1 Traducción del original A theory of crimes against humanity, publicado en Yale Journal of Internacional Law (29 Yale J. Int’l L 85) por Ezequiel Malarino y Marisa Vázquez. Una teoría de los crímenes contra la humanidad David Luban I. Introducción: crímenes contra la cualidad de ser humano y crímenes contra el conjunto de humanidad No existe documentación acerca de cómo los redactores de la Carta de Núremberg llegaron a elegir el término “crímenes contra la humanidad”. El término fue escogido por el juez de la Corte Suprema de los Estados Unidos, Robert Jackson, quien fue jefe de los fiscales estadounidenses y de la delegación estadounidense en la Conferencia de Londres que elaboró la Carta. Jackson consultó al gran doctrinario de derecho internacional, Hersch Lauterpacht, pero ellos decidieron no documentar sus deliberaciones, aparentemente para no generar polémica. En 1915, los gobiernos de Francia, Gran Bretaña y Rusia habían denunciado el genocidio de los armenios turcos como “crímenes contra la civilización y la humanidad” y la misma frase aparece en una propuesta de 1919 para enjuiciar a los autores turcos. Pero en aquel tiempo los Estados Unidos objetaron que las así llamadas “leyes de la humanidad” no tenían un contenido específico y la propuesta de juzgar a los turcos fue echada por tierra. Aparentemente, Jackson no vio ninguna razón para invocar un precedente que su propio gobierno había objetado antes por razones basadas en la idea de la regla de derecho [rule of law] y concluyó que cuanto menos se diga, mejor es.1 Cherif Bassiouni, quien escribió una Frederick Haas Professor of Law and Philosophy, Georgetown University Law Center. Escribí una versión anterior de este trabajo, que ya es casi irreconocible, para una conferencia sobre crímenes contra la humanidad en la Western Ontario University en enero de 2002. Deseo agradecer a quienes participaron en esa conferencia por sus comentarios, y a los organizadores, Charles Jones y Richard Vernon, por la primera invitación a pensar seriamente sobre la materia. También he recibido comentarios útiles a este trabajo de participantes del seminario de investigación de la Georgetown University, incluyendo comentarios escritos de Emma Coleman Jordan y Neal Katyal. Mi asistente de investigación, Mike García, colaboró con una crítica minuciosa de una versión anterior del trabajo, y Kate Kerr proporcionó una ayuda esencial en la preparación del borrador final. Presenté una versión posterior del trabajo en el Yale Law School's Schell Center, y recibí valiosos comentarios y sugerencias de muchos participantes, en particular Paul Kahn. Larry May hizo comentarios útiles acerca de un borrador posterior, y me he beneficiado asimismo de la oportunidad de leer el original de su próximo libro, Crimes Against Humanity: A Normative Account. También deseo agradecer a quienes participaron en la sesión del seminario de filosofía de la University of Maryland sobre este trabajo. Finalmente, quiero agradecer a Julie O'Sullivan por el estímulo y las innumerables apreciaciones mientras trabajábamos este material para nuestro curso de derecho penal internacional. 1 M. Cherif Bassiouni, Crimes Against Humanity in International Criminal Law, ps. 17-18 (2da. ed. 1999). Véase también Lawrence Douglas, The Memory of Judgment: Making Law and History in the Trials of the Holocaust, ps. 44-46 (2001); Kriangsak Kittichaisaree, International Criminal Law, ps. 8586 (2001). Para un mayor tratamiento del origen de la noción jurídica de crímenes contra la humanidad, véase Antonio Cassese, International Criminal Law, ps. 67-74 (2003). El término “crímenes contra la humanidad” apareció en algunos códigos penales latinoamericanos en los años veinte, y los Estados que 2 crónica sobre esos acontecimientos, consideró, sin embargo, que el término crímenes contra la humanidad era “más apropiado” y, aparte de las inquietudes que serán consideradas abajo en cuanto a que el término crea el peligro de demonizar a aquellos que cometen tales crímenes, es difícil discrepar.2 La frase “crímenes contra la humanidad” ha adquirido enorme resonancia en los imaginarios jurídico y moral de la época posterior a la segunda guerra mundial. Ella sugiere, al menos en dos sentidos distintos, la enormidad de estos delitos. Primero, la frase “crímenes contra la humanidad” sugiere delitos que agravian no sólo a las víctimas y sus propias comunidades, sino a todos los seres humanos, sin importar su comunidad. Segundo, la frase sugiere que estos delitos calan hondo, lesionando el núcleo de humanidad que todos compartimos y que nos distingue de otros seres de la naturaleza.3 Este doble significado da fuerza a la frase, pero también ambigüedad; una ambigüedad que podemos encontrar en el doble significado de la palabra “humanidad”. “Humanidad” significa la cualidad de ser humano [humanness] y la suma de todos los seres humanos [humankind].4 Tomado en el primer sentido, “crímenes contra la humanidad” sugiere que el rasgo definitorio de estos delitos es el valor que ellos lesionan, a saber la cualidad de ser humano. El derecho distingue tradicionalmente entre delitos contra las personas, delitos contra la propiedad, delitos contra el orden público, delitos contra la moral y otras distinciones semejantes. Aquí, la idea es suplementar la taxonomía tradicional de bienes jurídicamente protegidos –propiedad, personas, orden público, moral-, añadiendo que tales delitos son crímenes contra la cualidad de ser humano como tal. La terminología elegida por los redactores de la Carta de Núremberg sugiere que ellos pensaban en crímenes contra la humanidad en este sentido. En el art. 6, que enumera los crímenes que caen bajo la competencia del Tribunal, encontramos la categoría tradicional de crímenes de guerra5 suplementada con dos nuevas categorías: lo emplearon ejercieron jurisdicción universal sobre tales crímenes. Harvard Research Project on Criminal Jurisdiction, 29 Am. J. Int'l L., 435, p. 571 (Supp. 1935) (con citas de los códigos penales de Costa Rica y Venezuela). 2 Bassiouni, supra nota 1, 17, ps. 62-63. La preocupación acerca de la demonización aparece con particular claridad en Carl Schmitt, The Concept of the Political, p. 54 (traducido por George Schwab, 1996) (“Confiscar la palabra humanidad, para invocar y monopolizar semejante término probablemente tenga ciertos efectos incalculables, tales como negar al enemigo la cualidad de ser humano…”). Véase la iluminadora discusión sobre Schmitt en Martti Koskenniemi, The Gentle Civilizer of Nations: The Rise and Fall of International Law 1870-1960, ps. 415-436 (2001). Discuto el argumento de Schmitt infra en la parte V. 3 En este y otros puntos mi argumentación coincide con Richard Vernon, What Is a Crime Against Humanity?, 10 J. Pol. Phil., 231, ps. 242-45 (2002). Vernon observa la distinción que aquí se presenta. Id. ps.238-40. Señalaré otros puntos de coincidencia (así como de desacuerdo) cuando surjan. 4 Esta ambigüedad es observada asimismo por Cassese, supra nota 1, p. 67. La palabra tiene también un tercer significado principal, a saber: compasión -no cualidad de ser humano [humanness] sino conmiseración [humaneness]- y ese sentido a veces aparece en las discusiones sobre los crímenes contra la humanidad cuando nos centramos en los aspectos despiadados, crueles, de sangre fría de los crímenes. Propongo dejar a un lado este significado, sin embargo, porque la ausencia de compasión, de conmiseración, difícilmente distinga a los crímenes contra la humanidad de muchos otros crímenes. 5 Charter of the International Military Tribunal, Aug. 8, 1945, art. 6(b), 59 Stat. 1544, 1547, 82 U.N.T.S. 279, 288 (1945) (en adelante Carta de Núremberg), reimpresa en 1 Int'l Military Tribunal, Nuremberg, 3 crímenes contra la paz6 y crímenes contra la humanidad.7 La formulación paralela sugiere que los crímenes contra la humanidad lesionan la humanidad de la misma manera que los crímenes contra la paz lesionan la paz. Si este paralelismo resiste, entonces “humanidad” denota el bien que los crímenes violan, tal como “paz” denota el bien que lesionan las guerras de agresión y las guerras en violación de tratados. Un argumento de Hannah Arendt ilustra de qué manera este sentido de la frase “crímenes contra la humanidad” figura en el argumento jurídico y moral. En el epílogo de Eichmann in Jerusalem, Arendt describe el holocausto como un “nuevo crimen contra la humanidad en el sentido de un crimen ‘contra el estatus humano’ o contra la misma naturaleza de humanidad”.8 Ella adopta la frase “crímenes contra el estatus humano” del procurador francés en Núremberg, François de Menthon, y la explica así: “[Genocidio] es un ataque a la diversidad humana como tal, esto es, a la característica del ‘estatus humano’ sin la cual la misma palabra ‘humanidad’ [mankind; humanity] carecería de significado”.9 Atacar la diversidad es, en otras palabras, atacar la cualidad de ser humano. Éste es un argumento intrigante e importante, sobre el cual volveré más adelante. Por el momento, deseo solamente poner de relieve que la frase de Menthon y la explicación de Arendt adoptan una lectura de los “crímenes contra la humanidad” como “crímenes contra la cualidad de ser humano”. Para Menthon, el crimen es un ataque contra aquello que nos hace humanos. “Humanidad” refiere a la cualidad de ser humano, esto es, a una propiedad abstracta, no a la raza humana o a un conjunto de individuos humanos. Tomado en el último sentido, “humanidad” refiere al conjunto de seres humanos; a la humankind, no a la humanness. Según esta interpretación, “crímenes contra la humanidad” sugiere que el rasgo definitorio de estos delitos es la parte interesada. En derecho, se considera que algunas infracciones [wrongs] –principalmente infracciones civiles, como los ilícitos civiles [torts]- afectan sólo a las víctimas y sus familiares. Otras infracciones, causadas igualmente a víctimas determinadas, lesionan también normas importantes de la comunidad y la comunidad buscará vindicar aquellas normas con independencia de la víctima. Estas infracciones son delitos, no ilícitos civiles u otras infracciones civiles, y la comunidad, no sólo las víctimas, tiene un claro interés en el castigo. Si, por ejemplo, Usted me pega un puñetazo en la nariz, yo lo demandaré por daños y el caso civil será denominado como las partes en conflicto: Yo contra Usted. Pero, además, Usted puede ser perseguido por lesiones, y el caso criminal será titulado: Estado contra Usted; Comunidad contra Usted, o Reino contra Usted. El nombre del primer caso refleja que Usted me ha agredido y que yo estoy buscando una recompensa; los nombres del último caso connotan que, al agredirme, Usted ha cometido un delito contra la comunidad. En el primero, las partes en disputa somos nosotros, Usted y yo. En el último, las partes en conflicto son Usted y el Estado, la Trial of the Major War Criminals Before the International Military Tribunal, Nuremberg, 14 November 1945- 1 October 1946,. 10 (1947). 6 Id. art. 6(a), 59 Stat., 1547, 82 U.N.T.S., 288. 7 Id. art. 6(c), 59 Stat., 1547, 82 U.N.T.S, 288. 8 Hannah Arendt, Eichmann in Jerusalem: A Report on the Banality of Evil, p. 268 (ed. rev. 1965). 9 Id. 257, ps. 268-69. 4 comunidad o el Reino. Yo puedo decidir retirar mi demanda civil contra Usted, quizás porque hemos solucionado nuestra controversia fuera de la corte. Pero esto no importará al Estado, quien sigue siendo libre de continuar el proceso por lesiones a pesar de nuestro acuerdo, porque el interés estatal en castigar el hecho difiere fundamentalmente de nuestro propio interés. Visto de este modo, el término “crímenes contra la humanidad” significa que toda la humanidad es parte interesada y que el interés de la humanidad puede diferir del interés de las víctimas. También Eichmann in Jerusalem ilustra este sentido del término. Arendt cita la observación de Telford Taylor de que “un crimen no es cometido sólo contra la víctima, sino primariamente contra la comunidad cuyo derecho es violado”,10 un hecho que, ella observa, distingue a los delitos de los ilícitos civiles. Ella argumenta: [L]a exterminación física del pueblo judío fue un crimen contra la humanidad, cometido en el cuerpo de la población judía … En la medida en que las víctimas eran judías, era justo y apropiado que un tribunal judío deba juzgar; pero, en la medida en que el crimen era un crimen contra la humanidad, era necesario que un tribunal internacional lo juzgue.11 Nótese que Arendt extrae una conclusión en cuanto a la competencia de la distinción de crímenes contra los judíos y crímenes contra la humanidad cometidos contra los judíos. La cuestión de quién es competente para juzgar crímenes internacionales es importante y actualmente tema de un vigoroso debate; retornaré a esta cuestión más adelante, donde pondré en tela de juicio el argumento de Arendt. Aquí, sin embargo, cito el argumento de Arendt sólo para poner de manifiesto que en él la palabra “humanidad” hace referencia al conjunto de seres humanos, no a la cualidad de ser humano.12 10 Arendt, supra nota 8, p. 261 (con cita de Telford Taylor, Large Questions in Eichmann Case, N.Y. Times, Jan. 22, 1961, § 6, 22). 11 Id. p. 269. 12 Debido a que el tratamiento de Arendt del caso Eichmann aparecerá de manera prominente en la argumentación de este trabajo, algunos antecedentes pueden resultar útiles para los lectores que desconocen el libro de Arendt o el caso. Adolph Eichmann era un teniente coronel en el Schutzstaffel (S.S.) cuyo trabajo consistía en organizar el agrupamiento de judíos europeos y su deportación a los campos de exterminio en el Este. A pesar de que no fue en modo alguno uno de los instigadores de la solución final, Eichmann fue el nazi de más alto rango cuyas tareas consistieron completamente en el aniquilamiento de judíos. Después de la guerra, Eichmann escapó a Argentina, donde vivió de incógnito hasta que agentes israelíes lo localizaron y secuestraron en 1960. Fue conducido a Jerusalén y juzgado por crímenes contra la humanidad y “crímenes contra al pueblo judío,” condenado, y ahorcado. Para relatos importantes del juicio a Eichmann (además del de Arendt), véase Douglas, supra nota 1, ps. 97182 y Tom Segev, The Seventh Million: The Israelis and the Holocaust, ps. 323-84 (traducido por Haim Watzman, 1993). Hannah Arendt fue comisionada por la revista The New Yorker para cubrir el juicio a Eichmann, y sus artículos culminaron en el libro Eichmann in Jerusalem: A Report on the Banality of Evil. Resultó ser uno de los libros más controversiales de su tiempo, provocando una “hoguera de insulto, acusación, denuncia, y odio puro” dirigida contra Arendt que ardió furiosamente por tres años y que desde entonces se ha apaciguado sin extinguirse. David Laskin, Partisans: Marriage, Politics, and Betrayal Among the New York Intellectuals, p. 238 (2000). Arendt criticó al gobierno israelí y a la fiscalía por intentar politizar el juicio, que ella creía que debía consistir únicamente en una búsqueda de justicia imparcial. Además, los críticos denunciaron que Arendt apañaba a Eichmann gracias a su idea de la 5 Otra ilustración de este sentido de “humanidad” aparece en la explicación de Mary Ann Glendon de la distinción de Núremberg entre crímenes contra la paz y crímenes contra la humanidad: “[h]acer una guerra de agresión era un crimen contra la sociedad internacional y … perseguir, oprimir y ejercer violencia sobre individuos o minorías por motivos políticos, raciales o religiosos en conexión con tal guerra, o exterminar, esclavizar o deportar poblaciones civiles, era un crimen contra la humanidad”13 Aquí la frase “sociedad internacional” hace referencia al sujeto tradicional del derecho internacional, a saber la sociedad de los Estados. Glendon está sugiriendo que “humanidad” se refiere a algo diferente; no a la sociedad de los Estados, tampoco al concepto ligeranmente diferente acuñado por Rawls de la sociedad de los pueblos “banalidad del mal,” por medio de la cual quería decir que Eichmann no estaba motivado por antisemitismo, psicopatología, sadismo o el deseo de hacer algo monstruoso; en cambio, él se consideraba a sí mismo nada más que un empleado responsable que hacía concienzudamente un trabajo normal. Para peor, ella combinaba esta idea con algunas páginas incendiarias que criticaban a la dirigencia judía en la Europa ocupada por colaborar en el agrupamiento de judíos. “La controversia,” como llegó a ser conocido el debate encarnizado acerca de la obra de Arendt, puso fin a amistades de décadas de duración. Para un relato amplio de “la controversia”, véase Elizabeth Young-Bruehl, Hannah Arendt: For Love of the World, ps. 328-78 (1982). “La controversia” se reavivó, brevemente, a mediados de los años noventa con la revelación de la aventura amorosa juvenil de Arendt con su profesor, Martin Heidegger, quien luego se convirtió en nazi, y con quien se reconcilió y reanudó su amistad en 1950. Véase, en general, Elzbieta Ettinger, Hannah Arendt-Martin Heidegger (1995). A los críticos de Arendt la conexión con Heidegger les parecía una prueba adicional escandalosa de su arrogancia y de su juicio distorsionado, ambos ampliamente probados por su renuencia a considerar a los enemigos del pueblo judío como sus propios enemigos. En mi opinión, los críticos están casi completamente equivocados. Véase David Luban, When Hannah Met Martin (1997) (trabajo inédito, en los registros de The Yale Journal of International Law); David Luban, What the Banality of Evil Is Not (1997) (trabajo inédito, en los registros de The Yale Journal of International Law). Además de las polémicas, el interés académico por Eichmann in Jerusalem ha permanecido vivo. Véae, por ejemplo, Douglas, supra nota 1, ps. 110-13, 173-82; Richard J. Bernstein, Hannah Arendt and the Jewish Question (1996); The Special Issue: Hannah Arendt and Eichmann in Jerusalem, 8 History and Memory No. 2 (Fall/Winter 1996). No me ocuparé de ninguno de estos asuntos en el presente trabajo. En medio del humo y las llamas de “la controversia”, el epílogo de Arendt a Eichmann in Jerusalem, en el cual se ocupa de cuestiones jurídicas y teóricas que presenta este caso, ha sido en gran parte, aunque no completamente, ignorado. Seyla Benhabib ha sugerido que el análisis de Arendt de los crímenes contra la humanidad es el legado más importante de Eichmann in Jerusalem. Seyla Benhabib, Arendt's Eichmann in Jerusalem, en “The Cambridge Companion to Hannah Arendt”, p. 76 (Dana Villa ed., 2000). Y Mark Osiel ha examinado la trascendencia de la obra de Arendt para el derecho penal internacional en dos importantes libros. Véase Mark Osiel, Mass Atrocity, Ordinary Evil, and Hannah Arendt: Criminal Consciousness in Argentina's Dirty War (2001) (en adelante Osiel, Mass Atrocity, Ordinary Evil); Mark J. Osiel, Obeying Orders: Atrocity, Military Discipline, and the Law of War (1999). Comparto la opinion de Benhabib y Osiel de que el epílogo, que contiene las ideas de Arendt sobre la naturaleza de los crímenes contra la humanidad y el genocidio, es una obra de la mayor importancia teórica, a pesar de que no comparta la totalidad de sus otras valoraciones sobre la argumentación de la autora. Como quedará claro a lo largo de este trabajo, estoy de acuerdo con Arendt en algunos puntos y discrepo en otros. 13 Mary Ann Glendon, A World Made New: Eleanor Roosevelt and the Universal Declaration of Human Rights, p. 9 (2001). 6 [Society of Peoples],14 sino, más bien, a la sociedad del pueblo [Society of People]: la humanidad en su conjunto. El argumento de Glendon, entonces, afirma que del mismo modo que la sociedad internacional tiene interés en reprimir los crímenes contra la paz, la humanidad tiene interés en reprimir los hechos que caen bajo la rúbrica de “crímenes contra la humanidad”. Ofrezco estos ejemplos para ilustrar dos puntos simples. Primero, las discusiones sobre crímenes contra la humanidad toman el término de manera seria y a valor nominal, tratando “humanidad” como un concepto operativo con contenido normativo intelegible, y no solamente como una variable en un término técnico jurídico. Segundo, las discusiones sobre crímenes contra la humanidad usan la palabra “humanidad” en los dos sentidos: humanidad como cualidad de ser humano [humanness] y humanidad como conjunto de seres humanos [humankind]. Las cuestiones centrales para una teoría sobre los crímenes contra la humanidad son cómo estos hechos lesionan la cualidad de ser humano y por qué ellos ofenden a toda la humanidad. Etiquetar a algo como un crimen contra la humanidad bien puede implicar ambas conclusiones, pero es importante tener en cuenta que lesionar la cualidad de ser humano y ofender a toda la humanidad no es lo mismo. Probablemente, todos los seres humanos comparten un interés en reprimir actos graves de destrucción del medio ambiente, un interés que bien puede estar justificado convirtiendo a dichos actos en crímenes internacionales; pero, en sentido estricto, el bien que es lesionado no es de ningún modo humano. Por el contrario, una violación especialmente sádica o un asesinato puede degradar la humanidad de su víctima sin afectar los intereses de la entera raza humana. Los crímenes contra la humanidad son simultáneamente ofensas contra el conjunto de los seres humanos y ataques contra la cualidad de ser humano. Ellos son tan universalmente odiosos que hacen al criminal un hostes humani generis un enemigo de todos los seres humanos, como el pirata en alta mar según el derecho internacional tradicional- y ellos son universalmente odiosos, porque afectan algo fundamental del ser humano, en un modo que los sistemas jurídicos locales fracasan en abarcar. Pero, ¿qué es este algo? La respuesta que ofrezco en este trabajo es que los crímenes contra la humanidad lesionan un aspecto particular del ser humano, a saber nuestro carácter como animales políticos. Somos criaturas, cuya naturaleza nos compele a vivir en sociedad, pero no podemos hacerlo sin una organización política artificial que inevitablemente amenaza nuestro bienestar, y, en casos límite, nuestra propia supervivencia. Los crímenes contra la humanidad representan la peor de esas amenazas; ellos son el caso límite de políticas que se han vuelto cancerosas. Precisamente porque no podemos vivir sin políticas, existimos bajo la permanente amenaza de que las politicas se vuelvan cancerosas y que las instituciones indispensables para la vida política organizada nos destruyan. Esta es la razón por la cual la entera humanidad comparte el interés en reprimir estos crímenes. La 14 John Rawls, The Law of Peoples (1999). Para Rawls, un pueblo difiere de un Estado porque el término “Estado” se refiere principalmente al gobierno, mientras que “pueblo” es un conjunto políticamente organizado de seres humanos. Véase id. ps. 23-27. 7 teoría que me propongo defender aquí se asienta en dos proposiciones: (i) que “humanidad”, en la etiqueta “crímenes contra la humanidad”, hace referencia a nuestra naturaleza como amimales políticos, y (ii) que estos crímenes plantean una amenaza universal por lo que toda la humanidad tiene interés en reprimirlos. La argumentación se desarrollará como sigue. En la parte II, de los diversos estatutos y decisiones extraeré cinco rasgos que, en mi opinión, caracterizan el núcleo jurídico de los crímenes contra la humanidad. Todas las definiciones estatutarias tienen en común que criminalizan atrocidades y graves persecuciones infligidas sobre poblaciones civiles como parte de un plan organizado por un Estado o por una organización similar a un Estado.15 En otras palabras, el blanco de estos estatutos son los ataques organizados de la especie más grave y bárbara ejecutados por entidades políticas contra grupos bajo su control. Una vez establecido esto, expondré, en la parte III, la concepción, arriba esbozada, de humanidad como animal político. Luego, en la parte IV, verificaré que esta concepción de animal político tenga en cuenta apropiadamente los cinco rasgos del derecho de los crímenes contra la humanidad previamente identificados. Esta conclusión completa el argumento de que “humanidad” en “crímenes contra la humanidad” se refiere a nuestro caráter de animales políticos. Luego, en la parte V, volveré sobre la cuestión planteada en los primeros párrafos de este trabajo: si el concepto de “crímenes contra la humanidad” crea el riesgo de demonizar implícitamente a quienes cometen tales crímenes. Tomando un argumento de Carl Schmitt a ese efecto como contraste, respondo por la negativa.16 Posteriormente, este trabajo se ocupará de la cuestión de por qué la entera humanidad tiene interés en reprimir estos crímenes. Evidentemente, esta cuestión concierne a la competencia sobre los crímenes contra la humanidad, pues la competencia es el estudio de los intereses que crean una legítima pretensión de prescribir y hacer cumplir la ley. Defenderé la propuesta familiar de que los crímenes contra la humanidad deberían ser tratados como delitos de jurisdicción universal; esto es, delitos que pueden ser juzgados en cualquier corte correctamente constituida, sea nacional o internacional; pero el argumento que ofrezco es menos familiar. En las partes VI y VII fundo la exigencia de jurisdicción universal no con el argumento de que todos los Estados tienen interés en reprimir los crímenes contra la humanidad, sino con la alegación de que todas las personas individuales lo tienen. Denomino a esto la jurisdicción vigilante [vigilante jurisdiction] y, como el térmio sugiere, implica que los criminales contra la humanidad son el justo blanco de cualquiera. Claramente, esto puede ser una proposición fantásticamente peligrosa; una que hace surgir el espectro de la justicia de linchamiento por la muchedumbre. La solución de este problema, sugiero, es la delegación de la jurisdicción vigilante a cualquier tribunal, nacional o 15 Como referencia útil, el apéndice de este trabajo incluye el texto de cinco diferentes definiciones estatutarias de crímenes contra la humanidad –aquéllas de la Carta de Núremberg, del Consejo de Control Aliado no. 10, del Estatuto del Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia, del Estatuto del Tribunal Penal Internacional para Ruanda, y del Estatuto de Roma para la Corte Penal Internacionaljunto con la definición del crimen de genocidio del Estatuto de Roma. 16 Véase Schmitt, supra nota 2. 8 internacional, oficialmente constituido, que satisfaga los requerimientos de justicia natural.17 De acuerdo a este argumento, la base de la jurisdicción universal no es simplemente expandir el alcance de la persecución, sino también expandir la posibilidad de un forum justo, que proteja a los sospechosos contra los rigores de la justicia vigilante. Así argumentaré en la parte VIII. En febrero de 2002, la Corte Internacional de Justicia (CIJ) decidió su más importante caso sobre derecho penal internacional desde la decisión del caso Lotus en 1927.18 En este caso, entre Bélgica y la República Democrática del Congo, se decidió que los ministros del exterior titulares son inmunes de persecución por crímenes internacionales graves tales como los crímenes contra la humanidad.19 Además, muchas opiniones separadas sostuvieron, en el caso tratado, la validez de la jurisdicción universal, una cuestión de gran importancia que no alcanzó a aprobarse como decisión de la Corte, pero que será tratada pronto por la CIJ en el caso pendiente Congo contra Francia.20 En la parte IX, utilizaré el caso Congo contra Bélgica para ilustrar algunos puntos acerca de la explicación de los crímenes contra la humanidad aquí desarrollada: Tomo prestado el término “justicia natural” de John Rawls. Véase John Rawls, A Theory of Justice (1971). Utilizado en este sentido, justicia natural hace referencia a las características básicas del debido proceso; “un proceso razonablemente diseñado para averiguar la verdad, de modo compatible con los otros fines del sistema jurídico, con relación a si ha tenido lugar una infracción y bajo qué circunstancias.” Id. p. 239. Rawls ofrece algunos ejemplos de lo que requiere la justicia natural: [U]n sistema jurídico debe atender las necesidades de llevar adelante juicios y audiencias ordenadas; debe contener reglas probatorias que garanticen procedimientos racionales de investigación… [L]os jueces deben ser independientes e imparciales, y nadie puede juzgar su propio caso. Los juicios deben ser regulares y públicos, pero no predispuestos por el clamor popular. Id. No interpreto que Rawls sugiera que estos sean los únicos requerimientos de la justicia natural; su listado es indicativo, no exhaustivo. En este trabajo, utilizo el término “justicia natural” en lugar de “debido proceso” porque el segundo sugiere engañosamente que me estoy refiriendo solamente a las doctrinas del derecho constitucional norteamericano, cuando intento referirme a los estándares básicos mínimos de lealtad en tribunales en todas partes, no sólo en los Estados Unidos. Para evitar un malentendido, permítaseme enfatizar que hablar de justicia natural nada presupone, a favor o en contra, acerca de la existencia o validez del derecho natural. Un positivista jurídico puede aceptar la necesidad moral de un proceso de adjudicación leal y racional, que es todo lo que quiero decir con justicia natural. 18 S.S. Lotus (Fr. v. Turk.), 1927 P.C.I.J. (ser. A) No. 10 (Sept. 7), reimpreso en 2 World Court Reports, 23 (Manley O. Hudson ed., 2000). 19 Arrest Warrant of 11 April 2000 (Dem. Rep. of Congo v. Belg.), 41 I.L.M. 536 (2002) (en adelante Congo contra Bélgica). La cuestión será nuevamente objeto de litigio. En agosto de 2003, Liberia inició acciones contra Sierra Leona por expedir una orden contra el ex presidente liberiano Charles Taylor, sosteniendo que la orden viola la inmunidad de Taylor. Press Release, Int'l Court of Justice, Liberia Applies to the International Court of Justice in a Dispute with Sierra Leone Concerning an International Arrest Warrant Issued by the Special Court for Sierra Leone Against the Liberian President (Aug. 5, 2003), http://www.icj-cij.org/icjwww/ipresscom/ipress2003/ipresscom2003-26_xx_20030805.htm. 20 Véase Congo contra Bélgica, supra nota 19. Acerca de Certain Criminal Proceedings in France (Dem. Rep. of Congo v. Fr.) (en adelante Congo contra Francia), véase Press Release, Int'l Court of Justice, The Republic of the Congo Seizes the International Court of Justice of a Dispute with France (Dec. 9, 2002), http://www.icj-cij.org/icjwww/ipresscom/ipress2002/ipresscom2002-37_xx_20021209.htm; Press Release, Int'l Court of Justice, The French Republic Consents to the Jurisdiction of the International Court of Justice to Entertain an Application Filed by the Republic of the Congo Against France: The Court Enters the New Case in its List and Sets a Date for the Hearings on the Request for the Indication of a Provisional Measure (Apr. 11, 2003), http://www.icjcij.org/icjwww/ipresscom/ipress2003/ipresscom2003-14_xx_20030411.htm. El 17 de junio de 2003, la CIJ rehusó dictar medidas provisionales debido a que el Congo no afrontaba un perjuicio inmediato. Order of 17 June 2003, Request for the Indication of a Provisional Measure, Congo v. France, http://www.icj-cij.org/icjwww/idocket/icof/icoforder/icof_iorder_20030617.pdf. 17 9 primero, que la posibilidad de una persecución politizada puede socavar la exigencia de justicia natural; y, segundo, que los argumentos jurídicos sobre inmunidad y jurisdicción universal reflejan la más amplia tensión entre los intereses de los Estados y los intereses de toda la humanidad que impregna el derecho de los crímenes contra la humanidad. Finalmente, la sección conclusiva recapitula el argumento y lo defiende de una objeción del realismo jurídico contra la idea misma de una teoría de los crímenes contra la humanidad. II. Crímenes contra la humanidad: Los rasgos jurídicos distintivos Comenzamos preguntando qué crímenes satisfacen las dos condiciones de ofender la cualidad de ser humano [humanness] y afectar los intereses de toda la humanidad [humankind]. El primer paso de la pregunta es aprender cómo la evolución del derecho de los crímenes contra la humanidad ha intentado responder a esta cuestión. Comencemos con el lenguaje familiar del artículo 6 (c) de la Carta de Núremberg, que define los crímenes contra la humanidad como: “asesinato, exterminio, esclavitud, deportación y otros actos inhumanos cometidos contra toda población civil, antes o durante la guerra, o persecuciones por motivos políticos, raciales o religiosos, en ejecución de o en conexión con cualquier crimen de competencia del tribunal, constituyan o no violaciones del derecho doméstico del país donde fueron cometidos.”21 Me focalizaré en los cinco rasgos del artículo 6 (c) que caracterizan el derecho de los crímenes contra la humanidad en todas sus subsiguientes positivizaciones. Mi objetivo es desarrollar lo que podría ser considerado como el “common law” de los crímenes contra la humanidad; un único conjunto de ideas subyacentes dadas las diversas especificaciones de los diferentes estatutos y jurisdicciones. Ronald Dworkin distingue entre conceptos jurídicos y sus diversas concepciones22 y, siguiendo su terminología, extraeré un concepto de crímenes contra la humanidad de las diferentes concepciones dadas en los diversos estatutos y decisiones judiciales. 1. Los crímenes contra la humanidad son cometidos típicamente tanto contra nacionales, como extranjeros. Repasando la historia legislativa del artículo 6 (c), Cherif Bassiouni observa que el problema jurídico que éste quería resolver surgía de una laguna en el derecho humanitario tal como existía en 1945. Según el derecho reinante, la categoría de crímenes de guerra contra poblaciones civiles sólo incluía delitos contra poblaciones extranjeras, mientras que los nazis cometieron estos crímenes contra sus propios nacionales judíos y también contra aquéllos de los territorios anexados en Austría y en los Sudetes.23 Aparentemente, la idea de que un gobierno usaría sus recursos para matar a su propia población no había sido anticipada adecuadamente por el derecho de la guerra, aunque Turquía había hecho precisamente esto contra sus 21 Carta de Núremberg, supra nota 5, art. 6(c), 59 Stat., 1547, 82 U.N.T.S., 288. Ronald Dworkin, Law's Empire, ps. 70-71 (1986). 23 Bassiouni, supra nota 1, p. 72; Kittichaisaree, supra nota 1, p. 87. 22 10 ciudadanos armenios en 1915.24 El art. 6 (c) debía llenar esta laguna. Los crímenes contra la humanidad incluirían atrocidades cometidas tanto antes como durante la guerra, cometidas tanto por civiles como por soldados, y por un gobierno tanto contra su propia población como contra una población adversaria.25 En la práctica, la última de estas tres distinciones es la fundamental. Esto se debe a que los crímenes contra la humanidad cometidos en tiempos de paz y aquellos cometidos por civiles (por ejemplo, fuerzas de policía o milicias informales como el interahamwe ruandés) muy probablemente se dirigirán contra la propia población. Después de todo, un Estado tiene pocas oportunidades de cometer actos de violencia contra ciudadanos extranjeros en un territorio extranjero, excepto en el curso de una guerra; el terrorismo internacional es la excepción más importante. La lesiones contra nacionales tipifican el “caso puro” de los crímenes contra la humanidad, esto es, los crímenes contra la humanidad que no son también crímenes de guerra. En otras palabras, el único mal criminalizado por el artículo 6 (c) es la novedad horrorífica del siglo veinte: persecuciones y matanzas políticamente organizadas bajo el propio control.26 Esto no quiere decir que los crímenes contra la humanidad sólo puedan ser cometidos contra los propios nacionales. Nada en la letra del estatuto limita la categoría de los crímenes contra la humanidad de este modo, y los derechos humanos que el derecho busca proteger tienen aplicación con la misma fuerza tanto en el país como en el extranjero.27 Sin embargo, dado que los crímenes contra la humanidad cometidos por fuerzas armadas en el exterior serán simultáneamente crímenes de guerra, el caso puro de crímenes contra la humanidad –aquellos que no son también crímenes de guerra- suponen depredaciones contra la propia población. Los que podrían ser llamados crímenes “auto-polémicos” son, por lo tanto, los más típicos y característicos crímenes contra la humanidad. Con el propósito de teorizar sobre los crímenes contra la humanidad, me focalizaré, por consiguiente, específicamente sobre los crímenes contra la humanidad cometidos dentro de las fronteras y no sobre aquéllos cometidos en el exterior.28 24 Para una discusión sobre el genocidio armenio y la ineficacia de las respuestas jurídicas, véase Vahakn N. Dadrian, Genocide as a Problem of National and International Law: The World War I Armenian Case and Its Contemporary Legal Ramifications, 14 Yale J. Int'l L., p. 221 (1989); Vahakn N. Dadrian, The Historical and Legal Interconnections Between the Armenian Genocide and the Jewish Holocaust: From Impunity to Retributive Justice, 23 Yale J. Int'l L., p. 503 (1998); Vahakn N. Dadrian, The Turkish Military Tribunal's Prosecution of the Authors of the Armenian Genocide: Four Major Court-Martial Series, 11 Holocaust and Genocide Stud., p. 28 (1997). 25 Hay algunas diferencias entre los delitos particulares que constituyen crímenes de guerra y aquéllos que constituyen crímenes contra la humanidad, pero los delitos más importantes (asesinato, esclavitud, deportación masiva, tortura, maltrato) son fundamentalmente los mismos. 26 Véase Carta de Núremberg, supra nota 5, art. 6(c), 59 Stat., 1547, 82 U.N.T.S., 288. 27 La totalidad de las principales definiciones estatutarias de crímenes contra la humanidad describe al contexto como un “ataque contra una población civil” sin especificar si la población civil es nacional o extranjera. Véase infra Apéndice. [NdelT] Del griego “pólemos”: guerra. 28 Richard Vernon cree que el término debería reservarse exclusivamente para los crímenes cometidos exclusivamente por un Estado contra sus propios súbditos. Vernon, supra nota 3, ps. 248-49. Tiene una poderosa razón: sólo los crímenes auto-polémicos exhiben la distintiva perversión de la política que según la explicación de Vernon –y, como veremos, según la mía también- caracteriza a los crímenes contra la humanidad. Sin embargo, reservar la denominación para los crímenes auto-polémicos no representa al derecho tal como se lo entiende actualmente. Restringir tal denominación a los crímenes auto-polémicos 11 2. Los crímenes contra la humanidad son crímenes internacionales. El artículo 6 (c) de la Carta de Núremberg, haciendo punibles bajo el derecho internacional crímenes cometidos por un Estado contra sus propios residentes, representa una incursión en la soberanía estatal; un punto que es enfatizado a través de la criminalización de actos “constituyan o no violaciones del derecho doméstico del país donde fueron cometidos”.29 Además, los artículos 7 y 8 de la Carta de Núremberg (que impiden la inmunidad soberana y la excusa de la orden del superior) también son incursiones en la soberanía estatal, porque penetran en el ámbito de la autoridad doméstica. 30 Lo más dramático de todo es la primera cláusula del artículo 6 (c) que penaliza actos de asesinato, exterminio, sometimiento a esclavitud, deportación y otros actos inhumanos antes o durante la guerra.31 Aparentemente, esta cláusula penaliza atrocidades de los nazis contra judíos alemanes antes de 1939, dejando de lado de este modo las prerrogativas de la soberanía en tiempos de paz. Éste fue un paso radical; quizás no sorprendentemente, el Tribunal de Núremberg interpretó la frase “antes de la guerra” como no incluida en la Carta de Núremberg.32 Sin embargo, lo hizo argumentando que no era competente para juzgar delitos anteriores a la comisión de los crímenes contra la paz y crímenes de guerra, y no, en cambio, argumentando que la soberanía alemana impedía la persecución.33 De ese modo, incluso el Tribunal de Núremberg dejó intacto también resulta ser innecesario para una teoría de los crímenes contra la humanidad como crímenes políticos, de la índole que tanto Vernon como yo desarrollamos. Vernon supone implícitamente que las relaciones políticas entre un Estado (o cualquier organización similar) y los individuos existen sólo cuando los individuos residen en ese Estado. Supone, en otras palabras, que las relaciones políticas entre individuos y Estados existen sólo en el seno de la política nacional, no transnacional. El contraejemplo más claro de esta suposición es la relación entre un Estado y los individuos en sus colonias, satélites, o dependencias de facto; y un ejército invasor crea, al menos de manera temporaria, una dependencia de facto. No llego tan lejos como Lea Brilmayer, quien en Justifying International Acts sostiene que la misma teoría política que justifica el comportamiento de un Estado hacia sus propios ciudadanos (cualquier teoría que resulte ser) debe ser empleada para justificar el comportamiento hacia los extranjeros en el exterior. Lea Brilmayer, Justifying International Acts, ps. 28-29 (1989). Las relaciones políticas dependen en gran parte de las expectativas mutuas, y los propios residentes de un Estado tienen expectativas diferentes y más razonables en su propio gobierno que en otro Estado. Pero, en la medida en que un Estado desplaza al gobierno de otro pueblo, asume responsabilidades gubernamentales de proteger los intereses de aquéllos en su esfera de dominación. Esta razón de teoría política se refleja en la segunda Convención de La Haya, en el artículo 43 (“Cuando la autoridad del poder legítimo hubiera pasado de hecho a manos del ocupante, el último adoptará todas las medidas que estén en su poder para restablecer y asegurar, tanto como sea posible, el orden público y la seguridad, respetando, salvo imposibilidad absoluta, las leyes en vigor en la comunidad.”) y el artículo 46 ( “Los honores y derechos familiares, las vidas individuales y la propiedad privada, así como las creencias religiosas y la libertad de cultos deben ser respetadas. La propiedad privada no puede ser confiscada.”). Convention with Respect to the Laws and Customs of War (Hague Convention II), Regulations Respecting the Laws and Customs of War on Land, July 29, 1899, arts. 43, 46, 32 Stat. 1803, 1821-22. 