Marzo (La Opinión, 24/11/07) PATRICIO HERNÁNDEZ Marzo es el mes elegido para una de las elecciones de mayor trascendencia en la historia de nuestra democracia, tras una de las más feroces y sucias legislaturas. Es un mes cargado de simbolismo. Para los antiguos romanos era el comienzo del año, y el nombre que le dieron -martius- indicaba que era el mes dedicado a Marte, dios de la guerra, pues marcaba el comienzo de la primavera (primer verano) que sucedía a la temporada de nieves y permitía reanudar las campañas militares. Aunque estos han sido años sin invierno para la política, este marzo promete una dura confrontación democrática entre dos formas de entender España, y esta vez la región de Murcia será uno de los escenarios decisivos de batalla. Los equipos electorales de los dos grandes partidos parecen compartir la idea de que el resultado depende de una decena apenas de escaños, todos trascendentales. Y aquí hay más que un escaño en disputa, como señala muy claramente la designación del ministro de Justicia como cabeza de lista del PSOE por la región. La cercanía de las elecciones del pasado mayo permite reducir el pronóstico de resultado a dos opciones: los nuevos diez diputados-uno más por aumento de población sobre los nueve actuales- pueden acabar repartidos o bien 6-4 o bien 7-3. La tercera fuerza en liza-IU- está demasiado lejos de poder aspirar a entrar en el reparto (debería alcanzar aproximadamente un 10% de papeletas, y su resultado de mayo estuvo en torno al 6,5%). No obstante la fuerte tensión bipartidista y la injusta distorsión del sistema electoral, hay un voto útil para IU: necesita 1/3 Marzo (La Opinión, 24/11/07) llegar al 5% de porcentaje nacional para tener grupo parlamentario propio, lo que no está garantizado a pesar del buen trabajo desarrollado. Si los partidos con opción a representación son, en esta hipótesis, sólo dos, entonces estamos ante el clásico esquema de juego de suma cero con dos jugadores en el que lo que uno gana lo pierde o deja de ganar el otro. Esto supone para nuestro caso que el ganador no sólo obtiene el escaño en juego sino que, además, el adversario lo pierde. Así, aunque únicamente se disputa un escaño, el resultado final afecta a dos: o el PP termina dos escaños por encima del PSOE, si pierde el décimo en juego, o termina a cuatro escaños de distancia, si lo gana. Te rtium non datur . En el primer caso los socialistas murcianos pierden, pero recortan la distancia lo que, en el contexto preciso en que esto ocurre, convierte en pírrica la victoria del PP regional, ajustado adjetivo que describe aquel triunfo que produce más daños al vencedor que al vencido: cuando más se precisa, el PP de Valcárcel no haría nuevas contribuciones al triunfo de Rajoy, mientras que el PSOE regional aumentaría su aporte a la mayoría socialista en relación a 2004, y podría, paradójicamente, considerar victoria esta derrota. Es esta dimensión relativa pero determinante de triunfo o derrota lo que aquí en realidad se juega. Si aceptamos que la victoria de Zapatero depende de la movilización de los votantes de la izquierda, el sesgo más progresista y pugnaz de Bermejo parece una elección acertada, compensando las críticas a su condición paracaidista con su influyente pertenencia al gobierno. La primera consecuencia de ganar el cuarto escaño sería el refuerzo del debilitado Saura, que podría atribuirse el éxito por la apuesta Bermejo, como se arriesga-ministro interpuesto- a afrontar las consecuencias catastróficas de su pérdida, equivalente a una segunda tarjeta amarilla en pocos meses. Superado este reto, los socialistas tendrían algunas buenas cartas para afrontar el futuro. La primera y fundamental es el claro agotamiento del discurso del agua, la base de la hegemonía electoral popular. Todavía la última encuesta del CIS (junio-julio 2007) revela el arraigo de esa anomalía regional al situar en solitario los murcianos la escasez de agua como su principal problema (43% lo citan como uno de los tres más importantes, y un 30,5% como el más importante). Pero que esto pueda ser rentabilizado electoralmente por el PP va a ser cada vez más difícil: el trasvase del Ebro ya no es la política oficial de los conservadores, aunque intenten ocultarlo en Murcia, y oponerse a las desalinizadoras, como hacen con la de Torrevieja, puede llegar a enfrentarlos con quienes eran hasta hace poco sus apoyos. Las contradicciones empiezan a cambiar de bando. 2/3 Marzo (La Opinión, 24/11/07) La segunda son las sombras sobre el “efecto riqueza” -ese híbrido de hechos, sensaciones y expectativas- que el PP ha logrado sumar como logro a su gestión. La desaceleración de la economía, en gran parte como consecuencia de los problemas con el sector inmobiliario, está ya dejándose notar en Murcia más que en otras partes por el mayor grado de dependencia de la economía regional de esa actividad. Empezamos a pagar los excesos del ladrillo: de encabezar durante años el crecimiento del PIB en España, al final de 2007 ya pasaríamos al cuarto puesto, según los datos de Caixa Cataluña. Hay que recordar que la construcción, que da empleo al 16,3% de los trabajadores, aportaba entre el 18 y el 20% de todo el nuevo empleo. El tercer factor es el de la corrupción, que no hay que dar por saldado cuando aun esperan sentencias tan importantes como La Zerrichera, con procesos abiertos como Torre Pacheco y Fuente Alamo, la balsa Jenny, y otros tantos en distinta fase de investigación o juicio que afectan a una decena de municipios populares. Hay que ser muy ingenuo para creer que no terminarán perjudicando al PP murciano. Para terminar conviene no olvidar el refuerzo que supondría para los suyos una nueva victoria de Zapatero, junto a los efectos de un más que probable relevo de Valcárcel, del que hemos de reconocer, más allá de la opinión que nos merezca su gestión, que ha actuado como verdadero rompetechos electoral para su partido. Después de marzo el futuro puede comenzar a ser muy distinto del plácido presente que conoce la todopoderosa derecha política murciana. Patricio Hernández Pérez Presidente del Foro Ciudadano de la Región de Murcia 3/3