas de este siglo tiene que ver con una doble pérdida de identidad: la evangélica
y la cultural. Sin estos dos puntos de referencia, la Palabra de Dios y el contexto o
contextos en que ésta se incultura, la Iglesia evangélica en América Latina se
apartará cada vez más de su misión, de la misión de Dios. Retornar contextualmente
a sus raíces teológicas tendrá que ser la tarea prioritaria de la Iglesia en el siglo 21.
Nos preciamos de ser «el pueblo de la Biblia» e «hijos de la Reforma». Sin embargo,
tenemos la impresión de estar alejándonos de los principios bíblicos que fueron
rescatados por la Reforma protestante: solo Christus, sola gratia, sola fides, sola
Scriptura. Examinemos estos principios a la luz de nuestro tema.
Solo Cristo (Hch 4.12). Él es el centro de nuestra fe, no solamente porque es el único
camino para llegar a Dios sino también porque es Jesucristo, el Hijo de Dios, quien
nos señala el camino para la misión de la Iglesia.
Sin echarse atrás, Jesús aceptó incondicionalmente la misión que había
recibido del Padre, en medio de la conflictividad que generan intereses ajenos
al reino. Como Siervo sufriente, marchó erguido, sin claudicaciones ni
concesiones, hasta el lugar del sacrificio. Allí culminó con su muerte la
misión de ser para los demás, dando su vida por nuestra salvación.5
Sola gracia (Ef 2.8-9). Gracia es la presencia de Dios en el mundo y en el ser
humano.
Cuando Dios se hace presente, entonces el que estaba enfermo queda bien, el
que estaba decaído se levanta, el que era pecador queda justo, el que estaba
muerto vuelve a vivir, el oprimido experimenta la libertad y el desesperado se
siente reconfortado y consolado... Gracia es relación, es éxodo, es comunión,
es encuentro, es diálogo, es apertura, es salida, es historia de dos libertades y
la encrucijada de dos amores.6
4
Gracia es gratuidad, es gratitud a Dios, es celebrar su «graciosa» creación con miras
a su Nueva Creación. Hoy por hoy en cambio, el evangelio de la gracia de Dios
aparece demasiadas veces como un mensaje de «desgracia», cuya gracia es «gracia
barata», moneda desvalorizada, mérito adquirido. El principal reto para la Iglesia en
el nuevo siglo es permitir que Dios restaure el verdadero valor de su gracia para con
nosotros y los que habrán de nacer en años venideros.
Sola fe (Ro 1.17). La Iglesia cristiana a fines del siglo 20 sufre una crisis de fe, una
crisis de identidad. La fe en Jesucristo se debate entre credos estériles y credulidad
ingenua. Se reduce a un corpus de doctrinas y prácticas mediatizadas por las
ideologías del momento. La fe que comunicamos demasiadas veces carece de
contenido teológico; se diluye en fórmulas intelectuales, se ahoga en un mar de
emociones o bien se esfuma en ritos fantasiosos. La Iglesia en el siglo 21 tendrá
misión sólo si regresa a las fuentes de la fe, si vuelve a hacer teología, como la
Iglesia primitiva, «a partir de dos lugares --como dice L. Boff--, el lugar de la fe y el
lugar de la realidad social dentro de la cual se vive la fe».7 La Iglesia tendrá
autoridad para predicar si sigue en el camino de Jesús.
Sola Escritura (Mt 24.35). Aunque afirmamos nuestra fe en toda la Palabra de Dios,
en la práctica basamos nuestras acciones en un número reducido de textos de prueba.
En cierto modo esto es comprensible porque ninguno alcanza a entender todo el
consejo de Dios. Lo inexcusable es que las palabras de hombres y mujeres que se
presentan como profecías, visiones y proclamaciones subjetivas, llegan a tomar el
lugar de las Escrituras. El cumplimiento de la misión de Dios en el nuevo siglo
exigirá, por tanto, los dones de discernimiento de espíritus y de denuncia profética.
En el poder del Espíritu (Hch 1.8). De alguna manera se podría llamar al siglo 20
«el siglo del Espíritu Santo». En todos los sectores de la Iglesia universal se hace
presente este elemento fundamental de nuestra fe, esta Persona que la Reforma y sus
herederos no trataron adecuadamente. Irrumpe en la escena eclesial justo a
comienzos de siglo y hoy el número de iglesias y adeptos que profesan los dones del
Espíritu son incontables. Con todo, el nuevo énfasis sobre la obra del Espíritu Santo
a menudo carece de sólida fundamentación bíblica. Por ejemplo, ¿qué significan
bautismo y unción en las Escrituras? No son siempre equivalentes a bendición ni se
reducen a una vivencia individualista. Según Lucas 3.16-17, el bautismo y fuego del
Espíritu Santo tiene también una dimensión de juicio. La función del Espíritu en la
misión de Jesucristo tiene una «opción preferencial» para quienes sufren injusticia
(Lc 4.18-19).