29 Carta de Núremberg, supra nota 5, art. 6(c), 59 Stat., 1547, 82 U.N.T.S., 288. 30 Id. arts. 7, 8, 59 Stat., 1548, 82 U.N.T.S., 288. 31 Id. art. 6(c), 59 Stat., 1547, 82 U.N.T.S., 288. 32 22 Int'l Military Tribunal, Nuremberg, Trial of the Major War Criminals Before the International Military Tribunal, Nuremberg, 14 November 1945- 1 October 1946, 498 (1948). Véase Douglas, supra nota 1, ps. 48-56 (que considera la desradicalización del artículo 6(c) a través de la interpretación de su terminología). 33 La ley nro. 10 del Consejo de Control Aliado no contenía tal restricción jurisdiccional. Allied Control Council Law No. 10, Punishment of Persons Guilty of War Crimes, Crimes Against Peace and Against Humanity, Dec. 20, 1945, reimpresa en Telford Taylor, Final Report to the Secretary of the Army on the Nuremberg War Crimes Trials Under Control Council Law No. 10, p. 250 (1949) (en adelante ley nro. 10 12 lo que considero que es el segundo rasgo definitorio de los crímenes contra la humanidad: su criminalidad anula la soberanía estatal, convirtiendo a estos crímenes en crímenes internacionales. 3. Los crímenes contra la humanidad son cometidos por grupos políticamente organizados actuando bajo un color político. La Carta de Núremberg presupone que los crímenes contra la humanidad fueron cometidos por agentes de un Estado. El artículo 6 (c) requiere que los crímenes contra la humanidad sean cometidos “en ejecución de o en conexión con” crímenes contra la paz y crímenes de guerra34, los cuales sólo pueden ser cometidos por actores estatales o por civiles poderosos vinculados con actores estatales. Esta exigencia de una acción estatal excluye, por ejemplo, a antisemitas “free lance” que decidieron sumarse al ejemplo nazi y asesinaron judíos por propia iniciativa, como sucedió repetidamente en Rumania, Letonia y Ucrania.35 Sus crímenes podían ser perseguidos como asesinato según el derecho doméstico, pero no como crímenes contra la humanidad según el derecho internacional. En efecto, el nexo con actos estatales fue considerado necesario para llevar a los crímenes al ámbito internacional.36 La guerra de Bosnia condujo a los proyectistas a debilitar el requisito de la “acción estatal”, porque las milicias servias no eran oficiales y sólo indirectamente estaban relacionadas con el Estado yugoslavo. Por lo tanto, el Estatuto del Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia (TPIY) requiere solamente que los crímenes contra la humanidad sean cometidos “en un conflicto armado, sea de carácter internacional o interno”.37 Con todo, el requisito del conflicto armado sigue presuponiendo ejércitos y entidades similares a un gobierno. La sentencia Tadic, por ejemplo, se refiere a “entidades que ejercen un control de facto sobre un territorio particular, pero sin el reconocimiento internacional del estatus formal de un Estado de del CCA). Los tribunales aliados que aplicaron la ley nro. 10 del CCA estaban divididos respecto a la cuestión de si ellos tenían jurisdicción sobre crímenes contra la humanidad cometidos antes de 1939. Los tribunales en los casos de Flick y de los Ministros, siguiendo al Tribunal de Núremberg, se negaron a arrogarse jurisdicción sobre los crímenes contra la humanidad anteriores a 1939, mientras que los tribunales en los casos de los Einsatzgruppen y de los juristas afirmaron en dicta que tal jurisdicción existiría. Véase la discusión sobre esta cuestión en Telford Taylor, Nuremberg Trials: War Crimes and International Law, 450 Int'l Conciliation, 241, ps. 342-44 (1949). Al menos las últimas decisiones dieron algo de apoyo a la idea de que la soberanía nacional alemana no planteaba ningún obstáculo al proceso. Kai Ambos y Steffen Wirth demuestran que el “nexo de la guerra” siempre fue un requisito jurisdiccional, no un elemento sustancial del derecho de los crímenes contra la humanidad, y como tal ha desaparecido gradualmente del derecho. Kai Ambos & Steffen Wirth, The Current Law of Crimes Against Humanity, 13 Crim. L.F., 1, ps. 3-13 (2002). 34 Carta de Núremberg, supra nota 5, art. 6(c), 59 Stat., 1547, 82 U.N.T.S., 288. 35 “[L]os crímenes contra la humanidad…deben ser interpretados estrictamente para excluir casos aislados de atrocidades o persecuciones.” United States v. Alstötter (U.S. Mil. Trib. 1947), en 6 United Nations War Crimes Comm'n, Law Reports of Trials of War Criminals, 47 (1948) (en adelante caso de los juristas). Ambos y Wirth señalan que los tribunales alemanes que aplicaron la ley nro. 10 del CCA arribaron a la misma conclusión. Véase Ambos y Wirth, supra nota 33, p. 6. 36 Véase Ambos & Wirth, supra nota 33, p. 7. Véase también Cassese, supra nota 1, ps. 73-74 (que discute acerca de la eliminación del nexo de la guerra de la definición de crímenes contra la humanidad). 37 Statute of the International Tribunal for the Prosecution of Persons Responsible for Serious Violations of International Humanitarian Law Committed in the Territory of the Former Yugoslavia Since 1991, S.C. Res. 827, U.N. SCOR, 48th Sess., 3217th mtg., art. 5, U.N. Doc. S/RES/827 (1993), enmendado por S.C. Res. 1166, U.N. SCOR, 53rd Sess., 3878 th mtg., U.N. Doc. S/RES/1166 (1998) (en adelante Estatuto del TPIY). 13 jure, o por un grupo terrorista o por una organización”.38 Ruanda condujo a un debilitamiento adicional del requisito, porque gran parte del genocidio fue cometido por civiles no afiliados al Estado, y estos hechos no tenían una conexión directa con el conflicto armado, pues ocurrieron en áreas del país que estaban fuera de las zonas de batalla de la guerra civil.39 Aquí, el requisito de una acción estatal –ampliado en Yugoslavia para incluir actores no estatales, pero similares al Estado- fue ampliado otra vez. En lugar del requisito del “conflicto armado”, el Estatuto del Tribunal Penal Internacional para Ruanda (TPIR) sólo requiere “un ataque generalizado o sistemático contra una población civil por motivos nacionales, políticos, étnicos, raciales o religiosos”.40 Finalmente el Estatuto de Roma para la Corte Penal Internacional adopta un lenguage casi idéntico, pero elimina el requisito de que el ataque sea por motivos nacionales, políticos, étnicos, raciales o religiosos. Los delitos son crímenes contra la humanidad “cuando se cometan[n] como parte de un ataque generalizado o sistemático contra una población civil y con conocimiento de dicho ataque”.41 El Estatuto de Roma también requiere que el delito derive de “la política de un Estado o de una organización”.42 De este modo, el requisito de la acción estatal ha sufrido una metamórfosis, convirtiéndose en el elemento más amplio de un “ataque generalizado o sistemático” vinculado con la política de un Estado o una organización. Parece ser que lo que tienen en común todos estos requisitos es que los crímenes contra la humanidad son crímenes cometidos a través de una organización política. Aunque cometidos por individuos, ellos no son crímenes individuales. Para contar como un crimen contra la humanidad, la decisión del autor de cometer el crimen debe estar mediada a través de su participación en, y conocimiento de, un ataque generalizado o sistemático.43 Podemos resumir este rasgo como el requisito de la responsabilidad organizacional. Es posible ilustrar cuán importante es la responsabilidad organizacional para los crímenes contra la humanidad, comparando el crimen de genocidio, tal como está definido en la Convención sobre el Genocidio de 1948, con el crimen contra la humanidad consistente en la exterminación de una población civil por motivos raciales o étnicos. En un sentido práctico e intuitivo, el genocidio y la exterminación étnica 38 Prosecutor v. Tadic, Case No. IT-94-1-T (App. Chamber, Int'l Crim. Trib. for the Former Yugoslavia, May 7, 1997), http:// www.un.org/icty/tadic/appeal/judgment. 39 Mahmood Mamdani, When Victims Become Killers: Colonialism, Nativism, and the Genocide in Rwanda, ps. 6-7 (2001). 40 Statute of the International Criminal Tribunal for the Prosecution of Persons Responsible for Genocide and Other Serious Violations of International Humanitarian Law Committed in the Territory of Rwanda and Rwandan Citizens Responsible for Genocide and Other Such Violations Committed in the Territory of Neighboring States, Between 1 January 1994 and 31 December 1994, S.C. Res. 955, U.N. SCOR, 49th Sess., 3453d mtg., art. 3, U.N. Doc. S/RES/955 (1994), enmendado por S.C. Res. 1165, U.N. SCOR, 53rd Sess., 3877th mtg., U.N. Doc. S/RES/1165 (1998) (en adelante Estatuto del TPIR). 41 Rome Statute of the International Criminal Court, United Nations Diplomatic Conference of Plenipotentiaries on the Establishment of an International Criminal Court, July 17, 1998, art. 7(1) U.N. Doc. A/ CONF.183/9, http://www.un.org/law/icc/statute/romefra.htm (en adelante Estatuto de Roma). 42 Estatuto de Roma, supra nota 41, art. 7(2)(a). 43 La jurisprudencia exige de manera uniforme prueba de que el acusado sabía que su crimen era parte de un ataque generalizado o sistemático. Véase Steven R. Ratner & Jason S. Abrams, Accountability for Human Rights Atrocities in International Law: Beyond the Nuremberg Legacy, p. 62 (2da. ed. 2001). 14 parecen virtualmente indistinguibles. Pero las definiciones jurídicas difieren en cuestiones cruciales. La Convención sobre el Genocidio requiere probar la “intención de destruir, en todo o en parte, un grupo nacional, étnico, racial o religioso como tal”.44 El crimen contra la humanidad consistente en el exterminio de un grupo no exige semejante prueba de la intención de destruir. Así, mientras el genocidio es un crimen dirigido contra grupos vistos como entidades colectivas con dignidad moral propia, los crímenes contra la humanidad son agresiones contra poblaciones civiles vistas no como entidades metafísicas unificadas, sino simplemente como grupos de individuos, cuyo propio interés humano y dignidad están en peligro y cuya vulnerabilidad emerge de su presencia en la población que es el blanco del ataque. Más importante para el presente punto es, sin embargo, una segunda diferencia: La definición de genocidio no contiene el requisito de un “ataque generalizado o sistemático” o de que el hecho sea conforme a una “política de un Estado o de una organización”. Un individuo solitario que disemina una enfermedad mortal con la intención de destruir, en todo o en parte, un grupo nacional es culpable de genocidio, aun cuando él actúe completamente de propia cuenta; pero él no será culpable del crimen contra la humanidad de exterminio.45 El rasgo 44 Convention on the Prevention and Punishment of the Crime of Genocide, Dec. 9, 1948, art. 2, 78 U.N.T.S. 277 (en adelante Convención sobre el Genocidio). Este requisito es una carga onerosa porque la intención es difícil de probar, y de manera usual los fiscales imputarán crímenes contra la humanidad en lugar de genocidio debido a los aspectos prácticos de la prueba del caso. Hay dos razones a favor de la exigencia de la intención específica para el genocidio, que fueron centrales en el pensamiento de Raphael Lemkin, el abogado judeo polaco que acuñó el término 'genocidio' y presionó por décadas para hacerlo incluir como un crimen según el derecho internacional. Primero, Lemkin esperaba (en vano, parece) que los futuros genocidios serían detenidos en sus fases iniciales, antes de que se produjera una gran pérdida de vidas, en cuyo caso la mera intención bastaría no obstante para condenar a los autores. De este modo, Lemkin consideraba que el requisito de una intención aliviaba la carga del fiscal en lugar de hacerla más onerosa. Segundo, y más fundamentalmente, centrarse en la intención de destruir un grupo servía para identificar el mal singular del genocidio: este crimen no abarca solamente ataques físicos (“barbarie,” en la terminología temprana de Lemkin) sino también se esfuerza por aniquilar la cultura distintiva del grupo victimizado (lo que Lemkin llamó “vandalismo”). En otras palabras, Lemkin entendió que el genocidio era un ataque tanto espiritual como físico contra grupos en cuanto tales, y destinó el requisito de la intención a prestar especial atención al aspecto comunitario antes que individual del crimen. Sobre estos puntos, véase Samantha Power, A Problem from Hell: America and the Age of Genocide, 21, 43, 54, 57 (2002) y, de manera más general, los capítulos 2-4 de la misma obra. 45 Un ejemplo de la vida real es el extraño caso de Abba Kovner, un sobreviviente del Holocausto, combatiente de la resistencia en el gueto de Vilna, y poeta, quien en 1945 intentó sin éxito envenenar el suministro de agua de Hamburgo en venganza por el Holocausto. Kovner dijo que su finalidad última era matar seis millones de alemanes. El incidente es descripto en Segev, supra nota 12, ps.140-46. Existe alguna autoridad jurídica contraria a mi aserción de que el genocidio puede ocurrir aun sin responsabilidad organizacional. Véase, por ejemplo, Prosecutor v. Jelisec, Case No. IT-95-10-A, para. 101 (App. Chamber, Int'l Crim. Trib. for the Former Yugoslavia, July 5, 2001), http:// www.un.org/icty/jelisi/appeal/judgment (en el que se observa que “será muy difícil en la práctica proporcionar prueba de la intención genocida de un individuo si los crímenes cometidos no son generalizados y si el crimen imputado no está respaldado por una organización o un sistema”). Se hace una observación similar en Prosecutor v. Kayishema, Case No. IT-95-1-T, para. 94 (Trial Chamber II, Int'l Crim. Trib. for Rwanda, May 21, 1999), http://www.ictr.org/ENGLISH/cases/kayRuz/Judgement/4.htm. Véase, en general, William A. Schabas, Genocide in International Law: The Crime of Crimes, ps. 207-09 (2000). Schabas nota que Amnistía Internacional se ha opuesto a la propuesta de incorporar la responsabilidad organizacional al conjunto de los elementos que deben ser probados para demostrar un genocidio. Sin embargo, las decisiones Jelisec y Kayishema no exigen tal prueba. En lugar de ello, simplemente sostienen que sin prueba de un plan organizacional, en la práctica sería difícil probar la intención genocida. Véase Jelisec, supra, párr. 100; Kayishema, supra, párr. 94. Esta conclusión, pienso, demuestra falta de imaginación por parte de los tribunales. Abba Kovner admitió básicamente su intención genocida y, desgraciadamente, la posibilidad 15 distintivo de los crímenes contra la humanidad no es la intención genocida del autor, sino la decisión organizada, basada en una política, de cometer el crimen. Se podría decir que mientras la definición de genocidio centra la atención en el carácter colectivo de la víctima, la definición de crímenes contra la humanidad pone de relieve el carácter colectivo del autor. 4. Los crímenes contra la humanidad consisten en los actos de violencia y persecución más graves y abominables. El artículo 6 (c) de la Carta de Núremberg distingue entre dos tipos de crímenes contra la humanidad. El primero consiste en asesinato, exterminio, esclavitud, deportación y “otros actos inhumanos” y la doctrina usa a veces el término abreviado “crímenes del tipo de asesinato” [crimes of the murder type].46 Los crímenes del tipo de asesinato son aquellos que, en palabras de la decisión Finta de la Corte Suprema de Canadá, tienen una “dimensión añadida de crueldad y barbarie”.47 A la lista del artículo 6 (c) de asesinato, exterminio, esclavitud y deportación los estatutos subsiguientes han agregado la encarcelación “en violación de normas fundamentales del derecho internacional”,48 tortura, desaparición forzada, crímenes sexuales contra mujeres (incluidos la violación, la esclavitud sexual, la prostitución forzada, el embarazo forzado y la esterilización forzada), y el Estatuto de Roma, el “crimen de apartheid”.49 El artículo 6 (c) y los estatutos subsiguientes incorporan la categoría de recogida de “otros actos inhumanos”, de la cual Ratner y Abrams ofrecen los siguientes ejemplos: “experimentos médicos, mutilaciones, presenciar forzadamente atrocidades contra seres queridos y otras importantes lesiones físicas o psíquicas”.50 La “gran idea” parece ser que se trata de crímenes cuya absoluta repugnancia los sitúa más allá de la criminalidad ordinaria. La segunda categoría del artículo 6 (c) –“crímenes del tipo de persecución” [crimes of the persecution type]- consiste en persecuciones por motivos políticos, raciales o religiosos. En la categoría de persecuciones, Ratner y Abrams, recurriendo a las decisiones basadas en la Carta de Núremberg y en la Ley del Consejo de Control Aliado nro. 10, incluyen “privaciones de derechos a la ciudadanía, a enseñar, a ejercer profesiones, a obtener educación y a contraer matrimonio libremente; arresto y de que un terrorista solitario intente aniquilar una población introduciendo agentes biológicos es perfectamente imaginable. 46 Esta terminología se remonta a Egon Schwelb, Crimes Against Humanity, 32 Brit. Y.B. Int'l. L., 178, p. 190 (1946). Un término más adecuado sería “actos del tipo de asesinato”, para evitar la implicancia de que estos actos ya están criminalizados en el derecho doméstico, cuando en realidad pueden estarlo o no. 47 Regina v. Finta, [1994] S.C.R. 701, 818. 48 Estatuto de Roma, supra nota 41, art. 7(1)(e). 49 Estatuto de Roma, supra nota 41, art. 7(1)(j). Por razones de claridad conceptual, uno probablemente debería clasificar el crimen de apartheid entre los crímenes del tipo de persecución en lugar de entre los crímenes del tipo de asesinato porque uno de sus elementos es “un régimen institucionalizado de opresión y dominación sistemáticas de un grupo racial sobre uno o más grupos raciales.” Id. art. 7(2)(h). Por supuesto, el apartheid fue implementado a través de crímenes del tipo de asesinato, incluyendo el asesinato, la tortura, y la deportación masiva; tal vez el apartheid no pueda siquiera ser concebido sin estos aditamentos. Pero son los actos de asesinato, tortura, y deportación, no el régimen jurídico global de opresión racial sistemática y dominación, los que constituyen crímenes del tipo de asesinato. El establecimiento de leyes groseramente discriminatorias parece mucho más cercano a un crimen del tipo de persecución. 50 Ratner & Abrams, supra nota 43, p. 74. 16 confinamiento; golpizas, mutilación y tortura; confiscación de propiedad; deportación en ghetos; esclavitud laboral; y exterminio”.51 Algunos de estos delitos, sin embargo, ya son crímenes del tipo de asesinato (por ejemplo, confinamiento, golpizas, mutilación, tortura, deportación, esclavitud laboral, exterminio). Las persecuciones que tienden a la eliminación que ya son actos del tipo de asesinato dejarían una categoría residual de persecuciones “puras” consistentes en graves discriminaciones basadas en la pertenencia a grupos; aquellas de la lista de Ratner y Abrams, junto con humillaciones tales como obligar a miembros del grupo a usar un vestido distintivo (tal como hicieron los nazis con el infamante brazalete amarillo para los judíos) o prohibir el uso de la lengua nativa del grupo. El Estatuto de Roma define persecución como “la privación intencional y grave de derechos fundamentales en contravención del derecho internacional en razón de la identidad del grupo o de la colectividad”52 y esta definición -dejando de lado cierta vaguedad acerca de qué derechos son “fundamentales” y qué derechos están protegidos por el derecho internacional- capta la idea básica. La gravedad parece ser el criterio fundamental para considerar a estos hechos como crímenes internacionales: la categoría de crímenes contra la humanidad sólo debería contener las peores cosas que las personas se hacen mutuamente. Al tiempo de la Carta de Núremberg y de la Ley del Consejo de Control Aliado nro. 10, estos crímenes incluían el asesinato, el exterminio, la esclavitud, la deportación, la tortura y la violación. Con el transcurrir de los años, la lista se ha lentamente expandido, en triste tributo al alcance de la inventiva humana en idear formas para atormentar a otros. El Estatuto de Roma añade al catálogo otros ítems de la caja de Pandora de los males atroces: “esclavitud sexual, prostitución forzada, embarazo forzado, esterilización forzada o cualquier otra forma de violencia sexual de gravedad comparable”,53 desaparición forzada, apartheid y encarcelamiento ilegal.54 Por supuesto, como una cuestión histórica, la Alemania nazi había ejecutado todas estas prácticas, a excepción del embarazo forzado, y la única razón de que ellas fueran omitidas en la enumeración de los crímenes del artículo 6 (c) de la Carta de Núremberg sea quizás que la aplastante inmensidad del genocidio las eclipsó en las mentes de los proyectistas de la Carta. Quizás, su importancia se tornó evidente después de las experiencias del apartheid de Sudáfrica, de las desapariciones forzadas en las “guerras sucias” de Argentina y Chile, y de la limpieza étnica y los crímenes sexuales políticos en Bosnia. En todo caso, los proyectistas de los estatutos internacionales también comprendieron que los seres humanos siempre idearán nuevas atrocidades y por esta razón todos los estatutos incluyen la disposición de recogida de los “otros actos inhumanos” o, en el caso del Estatuto de Roma, la categoría más desarrollada de “otros actos inhumanos de carácter similar que causen intencionalmente grandes sufrimientos o atenten gravemente contra la integridad física o la salud mental o física”.55 51 Id. ps. 74-75. Ambos & Wirth incluyen a la destrucción del propio hogar como una forma de persecución. Ambos & Wirth, supra nota 33, ps. 79-80. 52 Estatuto de Roma, supra nota 41, art. 7(2)(g). 53 Id. art. 7(1)(g). 54 Id. art. 7(1)(e), (i), (j). 55 Id. art. 7(1)(k). 17 Precisamente de la misma manera que la lista de crímenes del tipo de asesinato contenida en los estatutos ha seguido la curva de aprendizaje de la humanidad en cuanto a idear nuevas formas de atrocidades organizadas, las definiciones de los estatutos sobre persecución han seguido la curva de aprendizaje de la discriminación de grupos. La Carta de Núremberg distingue discriminación por motivos políticos, raciales o religiosos, mientras que la Carta de Tokio sólo menciona la discriminación por motivos políticos o raciales, presumiblemente porque Japón no realizó persecuciones por motivos religiosos.56 Evidentemente, cada uno de estos estatutos fue hecho a la medida de los Estados que eran sus blancos, aunque el catálogo de grupos víctima en la Carta de Núremberg ya era demasiado estrecho, pues no mencionaba a los homosexuales, a los retrasados mentales, a los ancianos y a los enfermos, todos los cuales sufrieron ataques basados en su pertenencia a un grupo por los nazis. El Estatuto del TPIR expande la lista para cubrir ataques “por motivos nacionales, políticos, étnicos, raciales o religiosos”57 y el Estatuto de Roma amplía la gama aún más a “persecución de un grupo o colectividad con identidad propia fundada en motivos políticos, raciales, nacionales, étnicos, culturales, religiosos, de género (…) u otros motivos universalmente reconocidos como inaceptables con arreglo al derecho internacional”.58 Del mismo modo que el “desarrollo” de la clase de atrocidad exigió una expansión de la lista de crímenes del tipo de asesinato del artículo 6 (c) para incluir el embarazo forzado, el “desarrollo” de la clase de odio necesitó una expansión de la lista de grupos que probablemente han de sufrir persecución.59 56 Charter for the International Military Tribunal for the Far East, Apr. 26, 1946, T.I.A.S. No. 1589. De hecho, el Estatuto del TPIR es confuso. En el artículo 3, criminaliza las “persecuciones por motivos políticos, raciales y religiosos” cuando (estos crímenes) “hayan sido cometidos como parte de un ataque generalizado o sistemático contra cualquier población civil por motivos de nacionalidad o por motivos políticos, étnicos, raciales o religiosos.” Estatuto del TPIR, supra nota 40, art. 3. Esta formulación enrevesada y casi inconsistente no parece explicable. 58 Estatuto de Roma, supra nota 41, art. 7(1)(h). 59 ¿Los actos de terrorismo son crímenes contra la humanidad? Algunos académicos han respondido afirmativamente. Véase, por ejemplo, James D. Fry, Terrorism as a Crime Against Humanity and Genocide: The Backdoor to Universal Jurisdiction, 7 UCLA J. Int'l L. & Foreign Aff., p. 169 (2002); Lucy Martinez, Prosecuting Terrorists at the International Criminal Court: Possibilities and Problems, 34 Rutgers L.J., 1, ps. 26-41 (2002). Sin embargo, como observa el ex–presidente del TPIY Antonio Cassese, durante las negociaciones conducentes al Estatuto de Roma, el gobierno de E.E.U.U. se opuso con éxito a agregar el terrorismo a la lista de los crímenes contra la humanidad porque, entre otras razones, el delito no está bien definido y en consecuencia hacerlo podría conducir a una excesiva politización de la Corte Penal Internacional (CPI). Antonio Cassese, Terrorism Is Also Disrupting Some Crucial Legal Categories of International Law, 12 Eur. J. Int'l. L., 993, p. 994 (2001). Cassese también señala que los tribunales norteamericanos y franceses han rechazado tratar a los ataques terroristas como crímenes contra la humanidad. Id. Un ataque como el del 11 de septiembre de 2001 contra el World Trade Center muy probablemente caería no obstante en la definición del Estatuto de Roma de crímenes contra la humanidad, que incluye al asesinato y al exterminio “cuando se cometa[n] como parte de un ataque generalizado o sistemático contra una población civil y con conocimiento de dicho ataque” y define un “ataque contra una población civil” como “una línea de conducta que implique la comisión múltiple de actos mencionados en el párrafo 1 incluyendo el asesinato contra una población civil, de conformidad con la política de un Estado o de una organización de cometer esos actos o para promover esa política.” Estatuto de Roma supra nota 41, art. 7(1). A pesar de que un grupo terrorista como al Qaeda no sea un actor estatal, la terminología “política de un Estado o de una organización” demuestra que el Estatuto no se limita a crímenes auspiciados por Estados. Sin embargo, a pesar de que los ataques del 11 de septiembre caigan bajo la definición de crímenes contra la humanidad del Estatuto de la CPI, ella no tendría jurisdicción sobre los ataques porque éstos tuvieron lugar antes del límite estatutario. Véase id. art. 11 (sobre la jurisdicción ratione temporis). Además, algunos casos de terrorismo, tales como los 57 18 Los crímenes del tipo de asesinato y los crímenes del tipo de persecución tienen un obvio rasgo en común. De la misma manera que los crímenes del tipo de asesinato son los males más horrorosos ideados por las personas para infligir los cuerpos de otros, los crímenes del tipo de persecución son las humillaciones más extremas para afligir las mentes de otros. En ambos casos, el motivo intuitivo para la condena parece ser el deseo de trazar una línea entre una conducta civilizada y otra incivilizada, insistiendo en que algunos tormentos y humillaciones traspasan esa línea. Sospecho que ningún principio subyacente explica por qué algunos males traspasan la frontera entre lo civilizado y lo bárbaro, mientras otros –como el bandolerismo, la supresión de la libertad de prensa, y la denegación del derecho a voto o a la propiedad real propia- no lo hacen.60 Las atrocidades y humillaciones que cuentan como crímenes contra la humanidad son, en efecto, aquellas que revuelven nuestros estómagos, y no existe ningún principio que explique qué revuelve nuestros estómagos. Sin embargo, los crímenes del tipo de persecución no consisten sólo en discriminación llevada al grado más extremo, tal como las leyes de Núremberg de 1935, las leyes Jim Crow en los Estados del sur de los EEUU o los aspectos no violentos del apartheid. Todos los estatutos contienen requisitos similares al mandato del Estatuto de Roma de que los actos de persecución sean cometidos “como parte de un ataque generalizado o sistemático contra una población civil”.61 El requisito de un ataque significa que está sucediendo algo más que el establecimiento de un sistema estable de subordinación u opresión de un grupo, tal como la subordinación de las mujeres durante la mayor parte de la historia documentada. La palabra sugiere algo dinámico, algo en movimiento y en curso; una persecución en proceso de empeorar, una persecución conducida a través de una campaña militar de algún tipo, una persecución que funciona para destruir o eliminar el grupo perseguido más que para subordinarlo y explotarlo, y ataques contra la propiedad, los actos cometidos por individuos que no son parte de una organización, o los actos de secuestro aéreo o piratería aérea, claramente no son crímenes contra la humanidad. El ataque del 11 de septiembre contra el Pentágono, al igual que el bombardeo del U.S.S. Cole del 12 de octubre de 2000, no podría ser considerado un crimen contra la humanidad porque fue presumiblemente un acto de guerra contra una fuerza militar y no contra una población civil, aunque los civiles trabajen en el Pentágono y estuvieran entre las víctimas. Sobre la cuestión de si un ataque contra un objetivo militar puede ser un crimen contra la humanidad, véase infra nota 73 y texto que acompaña. Pero, además del interrogante del litigante sobre si un ataque terrorista puede o no encajar en la terminología existente en el Estatuto, está el interrogante más profundo acerca de si hacerlo equivale a “trastocar algunas categorías jurídicas cruciales.” Cassese, supra, p. 993. Pienso que la respuesta es sí, y consecuentemente no incluiría al terrorismo entre los crímenes contra la humanidad. Como Richard Vernon, sostengo en este trabajo que el mal fundamental que el derecho de los crímenes contra la humanidad pretende condenar es una perversión de la política; el uso del poder político y militar para agredir en lugar de proteger el bienestar de aquéllos sobre los cuales los autores ejercen autoridad de facto. Véase Vernon, supra nota 3. Incluso los ataques terroristas altamente organizados rara vez satisfacen esta descripción, porque los terroristas normalmente emplean una violencia política divorciada de los poderes gubernamentales y de la autoridad política. Sin embargo, bajo ciertas circunstancias, los ataques terroristas pueden equivaler a genocidio, un crimen cuya idea se centra en intentar destruir grupos en base a su carácter étnico, religioso, o racial, aparte de cualquier motivación específicamente política. Véase supra nota 44 y texto que acompaña. 60 Eso sostengo en David Luban, Intervention and Civilization: Some Unhappy Lessons of the Kosovo War, en “Global Justice and Transnational Politics: Essays on the Moral and Political Challenges of Globalization”, 79, ps. 101-07 (Pablo de Greiff & Ciaran Cronin eds., 2002). 61 Estatuto de Roma, supra nota 41, art. 7(1). 19 unida típicamente con crímenes del tipo de asesinato. Esta limitación del concepto de persecución tiene sentido. Sin ella, el concepto de persecución amenaza con inflarse hasta un punto que la mayor parte del mundo estaría implicada en crímenes contra la humanidad, porque, después de todo, la mayor parte del mundo está implicada en nauseabundos actos de discriminación racial, étnica, religiosa o política. No sirve a ningún buen propósito etiquetar todas las opresiones del mundo como crímenes contra la humanidad. Hacerlo, sería un poco más que una invitación a la misantropía permanente. El Estatuto de Roma plasma esta aproximación en su definición de “ataque contra una población civil”62, el crimen de apartheid63 y de persecución.64 Un ataque contra una población civil consiste en la comisión múltiple de los actos particulares de crímenes contra la humanidad enumerados en el artículo 7 (1). Para satisfacer esta definición es necesario que existan focos específicos de criminalidad además del mal general de erigir un sistema social de opresión y dominación. En efecto, incluso el crimen de apartheid, tal como está definido en el art. 7(2)(h), consiste en actos específicos que constituyen crímenes contra la humanidad cometidos en un trasfondo de opresión y dominación racial, más que el sistema mismo.65 Finalmente, la persecución constituye un crimen contra la humanidad sólo “en conexión con cualquier acto mencionado en el presente párrafo [esto es, el párrafo que enumera los crímenes contra la humanidad] o con cualquier crimen de la competencia de la Corte”.66 Todas estas definiciones adoptan la misma posición: ellas definen conceptos que denotan males generalizados –ataques sobre poblaciones civiles, apartheid y persecución- como muestras de actos criminales específicos cometidos en un contexto de planeamiento organizacional.67 En conjunto, estas tres definiciones implican que las persecuciones no 62 Id. art. 7(2)(a). Id. art. 7(2)(h). 64 Id. art. 7(1)(h). 65 Id. art. 7(2)(h). 66 Id. art. 7(1)(h). Debería notarse, sin embargo, que el TPIY ha concluido que esta estipulación en el Estatuto de Roma no refleja el derecho internacional consuetudinario, y que las persecuciones que no están acompañadas por otros crímenes pueden así y todo constituir crímenes contra la humanidad. Prosecutor v. Kupreskic, Case No. IT-95-16-T, para. 580 (Trial Chamber II, Int'l Crim. Trib. for the Former Yugoslavia, Jan. 14, 2000), http://www.un.org/icty/kupreskic/trialc2/judgement/index.htm. Ambos y Wirth están de acuerdo con la Sala Kupreskic en rechazar el criterio general que estoy proponiendo; -a saber: que la discriminación se eleva al nivel de un crimen contra la humanidad del tipo de persecución sólo cuando va acompañada por crímenes contra la humanidad del tipo de asesinato. Ellos lo consideran como un vestigio obstinado de la exigencia ahora abandonada de un nexo con la guerra, que resulta nada más que de un compromiso político durante la redacción del artículo. Ambos & Wirth, supra nota 33, ps. 71-72. Sin embargo, también observan que la conexión entre persecución y actos del tipo de asesinato “cumple el…propósito de limitar la jurisdicción de la corte a formas de persecución que sean de una peligrosidad objetiva elevada,” id. p. 73, lo cual en mi opinión es una razón importante, no meramente un vestigio sin sentido de la Carta de Núremberg. Mi argumento difiere ligeramente del suyo porque en mi opinión el propósito de este “requisito de conexión” no es limitar la jurisdicción a actos de “una peligrosidad objetiva elevada,” sino más bien limitar la jurisdicción a persecuciones que forman parte de un ataque. 67 Un abogado penalista norteamericano sin dudas verá similitudes con la Racketeer Influenced and Corrupt Organizations (RICO) Act, que contempla múltiples delitos penales que conforman un “patrón” de criminalidad oganizada [racketeering activity], definido como al menos dos crímenes especificados en una lista de delitos cometidos dentro de los diez años uno respecto al otro. 18 U.S.C. § 1961(5) (2000). Tal como fuera desarrollado por la Corte Suprema, el crimen de RICO consiste en múltiples crímenes 63 20 violentas devienen un crimen contra la humanidad sólo si están acompañadas de crímenes del tipo de asesinato, un contexto que distingue la persecución de la “mera” opresión.68 En suma, si la “gran idea” detrás de los crímenes del tipo de asesinato es su crueldad y barbarie, la gran idea detrás de los crímenes del tipo de persecución parece ser que graves humillaciones no violentas infligidas a individuos lesionan la humanidad si ellas forman parte de un ataque sobre un grupo reconocible como tal porque incluye crímenes del tipo de asesinato. 5. Los crímenes contra la humanidad son cometidos contra víctimas por su pertenencia a una población más que por sus características personales. A diferencia de los crímenes del tipo de persecución, el artículo 6 (c) de la Carta de Núremberg no exige que los crímenes del tipo de asesinato sean cometidos con una intención discriminatoria –esto es, sobre la base del grupo político, racial o religioso de la víctima- y tampoco lo hace la subsiguiente formulación del Estatuto del TPIY.69 Pero esta cuestión devino un asunto controvertido: en la sentencia en el caso Tadic, el TPIY estableció el requisito de la intención discriminatoria para todos los crímenes contra la humanidad a pesar de la individuales entretejidos en un patrón caracterizado por la continuidad y la vinculación. H. J. Inc. v. Northwestern Bell Tel., 492 U.S. 229, 250 (1989). 68 Desafortunadamente, el artículo 7(1)(h) del Estatuto de Roma hace confusa esta idea. Su expresión “persecución… en conexión con cualquier acto mencionado en el presente párrafo” (por ejemplo, persecución en conexión con cualquier crimen contra la humanidad) correctamente debería leerse “persecución en conexión con cualquier acto al que se hace referencia en otras subsecciones de este párrafo” (por ejemplo, persecución relacionada con cualquier crimen contra la humanidad del tipo de asesinato) para evitar el problema de la auto referencia. Véase Estatuto de Roma, supra nota 41, art. 7(1)(h). Como los comentaristas han observado, la redacción criminaliza no solamente actos de persecución relacionados con actos del tipo de asesinato, sino también actos de persecución “en conexión con…cualquier acto de persecución.” Machtheld Boot & Christopher K. Hall, Persecution, en “Commentary on the Rome Statute of the International Criminal Court: Observers' Notes, Article by Article”, 146, p. 151 (Otto Triffterer ed., 1999) (en adelante Triffterer Commentary). Pero criminalizar actos de persecución cometidos en conexión con actos de persecución se aproxima al sinsentido. Todo acto es cometido en conexión consigo mismo, entonces la cláusula tal como está escrita no delimita en modo alguno la categoría de las persecuciones. Además, la cláusula abandona el propósito del criterio general, que es criminalizar las persecuciones sólo cuando ocurren dentro de un patrón de ataques violentos. Al proponer que los ataques, persecuciones, y crímenes de apartheid deban incluir crímenes del tipo de asesinato –y al proponer leer el Estatuto de Roma de esta manera- estoy rechazando la aserción del fallo Akayesu de la Trial Chamber I del TPIR según la cual “[u]n ataque también puede ser de naturaleza no violenta, como imponer un sistema de apartheid…o ejercer presión sobre la población para actuar de una manera particular…”. Prosecutor v. Akayesu, Case No. ICTR-96-4-T, para. 581 (Trial Chamber I, Int'l Crim. Trib. for Rwanda, Sept. 2, 1998), http://www.ictr.org/ENGLISH/cases/Akayesu/judgement/akay001.htm. Me parece algo ingenuo suponer que un sistema de apartheid pueda ser establecido de manera no violenta; y “presión sobre la población para actuar de una manera particular” es demasiado vago, y abarca demasiado, como para constituir un crimen contra la humanidad. Según esta definición, un sistema de leyes que prohibiera el uso de lenguas extranjeras en documentos oficiales y señales de tránsito, si estuviera diseñado para forzar a los grupos de inmigrantes a aprender la lengua materna de un país, podría constituir crímenes contra la humanidad del tipo de persecución. Sin importar lo que uno opine sobre la sabiduría de tales leyes relativas al idioma, calificarlas como crímenes contra la humanidad es absurdo. 69 Carta de Núremberg, supra nota 5, art. 6(c), 59 Stat., 1547, 82 U.N.T.S., 288; Estatuto del TPIY, supra nota 37, art. 5. 21 letra contraria del Estatuto; esto sólo fue dejado de lado por la Sala de Apelaciones.70 La definición correspondiente del Estatuto del TPIR requiere la intención discriminatoria tanto para los crímenes del tipo de asesinato, como para los de persecución. 71 Sin embargo, este requisito no está contenido en el Estatuto de Roma y, consecuentemente, los fiscales ante la CPI no tendrán que probar la intención discriminatoria para conseguir condenas por crímenes contra la humanidad del tipo de asesinato. Sin embargo, aun cuando el artículo 6 (c) no impone el requisito de la intención discriminatoria para los crímenes del tipo de asesinato, él requiere que ellos sean cometidos contra una “población civil”, un requisito que contienen los estatutos del TPIY, TPIR y de Roma.72 Para abreviar, llamaré a esto el “requisito de la población”. Él contiene dos ideas importantes. Primero, si enfatizamos la palabra “civil” en “población civil”, el requisito sirve para distinguir los crímenes contra la humanidad de las batallas militares contra soldados, que, de otra forma, podrían calificar formalmente como crímenes contra la humanidad.73 Segundo, y más importante para el presente argumento, 70 Prosecutor v. Tadic, Case No. IT-94-1-T, paras. 