Padres e hijos de la Murcia inmigrante. (La Opinión, 17/02/07) ANDRÉS PEDREÑO Mientras los inmigrantes comunitarios reciben todas las atenciones de la política autonómica, con todo tipo de facilidades para su localización residencial, y sin que nadie les impele y evalúe sobre su “integración”, por el contrario, mucho más difícil lo tienen los inmigrantes extracomunitarios, esto es, los socialmente definidos como “inmigrantes” -puesto que a los comunitarios se les concede ese estatus privilegiado de ser considerados simplemente como “extranjeros”, optándose por mantener el etiquetaje estigmático de “inmigrante” para aquellos que son vistos como problemáticos y/o potencialmente peligrosos. En cuanto problemáticos y extraños, los inmigrantes habrán de integrarse, como si no lo estuvieran ya de facto, en cuanto trabajo precarizado generado por un sistema productivo que ha hecho de los bajos salarios y la eventualidad en el trabajo el sostén de su competitividad, y en el cual se ha definido una condición inmigrante como un sujeto productivo indispensable para la generación de la riqueza regional, pero al mismo tiempo con un estatuto de infraciudadanía y vulnerabilidad acentuada. Desde el discurso institucional se ha venido a fijar un lugar común respecto a la condición inmigrante, la cual explica su posición de vulnerabilidad por supuestas carencias culturales (o lastres). Esta explicación culturalista de la vulnerabilidad social propia de la condición inmigrante oculta con sus prejuicios y asignación de responsabilidades –pues, ya se sabe, dado que son esas carencias culturales las que lastran a los inmigrantes en su siempre insuficiente e inacabado “proceso de integración”, es responsabilidad de la persona inmigrante saldar ese déficit para aprovechar las oportunidades ofrecidas por nuestra “sociedad abierta”. La mirada culturalista se asienta plácidamente en el tejido social, escribiendo un nuevo ensayo de la ceguera, pero los problemas de la condición inmigrante, lejos de explicarse por “la cultura”, tienen más que ver con las líneas de desigualdad, vulnerabilidad y explotación que estructuran el espacio social. Y mientras, sin apenas darnos cuenta, una nueva problemática relacionada con la inmigración emerge entre los expertos, medios de comunicación y gestores diversos: los hijos jóvenes inmigrantes. Sea “la banda latina”, sea el hiyab en las escolarizadas chicas musulmanas, sean los sucesos de Alcorcón o las revueltas de los suburbios deprimidos de las ciudades francesas del año pasado, se multiplican los estigmas y referentes para empezar a ver a los jóvenes inmigrantes como parte de las nuevas clases peligrosas a las que, como antaño, hay que moralizar para que devengan “buenos inmigrantes” (sumisos y disciplinados). 1/2 Padres e hijos de la Murcia inmigrante. (La Opinión, 17/02/07) A menudo han nacido en territorio español, o llevan tantos años aquí, esforzados en la carrera escolar y social, que llamar “inmigrantes de segunda generación” a estos jóvenes es casi un sinsentido, siempre, claro está, que reconozcamos que por el hecho de haber nacido en el seno de una familia inmigrante uno no hereda esa condición, y menos la porta genéticamente. ¿Podrán acceder a la ciudadanía social, o estarán condenados como sus padres a ser tratados como “inmigrantes”? ¿Podrán transitar por caminos sociales y laborales dignos, o por el contrario se verán empujados a la reproducción de la precariedad laboral y existencial asignada a sus padres? El problema no reside en “las bandas latinas”, en el hiyab o similares. El problema está en el precario estatuto social de los jóvenes hijos de inmigrantes, ese andar por la cuerda floja que en cualquier momento puede propiciar la caída en una existencia sin porvenir. Andrés Pedreño es Profesor Titular de Sociología de la UMU y miembro del Foro Ciudadano de la Región de Murcia. 2/2