Retorno a la "tierra" (identidad)
Cuando perdemos nuestra identidad cultural y social fácilmente nos alejamos de los
fundamentos de la fe bíblica. La vida carece de significado cuando no tenemos
raíces. Por eso la tierra (ha eretz) es un eje central en la Biblia y particularmente en
el Antiguo Testamento. La tierra define la identidad de Israel como pueblo que es
llamado por Dios para cumplir una misión en el mundo. La tierra es promesa en el
5
desierto, posesión tentadora, plañido en tierra extraña y protección de un mundo
hostil después del exilio. Esta relación entre tierra e identidad en la historia de Israel
es paradigma del reinado de Dios en el Nuevo Testamento. Jesús nace en una tierra
que otros poseen, muere en la cruz que pertenecía a otro y tanto su pesebre como su
tumba son prestados. Su identidad misionera no se basa en la propiedad, porque él ha
venido a anunciar «el evangelio del reinado de Dios», la patria de la identidad del
cristiano.8 La experiencia de Israel y la misión de Jesucristo tienen lecciones
importantes para la Iglesia en los albores de un nuevo siglo y milenio. El desarraigo
social y cultural de grandes sectores de la Iglesia se manifiesta en nuestra crisis de
identidad en un mundo que cambia radicalmente. La promesa de nuevos cielos y
nueva tierra solo se cumplirá en el ésjaton. Mientras tanto la Iglesia se enfrenta a la
constante tentación de afincarse en sus pequeños reinos, buscando identidad en
proyectos humanos, posesiones materiales o escapismos apocalípticos.
Tierra e identidad tienen un significado muy diferente para las culturas originales de
nuestro continente. Para los pueblos indígenas y afroamericanos el desarraigo
significa anomia, pérdida de su cultura y por tanto de su identidad, valores y
autoestima. Cientos de miles de hombres, mujeres y niños africanos fueron
arrancados de sus tierras ancestrales y transportados al «Nuevo Mundo». Los pocos
que sobrevivieron la travesía procuraron mantener vestigios de sus culturas por
medio de la práctica secreta de sus ritos ancestrales. Los pueblos autóctonos de las
Américas fueron avasallados por culturas europeas. Sin embargo, durante casi dos
milenios pudieron mantener sus culturas y asimilar elementos de otras culturas sin
demasiados trastornos porque la «tierra» siempre fue el eje de su identidad
comunitaria. Al mismo tiempo, la experiencia milenaria de las culturas autóctonas
ofrece lecciones importantes para quienes nos sentimos abrumados por la cultura
posmoderna. Por ejemplo en Mesoamérica, la globalización de una cultura
autoritaria, religiosa y tecnocrática contribuyó durante siglos al decaimiento de estas
culturas autóctonas y su desestabilización ecológica y social. A pesar de ello, hoy
estos pueblos nos ofrecen su sabiduría milenaria, sus valores de amor por la tierra, la
familia y la vida comunitaria. ¿Habrá espacio en la Iglesia del siglo 21 para estos
pueblos, sus valores culturales y su espiritualidad particular?
Una iglesia dialógica.
Para cumplir mejor con la misión de Dios en el siglo 21, la Iglesia tendrá que
aprender a dialogar, con respeto y fidelidad profética, con la cultura, con los poderes
y al interior de sí misma.
Diálogo profético con las culturas. Jesucristo no vino para destruir culturas, sino
para encarnarse en el corazón de ellas, para preservar sus valores auténticos y
transformar lo destructivo. La transformación es tarea de él y de su Espíritu, y no de
la Iglesia. El gran apóstol a los pueblos islámicos, Kenneth Cragg, nos dejó el
siguiente legado:
Nuestra primera tarea cuando nos acercamos a otro pueblo, otra cultura, otra
6
religión es quitarnos los zapatos, porque nos aproximamos a un lugar santo.