644, 652 (Trial Chamber II, Int'l Crim. Trib. for the Former Yugoslavia, May 7, 1997), http://www.un.org./icty/tadic/trialc2/judgement/tad-tsj70507JT2e.pdf; Prosecutor v. Tadic, Case No. IT-94-1-T, paras. 281-305 (Appeals Chamber, Int'l Crim. Trib. for the Former Yugoslavia, July 15, 1999), http://www.un.org/icty/tadic/appeal/judgement/tadaj990715e.pdf. Véase Simon Chesterman, An Altogether Different Order: Defining the Elements of Crimes Against Humanity, 10 Duke J. Comp. & Int'l L., 307, ps. 311, 327-28 (2000). 71 Estatuto del TPIR, supra nota 40, art. 3. Francia, en la decisión Touvier, y Canadá, en Finta, igualmente reconocieron la exigencia de una intención discriminatoria en la definición de crímenes contra la humanidad. Prosecutor v. Touvier, CA Paris, 1e ch., Apr. 13, 1992, Gaz. Pal. 1992, I, 387, traducida y reimpresa en 100 Int'l L. Rep., 338, p. 341 (1995) (que sostiene que un individuo “no puede ser responsabilizado por haber cometido un crimen contra la humanidad a menos que también se establezca que tuvo una motivación específica de participar en la ejecución de un plan común cometiendo de manera sistemática actos inhumanos o persecuciones en nombre de un Estado que practica una política de supremacía ideológica”); Regina v. Finta, [1994] 1 S.C.R. 701, 814 (que sostiene que [l]o que distingue un crimen contra la humanidad de cualquier otro delito criminal según el Código Penal canadiense es que las acciones crueles y terribles que son elementos esenciales del delito fueron emprendidas en prosecución de una política de discriminación o persecución de un grupo o raza identificables”). Pero ninguna de estas decisiones representa la principal línea de pensamiento sobre los crímenes contra la humanidad, ni deberían representarla. Leila Sadat Wexler describe a Touvier como un “intento descarado [] de exonerar, por adelantado, al gobierno de Vichy de culpa,” y observa que los comentaristas franceses sospechan que el fallo también pudo haberse dirigido a liberar a funcionarios de responsabilidad potencial por las atrocidades en Argelia. Leila Sadat Wexler, The Interpretation of the Nuremberg Principles by the French Court of Cassation: From Touvier to Barbie and Back Again, 32 Colum. J. Transnat'l L., 289, p. 355 (1994). Ninguna sospecha en tal sentido empaña la sentencia Finta, pero la Corte, en mi opinión, ha malinterpretado la clara terminología de la ley canadiense. La ley define al crimen contra la humanidad como uno de los actos específicos enumerados “cometidos contra cualquier población civil o contra cualquier grupo identificable de personas.” Código Penal canadiense, § 7(3.76), citado en Finta, 1 S.C.R., 802. La Corte basa su exigencia de una intención discriminatoria exclusivamente en la frase “grupo identificable de personas” y en los hechos expulsa de la ley la frase “cualquier población civil”. Por su puesto, es la última frase, no la primera, la que aparece en los principales instrumentos internacionales que definen los crímenes contra la humanidad. Finta, 1 S.C.R., p. 814. 72 Estatuto del TPIY, supra nota 37, art. 5; Estatuto del TPIR, supra nota 40, art. 3; Estatuto de Roma, supra nota 41, art. 7. 73 Véase Chesterman, supra nota 70, ps. 322-26. En conferencia, Paul Kahn ha sostenido que la distinción militar / civil puede ya no tener sentido, porque en una época en la cual los soldados enemigos están tan indefensos como los civiles para protegerse a sí mismos del poderío aéreo norteamericano, y no plantean un riesgo mayor que los civiles, hacer explotar un batallón de soldados enemigos parece moralmente indistinguible a exterminar una población equivalente de civiles. Véase, en general, Paul W. Kahn, The 22 si enfatizamos la palabra “población”, el requisito distingue los crímenes dirigidos contra una población de los crímenes dirigidos contra víctimas individuales.74 Esta contraposición significa implícitamente que quienes cometen crímenes contra la humanidad tienen por objetivo a individuos sobre una base colectiva o no individualizada.75 Permítaseme enfatizar que el requisito de la población no incorpora la intención de discriminación a la definición de crímenes del tipo de asesinato. Después de todo, una organización puede tener por blanco a una población civil por razones que nada tienen que ver con un ánimo basado en la pertenencia a un grupo; por ejemplo, porque un ataque a la población es el modo más simple para erradicar combatientes de la resistencia que viven dentro de ella, o porque la población ocupa un territorio económica o estratégicamente importante que el opresor desea tomar. En tales circunstancias, los autores no tienen una intención de discriminación: si la población civil viviera en otra parte o si no hubiera combatientes de la resistencia, los miembros de la población civil no serían víctimas de crímenes contra la humanidad. En el lenguaje de la Convención sobre el Genocidio y del Estatuto de Roma, en estos ejemplos los autores no están atacando al grupo “como tal”.76 O mejor, aunque ellos de hecho puedan estar atacando al grupo como tal, esto no es un requisito para que los crímenes cometidos en el ataque puedan ser considerados como crímenes contra la humanidad. En otro sentido, sin embargo, los crímenes contra la humanidad comparten un rasgo delatador moralmente perturbador con el genocidio y otras formas de discriminación basadas en la pertenencia a un grupo: las víctimas devienen víctimas por razones que no tienen nada que ver con sus características individuales. Como en el crimen de genocidio, las víctimas, en las elocuentes palabras de Samantha Power, están Paradox of Riskless Warfare, en “War After September 11”, p. 37 (Verna V. Gehring ed., 2002). No abordo aquí este argumento provocativo. Sin embargo, vale la pena notar que la jurisprudencia de los crímenes contra la humanidad trata a los combatientes de la resistencia e incluso a los soldados como civiles cuando están fuera de combate. Véase, por ejemplo, Fédération Nationale v. Barbie, Cass. Crim. Paris, Dec. 20, 1985, J.C.P. 1986, II, 20655, traducido y reimpreso en 78 Int'l. L. Rep., 136, p. 140; Kupreskic, supra nota 66, párr. 547. 74 Véase el caso de los juristas, supra nota 35, p. 40. 75 Esto sigue siendo verdadero aun si los autores individuales de los crímenes seleccionan a algunas de sus víctimas por motivos más individualizados. Por ejemplo, si un miliciano que participa en un ataque elige a sus víctimas de violación por su apariencia y no al azar, la violación sigue siendo un crimen contra la humanidad porque el ataque del cual está participando está dirigido contra una población antes que contra los individuos dentro de ella. Entonces, no intento sugerir un requisito de motivo, de manera que deba demostrarse que un autor ataca a una víctima debido a la pertenencia al grupo y no a la enemistad individual. El Estatuto de Roma no impone tal elemento subjetivo [mens rea requirement]. Estatuto de Roma, supra nota 41, art. 7(1). Pero el ataque mismo es lanzado contra una población, no contra víctimas individuales; y, en cualquier caso, la prueba acerca del motivo bien puede resultar relevante para determinar si el crimen fue parte del ataque en lugar de un crimen de oportunidad aprovechando simplemente el caos ingobernable producido por el ataque. El último no es un crimen contra la humanidad. Recuérdese que “los crímenes contra la humanidad…deben ser interpretados estrictamente para excluir casos aislados de atrocidades o persecuciones.” Caso de los juristas, supra nota 35, p. 47. En la redacción del Estatuto de Roma, “la preocupación había sido excluir los actos aislados y aleatorios, y los crímenes comunes según el derecho nacional, del ámbito de los crímenes contra la humanidad.” Rodney Dixon, Article 7: Introduction/General Remarks, en “Triffterer Commentary”, supra nota 69, p. 123. 76 Convención sobre el Genocidio, supra nota 44; Estatuto de Roma, supra nota 41, art. 6. 23 “siendo atacadas por ser (más que por hacer)”.77 En este último sentido, el requisito de la población en la definición de los crímenes del tipo de asesinato funciona de modo paralelo a la intención de discriminación en la definición de los crímenes del tipo de persecución. Ambos requisitos implican que en el fondo los crímenes contra la humanidad son emprendidos contra individuos porque ellos pertenecen a un grupo tenido por blanco. La diferencia entre los dos requisitos es que la intención de discriminación de los crímenes de persecución o genocidio se limita a categorías específicas de grupos (políticos, religiosos, raciales, etc.), mientras una “población” puede ser cualquier grupo con identidad propia. A primera vista, puede parecer que esta distinción tiene sentido. Los actos de exterminio, sometimientos a esclavitud y otros crímenes del tipo de asesinato son intrínsecamente tan atroces que serán considerados crímenes contra la humanidad siempre que fueran cometidos contra una población, sin importar la naturaleza de la población, mientras que los actos de persecución que no son tan atroces serán crímenes contra la humanidad sólo si son cometidos sobre “clases sospechosas” [suspect classes], esto es, grupos cuyos características comunes han formado históricamente la base de los ataques por parte de personas ajenas al grupo.78 Deseo, sin embargo, rechazar esta línea de pensamiento y argumentar que persecuciones graves de una población, no sólo de grupos raciales, religiosos, étnicos y políticos, deberían ser consideradas como crímenes contra la humanidad. En otras palabras, del mismo modo que los crímenes del tipo de asesinato están prohibidos independientemente de la naturaleza específica de la población víctima, también los crímenes del tipo de persecución deberían estarlo. ¿Por qué el derecho penal internacional debería dar un pase libre a quienes cometen persecuciones meramente porque el grupo que ellos persiguen consiste en homosexuales o intelectuales, en lugar de judíos o tutsis? Una respuesta habitual es que la discriminación entre grupos es inevitable en cualquier sistema jurídico, porque las leyes siempre clasifican a la gente y caen con fuerza diferente sobre los diferentes grupos. Sólo cuando el tipo de grupo que sufre la discriminación es una “clase sospechosa” –término del derecho constitucional estadounidense para una clase que históricamente ha sido blanco de intolerancia- 77 Power, supra nota 44, p. 36. Ratner y Abrams reflejan esta línea de pensamiento: “La bifurcación tiene sentido como un esfuerzo para deducir nociones de humanidad. Ciertos actos son tan atroces y destructivos de la humanidad de una persona que son crímenes per se. Otros son crímenes porque la agresión a la víctima se basa en motivos políticos, raciales o religiosos y de ese modo atacan a la humanidad a través alguno de los grupos más básicos en los cuales ésta se organiza.” Ratner & Abrams, supra nota 43, ps. 62-63. La “bifurcación” de la cual ellos hablan es una bifurcación entre crímenes del tipo de asesinato, para los cuales no hay requisito de intención discriminatoria, y crímenes del tipo de persecución), para los cuales lo hay. Estoy sugiriendo que el mismo requisito de población funciona como una especie de requisito de intención discriminatoria, porque requiere ataques contra una población antes que contra individuos. Pero subsiste una bifurcación –entre el amplio requisito de población para los crímenes del tipo de asesinato y la intención discriminatoria más acotada para los crímenes del tipo de persecución– que distingue categorías específicas de grupos en lugar de criminalizar los ataques contra cualquier “población civil.” A diferencia de Ratner y Abrams, niego que la bifurcación tenga sentido como un esfuerzo para deducir nociones de humanidad. 78 24 podemos estar seguros de que la discriminación es suficientemente odiosa como para ser criminalizada.79 Esta réplica fracasa, sin embargo, tan pronto como recordemos que las prácticas discriminatorias cuentan como crímenes contra la humanidad del tipo de persecución sólo si ellas forman parte de un ataque contra un grupo, acompañadas por crímenes del tipo de asesinato. Todos estos ataques son odiosos y ningún acto discriminatorio cometido en el curso de tal ataque puede ser considerado racionalmente como un mero subproducto accidental de una clasificación jurídica de otro modo defendible. De esto se sigue que actos graves de persecución basados en la pertenencia a un grupo en el curso de un ataque violento contra el grupo –piénsese, por ejemplo, en la supresión de la lengua materna del grupo o en la confiscación de la propiedad de los miembros del grupo- deberían ser considerados crímenes contra la humanidad, independientemente de la naturaleza del grupo. Los proyectistas de los estatutos del Tribunal de Núremberg, del TPIY y del TPIR aparentemente no han entendido este punto. Los proyectistas del Estatuto de Roma llegaron más cerca, porque expandieron la lista de “clases sospechosas” para incluir a cualquier grupo cuya persecución se sustente en motivos “universalmente reconocidos como inaceptables con arreglo al derecho internacional”. La amplitud de la última categoría no es clara. Sostengo que ella debería incluir a cualquier grupo en absoluto –“una población civil”- si el grupo está sufriendo un ataque que incluye crímenes contra la humanidad del tipo de asesinato.80 Resumiendo, los estatutos que definen los crímenes contra la humanidad incluyen el requisito de la población como un requisito de los crímenes del tipo de asesinato, y el requisito de la intención de destrucción como un elemento de los crímenes del tipo de persecución. Ambos especifican, en efecto, que un hecho es considerado como crimen contra la humanidad sólo cuando forma parte de un ataque sobre un grupo o una población, independientemente de la individualidad de los miembros del grupo. Hasta el Estatuto de Roma, ambos requisitos diferían en que el requisito de la intención de discriminación se limitaba a grupos étnicos, raciales, religiosos y políticos, mientras que el requisito de la población incluía a cualquier grupo. El Estatuto de Roma expandió las categorías de los grupos perseguidos a todos los grupos cuyo tratamiento desigual en el curso de un ataque violento contraviene el derecho internacional; y, si estoy en lo correcto, esta evolución debería llevar a equiparar el requisito de la intención de discriminación del crimen de persecución con el requisito de la población. 79 Sobre la idea de una clasificación sospechosa en el derecho constitucional norteamericano, véase Laurence H. Tribe, American Constitutional Law, ps.1465-521 (2da. ed. 1988). No intento sugerir que las “clases sospechosas” reconocidas por el derecho de los crímenes contra la humanidad coincidan con las clases sospechosas en el derecho constitucional norteamericano. Solamente quiero decir que la idea de fondo es la misma: ciertos grupos han sido objetos de intolerancia de modo tan persistente que cualesquiera medidas que perjudiquen de manera selectiva a estos grupos debe suponerse que derivan de la intolerancia antes que de la persecución de fines gubernamentales legítimos. 80 Estatuto de Roma, supra nota 41, art. 7(1)(h). Los redactores del Estatuto de Roma tenían en mente a los grupos perseguidos en base a “motivos sociales, económicos y de incapacidad mental o física.” Report of the Preparatory Committee on the Establishment of an International Criminal Court, United Nations Diplomatic Conference of Plenipotentiaries on the Establishment of an International Criminal Case, at 26 n.15, U.N. Doc. A/CONF.183/2/Add.1 (1998). 25 Una cuestión final es cuán grande deber ser un grupo para constituir una población. ¿Significa el requisito de la población que los crímenes deben ser cometidos sobre una “magnitud de población” de gran escala? En otras palabras, ¿para calificar como crímenes contra la humanidad deben ser no sólo atrocidades, sino atrocidades de masa?81 Para defender esta lectura del requisito de la población podría argumentarse que nada menos que el horror de masa justifica internacionalizar los crímenes y hacerlos una cuestión de interés universal más que local. Sin embargo, tal razonamiento ignora la idea principal que está detrás de la prohibición de los crímenes contra la humanidad, a saber el interés del conjunto de la humanidad en prevenir y sancionar los horrores que gobiernos infligen sobre su propio pueblo. Afirmar que sólo los horrores a gran escala justifican el interés internacional nos regresa al mismo fetichismo de la soberanía estatal que la Carta de Núremberg correctamente rechazó. La afirmación implica que las atrocidades de pequeña escala infligidas por un gobierno siguen siendo un asunto de la soberanía estatal; que un gobierno, cuyos agentes atacan a una pequeña comunidad como parte de una política deliberada, embarazan forzadamente sólo una mujer, u obligan sólo a un padre a presenciar la tortura de su hijo, conserva su derecho de ser dejado sólo. Éstas son conclusiones profundamente cínicas, y no se dará ningún crédito al Estatuto de Roma si la CPI llega a estas conclusiones interpretando el requisito de la comisión múltiple de actos como muchos actos.82 Afortunadamente, “múltiple” puede ser leído en el sentido de tan poco como dos, en cuyo caso el daño que inflige el requisito del acto múltiple no necesita ser grave. En efecto, entender la formulación “múltiple” del Estatuto de Roma como “dos o más” tiene la virtud de clarificar que incluso atrocidades y persecuciones de pequeña escala pueden ser crímenes contra la humanidad. Además, el Estatuto de Roma, como el Estatuto del TPIR, establece que el ataque sobre la población civil debe ser “generalizado o sistemático”.83 La palabra “o” señala que ataques sistemáticos pueden ser crímenes contra la humanidad sean o no generalizados.84 Todo requisito de recuento de cuerpos amenaza con degradar la idea de derechos humanos internacionales y nos conduce a lo que una vez llamé una “casuística de osario” [“charnel house casuistry”]; argumentos legalistas acerca de cuántas víctimas son necesarias para formar una “población”.85 Sin dudas, la prudencia política hará que 81 Véase, por ejemplo, Prosecutor v. Blaskic, Case No. IT-95-14-T, para. 205 (Trial Chamber I, Int'l Crim. Trib. for the Former Yugoslavia, Mar. 3, 2000), http://www.un.org/itcy/blaskic/trialc1/judgement/bla-tj00303e.pdf (que afirma que para ser considerado “sistemático” un ataque debe incluir crímenes cometidos a una escala muy amplia). 82 Estatuto de Roma, supra nota 41, art. 7(2)(a) (que interpreta que el requisito de población exige “la comisión múltiple de actos”). 83 Id. art. 7(1) (énfasis añadido). 84 La sistematicidad se refiere al elemento de planificación coordinada, que en mi opinión puede existir aún si el ataque logra hacer daño solamente a una persona (tal vez porque los agresores son rápidamente repelidos por quienes se defienden. En este punto estoy en desacuerdo con Ambos y Wirth, quienes entienden que hablar de un ataque contra una “población” “únicamente exige que exista una multiplicidad de víctimas.” Ambos & Wirth, supra nota 33, p. 21. 85 David Luban, The Legacies of Nuremberg, en “Legal Modernism”, 335, ps. 343-44 (1994). Simon Chesterman es igualmente escéptico acerca de lo que llama “el cálculo horripilante de establecer un 26 los terceros sean renuentes a intervenir contra toda atrocidad, excepto que sea a gran escala. Pero la cuestión de si los crímenes contra la humanidad exigen una intervención militar humanitaria para frenarlos es diferente desde el punto de vista conceptual y práctico de la cuestión de si hay que acusar y juzgar a alguien por crímenes contra la humanidad.86 No perseguir a un autor porque su ataque sobre una población civil tuvo “sólo” pocas víctimas disminuye el valor de las víctimas. Es tiempo de resumir esta discusión sobre las cinco características que distinguen los crímenes contra la humanidad. Los crímenes contra la humanidad son crímenes internacionales cometidos por grupos políticamente organizados actuando bajo un color político, consistentes en los más graves y abominables actos de violencia y persecución, y cometidos sobre víctimas en razón de su pertenencia a una población o a un grupo más que por sus características individuales. ¿Hay una intuición nuclear que expresa este cuerpo de “common law”? Parece claro que la respuesta es positiva. El Leitmotiv que une a todos los rasgos jurídicos es el de políticas horriblemente equivocadas [wrong]. Los crímenes son cometidos por grupos políticamente organizados contra otros grupos, típicamente dentro de la misma sociedad. La rivalidad y el antagonismo son normales entre grupos en prácticamente toda sociedad, pero los crímenes contra la humanidad ocurren cuando la rivalidad y el antagonismo normales llegan a “supernova” y “estallan” en violencia y persecuciones extraordinarias. Su carácter de crímenes internacionales refleja la idea de que la soberanía –el talismán que los Estados invocan para proteger su propio proceso político de la interferencia de otrosno debería más estar permitida para proteger políticas que han devenido tan terribles. Así, las cinco características de los crímenes contra la humanidad reflejan la misma idea básica, a saber que los infiernos políticos generan un mal particular que el derecho debe condenar. La tarea siguiente es poner este análisis en funcionamiento, respondiendo a las cuestiones planteadas en la parte I, a saber, cómo estos hechos violan la cualidad de ser humano [humanness] y por qué ellos ofenden a toda la humanidad [humankind]. III. Los crímenes contra la humanidad y el animal político A. Aspectos de humanidad número mínimo de víctimas necesario para transformar a un ataque en 'generalizado'”. Chesterman, supra nota 70, p. 315. Debería observarse que los debates sobre “el problema de los números” han persistido por décadas en las discusiones relativas al derecho del genocidio debido a su exigencia de una intención específica de destruir a una población civil “en todo o en parte.” ¿Qué tan grande debe ser una “parte”? Véase Power, supra nota 44, ps. 65-66; Schabas, supra nota 45, ps. 230-40. El Senado de E.E.U.U., al ratificar la Convención sobre el Genocidio, incluyó una interpretación según la cual “parte” significa “parte sustancial”, y la legislación de implementación define “parte sustancial” como “una parte de un grupo de tal significación numérica que la destrucción o pérdida de esa parte causaría la destrucción del grupo como una entidad viable dentro de la nación de la cual tal grupo es una parte.” 18 U.S.C. § 1091(a), § 1093(8) (2000). En mi opinión, los debates acerca del “problema de los números” para el crimen de genocidio tienen algo de sentido dada la definición de genocidio, porque el carácter del crimen en cuanto ataque contra un grupo “como tal” inevitablemente suscita la pregunta de cuán grande debe ser la parte del grupo que es blanco de la intención destructiva para que la intención se considere dirigida al grupo. Mi opinión acerca de la “casuística de osario” es que semejantes interrogantes sobre los crímenes contra la humanidad son perversos e incluso grotescos. 86 Para una discusión acerca de las exigencias morales para la intervención militar humanitaria, véase Luban, supra nota 60, ps. 88-90. 27 Los crímenes contra la humanidad calan hondo; ellos son la peor cosa que los seres humanos se hacen mutuamente. Intuitivamente, ellos parecen lesionar la cualidad de ser humano en sí misma. La cuestión es cómo lo hacen. Lo que hace que esta cuestión sea tan apremiante es que la sola idea de “cualidad de ser humano en sí misma”, lo que Richard Rorty con sorna llama “esencia cristalina de hombre” [Man’s Glassy Essense], parece profundamente sospechosa.87 La noción judeo-cristiana del hombre creado a imagen de Dios, como el concepto metafísico de un alma inmaterial, inmortal, es demasiado simplista y demasiado discutible para dar un sostén a nuestras intuiciones acerca de qué nos hace a los humanos especiales y nos da un valor especial; tanto más, si se supone que estas intuiciones han de ser compartidas por todas las culturas y confesiones. En efecto, parece que toda teoría metafísica sobre la cualidad de ser humano se mostrará como mucho más debatible que las intuiciones a las cuales supuestamente debe dar un sostén. Por esta razón, sería un error buscar una respuesta a nuestra cuestión a través de una investigación metafísica. En lugar de ello, deberíamos buscar la idea en el mismo conjunto de intuiciones que informa el derecho de los crímenes contra la humanidad. Esto es, deberíamos buscar la imagen de cualidad de ser humano reflejada en el derecho. Recordemos los cinco rasgos definitorios de los crímenes contra la humanidad (presentados en un orden diferente por razones de conveniencia para la discusión subsiguiente): (1) Los crímenes contra la humanidad son cometidos sobre víctimas por su pertenencia a un grupo más que por sus características personales; (2) Los crímenes contra la humanidad son crímenes cometidos tanto contra connacionales, como extranjeros; (3) Los crímenes contra la humanidad son crímenes internacionales y su criminalidad cancela la soberanía estatal; (4) Los crímenes contra la humanidad son cometidos por grupos políticamente organizados actuando bajo un color político; (5) Los crímenes contra la humanidad incluyen sólo los actos de violencia y persecución más graves y abominables. ¿Qué imagen de ‘cualidad de ser humano’ captan estos cinco rasgos? Voy a sostener que para el derecho de los crímenes contra la humanidad el hecho específico más importante sobre los seres humanos es nuestro carácter de animales políticos. Para evitar malentendidos: aunque la frase es clásica, la explicación que ofreceré no lo es. Describir a los humanos como animales políticos no implica, sin embargo, otra imagen de “esencia cristalina de hombre” que compita con teorías metafísicas sobre la 87 Richard Rorty, Philosophy and the Mirror of Nature, ps. 42-43 (1980). Rorty relaciona explícitamente su escepticismo acerca de la antropología filosófica con el tema de los derechos humanos en Richard Rorty, Human Rights, Rationality, and Sentimentality, en “On Human Rights”, 111, ps. 114-19 (Stephen Shute & Susan Hurley eds., 1993). 28 sustancia del alma, la creación a la imagen de Dios u otros intentos conocidos de establecer qué es lo que nos diferencia del resto de la naturaleza. Debemos ser escépticos frente a la pretensión de que cualquier rasgo puede ser identificado como la cualidad esencial que nos hace especiales. Muchas cosas pueden pretender ser aspectos centrales de la condición humana, en el sentido de que imaginar una vida humana sin ellas es imaginar algo extraterrestre y, en algunos casos, repugnante. A lo largo de los siglos, los filósofos han centrado la atención en la racionalidad, en el uso del lenguaje, en nuestra capacidad para transformar la naturaleza a través de artificio (homo faber), en la autonomía y la libre voluntad, en la individualidad, en la consciencia de nuestra finitud y mortalidad88 e incluso en tales rasgos de humanidad, aparentemente incidentales, como la alegría89 o nuestra capacidad de reír y llorar.90 Nietzsche solapadamente invirtió los intentos de los filósofos clásicos de descubrir una esencia humana inmutable cuando escribió que un hombre es el ‘animal aún indeterminado’ [asyet-undetermined animal]91 y, al hacerlo, proporcionó una determinación especialmente memorable del animal humano: una imagen de fluidez proteica para agregar a la colección de antropologías filosóficas. Los peligros de esta clase de especulación son obvios –pretenciosidad, facundia, banalidad-, pero cuando evitan estos peligros, esta multitud de meditaciones filosóficas sobre la condición humana tiene mucho para enseñarnos, aun cuando ninguna pueda realmente pretender creíblemente definir la esencia humana única (porque tal cosa no existe). Ellos arrojan luz sobre aspectos, no esencias, de la cualidad de ser humano. En este sentido, parece posible encontrar crímenes que correspondan a varios aspectos de la ‘cualidad de ser humano’, y en un sentido importante todos estos serían “crímenes contra la humanidad”. Si, por ejemplo, nos focalizamos en la racionalidad como el rasgo definitorio de humanidad, secuestrar personas o someterlas deliberadamente a una cirugía de cerebro que destruya su razón serían crímenes contra la humanidad. Los opositores a la clonación humana a veces imaginan una dystopia de ciencia ficción de narcisistas y megalómanos que pueblan el mundo con una multitud de sus propias réplicas genéticas.92 Esto haría a la clonación humana un “crimen contra la humanidad” si consideramos a la unicidad genotípica como un aspecto definitorio de 88 Véase, en general, Martin Heidegger, Being and Time (traducido por: John Macquarrie & Edward Robinson, Harper & Row 1962) (1927). 89 Véase, en general, Johan Huizinga, Homo Ludens (The Beacon Press 1955) (1950). 90 Véase, en general, Helmuth Plessner, Laughing and Crying (traducido por: James Spencer Churchill & Marjorie Grene, Northwestern Univ. Press 1970) (1961). 91 Friederich Nietzsche, Beyond Good and Evil, § 62, p. 74 (traducido por: Walter Kaufmann, Vintage Books 1989) (1886). 92 Véase, por ejemplo, George J. Annas et al., Protecting the Endangered Human: Toward an International Treaty Prohibiting Cloning and Inheritable Alterations, 28 Am. J. L. & Med., 151, ps. 15354 (2002). Véase también The Science and Ethics of Human Cloning: Hearing Before the Subcomm. on Sci., Technology and Space of the Sen. Comm. on Commerce, Sci., and Transp., 108th Cong. (2003), http://commerce.senate.gov/pdf/kass012903.pdf (declaración de Kass, Director de la Comisión Presidencial de Bioética, que describe a la clonación para producir personas como una amenaza a la identidad personal); Leon Kass, The Meaning of Life - In the Laboratory, Pub. Int., Winter 2002, p. 38 (que asimila la clonación humana al “nuevo mundo feliz,” de Aldous Huxley, Brave New World (Harper & Row 1969) (1946)); Rick Weiss, Free To Be Me: Would-Be Cloners Pushing the Debate, Wash. Post, May 12, 2002, A1 (que describe a la clonación como “la posibilidad de lanzar al futuro la propia individualidad genética no disuelta por otro”). 29 humanidad. Claramente, éstos no son los crímenes contra la humanidad definidos en los instrumentos de derecho internacional. La interpretación aquí ofrecida es que los crímenes definidos por las proposiciones (1) a (5), arriba mencionadas, violan aspectos de la cualidad de ser humano que pertenecen a nuestra naturaleza política. B. El animal político Afirmar que somos animales políticos no es una especulación metafísica. Por el contrario, la observación de que somos animales políticos es una completamente naturalista, basada en el fondo en la observación común y el sentido común. Comienza con el hecho de que somos sólo una clase de animal entre muchas otras en el orden de la naturaleza. Algunos animales –tigres, osos y mariposas, por ejemplo- conducen una existencia esencialmente solitaria. Ellos se juntan para aparearse, pero no viajan en manadas o bandadas, y fuera del proceso reproductivo ellos viven solos. Otros –las hormigas y las termitas- son enteramente sociales. Los insectos individuales sacados de la colonia mueren inmediatamente y, efectivamente, ellos casi no cuentan como individuos, excepto en el sentido aritmético de ser numéricamente distintos uno del otro. Los seres humanos ocupan un punto medio entre estos extremos.93 Nosotros 93 La variedad del comportamiento social animal es enorme, y la evolución del comportamiento social en los animales es una materia vasta y fascinante explorada por la socio biología. Véase, en general, Edward O. Wilson, Sociobiology: The New Synthesis (1975). Los patrones van desde la vida solitaria pasando por el comportamiento de manada o de jauría a la “parasociabilidad” (varias familias que cooperan) y al comportamiento completamente colonial o “eusocial”. Eusociabilidad “significa que dos o más generaciones se superponen en la sociedad, los adultos cuidan de los jóvenes, y, lo que es aún más importante, los adultos están divididos en castas reproductivas y no reproductivas, en otras palabras reyes y reinas versus obreros.” Bert Hölldobler & Edward O. Wilson, The Ants, 1 (1990). A pesar de que el comportamiento eusocial solamente tiene lugar en las termitas, hormigas, y algunas abejas y avispas, éstas resultan ser los insectos dominantes en el planeta, en el sentido de que ellas componen tres cuartos de la biomasa total de insectos. Id. Una colonia de insectos eusociales consiste en una vasta familia única: los innumerables individuos en cada casta provienen de los huevos de una única reina o de un pequeño grupo de reinas emparentadas. En este sentido, la sociabilidad de los insectos es muy diferente a la sociabilidad de, por ejemplo, una colonia de monos o un rebaño de ovejas, que incluirán múltiples familias. Sin embargo, una ruta evolutiva a la eusociabilidad entre las avispas comienza con varias hembras de la misma generación que cooperan en una única colonia, con una hembra que finalmente domina a las otras y se convierte en una reina de facto. Id. p. 27. Este patrón de parasociabilidad ayuda a verificar la idea de que los animales pueden ser dispuestos en un continuo que va desde los verdaderos solitarios (lo que incluye ciertas especies de avispas), pasando por la parasociabilidad, hasta la sociabilidad plena. Sobre la evolución de la eusociabilidad, véase id. ps. 27-30, 184-85. El mecanismo fundamental para la evolución del comportamiento social parece ser la selección parental: propagar los propios genes promoviendo los intereses de los parientes así como los de uno mismo y los de la propia descendencia. Id. p. 180. Sobre la evidencia a favor y en contra de la selección parental como mecanismo impulsor de la evolución de los insectos eusociales, con una cauta aprobación de la teoría, véase id. ps. 184-96. Obviamente, la perspectiva naturalista adoptada en este trabajo supone que la sociabilidad humana es un rasgo evolucionado que será explicado por medio de la misma clase de argumentos naturalistas que son utilizados en la sociobiología animal. Pero es necesaria gran cautela. En años recientes, muchos juristas se han enamorado de la sociobiología humana como un modo de explicar los fenómenos morales y sociales sin recurrir a leyes morales u opciones políticas. Es importante, sin embargo, no sobrevalorar el poder explicativo de la sociobiología humana. Para importantes advertencias sobre este tema, véanse, en general, Philip Kitcher, Vaulting Ambition: Sociobiology and the Quest for Human Nature (1985); Alan Gibbard, Sociobiology, en “A Companion to Contemporary Political Philosophy”, 597 (Robert E. Goodin & Philip Pettit eds., 1993). Mi propio naturalismo en esta sección no pretende insinuar un excelso reduccionismo de las complejas aspiraciones humanas a aspectos de la aptitud inclusiva (esto es, aptitud 30 vivimos en grupos, pero no somos animales sociales de la manera desinteresada en que las hormigas son sociales.94 Si bien los teóricos comunitaristas con frecuencia insisten en que los grupos constituyen nuestra identidad individual, su afirmación es completamente errónea si la tomamos literalmente. Como una tesis metafísica, ella supone la absurda consecuencia de que dos personas involucradas en idénticas relaciones sociales son literalmente la misma persona; y, como una observación natural, ella nos agrupa erróneamente con las abejas y las termitas, totalmente carentes de individualidad.95 Pero, a diferencia de las abejas y las termitas, los seres humanos son individuos y cada uno de nosotros se reconoce a sí mismo como un individuo. Este hecho –llamado auto-consciencia- está en la base de lo que la Declaración Universal de Derechos Humanos llama la “dignidad intrínseca” de todo ser humano.96 Para nosotros -individuos auto-conscientes con propios intereses que, sin embargo, tenemos una necesidad natural de vivir en grupos-, sociabilidad tiene un carácter ambiguo. Es siempre, a la vez, una necesidad y una amenaza.97 Kant habla de la “insociable sociabilidad” de la humanidad, la “propensión a entrar en sociedad, unido a la oposición recíproca que constantemente amenaza con disolver la sociedad”. 98 La “insociable sociabilidad” parece ser una frase feliz para describir por qué no somos que incluye selección parental). Tampoco pretende refrendar dudosas analogías entre el comportamiento humano y el animal diseñadas para mostrar que los rasgos humanos desagradables nos son innatos y que por lo tanto está fuera de nuestro alcance cambiarlos o controlarlos. 94 En lo que a esto respecta, la opinión ofrecida en este punto disiente ligeramente con Kant. En su Anthropology, Kant escribe, “El Hombre no fue hecho para pertenecer a una manada como los animales domesticados, sino más bien, como la abeja, para pertenecer a un colmenar. Es necesario para él ser siempre un miembro de alguna sociedad civil.” Immanuel Kant, Anthropology from a Pragmatic Point of View, p. 247 (traducido por: Victor Lyle Dowdell, S. Ill. Univ. Press 1978) (1798). Como Kant, intento enfatizar que la condición natural de la humanidad es la vida social, pero la metáfora de Kant de la colmena no es feliz porque conlleva connotaciones engañosas de jerarquías naturales y divisiones en castas que son en realidad antitéticas al igualitarismo fundamental y al cosmopolitismo de Kant. Si realmente se requiere una metáfora animal, la manada parece mucho mejor que la colmena. 95 Para una elaboración de esta crítica de la teoría del Yo del comunitarianismo, véase David Luban, The Self: Metaphysical Not Political, 1 Legal Theory, 401 (1995). 96 Universal Declaration of Human Rights, G.A. Res. 217A, pmbl., U.N. Doc. A/810 (Dec. 10, 1948), http://www.un.org/Overview/rights.htmlDeclaración. 97 Uno podría decir que los comunitaristas notan solamente la necesidad de vida social, mientras que los contractualistas (quienes basan la sociedad en acuerdos contractuales entre individuos interesados en sí mismos que pueden identificar sus propios intereses de manera exógena a la vida del grupo), notan sólo la amenaza. Los fans de los critical legal studies notarán alguna similitud entre mis observaciones en este punto y la noción de una “contradicción fundamental” entre individualidad y sociabilidad en la naturaleza humana. Véase Duncan Kennedy, The Structure of Blackstone's Commentaries, 28 Buff. L. Rev., 205, ps. 211-13 (1979). Roberto Unger llama la atención sobre “el problema de la solidaridad”, a saber: que “[n]osotros representamos el uno para el otro una necesidad ilimitada y un peligro ilimitado, y los mismos recursos por medio de los cuales intentamos satisfacer la primera agravan el último.” Roberto Mangabeira Unger, Passion: An Essay on Personality, 20 (1984). Más poéticamente, Unger observa que “las personas…viven en anhelo y peligro mútuos.” Id. p. 95. 98 Immanuel Kant, Idea for a Universal History from a Cosmopolitan Point of View (1784), reimpreso en On History, 15 (traducido y editado por: Lewis White Beck, 1963). La frase “insociable sociabilidad” traduce la frase de Kant “ungesellige Geselligkeit.” Kant elabora la idea tras esta frase en uno de sus trabajos menos leídos, Anthropology, en una sección titulada “Basic Features Concerning the Description of the Human Species' Character.” Kant, supra nota 94, ps. 247-51. “El carácter de la especie, como es bien sabido a partir de la experiencia de todos los tiempos y todas las naciones, es como sigue… (Los seres humanos) no pueden existir sin coexistencia pacífica, y sin embargo no pueden evitar el continuo desacuerdo con el otro.” Id. p. 249. 