La postpolítica y lo que viene después (La Opinión, 8-5-2010) El hiato entre los grandes partidos políticos y el ciudadano postindustrial no se puede explicar con la tesis, interesada o no, de la desmovilización postmoderna. Campañas como la de repulsa de la guerra de Irak, o la de apoyo al juez Garzón, o en nuestro ámbito las de Murcia no se vende o Salvemos San Esteban, tienen en común no solo un origen externo a los partidos, sino también una forma de difusión y organización no mediada por los aparatos de movilización política tradicionales, aunque a posteriori obviamente estos partidos se sumen o se desvinculen. La organización vertical y jerárquica de la movilización de toda la vida se ha visto sustituida por otra reticular y rizomática, viral, capaz de saltar las barreras ideológicas tradicionales y sumar tanto organizaciones de todo tipo como al ciudadano no alineado, y todo ello en muy poco tiempo. Es un tópico hablar, en este contexto, de las redes sociales. Y sí, claro que ayudan: son un medio de comunicación perfecto para este tipo de movilización. Pero lo esencial es la existencia de mensaje y de comunicadores, el fondo y la forma de las reivindicaciones. Y para desgracia de Varela o Ujaldón (por poner dos ejemplos), existimos en abundancia. No obstante, el mayor abismo entre los grandes partidos y las sociedades tardocapitalistas se abre a una altura epistemológica: para adaptarse a unos nuevos tiempos muy críticos con los viejos dogmas ideológicos, los primeros adelgazan sus estatutos (no solo los de izquierdas, no crean), sustituyendo sus fundamentos políticos, sus decálogos éticos e incluso sus libros de estilo por un compendio de mixtificaciones pergeñadas ad hoc por los respectivos gurús de la politotecnia. Los grandes partidos no piensan global para actuar local: actúan, cómo no, localmente, muchas veces sin más criterio que el posibilismo ramplón y el sordo clientelismo, y elaboran a posteriori una componenda general justificativa con que salvar la cara al menos ante sus militantes y votantes más fieles. No de otro modo es posible entender las guerras del agua de los últimos años, por ejemplo. El resultado es un aguachirle conceptual tan sencillo de desmontar para el ciudadano informado que de común ni se esfuerza, ya que con no ir a votar ya queda todo dicho. Para el no tan informado, la escasez general de consistencia política implica otro tipo de riesgos, entre los cuales no será el menor la sustitución de un discurso articulado por el culto a la personalidad, o la coherencia por la voluntad de epatar, o el proyecto por la demagogia vacía. Puertas abiertas, en suma, para un neototalitarismo que, nunca sabré por qué, me figuro con la metáfora de la obesidad: si el totalitarismo es obesidad, los partidos ultras y xenófobos nos proporcionarán hamburguesas, y los grandes partidos dietas milagrosas y píldoras homeopáticas, pero no la comida sana y el ejercicio diario en que consiste la democracia en que muchos creemos. 1/2 La postpolítica y lo que viene después (La Opinión, 8-5-2010) ¿Cómo encarar una actualización efectiva de las viejas estructuras políticas capaz de hacerlas llegar a la ciudadanía posmoderna, cómo efectuar esas descentralización y desjerarquización de que hemos hablado sin perder identidad en el proceso? Me temo que los dos grandes partidos de nuestro triste sistema bipolar se preguntan, además, que para qué. Las estrategias, por muy inteligentes, lúdicas e irónicas que sean, con que la posmodernidad crítica pone al descubierto los oxidados resortes del poder no han logrado moverlo un centímetro de sus viejos ejes, ni lo lograrán mientras no exista una alternativa articulada al mismo. Tenemos sofisticadísimas herramientas con que decir no, pero apenas dos adoquines con que decir sí y empezar a construir, como se desprende de la escasa influencia del Foro Social Mundial en la política planetaria o la ausencia de plan b ante la terrible crisis global, donde un par de promesas de regulación de los mercados financieros que originaron el cataclismo (que obviamente no se han cumplido) sirvieron para neutralizar cualquier sugerencia heterodoxa. En su atinado estudio Mejorando lo presente. Poesía española última. Posmodernidad, humanismo y redes (Caballo de Troya, 2010), el crítico literario Martín Rodríguez Gaona prevé un momento, no muy lejano en el futuro, en que la posmodernidad crítica apartará el lanzallamas para agarrar la paleta y construir, entre las necesarias ruinas de los viejos errores, un nuevo proyecto humanista, comprometido y democrático. Seremos entonces post-postmodernos, y habrá llegado el momento de decir sí, al menos porque dos post afirman. José Daniel Espejo es miembro del Foro Ciudadano de la Región de Murcia [email protected] 2/2