De otra manera podemos pisotear los sueños de alguno. Y lo que es más
grave aún, podemos olvidarnos que Dios ya estaba allí antes de que nosotros
llegáramos.9
En la tarea de la misión hacia los pueblos «no alcanzados» necesitamos un
entendimiento transcultural de la conversión:
Cada comunidad local debe tener la libertad de desarrollar su propio
testimonio de Cristo dentro de su propio contexto, sin que se le impongan
formas ajenas. Al mismo tiempo, el producto final debe ser identificable y
reconocible como una expresión genuina de la fe universal en Cristo y el
Dios Trino según el testimonio de las Escrituras y de los credos.10
Diálogo profético con los poderes. «La moderna economía de mercado y la
globalización influyen mucho, también, en los valores religiosos del pueblo», según
un documento reciente. «Los cristianos deben evaluar constantemente su influencia a
la luz del Evangelio».11 E. Fromm argumenta que el tema central del Antiguo
Testamento es «la guerra contra la idolatría». En el momento en que le ponemos
nombre a Dios y hablamos de él corremos el peligro de caer en la idolatría. ¿Qué es
un ídolo? La diferencia, dice Fromm, entre el Dios de la Biblia y los falsos dioses
no consiste primariamente en que existía un solo Dios y muchos ídolos. En
verdad, si el hombre venerase solamente un ídolo y no muchos, seguiría
siendo un ídolo y no Dios. De hecho, ¿con cuánta frecuencia la veneración de
Dios no ha sido sino la veneración de un ídolo, disfrazado del Dios de la
Biblia? La historia de la humanidad hasta el momento presente es
primariamente la historia de la adoración de los ídolos, desde los primitivos
ídolos de arcilla y madera, hasta los modernos ídolos del estado, el jefe, la
producción y el consumo, santificados por la bendición de un Dios
idolizado.12
Diálogo intra-eclesial. La Iglesia en el próximo siglo tendrá que abocarse seriamente
a un diálogo interno entre los miembros de un Cuerpo que está despedazado
vergonzosamente. La globalización, irónicamente, podría lograr lo que dos milenios
de historia cristiana no pudieron conseguir: estrechar los lazos entre las múltiples
expresiones locales de la única Iglesia. Las unidad por la que Jesús oró no tiene
mucho que ver con estructuras y jerarquías. Los agentes humanos de la
comunicación son los medios masivos que hoy nos permiten comunicarnos casi
instantáneamente con nuestros hermanos en todo el globo. Los medios masivos no
sólo tienen la posibilidad de unir, de derribar barreras, sino que permiten participar
en modelos alternativos de sociedad civil y comunidad de fe. Durante quince siglos
imperó un modelo globalizante: la cristiandad católica. En lugar de gastar nuestras
energías en crear una cristiandad protestante, procuremos «nuevas maneras de ser
Iglesia y de hacer misión». «La ‘confesionalización’ de la política que es producto de
la ‘catolización’ de las iglesias evangélicas (y en particular de las carismáticas) --
7
acota R. Padilla-- haría tanto daño a la causa del evangelio como el que en el pasado
causó la politización de la fe».13
Discipulado y formación. «La Iglesia necesita equipar a sus líderes para que puedan
leer las señales de los tiempos y discernir su significado». Debe «formar y preparar a
los líderes que llevarán adelante el ministerio de la Iglesia en su totalidad... Esta
formación precisa mantener en equilibrio la calidad de la educación con una
metodología que no aliene de sus comunidades a la gente y no les infunda una
actitud elitista». En el nuevo siglo la Iglesia tendrá que «identificar una variedad de
modelos pastorales que respondan a la realidad local». Para cumplir con la misión de
Dios, la Iglesia del siglo 21 «necesita formar pastores que surgen de la gente y se
ocupan de la gente... En este proceso... es necesario escuchar las voces... de los
marginados, de las comunidades indígenas y particularmente de las mujeres».14
Testimonio integral. La Iglesia del siglo 21 seguirá siendo una iglesia que testifica.
Reforzada y renovada por la acción del Espíritu y de la Palabra, proclamará el
mensaje del Reinado de Jesucristo. Siguiendo en los pasos de su Señor, demostrará
en palabra y acción el amor de Dios para todo el mundo, y en particular para los que
sufren por el pecado de otros. Aunque los desafíos sean diferentes y mayores que los
del siglo que concluye, su mensaje será el mismo: «Se ha cumplido el tiempo... El
reino de Dios está cerca. ¡Arrepiéntanse y crean las buenas nuevas!» (Mr 1.15).
Cuando la Iglesia ha sido fiel a su cometido y a este mensaje, ha logrado sobrevivir y
avanzar en medio de cambios de paradigma tan portentosos como el que hoy
representa la globalización. A lo largo de su historia y también en este siglo la Iglesia
ha sido perseguida. Podemos estar seguros que el nuevo siglo también será coronado
de mártires de la fe; que nuestro triunfalismo de hoy sufrirá los rudos golpes de
ideologías, sistemas y doctrinas totalitarias. Con todo, nos acogemos a la promesa de
Jesucristo: las puertas del reino de la muerte no prevalecerán contra ella (Mt 16.18).