31 tanto animales sociales cuanto animales políticos. Pues, la política es el arte de organizar la sociedad para que “la oposición recíproca que constantemente amenaza con disolver la sociedad” no convierta en un pacto suicida nuestra “propensión a entrar en sociedad”. La política concierne tanto a la auto-afirmación individual contra grupos como a la solidaridad del grupo. Sólo los individuos de naturaleza insociable necesitan ser sometidos a vínculos políticos más que a vínculos a naturales, pero sólo los individuos de naturaleza sociable pueden ser sometidos a vínculos políticos. Los seres humanos tienen ambas características, y, como yo la uso, la frase “animal político” no es nada más que una abreviatura práctica para reconocer esta doble naturaleza nuestra. La denominación de animales políticos subraya un hecho fundamental de la vida: necesitamos vivir en grupos, pero los grupos suponen una amenaza perpetua para nuestra individualidad y nuestros intereses individuales. Por consiguiente, la existencia humana supone una perpetua negociación de los términos de nuestra propia pertenencia a la sociedad; una pertenencia que necesitamos y tememos. La vida social, como la individualidad, es natural a los seres humanos; pero no hay nada de natural en los términos específicos de la vida social y llamarnos “animales políticos” significa la necesidad de alguna forma de organización coercitiva artificial, así como la contingencia y variabilidad de las formas particulares.99 Es posible expresar esta descripción de humanidad en términos de la teoría del juego o elección racional, que algunos lectores podrán encontrar más perspicaz. Tal como los estudiantes de juegos simples, paradigmáticos –tal como el dilema del prisionero, el juego de la gallina, el juego de la confianza- han entendido desde hace tiempo, la racionalidad individual puede entrar en conflicto con la racionalidad colectiva. En el dilema del prisionero, por ejemplo, la defección es la estrategia racional individual, mientras que la cooperación mutua es la estrategia racional colectiva; un hecho que, en principio, todos los jugadores pueden reconocer aun cuando ellos también reconozcan que su racionalidad los condena a la defección mutua. En estos términos, el problema básico de la vida social debe ser resuelto de alguna manera que los individuos racionales pueden ser llevados a hacer lo que es racional colectivamente. El mecanismo más simple parece ser un árbitro [enforcer] externo que altere el juego haciendo de la defección una opción peor que la cooperación. En el mundo esquemático de la teoría del juego, el árbitro representa al sistema político o al Estado, y la tensión entre Kant concluye la Anthropology observando que nosotros nos esforzamos por “pasar constantemente del mal al bien,” y de este modo que “nuestra intención en general es buena, pero la realización es difícil porque no podemos esperar lograr nuestro objetivo por medio del consentimiento libre de los individuos, sino solamente a través de la progresiva organización de los ciudadanos de la Tierra…” Kant, supra nota 94, p. 251. Por eso es que la política es necesaria. El argumento según el cual “animal político” y “animal social” no son para nada sinónimos proviene de Hannah Arendt, The Human Condition, ps. 22-28 (1958). A pesar de que enfatizo la noción kantiana de “insociable sociabilidad,” J. B. Schneewind halla la misma idea en la obra del fundador del derecho internacional, Hugo Grotius. Schneewind describe “la problemática grociana” en términos bastante similares a los de Kant: “Nosotros somos seres autoconservativos y peleadores; pero también somos sociables. Estos dos aspectos de la naturaleza humana definen el problema de mantener el orden social: ¿cómo vivirán juntos seres peleadores pero socialmente inclinados como nosotros? J. B. Schneewind, The Invention of Autonomy: A History of Modern Moral Philosophy, p. 72 (1998). La frase “problemática grociana” aparece en id. p. 70, y luego Schneewind señala la repercusión de la problemática grociana en los escritos de Kant, id. ps. 519-20. 99 32 racionalidad individual y colectiva representa la “insociable sociabilidad”, el rasgo de nuestra existencia que nos hace animales políticos, así como animales sociales.100 C. “Insociable sociabilidad” contra diversidad de grupo: crímenes contra la humanidad contra genocidio Antes presenté un argumento ofrecido por Hannah Arendt: lo que hace a los crímenes contra la humanidad un delito contra la cualidad de ser humano es su ataque a la diversidad humana, la “característica del ‘estatus humano’ sin la cual la misma palabra de ‘humanidad’ estaría desprovista de significado”.101 Más recientemente, Michael Ignatieff se ha hecho eco de esto y desarrolló el argumento de Arendt: “Lo que significa ser un ser humano, lo que define la misma identidad que compartimos como una especie, es el hecho de que estamos diferenciados por raza, religión, etnia y diferencia individual. Estas diferenciaciones definen nuestras identidades como individuos y como especies. Ninguna otra especie se diferencia a sí mima en esta abundancia individualizada. Un sentido de otredad, de distinción, es la misma base de nuestra consciencia sobre nuestra individualidad y esta conciencia, basada en la diferencia, es un elemento constitutivo de lo que ha de ser un ser humano. Atacar cualquiera de estas diferencias –para resumir, mujeres porque son mujeres, judíos porque son judíos, blancos porque son blancos, negros porque son negros, homosexuales porque son homosexualeses atacar el elemento común que nos hace lo que somos como especies”.102 Estamos ahora en posición de ver qué es correcto de este argumento y qué no lo es. Lo que es correcto es que la diversidad del grupo representa la mitad de la doble naturaleza de la cualidad de ser humano representada en nuestra concepción de animales políticos. Un hecho crucial de los grupos humanos es su pluralidad -el hecho de que hemos nacido en familias, comunidades, etnias, confesiones religiosas, sociedades- y su inherente diversidad –el hecho de que los grupos humanos varían ampliamente en forma y contenido-. La diversidad no se deriva lógicamente de la pluralidad. Colmenas de una única especie de abejas son plurales –hay miles de ellas-, pero todas ellas son más o menos intercambiables.103 Por esta razón, tampoco la diversidad individual deriva de la 100 Puede objetarse que un Estado no es invariablemente necesario para solucionar el problema planteado por la racionalidad individual. La defensa clásica de esta opinión anarquista en teoría de los juegos puede ser encontrada en Michael Taylor, The Possibility of Cooperation (1987). Taylor demuestra la posibilidad de una cooperación no coactiva bajo ciertas condiciones. Pero en mi opinión, las condiciones que Taylor descubrió —grosso modo, que un gran número de personas son cooperadores condicionales, que cooperarán si saben que otras personas en cantidad suficiente son también cooperadores condicionalesson tan poco realistas debido al nivel de transparencia y conocimiento mutuos que requieren, que su argumento a favor de la posibilidad de cooperación es igualmente un argumento a favor de su improbabilidad. 101 Arendt, supra nota 8, ps. 268-69. 102 Michael Ignatieff, Lemkin's Word, The New Republic, Feb. 26, 2001, ps. 27-28. 103 Vernon nota la importante distinción entre pluralidad y diversidad, Vernon, supra nota 3, p. 241. 33 pluralidad. Es posible imaginar una raza de clones en la que todos posean autoconsciencia individual, pero que no presenten otras diferencias importantes. Sin embargo, la diversidad de los seres humanos así como de los grupos humanos es un hecho natural. Lo que también es correcto es que la diversidad individual –o, más simplemente, la individualidad- compone la otra mitad de la doble naturaleza del animal político. Por último, lo que es correcto es que la diversidad individual está al origen de la diversidad del grupo. El hecho de que los grupos humanos varíen ampliamente en su forma y contenido, en sus lenguas, costumbres y religiones deriva de diferencias entre los seres humanos individuales, que dejan sus huellas personales en los grupos a los que pertenecen, al tiempo que transmiten imperfectamente las huellas dejadas por sus ancestros. Lo que es incorrecto en el argumento de Ignatieff es la idea de que la diversidad individual (individualidad) puede ser agrupada de manera significativa con la diversidad del grupo en una única categoría de diversidad, y, por consiguiente, que la sola diversidad es “lo que significa ser un ser humano”. En palabras de Ignatieff, estamos “diferenciados por raza, religión, etnia y diferencia individual”,104 pero la diferencia individual pertenece a una categoría distinta de las tres diferenciaciones basadas en el grupo mencionadas por Ignatieff. La diversidad del grupo y la individualidad son muy diferentes; ellas no son simplemente dos formas diferentes de diversidad. Como individuos, no sólo estamos diferenciados por raza, religión, y etnia; también estamos diferenciados de todos los demás individuos, incluidos aquellos que comparten nuestra raza, religión o etnia. Así, cuando Ignatieff escribe que “[e]stas diferenciaciones definen nuestras identidades… como individuos”105, él yerra si por “estas diferenciaciones” entiende diferenciaciones en grupos raciales, religiosos o étnicos. La identidad individual nunca puede ser reducida al nexo de los grupos a los cuales uno pertenece; en efecto, nuestra naturaleza como animales políticos, más que sociales, deriva del hecho de que con frecuencia nuestros grupos suponen una amenaza existencial a la identidad individual. O bien, si Ignatieff quiere decir que la diferenciación individual define nuestra identidad como individuos, su proposición es tautológica. Tanto Arendt como Ignatieff yerran cuando usan palabras como “diversidad” y “diferenciación” para definir el “estatus humano”, porque estas palabras confunden diversidad de individuos y diversidad de grupos.106 La “insociable sociabilidad” –sociabilidad unida a 104 Ignatieff, supra nota 102 Id. 106 Sus argumentos reflejan una falacia más grave, a saber: considerar “diversidad” en el sentido de “diferencia respecto a otras cosas” como una propiedad de los individuos, sean ellos personas individuales o grupos individuales, antes que como una relación entre individuos. Esta es la falacia de inferir a partir de la afirmación “Ellos son una pareja diversa” que “Él es una persona diversa, y ella es una persona diversa.” Expresado lisa y llanamente, el error parece demasiado elemental como para pasar desapercibido: el término “diversidad” en la premisa se refiere a las diferencias entre los miembros de la pareja, mientras que la conclusión adjudica falazmente la “diversidad” a cada miembro. Pero el error también puede ocurrir más sutilmente. Arendt comete esta falacia cuando escribe: “Todo lo que existe entre una pluralidad de cosas no es simplemente lo que es, en su identidad, sino que también es diferente a otros; este ser diferente pertenece a su misma naturaleza.” Hannah Arendt, The Life of the Mind: Thinking, p. 183 (1978) (énfasis añadido). Definir “otredad respecto al resto del mundo” como parte de la 105 34 individualidad- mantiene claramente la distinción, recordándonos que el animal político tiene una doble naturaleza dentro de la cual asociación e individualidad no pueden ser reducidas la una a la otra. Parece claro que Arendt e Ignatieff se centran en el valor de la diversidad del grupo, porque su tópico no es el crimen contra la humanidad en general, sino, más bien, el específico crimen de genocidio.107 ¿Por qué esto debería hacer una diferencia? Señalé antes que el genocidio se dirige contra un grupo “como tal”, esto es, contra grupos tomados como entidades colectivas. Los argumentos de Arendt e Ignatieff tienen sentido como esfuerzos por explicar el especial valor de las entidades colectivas por sobre el valor de los individuos que las componen. Ellos quieren defender que matar a un entero grupo humano lesiona a toda la humanidad –humanidad tomada colectivamente, no individualmente-, porque la especie humana está caracterizada por una “abundancia especializada”108 de grupos. Como antes vimos, la diversidad entre grupos es un aspecto de humanidad, y el genocidio es un crimen contra este aspecto de humanidad. Sin embargo, el problema de considerar a la diversidad del grupo como el rasgo definitorio de humanidad es que ignora el valor de los individuos como algo aparte de los grupos a los cuales pertenecen. Obviamente, Arendt e Ignatieff se dan cuenta de esto, como es evidenciado por su interés en mostrar que la diversidad es central para la vida de cada uno, así como para la de todos. Pero, si estoy en lo cierto, la diferencia entre individual y colectivo no puede ser ocultada. Como sostendré ahora, esta doble naturaleza como individuos y miembros del grupo es precisamente lo que lesionan los crímenes contra la humanidad y precisamente lo que los hace crímenes contra la cualidad de ser humano. Verificaré esto mostrando cómo la naturaleza política de los “naturaleza” de una cosa es confundir una circunstancia meramente formal -que cada cosa es idéntica a sí misma y no idéntica a otras cosas distintas a ella— con una aserción acerca de las propiedades sustanciales de una cosa. Es esta postura metafísica, me temo, la que subyace tras la identificación de Arendt de “diversidad humana” como “una característica del estatus humano.” Arendt, supra nota 8, p. 269. Ignatieff roza la misma falacia en la frase final del pasaje arriba citado: “Un sentido de otredad, de distinción, es el fundamento mismo de nuestra consciencia de nuestra individualidad, y esta consciencia, basada en la diferencia, es un elemento constitutivo de lo será un ser humano.” Ignatieff, supra nota102, p. 28. Un sentido de distinción -de ser esta persona, yo, y no otro- no es lo mismo que el sentido de otredad; de no ser esa persona, como si la identidad consistiera solamente en la propiedad negativa de “diferencia respecto a otros” antes que en atributos positivos que me hacen lo que soy. Richard Vernon brinda una crítica diferente del argumento de Arendt. Sostiene que cuando Arendt promete una defensa de la diversidad, ella en realidad logra pronunciar solamente una defensa de la pluralidad. Vernon señala que en la teoría política general de Arendt, no es la diversidad de los grupos humanos lo que los hace valiosos, sino “el hecho de que ellos sean auto–construidos y sirvan a importantes propósitos universales.” Vernon, supra nota 3, p. 241. No estoy tan seguro. Para Arendt, el hecho de la individualidad humana se conecta estrechamente con la creatividad; la posibilidad de imaginar el mundo diferente a lo que es y de actuar para producir esa diferencia. En el léxico de Arendt, la libertad surge de la natalidad. Su defensa de la pluralidad se conecta muy estrechamente con el valor que ella deposita en la creatividad humana, esto es, la diversidad. Pero Vernon ciertamente tiene razón en que aun si los grupos humanos fueran tan semejantes como colmenas u hormigueros, seguiría siendo un crimen contra la humanidad que una colmena exterminara a otra. 107 El genocidio es el tema explícito de Ignatieff en el artículo del cual he citado, y el tema de Arendt es el Holocausto. Arendt emplea el término “crimen contra la humanidad” para referirse al genocidio, lo cual es perfectamente natural en el uso cotidiano, pero en términos jurídicos confunde dos crímenes distintos con elementos diferentes. Arendt, supra nota 8, ps. 268-69, 273. 108 Ignatieff, supra nota 102, p. 28. 35 seres humanos está en la base de los cinco rasgos definitorios de los crímenes contra la humanidad identificados antes en este trabajo. IV. Crímenes contra la humanidad como política que devino cancerosa El punto se presenta más claramente cuando consideramos el primer ítem de nuestro catálogo de rasgos jurídicos de los crímenes contra la humanidad: los crímenes contra la humanidad son cometidos sobre víctimas por su pertenencia a una población más que por sus características individuales. En consecuencia, los crímenes poseen un doble carácter: ellos lesionan simultáneamente a individuos y a grupos. Más que ello, los crímenes contra la humanidad no lesionan meramente a individuos. Todos los crímenes contra las personas hacen eso. Los crímenes contra la humanidad violan una de las dos características definitorias del animal político: individualidad, cuyo respeto requiere incluso que mis enemigos deben atacarme en razón de quién soy yo y no meramente en razón de a qué grupo pertenezco.109 De modo similar, al dirigir el ataque contra grupos, los crímenes contra la humanidad violan la segunda característica definitoria del animal político: el hecho de que ser humano es vivir en grupos con otros humanos. Vivir en un grupo u otro es una inevitabilidad humana y atacar a personas en razón de su pertenencia a un grupo viola la humanidad del mismo modo que lo haría atacarlos porque respiran. Al atacar a individuos sobre la base de su afiliación a un grupo y atacar a grupos y poblaciones a través de sus miembros individuales, los crímenes contra la humanidad lesionan la cualidad de ser humano como tal, siempre que entendamos “culidad de ser humano como tal” en términos del animal político. Los crímenes contra la humanidad son cometidos contra grupos o poblaciones; ellos son también cometidos por grupos -por Estados u organizaciones similares a un Estado-. Éste es otro importante modo en que los crímenes contra la humanidad pueden ser entendidos como violaciones de nuestra naturaleza de animales políticos. Los crímenes contra la humanidad no son sólo crímenes horribles; ellos son horribles crímenes políticos, crímenes de una política que devino cancerosa.110 La categoría jurídica de “crímenes contra la humanidad” reconoce el peligro especial de que los gobiernos, que supuestamente deben proteger a las personas que viven en sus territorios, en lugar de ello, las maten, las esclavicen, las persigan, transformando su tierra natal de refugio en un campo homicida.111 Como animales políticos, no tenemos ninguna alternativa a vivir en grupos; y los grupos no tienen alternativa a residir en territorios 109 Aun el atracador me ataca por mi billetera, no por el color de mi piel. El criminal por odio me ataca por el color de mi piel, y eso lo hace un proto criminal contra la humanidad. Colóqueselo en un grupo político organizado que ataque mi raza sistemáticamente, y se convierte en el caso paradigmático de un criminal contra la humanidad. 110 Esta idea recibe un desarrollo importante en la obra de Vernon. Vernon, supra nota 3, ps. 242, 244-45. A lo que llamo “política que devino cancerosa” Vernon lo describe como “un abuso del Estado que implica una desnaturalización sistemática de los recursos jurisdiccionales del Estado.” Id. en 242. La desnaturalización sistemática a la que se refiere es que “los poderes que justifican al Estado son, perversamente, instrumentalizados por él.” Id. p. 245. 111 En palabras de Vernon, “la territorialidad se transforma de un refugio en una trampa.” Id. 36 bajo el control político de uno u otro. Para un Estado, atacar individuos y sus grupos solamente porque los grupos existen y los individuos perteneces a ellos transforma la política de arte de administrar nuestra insociable sociabilidad en una amenaza letal. Una política criminal guarda exactamente la misma relación con una política sana que el cáncer con un tejido sano. Este punto, pienso, capta el significado de los siguientes tres rasgos definitorios de los crímenes contra la humanidad tal como los entiende el derecho: que, típicamente, los crímenes son cometidos contra nacionales u otros en el territorio bajo el control de los autores; que la soberanía estatal no protege de la culpabilidad; y que los crímenes son cometidos por grupos organizados. Criminalizar actos de un gobierno sobre grupos en su propia jurisdicción y, así, rasgar el velo de la soberanía a través del derecho internacional, equivale a reconocer que el carácter canceroso, auto-polémico de los crímenes contra la humanidad representa una perversión de la política y, por lo tanto, una perversión del animal político.112 Describir a la violencia política auto-polémica como una perversión de la política no está libre de controversia; esto representa una visión fundamentalmente liberal de la política. Según un punto de vista de la política que viene de lejos, violencia, masacre y persecución representan algo cercano a la esencia de la política, más que una perversión de ella. Machiavelli se proponía enseñar a los príncipes cómo no ser bueno e 112 Entender que los crímenes contra la humanidad representan una perversión de la política puede ayudarnos a aceptar su carácter novedoso. En los grandes imperios multiétnicos del pasado –los imperios Romano, Han, Otomano, y Austrohúngaro– el poder imperial sojuzgaba a otros pueblos, pero el objetivo era gobernarlos, no perseguirlos o exterminarlos. A pesar de que los romanos y los otomanos eran frecuentemente crueles, y casi siempre explotadores, generalmente adoptaban políticas de tolerancia hacia sus minorías étnicas; todo niño que va a la escuela sabe que los romanos incorporaron a las deidades extranjeras en el Panteón. Uno sospecha que estas potencias imperiales habrían considerado incomprensible la idea misma de exterminar o expulsar a los grupos étnicos minoritarios. ¿Por qué eliminar fuentes de tu propia riqueza y poder? (No pretendo negar que bajo gobernantes fanáticos los exterminios y las expulsiones a veces sí ocurrieron.) Las cosas fueron diferentes en la era del imperialismo, cuando la conquista africana combinó la ambición imperial con el veneno del racismo europeo. Por ese entonces, figuras tales como el Rey Leopoldo de Bélgica y el General alemán von Trotha, quienes cometieron el primer genocidio del siglo veinte en el África del Sudoeste Alemana, se mostraron perfectamente dispuestos a combinar la conquista con el exterminio. Véase, por ejemplo, Adam Hochschild, King Leopold's Ghost: A Story of Greed, Terror, and Heroism in Colonial Africa (1998) (en el que se describe la colonización belga del Congo); Mamdani, supra nota 39, ps. 11-12 (que describe El genocidio de von Trotha como el primero del siglo veinte). Pero tal vez el verdadero origen de los crímenes contra la humanidad resida en otra transformación. Tolerantes como puedan haber sido a la diversidad, las potencias imperiales multiétnicas nunca parecen haber albergado la idea contemporánea de que todos los grupos son creados iguales. Los bárbaros no eran iguales a los romanos, y los dhimmis no eran iguales a los musulmanes. La tolerancia imperial era, por extraño que parezca, un producto de la condescendencia imperial. Una vez que el ideal de igualdad de grupo se afianzó, sin embargo, la diversidad se convirtió en una fuente de amenaza cultural y política antes que de riqueza. Las minorías estaban desde hacía poco preparadas para hacer valer su propio modo de vida, y eso las hizo enemigas del régimen. En ese momento, la idea de utilizar al Estado para perseguir a las minorías se volvió más imperiosa. Ignatieff nota de manera perceptiva que el genocidio representa una forma perversa y retorcida de utopismo; una visión de un mundo sin enemigos, sin la amenaza que representan los grupos que se auto determinan y cuya forma de vida difiere de la nuestra propia. Ignatieff, supra nota 102, p. 27. Así como la tolerancia imperial pudo emerger de la condescendencia imperial, los crímenes contra la humanidad emergieron como una especie de subproducto pervertido de la igualdad de grupo. 37 insistía que para un príncipe siempre es mejor ser temido que amado.113 Los ejemplos históricos que Machiavelli usó para ilustrar su argumento, extraídos de la antigüedad clásica, así como de la Italia de sus propios días, consisten casi enteramente en traiciones escandalosas, estrangulamientos y masacres. En la misma línea, las historias de Shakespeare, Julius Caesar y Macbeth, dramatizan la movida más típica en política: la toma del poder a través de viles asesinatos. Las ciudades-Estado griegas fueron desgarradas perpetuamente por stasis (guerra civil)114; e incluso la República romana, que esperaba pacificar la política prohibiendo a los líderes militares en servicio activo de poner un pie en la ciudad, se disolvió en un siglo de guerra civil y violencia mucho antes de que Caesar desafiara la prohibición y atravesara el Rubicón.115 Max Weber pintó un cuadro menos sangriento, pero igualmente sombrío, de la incompatibilidad absoluta entre política y moralidad en Politics as a Vocation (La política como vocación).116 El “problema de las manos sucias” –el reconocimiento de que nadie puede esperar ganar y conservar poder político sin ensuciarse las manos- es un tema que ha preocupado a muchos escritores.117 Carl Schmitt, cuyos puntos de vista voy a examinar con más detalle más adelante en este trabajo, sostiene que toda política auténtica consiste en batallas mortales entre enemigos.118 Todo esto sugiere que el carácter asesino no es tanto la enfermedad ocupacional de los príncipes, como su ocupación. Para los liberales, el objetivo del gobierno es promover los intereses de los gobernados más que el poder y la gloria de los gobernantes; el rasgo distintivo del liberalismo reside en la protección de los intereses vitales del cercenamiento por el Estado. Los liberales no son tan ilusos como para creer que la política sea algo menos que un deporte de contacto brusco. Sin embargo, ellos trazan la línea en la violencia auto-polémica. La suya es una visión diferente de la política; una visión en la que la violencia, más que constituir, se opone a la política.119 A la objeción de que su visión no es realista y es utópica los liberales pueden responder con ejemplos importantes, de los cuales los Estados Unidos es uno de los más claros en razón de sus dos siglos de sucesión presidencial pacífica no estropeada por coups d’états.120 113 Niccolò Machiavelli, The Prince, 61, ps. 65-68 (traducido por: Harvey C. Mansfield, Jr., Yale Univ. Press 1985) (1532). 114 Véase M. I. Finley, The Ancient Greeks: An Introduction to Their Life and Thought, ps. 42-43, 68-71 (1964). Véanse, en general, las páginas indicadas en el índex bajo el término “stasis.” 115 El historiador Michael Grant observa que “el caos salvaje y la vendetta...signaron estos últimos años moribundos de la República.” Cicerón, Selected Political Speeches, p. 216 (traducido por Michael Grant, Penguin Books 1973). 116 Max Weber, Politics as a Vocation (1919), reimpreso en “From Max Weber: Essays in Sociology”, 77, ps. 117-28 (traducido y editado por H. H. Gerth & C. Wright Mills, 1991). 117 Para consideraciones que especialmente incitan a la reflexión, véanse Stuart Hampshire, Innocence and Experience, ps. 161-89 (1989); los trabajos compilados en Public and Private Morality (Stuart Hampshire ed., 1978); y Michael Walzer, Political Action: The Problem of Dirty Hands, 2 Phil. & Pub. Aff., 160 (1973). 118 Schmitt, supra nota 2, ps. 26-29. Para una discusión más amplia, véase infra parte V. 119 Arendt brinda una explicación clara de esta visión. Véase Hannah Arendt, On Violence (1970) (que distingue entre el poder político genuino, constituido por personas que trabajan juntas, y la violencia, que Arendt considera fundamentalmente apolítica). 120 La guerra civil norteamericana ni siquiera fue una lucha sobre quién gobernaría el país, y los vencidos no fueron torturados, desterrados, o ejecutados como ciertamente lo habrían sido en tiempos de Machiavelli. 38 La visión de los seres humanos como animales políticos que he presentado aquí –y que, como estoy sosteniendo, sustenta la concepción jurídica de los crímenes contra la humanidad- es liberal en el sentido que recién he descrito. Se centra en la necesidad natural de los seres humanos de vivir en sociedad, la amenaza que inevitablemente supone la vida en sociedad al bienestar individual y la necesidad de organización política para confinar esta amenaza. La política sana es la política que tuvo éxito en contener la amenza. La política pervertida, o política que devino cancerosa, intensifica la amenaza y en este sentido cuenta verdaderamente como crimen contra el estatus humano. Recién hemos visto que nuestro carácter de animales políticos tiene en cuenta cuatro de los cinco rasgos jurídicos de los crímenes contra la humanidad. ¿Qué sucede con el quinto? Esto es, el carácter cruel e inhumano de los delitos particulares incluidos en las definiciones jurídicas; el hecho de que los males que ellos causan sean los peores que podemos concebir. Aparentemente, esta característica de crímenes contra la humanidad tiene muy poco que ver con el carácter de animales políticos de los humanos y, en consecuencia, ella no parece ajustarse muy bien a la teoría que estoy proponiendo. Más bien, parece sencillamente que estos hechos son reprochados no porque lesionan nuestra naturaleza de animales políticos, sino porque lesionan la decencia moral básica. Los delitos del tipo de asesinato y del tipo de persecución provocan el máximo sufrimiento y humillación que podemos imaginar. La atrocidad de estos actos parece significar odio y enemistad sin fin, unido a una completa indiferencia frente a la víctima individual, que es humillada y atormentada por razones que nada tienen que ver con quién es ella, sino sólo con a qué grupo ella pertenece. Combinar el máximo de crueldad con el máximo de indiferencia lleva a estos delitos más allá de lo tolerable para la conducta civilizada.121 Etiquetándolos como “crímenes contra la humanidad” mostramos nuestra repugnancia moral, que tiene poca relación evidente con una definición política de “humanidad”. Sin embargo, creo que la conexión entre repugnancia moral por la gran crueldad y la protección de nuestra naturaleza política existe incluso aquí. Por sí misma la gran depravación no distingue los crímenes contra la humanidad de los hechos más crueles que criminaliza el derecho local. Más bien, lo que hace distintos a los crímenes contra la humanidad es que ellos son atrocidades cometidas por gobiernos u organizaciones similares a un gobierno sobre grupos civiles bajo su jurisdicción y control. Los proyectistas de instrumentos jurídicos sobre crímenes contra la humanidad no quisieron tan sólo prohibir la gran crueldad, sino, más específicamente, que, en adelante, sea lo que fuera lo que abarque un conflicto político, nunca más debe incluir en su repertorio a las mayores crueldades. Machiavelli no se equivocaba: la política es dura y despiadada, y nada cambiará jamás este hecho fundamental de la vida. Pero, nunca más la política debe pasar de lo despiadado a la abominación que llamamos crímenes contra la humanidad. La importancia distintiva de este tipo de crímenes es política, no moral. 121 Mis observaciones en este punto han sido influenciadas por Avishai Margalit & Gabriel Motzkin, The Uniqueness of the Holocaust, 25 Phil. & Pub. Aff., 65 (1996), así como por Avishai Margalit, The Decent Society, ps. 89-112 (traducido por Naomi Goldblum, 1996). 39 La discusión precedente ha pasado por las cinco características del los crímenes contra la humanidad, sosteniendo que la cualidad de ser humano que lesionan los crímenes contra la humanidad reside en nuestro estatus de animales políticos. Para resumir, los crímenes contra la humanidad ofenden este estatus de dos maneras: pervirtiendo a la política y atacando, en tándem, la individualidad y sociabilidad de las víctimas. Identificar la cualidad de ser humano con nuestra capacidad para la política no es, por supuesto, la única manera de entender la cualidad de ser humano, ni tampoco es la manera más edificante. Sin embargo, si estoy en lo cierto, es la manera que mejor capta las intuiciones que han diseñado el derecho sobre los crímenes contra la humanidad. V. La crítica de la demonización de Schmitt: una respuesta A este punto, deseo retornar a un tópico que he mencionado previamente, pero pospuesto para una consideración separada: el peligro de que hablar de crímenes contra la humanidad cuyos autores son “enemigos de la humanidad” amenaza con demonizar a sus autores, tildarlos como menos que humanos y, en consecuencia, expulsarlos del círculo de aquéllos que merecen consideración humana. La obvia paradoja es que al hacer ello se devalúa la idea básica de los derechos humanos internacionales, a saber que todos merecen consideración humana. Es un hecho indiscutible que millones de seres humanos ordinarios han cometido crímenes contra la humanidad. Si sus hechos parecen innegablemente demoníacos, entonces debemos concluir que no se necesita ser un demonio para comportarse como un demonio. Como nos recuerda Mahmood Mamdani, los homicidas entusiastas en el genocidio ruandés incluyeron curas, físicos, maestros e incluso activistas de derechos humanos.122 La “critica de la demonización” sostiene que, en su mismo núcleo, el concepto de crímenes contra la humanidad contiene la falsedad de que los autores se han hecho a sí mismos menos que humanos. Podemos formular el punto de un modo diferente. He sostenido que el objetivo de declarar que los crímenes contra la humanidad son violaciones de derecho universal es, en definitiva, reformular la misma idea de la política para excluir estos actos. En este sentido, al definir una categoría como “crímenes contra la humanidad” se busca transformar el significado mismo de seres humanos como animales políticos. Tal utopismo debería hacernos reflexionar, porque el utopismo crea el riesgo de hacer lo que sea necesario para eliminar a aquellos que están en su camino, los enemigos de la humanidad.123 Carl Schmitt –el más inquieto de los filósofos del derecho- sostiene 122 Mamdani, supra nota 39, p. 228. Para un análisis acerca de quién cometió el genocidio y por qué, véase id. ps. 202-33. Según Mamdani, los autores incluían un gran número de refugiados hutu de las masacres dirigidas por los tutsi de Burundi de 1993, así como el casi un séptimo de los hutus de Ruanda desplazados por la guerra civil. Ambos grupos tenían un temor profundo y entendible acerca de los que le podía ocurrir bajo un gobierno tutsi, y, como Mamdani señala, “[a]l representar a los oponentes como autores potenciales y a nosotros mismos como víctimas potenciales, la guerra tiende a demonizar a los oponentes y a santificar la agresión como protectora y defensiva.” Id. p. 217. Obviamente, esto no es excusa para un genocidio, pero vale la pena señalar que demonizar a los genocidas puede igualmente “santificar la agresión” contra ellos. Este es el argumento que deseo considerar en esta parte. 123 De hecho, Ignatieff sostiene de manera perceptiva que el genocidio mismo representa una forma perversa de utopismo, la búsqueda de un mundo en el cual el enemigo -los judíos, los tutsis, o cualquieraya no se levante en el camino de la felicidad y la armonía. Ignatieff, supra nota 102, p. 27. 40 enérgicamente que intentar imponer límites morales sobre la política es un proyecto utópico que sólo hará más cruel a la política. Schmitt ofrece una de las más claras y vigorosas versiones de la crítica de la demonización; deseo exponer su argumento y responderle.124 Responder a Schmitt es importante no sólo por el extraordinario poder de sus ideas –que han experimentado un renacimiento en años recientes a pesar del estigma de su lealtad con el nazismo-, sino también a causa de su influencia intelectual (a través de Hans Morgenthau) sobre los realistas de la política exterior, quienes por mucho tiempo han dominado la toma de decisiones políticas en los EE.UU. 125 Los realistas siempre han sido escépticos de los proyectos humanitarios en asuntos internacionales, incluido el derecho penal internacional, y su esceptiscismo –cuando no es simplemente cínico- probablemente derive de su instintiva desconfianza del utopismo político. El “concepto de lo político” de Schmitt se asienta en dos tesis básicas. Primero, y principal, Schmitt insiste en que la política se refiere sólo a una cosa: la distinción entre amigo y enemigo y la elemental lucha a vida o muerte entre grupos en conflicto126. Segundo, esta lucha a vida o muerte no es una mera metáfora: “[L]os conceptos de amigo, enemigo, combatiente… se refieren a la posibilidad real de homicidio físico”.127 Schmitt dice que todos los conflictos políticos terminan en guerra, lo que él sabe que no es obviamente cierto, sino que dice que “al concepto de enemigo pertenece la posibilidad siempre presente de combate”.128 El combate real entre enemigos reales –or apuestas mortales- constituye, para Schmitt, el significado profundo de política. La crítica de Schmitt al liberalismo es, dicho muy simplemente, que el liberalismo cierra sus ojos al hecho básico de la política: el combate, siempre presente y a la larga mortal, entre enemigos. Los liberales quieren circunsribir la lucha a los ámbitos no violentos de la competición económica y el debate intelectual, pero ellos se engañan si creen que esto es realmente posible. Sus enemigos forzarán esta cuestión, y una sociedad que pone la otra mejilla simplemente desaparecerá.129 Guste o no, política y violencia son el destino de la humanidad.130 O bien, los liberales pueden desafiar a sus enemigos y responder el ataque, pero entonces, guste o no, ellos han entrado en el mundo político de amigos y enemigos encerrados en combate, el mismo mundo que el liberalismo rechaza. Esto parece ser un 124 Otra versión particularmente mordaz de la crítica de la demonización puede ser encontrada en Rorty, Human Rights, Rationality, and Sentimentality, supra nota 87, p. 113. 125 Koskenniemi ha llamado la atención sobre la progresión histórica Schmitt - Morgenthau - realismo contemporáneo. Koskenniemi, supra nota 2, ps. 436-40. Koskenniemi observa el innegable atractivo del anti–utopismo de los realistas, especialmente dado que “mientras nunca ha habido tanta discusión acerca del derecho internacional y de la moralidad como en el siglo veinte, nunca se han cometidos atrocidades a tan vasta escala en nombre de las utopías políticas.” Id. p. 424. Él agrega: “En tales circunstancias, la elección entre escribir otro libro de texto de 1.000 páginas sobre derecho humanitario e intentar ocuparse de las críticas de Schmitt al moralismo universal no debería ser demasiado difícil.” Id. 126 Schmitt, supra nota 2, ps. 26-29. 127 Id. p. 33. 128 Id. p. 32. 129 Id. ps. 51-53. 130 Id. p. 76. 41 punto lógico, un argumento de que el liberalismo implica su opuesto. Pero el argumento fundamental de Schmitt contra el liberalismo no es el análisis lógico, sino la advertencia profética de que el deseo liberal de erradicar de la política las luchas a muerte entre amigos y enemigos en nombre de la “humanidad” simplemente provocará la más aterradora lucha a muerte entre amigos y enemigos; una guerra para poner fin a todas las guerras en que el enemigo es un “monstruo que no sólo debe ser vencido, sino también completamente destrozado”.131 La conclusión de Schmitt es el famoso eslogan: “[Q]uienquiera que invoque humanidad quiere hacer trampa”.132 Él explica: “Confiscar la palabra humanidad para invocar y monopolizar tal término probablemente tenga ciertos efectos incalculables, como denegar al enemigo la cualidad de ser humano y declararlo un forajido de la humanidad; y, en consecuencia, una guerra puede ser llevada a la inhumanidad más extrema”.133 Ésta es, en pocas palabras, la crítica de la demonización. Parece asombroso que Schmitt escribiera estas palabras en los años veinte, antes de que Gran Bretaña realizara bombardeos de terror sobre vecindarios residenciales en ciudades alemanas y los EE.UU lanzaran bombas incendiarias sobre Tokio y bombas nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki, todo en nombre de derrotar a los enemigos de la humanidad. La importancia de su crítica para el tópico de los crímenes contra la humanidad debería ser obvia: según Schmitt el entero concepto de humanidad es una artimaña que los grupos usan en su lucha por dominar otros grupos. En el fondo, Schmitt ofrece un argumento moral contra el moralismo liberal. Su teoría de la política, que a primera vista no parece nada más que una típica glorificación de la guerra de la era fascista, mostró ser precisamente lo opuesto, una advertencia contra el potencial destructivo de la guerra hecha por razones humanitarias. En efecto, Schimitt insiste en que nada puede justificar la guerra, excepto la amenaza contra la propia existencia.134 La preocupación paralela en el caso de los crímenes contra la humanidad parece clara: etiquetar a alguien como un criminal contra la humanidad parece justificar cualquier medida que alguien pueda tomar para eliminar tal monstruo “inhumano”. La etiqueta sustituye el argumento y la indignación remplaza el proceso jurídico; de ahí la conclusión “quienquiera que invoque humanidad quiere hacer trampa”.135 Pero la persecución penal no es un combate en guerra y el derecho penal internacional no es una guerra contra una guerra. Al final, no creo que la crítica de Schmitt perjudique la concepción de los crímenes contra la humanidad aquí ofrecida. Por el contrario, la crítica la refuerza. Su advertencia acerca de los peligros de 131 Id. p. 36. Id. p. 54. 133 Id. 134 Id. p. 49. Califica de “siniestro y loco” al tipo de pensamiento del interés nacional que acepta las guerras lanzadas en nombre de la prosperidad acrecentada. Id. p. 48. 135 Id. p. 54. 132 42 deshumanizar a otros etiquetándolos enemigos de la humanidad es importante y, se espera, inolvidable. Sin embargo, ella sólo sería aplicable si el proyecto del derecho penal internacional fuera la aniquilación física de los criminales contra la humanidad, lo que claramente no es así. En todo caso, el proceso jurídico ofrece a los criminales contra la humanidad mayor protección de la que ellos tienen razón de esperar. Precisamente, éste fue el punto de Robert Jackson en su discurso de apertura en Núremberg, cuando expresó: “Realmente, la Carta de este Tribunal, que les da una audiencia, es también la fuente de su única esperanza”.136 Además, la inisistencia de Schmitt en la inevitabilidad de agrupaciones violentas basadas en la contraposición amigo-enemigo en asuntos humanos no debería y no puede ser transportada a un gobierno que trata como enemigo a la población que gobierna. No hay duda de que él tenía en mente las batallas callejeras entre comunistas y nazis en la Alemania de Weimar, que ambos bandos consideraban como una batalla a muerte. Pero el paso de la violencia callejera al victorioso gobierno nazi que asesinaba a sus enemigos en campos de concentración marca el momento fatal en que la política deviene cancerosa. En el momento en que los nazis tomaron el control de Alemania, ellos asumieron la responsabilidad de velar por los derechos básicos de incluso sus enemigos. Lo mismo vale para los bolcheviques que tomaron el control de Rusia, a pesar del comentario desdeñoso de Trotsky acerca de “la moral de ellos y la nuestra”.137 Como escribe el mismo Schmitt, “ningún programa, ningún ideal, ninguna norma, ninguna conveniencia confiere un derecho a disponer de la vida física de otros seres humanos”.138 Los ataques contra la población civil siempre emergen de programas y conveniencia, típicamente en la forma de frenesí paranóico, fantasía histórica o simplemente cálculo a sangre fría. El paso de matar comunistas por sus compromisos políticos a matar judíos con base en teorías de enemistad de raza es corto. Esto explica que declarar que ciertas formas de trato para con el enemigo son atrozmente inaceptables no es una evasión de lo político, incluso en el sentido que Schmitt da al término. Las luchas políticas continuarán mientras existan seres humanos, pero ellas pueden ser llevadas a cabo sin exterminar, exclavizar, violar, perseguir poblaciones civiles. Éstas son formas de política devenida cancerosa; el cuerpo político se convierte en su propio enemigo. Éstas son las formas que el derecho penal quiere punir. VI. Crímenes contra toda la humanidad y el locus de la jurisdicción Cuando consideramos que “crímenes contra la humanidad” [crimes against humanity] significa “crímenes contra toda la humanidad” [crimes against humankind] ponemos de resalto que toda la humanidad es parte interesada, porque la entera humanidad ha sido ofendida con la conducta del autor. Esto sugiere la conclusión que extrae Arendt sobre la jurisdicción: “[E]n la medida en que el crimen era un crimen 136 2 Int'l Military Tribunal, Nuremberg, Trial of the Major War Criminals Before the International Military Tribunal, Nuremberg, 14 November - 1 October 1946, 102 (1947). 137 Leon Trotsky, Their Morals and Ours (Pioneer 1939). 138 Schmitt, supra nota 2, p. 48. Evidentemente, cuando llegó el momento de afiliarse al partido nazi, Schmitt olvidó rápidamente su propia advertencia. 43 contra la humanidad, era necesario que un tribunal internacional lo juzgue”. 139 Como antes vimos, el argumento apela a una analogía entre derecho penal internacional y derecho penal doméstico. Las lesiones a normas importantes de la comunidad son delitos domésticos juzgados por el Estado, la comunidad local. De la misma manera, las lesiones a “las leyes de humanidad” son crímenes internacionales y, como tales, ellas deben ser juzgadas por la comunidad internacional. La analogía es clara. Los Estados son a la comunidad de los Estados lo que los individuos son a su propio Estado; las leyes penales internacionales son normas de la comunidad internacional de la misma manera que las leyes penales nacionales son normas del Estado que las sanciona.140 139 Arendt, supra nota 8, p. 269. Como se indicara anteriormente, Arendt toma prestado el argumento de la analogía doméstica de Telford Taylor, supra nota 33 y texto que acompaña. Pero su principal inspiración, explica ella, fue el filósofo Karl Jaspers. Arendt, supra nota 8, p. 269. Jaspers fue amigo y mentor de Arendt, e intercambiaron una fascinante serie de cartas acerca de si un tribunal israelí o un tribunal internacional debía juzgar a Eichmann. Véase Hannah Arendt - Karl Jaspers Correspondence 1926-1969, ps. 410-26 (Lotte Kohler & Hans Saner eds., traducción de Robert Kimber & Rita Kimber, 1992) (letters of Dec. 12, Dec. 16, Dec. 23, Dec. 31, 1960, and Jan. 3, Feb. 5, and Feb. 14, 1961). Jaspers sostenía que un tribunal internacional era esencial porque “[e]ste caso concierne a toda la humanidad.” Id. p. 413 (letter of Dec. 16, 1960). Él añadió después que la humanidad “hoy es representada formalmente por las NU,” y continuó: “Es una tarea para la humanidad, no para un Estado nacional individual, juzgar un caso tan crucial… Lo que él hizo les concierne a todos Ustedes [por ejemplo, los miembros de las Naciones Unidas], no sólo a nosotros. Creen los medios a través de los cuales la humanidad pueda administrar justicia….” Id. p. 419 (letter of Dec. 31, 1960). Si Israel iba efectivamente a llevar adelante el juicio, Jaspers pensaba que debería llevar adelante una investigación pero no pronunciar sentencia, manteniéndolo en cambio detenido hasta que una sentencia pudiera ser pronunciada por algún “tribunal que, como representante de la humanidad, sea competente para juzgar un crimen contra la humanidad; y hoy las UN pretenden ser tal autoridad.” Id. p. 424 (letter of Feb. 14, 1961). Inicialmente, Arendt contestó que Eichmann era un hostis humani generis, como el pirata en el derecho internacional tradicional, sobre quien cualquier Estado es competente para ejercer jurisdicción. Id. ps. 414, 416 (letter of Dec. 23, 1960). Ella sostenía que la política impediría el establecimiento de un tribunal ad hoc para juzgar a Eichmann, y entonces sugirió que la única alternativa factible sería “anexar a la Corte Internacional en La Haya un tribunal penal para hostes generis humani [sic] que sería competente para juzgar a los individuos sin importar la nacionalidad.” Id. p. 416. Pero, “[m]ientras tal tribunal no exista, el derecho internacional sostiene que cualquier tribunal en el mundo es competente; entonces ¿por qué no Israel?” Id. Posteriormente, sin embargo, ella concluyó, “Mi teoría del pirata no servirá. Porque para que la definición de piratería sea aplicable, es esencial desde el punto de vista fáctico y jurídico que el pirata haya actuado por motivos privados. Y en eso reside el obstáculo.” Id. p. 423 (letter of Feb. 5, 1961). Siguió estando de acuerdo con Jaspers en que sería crucial para el juicio que el crimen fuera contra toda la “humanidad”, y “no sea en modo alguno limitado a los judíos o a la cuestión judía.” Id. Pero cómo el hecho de que los crímenes de Eichmann fueran contra toda la humanidad “se pueda presentar tanto política como jurídicamente sigue siendo la pregunta.” Id. Cuando escribió Eichmann en Jerusalem, Arendt había abandonado completamente la teoría de la jurisdicción universal nacional basada en la analogía con la piratería, ampliando el razonamiento de su letter of February 5, 1961, supra. La razón de la jurisdicción universal respecto al pirata es que éste comete sus crímenes en el alta mar, no que el robo y el asesinato sean crímenes únicos; y lo que lo hace hostis humani generis es que “él ha elegido colocarse a sí mismo fuera de todas las comunidades organizadas”; él está “ocupándose de sus propios asuntos o…no le reconoció obediencia a ninguna bandera en absoluto.” Arendt, supra nota 8, p. 262. Entonces consideró que efectuar una analogía entre Eichmann y un pirata “servía sólo para esquivar uno de los problemas fundamentales que plantean los crímenes de esta clase, a saber, que ellos fueron, y sólo pudieron ser, cometidos bajo un derecho criminal y por un Estado criminal.” Id. Los internacionalistas han criticado igualmente la analogía entre el pirata (que es sometido a la jurisdicción universal sólo por razones prácticas de aplicación del derecho) y el criminal contra la humanidad (quien, si es sometido a la jurisdicción universal, lo es debido al carácter excepcional de su crimen). Véase, por ejemplo, Lyal S. Sunga, Individual Responsibility in International Law for Serious Human Rights Violations, ps. 102-16 (1992). La postura de Arendt en Eichmann in Jerusalem combina la impávida insistencia de Jaspers de que el caso de Eichmann era apropiado sólo para un tribunal internacional con su propia preocupación 140 44 Aunque Arendt no usa la frase “leyes de humanidad”, la analogía doméstica requiere que exista alguna ley vigente sobre toda la humanidad que los crímenes contra la humanidad violan. En todo caso, la frase “leyes de humanidad” no es una invención mía; ella proviene del antecedente más importante de la terminología de la Carta de Núremberg, la llamada “cláusula Martens” prevista en los preámbulos a las Convenciones de La Haya de 1899 y 1907. La frase fue usada también en un informe de 1919 que proponía a los redactores del Tratado de Versalles juzgar a los autores turcos del genocidio armenio por “crímenes contra las leyes de la humanidad”, “infracciones a las leyes de la humanidad” y “crímenes contra la civilización y la humanidad”. 141 En esta parte, argumento contra la analogía doméstica y contra la conclusión de Arendt sobre la jurisdicción, esto es, que sólo tribunales internacionales deberían juzgar crímenes internacionales. Sotengo que la “humanidad” no forma una comunidad política que pueda sancionar “leyes de humanidad”. El derecho internacional es producto del consentimiento estatal y los Estados representan a la humanidad sólo en un modo atenuado, lejano. Los teóricos de la política a veces pasan por alto cuán débil es esta conexión, porque ellos suelen pensar en términos de contrato social de Estados en cuanto receptores de la autoridad delegada por sus poblaciones. Sostengo, sin embargo, que la teoría del contrato social no es capaz de explicar por qué los Estados deberían elegir un sistema de derecho internacional que proteja los derechos humanos en otros Estados. Esta parte del argumento se focaliza en la versión de Rawls de la teoría, el intento mejor desarrollado para ofrecer una explicación contractualista del derecho internacional.142 Al final, reconduciré la falla del argumento de Rawls a una falla en la misma analogía doméstica, que requiere que los intereses de la humanidad sean mediados por medio de Estados. A. La debilidad normativa de “leyes de humanidad” El término “leyes de humanidad” resuena a derecho natural. Sospecho, sin embargo, que el término es el resultado de una avergonzante reluctancia de los juristas del siglo veinte a invocar derecho natural o a invocar frases más anticuadas como “leyes de Dios” o incluso “leyes de la razón”, la favorita de la ilustración.143 Es demasiado evidente que cada una de estas frases carece de la adecuada positividad de una ley penal y, quizás, que cada una de ellas soslaye de modo muy obvio la cuestión de cómo más pragmática de que un juicio tal no sería políticamente factible. Ella creía que Israel estaba completamente legitimado para juzgar a Eichmann por crímenes contra los judíos, pero “en cuanto el crimen era un crimen contra la humanidad, requería un tribunal internacional para hacerle justicia.” Arendt, supra nota 8, p. 269. Para una discusión acerca de la legitimidad de que Israel enjuiciara a Eichmann por crímenes contra los judíos, véase id. p. 263. 141 Bassiouni, supra nota 1, p. 63. 142 Véase Rawls, supra nota 14. Este libro es una ampliación de John Rawls, The Law of Peoples, en “On Human Rights: The Oxford Amnesty Lectures”, 41 (Stephen Shute & Susan Hurley eds., 1993). 143 La expresión tradicional jus gentium no se refiere a las “leyes de humanidad”, sino al derecho internacional, esto es, al derecho entre los Estados. Se refería originalmente a la parte del derecho romano que regulaba las relaciones entre los ciudadanos romanos y los extranjeros, o entre los extranjeros, dentro del Imperio Romano. Malcolm N. Shaw, International Law, p. 15 (4ta. ed. 1997). 45 algunos, pero no otros, saben qué es lo que exige la naturaleza, Dios o la razón, por no decir nada acerca de si la naturaleza, Dios o la razón exigen algo en absoluto. Hablar de leyes de humanidad evita, con tacto, estos reparos epistemológicos y metafísicos, dando a entender que las leyes son de proveniencia humana y tienen legisladores humanos. El problema es que sólo las comunidades políticas pueden promulgar leyes y la humanidad no forma una comunidad política. No hay un gobierno mundial (algo bueno, también), ni existen relaciones entre la humanidad como un todo que la califique como un pueblo único. Los grupos humanos son diversos, y la diversidad como tal no proporciona ninguna base para una comunidad política. Por el contrario, las comunidades políticas siempre se encuentran en una tensión entre fuerzas centrífugas de diversidad y fuerzas centrípetas de costumbres compartidas, idiomas, experiencias y proyectos; fuerzas que unen a la comunidad, evitan su desintegración y hacen posible la organización política. Pero, precisamente, la humanidad como un todo carece de estas fuerzas centrípetas. Podemos estar inclinados a resistir esta conclusión, que es tan contraria a los anhelos de solidaridad humana de millones de personas que trasciende naciones y nacionalismo. Cada año en la víspera de año nuevo, sociedades corales de todo el mundo se reunen para ejecutar la pieza final de la Novena sinfonía de Beethoven; miles de voces de Bloomington a Ciudad del Cabo a Tokio cantan la conmovedora invocación a la alegría de Schiller, la chispa divina cuya magia reune multitudes que acostumbran estar divididas, de modo que todos los hombres serán finalmente hermanos.144 Casi es posible imaginar que todas esas miles de voces armónicas unen sus audiencias a lo largo del mundo y se llega cerca a hacer de las palabras una profecía auto-realizada [selffulfilling prophecy]. Pero veinte minutos más tarde la música se detiene, la alegría plega sus suaves alas y los coristas se dispersan en las comunidades que la costumbre divide. En estas comunidades, las lenguas difieren, los modos de vida difieren, las voces chocan tan bien como armonizan y los procesos políticos generan leyes que varían y refractan todas las demás diferencias. Ninguna puede ser considerada propiamente como una ley de humanidad, porque, en el importante sentido según el cual la ley expresa la voluntad política de un pueblo, no hay tal pueblo como “humanidad”.145 144 Por supuesto, estoy parafraseando la Oda a la Alegría de Schiller, como fuera citada en la Novena sinfonía de Beethoven. “Tus hechizos reúnen de nuevo/ lo que la costumbre dividió con fuerza; / Los hombres se vuelven hermanos/ donde tu suave ala permanece” (“Deine Zauber bindet wieder/Was die Mode streng geteilt;/Alle Menschen werden Brüder,/Wo dein sanfter Flügel weilt”). Ludwig von Beethoven, Symphony No. 9, Opus 125, cuarto movimiento (1824). Las palabras pueden ser encontradas en cualquier buena grabación de la sinfonía; las he tomado de las notas a Herbert von Karajan, Beethoven 9 Symphonien, DGG (1962). 145 Estas observaciones de ninguna manera implican una visión relativista cultural acerca de los derechos humanos básicos, ni una negativa a que los principios nucleares de derechos humanos universales puedan ser identificados. Ciertamente, mi aseveración de que toda la humanidad tiene un interés en reprimir los crímenes contra la humanidad presupone al menos un derecho humano universal a no ser sometido a estos crímenes. Por los motivos hábilmente sostenidos por Bernard Williams, el relativismo cultural es una postura incoherente si pretende sugerir la injusticia (no relativa) de interferir en las culturas de otras personas en nombre de los derechos humanos. Dado que interferir en nombre de los derechos humanos es uno de nuestros propios valores, un relativista coherente no tiene motivos de queja. Véase Bernard Williams, Morality: An Introduction to Ethics, ps. 20-26 (1972). Para un ejemplo de la posición relativista que Williams ataca, véase Statement on Human Rights, 49 Am. Anthropologist, 539 (1947). Williams 46 Una respuesta a estas inquietudes es que “humanidad” simplemente es una abreviatura retórica para sociedad internacional, esto es, la comunidad de los Estados. Infortunadamente, la sociedad internacional es como mucho un inadecuado sustituto de humanidad. La prohibición de crímenes contra la humanidad –que emerge, supuestamente, de la repugnancia de toda la humanidad hacia los delitos más graves posibles- se presenta a sí misma como una norma más poderosa que cualquiera en la que podamos pensar. Pero las normas del derecho internacional son menos poderosas que las normas locales, porque tienen una menor conexión con el proceso políticamente legitimado de produción del derecho. En derecho doméstico, la conexión entre el Estado, las normas jurídicas que él promulga y la comunidad cuyos valores esas normas expresan es lo que hace al Estado una parte interesada legitimada cuando estas normas son transgredidas. La legitimidad deriva del consentimiento del gobernado, de la soberanía popular institucionalizada a través de los mecanismos de gobierno democrático.146 Si la legitimidad requiere de la soberanía popular, entonces el derecho internacional, formado por acciones estatales y tareas diplomáticas muy alejadas del control popular, tiene necesariamente menos legitimidad que el derecho doméstico.147 Como señala Paul Kahn: describe al relativismo como “la concepción posiblemente más absurda que se haya propuesto incluso en filosofía moral.” Williams, supra, p. 20. En cualquier caso, aun aquéllos inclinados a abrazar posturas relativistas sobre derechos humanos nunca llevan su relativismo al extremo de defender abiertamente el genocidio o los crímenes contra la humanidad. En los últimos años de la década del ´90, la teoría de los derechos humanos se vio involucrada en un debate activo acerca de si había “valores asiáticos exclusivos”, que ponían énfasis en la comunidad y en el desarrollo económico por sobre el individualismo y la libertad política. Véase, por ejemplo, The East Asian Challenge for Human Rights (Joanne R. Bauer & Daniel A. Bell eds., 1999); Yash Ghai, Human Rights and Governance: The Asia Debate, 15 Austl. Y.B. Int'l L., 1 (1994) (que critica la tesis de los “valores asiáticos”). Pero aun aquéllos que proponen la tesis de los “valores asiáticos” nunca sostuvieron que las graves violaciones de los derechos humanos fueran una parte aceptada y aceptable del “estándar diferente de Asia.” Bilahari Kausikan, Asia's Different Standard, Foreign Pol'y, Fall 1993, p. 24. Mi argumento no es entonces una defensa del relativismo de los derechos humanos. Antes bien, es un argumento según el cual las normas que prohíben los crímenes contra la humanidad no derivan de procesos que nos permitirían considerarlas leyes que gobiernan una comunidad política cosmopolita. 146 Algo parecido a esta teoría de la legitimidad se corporiza en importantes estándares internacionales. El derecho al gobierno democrático aparece explícitamente en la Universal Declaration of Human Rights, art. 21, supra nota 96, y en el International Covenant on Civil and Political Rights, Dec.16, 1966, art. 25, 999 U.N.T.S. 171, http://www.unhchr.ch/html/menu3/b/a_ccpr.htm; está implícito en el derecho a la autodeterminación reconocido en el International Covenant on Civil and Political Rights, supra, art. 1(1) y el International Covenant on Economic, Cultural and Social Rights, Dec. 16, 1966, art. 1(1), 999 U.N.T.S. 3, (que entró en vigencia el 3 de enero de 1976) http://www.unhchr.ch/html/menu3/b/a_cescr.htm. Sobre la incorporación de esta norma al derecho internacional, véase, en general, Thomas M. Franck, The Emerging Right to Democratic Governance, 86 Am. J. Int'l L., 46 (1992). 147 Este problema ha sido repetidamente notado por los observadores del desarrollo del así llamado “nuevo” derecho internacional consuetudinario, esto es, el derecho internacional consuetudinario que gobierna cómo los Estados tratan a sus propios nacionales. El término “nuevo derecho internacional consuetudinario” se origina en Curtis A. Bradley & Jack L. Goldsmith, Customary International Law as Federal Common Law: A Critique of the Modern Position, 111 Harv. L. Rev., 815, ps. 838-42 (1997). El influyente argumento de Bradley y Goldsmith es que el esquema constitucional norteamericano no permite y no debería permitir que el nuevo derecho internacional consuetudinario prevalezca sobre el derecho doméstico, en gran parte porque intenta hacerle una jugada a procesos políticos domésticos que 47 “La regla de derecho [rule of law]… no es simplemente una cuestión de alcanzar el contenido de los derechos correctamente. Ella es, antes que nada, una expresión del sentido de nosotros mismos como una única comunidad histórica comprometida en el autogobierno a través del derecho. En esta concepción, obedecer el derecho es participar en el proyecto de soberanía popular. Este proyecto nos hace una comunidad singular con una única –y únicamente significativa- historia.”148 Parece claro que del mismo modo como toda la humanidad [humankind] no tiene tal proyecto común, tampoco lo tiene la comunidad internacional de los Estados. Por el contrario, un Estado debe fomentar los intereses de su propia población, no de la población en general. Ciertamente, los Estados pueden fracasar en promover los intereses de su propia población, pero incluso si no fracasan, sus deberes hacia sus propias poblaciones probablemente los harán insensibles a los intereses humanos universales, precisamente porque los intereses domésticos son prioritarios. Esto no es menos cierto en democracias que en tiranías: soberanía popular significa la soberanía de nuestro pueblo, no de todos los pueblos. Incluso los teóricos de las relaciones internacionales que rechazan la premisa realista de que la política mundial consiste en una competición anárquica entre Estados unitarios, interesados en sí mismos, aún explican el nacimiento de las normas e instituciones internacionales como medios funcionales para facilitar la cooperación estatal, esto es, hablando abiertamente, en el interés de los Estados.149 Estas teorías son más legítimos. Id. ps. 857-58. En otra parte, Goldsmith y Eric Posner observan que muchos críticos consideran que el nuevo derecho internacional consuetudinario es “incoherente e ilegítimo.” Jack L. Goldsmith & Eric A. Posner, Understanding the Resemblance Between Modern and Traditional Customary International Law, 40 Va. J.Int'l L., 639, p. 640 (2000) (con citas de G.M. Danilenko, LawMaking in the International Community (1993); J. Shand Watson, Theory and Reality in the International Protection of Human Rights, 79-106, 106 (1999); Patrick Kelly, The Twilight of Customary International Law, 40 Va. J. Int'l L., 449 (2000)). En la misma línea, pero con un enfoque menos norteamericano, Bruno Simma y Philip Alston condenan a la costumbre salvaje [coutume sauvage] (su término para el nuevo derecho internacional consuetudinario) como “un producto cultivado en el invernadero de la diplomacia parlamentaria,” una “versión del derecho consuetudinario perla de cultivo” [cultured pearl version of customary law] que opera “a través de proclamación, exhortación, repetición, conjuro, lamento.” Bruno Simma & Philip Alston, The Sources of Human Rights Law: Custom, Jus Cogens, and General Principles, 12 Austl. Y.B. Int'l L., 82, p. 89 (1992). El Derecho consuetudinario, temen, “se ha transformado de algo que ocurre allá afuera en el mundo real, luego de que los diplomáticos y los delegados se han expresado, en prácticas de gabinete: las palabras, los textos, los votos y las excusas mismas. El proceso de elaboración del derecho consuetudinario se convierte así en una ejercitación autónoma de retórica.” Id. 148 Paul W. Kahn, Speaking Law to Power: Popular Sovereignty, Human Rights, and the New International Order, 1 Chi. J. Int'l L., 1, p. 4 (2000). Mi argumento en esta sección se apoya en el trabajo de Kahn, así como en Paul W. Kahn, On Pinochet, Boston Rev., Feb./Mar. 1999, 8, http:// bostonreview.mit.edu/BR24.1/kahn.html. 149 Para una síntesis útil de las diversas teorías de las relaciones internacionales vinculadas al derecho internacinal, véase Kenneth W. Abbott, Modern International Relations Theory: A Prospectus for International Lawyers, 14 Yale J. Int'l L., 335 (1989); Anne-Marie Slaughter Burley, International Law and International Relations Theory: A Dual Agenda, 87 Am. J. Int'l L., 205 (1993); Anne-Marie Slaughter 48 difieren del realismo porque prestan atención a sutilezas que los realistas pasan por alto: que las normas internacionales no sólo promueven intereses estatales, sino también limitan la conducta estatal; que las agrupaciones no estatales también son actores en los asuntos internacionales; que los intereses estatales son a menudo redefinidos o construidos por su participación en asuntos e instituciones internacionales; y que los Estados no son entidades unitarias, sino complejas criaturas con su propia política interna. Todo esto es completamente compatible con el reconocimiento de que las responsabilidades primarias de los gobiernos se dirigen a su propia población, y no a una hipotética cosmopolis u otras poblaciones abstractas de algún lugar. ¿Cuán poderosas son las normas del derecho penal internacional? Para responder esta cuestión es útil plantearse otra. ¿Qué significa para una sociedad –sea nacional o internacional- adoptar una norma de derecho penal? En primer lugar, significa que los hombres y mujeres de la sociedad son advertidos de que no deben realizar la conducta prohibida bajo pena de condena moral y castigo. Segundo, que la sociedad se empeña en hacer cumplir la norma. Siguiendo a Bentham, Meir Dan-Cohen ha distinguido dos clases de reglas jurídicas: las reglas de conducta dirigidas al público general y las reglas de decisión dirigidas a los funcionarios.150 Con frecuencia, ambas son equivalentes. Por ejemplo, una típica ley penal nacional consiste en lo que generalmente es entendido como una regla de conducta, toscamente “¡No haga X!”, expresada como una regla de decisión: “el que hace X será multado o puesto en prisión”. Pero tales equivalencias no significan que las reglas de decisión existan en una correspondencia uno a uno con las reglas de conducta. La ley penal contendrá una gran cantidad de reglas de decisión adicionales dirigidas a una variedad de funcionarios: a la policía (“¡busque a la gente que hace X y arréstela!); a los fiscales (“Usted puede presentar cargos contra los autores de X siempre que tenga prueba creíble”); a los legisladores (“presupueste dinero para la prevención de X”); y a los jueces y jurados (“Condene por el cargo de X si la prueba lo autoriza y no es de aplicación ninguna de las causas que eximen de responsabilidad [defences] que están disponibles”). Dan-Cohen se centra en las causas del derecho penal que eximen de responsabilidad, esto es, las reglas de decisión dirigidas a los jueces que especifican cuándo una conducta, que de lo contrario sería criminal, no debería resultar en una condena. Quizás esto explique por qué él etiqueta a las reglas dirigidas a funcionarios como “reglas de decisión”. Prefiero ampliar la noción de reglas de decisión, centradas en el juez, para incluir lo que podría ser llamado reglas para hacer cumplir la ley [enforcement rules], esto es, normas que se dirigen a funcionarios de varias oficinas encargadas de hacer cumplir las reglas de conducta. En estos términos, adoptar una norma de derecho penal significa simultáneamente proyectar una regla de conducta sobre el público general y un entero complejo de reglas para hacer cumplir la ley dirigidas a una gran cantidad de funcionarios. La mera declaración de que una conducta está prohibida sin garantizar el cumplimiento de la regla de conducta no es adoptar una norma de derecho penal. Es adoptar la mitad de una norma. Para adoptar una norma de derecho penal un Estado no sólo debe prohibir la conducta, sino que et al., International Law and International Relations Theory: A New Generation of Interdisciplinary Scholarship, 92 Am. J. Int'l L., 367 (1998). 150 Meir Dan-Cohen, Decision Rules and Conduct Rules: On Acoustic Separation in Criminal Law, 97 Harv. L. Rev., 625 (1984). 49 también debe poder hacer cumplir la prohibición. En derecho penal internacional, adoptar la norma implica también una tercera obligación, a saber la obligación de que el mismo Estado no organice o instigue el crimen; en efecto, una regla de conducta dirigida al Estado. Sin duda alguna, lo mismo vale para el derecho doméstico, pero en el derecho doméstico la obligación del Estado de no embarcarse en una conducta criminal es tan obvia que usualmente es tácita. Éste no es el caso en el derecho internacional, donde los Estados explícitamente se comprometen a evitar la tortura o el genocidio, sea firmando tratados o participando en la formación de costumbre. Estos pues son los tres componentes de una norma de derecho penal internacional: reglas de conducta dirigidas a individuos, reglas para hacer cumplir la ley dirigidas a una multitud de funcionarios estatales y reglas de conducta dirigidas a Estados. Debido a que desde hace mucho se considera que al derecho internacional le incumbe sólo la conducta estatal, no la conducta individual, la forma menos controvertida que asume el derecho penal internacional consiste en la obligación del Estado de no embarcarse en una conducta criminal. Si el último de estos componentes parece que está más firmemente establecido en el derecho internacional, el primero, en cambio, sólo es indirectamente parte del él, debido a la comprensión clásica según la cual el derecho internacional crea una relación “horizontal” entre Estado y Estado y no una relación “vertical” entre sociedad internacional e individuos.151 Tradicionalmente, una norma obliga a individuos sólo cuando es incorporada en el derecho estatal. Obviamente, la práctica de responsabilizar a individuos ante tribunales internacionales ha transformado este panorama tradicional y la especificación de crímenes en el derecho de los tribunales es derecho vertical, esto es, reglas de conducta dirigidas a individuos. Pero este derecho no puede verdaderamente contar como norma de derecho penal a menos que sea aplicado y el compromiso de la comunidad de los Estados de aplicarlo se ha mostrado lástimosamente débil. Las reglas de conducta sin las reglas para hacer cumplir la ley son normas jurídicas sólo en un sentido atenuado. La prueba más clara de cuán débil es el compromiso político de los Estados hacia las normas penales internacionales reside en su falta de voluntad para asumir riesgos para frenar crímenes contra la humanidad mientras están siendo cometidos. Las guerras de los Balcanas ofrecen un caso elocuente al respecto. Incluso los europeos occidentales, en otros aspectos los principales defensores mundiales de los derechos humanos internacionales jurídicamente exigibles, no se mostraron más dispuestos a frenar la carnicería que los americanos o rusos.152 Tampoco, por supuesto, la ONU fue más efectiva. La catástrofe en Ruanda no probó otra cosa. Ya todos conocen la historia de la extraordinaria irresponsabilidad de las Naciones Unidas, el vergonzoso rol de 151 Tomo prestada esta terminología de Harold Hongju Koh, Transnational Public Law Litigation, 100 Yale L.J., 2347, p. 2351 (1991), quien a su turno la toma prestada de Lea Brilmayer, International Law in American Courts: A Modest Proposal, 100 Yale L.J., 2277, p. 2295 (1991). 152 Para un análisis de la dinámica del fracaso internacional en la ex Yugoslavia, véase Stanley Hoffman, Humanitarian Intervention in the Former Yugoslavia, en “The Ethics and Politics of Humanitarian Intervention”, 38 (Stanley Hoffman ed., 1996). 50 Francia y a lo que llegó el gobierno de los EE.UU para evitar que alguien interviniera para frenar el genocidio, porque EE.UU no quería intervenir y temía dar una mala imagen si algún otro tomaba la iniciativa.153 En cambio, la comunidad mundial optó por la inacción, seguida de la creación de tribunales ex post facto capaces de juzgar sólo un puñado de casos. Un compromiso genuino en reprimir crímenes contra la humanidad habría requerido más que tribunales; habría requerido disposición a participar en intervenciones militares humanitarias, disposición a proveer asistencia masiva a los Estados para construir una capacidad de vigencia de la regla de derecho [rule of law], y disposición a renunciar a estrategias de desarrollo que crean los problemas sociales que engrendran los crímenes contra la humanidad.154 Sin tales esfuerzos proactivos, políticamente impopulares, para prevenir crímenes humanitarios, la iniciativa de juzgar ocasionalmente a los autores –incluso líderes como Milosevic o Kambanda- parece más un ardid publicitario que un compromiso con valores jurídicos humanitarios. Kahn lo explica bien: “Una comunidad internacional que permite violaciones masivas de los derechos humanos mientras un régimen está en el poder, pero que amenaza con juzgar a los autores una vez que han dejado el poder –e incluso sólo si por casualidad caen dentro del ámbito de jurisdicción de un Estado– no es un régimen donde reina la regla de derecho”.155 Hasta tiempos muy recientes, la comunidad internacional no mostró interés en la matanza y devastación que ha costado la vida a millones en el Congo en los últimos cinco años, y pocos recursos se dedican actualmente para hacer frente a la crisis. Quizás en pocos años habrá juicios. Se podría pensar que el Estatuto de Roma para la Corte Penal Internacional156 proporciona un contrapeso a estas conclusiones pesimistas, una demostración de que la comunidad de los Estados está efectivamente dispuesta a comprometerse a sí misma con el proyecto de la responsabilidad penal internacional. Lamentablemente, temo que no es así. De los países más poblados del mundo, sólo Brasil y Nigeria han ratificado el tratado. La población de los ocho países restantes que no han ratificado el tratado abarca más de la mitad de la población mundial (3,4 trillones de los más de 6 trillones) e incluye a importantes potencias como China, India, Indonesia, Japón, Paquistán, Rusia y los EE.UU, encabezando la campaña anti CPI.157 Francia y Reino Unido son los únicos miembros del club nuclear que han ratificado el tratado. Incluso entre los que han ratificado es díficil no sospechar que algunos tienen poco interés real en el proyecto 153 Véanse, en general, Linda Melvern, A People Betrayed: The Role of the West in Rwanda's Genocide (2000) (que discute la inacción internacional en Ruanda, con especial detenimiento en las Naciones Unidas); Power, supra nota 44, ps. 329-89 (que detalla la política norteamericana en Ruanda). Véanse también Philip Gourevitch, We Wish To Inform You that Tomorrow We Will Be Killed with Our Families: Stories from Rwanda, ps. 147-71 (1998) (que discute acerca de los roles norteamericanos y franceses en la catástrofe de Ruanda); Gérard Prunier, The Rwanda Crisis: History of a Genocide, ps. 273-305 (1995) (que discute la intervención francesa). 154 Véanse, por ejemplo, Amy Chua, World on Fire: How Exporting Free Market Democracy Breeds Ethnic Hatred and Global Instability (2003); Henry Shue, Basic Rights: Subsistence, Affluence, and U.S. Foreign Policy, ps. 40-51 (1era. ed. 1980); Peter Uvin, Aiding Violence: The Development Enterprise in Rwanda (1998). 155 Kahn, On Pinochet, supra nota 148. 156 Estatuto de Roma, supra nota 41. [NdelT] Japón ratificó el Estatuto de Roma el 17 de julio de 2007. 157 El octavo Estado entre aquéllos más poblados que no lo ratificaron es Bangladesh. 51 de la responsabilidad penal internacional. Los Estados tiránicos no tienen obviamente ningún interés en responsabilizar a tiranos por sus crímenes; los Estados democráticos tienen poco interés en subordinar su propio derecho doméstico al derecho internacional, como tal responsabilidad requiere; y los Estados poderosos nunca han concedido que ellos deberían ser los primeros en ser considerados responsables. Más bien, en palabras de Richard Falk, ellos están a favor de “un enfoque de responsabilidad con los siguientes rasgos: ‘todos, menos nosostros’”.158 Aquí, el punto principal no es simplemente que, como una cuestión de Realpolitik, las grandes potencias no estén dispuestas a subordinar sus intereses a la aplicación [enforcement] de los de derechos humanos internacionales. Más bien, el punto es que, como una cuestión de principio, los Estados se deben a sus pueblos para favorecer los intereses nacionales sobre aquellos cosmopolitas; y así, los Estados quieren promover los derechos humanos internacionales sólo en la medida en que la promoción de los derechos humanos sea ampliamente percibida por su población como un interés nacional. Por su propia naturaleza, la comunidad de los Estados no puede tener en cuenta adecuadamente los intereses de la humanidad. B. La teoría del contrato social y la analogía doméstica: Rawls Para ver esto con más claridad, es útil examinar un muy conocido argumento en contrario. En The Law of Peoples [La Ley de los pueblos] Rawls argumenta que un contrato social entre pueblos libres y democráticos negociando en una “posición internacional original”159 para determinar los principios de su política exterior -la Ley de los pueblos- incorporaría el principio de que los “[p]ueblos tienen que honrar los derechos humanos”.160 Si Rawls no se equivoca, entonces el fracaso de la actual comunidad internacional en comprometerse fuertemente en proyectos de derechos humanos, tal como la erradicción de los crímenes contra la humanidad, no dice nada acerca de si, en una teoría ideal, los Estados pueden representar adecuadamente los intereses de la humanidad. El argumento de Rawls tiene por propósito mostrar que representantes racionales de pueblos decentes insistirían en incorporar cuestiones de derechos humanos en su política exterior. Sin embargo, Rawls decepciona, porque no ofrece ningún razonamiento en absoluto para apoyar la conclusión de que la Ley de los pueblos contiene una cláusula de derechos humanos. Quizás Rawls crea que el carácter liberal y democrático de las Richard Falk, Accountability for War Crimes and the Legacy of Nuremberg, en “War Crimes and Collective Wrongdoing: A Reader”. 113, p. 115 (Aleksandar Joki ed., 2001). En particular, Falk critica duramente “la reluctancia de los principales Estados, especialmente los Estados Unidos y China, a participar en este proceso [de responsabilidad] si éste implica el riesgo de que sus líderes puedan resultar acusados en algún momento futuro.” Id. p. 130. Falk nota “la cuestión central de que la dirigencia norteamericana nunca estuvo preparada para aceptar…un marco de restricción que fuera seriamente aplicable a su diplomacia futura.” Id. p. 131. 159 Rawls, supra nota 14, p. 32. 160 Id. p. 37. Este principio es uno de los ocho que constituyen el derecho de gentes. Posteriormente, Rawls aplica por extensión el resultado también a los pueblos no liberales decentes. Id. ps. 62-80. 158 52 partes del contrato social internacional implica derechamente que todos considerarían importante los derechos humanos y presumiblemente mucho de esto es correcto. Pero, una cosa es considerar importante los derechos humanos en la propia sociedad, otra cosa es considerar importante los derechos humanos en la sociedad de otro y una tercera cosa completamente distinta es insistir en general en un principio de derechos humanos de derecho internacional; un principio que podría constreñir decisiones de política exterior alcanzadas por medios democráticos, tal como una decisión de ofrecer a un egregio violador de derechos humanos el estatus comercial de nación más favorecida [morefavored-nation trade status]. Toda sociedad liberal honrará los derechos humanos; esto es lo que la hace liberal. Pero de esto no se sigue que el principio de honrar los derechos humanos deba pertenecer a la ley de los pueblos antes que a las leyes domésticas de los pueblos. Los principios de derecho nacional no se transforman automáticamente en principios de derecho internacional, aun cuando todas las democracias liberales sancionen principios similares. Los principios de derecho nacional no necesariamente se traducen incluso en principios de la política exterior del propio Estado. En verdad, Rawls no ofrece ningún argumento en sostén de alguno de los ocho artículos de la ley de los pueblos por él propuesta; en efecto, él deja este ejercicio al lector. Sin embargo, es bastante sencillo proporcionar el argumento que llevaría a la gente a estar de acuerdo con la mayoría de ellos en un hipotético contrato social. Por ejemplo, si yo –como representante de mi pueblo- no sé si cuando se levante el velo de la ignorancia seremos un pueblo débil y pequeño o uno grande y poderoso, tendré buenas razones para insistir en que “nuestra libertad e independencia tiene que ser respetada por otros pueblos” (principio 1) o en que los “pueblos están obligados a observar un deber de no intervención” (principio 4). Principios como éstos protegen a las naciones débiles de las fuertes. Pero, ¿por qué tendré razones para insistir en que otras naciones respeten los derechos humanos de sus propios nacionales? Quizás uno pueda demostrar que los violadores locales de derechos humanos son más propensos a agredir a sus vecinos, pero esta proposición parece dudosa. Durante el apogeo de las dictaduras en América Latina, las crasas violaciones de los derechos humanos de los régimenes de Argentina, Brasil, Chile, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Paraguay y Uruguay no condujeron a agresiones internacionales, y los violadores de hoy de los derechos humanos, como Cuba y Myanmar no muestran predilección en agredir a sus vecinos. O bien, Rawls puede creer que las democracias liberales aprecian tanto a sus propios derechos humanos que estarían de acuerdo en permitir ex ante (en la posición internacional original) sanciones internacionales contra ellas, si violan los derechos humanos. Pero, está lejos de ser autoevidente, por no decir que no lo es en absoluto, que todo pueblo democrático realmente eligiría esto como una cláusula en el contrato social, mucho menos aún que tal cláusula sea una exigencia de la razón. Tampoco los pueblos democráticos liberales necesariamente aceptarían una cláusula pro-derechos humanos en la ley de los pueblos que podría requerirles dejar de hacer negocios con los violadores de derechos humanos. Al final, me parece que Rawls no ofrece ningún vislumbre de argumento que conecte la estructura básica de una democracia liberal 53 doméstica con el razonable requisito de incorporar los derechos humanos dentro de la política exterior o el derecho internacional. ¿Qué es incorrecto del argumento contractualista? En el fondo, el problema deriva de la analogía doméstica; la analogía entre el pueblo en una sociedad doméstica y los pueblos en una sociedad internacional. Rawls incorpora la analogía doméstica en la estructura fundamental de su argumento. En lugar de modelar la ley de los pueblos como el resultado de un hipotético contrato social mundial entre individuos, Rawls emplea un argumento más indirecto de dos niveles, con un contrato social separado en cada nivel. En el primero, los individuos acuerdan los términos justos de cooperación dentro de una organización política individual; esto se corresponde con derivaciones del conocido contrato social de principios de gobierno dentro de sociedades. En el segundo, los “representantes racionales de pueblos liberales… especifican las leyes de los pueblos”161 a través de un contrato social entre pueblos. Los dos contratos se reflejan recíprocamente: en el primero, los individuos eligen principios para la sociedad doméstica y, en el segundo, los pueblos eligen principios para la ley de los pueblos. El argumento sigue directamente los términos de la analogía doméstica. Implica que los principios resultantes de derecho internacional representan la voluntad de los Estados (la forma organizada que asumen los pueblos), no la de la humanidad. Los principios que representan los intereses de la humanidad estarían mejor modelados por la versión más simple de contrato social en la cual los individuos especifican la ley de los pueblos sin la intermediación de los Estados.162 Una vez que Rawls acepta la analogía doméstica y trata a los Estados, antes que a los individuos, como agentes de negociación para la ley de los pueblos, se acabó el juego para los derechos humanos universales. 