Actitud vulnerable. Los tres grandes enemigos de la misión de Dios son la
infidelidad, el orgullo y la prepotencia. Cuando la Iglesia en todos los tiempos es
desleal con su Señor e infiel a los fundamentos de la fe; cuando se refugia en sus
recursos y atributos olvidándose de las palabras del Siervo sufriente (Mr. 9.44), la
misión deja de ser missio Dei y pasa a ser solamente «misión de la iglesia» como
institución humana. La misión de Jesucristo se caracteriza por fidelidad al evangelio,
humildad en el uso de su autoridad y vulnerabilidad frente al rechazo. A esto se le
llama encarnación. Con todo, no hay garantías de éxito en la misión ni siquiera para
el Hijo de Dios encarnado, ya que aun el «pueblo escogido» lo rechaza (Jn 1.12).
Todo ser humano tiene el derecho a rechazar o aceptar las implicaciones de la
encarnación de Jesucristo, pero la Iglesia no puede darse el lujo de evadir el modelo
encarnacional porque es la esencia de la misión de Dios en un mundo de pecado,
opresión y posible rechazo.
III. Conclusión.
Recapitulemos. En las palabras del Mensaje del Congreso sobre la Misión Global de
8
la Iglesia, la misión evangelizadora de la Iglesia es y siempre será «anunciar las
Buenas Nuevas de Jesucristo con miras a un cambio radical de vida personal, a la
organización de comunidades de fe y la transformación de la sociedad.»
La realidad presente en América Latina incluye: a) un creciente pluralismo
religioso y cultural, con sus consiguientes tensiones, conflictos y
oportunidades;b) la radical profundización de la pobreza y la exclusión social
por razón de un mercado global y fuerzas económicas sin control, y c)
prácticas discriminatorias profundas y difundidas ampliamente en contra de
comunidades indígenas y poblaciones de descendencia africana, de mujeres,
niños y poblaciones empobrecidas. En este contexto, anunciar que Dios en
Cristo venció por nosotros sobre la muerte requiere un compromiso inflexible
para con personas necesitadas, esfuerzos ecuménicos en pro de la unidad del
pueblo de Dios y un acercamiento misionero con espíritu de
«acompañamiento» y participación.15
Miramos hacia el futuro con esperanza sustentados por la promesa de Aquel que ha
dicho: «¡Yo hago nuevas todas las cosas!... ¡Miren que vengo pronto! Dichoso el que
cumple las palabras del mensaje profético de este libro »(Ap. 21.5: 22.7).
Notas
1. J. Scherer, «Cuestiones claves para la misión global hoy: Preguntas cruciales sobre teología de la
misión, su contexto y expectativas», documento preparatorio para el Congreso sobre la Misión
Mundial de la Iglesia (CMMI), p. 11.
2. J. Comblin, Teología de la misión: La evangelización. Latinoamérica Libros, Buenos Aires, 1974,
p. 93.
3. Citado por el Servicio de Noticias ALC (10-07-98).
4. R. Padilla, «El futuro del cristianismo en América Latina: Perspectivas y desafíos misionológicos» ,
documento preparatorio para el CMMI.
5. Misión a la manera de Cristo: Resistencia y transformación, San José, CELEP, 1988, p. 1.
6. L. Boff, A graça libertadora no mundo, Edit. Vozes,Petrópolis, 1976, p. 15.
7. L. Boff, A fé na periferia do mundo, Edit. Vozes, Petrópolis, 1979, p. 7.
8. W. Brueggemann, The Land, Augsburg/Fortress Press, St. Paul, MN, 1977.
9. K. Cragg, citado en A. Neely, «Religious Pluralism: Threat or Opportunity for Mission?», Currents
in Theology of Mission, Vol. 25, No. 2, abril 1998, pp. 102-115.
10. Scherer, p. 9.
9
11. Noticias ALC.
12. E. Fromm, Y seréis como dioses , Ed. Paidós, Bs. As, pp. 43-47.
13. R. Padilla, «El futuro del cristianismo en América Latina...»
14. «La misión de la Iglesia en América Latina», documento elaborado por el grupo latinoamericano
en el Congreso sobre la Misión Mundial de la Iglesia, MN, EE.UU., realizado en setiembre de 1998
(Ver pp. 14-19).
15. «El deseo de Dios: Mensaje del Congreso sobre la misión...», St. Paul, junio 30, 1998.
Descargar