163 Los intereses de los Estados son locales más que cosmopolitas y los Estados no tienen ninguna razón para incorporar el principio de que los “[p]ueblos tienen que honrar los derechos humanos” en la ley de los pueblos.164 161 Id. p. 32. Dos conocidos intentos por desarrollar una visión rawlsiana de la justicia internacional basada en la versión de un solo nivel del contrato son Charles Beitz, Political Theory and International Relations (1979) y Thomas W. Pogge, Realizing Rawls, ps. 241-73 (1989). 163 Podría objetarse que Rawls está hablando acerca de pueblos, no de Estados, y que pone especial cuidado en insistir en que un pueblo no es lo mismo que un Estado. Sin embargo, como Allen Buchanan señala correctamente, Rawls quiere decir “pueblos con sus propios Estados.” Allen Buchanan, Rawls's Law of Peoples: Rules for a Vanished Westphalian World, 110 Ethics, 697, p. 698 (2000). Rawls atribuye la mayoría de las potestades de la soberanía a los pueblos, y esto puede tener sentido sólo si el pueblo tiene un Estado. Sólo los Estados, no los pueblos, tienen políticas exteriores. Id. ps. 698-99. 164 Para un argumento a este efecto, véase Jack Goldsmith, International Human Rights Law and the United States Double Standard, 1 Green Bag 2d 365, ps. 369-71 (1998). La proposición según la cual los Estados no tienen razón alguna para incorporar un principio pro derechos humanos al derecho de gentes no significa que los Estados no tengan razón alguna para firmar o ratificar tratados de derechos humanos. Siempre que los tratados sean sub aplicados, y no exijan a las partes gastar recursos políticos, económicos o humanos para combatir los abusos contra los derechos humanos en el extranjero, firmar los tratados es una empresa relativamente libre de costos que puede comprar algo de buena publicidad. Id. ps. 370-71. Oona Hathaway ofrece una explicación similar para su conclusión de que la ratificación de tratados de derechos humanos por parte de algunos países tiene como correlato peores antecedentes de derechos humanos: “Cuando los países son recompensados por posturas antes que por efectos -como lo son cuando el monitoreo y la aplicación de los tratados son mínimos y la presión externa de ajustarse a las normas de los tratados es alta- los gobiernos pueden adoptar posturas que no respetan, y beneficiarse de hacerlo.” Oona A. Hathaway, Do Human Rights Treaties Make a Difference?, 111 Yale L.J., 1935, p. 1941 (2002). Rawls está considerando la adopción real, no meramente fingida, del derecho de gentes. 162 54 Nos hemos quedado con un dilema. La humanidad no puede aprobar leyes, porque la humanidad no es una comunidad política. La sociedad internacional (la sociedad de los Estados) puede aprobar leyes internacionales, por lo menos en el sentido formal de negociar fórmulas verbales que promocionan los derechos humanos; pero ellas no serán genuinas leyes de la humanidad sin un compromiso a hacerlas cumplir, que los Estados no se han mostrado dispuestos a tomar y que para los Estados es difícil tomar, debido a su obligación de priorizar los intereses de sus propios ciudadanos.165 La analogía doméstica fracasa en tender un puente entre los intereses de los Estados y aquellos de toda la humanidad. C. El fracaso de la analogía doméstica A esta altura, debería ser claro que el argumento de la analogía doméstica de Arendt de que “en la medida en que el crimen era un crimen contra la humanidad, era necesario que un tribunal internacional lo juzgue”166 descansa en un equívoco. En la medida en que el crimen era un crimen contra la sociedad internacional de los Estados, podría decirse que era necesario que un tribunal internacional lo juzgue; pero en la medida en que el crimen era un crimen contra la humanidad, un tribunal internacional bien podría no ser adecuado. Un tribunal internacional –una creación de la diplomacia y del arte de gobernar de los estados, no de la humanidaddebería despertar un saludable escépticismo acerca de si puede trascender del politiqueo, de la toma de postura y de la intriga que marca la vida política internacional. Obviamente, éste no es meramente un problema teórico. Aunque tengo pocas dudas de que Slodoban Milosevic es responsable de crímenes contra la humanidad, su acusación de que los procedimientos en su contra ante el TPIY son políticos no es absurda (aunque yo creo que no es cierta). Tampoco lo son los temores estadounidenses de que la jurisdicción de la CPI sobre el crimen de agresión pueda resultar en persecuciones políticas de líderes estadounidenses meramente por su tosca intransigencia reaccionaria.167 Los tribunales internacionales tendrán que demostrar que 165 Un ejemplo llamativo de cómo los Estados valoran a sus nacionales en comparación con los extranjeros aconteció cuando, en la postrimería del genocidio ruandés, los Estados Unidos enviaron finalmente tropas a Kigali. Según el General Romeo Dellaire, comandante de las fuerzas de mantenimiento de la paz de las Naciones Unidas en Ruanda, los estrategas del Pentágono consideraban una baja norteamericana como equivalente a 85.000 ruandeses muertos. Power, supra nota 44, p. 381. 166 Arendt, supra nota 8, p. 269. 167 Estatuto de Roma, supra nota 41, art. 5(1)(d). No existe una definición de agresión única, consensuada, y los Estados Unidos temen que una definición amplia pueda convertir a la mayoría de los principales usos de la fuerza militar norteamericana en agresión. Si ellos deberían ser considerados agresión es, por supuesto, un asunto explosivamente político. Ante un desacuerdo profundamente politizado durante la redacción del Estatuto de Roma, los proyectistas finalmente patearon la pelota, posponiendo acordar a la CPI jurisdicción sobre el crimen de agresión por al menos por siete años, mientras las partes negocian acerca de la definición del crimen. Estatuto de Roma, id. arts. 5(2), 121. 55 ellos representan los intereses morales de la humanidad y no sólo los intereses políticos o ideológicos de los Estados partes. La alternativa a tribunales internacionales es el uso de tribunales nacionales para perseguir crímenes internacionales, sea en virtud de su competencia territorial o nacional, sea, de manera más controvertida, en virtud de jurisdicción universal. En el Estatuto de Roma, el principio de complementariedad otorga prioridad a las investigaciones nacionales por sobre las persecuciones internacionales.168 La muy conocida decisión de la CIJ en el caso Barcelona Traction establece que “los principios y las reglas que conciernen los derechos básicos de la persona humana” hacen surgir obligaciones erga omnes; obligaciones en cuyo cumplimiento todos los Estados tienen un interés jurídico.169 Originalmente entendida como una teoría de protección diplomática, no de jurisdicción universal, la decisión Barcelona Traction ha entrado sin embargo en la cultura jurídica popular como una autorización para proteger de manera amplia los derechos humanos, incluida la jurisdicción universal.170 Pocos Estados han aceptado la invitación y aprobado leyes domésticas contra crímenes contra la humanidad de modo que los autores puedan ser juzgados con base en derecho nacional antes que internacional; otros pocos han aprobado leyes de jurisdicción universal.171 En efecto, los Estados que ofrecen sus cortes 168 Estatuto de Roma, id., art. 17(1)(a)-(b). La esencia de la complementariedad es que la jurisdicción de la CPI complementa a las jurisdicciones de los Estados de modo tal que la CPI no puede ejercer jurisdicción a menos que los Estados no estén dispuestos o no puedan investigar y, cuando fuera pertinente, enjuiciar. 169 Barcelona Traction, Light and Power Co., Ltd. (Belg. v. Spain), 1970 I.C.J. 3, párr. 32-34 (Feb. 5). En efecto, la CIJ sostuvo que las normas de derechos humanos básicos son tan importantes que todos los Estados tienen un interés en su protección. Eso puede ser cierto, pero hemos visto que muy poco en la teoría política del Estado explica por qué. Una solución a este problema se apoya en la idea de que la comunidad internacional obtiene su personificación jurídica en las Naciones Unidas, y consecuentemente que las Naciones Unidas son la parte interesada cuando las obligaciones erga omnes son hechas valer. Véase André de Hoogh, Obligations Erga Omnes and International Crimes: A Theoretical Inquiry into the Implementation and Enforcement of the International Responsibility of States, ps. 91-127 (1996). Pero ciertamente hay un largo trecho de la idea de un crimen contra todo la humanidad -un crimen en el cual todos nosotros tenemos un interés jurídico– a la idea de un crimen en el cual las Naciones Unidas tienen un interés jurídico. La autoridad política de las Naciones Unidas descansa totalmente en la aquiescencia de los Estados y tiene muy poco que ver con la pretensión de hablar como representante de la humanidad. Por supuesto, a veces las Naciones Unidas hablan como representantes de la humanidad -varios secretarios generales pueden reivindicar el haberlo hecho, frecuentemente con gran coraje y convicción– pero la autoridad moral de la Secretaría General no debería ser confundida con la autoridad política de las Naciones Unidas, del mismo modo que la autoridad moral del Papado para hablar en nombre de los intereses la humanidad no debería ser confundida con la autoridad política para hacerlo. 170 Véanse Rosalyn Higgins, Problems and Process: International Law and How We Use It, 57 (1994); Alfred P. Rubin, Actio Popularis, Jus Cogens and Offenses Erga Omnes, 35 New Eng. L. Rev., 265, ps. 277-78 (2001). 171 Para un meticuloso informe país por país de las leyes de jurisdicción universal y jurisprudencia, actualizado hasta el verano de 2003, véase Luc Reydams, Universal Jurisdiction: International and Municipal Legal Perspectives, ps. 81-219 (2003). Además del libro de Reydams, ya hay una amplia literatura sobre jurisdicción universal penal. Véanse, por ejemplo, Gilbert Guillaume, La compétence universelle, formes anciennes et nouvelles, en “Mélanges offerts à Georges Levasseur: Droit penal, droit européen”, 23 (1992); Luis Benavenides, The Universal Jurisdiction Principle: Nature and Scope, 1 56 nacionales para juzgar crímenes contra la humanidad lo hacen como una suerte de ayuda exterior, prestando sus instituciones judiciales maduras y bien financiadas a naciones que están en peor situación. Lo mismo parece ser cierto respecto a los litigios en EE.UU con base en la Ley sobre ilícitos civiles cometidos en el extranjero [Alien Tort Statute].172 Inevitablemente, tales esfuerzos se ponen en la misma línea de fractura que todos los proyectos de desarrollo y ayuda internacional; la línea entre humanitarismo y justicia distributiva, por un lado, y paternalismo o intromisión política auto-interesada, por la otra. Ninguna posibilidad puede ser excluída. Al igual que la persecución en Bélgica de las religiosas ruandesas que participaron en el genocidio, los esfuerzos de España por juzgar crímenes contra la humanidad cometidos durante las dictaduras argentina y chilena pueden ser vistos como persecuciones desinteresadas de justicia, pero también, por algunos observadores, como una flagrante intromisión por parte del amo de la antigua colonia; condescendiente, en el mejor de los casos; neo-colonialista, en el peor.173 Para bien o para mal, el derecho penal internacional sigue siendo una jurisdicción ecléctica. Crímenes contra la humanidad han sido perseguidos en cortes nacionales (por ejemplo, Canadá, Francia e Israel)174 y en tribunales internacionales (Núremberg, TPIY y TPIR) y las disposiciones del Estatuto de Roma sobre la complementariedad perpetúan este Annuario Mexicano de Derecho Internacional, 19 (2001); Curtis A. Bradley, Universal Jurisdiction and U.S. Law, U. Chi. Legal F., 323 (2001); Kenneth C. Randall, Universal Jurisdiction Under International Law, 66 Tex. L. Rev., 785 (1988); Anthony Sammons, The “Under-Theorization” of Universal Jurisdiction: Implications for Legitimacy on Trials of War Criminals By National Courts, 21 Berkeley J. Int'l L., 111 (2003); Mark A. Summers, The International Court of Justice's Decision in Congo v. Belgium: How Has It Affected the Development of a Principle of Universal Jurisdiction That Would Obligate All States To Prosecute War Criminals?, 21 B.U. Int'l L.J., 63 (2003); Symposium, Universal Jurisdiction, 35 New Eng. L. Rev., 241 (2001); Harvard Research Project on Criminal Jurisdiction, supra nota 1, ps. 563-92. Véase también Princeton Project on Universal Jurisdiction: The Princeton Principles on Universal Jurisdiction (2001), disponible en http://www.princeton.edu/~lapa/unive_jur.pdf. 172 Véase 28 U.S.C. § 1350 (2000). Véase también la opinión de Anne-Marie (Slaughter) Burley según la cual tras la Alien Tort Statute subyace la idea de que Estados Unidos está obligado en honor a cumplir con los deberes de la ley de las naciones. Anne-Marie Burley, The Alien Tort Statute and the Judiciary Act of 1789: A Badge of Honor, 83 Am. J. Int'l L., 461 (1989). 173 Véanse, por ejemplo, Congo contra Bélgica, supra nota 19, (opinión separada del juez ad hoc BulaBula), luego considerado en extenso infra en la sección IX.A; Reydams, supra nota 171, p. 192 (que discute acerca de la hipocresía de España al perseguir penalmente a oficiales de ex colonias mientras deja de perseguir penalmente a miembros del régimen de Franco); Sammons, supra nota 171, ps. 138-39 (que discute acerca del colonialismo belga y los procesos de derechos humanos); Francisco Valdes, Postcolonial Encounters in the Post-Pinochet Era: A Lat-Crit Perspective on Spain, Latinas/os and “Hispanismo” in the Development of International Human Rights, 9 U. Miami Int'l & Comp. L. Rev., 189, ps. 208-11 (2000-2001) (que discute acerca de la tensión entre la ideología colonial española del Hispanismo y los procesos de derechos humanos). El caso que involucra a dos religiosas ruandesas y a otros dos imputados es Prosecutor v. Vincent Ntezimana et al., Cour d'Assises de l'Arrondissement Administratif de Bruxelles-Capital (8 June 2001) (Belg.), http:// www.asf.be/AssisesRwanda2/fr/fr_VERDICT_verdict.htm. 174 Véanse, por ejemplo, el caso Finta, supra nota 47 (Can.); el caso Touvier, supra nota 71, y el caso Barbie, supra nota 73 (Fr.); Cr.C. (Jm.) 40/61, Attorney-Gen. of the Gov't of Israel v. Eichmann, 45 P.M. 3, traducido en 36 Int'l L. Rep., 18 (1968) (en adelante Israel contra Eichmann). 57 eclecticismo jurisdiccional.175 En secciones subsiguientes explicaré por qué creo que esto debería seguir siendo una opción a pesar de la posibilidad de abuso político. Sin embargo, nuestra cuestión básica todavía sigue siendo: ¿en qué sentido es la humanidad (como algo distinto de Estados u órganos internacionales creados por Estados) la parte interesada cuando se presentan crímenes contra la humanidad? Con ésta, se presenta una cuestión paralela: Si la parte interesada internacional es la humanidad, ¿qué autoriza a las cortes creadas por Estados, sean nacionales o internacionales, a juzgar criminales en nombre de la humanidad? VII. La jurisdicción vigilante A. El interés humano en reprimir los crímenes contra la humanidad La respuesta a la primera pregunta, pienso, ha sido evidente desde el comienzo. Llamar a la humanidad parte interesada no es concebir a la humanidad como una comunidad política, sino más bien como un grupo de individuos humanos. Decir que la humanidad tiene un interés en reprimir los crímenes contra la humanidad es tanto como decir que los individuos humanos comparten ese interés, no que alguna entidad colectiva llamada “humanidad” lo tenga. Es tentador sostener que el interés que todos los humanos comparten en expurgar los crímenes contra la humanidad del repertorio del comportamiento humano es un interés moral, un reconocimiento de que estos crímenes son lo más odioso que podemos imaginar. Pero este argumento es demasiado simplista. Después de todo, en el siglo veinte, cientos de miles de personas más o menos comunes y corrientes cometieron crímenes contra la humanidad, evidentemente con pocos, si es que con algún, reparo moral. ¿En qué sentido, entonces, estas legiones de verdugos comunes y corrientes compartieron un interés moral en reprimir sus propios crímenes? Arendt presenta fuertemente la objeción: “Apoyarse en una voz inequívoca de la consciencia – o, en el lenguaje aún más vago de los juristas, en un 'sentimiento general de humanidad'- no sólo soslaya la pregunta, sino que significa un rechazo deliberado a advertir los fenómenos morales, jurídicos y políticos fundamentales de nuestro siglo.”176 Alinéese a la armada turca de 1915, a las S.S. de 1942, a las milicias de los Balcanes de 1992, a los interahamwe y a los civiles ruandeses armados con machetes de 1994 -y, para el caso, a las turbas de linchamiento norteamericanas de los años veinte- en una imaginaria tropa diabólica de criminales contra la humanidad. Luego dígase a esta 175 Véase el Estatuto de Roma, supra nota 41, art. 17 (1)(a)-(b). Una cuestión interesante y no resuelta es si la investigación o el enjuiciamiento de un presunto criminal internacional por parte de un Estado en virtud de la teoría de la jurisdicción universal, y no de la teoría territorial o de la nacionalidad, significaría que, en virtud de la complementariedad, la CPI no podría ejercer su jurisdicción. Si algún día se sostiene que la jurisdicción de la CPI vacía la jurisdicción universal de otros tribunales, esto socavará el eclecticismo jurisdiccional. 176 Arendt, supra nota 8, p. 148 (cita omitida). 58 enorme multitud de humanidad que lo que ellos han hecho viola el sentimiento general de humanidad y escúchese su respuesta: “¿Quién es esta 'humanidad' cuyo sentimiento general hemos violado? La humanidad consiste en gente como nosotros.” A menos que estemos preparados para negar la humanidad de los criminales –¡y reflexiónese sobre lo irónico de ello!- tendremos que estar de acuerdo con su respuesta. Ciertamente, la psicología sofisticada contiene recursos para explicar cómo las respuestas morales de las personas pueden desviarse drásticamente de las líneas básicas de sus convicciones morales sin ser conscientes de ello. Famosos experimentos en psicología social han demostrado que personas sujetas a presiones situacionales aparentemente leves como para ajustarse a roles asesinos y cumplir órdenes asesinas, lo harán en un número extraordinariamente alto, aun cuando lo que estén haciendo se aparte de sus convicciones morales sinceramente sostenidas cuando están fuera de la situación.177 La inquietante facilidad de reclutar personas para cometer crímenes contra la humanidad arroja, empero, dudas sobre cuán universalmente compartido es realmente el interés estrictamente moral en reprimir estos crímenes. Después de todo, ¿cómo podemos estar seguros sobre qué convicciones morales inducidas por la situación representan las líneas básicas y cuales representan los desvíos? ¿Por qué no suponer que los ataques asesinos contra supuestos enemigos de sangre del propio grupo étnico, racial o religioso, alentados por líderes de la comunidad y autoridades morales, representan las líneas básicas de la moral de algunas personas? 178 Richard Rorty bien puede tener razón cuando especula que la mayoría de la gente “vive en un mundo en el cual sería absolutamente riesgoso -en verdad, sería con frecuencia extremadamente peligrosopermitir que el propio sentido de comunidad moral se extienda más allá de la propia familia, clan o tribu.”179 Para tales personas, sostener que las líneas básicas de su moral condenan la violencia de los crímenes contra la humanidad de un grupo sobre un grupo simplemente soslaya la pregunta. Una vez más, sugiero que mirar hacia el derecho mismo explica el interés humano universal en reprimir los crímenes contra la humanidad. La teoría inserta en el derecho, desarrollada en la parte III de este trabajo, explica por qué toda la humanidad comparte ese interés. De acuerdo con esa teoría, el rasgo distintivo de los crímenes contra la humanidad deriva de nuestro carácter de animales políticos. Cada uno de nosotros es un individuo que pertenece a grupos y que no tiene otra alternativa que vivir en comunidades políticamente organizadas; todos somos, en efecto, rehenes de la política. Aun cuando Rorty esté en lo cierto en cuanto a que expandir el sentido de 177 Resumo y discuto algunos de estos experimentos en David Luban, The Ethics of Wrongful Obedience, en “Ethics in Practice: Lawyers' Roles, Responsibilities, and Regulation”, 94 (Deborah L. Rhode ed., 2000); David Luban, Integrity: Its Causes and Cures, 72 Fordham L. Rev., 279 (2003). 178 Por supuesto, es improbable que las cuestiones sean realmente tan simples. Por ejemplo, Mark Osiel informa que los funcionarios argentinos involucrados en las desapariciones y torturas de la guerra sucia eran con frecuencia profundamente renuentes a cometer lo que sabían que eran crímenes atroces. Ellos solicitaban consejo a los sacerdotes a quienes consideraban autoridades morales supremas, y se les decía que sus hechos eran esenciales para defender a la civilización católica del comunismo y de la lenta decadencia moral generada por el liberalismo. Mark J. Osiel, Mass Atrocity, Ordinary Evil, supra nota 12. En este caso, las líneas básicas de la moral de los funcionarios parecen haber incluido inconsistencias entre el reconocimiento de que estaban cometiendo serios crímenes y la creencia en la autoridad moral de sus sacerdotes. 179 Rorty, Human Rights, Rationality, and Sentimentality, supra nota 87, p. 125. 59 comunidad moral más allá de la familia, el clan o la tribu parece inaceptablemente peligroso para la mayoría de la gente en el mundo, las experiencias históricas de masacre y violencia del siglo pasado muestran cuánto más peligroso es no hacerlo. El derecho nació de estas experiencias, y sus dolores de parto fueron las agonías de millones. El interés humano en expurgar los crímenes contra la humanidad del repertorio de la política parece claro: en un mundo donde los crímenes contra la humanidad pasen desapercibidos, cualquiera de nosotros podría ser objeto de asesinato o persecución únicamente con base en pertenencias grupales que no tenemos el poder de cambiar. Esta no es una amenaza meramente hipotética. Hoy en día vivimos en un mundo en el cual casi todas las naciones son mosaicos de grupos étnicos, raciales, religiosos y culturales. En parte, esto es el resultado de la globalización. Pero también es el producto de un siglo de guerras y turbulencias que han causado el desplazamiento de cientos de millones de personas. El nuestro es un mundo de diásporas por doquier, un mundo en el cual innumerables grupos se encuentran a sí mismos en la situación del “eterno judío”: forasteros en una tierra extraña, aun cuando –como los judíos alemanes o los tutsis ruandeses- no son forasteros y han habitado en el territorio por siglos. Los crímenes contra la humanidad que empaparon de sangre el siglo veinte demostraron que la política de un grupo sobre un grupo no tiene un principio inherente de limitación. Y de esta forma, así como todas las mujeres comparten un interés en asegurar que las mujeres no sean muertas solamente por ser mujeres, y todos los judíos comparten un interés en asegurar que los judíos no sean muertos solamente por ser judíos, todos los seres humanos comparten un interés en asegurar que las personas no sean muertas por sus vecinos solamente por su grupo de pertenencia; pues todos nosotros tenemos vecinos cuyo grupo no es el nuestro. La naturaleza de los Estados modernos intensifica este interés, porque los avances técnicos en administración, en acumulación de información, en el monitoreo y seguimiento de personas, en el transporte rápido de homicidas y víctimas, y -sobre todoen el exterminio de personas, han hecho que los crímenes contra la humanidad sean factibles en un grado nunca alcanzado en épocas más tempranas. Incluso el genocidio ruandés de baja tecnología, perpetrado en gran parte con machetes y palos, sólo fue posible debido a un aparato estatal altamente racionalizado, a un sistema de tarjetas de identidad étnicamente codificadas, y a una estación de radio centralizada que incitaba y coordinaba a los asesinos. El genocidio ruandés difícilmente podría haber ocurrido antes del siglo veinte. Estos dos hechos de la vida moderna -el carácter moteado de los Estados, y los avances técnicos que hacen posible los ataques coordinados y a gran escala contra civiles- son la fuente real del interés humano universal en reprimir los crímenes contra la humanidad. Luego, las “leyes de humanidad” son un reconocimiento del intensificado peligro de la política en el mundo moderno. No son, en el fondo, leyes creadas por alguna comunidad política, sino más bien por necesidad humana universal. Su fuerza normativa no deriva del hecho de que hayan sido positivizadas en los estatutos de los tribunales internacionales y en algunos sistemas jurídicos, ni del tímido compromiso de los Estados para asegurar su cumplimiento. Ellas representan el justo reclamo de todo 60 ser humano de que los desórdenes políticos nunca más incluyan la insuperable barbarie que representan los crímenes contra la humanidad. Cualquiera que transgreda estas leyes es a partir de entonces un enemigo de todos los humanos.180 B. Hostis Humani Generis El presupuesto de la sanción penal es la ruptura de los vínculos con el malhechor; el retiro de la protección social que lo libra a la expulsión, al encarcelamiento, o, en el caso extremo, a la ejecución. En los crímenes domésticos comunes (no crímenes contra la humanidad, sino crímenes contra una comunidad específica), el retiro de la protección es sólo parcial. La comunidad –personificada para tales propósitos en el Estado- logra castigar al malhechor, pero los individuos, incluidas las víctimas del crimen, no. Esto sólo reafirma la observación anterior de que los crímenes domésticos son infracciones contra la comunidad, y que la comunidad es la parte interesada. Como hemos visto, porque no hay comunidad mundial, la parte interesada en un crimen contra la humanidad es la humanidad misma considerada separadamente, no conjuntamente. Aquí el retiro de la protección al malhechor es universal. Tal como Arendt lo expresara en su discurso imaginario a Eichmann sobre por qué debe ser castigado: “[C]onsideramos que de nadie, esto es, de ningún miembro de la raza humana, puede esperarse que quiera compartir la Tierra con Usted.”181 180 Como viéramos anteriormente en la parte V hay un peligro de que pensar en tales términos demonice a los criminales contra la humanidad. Pero confío en que la discusión anterior sobre la crítica a la demonización ofrezca adecuada advertencia contra este peligro. El enfoque que sigo aquí –que combina (a) una insistencia en que la jurisdicción sobre los crímenes contra la humanidad se origina en las personas, no en los Estados; (b) un eclecticismo jurisdiccional que permite a varios tribunales ejercer esa jurisdicción; y (c) un argumento según el cual el interés humano en reprimir los crímenes contra la humanidad deriva de las sociedades moteadas y de la tecnología avanzada- se asemeja a primera vista al “pluralismo cosmopolita” de Paul Schiff Berman, The Globalization of Jurisdiction, 151 U. Pa. L. Rev., 311, ps. 490-96 (2002). Pero la semejanza es más aparente que real. La teoría de la jurisdicción de Berman deriva de un reconocimiento postmodernista de que las personas pertenecen a comunidades múltiples y cambiantes, incluso comunidades subestatales, todas las cuales reclaman jurisdicción sobre algunos asuntos que les conciernen. La opinión que aquí presento es una concepción directamente inspirada en el iluminismo de un interés universal en expurgar la violencia extrema y la persecución del repertorio de la política. Se basa en una descripción universalista de la naturaleza humana política, y que la hace cosmopolita universalista antes que cosmopolita pluralista. Además, sospecho que -como la mayoría de los cosmopolitas liberales- tengo una opinión más ácida de las “comunidades imaginadas” que Berman. Mientras él las considera una fuente de significado e identidad, id. ps. 472-76, yo las considero un semillero de lucha étnica o religiosa, y por lo tanto causas conducentes a los crímenes contra la humanidad; además, considero que las afirmaciones metafísicas de que la comunidad constituye la identidad son exageradas. Luban, supra nota 95. Pero lo más importante es que mi argumento es mucho más restringido que el de Berman; es un argumento acerca de la jurisdicción sobre los crímenes contra la humanidad, no acerca de la jurisdicción en general, y no tengo intención de generalizar la teoría jurisdiccional más allá de los crímenes contra la humanidad. El argumento, después de todo, es que todo el género humano tiene un interés en reprimir estos crímenes, no que todo el género humano tenga un interés en algo más robusto. 181 Arendt, supra nota 8, p. 279. Arendt está explicando por qué Eichmann debe ser ejecutado, pero su explicación se adecua también a un castigo no capital: no la cito para apoyar la pena capital de aquéllos que cometen crímenes contra la humanidad. Mi opinión es que la justicia ni exige ni prohíbe la pena capital por abusos atroces de otras personas; entonces, a la decisión de abolir o no la pena capital debe llegarse por otras razones, tales como la presencia o ausencia de un sentimiento colectivo según el cual la pena capital sea inconsistente con los estándares civilizados. 61 El arquetipo de tal corte universal de vínculos con el malhechor es la expulsión de Caín por parte de Dios (antes de que Dios recapacite y lo proteja). “[L]a voz de la sangre de tu hermano grita hasta mí desde la tierra. Y ahora maldito seas de la Tierra, que ha abierto su boca para recibir la sangre de tu hermano de tus manos;…un fugitivo y un vagabundo serás en la Tierra.”182 Caín entiende inmediatamente el significado práctico de la maldición de Dios: “[C]ualquiera que me encuentre me matará.” 183 Caín ha devenido, en sentido literal, hostis humani generis; inadecuado para la sociedad de cualquiera, y (dentro de los límites morales de la proporcionalidad) blanco legítimo de cualquiera. Sugiero que tomar la noción de crímenes contra la humanidad en serio, en el sentido de crímenes contra toda la humanidad, implica una conclusión jurisdiccional diferente al argumento de Arendt de la analogía doméstica para tribunales internacionales. La jurisdicción implícita en los crímenes contra la humanidad no es la jurisdicción internacional, ni siquiera la jurisdicción universal en el sentido familiar para los abogados de jurisdicción que recae en los tribunales de cualquier Estado, sino más bien la que podría ser llamada jurisdicción vigilante en la cual el criminal se transforma en el legítimo enemigo de todos y de cualquiera.184 Escojo este término, con todas sus incómodas connotaciones, antes que el familiar término jurídico “jurisdicción universal”, por una importante razón. Un delito de jurisdicción universal es aquél que todos los Estados tienen un interés en perseguir, pero estoy sosteniendo que el interés en reprimir los crímenes contra la humanidad es universal entre las personas, no necesariamente entre los Estados. La humanidad, no la comunidad de Estados, es parte interesada en los crímenes contra la humanidad, y “humanidad” hace referencia a un agregado de humanos, no a una entidad colectiva. Políticamente hablando, no existe tal entidad colectiva. Y la concomitante obligación erga omnes de los Estados es la obligación de retirar la protección al autor, así como Dios retiró la protección humana a Caín.185 VIII. Justicia natural y eclecticismo jurisdiccional Anticipo que la noción de jurisdicción vigilante impactará en muchos lectores como una sugerencia monstruosa, porque declara inaugurada la temporada de cacería de 182 Génesis 4:10-12 (King James). Génesis 4:14 (King James). 184 Curiosamente, Arendt se aproxima a esta sugerencia cuando propone que podría haber sido legítimo para un judío asesinar a Eichmann en las calles de Buenos Aires, siempre que el asesino estuviera dispuesto a someterse a juicio. Elogia asesinatos similares llevados a cabo por individuos solitarios en las calles de Europa contra los organizadores de los pogromos ucranianos de 1917-20 y del genocidio armenio. Arendt, supra nota 8, ps. 265-67. Paul Kahn se aproxima a una sugerencia similar cuando sostiene que los esfuerzos españoles por llevar a Pinochet a juicio no son ni más ni menos legítimos que un escuadrón de la muerte que persigue a graves violadores de derechos humanos alrededor del mundo. Kahn, On Pinochet, supra nota 148. 185 Esta opinión es análoga al análisis de los primeros teóricos de la jurisdicción universal. Como Luc Reydams explica los argumentos de Grotius y de Vattel, “El énfasis está…más en la obligación negativa de no proteger a un fugitivo de la persecución penal concediéndole asilo que en un derecho positivo a ejercer jurisdicción universal. El derecho es primordialmente un corolario de la obligación.” Reydams, supra nota 171, ps. 36-37. 183 62 cualquiera a quien cualquier otro razonablemente considere un criminal contra la humanidad. Estoy de acuerdo en que la imagen de la jurisdicción vigilante es monstruosa. Pero es importante ver por qué. La razón no estriba en que sólo los Estados y sus agencias tengan el derecho moral a castigar al culpable. Radica en que no se puede confiar en los vigilantes para determinar quién es culpable y quién no, ni para moderar sus castigos para adecuarse al crimen. Recordemos que en la historia de la Biblia, Dios atempera el castigo de Caín protegiéndolo de los vigilantes.186 Considérese un ejemplo ficticio de justicia vigilante en funcionamiento: la perturbadora obra dramática sobre justicia de transición de Ariel Dorfman, Death and the Maiden [La muerte y la doncella].187A través de una serie de coincidencias, un médico que puede haber presidido sesiones de violación y tortura durante la dictadura de Pinochet cae en manos de una de las víctimas, Paulina. Paulina lleva a cabo su propio “juicio” del médico, basado en una propuesta simple: confiesa y vive, o niega y muere. El médico insiste descontroladamente en que ella tiene al hombre equivocado. Durante su terrible experiencia quince años antes, Paulina tuvo los ojos vendados en todo momento, y reconoce al médico sólo por su voz. Su marido, Gerardo, un prominente abogado de derechos humanos, está en contra del plan demencial de Paulina, pero no puede hacer nada porque Paulina tiene un arma apuntando a la cabeza del médico. Todo lo que puede hacer es implorarle. Gerardo: El recuerdo vago de una voz no es una prueba de nada, Paulina… ¿Qué puede confesar si no es culpable? Paulina: ¿Si no es culpable? Ahí sí que se jodió.188 Paulina insiste en que “[t]odos estos años no ha pasado una hora que no la escuche… ¿crees que una se olvida así como así de una voz como ésa?,” 189 pero luego incluso ella admite que puede estar equivocada. 190 Y el precio de su error será una condena a muerte, sin importar si el médico ha cometido crímenes. El padecimiento del médico –en la hipótesis de Gerardo de inocenciateatraliza el problema de la justicia vigilante.191 Por supuesto, los tribunales oficiales también embroman al inocente, porque rara vez están interesados únicamente en la verdad. En años recientes, el debate norteamericano sobre la pena de muerte ha comenzado finalmente a abordar la caricatura de muchos juicios capitales, con sus abogados defensores incompetentes y fiscales vindicativos. En todo sistema jurídico, las reglas de prueba y procedimiento expresan un equilibrio entre la precisión del descubrimiento del hecho, la protección de 186 Génesis 4:10-12 (King James). Ariel Dorfman, Death and the Maiden (1991). 188 Id. acto 1, escena 4; acto 2, escena 1. [NdelT: las citas de la obra se toman directamente del original en español: Ariel Dorfman, La muerte y la doncella, Ediciones de la Flor, 4ta. ed., Buenos Aires, 2002]. 189 Id. acto 1, escena 4. 190 Id. acto 3, escena 1. 191 O mejor dicho, treatraliza un problema de la justicia vigilante. La objeción fundamental al vigilantismo desde la Oresteia de Aeschylus no ha sido su investigación errática, sino su aptitud para generar disputas sangrientas interminables. En el final de Eumenides, donde el establecimiento de un tribunal desplaza a las furias (que representan los ciclos interminables de venganza y vendetta), el coro implora que su ciudad no sea entregada al “polvo seco que bebe / la negra sangre de los ciudadanos/ mediante la pasión por la venganza/ y baño de sangre por baño de sangre.” Aeschylus, Eumenides, en Aeschylus I: Oresteia, 169, ll. 979-82 (traducido por Richard Lattimore, 1953). 187 63 la privacidad, el costo investigativo y el profundo deseo de apaciguar a la comunidad con condenas rápidas y penas severas. Pero estas dificultades demuestran la necesidad de mejores tribunales, no la de no tener tribunales. Los tribunales públicos con reglas imparciales y racionales, las acusaciones escritas por crímenes cuyos elementos deben ser especificados y probados más allá de duda razonable, el asesoramiento defensivo desinteresado, la presunción de inocencia, y los otros requerimientos de la justicia natural proporcionan el mejor resguardo contra la punición del inocente, mientras que la justicia vigilante no ofrece ninguno.192 Tal como Jackson argumentara en Núremberg (en palabras que ya cité anteriormente): “Si estos hombres son los primeros líderes de guerra de una nación vencida en ser enjuiciados en nombre de la ley, también son los primeros a quienes se les da la posibilidad de alegar por sus vidas en nombre de la ley. Realmente, la Carta de este Tribunal, que les da una audiencia, es también la fuente de su única esperanza.”193 Los británicos, después de todo, preferían fusilarlos sin retardo a juzgarlos. Y si los británicos los hubieran perdonado, parece enteramente probable que sus propios compatriotas los habrían linchado. Limitar la autoridad para castigar a tribunales constituidos según los requerimientos de la justicia natural funciona como la marca de Caín, protegiendo a los supuestos malhechores del capricho del vigilantismo o de la venganza de los vencedores. Sólo los tribunales que respetan los requerimientos de la justicia natural deberían ser autorizados a juzgar a aquéllos acusados de crímenes contra la humanidad, y en la práctica estos tribunales deben ser establecidos por Estados u organizaciones internacionales establecidas por Estados. Pero la autoridad de estos tribunales deriva de la jurisdicción vigilante y de los requerimientos de la justicia natural, no de la autoridad política de los Estados que los auspician. Si los tribunales establecidos por los Estados asumen el poder exclusivo de juzgar y castigar, la razón primaria es proteger al acusado de errores y no que los Estados tengan un interés directo en el castigo. En efecto, esto hace entrar a la jurisdicción universal por la puerta de atrás, porque cualquier tribunal nacional o internacional que satisfaga las condiciones de la justicia natural puede ejercerla. Pero el fundamento real es una especie de jurisdicción delegada o representativa, derivada de la jurisdicción vigilante. Las consideraciones que aquí ofrezco difícilmente sean novedosas. En realidad, se hacen eco de Grotius, el fundador del derecho internacional. Según Grotius, cualquiera tiene el derecho natural a castigar a un criminal.194 “Pero como nuestro juicio tiene tendencia a ser parcial…desde la transformación de las familias en Estados, se han designado jueces, y se los ha investido con el poder de castigar a los culpables…”195 El derecho natural a castigar de Grotius se asemeja a lo que he denominado jurisdicción Para una explicación del término “justicia natural,” véase supra nota 17. 2 Trial of the Major War Criminals, supra nota 136, p. 102. 194 Hugo Grotius, De Jure Belli ac Pacis (The Rights of War and Peace), p. 228, libro II, capítulo 20, sección VII (traducido por A.C. Campbell, M. Walter Dunne 1901). En otra parte, Grotius es más cauteloso y limita el derecho natural a castigar a individuos “de juicio competente, y que no estén implicados en delitos similares o iguales.” Id. p. 226. 195 Id. p. 228. 192 193 64 vigilante; y su cautela acerca del juicio parcial implica que los tribunales oficiales derivan su jurisdicción del derecho natural a castigar, un argumento que va en la misma dirección que el aquí ofrecido. Como es conocido, Grotius también sostuvo que cualquier Estado tiene jurisdicción “no solamente por hechos ilícitos que los afectan inmediatamente a ellos o a sus propios súbditos, sino por graves violaciones a la ley natural y de las naciones, cometidas contra otros Estados y súbditos”; esto es, por crímenes contra la humanidad.196 Los tribunales que respetan la justicia natural pueden ser tanto nacionales como internacionales, al igual que los que la violan. El requerimiento de justicia natural implica eclecticismo jurisdiccional, regido por el principio según el cual cualquier forum es adecuado para juzgar crímenes contra la humanidad siempre y cuando provea una buena aproximación a la justicia natural. La otra razón para el eclecticismo jurisdiccional, una razón inherente al principio de complementariedad del Estatuto de Roma,197 es que las naciones pueden no estar dispuestas a juzgar a sus propios criminales contra la humanidad. Los criminales contra la humanidad tienen amigos y defensores; operando, como ellos, en sus grupos organizados, difícilmente podrían dejar de tenerlos. La jurisdicción vigilante permite a cualquier tribunal -ya sea un tribunal nacional que ejerza jurisdicción sobre sus propios ciudadanos o sobre aquéllos que han causado daño a sus ciudadanos, el tribunal nacional de un tercer país que ejerza jurisdicción universal, la CPI, o un tribunal internacional ad hoc– juzgar crímenes contra la humanidad, siempre y cuando provea justicia natural. Un componente esencial de la justicia natural es la imparcialidad -en palabras de Grotius, “nuestro juicio tiene tendencia a ser parcial a causa de nuestros afectos, en los casos que conciernen a nuestro interés.”198 Esto suscita la delicada cuestión de si una persecución penal políticamente motivada viola los requisitos de la justicia natural. En principio, la respuesta es no. Después de todo, toda persecución de crímenes contra la humanidad se origina en decisiones y motivos políticos. La organización política da nacimiento a estos crímenes, y llevar a los autores a juicio significa llevar sus políticas a juicio. En tales casos, la justicia difícilmente pueda ser desenredada de fines políticos tales como desacreditar las políticas de los autores. Algunos teóricos sostienen que los juicios políticos de los principales violadores de los derechos humanos no sólo son inevitables, sino ciertamente deseables.199 Los juicios de Núremberg y el juicio a Eichmann estuvieron ambos políticamente motivados, pero su absoluta lealtad [fairness] -y sobre todo la sentida necesidad de llevarlos a cabo- finalmente se impusieron por sobre la apariencia de que estaban contaminados. 196 Id. p. 247, libro II, capítulo 20, sección XL. La Corte de Distrito israelí que condenó a Adolph Eichmann citó estos argumentos de Grotius para justificar su ejercicio de jurisdicción en el caso. Israel contra Eichmann, supra nota 174, párr. 14. 197 Estatuto de Roma, supra nota 41, art. 17 (1)(a)-(b). 198 Grotius, supra nota 194, p. 228, libro II, capítulo 20, sección VIII. 199 Esta opinión es más conocidamente defendida por Judith N. Shklar, Legalism (1964). Los mejores exponentes contemporáneos son Douglas, supra nota 1 y Mark Osiel, Mass Atrocity, Collective Memory, and the Law (1999). 65 La compleja visión de Arendt del juicio a Eichmann me parece correcta. En sentido opuesto a los sostenedores de los juicios políticos, Arendt insiste en que el único propósito del juicio era hacer justicia a Eichmann, no cumplir objetivos políticos o siquiera hacer un registro histórico de los crímenes nazis.200 Critica ásperamente a la fiscalía y al primer ministro israelí David Ben-Gurion por enlodar el juicio con segundas intenciones políticas. Pero también rechaza el argumento según el cual no podía confiarse en que los jueces israelíes llevarían a cabo un juicio leal y alaba a los jueces por haber hecho todo lo que estuvo a su alcance para evitar que el juicio se degradara a farsa política.201 En otras palabras, Arendt comprende que un juicio impulsado por razones políticas puede, sin embargo, ser llevado a cabo lealmente; e incluso aquellos que están a favor de los juicios políticos no quieren farsas al estilo Vishinsky.202 Sin dudas la profesionalización del poder judicial y la separación de poderes que provean a los jueces de genuina independencia demostrarán ser condiciones necesarias para la objetividad requerida, aunque nadie debería caer en la ilusión de que estas condiciones serán suficientes.203 El caso puede ser distinto cuando se trata de la persecución penal en virtud de la jurisdicción universal, donde la clara urgencia de los juicios de Núremberg y Eichmann está ausente, la conexión del juzgador con el caso es mínima, y se sospecha motivación política. Precisamente porque muchos países podrían perseguir penalmente en virtud de 200 Arendt, supra nota 8, p. 253. En este punto, Arendt se hace eco de la elocuente afirmación de la Corte de Distrito israelí, que resaltó que “[e]l proceso judicial tiene sus propios caminos, establecidos por el derecho e inmutables, cualquiera sea la materia del juicio,” e insistió enérgicamente en que un tribunal judicial no es apto para la investigación histórica (porque el tribunal recepta pasivamente sólo la prueba que las partes le traen) ni para moralizar (porque “[e]n los que respecta a cuestiones de principio que están fuera del ámbito del derecho, nadie nos ha hecho jueces de ellas y por lo tanto nuestra opinión acerca de ellas no tiene más peso que aquélla de cualquier persona que haya dedicado estudio y reflexión a estas cuestiones”). Israel contra Eichmann, supra nota 174, párr. 2. 201 Arendt, supra nota 8, ps. 259-60. 202 Andrei Yanuarievich Vishinsky (1883-1954) era el fiscal principal de los “juicios de brujas” de Moscú de 1936-38. Véase, en general, Robert Conquest, The Great Terror (1968). Véanse también Douglas, supra nota 1, p. 11 (que sostiene que incluso un juicio político “debe satisfacer las severas exigencias del derecho”); Osiel, supra nota 199, p. 69 (que sostiene que los gobiernos liberales pueden montar juicios show sólo si ellos “adhieren a reglas jurídicas que reflejen los principios liberales de lealtad procesal y culpabilidad personal como condiciones de responsabilidad penal”; Shklar, supra nota 199, p. 152 (que sostiene que “[l]os juicios políticos no son defendibles” si “burlan las exigencias de la legalidad”). 203 La mejor prueba de la lealtad del Tribunal de Núremberg reside en su absolución de figuras tan principales del Tercer Reich como Fritzsche, Papen, y Schacht. En este sentido, parece relevante que fuera un tribunal israelí el que finalmente exculpara a Ivan Demjanjuk de los cargos según los cuales él era el guardia de Treblinka “Iván el Terrible.” Cr.C. (Jm.) 373/86, Israel v. Demjanjuk (1988), rev'd Cr.A. 347/88, Demjanjuk v. Israel, 47(4) P.D. 221 (S. Ct.1993). Ello ocurrió luego de que un tribunal norteamericano hubiera declarado lo contrario. United States v. Demjanjuk, 518 F. Supp., 1362 (N.D. Ohio 1981). La decisión del tribunal israelí se basó en que Demjanjuk era en realidad un guardia de las S.S. en Sobibor; algo que difícilmente hubiera sido un obstáculo si el tribunal israelí estaba realmente inclinado a la venganza. El caso Demjanjuk se erige en un testimonio de la capacidad de un tribunal de avocarse a la investigación objetiva, no obstante el interés que esta nación tenga en llevar adelante el juicio. Un resumen útil de la historia del caso Demjanjuk, y la amplia investigación que Israel emprendió y que condujo a la absolución final de Demjanjuk, puede ser encontrada en Israel Ministry of Foreign Affairs, The Demjanjuk Case Factual and Legal Details (July 28, 1993), en http://www.israel.org/mfa/go.asp?MFAH0azi0. Documentación amplia del proceso israelí disponible en The Nizkor Project, John Demjanjuk, en http://www.nizkor.org/hweb/people/d/demjanjuk-john/ (visitado por última vez el 14 de Diciembre de 2003). 66 la jurisdicción universal en tales casos, el juicio puede levantar sospechas lo suficientemente graves como para violar los requisitos de la justicia natural aun cuando su proceso global sea leal.204 El eclecticismo jurisdiccional sostiene que cualquier tribunal que satisfaga los requerimientos de la justicia natural debería ser capaz de ejercer jurisdicción sobre los crímenes contra la humanidad, pero seguidamente surge la pregunta sobre quién decide si un tribunal satisface los requerimientos de la justicia natural. Después de todo, una cosa es postular un ideal y otra institucionalizarlo. Para comenzar por lo obvio, ninguna persona traída a juicio por un crimen contra la humanidad puede confiar en un tribunal de detención [custodial court] que lo proteja de su propia deslealtad [unfairness]. Al momento de enfrentar la cuestión, un tribunal leal decidirá de manera leal que es un tribunal leal; y un tribunal desleal decidirá de manera desleal que es un tribunal leal. 205 La presión diplomática o política del mundo exterior es la única protección real contra un juicio desleal con la que una persona acusada puede contar una vez que él o ella son detenidos por un tribunal carente de justicia natural. De esta forma, evaluar la lealtad de los tribunales puede proteger de juicios desleales a los sospechosos sólo si ello ocurre antes de que sean detenidos por los tribunales. En los hechos, esto significa que cualquier mecanismo institucional para evaluar tribunales debe operar cuando una autoridad de detención está decidiendo si honra las solicitudes de extradición de los tribunales. No hay razón para dudar de que los terceros puedan evaluar la justicia natural de un tribunal; el derecho existente contempla tal dilucidación en varias circunstancias. Uno es el procedimiento contemplado por las disposiciones relativas a la complementariedad del Estatuto de la CPI. Según este Estatuto, la CPI tiene jurisdicción sobre un caso sólo si el Estado que tiene jurisdicción sobre él “no est[á] dispuesto a llevar a cabo la investigación o el enjuiciamiento o no pued[e] realmente hacerlo,” 206 lo que implica que la CPI pueda tener que juzgar el sistema jurídico de un Estado para determinar la falta de disposición. 207 Ciertamente, cuando surgen dudas sobre si un Estado está simplemente aparentando investigación y enjuiciamiento para proteger a un acusado, el Estatuto de Roma dispone que la Corte “examinará…si…el proceso no [ha] 204 En otra parte me explayo sobre este argumento en relación con la decisión de la British House of Lords de dejar sin efecto su primera sentencia en el caso Pinochet debido a un aparente conflicto de intereses de parte de uno de los jueces. David Luban, Law's Blindfold, en “Conflict of Interest in the Professions”, 23, ps. 25-27, 30-34 (Michael Davis & Andrew Stark eds., 2001). Sostengo que mientras la mera apariencia de conflictos de intereses de hecho no presentes no debería en general descalificar a los jueces para juzgar casos, uno de alta repercusión como el de Pinochet exige un tratamiento diferente. La sospecha de una decisión políticamente parcial podría desacreditar el proceso y convertir a Pinochet en un mártir. El caso Pinochet también es discutido con mayor detalle infra en las notas 264-271 y texto que acompaña. 205 En cualquier caso, no es probable que la investigación sea incisiva –en el caso de un tribunal desleal, porque no desea una investigación incisiva, y en el caso de un tribunal leal, porque no la necesita. El TPIY, cuya lealtad procesal está en mi opinión más allá de toda duda seria, se enfrentó a cuestionamientos a su justicia natural por parte de Slobodan Milosevic. Los desechó en algunos breves párrafos. Decision on Preliminary Motions, Prosecutor v. Milosevic, Case No. IT-02-54, párr. 8-22 (Trial Chamber, Int'l Crim. Trib. for the Former Yuglosavia, Nov. 8, 2001), http://www.un.org/icty/ind-e.htm. 206 Estatuto de Roma, supra nota 41, art. 17(1)(a). 207 Véase id., art. 17(2). 67 sido o no est[á] siendo sustanciado de manera independiente o imparcial.” 208 En otras palabras, el Estatuto de Roma presume que la CPI es competente para evaluar los sistemas jurídicos estatales y así determinar su lealtad. Por el contrario, los Estados que reciben solicitudes de extradición de otros Estados normalmente siguen una “regla de no averiguación judicial” de la lealtad del sistema jurídico del Estado requirente.209 Sin embargo, la regla no deriva de una incapacidad del poder judicial de un Estado de evaluar la lealtad del poder judicial del otro Estado; más bien, su motivación es preservar la cortesía internacional. Además, la regla tiene excepciones, y los tribunales tanto en Estados Unidos como en Canadá han señalado que no la seguirán en los casos en los cuales los apartamientos del debido proceso por parte de un tribunal extranjero sean groseros; un dictum que implica la averiguación judicial de los sistemas judiciales de otros Estados, porque ¿de qué otra manera podría un juez determinar que los apartamientos del tribunal extranjero son groseros? 210 No se requeriría una gran modificación del derecho existente para revertir la presunción de no averiguación cuando un Estado con un punto de conexión jurisdiccional no obvio con un supuesto crimen contra la humanidad intente extraditar a un sospechoso para juzgarlo en virtud de la jurisdicción universal. De esta forma, en dos de los contextos más posibles en los cuales se suscita la cuestión de la jurisdicción – potencial persecución penal por un Estado parte de la CPI, y solicitudes de extradición efectuadas por Estados dispuestos a perseguir penalmente a alguien acusado de crímenes contra la humanidad- se podrían establecer mecanismos basados en los ya existentes para examinar si el Estado que pretende llevar a juicio al acusado satisface las condiciones de la justicia natural. IX. Un ejemplo ilustrativo: Congo contra Bélgica En esta instancia, deseo ilustrar varios asuntos hasta aquí planteados discutiendo un ejemplo extendido: la decisión de la CIJ en el caso Congo contra Bélgica211, también conocido como el caso de la orden de arresto. En primer lugar, me ocupo de la pregunta relativa a los juicios políticos planteada en la sección precedente examinando la acusación de que la persecución penal del ministro del exterior de la República Democrática del Congo intentada por Bélgica estaba políticamente contaminada. Seguidamente, examino las distintas opiniones separadas en las que se debate la legalidad de las leyes de jurisdicción universal. Mi propósito es demostrar que el debate descansa precisamente sobre la línea de fractura que clásicamente ha separado al derecho internacional centrado en los Estados del punto de vista que subordina los intereses de los Estados a aquéllos de la humanidad. Precisamente la misma línea 208 Id. art. 17(2)(c). Véase John Dugard & Christine Van den Wyngaert, Reconciling Extradition with Human Rights, 92 Am. J. Int'l L., 187, ps. 189-91, 202-04 (1998) (que discute la regla de no averiguación y las excepciones para proteger a los acusados contra violaciones a los derechos humanos). 210 Id. p. 190. 211 Congo contra Bélgica, supra nota 19. 209 68 divisoria yace en los fundamentos del último tema que considero; la cuestión de la inmunidad que la CIJ trató en la doctrina principal de su fallo Congo contra Bélgica. Así, el propósito global de este estudio extendido de caso es ilustrar las deficiencias que en el mundo del derecho internacional son llenadas con la invocación de la “humanidad”. Congo contra Bélgica surgió del intento de Bélgica de perseguir penalmente al ministro del exterior de la República Democrática del Congo, Abdulaye Yerodia Ndombasi, por infracciones graves y crímenes contra la humanidad. Los cargos estaban fundados en los discursos anti-tutsi que Yerodia había dado en 1998, que presuntamente habían conducido a varios cientos de linchamientos y ejecuciones sumarias.212 Cuando un magistrado de Bruselas libró una orden de arresto contra Yerodia de conformidad con la ley de jurisdicción universal de Bélgica,213 Congo inició acciones contra Bélgica ante la Corte Internacional de Justicia para anular la orden, y así reparar el “daño moral” infligido a la soberanía congoleña. Congo sostuvo que la ley de jurisdicción universal de Bélgica violaba el derecho internacional, y que según el derecho internacional consuetudinario un ministro del exterior goza de inmunidad de persecución penal. Luego de que las partes acordaran dejar de lado la cuestión de la jurisdicción internacional, la CIJ se ocupó solamente de la cuestión de la inmunidad (sin embargo varios jueces emitieron opiniones separadas sobre jurisdicción universal), y estuvo de acuerdo con el Congo.214 Este caso atrajo mucha atención. La ley de jurisdicción universal de Bélgica obligaba a los fiscales a investigar los reclamos iniciados por víctimas putativas de crímenes humanitarios. El resultado fue una avalancha de procesos contra otros líderes mundiales, incluyendo Yasser Arafat (Palestina), Paul Biya (Camerún), Fidel Castro (Cuba), Laurent Gbagbo (Costa de Marfil), Hissen Habré (Chad), Saddam Hussein (Iraq), Denis Nguesso (Congo–Brazzaville), Augusto Pinochet (Chile), Hashemi Rafsanjani (Irán), y Ariel Sharon (Israel); el caso Sharon, en particular, resultó ser un foco de controversia.215 Bélgica, evidentemente, había decidido convertirse en el 212 Jacques Vergès, un abogado que representaba a la República Democrática del Congo en el proceso ante la CIJ, explicó el fundamento de los cargos: En primer lugar, se lo imputa de haber dado un discurso televisado el 4 de agosto de 1998, en el cual “hablando en kilongo, la lengua del Bajo Congo[sic]”, llamó a “sus hermanos” a “levantarse unidos para expulsar al enemigo común del país” usando todas las posibles armas disponibles, “incluso escopetas, machetes, picos, flechas, palos y piedras.” Además se alega que el 27 de agosto de 1998 H.E. Yerodia Ndombasi dijo del enemigo: “Ellos son escoria, gérmenes que deben ser metódicamente erradicados....” Oral Pleadings of Nov. 20, 2000, Congo v. Belgium, supra nota 19, http://www.uparis2.fr/cij/icjwww/idocket/iCOBE/iCOBEcr/iCOBE_icr2000-32_ translation.htm. 213 Loi du 16 juin 1993 relative à la répression des infractions graves aux Conventions internationales de Genève du 12 août 1949 et aux Protocols I et II du 8 juin 1977, additionnels à ces Conventions, Moniteur Belge, Aug. 5, 1993, 17751 (Belg.). 214 Congo contra Bélgica, supra nota 19. Originalmente, la República Democrática del Congo había basado su reclamo tanto en objeciones a la jurisdicción universal como en argumentos según los cuales Yerodia debería ser inmune de persecución. En el curso del litigio, Congo abandonó la primera alegación, y ello impidió que la CIJ se ocupara de ella. 215 Congo contra Bélgica, supra nota 19 (opinión separada del juez ad hoc Bula-Bula), párr. 79; Congo contra Bélgica, supra nota 19 (opinión disidente de la juez ad hoc Van den Wyngaert), párr. 87. 69 Delaware del derecho penal internacional.216 De hecho, a consecuencia de Congo contra Bélgica, los legisladores belgas que apoyaban la jurisdicción universal expansiva introdujeron normas para reafirmar la potestad de Bélgica de continuar con sus persecuciones penales. Los eventos subsiguientes se sucedieron a un ritmo alarmante. En marzo de 2003, a iniciativa de miembros de las familias de algunos civiles muertos en la Guerra del Golfo de 1991, los fiscales belgas iniciaron una investigación contra el ex presidente George H.W. Bush, el vicepresidente Dick Cheney, el secretario de Estado Collin Powell, y el general retirado Norman Schwartzkopf, con relación al bombardeo del refugio al-Amiriya de Baghdad.217 Bélgica enmendó presurosamente su ley para excluir tan vergonzosas persecuciones penales en el futuro; sin embargo, en una reunión de junio de la OTAN, el secretario de defensa de Estados Unidos Ronald Rumsfeld amenazó con mudar los cuarteles centrales de la OTAN de Bruselas a menos que la ley belga fuera derogada. 218 En julio de 2003, Bélgica reaccionó sucumbiendo a la presión norteamericana. La legislatura belga enmendó la ley para que rigiera solamente si la víctima o el acusado eran un ciudadano belga o un residente de largo plazo al tiempo del crimen invocado, y para acordar inmunidad a los altos funcionarios de gobierno. 219 Por lo tanto, no es más una ley de jurisdicción universal. En un sentido, esta historia ofrece una lección que advierte acerca de la imprudencia que constituye una ley de jurisdicción universal agresiva y pretenciosa, y es de imaginar que este sea el fin de la jurisdicción universal, porque de aquí en más ningún país se arriesgará a despertar la ira norteamericana.220 Nadie quiere convertirse en un segundo Ícaro. En otro sentido, por supuesto, el hecho de que Bélgica fuera obligada a abandonar su ambicioso proyecto nada prueba acerca de la sensatez o de la sabiduría de la jurisdicción universal en cuanto principio. En la discusión que sigue, adopto la última perspectiva. Como veremos, se pueden brindar importantes argumentos en contra de la jurisdicción universal, pero el mero hecho de que el gobierno de Estados Unidos se le oponga agresivamente no es uno de ellos. A. La opinión separada del juez Bula-Bula Entre las numerosas opiniones separadas en Congo contra Bélgica, se destaca la sorprendente diatriba del juez ad hoc Bula-Bula (representante de la República Democrática del Congo en la Corte). La extensa, no convencional y frecuentemente [NdelT] El Estado norteamericano de Delaware es considerado un paraíso fiscal. Para una discusión clara de los sucesos belgas, véase Reydams, supra nota 171, ps. 106-18. No sin razón, Reydams describe el suceso como “una auténtica telenovela judicial”. Id. p. 109. 217 US Leaders Named in War Crimes Charges, en Indep. (London), Mar. 19, 2003, 8. 218 Vernon Loeb, Rumsfeld Says Belgian Law Could Imperil Funds for NATO, en Wash. Post, June 13, 2003, A24. 219 Belgium Scales Back Its War Crimes Law Under U.S. Pressure, en N.Y. Times, Aug. 1, 2003, A6; War Crimes Bill Eased by Belgium, en Wash. Post, Aug. 2, 2003, A17. 220 Véase Glenn Frankel, Belgian War Crimes Law Undone by its Global Reach; Cases Against Political Figures Sparked Crises, en Wash. Post, Sept. 30, 2003, A1. En palabras de uno de los partidarios de la ley: “‘No perdimos todo, pero perdimos mucho. Tenemos que vivir en el mundo real. Era una ley excelente, pero desafortunadamente fue utilizada de un modo político, y al final retrocedimos más de lo que avanzamos. Es un revés.’” Id., A15. 216 70 muy apasionada opinión denuncia el intento de Bélgica de “ponerse en fiscal de toda la humanidad, en otras palabras, de esgrimir el derecho a redimir el sufrimiento humano a través de las fronteras nacionales y a lo largo de las generaciones.”221 Pero Bula-Bula levanta también un número de acusaciones políticas más específicas contra Bélgica. Para él, Bélgica no es meramente culpable de arrogancia moral. Bélgica es culpable de mala fe política. Bula-Bula recuerda a sus lectores que Bélgica fue la metrópolis colonial del Congo, infligiendo males repulsivos al pueblo congoleño durante décadas.222 Además, durante la guerra civil que siguió a la descolonización, Bélgica estuvo seriamente implicada en el asesinato del primer ministro nacionalista Patrice Lumumba (un hecho que Bula-Bula califica como “crimen contra la humanidad”)223; y Bula-Bula nos recuerda que Yerodia era un lumumbista en el gobierno de su correligionario lumumbista Laurent Kabila.224 Según Bula-Bula, la única razón por la que Yerodia fue expulsado del gobierno de Kabila fue la intervención de Bélgica a favor de un partido opositor congoleño.225 Encuentra “de lo más singular” que de todos los líderes mundiales investigados por Bélgica, ella expidiera una orden de arresto sólo para Yerodia, dando mientras tanto marcha atrás, tanto como podía, con la políticamente vergonzosa persecución penal de Sharon.226 Bula-Bula tampoco deja de llamar la atención acerca de la continua “explotación ilegal de los recursos naturales” por parte de las empresas belgas en la República Democrática del Congo;227 pregunta ácidamente por qué Bélgica no ejerce su jurisdicción territorial persiguiendo penalmente a aquellas compañías.228 Más significativamente, destaca las muertes de millones de congoleños en la reciente guerra contra Ruanda y Uganda –muertes ampliamente ignoradas por la prensa occidental— y pregunta por qué nadie parece estar ávido por perseguirlas penalmente como crímenes internacionales.229 En pocas palabras, Bélgica no solamente se está erigiendo a sí misma en el “fiscal de toda la raza humana”, sino que también está actuado de dudosa fe para perpetuar el “caos neocolonialista” que sirve a sus propios intereses.230 Para los abogados de derechos humanos que aplaudían la magnífica aventura de la jurisdicción universal de Bélgica y que daban por descontada la pureza de sus motivos, estas acusaciones –para no mencionar la ácida invectiva del voto de BulaBula– deberían servir de importante advertencia. Debería decir, lisa y llanamente, que no tengo idea de en qué medida las acusaciones de Bula-Bula son verdaderas, aunque el papel de Bélgica en la muerte de Lumumba esté actualmente fuera de toda discusión 221 Congo contra Bélgica, supra nota 19 (opinión separada del juez ad hoc Bula-Bula), párr. 81. Id. n.81 (que cita a Hochschild, supra nota 112). Véase, en general, Hochschild, supra nota 112. 223 Congo contra Bélgica, supra nota 19 (opinión separada del juez ad hoc Bula-Bula), párr. 8-11. 224 Id. párr. 14. 225 Id. párr. 23. 226 Id. párr. 80. 227 Id. párr. 13. 228 Id. párr. 14. 229 Id. párr. 72, 82. De hecho, sin embargo, el Congo presentó una demanda por genocidio contra Ruanda ante la CIJ. Press Release 2002/15, Int'l Court of Justice, The Democratic Republic of the Congo Initiates Proceedings Against Rwanda Citing Massive Human Rights Violations by Rwanda on Congolese Territory (May 28, 2002), http://www.icj- cij.org/icjwww/ipresscom/ipress2002/ipresscom200215_crw_20020528.htm. 230 Congo contra Bélgica, supra nota 19 (opinión separada del juez ad hoc Bula-Bula), párr. 75, 25. 222 71 seria y las millones de muertes recientes en el Congo hayan sido adecuadamente documentadas. La juez ad hoc por Bélgica, Christine Van den Wyngaert, niega cualquier falta de Bélgica.231 Pero aun si las acusaciones de conspiración de Bula-Bula resultan ser falsas, ellas son verosímiles y pocas dudas puede haber acerca de que serán ampliamente creídas en la mayor parte del mundo. La tendencia de uno sería a concluir que cualquier Estado, excepto Bélgica, debería llevar a cabo la persecución penal en el caso Yerodia. La realidad es que sin reparar en los motivos de Bélgica, el caso Yerodia se refiere a acusaciones graves y eminentemente perseguibles. En este punto, de todos modos, la opinión del juez Bula-Bula no es satisfactoria. Ciertamente, destaca que los belgas del siglo diecinueve utilizaron acusaciones de barbarie nativa como excusa para el colonialismo, e insinúa que Bélgica sigue con sus viejos trucos.232 Sobre los hechos del caso, sin embargo, ofrece la no sorprendente noticia de que la República Democrática del Congo rechaza los cargos contra Yerodia y la absurda confirmación de que “los presidentes de la Asociación de Abogados congoleños afirmaron ante la prensa local, el día después de la notificación de la orden [belga]…que el expediente estaba vacío.”233 El caso Yerodia pone fuertemente de manifiesto los aspectos problemáticos y esperanzadores de la jurisdicción universal, entendida como un sustituto de la jurisdicción vigilante. La persecución penal bien puede representar un abuso político del proceso jurídico para fines mezquinos; por otra parte, puede representar la única esperanza de llevar ante la Justicia al instigador de una masacre. De manera perturbadora, puede representar ambas cosas a la vez. En la teoría aquí presentada, la pregunta fundamental sería si la persecución penal belga satisface las exigencias de la justicia natural. Mínimamente, la justicia natural exige tribunales honestos con procedimientos honestos e investigación fidedigna. Aun suponiendo que los tribunales belgas satisfagan estos requerimientos mínimos, sin embargo, la creíble posibilidad de que la persecución penal de Bélgica sea el resultado de motivos políticos mezquinos puede en sí misma violar la justicia natural. En tal caso, la jurisdicción de Bélgica es un error, aun si ella está en lo correcto al ejercer su jurisdicción en sus otros casos de alta repercusión, donde no tiene ningún interés político en la disputa.234 231 Congo contra Bélgica, supra nota 19 (opinión disidente de la juez ad hoc Van den Wyngaert), párr. 87. 232 Congo contra Bélgica, supra nota 19 (opinión separada del juez ad hoc Bula-Bula), párr. 50. Id. párr. 71. 234 Sin embargo, Luc Reydams ofrece críticas adicionales sobre el apego de Bélgica a los requerimientos de la justicia natural en sus casos de jurisdicción universal; críticas que, si son acertadas, se aplican de manera general. Señala las notables demoras en el juicio de los cuatro genocidas ruandeses (cinco años), y remarca, “Tal demora es difícilmente conciliable con el derecho a ser juzgado dentro de un plazo razonable.” Reydams, supra nota 171, p. 111. Desarrolla la crítica de “la brecha entre el propósito de la legislatura belga (el establecimiento de la jurisdicción universal mucho más allá de las obligaciones de los tratados) y la evidente falta de capacidad institucional del sistema doméstico de justicia criminal,” y comenta además: 233 72 B. Las opiniones referidas a la jurisdicción universal En este trabajo, he defendido el eclecticismo jurisdiccional, el punto de vista según el cual cualquier tribunal que ofrezca una aproximación aceptable a la justicia natural puede juzgar crímenes contra la humanidad. Este punto de vista presupone que cualquier tribunal puede ejercer jurisdicción sin importar su conexión territorial o nacional con el crimen, lo que a su turno implica jurisdicción universal. Como fuera mencionado arriba, la CIJ en Congo contra Bélgica no resolvió, finalmente, sobre la legitimidad de la ley de jurisdicción universal de Bélgica según el derecho internacional; sin embargo, algunas opiniones se ocuparon del asunto. Efectivamente, ocho opiniones, que representan a diez de los dieciséis jueces de la Corte, consideraron la jurisdicción universal. Disintieron casi equitativamente acerca de la legitimidad de la jurisdicción universal, con cinco jueces que la apoyaron,235 cuatro que se opusieron a ella,236 y uno (el juez Oda) que consideró que el derecho actual era demasiado dudoso como para decidir. 237 El caso actualmente pendiente de resolución ante la CIJ entre Congo y Francia se ocupará específicamente del asunto de la jurisdicción universal que Congo contra Bélgica no llegó a alcanzar; 238 mientras tanto, los votos de este último caso permiten comprender un poco mejor las discrepancias entre enfoques contrapuestos. Las consideraciones más exhaustivas de jueces no partidarios aparecen en la opinión a favor de la jurisdicción universal de los jueces Higgins, Kooijmans, y Buergenthal y en la opinión en contra de la jurisdicción universal del presidente Guillaume.239 Guillaume tiene el punto de vista más negativo, sosteniendo que la jurisdicción universal crearía “caos judicial” que beneficiaría solamente a los poderosos. 240 De manera significativa, sostiene que “el derecho internacional sólo conoce un caso verdadero de jurisdicción universal: la piratería”241; un criterio de la jurisdicción universal sustancialmente más restringido que el de la mayoría de los académicos y juristas. El derecho convencional, observa Guillaume, frecuentemente incorpora obligaciones de juzgar o extraditar (aut dedere aut prosequi), pero autoriza sólo La presencia en Bélgica de presuntos genocidas ruandeses ilustra esto: cuatro fueron juzgados luego de una injustificable demora, a una docena o más se los deja en paz. La situación aviva la crítica según la cual los procesos in absentia contra los villanos del mundo son decorados de vidriera....El resultado fue absurdo: un pequeño país (sin un sistema demasiado eficiente de justicia criminal) asume poderes más amplios que la CPI. Id. p. 118. 235 Congo contra Bélgica, supra nota 19 (opinión separada del juez Koroma), párr. 9; id. (opinión disidente de la juez ad hoc Van den Wyngaert), párr. 59; id. (opinión separada de los jueces Higgins, Kooijmans & Buergenthal), párr. 65. 236 Id. (opinión separada del presidente Guillaume), párr. 16; id. (declaración del juez Ranjeva), párr. 12; id. (opinión separada del juez Rezek), párr. 6; id. (opinión separada del juez ad hoc Bula-Bula), párr. 79. 237 Id. (opinión disidente del juez Oda), párr. 12. 238 Véase Congo contra Francia, supra nota 20. 239 Los jueces “partidarios” eran la juez Van den Wyngaert (juez ad hoc por Bélgica) y el juez Bula-Bula (juez ad hoc por la República Democrática del Congo). 240 Congo contra Bélgica, supra nota 19 (opinión separada del presidente Guillaume), párr. 15. Debería observarse que el presidente Guillaume es una distinguida autoridad en jurisdicción universal. Véase Guillaume, supra nota 165. 241 Congo contra Bélgica, supra nota 19 (opinión separada del presidente Guillaume), párr. 12. 73 “subsidiariamente” la jurisdicción universal para los delincuentes que los Estados eligen no extraditar, no una auténtica jurisdicción universal. 242 Finalmente, Guillaume objeta que “[l]a jurisdicción universal in absentia tal como fuera aplicada en el presente caso es desconocida en el derecho internacional”.243 El primero de estos argumentos no es convincente. El segundo es más complejo; sugeriría que la lectura de Guillaume del estado actual del derecho internacional presupone la misma conclusión que intenta probar, a saber: que la jurisdicción universal debe estar subordinada a otros principios jurisdiccionales. Y la objeción a la jurisdicción universal in absentia resulta ser, creo, solamente una variante del argumento más general en contra de la jurisdicción universal, a saber: que viola los derechos soberanos tradicionales de los Estados. Me ocupo de estos puntos en orden. Evidentemente, el argumento de Guillaume del “caos judicial” presenta la imagen de una multitud de Estados peleándose por la jurisdicción para juzgar criminales internacionales, con los poderosos atrapando a los acusados que quieren juzgar y protegiendo a aquéllos que no. Verdaderamente, esta es una horrible posibilidad, como incluso la juez Van den Wyngaert admite.244 Pero Guillaume pasa por alto el hecho de que la misma posibilidad de caos judicial frecuentemente existe sin jurisdicción universal. Después de todo, según los principios jurisdiccionales aceptados, los Estados pueden perseguir penalmente delitos cometidos por cualquiera dentro de sus propios límites territoriales, o por sus propios nacionales dondequiera que sea, o por no nacionales en el extranjero cuyos crímenes tengan sus efectos en el territorio de un Estado, o cuyas víctimas sean nacionales, o cuyos crímenes lesionen los intereses de seguridad nacional de un Estado.245 De manera realista, esta abundancia de opciones jurisdiccionales significa que, en virtud del derecho existente, tres o más Estados –el Estado territorial en donde la conducta ocurrió, el Estado nacional del autor, y los Estados de las víctimas— frecuentemente tendrán jurisdicción concurrente sobre el delincuente, pero ello no ha tenido al caos judicial como resultado. En lugar de ello, la prioridad jurisdiccional es establecida a través de recursos diplomáticos y del balance de los intereses de los diferentes Estados.246 Guillaume no ofrece razón alguna para creer Id. “Subsidiarimente” significa que un Estado que detente la custodia de los sospechosos puede ejercer jurisdicción universal sobre ellos sólo si por razones no relacionadas con el crimen ellos no pueden ser extraditados. Véase Reydams, supra nota 171, ps. 29-31, para un esbozo de la historia temprana de la jurisdicción universal. En esta parte de la argumentación, recurro en gran medida al magnífico libro de Reydams. Advierto, sin embargo, que Reydams es menos favorable a la jurisdicción universal de lo que lo soy yo, y llega a la conclusión opuesta sobre Congo contra Bélgica, aprobando la opinión de Guillaume y criticando la de Higgins, Kooijmans, y Buergenthal. Id. ps. 227-31. 243 Congo contra Bélgica, supra nota 19 (opinión separada del presidente Guillaume), párr. 12. 244 Congo contra Bélgica, supra nota 19 (opinión disidente de la juez ad hoc Van den Wyngaert), párr. 87. 245 Respectivamente, estas caen bajo el principio territorial subjetivo, el principio de la nacionalidad, el principio territorial objetivo o de los efectos, el principio de la personalidad pasiva, y el principio de protección, todos los cuales son fundamentos de jurisdicción bien establecidos. Restatement (Third) of the Foreign Relations Law of the United States § 402 (1987) (en adelante Restatement). 246 Un ejercicio razonable de jurisdicción y un balance de los intereses legales es requerido en Inst. of Int'l Law, Draft Resolution on the Extraterritorial Jurisdiction of States, art. 4.1 (1993), reimpreso en 65-II Y.B. Inst. Int'l L., 133 (1993). De manera similar, la Restatement of the Foreign Relations Law de los Estados Unidos limita los ejercicios “irrazonables” de jurisdicción por parte de los Estados aun cuando 242 74 que la situación sería diferente en virtud de la jurisdicción universal. Además, el argumento de Guillaume del caos judicial presupone a múltiples Estados –y tal vez la CIJ— peleando por el derecho a perseguir penalmente crímenes internacionales, cuando en realidad los Estados se han demostrado renuentes a involucrarse en estos casos.247 A continuación, considérese el argumento de Guillaume según el cual el derecho internacional convencional no reconoce la jurisdicción universal, excepto en el caso de la piratería, sino más bien acepta sólo “subsidiariamente” la jurisdicción aut dedere aut prosequi. Docenas de tratados internacionales contienen cláusulas aut dedere aut prosequi, todas las cuales siguen el mismo formato: los tratados obligan a quienes en ellos son parte a extraditar o a perseguir penalmente a aquéllos acusados de ciertos crímenes (tales como piratería aérea o tortura oficial) y además obligan a quienes en ellos son parte a establecer legislativamente su jurisdicción para perseguir estos crímenes. La cuestión es si la jurisdicción establecida de acuerdo con estos tratados es invariablemente subsidiaria. Los tratados de derecho penal internacional modernos se dividen en tres grupos distintos.248 Los primeros, y más antiguos, efectivamente establecen sólo jurisdicción universal subsidiaria. Contienen términos explícitos que declaran que el Estado de detención puede perseguir a un no nacional sólo si la extradición ha sido solicitada y no puede ser concedida por razones no relacionadas con el crimen.249 Al condicionar la persecución penal al fracaso de la extradición, estos tratados dejan en claro que la jurisdicción universal es subsidiaria a otras formas de jurisdicción. Sin embargo, comenzando por el Convenio para la represión del apoderamiento ilícito de aeronaves de 1970, conocido comúnmente como “Convenio de La Haya sobre piratería aérea”, más de veinte tratados han adoptado cláusulas aut dedere aut prosequi que no contienen términos que condicionen la persecución penal a la no extradición.250 Más significativamente, todos estos tratados incorporan referencias explícitas a que el tratado “no excluye ninguna jurisdicción criminal ejercida de acuerdo con el derecho uno de los principios jurisdiccionales sea satisfecho, y brinda una lista de ocho factores cuyo balance determina la razonabilidad de la jurisdicción. Restatement, supra nota 245, § 403. Admitamos que el test de razonabilidad de la Restatement no se aplica a la jurisdicción universal, pero nada en la Restatement llega a sugerir que las disputas jurisdiccionales que involucren invocaciones de jurisdicción universal no serían resueltas del mismo modo en que lo sean otras disputas de jurisdicción concurrente. Véase id. § 404. 247 Por ejemplo, en 1997 los Estados Unidos hicieron lobby en varios Estados que tenían leyes de jurisdicción universal para juzgar al líder de Khmer Rouge, Pol Pot, pero todos ellos se negaron. Véase Elizabeth Becker, U.S. Spearheading Effort To Bring Pol Pot to Trial, en N.Y. Times, June 23, 1997, A1. 248 Reydams, supra nota 171, ps. 43-68. 249 Éstos incluyen las convenciones previas a la II Guerra Mundial sobre falsificación de moneda, sobre la represión del tráfico ilícito de drogas peligrosas, y para la prevención y el castigo del terrorismo. Reydams, supra nota 171, ps. 44-47. 250 Convention for the Suppression of Unlawful Seizure of Aircraft, Dec. 16, 1970, art. 7, 22 U.S.T. 1641, 1646, 860 U.N.T.S. 105, 109 (en adelante Convenio de La Haya sobre piratería aérea). Para un resumen de las cláusulas aut dedere aut prosequi en numerosas convenciones multilaterales, véase M. Cherif Bassiouni, Universal Jurisdiction for International Crimes: Historical Perspectives and Contemporary Practice, 42 Va. J. Int'l L., 81, ps. 122-134 (2001). 75 nacional”.251 En otras palabras, las obligaciones de los tratados disponen solamente un límite mínimo al ejercicio de jurisdicción, no un límite máximo. Dado que estos tratados requieren a las partes que establezcan jurisdicción universal y no imponen condiciones a su ejercicio, parece que la jurisdicción universal establecida en virtud de ellos no es meramente subsidiaria.252 El tercer grupo de tratados alienta aún más el argumento según el cual la jurisdicción universal no subsidiaria existe en el derecho convencional: estos tratados, incluyendo la Convención internacional para la represión y el castigo del crimen del apartheid y las Convenciones de Ginebra de 1949, claramente permiten a los Estados juzgar a presuntos criminales de cualquier nacionalidad. 253 Evidentemente estas convenciones contemplan una jurisdicción universal plena; la misma jurisdicción universal cuya existencia Guillaume niega. En síntesis, la jurisdicción universal no subsidiaria existe en el Derecho internacional en mayor medida que la que Guillaume reconoce. Por supuesto, los tratados frecuentemente contienen ambigüedades, y estos no son excepciones; los juristas han interpretado ampliamente la jurisdicción universal incluida en ellos, como yo lo he hecho, pero también más restrictivamente.254 Sin embargo, el núcleo de la disputa no versa sobre el análisis meticuloso de la terminología de los tratados. Se refiere a una diferencia fundamental en el enfoque interpretativo; la misma que existe entre estatismo y cosmopolitismo que a cada momento reaparece en la discusión sobre los crímenes contra la humanidad. Maurice Travers, por ejemplo, escribió en 1920 que la jurisdicción universal irrestricta “va contra la naturaleza del derecho penal y contra el concepto mismo de Estado.”255 Dieciséis años más tarde, Mikliszanski respondió que la jurisdicción universal: se sitúa al nivel filosófico, al nivel de la naturaleza misma de la norma penal: despojando a la última del carácter estatal-territorial que le ha sido erróneamente 251 Convenio de La Haya sobre piratería aérea, supra nota 250, 22 U.S.T., 1645, 860 U.N.T.S., 108. Para una discusión sobre terminología similar en otras convenciones multilaterales, véase Bassiouni, supra nota 250, ps. 122-134. 252 Una réplica a este argumento es que el Convenio de La Haya sobre piratería aérea y otras que imitan sus formulaciones obligan a los Estados parte a establecer jurisdicción universal respecto al delito solamente “en el caso de que el presunto delincuente se halle en su territorio y no lo extradite....” Convenio de La Haya sobre piratería aérea, supra nota 252, 4(2), 22 U.S.T. 1645, 860 U.N.T.S., 108. Pero esta cláusula limita solamente la obligación de los Estados de establecer jurisdicción universal, no el alcance de la jurisdicción universal que establecen. 253 International Convention on the Suppression and Punishment of the Crime of Apartheid, Nov. 30, 1973, arts. 4(b), 5, 13 I.L.M. 50, 54 (1976); Geneva Convention Relative to the Treatment of Prisoners of War, Aug. 12, 1949, art. 129, 6 U.S.T. 3316, 3418, 75 U.N.T.S. 135, 236 (en adelante III Convención de Ginebra); Geneva Convention Relative to the Protection of Civilian Persons in Time of War, Aug. 12, 1949, art. 146, 6 U.S.T. 3516, 3616, 75 U.N.T.S. 287, 386 (en adelante IV Convención de Ginebra). Véase la discusión de estas Convenciones en Reydams, supra nota 171, ps. 53-56, 59-61. 254 Por ejemplo, el juez Guillaume -quien participó en la redacción del Convenio de La Haya sobre piratería aérea- ha sostenido que el tratado incorpora la subsidiariedad. Véase Guillaume, supra nota 171, ps. 33-35. Para una interpretación igualmente restrictiva de las cláusulas de jurisdicción universal en las Convenciones de Ginebra, véase Reydams, supra nota 171, ps. 54-55. 255 Maurice Travers, 1 Le droit pénal international et sa mise en oeuvre en temps de paix et en temps de guerre, 75 (1920), citado y traducido en Reydams, supra nota 171, p. 32. 76 atribuido, y conservando solamente su verdadero y único valor que es ser fundamental y únicamente humana. 256 Si Usted comienza, como lo hace Travers, por el punto de vista según el cual el orden tradicional de los Estados constituye la materia esencial del derecho internacional, parece inevitable que el alcance de la jurisdicción termine donde terminan las potestades usuales de los Estados. Tradicionalmente, los Estados ejercen soberanía sobre su territorio y sus nacionales, y tienen derecho a proteger a su pueblo y sus intereses vitales. Estas proposiciones elementales de teoría política dan origen a los principios de jurisdicción territorial, de la nacionalidad, de la personalidad pasiva y de protección. Un cosmopolita, por otra parte, toma en serio la idea de que al reconocer los crímenes contra la humanidad, el derecho intenta expurgar estas conductas del repertorio político de los Estados. El cosmopolita ya no supone que la teoría política de la soberanía establezca los incumplimientos en derecho internacional. El interés de la humanidad tiene prioridad. Consecuentemente, el cosmopolita interpretará las cláusulas de jurisdicción universal en los tratados sin suponer incumplimientos tácitos a los principios tradicionales basados en la soberanía. La opinión del juez Guillaume adopta la postura estatista, mientras que la de la juez Van den Wyngaert adopta la cosmopolita. El debate gira en torno a los presupuestos de teoría política que los intérpretes desaprueban. En efecto, la interpretación de Guillaume de los tratados presupone lo que desea demostrar; que la jurisdicción universal plena no existe en el Derecho convencional. A medida que avanzamos en el tiempo desde los tratados de pre-guerra hasta el “Convenio de La Haya sobre piratería aérea”, y luego hasta las Convenciones contra el apartheid y la tortura, 257 la postura estatista retrocede y se torna menos creíble como una interpretación de la historia que reflejen los tratados. ¿Qué decir acerca del argumento de Guillaume según el cual la jurisdicción universal in absentia es “desconocida en el derecho internacional”? 258 A mi modo de ver, el tema “in absentia” es mucho menos importante de lo que a primera vista pueda parecer. Hablar de “jurisdicción universal in absentia” evoca la imagen de una parodia judicial en la cual Yerodia es juzgado y condenado en su ausencia, sin una defensa; un grave ultraje a los requerimientos de la justicia natural. Pero nada por el estilo estaba ocurriendo. Bélgica inició una investigación contra Yerodia in absentia, y expidió una orden de arresto para intentar introducirlo en Bélgica. La verdadera cuestión no es el proceso judicial in absentia, sino el esfuerzo de Bélgica por obtener la detención de Yerodia in absentia para ejercer jurisdicción que no es in absentia. Tradicionalmente, jurisdicción universal significó jurisdicción de detención [custodial jurisdiction]: el Estado de detención de un sospechoso lo investigaba y lo juzgaba. Primero venía la detención, luego la investigación. Aquí Bélgica investigó primero y luego intentó 256 K. Mikliszanski, Le système de l'universalité du droit de punir et le droit pénal subsidiare, Revue de Science Criminelle et de Droit Pénal Comparé 331, p. 333 (1936), citado y traducido en Reydams, supra nota 171, ps. 33-34. La investigación de Reydams sobre los debates de los tratados, las resoluciones internacionales y los proyectos oficiales y estudios da cuenta del mismo desacuerdo que aflora una y otra vez. Reydams, supra nota 171, ps. 43-80. 257 Véanse supra notas 251-53. 258 Véase Congo contra Bélgica, supra nota 19 (opinión separada del juez Guillaume), párr. 12. 77 obtener la detención. Es difícil entender por qué algo de vital importancia pueda girar en torno a la secuencia de los acontecimientos. 259 Congo sostenía que intentando obtener la detención de un nacional congoleño que no estaba en el territorio belga, y que no había lesionado los intereses belgas, Bélgica estaba violando los derechos soberanos del Congo. Por lo pronto, sin embargo, la respuesta es clara: suponer que un Estado tenga un derecho soberano a proteger a los autores de crímenes contra la humanidad es simplemente soslayar la cuestión. Finalmente, entonces, el argumento contra la jurisdicción universal in absentia no es más fuerte -en realidad, no es diferente- que el argumento global en contra de la jurisdicción universal.260 Se apoya en una visión según la cual los derechos soberanos de los Estados prevalecen sobre el interés en perseguir penalmente los crímenes contra la humanidad, y esa es precisamente la premisa que los cosmopolitas son renuentes a aceptar. Sólo dedicaré algunas pocas palabras a la opinión de Higgins-KooijmansBuergenthal, que se aproxima mucho al eclecticismo jurisdiccional que propicio, y con la que concuerdo ampliamente. Los tres jueces creen que el derecho internacional está evolucionando en dirección a la jurisdicción universal sobre crímenes contra la humanidad, y propician “una estrategia flexible, en la cual los tribunales penales internacionales recientemente establecidos, las obligaciones de los tratados y los tribunales nacionales tengan todos un rol que jugar.”261 Su “estrategia flexible” no especifica que los requerimientos de la justicia natural deban determinar qué rol juega cada institución; pero nada de lo que dicen excluye estos requerimientos, y flexibilidad jurisdiccional es otro nombre para eclecticismo jurisdiccional. C. La inmunidad y el fin de la política 'como siempre' La doctrina principal de la sentencia Congo contra Bélgica limita la capacidad de los terceros para perseguir penalmente crímenes contra la humanidad contra funcionarios de otros países en ejercicio del cargo. La CIJ halla una norma de derecho internacional consuetudinario que inmuniza a los ministros del exterior en ejercicio del cargo –y, por implicancia, a una clase potencialmente más amplia de altos funcionarios gubernamentales— contra la persecución penal de terceros. 262 El fundamento de la 259 Ciertamente, intentar obtener la detención de un sospechoso en el extranjero para juzgarlo no es “desconocido en el derecho internacional,” incluso en virtud de una teoría de jurisdicción universal. Un ejemplo es el caso Pinochet, donde el Reino Unido detuvo a Pinochet estando pendiente un proceso de extradición iniciado por España por crímenes de jurisdicción universal. Véase Regina v. Bow St. Metro. Stipendiary Magistrate and Others, Ex parte Pinochet Ugarte, (2000) 1 A.C. 147 (en adelante Pinochet III); infra nota 264 (que discute el caso Pinochet). Véase también United States v. Yunis, 924 F.2d 1086 (D.C. Cir. 1991) (que afirma la jurisdicción universal respecto a un jordano que había secuestrado un avión de pasajeros en el Líbano; los Estados Unidos obtuvieron la detención de Yunis llevándolo mediante engaños a un yate y arrestándolo cuando entró en aguas internacionales. 260 Considero que esto es lo importante de la opinión de Higgins-Kooijmans-Buergenthal. Véase Congo contra Bélgica, supra nota 19 (opinión separada de los Jueces Higgins, Kooijmans, y Buergenthal), párr. 53-58. 261 Véase id. párr. 51-52. 262 Los fundamentos son trémulos porque, como la juez Van den Wyngaert señala en su opinión disidente, la Corte no se molesta en demostrar -y probablemente no podría demostrar- una práctica estatal de 78 inmunidad es funcional –los ministros del exterior deben poder viajar libremente por el mundo para llevar adelante las políticas exteriores de sus países. 263 El mismo argumento puede extender el alcance de la inmunidad a los ministros de finanzas y a otros cuyos puestos requieran viajes internacionales. Una contestación a este argumento podría ser que nada obliga a los Estados a designar a presuntos criminales contra la humanidad en puestos diplomáticos importantes, y que tal vez deberían hacerlo solamente a su propio riesgo. Pero muchos regímenes en el mundo están empapados de sangre, con todos sus cuerpos dirigentes implicados hasta cierto punto en graves crímenes. Las otras naciones deben poder mantener, de todas formas, relaciones diplomáticas con regímenes criminales; consecuentemente, sus ministros del exterior requieren inmunidad. El caso difiere en poco a respetar las banderas blancas de modo tal que los ejércitos criminales puedan enviar emisarios para negociar. En virtud de razones prácticas, es difícil ver cómo la CIJ podría haber decidido la cuestión de la inmunidad de manera diferente. Pero la teoría que subyace tras la sentencia soslaya la cuestión de la misma forma que los argumentos en contra de la jurisdicción universal. Supone que el derecho internacional consuetudinario de la inmunidad, cuyo propósito es permitir las relaciones diplomáticas como siempre, se aplica aun cuando el diplomático de la otra parte pueda haber cometido crímenes contra la humanidad. Hace de la diplomacia entre Estados la razón de ser del derecho internacional. Pero la idea que está detrás de la prohibición de los crímenes contra la humanidad es que estos crímenes nunca deberían ser tolerados en el ámbito de la política. La CIJ no reconoce que el derecho internacional se aparta de sus premisas estatistas precisamente en la medida en que reconoce la categoría de crímenes contra la humanidad. La sentencia en Congo contra Bélgica deja ver la brecha infranqueable entre las perspectivas de los Estados y sus víctimas humanas individuales. Los Estados son una necesidad inevitable; los Estados son también una terrible amenaza. Esta doble realidad es una parte esencial de la condición humana, y el argumento a favor de la inmunidad de los altos funcionarios estatales con manos ensangrentadas exhibe a la naturaleza política de nuestra existencia en su aspecto más duro y preocupante. Una salida a este dilema -una salida, que por extraño que parezca, la CIJ no siguió en Congo contra Bélgica- es el camino elegido por los Law Lords de Gran Bretaña en su decisión final en el caso Pinochet.264 Ellos se enfrentaron con un tema inmunizar a los ministros del exterior acusados de crímenes contra la humanidad. Véase Congo contra Bélgica, supra nota 19 (opinión disidente de la juez ad hoc Van den Wyngaert), párr. 11-23. Simplemente no existe prueba documental de investigaciones y acusaciones de ministros del exterior de otros Estados por crímenes contra la humanidad que hayan sido anuladas invocando una regla de inmunidad, y eso es lo que se necesitaría para probar una regla de derecho internacional consuetudinario. 263 Véase Congo contra Bélgica, supra nota 19, párr. 53. [NdelT]: Comisión de Justicia de la Cámara Alta del Reino Unido. 264 Regina v. Bow St. Metro. Stipendiary Magistrate and Others, Ex parte Pinochet Ugarte, (2000) 1 A.C. 61 (en adelante Pinochet I); Pinochet III, supra nota 259. Augusto Pinochet, el ex líder de Chile, fue detenido en Londres cuando un magistrado español expidió una solicitud de extradición para llevarlo a juicio en España por crímenes cometidos durante su brutal dictadura. La orden original se refería a asesinatos, pero una orden posterior los sustituyó por cargos de tortura y terrorismo. Pinochet reclamó 79 exactamente análogo al de Congo contra Bélgica: los jefes de Estado y ex jefes de Estado ¿gozan ante los tribunales de otros Estados de inmunidad de persecución penal por crímenes internacionales? Las normas que acuerdan inmunidad a los jefes de Estado son muy similares a aquéllas que la CIJ encuentra a favor de los ministros del exterior. Como Lord Millett explica, en el marco de la teoría clásica del derecho internacional -la teoría según la cual “los Estados eran los únicos actores en el plano internacional”265- la inmunidad de los jefes de Estado deriva de la inmunidad de los Estados mismos, porque el jefe de Estado personifica al Estado. De acuerdo con el derecho internacional consuetudinario, un jefe de Estado en ejercicio del cargo goza de inmunidad por todos sus hechos ilícitos, públicos y privados, por respeto a su cargo. Por ejemplo, aun si es un cleptómano que sale a hurtar por las tiendas en países extranjeros, aquél conserva la inmunidad personal, en razón de su cargo, de persecución penal en el extranjero por sus hurtos. Una vez que deja el cargo, sin embargo, pierde inmunidad por sus actos privados. Y entonces otros Estados pueden perseguirlo penalmente por sus anteriores hurtos en las tiendas, porque éstos son actos arquetípicamente privados que no tienen nada que ver con sus funciones como jefe de Estado. Sin embargo, sus actos oficiales conservan su carácter de actos del Estado mismo, y entonces todavía goza de inmunidad, en razón de la materia, de persecución penal por aquellos actos, aún cuando ellos fueran crímenes. En pocas palabras, durante el ejercicio de su cargo es inmune por todos los actos, públicos o privados, pero luego de dejar su cargo conserva la inmunidad sólo por los actos oficiales, y puede ser juzgado penalmente por actos privados cometidos mientras estuvo en funciones así como también por crímenes cometidos antes y después del ejercicio del cargo. La CIJ articula la misma norma a favor de los ministros del exterior en Congo contra Bélgica.266 inmunidad de persecución penal como ex jefe de Estado, pero los Law Lords rechazaron el reclamo en Pinochet I. Posteriormente, la sentencia fue revocada porque uno de los lores votantes en la estrechamente dividida sentencia tenía una conexión oficial con Amnistía Internacional, que había intervenido en el caso. La sentencia que revoca Pinochet I es Regina v. Bow St. Metro. Stipendiary Magistrate, Ex parte Pinochet Ugarte, (2000) 1 A.C. 119 (en adelante Pinochet II). Luego de reabrir el caso, una sala diferente de lores también consideró que Pinochet era extraditable, pero acotó la clase de crímenes por los que podía ser extraditado basándose en una interpretación del requisito de doble criminalidad de la ley de extradición británica. A pesar de que sólo las opiniones en Pinochet III tengan fuerza legal en el Reino Unido, creo que todas las opiniones tanto en Pinochet I como en Pinochet III contribuyen a la importancia del caso para el derecho internacional; Pinochet I fue revocado por motivos ajenos a sus argumentos sobre los asuntos jurídicos, y Pinochet III llegó al mismo resultado que Pinochet I sobre el asunto de la inmunidad, difiriendo de Pinochet I sólo en su interpretación de la ley de extradición británica. Entonces, para el propósito de determinar la contribución del litigio Pinochet al derecho internacional consuetudinario de la inmunidad, todos los discursos en ambos fallos parecen igualmente relevantes. (Lord Hoffman, el miembro de la sala en Pinochet I cuya presunta apariencia de parcialidad condujo a la revocatoria de la sentencia, no pronunció un discurso.) 265 Pinochet III, supra nota 259, 268 (Lord Millett, J., en disidencia). 266 La CIJ estableció la regla como sigue: [U]n ministro de asuntos exteriores…ocupa una posición tal que, como el jefe de Estado o el jefe de gobierno, él o ella es reconocido por el derecho internacional como representante del Estado únicamente en virtud de su cargo….La Corte concluye concordantemente en que…cuando está en el exterior él o ella goza de inmunidad total de jurisdicción criminal e inviolabilidad. Congo contra Bélgica, supra nota 19, párr. 53-54. La Corte continuó indicando, sin embargo, que la inmunidad no sería permanente: [L]uego de que una persona cesa de ocupar el cargo de ministro de asuntos exteriores, él o ella no gozará de la totalidad de las inmunidades concedidas por el derecho internacional en otros Estados. Siempre que tenga jurisdicción según el derecho internacional, un tribunal de un Estado puede juzgar a un 80 El modo de plantear el tema de Lord Millett, enfatizando que el enfoque clásico o estatista del derecho internacional acordaría inmunidad a Pinochet aun por crímenes internacionales horripilantes, suscita precisamente el dilema entre el estatista “como siempre” [“business as usual”] y el interés humano en eliminar los crímenes contra la humanidad del repertorio de la política. Pero los Law Lords encontraron una salida al dilema que a primera vista resguarda la inmunidad de los Estados mientras en realidad acepta el cuadro alternativo. Los ex jefes de Estado gozan de inmunidad en razón de la materia por sus actos oficiales. La cuestión, como los Law Lords la vieron, era si los actos de tortura de Pinochet eran oficiales. Lord Goff of Chieveley consideró que la respuesta es sí: “Las funciones de…un jefe de Estado son funciones gubernamentales, como opuestas a actos privados; y el hecho de que el jefe de Estado ejecute un acto, diferente a un acto privado, que sea criminal no lo priva de su carácter gubernamental.” 267 En Pinochet I, Lord Lloyd of Berwick elaboró este argumento de un modo más claro que cualquiera de las opiniones en Pinochet III. “Por supuesto que es extraño pensar en el asesinato o en la tortura como actos 'oficiales' o como parte de las funciones públicas de un jefe de Estado. Pero si se sustituye 'oficial' por 'gubernamental' entonces la verdadera naturaleza de la distinción entre actos privados y actos oficiales se torna evidente.” 268 Él explica: Es un hecho lamentable que casi todos los líderes de movimientos revolucionarios sean culpables de matar a sus adversarios políticos en el curso de acceder al poder, y que muchos sean culpables de asesinar a sus adversarios políticos con posterioridad para asegurar su poder. Aún no se sugiere (pienso) que el crimen de asesinato coloque a los revolucionarios triunfantes fuera de los límites de la inmunidad en el derecho internacional consuetudinario.269 Sin embargo, la mayoría de los lores en Pinochet III disintieron. El núcleo de su respuesta fue que al menos desde la “Convención contra la tortura”, los actos de tortura “no pueden ser reputados funciones de un jefe de Estado según el derecho internacional cuando el derecho internacional expresamente prohíbe la tortura como medida que un Estado pueda emplear en cualquier circunstancia y la ha convertido en un crimen internacional.”270 En otras palabras: los Estados (y sus personificaciones, jefes y ex jefes de Estado) conservan inmunidad por sus actos oficiales, y entonces la teoría clásica según la cual los Estados deben respetar la dignidad soberana de los otros es mantenida, al menos nominalmente. Pero la tortura ya no puede ser reputada acto oficial. Es esta última conclusión la que tiene implicancias radicalmente humanitarias – implicancias que, si son tomadas en serio, anuncian el final de la teoría clásica. Si ex–ministro de asuntos exteriores de otro Estado respecto a actos cometidos antes o después de su período en funciones, así como respecto a actos cometidos en carácter privado durante ese período en funciones. Id. párr. 61. 267 Pinochet III, supra nota 259, 217 (Lord Goff of Chieveley, J.). 268 Pinochet I, supra nota 264, 96 (Lord Lloyd of Berwick, J.). 269 Id. 270 Pinochet III, supra nota 259, p. 262 (Lord Hutton, J.). Lord Browne-Wilkinson llega a la misma conclusión. Id. ps. 203-05 (Lord Browne-Wilkinson, J.). Él pregunta: “¿Puede decirse que la comisión de un crimen que es un crimen internacional contra la humanidad y jus cogens es un acto hecho en carácter oficial en nombre del Estado?” Id. p. 203. Su respuesta es no. Id. 81 consideramos a la tortura oficialmente auspiciada como una sinécdoque de todos los crímenes contra la humanidad, el razonamiento en efecto concluye en que desde el momento en que el derecho internacional los prohíbe, los crímenes contra la humanidad no pueden formar más una parte lícita de la política. Los actos de Estado permanecen fuera del alcance de los tribunales de otros Estados, pero de ahora en adelante las brutalidades más típicas de la política ya no cuentan como actos de Estado. Esta doctrina concuerda perfectamente con la explicación de los crímenes contra la humanidad aquí ofrecida, en la cual la violencia política auto-polémica viola la naturaleza de la humanidad en tanto animal político y no debería contar más como una parte legítima de la política. Bajo la apariencia de una opinión conservadora, en Pinochet los lores alcanzaron su resultado a través de un argumento profundamente anti conservador, uno que pone un fin jurídico a lo peor de la política que la humanidad haya tenido que soportar hasta ahora. Como se mencionara arriba, las opiniones en Congo contra Bélgica ni siquiera consideran la cuestión de si los discursos de Yerodia eran una función oficial de un ministro del exterior, dado que ellos bien pueden haber sido incitaciones a crímenes contra la humanidad. Si la CIJ lo hubiera hecho, la doctrina Pinochet sugiere que debería haber resuelto la cuestión de la inmunidad de modo diferente.271 Claramente, la CIJ no estaba preparada para hacerlo. Tal vez los jueces entendieron muy bien que aceptar el argumento según el cual los crímenes contra la humanidad son actos ultra vires socavaría profundamente las premisas estatistas del derecho internacional, y consecuentemente la CIJ misma. Veremos. En agosto de 2003, Liberia inició acciones ante la CIJ contra Sierra Leona por expedir una orden de arresto contra el ex presidente liberiano Charles Taylor.272 Por lo tanto, la CIJ se enfrentará con la cuestión de la inmunidad una vez más. X. Conclusión: ¿qué importancia tiene un nombre? Este trabajo ofrece una interpretación de los crímenes contra la humanidad; una interpretación según la cual ellos representan una afrenta a nuestra naturaleza de animales políticos, a nuestro doble carácter de individuos insociablemente sociales que 271 Una cuestión importante que Pinochet III deja irresoluta tiene que ver con qué clase de circunstancias jurídicas transforman a la tortura de un acto oficial en un acto ultra vires. Aquí, los Law Lords disintieron, algunos situaron la fecha en el punto -presumiblemente Núremberg- en el cual la tortura se convirtió en un crimen internacional, otros se centraron en su criminalización en la Convención contra la tortura, y aún otros enfatizaron el hecho de que la Convención contiene una cláusula de jurisdicción universal. Esta pregunta, que puede parecer la clase de tecnicismo aburrido que sólo un abogado o un teólogo pueden amar, tiene implicancias importantes cuando pasamos de la tortura a otros crímenes contra la humanidad. Si la circunstancia jurídica decisiva que los hace ultra vires es su criminalización en un tratado internacional generalizadamente aceptado, entonces el Estatuto de Roma tiene el efecto de quitar la inmunidad de los ex–jefes de Estado ante los tribunales nacionales. Si, por otra parte, la circunstancia decisiva es la aprobación de un tratado que contenga una cláusula de jurisdicción universal, el Estatuto de Roma, que no tiene una cláusula de jurisdicción universal, no cumplirá los requisitos y –según los argumentos de “Pinochet”- la inmunidad permanece intacta. 272 Press Release, Int'l Court of Justice, Liberia Applies to the International Court of Justice in a Dispute with Sierra Leone Concerning an International Arrest Warrant Issued by the Special Court for Sierra Leone Against the Liberian President (Aug. 5, 2003),http://www.icjcij.org/icjwww/ipresscom/ipress2003/ipresscom2003-26_xx_20030805.htm. 82 combinan la autoconsciencia y el propio interés con una necesidad natural de socializar. Este doble carácter, he sostenido, es el aspecto de la humanidad que el derecho intenta proteger; su importancia universal es la razón en virtud de la cual toda la humanidad tiene un interés en criminalizar la violencia atroz y la persecución cometida por grupos organizados contra poblaciones civiles. La interpretación, entonces, explica el sentido en el que los crímenes contra la humanidad son crímenes contra la cualidad de ser humano [humanness] así como crímenes contra la suma de todos los seres humanos [humankind]. Estos son crímenes cometidos por grupos políticamente organizados contra otros grupos en la misma sociedad civil -crímenes que consisten en las atrocidades y humillaciones más bárbaras y que caen fuera del dominio de la autodeterminación soberana. Los crímenes contra la humanidad agreden nuestra individualidad atacándonos exclusivamente debido a los grupos a los cuales pertenecemos, y agreden nuestra sociabilidad transformando las comunidades políticas en trampas mortales. En un mundo que consiste mayormente en organizaciones políticas moteadas y mosaicas, donde grupos distintos viven con recelo uno junto al otro, todo ser humano tiene un interés en asegurar que la política nunca transgreda los límites establecidos por estas leyes. Cualquiera que las viole se convierte en enemigo y blanco legítimo de toda la humanidad. Esto da origen a lo que he calificado como “jurisdicción vigilante”. Sin embargo, también he sostenido que la justicia vigilante, en razón de su propio carácter, viola los preceptos de la justicia natural, y entonces esa jurisdicción vigilante debe ser siempre delegada en tribunales, a condición de que estos se ajusten a los estándares de la justicia natural. Lo importante del argumento es que los tribunales que juzgan crímenes contra la humanidad no están vindicando los intereses estatales, sino más bien los intereses humanos; su obligación es simplemente asegurar que esta vindicación satisfaga la justicia natural. En consecuencia, he defendido el eclecticismo jurisdiccional: cualquier tribunal, nacional o internacional, debería potencialmente tener autoridad para juzgar crímenes contra la humanidad, y la elección del tribunal debería estar basada mayormente en los requerimientos de la justicia natural. Los abogados de tradición jurídica realista bien pueden ser escépticos al proyecto mismo de intentar establecer conclusiones jurídicas analizando conceptos tales como “crímenes contra la humanidad”. Para los realistas, los conceptos son trampas y el análisis conceptual, una distracción. Ellos sostienen que el único significado de los términos jurídicos radica en sus consecuencias prácticas, a ser descubiertas examinando lo que los tribunales realmente hacen con los conceptos. 273 Holmes llega a sugerir que el derecho estaría en mejores condiciones si todos los términos morales fueran reemplazados por palabras artificiales que no entrañaran connotaciones extra jurídicas. 274 De esta forma, ninguno sería erróneamente llevado a suponer que las expresiones jurídicas sean algo más que términos técnicos. Los realistas descartarían la idea de que los “crímenes contra la humidad” tienen algo que ver con la “humanidad” en cualquiera de sus sentidos. “Crímenes contra la 273 Véase Felix Cohen, Transcendental Nonsense and the Functional Approach, 35 Colum. L. Rev., 809, ps. 820-23 (1935). 274 Oliver Wendell Holmes, Jr., The Path of the Law, 10 Harv. L. Rev., 457, p. 464 (1897). 83 humanidad” es sólo una etiqueta semánticamente neutra, que no tiene más estructura interna que la palabra sin sentido “crímenescontralahumanidad”, una palabra para la cual “humanidad” (las últimas nueve letras de una palabra sin sentido) no tiene más relevancia conceptual que “crimenc” (las primeras siete letras). Y proposiciones como “la limpieza étnica es un crimen contra la humanidad” significan nada más que aquéllos responsables de limpieza étnica serán tratados de ciertos modos específicos por los tribunales. Es innecesario decir que rechazo este argumento, tanto en general como en el caso particular de los crímenes contra la humanidad. El derecho difícilmente sea una materia esotérica, y los términos jurídicos están muy lejos de ser especializados como Holmes sugiere. Por supuesto, el derecho contiene algunos términos completamente técnicos -reenvío, citación, dominio pleno- pero la mayoría de los términos jurídicos no son técnicos. ¿Cómo podrían serlo, si se supone que el derecho guíe el comportamiento humano? Cualquier persona alfabetizada, con o sin entrenamiento jurídico, será capaz de leer una ley o una sentencia judicial y de entender la mayor parte de lo que dice. En el caso de los crímenes contra la humanidad, no hay jurisprudencia robusta que asigne a la expresión un significado técnico, y ciertamente los diversos estatutos que la definen -la Carta de Núremberg, la ley nro. 10 del Consejo de Control Aliado, el ETPIY, el ETPIR, y el Estatuto de Roma, las leyes nacionales, y un puñado de proyectos de comisiones jurídicas— todos la definen de manera diferente. El concepto está todavía en la infancia de su desarrollo jurídico, y aquéllos que se empeñan para lograr una apropiada codificación están en la misma situación que los matemáticos en las etapas iniciales de una nueva disciplina. Los pioneros de la topología no tenían una definición “oficial” del espacio topológico. Su tarea era dar con una, y las materias primas con las que tenían que trabajar eran intuiciones acerca de qué trabajo conceptual se suponía que debía hacer la definición. Los abogados que intentan codificar los crímenes contra la humanidad están en la misma situación. Deben comenzar con una idea intuitiva de lo que son los crímenes contra la humanidad, y luego testear sus formulaciones contra sus intuiciones. Cualesquiera connotaciones que el lenguaje mismo tenga influenciarán ampliamente estas intuiciones. El lenguaje puede engañarlas con pistas falsas, pero no es simplemente una variable para decisiones jurídicas que todavía no han sido tomadas. El término “crímenes contra la humanidad” propina un tremendo golpe retórico, y lo hace no porque los abogados lo consideren un término técnico, sino más bien porque todos nosotros sabemos que “humanidad” significa algo universal e inmensamente importante. Luego de un siglo en el cual los crímenes contra la humanidad han quitado decenas de millones de vidas, puede ser que entender los significados gemelos de “humanidad” que estos hechos ofenden sea lo menos que les debamos a los muertos. *** 84 Apéndice: algunas definiciones estatutarias de crímenes contra la humanidad y genocidio (1) Carta de Núremberg 275 Artículo 6(c): Crímenes contra la humanidad: a saber, “asesinato, exterminio, esclavitud, deportación y otros actos inhumanos cometidos contra toda población civil, antes o durante la guerra, o persecuciones por motivos políticos, raciales o religiosos, en ejecución de o en conexión con cualquier crimen de competencia del tribunal, constituyan o no violaciones del derecho doméstico del país donde fueron cometidos” (2) Ley N° 10 del Consejo de Control Aliado: Castigo de personas culpables de crímenes de guerra, crímenes contra la paz y contra la humanidad 276 Artículo II(c): Crímenes contra la humanidad: atrocidades y delitos, que incluyen pero no están limitadas a asesinato, exterminio, esclavitud, deportación, encarcelamiento, tortura, violación, u otros actos inhumanos cometidos contra cualquier población civil, o persecuciones por motivos políticos, raciales o religiosos constituyan o no una violación de las leyes nacionales del país donde fueron cometidos. (3) Estatuto del Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia (TPIY)277 Artículo 5- Crímenes contra la humanidad: El Tribunal Internacional tendrá competencia para enjuiciar a las personas responsables de los siguientes crímenes cuando hayan sido cometidos en un conflicto armado, de carácter interno o internacional, y dirigido contra cualquier población civil: (a) (b) (c) (d) (e) (f) (g) (h) (i) 275 asesinato; exterminio; esclavitud; deportación; encarcelamiento; tortura; violación; persecuciones por motives politicos, raciales o religiosos; otros actos inhumanos. Carta de Núremberg, supra nota 5. Ley nro. 10 del CCA, supra nota 33. 277 Estatuto del TPIY, supra nota 37. 276 85 (4) Estatuto del Tribunal Penal Internacional para Ruanda (TPIR)278 Artículo 3 – Crímenes contra la humanidad: El Tribunal Penal Internacional para Ruanda tendrá competencia para enjuiciar a personas responsables de los siguientes crímenes cuando hayan sido cometidos como parte de un ataque generalizado o sistemático contra cualquier población civil por motivos de nacionalidad o por motivos políticos, étnicos, raciales o religiosos: (a) (b) (c) (d) (e) (f) (g) (h) (i) asesinato; exterminio; esclavitud; deportación; encarcelamiento; tortura; violación; persecuciones por motivos políticos, raciales y religiosos; otros actos inhumanos. (5) Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional (CPI)279 Artículo 7 – Crímenes de lesa humanidad: 1. A los efectos del presente Estatuto, se entenderá por "crimen de lesa humanidad" cualquiera de los actos siguientes cuando se cometa como parte de un ataque generalizado o sistemático contra una población civil y con conocimiento de dicho ataque: a) Asesinato; b) Exterminio; c) Esclavitud; d) Deportación o traslado forzoso de población; e) Encarcelación u otra privación grave de la libertad física en violación de normas fundamentales de derecho internacional; f) Tortura; g) Violación, esclavitud sexual, prostitución forzada, embarazo forzado, esterilización forzada u otros abusos sexuales de gravedad comparable; 278 279 Estatuto del TPIR, supra nota 40. Estatuto de Roma, supra nota 41. 86 h) Persecución de un grupo o colectividad con identidad propia fundada en motivos políticos, raciales, nacionales, étnicos, culturales, religiosos, de género definido en el párrafo 3, u otros motivos universalmente reconocidos como inaceptables con arreglo al derecho internacional, en conexión con cualquier acto mencionado en el presente párrafo o con cualquier crimen de la competencia de la Corte; i) Desaparición forzada de personas; j) El crimen de apartheid; k) Otros actos inhumanos de carácter similar que causen intencionalmente grandes sufrimientos o atenten gravemente contra la integridad física o la salud mental o física. 2. A los fines del párrafo 1: a) Por "ataque contra una población civil" se entenderá una línea de conducta que implique la comisión múltiple de actos mencionados en el párrafo 1 contra una población civil, de conformidad con la política de un Estado o de una organización de cometer esos actos o para promover esa política; b) El "exterminio" comprenderá la imposición intencional de condiciones de vida, la privación del acceso a alimentos o medicinas entre otras, encaminadas a causar la destrucción de parte de una población; c) Por "esclavitud" se entenderá el ejercicio de los atributos del derecho de propiedad sobre una persona, o de algunos de ellos, incluido el ejercicio de esos atributos en el tráfico de personas, en particular mujeres y niños; d) Por "deportación o traslado forzoso de población" se entenderá el desplazamiento de las personas afectadas, por expulsión u otros actos coactivos, de la zona en que estén legítimamente presentes, sin motivos autorizados por el derecho internacional; e) Por "tortura" se entenderá causar intencionalmente dolor o sufrimientos graves, ya sean físicos o mentales, a una persona que el acusado tenga bajo su custodia o control; sin embargo, no se entenderá por tortura el dolor o los sufrimientos que se deriven únicamente de sanciones lícitas o que sean consecuencia normal o fortuita de ellas; f) Por "embarazo forzado" se entenderá el confinamiento ilícito de una mujer a la que se ha dejado embarazada por la fuerza, con la intención de modificar la composición étnica de una población o de cometer otras violaciones graves del derecho internacional. En modo alguno se entenderá que esta definición afecta a las normas de derecho interno relativas al embarazo; 87 g) Por "persecución" se entenderá la privación intencional y grave de derechos fundamentales en contravención del derecho internacional en razón de la identidad del grupo o de la colectividad; h) Por "el crimen de apartheid" se entenderán los actos inhumanos de carácter similar a los mencionados en el párrafo 1 cometidos en el contexto de un régimen institucionalizado de opresión y dominación sistemáticas de un grupo racial sobre uno o más grupos raciales y con la intención de mantener ese régimen; i) Por "desaparición forzada de personas" se entenderá la aprehensión, la detención o el secuestro de personas por un Estado o una organización política, o con su autorización, apoyo o aquiescencia, seguido de la negativa a informar sobre la privación de libertad o dar información sobre la suerte o el paradero de esas personas, con la intención de dejarlas fuera del amparo de la ley por un período prolongado. 3. A los efectos del presente Estatuto se entenderá que el término "género" se refiere a los dos sexos, masculino y femenino, en el contexto de la sociedad. El término "género" no tendrá más acepción que la que antecede. Artículo 6 – Genocidio: A los efectos del presente Estatuto, se entenderá por "genocidio" cualquiera de los actos mencionados a continuación, perpetrados con la intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso como tal: a) Matanza de miembros del grupo; b) Lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo; c) Sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial; d) Medidas destinadas a impedir nacimientos en el seno del grupo; e) Traslado por la fuerza de niños del grupo a otro grupo.